idiotés y koinitas

En griego antiguo un «idiotés» era un individualistas que no estaba interesado nada más que en sus asuntos. Por otra parte, como el término griego «κοινός» significa «común», lo uso libremente para llamar «koinitas» a los que están interesados en los aspectos sociales de la vida, a lo que es común.

Los conflictos humanos podrían ser explicados por los aconteceres de la historia, es lo que Gustavo Bueno llama un enfoque «plotiniano». Pero también pueden ser explicados por ideas ligadas a estructuras invariantes de la naturaleza humana; es el enfoque «porfiriano». El enfoque plotiniano nos llevaría a explicar la aparición de la oposición izquierda/derecha por los acontecimientos asociados a la Revolución Francesa de 1879. Este enfoque no concibe tal pareja de actitudes fuera del marco histórico en el que surgieron. Particularmente todo el clima creado por los filósofos franceses, «creadores» de una actitud de oposición a lo que se consideraba el sistema de gobierno avalado por la propia divinidad: la monarquía absoluta. Mientras que el enfoque porfiriano prefiere explicarla en términos de otras oposiciones como progresista/conservador, social/liberal, cultural/natural, idealista/realista, tolerante/autoritario o flexibilidad/rigidez. Así habría una taxonomía de rasgos de la izquierda: progresista, social, cultural, idealista, tolerante y flexible que se opondría a los rasgos de la derecha: conservadora, liberal, natural, realista, autoritaria y rígida. Este enfoque es ahistórico y, de alguna forma, llevaría el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha al origen de las sociedades para escándalo de muchos. Es decir, se propone que sin necesidad de llevar esas etiquetas, siempre ha habido una tensión entre aquellos que, como Pericles, sostenían la importancia de lo común y aquellos otros que él rechazaba por individualistas. Dicho sea sin perjuicio de considerar que, para la Atenas de Pericles, lo común estaba reducido a una población de unos sesenta mil ciudadanos libres de la polis. Pero, lo que aquí se sostiene es que estos rasgos han estado siempre latentes, aunque sólo se manifieste políticamente con claridad cuando las circunstancias los hicieron posible, siendo, hoy en día, rasgos dominantes.

El hecho de que tales taxonomías parezcan tener sentido para la intuición no deja de ser una trampa, pues algunos de los rasgos, al menos, cambian de orilla ideológica por los avatares de la historia si se utiliza la extensión de lo términos. Así, por ejemplo, la derecha se puede considerar progresista si se tiene en cuenta el progreso que sus ejemplares más dinámicos ha traído mediante la hipertrofia de las capacidades del capitalismo y, desde luego, no es conservadora en absoluto, si nos atenemos a la destrucción de la naturaleza consecuencia de tal progresía. Del mismo modo se podría hacer con la izquierda si nos atenemos a que se opone al progreso tecnológico cuando se daña a la naturaleza, a la que quiere conservar, o se vuelve conservadora, una vez que ha logrado los cambios que deseaba, por ejemplo, en materia de costumbres, como el matrimonio, homosexual, el aborto, la eutanasia o la pena de muerte. No es de extrañar la confusión que puede producir en el lector estos cruces. Confusión que solamente se disipa si se trascienden, por ejemplo, los términos progreso/conservación y se piensa en los objetos de esas actitudes. Es decir, la derecha es conservadora con «las costumbres» o «con el orden económico que favorece a pocos» y es progresista con «los avances tecnológicos» o con la «defensa de la libertad». La izquierda por su parte es conservadora con la «naturaleza» o «los logros sociales» y es progresista con «las costumbres y la libertad» o con «el orden económico que favorece a muchos». Añádase a estas dificultades la complejidad de términos como «libertad», que puede referirse a libertad económica o la libertad política.

Para tener una guía que cruce todo este bosque denso en el que las ramas de los árboles se entrecruzan haciéndolo más tupido e impenetrable, propongo una oposición que habita más atrás en el proceso onto y filogenético. Me refiero a la muy transversal oposición grupo/individuo, especie/individuo o, finalmente, común/particular o koinita/idiotés.

Es una oposición que cruza toda la historia de la naturaleza que nos contiene desde el primer grumo de energía. En nosotros esa dualidad está presente con tanta fuerza que ha sido necesario todo el entramado político institucional para aprovechar las ventajas de esta oposición y moderar sus desventajas. Este criterio, por razones no conocidas aún, divide a las sociedades en dos mitades que, a despechos de diferencias de detalle, agrupan a los individuos en dos clases políticas bien diferenciadas, cuando las circunstancias lo exigen. Y lo hace con tanta fuerza que va más allá de la posición económica. Por ejemplo no es necesario ser rico para defender el capitalismo, ni ser pobre para defender el socialismo. Como tampoco tiene sentido, en las actuales circunstancias, que sea de izquierdas llevar mascarilla y de derechas no llevarla. El valor de transversalidad de este criterio permite explicar todas las variantes que las historia produce como consecuencia de los interese y emociones de los individuos y su reflejo en los grupos sociales. Todas ellas orientadas a dar satisfacción a ese impulso poderoso del que cada uno somos portadores.

El cuadro que figura a continuación trata de presentar de forma esquemática el panorama en toda su complejidad.

El cuadro se presenta con tres capas: la primera con cinco criterios estaría influida por la polaridad clave grupo/individuo; la intermedia estaría ocupada por tres criterios que son intercambiables y la tercera por una zona de convergencia en la que predomina la idea de tolerancia con las costumbres sociales (matrimonio homosexual, aborto, eutanasia…) bajo la etiqueta de «liberal».

Tal parece que el criterio de grupo/individuo o koinita/idiotés funciona para cinco de las dimensiones exploradas: realista/pragmático, proteccionista/libertario, inmanente/trascendente, tolerante/puritano y pacifista/belicista. Mientras que tres de ellos: conservador/progresista, demócrata/autoritario y franco/hipócrita se intercambia cuando una de las partes ha conseguido sus objetivos, son presa de sus elementos más radicales e impacientes o bien ocultan sus actos (económicos o de costumbres) mientras proclaman lo contrario. Así, la oposición demócrata/autoritario muestra su ambigüedad, incluso cuando en un país se impone una dictadura de uno u otro signo. Es el caso de los demócratas en el franquismo o los autoritarios en el régimen soviético. La tercera capa es interesante por el caso de los liberales de las dos orillas que comparten costumbres sociales avanzadas sin dejarse influir por dogmas religiosos. En todo caso este tipo de liberal en materia de costumbres es mayoritario en la izquierda y en la derecha con la diferencia de que los de derechas suelen ocultar sus verdaderas opiniones hasta que la izquierda lleva a cabo los cambios, momento en que se incorporan a su disfrute sin complejos.

El liberal de izquierdas se sitúa en partidos socialdemócratas, como el PSOE en España, y el de derechas en partidos que se dicen de centro-derecha, como Ciudadanos. Aunque muchos de ellos permanecen ocultos en partidos claramente de derechas como el PP. En los partidos de extrema derecha como Vox, los permisivos en materia de costumbres lo son para el propio uso, negándolo a los demás, por eso, de vez en cuando se producen escándalos de quienes son pillados en prácticas sexuales delictivas, o no, que contrastan con su intolerancia con estos hábitos. En cuanto a los que militan en la extrema izquierda más que liberal en lo relativo a las costumbres, pueden llegar a ser libertinos con propuestas de amor zoófilo, poliamor y otras extravagancias decadentes.

Así pues, los rasgos que definen la pertenencia a uno de los dos grupos son, en la izquierda: idealista, proteccionista, inmanente, franco, tolerante y pacifista y a la derecha: pragmático, libertario, trascendente, hipócrita, puritano y belicista. Naturalmente ni todos los que se consideran de izquierdas tienen estos rasgos, ni todos los de derechas los opuestos. Pero estos matices quedan velados por el hecho de que al votar en las elecciones a los electores no les queda más remedio que inclinarse por una opción de izquierdas o de derechas. Pero, tanto los votantes de uno como de otro grupo tienen su propio perfil en el que intercambian rasgos con los votantes de la otra orilla. Sin embargo, algo les retiene a un lado definido del barranco y es lo que de fundamental tienen todos los rasgos de uno u otro lado: la defensa de lo colectivo en la izquierda y la defensa de lo individual en la derecha. Principio que luego se expresa en las polarizaciones particulares como el idealismo/pragmatismo que es vista despectivamente como «buenismo» o «crueldad» por cada punto de vista. Unas posiciones que no dependen de la propia voluntad, sino que, muy al contrario, condicionan las emociones hasta el punto de experimentar repugnancia por los políticos y las políticas de los contrarios. Actitud emocional que impregna las redes sociales y caracteriza los comentarios que se escuchan ante la aparición en los medios de comunicación de los políticos concretos. Emociones que todo lo impregnan, pues basta una indicación para señalar como de izquierdas o derechas a cualquier gesto, proceso u objeto. Una repugnancia que convierte a venerables personas en objeto de odios imposibles de explicar sin ese fuerte componente emocional.

Desde luego hay un magnetismo latente que hace que, aunque el espectro político se fragmente, los distintos partidos que agrupan a personas que cumplen alguno o todos los rasgos que he asociado al «grupalismo» tienen tendencia formar alianzas parlamentarias o gubernamentales y, simétricamente, igual ocurre con los partidos que agrupa a quienes se ven con algunos o todos los rasgos que he asociado al «individualismo». El lazo secreto que los une es, en mi opinión, ese impulso inconsciente que nos impone nuestro destino como idiotés o koinitas. La existencia de estas dos caras de la vida es una irreversible realidad, cuyo reconocimiento por ambas partes, podría fundamenta la esperanza en que las diferencias no impidan el entendimiento. Se podría así conseguir el progreso social sin eliminar unas diferencias que son insalvables. Esto requiere un salto de una enorme potencias emocional e intelectual para poder colaborar sin pretender imponer la propia posición a pesar de que las emociones le dicen a cada parte «que tiene la razón».

¡Bienvenido míster Biden!

Los tránsitos de los mandatarios del imperio son muy lentos. Deberían tomar ejemplo de Mariano Rajoy, que, con una sobremesa, un poco larga, eso sí, dejó la presidencia para Sánchez y el escaño para que Soraya pudiera poner el bolso en un “tómate dos chupitos de ron”. Estos americanos necesitan más tiempo, por eso su presidente saliente va a perdonarse hasta los pecados que no ha cometido —estamos aquí preocupados por un quítame allá un indulto—. Un ejercicio sorprendente para los católicos, como Biden, que tenemos que esperar a dejarnos llevar por las pasiones y cocernos en el arrepentimiento antes de poner a cero el carné de puntos y volver a lo andado. Pero, sobre todo, es sorprendente para un protestante, que se supone que se las entiende directamente con su conciencia y con Dios, sin necesidad de intermediarios. Esta lentitud también ha dado lugar a que Melania no pueda ponerse el traje que ya había comprado para lucirlo en la ceremonia del juramente de Biden, en la que pensaba disfrutar más que en la del juramento de su marido. Igual se decide y va para quitarse de encima, o del al lado, al pesado de su marido por un día. Así no tendrá que darle un manotazo como hizo en ese vídeo olvidable, tan parecido al que le dio doña Marta Ferrusola a su marido, el  Robín Hood de la Diagonal, Primo de Tobin Hood, el de la tasa.

Hace tiempo que un mandatario no es recibido con más deseo por “la mitad” de su pueblo, ahora es así, cuando se dice el «pueblo» hay que matizar. Nuestro Fernando VII, el “Deseado”, en realidad lo fue, no por todos, sino por los que ahora votarían a Vox, de vivir todavía. El resto andaba escondiéndose de los guardias, como debería hacer ese ruso corajudo, al que no le ha bastado con ser envenenado una vez y ha vuelto a las garras putianas, donde podemos perderlo para siempre. Biden el Deseado, podrá pasar a la historia a poco que con prudencia vaya reconstruyendo los destrozos de la borrasca “Donald”. Un fenómeno artificial hinchado por la televisión y deshinchado por la gente, que ha sabido ver la calamidad infinita que podía derivarse de un segundo mandato.

Biden debe reconstruir la cooperación internacional; debe recordarles a los israelíes que no pueden mantener más tiempo la ficción de que los palestinos no existen. Debe estimular la libertad, pero sólo si luego es capaz de respaldar las primaveras en vez de dejar que el invierno lo marchite todo. Debe cerrar Guantánamo y, al tiempo, sostener su red de inteligencia y su poder militar para hacer frente a la ola de irracionalidad que emerge de este siglo de la no ilustración, el siglo de la muerte de la racionalidad a manos de la emoción de ser feroz. Míster Biden debe, dicen, unir a su país. No creo que pueda. Lo que debe hacer es cegar las fisuras por las que salen los vapores del infierno. Debe convencer a la parte civilizada de sus adversarios de que la alternancia no es peligrosa y que, en todo caso, no deben ceder a la tentación de retener a los cafres haciéndoles caso. Cierto es que le puede pasar como a “nuestro” PP, que ha dejado ir, en un descuido, a la mitad cavernosa que había retenido, haciendo un gran servicio al país, en su propio seno.

Biden debe cooperar con Europa para que la Rusia eterna comprenda que debe mantener sus propios demonios en las novelas de Dostoievski, en vez de tenerlos paseando por la calle. También debe encontrar la forma de evitar que los acomodados sauditas no alienten el terrorismo como forma política, ni que Irán acabe siendo la espoleta de una guerra regional y nuclear con Israel. El odio es inevitable, pero su explosión no. Espero que traiga la lección aprendida de que la presión migrante sólo se esquiva con la riqueza en origen y que el planeta necesita una tregua de los terrícolas.

La verdad es que me pongo en su lugar y caigo enfermo. Además, tiene, el hombre, setenta y siete años y me agobio de pensar en que tiene una agenda más propia de un cincuentón que de su edad de jubilado elegante. Menos mal que tiene a Kamala para sujetarlo si trastabilla. De todas formas, en el despacho Oval, que conocemos por la ficción mejor que el despacho de la Moncloa o la Zarzuela, si te caes no te rompes la cadera. Tiene una esposa culta, lo que da confianza. Y ha sufrido, lo que da fuerza. Es el presidente más votado de toda la historia, lo que da derecho a ser esculpido. Ya veremos.

En fin, míster Biden, desde este confín del imperio esperamos su éxito porque será el nuestro. Aquí me tiene, aquí nos tiene. Si le queda un momento libre piense en el Mar Menor y llame a Toledo para echarnos una mano en lo del Trasvase.

¿Por qué puede que perdure el brutal modelo político de Trump?

Un «trumpista» es un seguidor de Donald Trump. Visto los visto el día 6 en el asalto al Capitolio, tal parece que todos los votantes de este perturbador presidente de los Estados Unidos sean unos lunáticos y zafios disfrazados como los asistentes al sorteo de Navidad de la Lotería Nacional en España. Pero no, la cosa es más compleja. A esta calamidad de político le han votado prácticamente la mitad de los hombres y las mujeres de Estados Unidos, muchos de ellos educados y pacíficos ciudadanos, a pesar de su misoginia manifiesta y manifestada. Dando más detalles, le han votado casi la mitad de los jóvenes y de los mayores. Las diferencias se notan más cuando se atiende a la cuestión racial. Pero asombra que le hayan votado casi el 20 % de los hombres negros, a pesar de que acoge con simpatías a linchadores y casi el 40 % de los hombres hispanos, a pesar de sus insultos a los emigrantes latinos. Asombra menos que lo hayan hecho el 60 % de los hombres blancos, pero, donde uno se mesa los cabellos es cuando se compruebas que le han votado el 43 % de los universitarios y el 44 % de los que ganan menos de 50.000 dólares al año, que casi igualan a los que ganan más de 100.000 dólares al año. En cuanto a la división religiosa, tampoco la diferencia es notable, pues lo han hecho el 60 % de los protestantes y casi el 50 % de los católicos, que claramente no utilizan el Evangelio para juzgarlo. Quizá la diferencia más notable se encuentra entre el voto en la gran ciudad y la pequeña ciudad, superando el voto en éstas en un 20 % al de aquellas.

Esta abundancia de votos tiene explicación en:

  1. que sus rasgos de su personalidad: misoginia, racismo, homofobia y clasismo no repelen lo suficiente al tradicional espíritu conservador, que se traga el sapo, aunque su inteligencia no le impida ver a quién está apoyando;
  2. la movilización de un plus de electores que se consideran olvidados de las élites, y perjudicados por las políticas del comercio internacional con la consiguiente competencia a sus productos agrícolas o industriales y…
  3. la fidelidad al führer que ha conseguido inocular a toda los violentos machistas, racistas y homófobos que viven una fantasía de depuración violenta de todo lo que se aparte del perfil de hombre blanco armado, inculto y dominador de todo tipo de desviaciones.

Estos últimos son los que se han constituido en el escaparate ominoso del trumpismo por su insolencia y desprecio por todo tipo de instituciones democráticas por débiles e inútiles para sus fines. Simpáticos rasgos que exhibieron en el asalto a las cámaras democráticas de su país. Pero, siendo la fachada y expresión del peligro del trumpismo, ya se ve por las cifras que hay una base sólida que repudia estas formas, pero que preferirá un candidato como Trump, aunque los acerque al abismo, antes que votar a los demócratas o permitir su victoria con una abstención. En realidad, vista la situación, el debate nuclear dentro del partido republicano van a ser éste: aceptar o no candidatos extremistas. Naturalmente va a depender de las posibilidades de éxito de políticos más templados.

Conclusión: los gamberros que entraron en el Capitolio sólo son este último porcentaje de exaltados, ignorantes, vociferantes, impacientes y violentos que toda comunidad tiene, pero no se puede olvidar que el señor Trump y su disparatada concepción del poder ha calado en 73 millones de personas, que no pueden ser confundidos con esta tropa. Este señor partía de los votos naturales del partido republicano, en tanto que representante de la visión conservadora en lo social y libertaria en los económico, que están cifrados en unos 60 millones de electores que nunca votarán al partido demócrata, pero tuvo la genial idea de acudir grupos abstencionistas y decirles lo que querían oír. Los conservadores tradicionales e ilustrados no le abandonaron, a pesar de su zafiedad, por su visión tradicional del patriotismo que tan bien ha resumido Trump en su «América first» o en su «Make América great again» y la seguridad de que, como millonario, tendrá una visión económica conservadora. Además el espíritu conservador comparte con la parte salvaje del electorado de Trump un odio mítico a cualquier enfoque social que tenga mínimamente el aroma del comunismo, aunque sólo sean prudentes medida sociales. Por eso el partido demócrata ha buscado sus votos en la parte de la población más indolente y abstencionista por marginal, como ha demostrado la activista Stacey Abrams en Georgia. De modo que la pelea política en Estados Unidos en el futuro se basará en estos dos movimientos en los períodos electorales, hasta que los marginales de partido republicano o los marginados del partido demócrata se cansen de promesas incumplidas. Entre tanto esperemos a ver qué pasa con las políticas reales que deberían entrar en convergencia, preocupándose los republicanos de la gente desfavorecida cuando les toque y procurando, los demócratas, no desbaratar la economía en su turno.

Lo lamentable será que el deseo de victoria obligará a los republicanos a explotar el invento de Trump acudiendo a darle a los mismos que profanaron el Capitolio lo que desean: un imaginario de lucha permanente; un Armagedón continuo en el que disfrutar de la fantasía de que pronto llegará la hora de que sólo el hombre blanco domine la tierra y los cielos. Por eso, acabar con Trump o con lo que ha sido el trumpismo no será fácil debido a que, uniendo solamente a los conservadores tradicionales y a los intereses económicos es muy difícil ganar a la marea demócrata a poco que se movilice. Y dado que los republicanos, como cualquier partido, necesita del poder, va a ser difícil que renuncie, tras su derrota total en estas elecciones de 2020, a la épica de Trump. Única forma de atraer hacia sí a estas tribus dementes, aunque es de esperar que ensayen fórmulas menos brutales. La consecuencia es que un pequeño porcentaje de extraños ciudadanos habitantes de las cavernas sociales, que antes no votaban, han sido invocados en las redes sociales por los nuevos brujos y ya veremos como se les vuelve al averno.

Post scriptum.- También cabe la posibilidad de que al Partido Republicano (G.O.P.) le pase lo que al Partido Popular español, que una vez que se radicaliza parte de su electorado, se parta en dos, quedando los moderados con la marca y creando los radicales un partido nuevo como Vox.

El 23-F americano

Cada español mayor de edad en 1981 recuerda dónde estaba aquella tarde de febrero. España se vio conmocionada por la entrada de un grupo de uniformados que al grito de “¡quieto todo el mundo!” nos hizo creer que los fantasmas del pasado se encarnaban en aquella tropa para conseguir el sueño de Mola. Muchos sentimos vergüenza aquel día, pero si este sentimiento es proporcional a la importancia del país que sufre la afrenta de que su democracia sea violada en su propio corazón, la que ayer experimentaron los estadounidenses estará próximo al colapso emocional. Y nadie dudará de que la estabilidad de la democracia norteamericana es crucial para la estabilidad del mundo.

Ayer, tarde de Reyes, estaba siguiendo la lectura de los votos electorales en el Capitolio por mi curiosidad en escuchar los argumentos de los senadores que pretendían sabotear la confirmación parlamentaria, cuando se escucharon unos gritos que me recordaron aquella tarde española ya inolvidable desde el momento en que unos disparos nos estremecieron a los que estábamos escuchando por la radio. Ayer el tumulto de senadores americanos bajando atropelladamente las escaleras del hemiciclo del senado se asemejaba a aquella inmersión de congresistas españoles tras sus escaños. Al tiempo unos miembros del servicio de seguridad sacaban sus armas. El vicepresidente Mike Pence —un traidor para su jefe desde hoy— ya no estaba.

Hace años vi una foto de un miura saltando la barrera. En la foto, los ojos de los espectadores todavía no expresaban miedo, pues aún el cerebro no había procesado lo sucedido y estaban en una escena anterior. Tal parecían los movimientos de los empleados del congreso estadounidense, que estaban en la placidez de la sesión rutinaria cuando ya todo había estallado. Ya nada será igual, si el centro neurálgico del mundo asemeja una algarada caraqueña. Estados Unidos no es un país sólo, es un imperio —o lo ha sido—. Empieza a haber dudas, cuando parte de sus élites se han puesto durante cuatro años detrás un grotesco aficionado a la política que hacía estallar toda la antigua relación entre cargo y dignidad del trono democrático del mundo.

Lo ocurrido es especialmente simbólico, sin perjuicio de que acabe resultando materialmente catastrófico, porque el asalto interrumpe la ceremonia en la que la mayoría de los representantes republicanos habían abandonado la irracional postura de negar la evidencia de la derrota electoral. Justo en el momento en que comprenden su error y se avienen al respeto a las reglas constitucionales, las fuerzas que Trump, con su complicidad, había lanzado contra la democracia se vuelven contra ellos. Y no habían faltado avisos, como la ocupación con armas del congreso de Michigan. Esta es la lección de este día histórico: una vez que se activa la frustración de la gente, se invita a los estratos más siniestros y peligrosos de la sociedad a liderar revueltas fascistoides.

Los tribunales de Estados Unidos son especialmente sutiles en la definición de delitos que en otros países parecen travesuras. Por eso, aunque tengo mis reservas, no me extrañaría que Trump haya cavado su propia tumba; que todo un proceso de destitución se active ante la prueba fehaciente de que no puede seguir más al cargo de su país o con el botón atómico cerca de su pulgar. En ese país en el que el poder se ejerce desde imponentes despachos de gruesas moquetas y la imagen de sí mismo es de una serena energía ejercida para el bien con guerra o paz, lo ocurrido no puede quedar impune. Muchos han invitado a la zafiedad a entrar en su congreso, por consentir la zafiedad en el despacho oval.

Tras la conmoción, mi curiosidad se convirtió en ansiedad ante la posibilidad de que la historia le diera la razón a Philip Roth, que en su Conjura Americana enfrentó a la imaginación ilustrada de las élites americanas con el riesgo de jugar con fuego. Y ha sido esta tarde cuando eso ha parecido más real que nunca. Aquellos senadores que hoy confirmaban al presidente electo, después de haber sido complacientes durante cuatro años, nos dan una lección a los europeos. Ni una baldosa del sagrado suelo de la democracia que nos preserva de la muerte y la tiranía se puede ceder a aquellos que usan la desgracia ajena para la revuelta irracional. La Europa de la posguerra, que ya tuvo un 23-F en España, no debe conceder ni unas pequeñas dosis de populismo, y mucho menos alentado por centros de poder adscritos a su club político. Por cierto, quién nos iba a decir a los españoles que nuestro 23-F iba a ser el precedente de este 6-N; de este aquelarre en una fría y serena tarde de Reyes.

Rule Britannia

Boris Johnson quiere recuperar para el Reino Unido la primacía en los mares. El Brexit no era para dotar a la NHS (National Health Service), el Sistema Nacional de Salud británico, tampoco era para que Nigel Farage fuera embajador en Estados Unidos; ni siquiera para acabar con la inmigración. No, el Brexit ha sido para que Boris Johnson se pusiera el gorro de almirante y desde la popa de un Her Majesty Ship volver a reinar sobre las olas, como dice la letra del “Rule Britannia”. Ese himno que se canta en los Proms del Albert Hall. Cualquiera que desee ver en qué consiste el orgullo nacional con clase y gracia que busque en Internet el último día del festival de los Promenade, en ese reciento circular que tanta música tiene ya en sus espaldas. En especial es recomendable la versión de 2009, en que la mezzo soprano Sarah Connolly canta espléndidamente una versión caricaturesca en las formas y potente en los musical de uno de los tres himnos oficiosos de los británicos — con el Jerusalem y el God save de Queen—. Este año 2020 la versión ha sido sobria pensando en la desgracia sobrevenida sobre el mundo con la pandemia, pero de una gran elegancia.

Cuando había público, éste coreaba el estribillo con un entusiasmo que aquí veríamos con suspicacia; estribillo en el que se proclama el reinado sobre “las olas” de los británicos y la imposibilidad de que éstos “sean esclavos”. ¿Qué más necesita el espíritu nacional para sobreponerse a cualquier menudencia política o social como las necesidades del servicio de salud o los problemas de carestía de la vida como consecuencia de la irresponsabilidad del Brexit? Pues con este jarabe quiere nutrir Johnson a la población sobre la que gobierna para evitar cualquier frivolidad social ante lo que se avecina. Dieciséis mil millones de libras para la nueva reina de los mares (la Royal Navy) es la mejor fórmula, cuando nada menos que el 47 % del PIB británico va a ver comprometida su venta ante una Unión Europea con nuevos aranceles. ¡Bien pensado, Boris!. La fórmula es vieja, pero, como los vahos de eucalipto o la leche caliente con miel, siempre funciona. ¿Qué británico va a protestar cuando vea cruzar por delante de las playas de Bournemouth a la armada británica para cercar Calais y evitar el paso de pateras invasoras? ¿Y cuándo hagan una parada “técnica” en Gibraltar para arruinar el veraneo del presidente español de turno?. ¡God save you, Boris!.

Los últimos coletazos

El Washington Post denuncia estos días las prisas de la administración saliente para subastar autorizaciones que permitan realizar sondeos en el ártico. De este modo llama la atención sobre el hecho de que el ruido que provoca la resistencia de Trump a aceptar su sweet defeat está dejando en la penumbra el daño que todavía puede hacer en su agonía, poseyendo como posee todo el poder ejecutivo. Si quitamos de su gestión toda la hojarasca ideológicas y los eslóganes emotivos, queda la desvergüenza objetiva del que baja los impuestos a los ricos, destroza las relaciones internacionales, desequilibra Oriente Medio generando situaciones de peligro bélico y terrorismo, maltrata los consensos comerciales, desprecia cualquier respeto al medioambiente y mima a los movimientos parafascistas de su país. Todo ello ha estado guiando su acción en los cuatro años de gestión y, además, desde el mismo principio. Sus órdenes ejecutivas con esa firma fuera de escala con trazos puntiagudos de rey de los narcisos empezaron a hacer daño desde el primer día. Es especialmente dañina suactitud clara de “fe en la naturaleza” que le permite atacarla en base a su supuesta capacidad de soportar todos los daños que podamos infligirle. Muy probablemente le vaya a dejar a Biden todas las trampas que se le ocurran para dificultar su administración. ¿Dónde queda aquel inocente boicoteo de los teclado de la White House quitándoles la tecla “w”?. En este caso caben esperar órdenes de calado que aún no puedo imaginar. No es pequeña la de haberse saltado el fair play de no elegir miembros del Tribunal Supremo en período electoral. Pero aún vamos a tener sorpresas porque quedan asuntos que embarrar. Entre ellos su pretensión de que se finalice el muro con México; algún ataque preventivo al estudio por el Tribunal Supremo de las demandas sobre la Affordable Care Act (conocida como Obamacare), quizá uno de los asuntos pendientes que más lo irritan. Hay que recordar que una de las tres primeras órdenes ejecutivas que firmó era para minar la aplicación de este compasivo sistema de salud. Es de temer alguna decisión de calado en relación con la OTAN o algún otro organismo internacional. También puede establecer alguna medida extravagante relacionada con la posesión de armas – téngase en cuenta que eliminó la prohibición de vender armas a deficientes mentales diagnosticados – Y quedan los indultos de amigos y de sí mismo, lo que no se me ocurre cómo puede ser posible, cuando la II Sección de la Constitución los autoriza “tratándose de delitos contra los Estados Unidos, excepto en los casos de acusación por responsabilidades oficiales”. Pero cosas más raras hemos visto con este político advenedizo.

Vuelta a la finezza

Nunca he entendido el prestigio de la sinceridad inmoderada. Esta cualidad sólo tiene valor cuando se le pide a alguien que cuente la verdad, pero no cuando alguien desparrama sus creencias de forma incontinente sobre quien no le pide nada más que discreción. Y, como es sabido, lo discreto se opone a lo continuo. Por eso, la discreción va asociada a la alternancia entre la emisión y la recepción de mensajes, que equivale a saber escuchar. Añadamos a la discreción otra virtud: el tacto, esa capacidad de ser sutil, de tratar los asuntos con prudencia, la célebre frónesis de los griegos. Si además sumamos la templanza (sofrosine), compañera en la taxonomía de virtudes clásicas, esa suma de moderación, sobriedad y continencia habremos reunido así un conjunto de bellas palabras que componen la primera ley de la interlocución de un político ideal con la ciudadanía: discreción, sutileza, tacto, prudencia y templanza; esas virtudes que los italianos resumen en esa suave palabra de finezza. Hay otras virtudes para un político pero no vienen al caso. Porque el caso es Donald Trump. Un político indiscreto (habla mal de sus colaboradores), grosero (insulta a las mujeres), torpe (imita burlescamente a discapacitados), imprudente (acusa sin pruebas) e irascible (expulsa periodistas incómodos).

            Sentado esto tengo que confesar que hay muchas razones por la que deseo que este político insano abandone el trono del Mundo, pero la que más felicidad me va a proporcionar es dejar de escuchar su discurso chirriante, evocador de los peores males de la humanidad ya sufridos. No puedo dejar de compararlo con aquel soberbio y peligroso payaso con uniforme que hinchaba su pecho con gases tóxicos en los balcones de la casa del fascio. Creo que el mundo va a ser mejor sin alguien como él en un puesto del que depende el frágil equilibrio de la complejidad moderna. Su desaparición es un alivio para la ventaja que sus emuladores han tomado para hacer del mundo un lugar peligroso para los más débiles. Queda para los analistas desentrañar el arcano de porqué tantos millones de personas se han dejado seducir por éste narciso de sal gruesa. Quizá la explicación esté en la marcha sobre Roma o en las explanadas de Múnich. Quizá Trump no es un mal nuevo, sino el émulo caricaturesco de la triste historia de Europa en el siglo XX. Un siglo en el que millones de persona vieron, quizá, en la sinceridad incesante de unos egos hipertróficos la ocasión de vivir de forma vicaria el ejercicio del un poder en el que no media la reflexión entre el deseo y la acción. Un disfraz todo ello con el que un pobre hombre finge ser un gran gobernante como lo fue el Mago de Oz. De nuevo se ha probado que nadie escarmienta en cabeza ajena. En todo caso, hay que desear que del gris Joe Biden emerjan virtudes desconocidas gracias a la púrpura Pero, al cabo, hay que agradecerle el gran servicio que ha hecho a la humanidad nada más que por haberse prestado a liderar el esfuerzo para que vuelva la finezza al discurso político.

Ebriedad redentora

Hasta que Einstein puso límites físicos, el concepto de infinito era aceptado como sustantivo incluso más allá de las matemáticas. Antes, el universo podía ser infinito, el reposo absoluto y los viajes rectilíneos. Pero desde entonces sabemos que el universo está contenido por la gravedad aunque se expanda por la materia oscura. Algo así como el cuerpo humano que se mantiene en los límites de su piel aunque pueda engordar por exceso de grasa. En cuanto al reposo, qué duda cabe que no es otra cosa que el espejismo a que induce el movimiento compartido. Por eso, una masa de individuos puede creer que se mantiene en sus creencias siempre que la deriva hacia la demencia política, por ejemplo, se lleve a cabo por todo su grupo de correligionarios. Y qué decir de los viajes rectilíneos; la existencia de cuerpo por doquier lo hacen metafísicamente imposibles, pues la distribución uniforme de masas curva el espacio-tiempo de tal modo que si escapamos de caer por la pendiente de un sol caeremos por la pendiente de una galaxia. Por eso, las sondas necesitan el esfuerzo de sus cohetes para saltar de unas órbitas a otras para sus hiperbólicos viajes. Por eso, en cuestiones ideológicas la gravedad creciente de las masas programáticas atrapan nuestro curso hacia nuevas órbitas cognitivas requiriéndose un gran esfuerzo para escapar de ellas. No es posible una quimérica independencia de sus efectos sobre nosotros.

En el año 2016 en Estados Unidos ocurrió uno de esos fenómenos “cósmicos” que dejan huella por su magnitud más que por su valor. Millones de personas repitieron el acontecimiento de abandonarse al atractivo de lo chabacano, de lo directo, de lo contundente, que es la forma más potente de destrucción de las estructuras civilizadas. Y le dieron el poder al representante más genuino de estas “cualidades”. Es falso que el atractivo de Donald Trump sean sus promesas de atención económica a masas desfavorecidas por esta o aquella razón. Su atractivo es más vicioso, tiene que ver con la promesa lenitiva de ser un líder que no duda, que no exige el esfuerzo de sostener la propia vida, sino de dejarse guiar irreflexivamente en la misma órbita. En 2020 ha aumentado en ocho millones de votantes porque, en el ejercicio del poder, ha aumentado en muchas toneladas su masa “gravitatoria” a base de arbitrariedad, autoritarismo y zafiedad atrayendo con sus formas a millones de incautas partículas que orbitan su gigantismo populista; masas que  jalean su desafío a las fuentes ficticias de su desgracia. Y todo ello, desmintiendo la ideología oficial libertaria de que cada palo aguante su vela. Estas masas no quieren ser libres, quieren atarse al fálico palo mayor de un desvergonzado y triunfante acosador. Obviamente no faltan oportunistas que deambulan por estas órbitas por mero interés económico, pero son numéricamente irrelevantes. Trump ha arrasado al tiempo que perdía la presidencia porque es una promesa de euforia personal, maligna, ebria, pero redentora.

Momento payaso y otras consideraciones

EL MOMENTO PAYASO

En este momento las elecciones de Estados Unidos parece que se pueden acabar despachando en el Estado de Nevada. Quizá se haga con una tirada de dados en un casino de Las Vegas. O sea, estamos en el momento «payaso». Alguna vez se sabrá hasta qué punto los politólogos norteamericanos que asesoran a Trump se inspiraron en nuestro Jesús Gil. Una mente fértil que fue capaz de ganar con mayoría absoluta en varias ocasiones en una operación a escala como fue Marbella. Un político que se exhibía en un jacuzzi rodeado de chicas jóvenes, y que le daba puñetazos a sus rivales en la dirección del fútbol español. Si ha sido así, hay que reconocer que Trump ha sido un magnífico discípulo. Un alumno que, si gana, tendrá un objetivo en su segundo mandato: no ser el «pato cojo» que se presume de todo presidente que repite. Creo que intentará cambiar la constitución americana para poder aspirar a un tercer mandato, como Evo Morales o Putin. Lo tiene todo a favor en el Tribunal Supremo y, desde luego, en un partido republicano entregado a la demagogia. Téngase en cuenta que ésto era posible hace bien poco, pues la limitación a ocho años se estableció en 1947 con la 22ª enmienda de la constitución. La razón fue la acumulación de mandatos (3) que consiguió Franklin D. Roosevelt.En definitiva, si en Italia ganó Beppe Grillo, no es de extrañar que si varias generaciones se han «educado» frente a la televisión, sean seducidos por rostros de la televisión. En esa estela creo que el «trumpismo» español acabará buscando un «popular» al que encargarle la presidencia del gobierno. Yo sugiero a Bertín Osborne. Es alto, guaperas, canta y tiene la gracia de un señorito andaluz. ¡Ah! y monta a caballo. Creo que arrasaría con su sentido común de español sensato que se complica poco la vida y tiene recetas sencillas y comprensibles para los problemas complejos. La izquierda, por su parte, puede probar con Jorge Javier Vázquez. ¿Estamos o no en un momento raro?.

DIVISIÓN

La humanidad siempre se divide aproximadamente en dos partes cuando se la interroga sobre algo concreto. Qué pocas cuestiones nos arraciman y qué poco dura esa unanimidad – se cuenta que algunos miembros de ETA se hicieron fotos celebrando el mundial de España en 2010-. Esta división es estructural y estadísticamente robusta. La razón está en que cualquier cuestión que se nos plantee tiene argumentos a favor y en contra. En consecuencia dejados a la libre reflexión la mitad optan por un tipo de argumentos y la otra mitad por los contrarios. Obviamente, para eso tiene que darse el hecho de que la probabilidad de tal adhesión parcial sea del 50 %. Incluso cuando los defensores de una opción hacen campaña eficaz a su favor, sus esfuerzos son neutralizados por la campaña del contrario. Resultado: división por la mitad.Eso ocurre en política no con un partido concreto, sino con opciones más profundamente arraigadas como lo que vagamente consideramos de izquierda o derecha. En Estados Unidos las opciones son la condición de republicano o la de demócrata. Términos ambiguos, pues los republicanos son demócratas y, que se sepa, los demócratas no son monárquicos. Pero así son estas cosas de los nombres, que una vez asignados se usan a pesar de su incoherencia. Siendo así, es raro que un partido gane por goleada al otro. Con lo que siempre se pueden dar sorpresas. Mañana curiosamente las opciones no son republicano-demócrata, sino Trump sí- Trump no. Este hombre en su elemental condición de varón primitivo levanta pasiones de amor y odio que hacen que estas elecciones sean una verdadera catarsis para esa nación. Sus rasgos son ser grosero, impertinente, ególatra, impredecible, irascible, sexista, racista, egoísta y narcisista. Se añade que es profundamente injusto en las políticas fiscales y sanitarias, pero, además, es traidor, mentiroso, vanidoso, peligroso y oso. Es amado por los que desean el peligro y odian la sofisticación de la cultura y la ciencia. Por aquellos que, en el plano irracional, necesitan emociones intensas para salir de la atonía de sus porches y sus hamacas o aquellos que, en el plano racional, necesitan mantener, como él, el soporte dinerario de sus vidas decadentes. También por aquellos que valoran una sonrosada mentira más que una pálida verdad. Como ven no he mencionado a Biden y mi alternativa favorita es Trump NO o Trump… TAMPOCO.

MICRO-NANO-TECNO ELECCIONES

No seré yo el que diga que la gente ha votado mal cuando el resultado no me gusta. Pero sí seré yo el que diga -con la ayuda de la psicología de masas- que somos muy manipulables y, además, que bastan un par de semanas para dirigir su veleta de electores hacia un determinado objetivo. Y aquí es donde se explica el título de este artículo basado en la experiencia, aún en marcha, de las elecciones americanas. Este país no habrá aún resuelto su sistema de votación y conteo, pero ha desarrollado una sofisticada técnica de manipulación de electores. Los gestores de las campañas electorales nos hablan de este o aquel «target» a la hora de configurar el discurso en los mítines de sus candidatos. Es decir, los partidos ya no se dirigen a una determinada concepción de la vida, sino a un micro-nano sector identificado como «mujeres universitarias de suburbios», «latinos acomodados de Florida», «obreros desesperado de la obsoleta industria del acero» o «ansiosos que tomas Lexatín con la tostada por la mañana». Mensajes que exponen directamente en los medios de comunicación que cada uno de estos grupos utiliza habitualmente. Hoy en día decir medios incluye, además de los convencionales de prensa y televisión, a Whatsapp, Twitter, Telegram o Facebook. De esta forma pueden fragmentar sus discursos dirigiéndose directamente a lo que, más o menos patológicamente, nos preocupa. Por supuesto que de esta forma se pueden emitir discursos contradictorios, pero, hoy en día, !a quién le importa!. Cada grupo escucha lo que le supone una cremita hidratante para la sequedad de su vida y «aquí paz y allá gloria». Y el caso es que estamos entrenados en identificar al que nos «sigue la corriente» o nos «dan la razón» sospechosamente, pero parece que en política nos da igual que nos tomen por locos. Lo que queremos, como el personaje de Richard Gere en Pretty Woman en la escena de la zapatería, es que nos hagan al pelota. Pues ya lo hemos conseguido.

¿POR QUÉ?

SÍ, ¿por qué triunfan políticos que se ríen de la democracia, frivoliza con pandillas de cerveceros armados hasta los dientes, sugieren infectarse de un virus mortal y bailan tan mal? Por varias razones:

1) llevamos décadas escuchando en la publicidad cosas como «la república independiente de mi casa», «te lo mereces», «lo puedes todo». Es decir hemos convencido a mucha gente que lo que antes se llamaba pomposamente «la dignidad intransferible del individuo humano» ahora es puro narcisismo. Se ha conseguido así que la anónima masa de Ortega se convierta en millones de egos reclamando su momento de gloria. Aquí se define el ego fuerte.

2) llevamos décadas protegiendo de frustraciones a los jóvenes desde que nacen, lo que los hace muy frágiles ante las dificultades de la vida. Una fragilidad que se traduce en impaciencia, intransigencia y tendencia a adherirse a cualquier propuesta. Aquí se define el ego débil.

3) a todos estos egos fuertes y débiles, es decir, inestables, se nos ha proporcionado nada menos que un «periódico» del que somos el redactor jefe y el director. En él podemos aplaudir, felicitar, apoyar, pero también, insultar y odiar.

4) a pesar de que se ha generalizado la educación haciéndola, incluso obligatoria, la historia, con sus contenidos de ejemplaridad positiva y negativa y la filosofía, con sus contenidos de pensamiento crítico y tensión reflexiva, no son asimiladas por los educandos que, si alguna vez lo supieron, ya han olvidado los más elementales hitos históricos y las más elementales pautas lógicas. Así no se comprende la economía global, las corrientes migratorias ni la falsedad de toda identidad racial o cultural.

5) este ego, en su vanidad infundada, se vuelve suspicaz ante cualquier cosa que supere su umbral de comprensión y experimentación, ya sea la forma del planeta, el origen de los males políticos o sanitarios, la complejidad de los remedios, como las vacunas o el origen de las luces que se mueven en el cielo de noche.

6) Esta configuración del individuo que se siente omnipotente y, en realidad, se acerca a la impotencia es ideal para que la «ciencia» de la política lo manipule vendiéndole cualquier mercancía ideológica por podrida que esté. Este ego es un juguete feliz de un juego que no comprende.Ante esta nuestra debilidad, sugiero que nos protejamos de nuestras propias pretensiones confiando más en las instituciones y los métodos de control de trapacerías que en individuos providenciales, por simpáticos y energéticos que nos parezcan.

Caricaturas

En el principio de estas letras diré lo mismo que en su final: el terrorismo, en general, y el yihadista, en particular, me parece la faz lunática de cualquier ideología. El terrorismo no vencerá a sociedades modernas bien cohesionadas alrededor de principios que conecten con la real naturaleza humana. El terrorismo religioso fue practicado en el pasado por la propia religión de nuestra civilización. Desde Hipatia a las brujas de Salem pasando por los procesos de la Inquisición española o los horrores del proceso luterano en Inglaterra con Isabel I, nuestra religión ha practicado el terrorismo, que entonces se llamó “lucha contra la herejía”; lo que no está muy lejos de las motivaciones de un Ayatola cuando emite una fatwa. Es la cara demente de la religión, que se expresa cuando la coherencia con la letra de los libros “sagrados” son el objetivo de la pureza que se proclama. Ni entonces, ni ahora faltan individuos que se sienten llamados a castigar ofensas a esta pureza.

Estos días se ha producido en Francia el tercer atentado con víctimas relacionado con las caricaturas de Mahoma – el cuarto en el mundo, si se tienen en cuenta los disturbios letales cuando fueron publicadas por primera vez en Dinamarca -. En este caso, sin perjuicio del horror por los anteriores, se han querido matar muchas cosas al matar a Samuel Paty: se ha matado irreversiblemente a un hombre concreto con su vida portada en esa cabeza cruelmente separada de su cuerpo; se ha querido matar la convivencia en la escuela, esperanza de toda civilidad; se ha querido matar la confianza de cada profesor a la hora de expresar los contenidos que considerase oportuno para su labor docente y se ha querido matar la sacrosanta libertad de expresión. De todas esas muertes, la única conseguida es la del ser humano concreto sacrificado en el altar del fanatismo ignorante y zafio con un vulgar cuchillo de cocina.

            Pero en medio de ese horror y desde la ausencia de creencias religiosas ¿Queda espacio para una reflexión perpleja y arriesgada?. ¿La libertad de expresión no se concibió como una herramienta contra la tiranía? ¿Su compañera la libertad de pensamiento no la acompaña en el progreso de la humanidad? ¿Por qué perversa pendiente se ha deslizado hacia el punto de que se puede decir cualquier cosa sin obstáculo para no manchar la inmaculada pureza de tal principio? Siempre he imaginado la libertad de expresión como una herramienta que, usando la más seca prosa o la más burlesca sátira, tenía como objetivo mejorar la vida de los individuos y las sociedades. Y que la lucha estaba en oponerse a los poderes que estorbaban la libertad política y la de pensamiento utilizando la libertad de expresión. Pero si Galileo fue víctima de la represión a todas las libertades, ¿en qué avanzan éstas con las caricaturas de Mahoma y, sobre todo, cuál es la ventaja añadida de su repetición tozuda? Por eso, tantos militantes de la libertad política han perdido la vida en manos de los sicarios de los poderes dictatoriales cuando eran portadores de panfletos subversivos. Trabajando en la clandestinidad han puesto en peligro sus vidas queriendo denunciar atrocidades o anunciar revoluciones liberadoras, como hicieron tantos y tantos desde la Francia revolucionaria a los estertores del franquismo. La democracia ha enervado estas pasiones, por innecesarias, y han abusado de ellas degradado la libertad de expresión hasta las estancias de la ofensa gratuita. En este momento es oportuno decir que no creo que ni la más burda de las sátiras tenga que ser objeto de reproche penal, sino, en todo caso de reproche moral, incluida la del caso que nos concierne. No hay éxito de ninguna trasgresión si no hay consumidores de su expresión material. Pero en este caso me sorprende la unanimidad en aceptar como un logro de los valores de la república francesa estas caricaturas, que ya podemos denominar como letales. O, lo que es lo mismo, la ausencia de todo reproche a su publicación reiterada a pesar de su carácter y consecuencias.

Pero dicho esto, en un primer plano teórico ¿no hay una reflexión necesaria acerca de esta contumacia en reproducir unas caricaturas ofensivas para los musulmanes?; y, en un plano pragmático, ¿No hay una cierta falta de inteligencia en esta reiterada puesta en peligro de personas cuando es sabido que pululan los monstruos capaces de ser igualmente contumaces en repetir los crímenes? ¿No hay mejores ejemplos para mostrar la excelencia de la libertad de expresión a unos jóvenes alumnos? Reconozco que no entiendo esta actitud de caer, una y otra vez, en la ofensa gratuita y sin gracia y en el peligro cierto de ser atacado por la bestia intoxicada de pureza y muerte. Creo que el hecho de que la emigración cree comunidades musulmanas o de otras creencias en Francia plantea, qué duda cabe, problemas, pero ninguno de ellos avanza un ápice en su resolución con la publicación de estas caricaturas. Y ello porque Francia, como cualquier otra nación, tiene derecho a sacrificar y sacrificarse por el respeto a sus leyes constitutivas, que pueden ser violadas, por ejemplo, por el uso del burka que oculta la identidad o por el adoctrinamiento de jóvenes para la comisión de crímenes, pero en ningún caso es violada por la creencia de que sus profetas deben ser respetados. Y aquí se discrimina sutilmente lo que es libertad de expresión y lo que no lo es. Toda manifestación oral o escrita de rechazo a actitudes que colisionan con las leyes de la nación que acoge son necesarias y quienes las expresan son dignos de admiración. Por eso, quien se arriesga en capturar o reprimir a quien comete viola las leyes incluyendo los crímenes de odio merece reconocimiento. Pero no lo tengo tan claro con quien desborda la defensa de su legalidad – como expresión de sus valores – mediante la ofensa gratuita.

Respondiendo a la segunda pregunta sobre la contumacia en la ofensa, creo que aún en el caso de una defensa genuina de la libertad de expresión no hay que arriesgar la vida inútilmente, como no lo hace ni policía en la paz, ni los soldados en la guerra. En ambos casos se usan tácticas y estrategias para conseguir los fines con las mínimas bajas posibles. No imagino ni a unos u otros acudiendo a detenciones u operaciones bélicas de peligrosos delincuentes o poderosos enemigos sin armas, sin protección física ni preparación inteligente de la acción. Prudencia que alabamos cuando se trata de la defensa de la legalidad y rechazamos cuando no. Prudencia que, de hecho, lleva a estas instituciones a considerar la actitud temeraria como inaceptable en general y admirable, en particular, cuando la exposición se justifica por el peligro para inocentes indefensos. De modo que, aún supuesta la legitimidad de la ofensa a los musulmanes, ¿tendría sentido llevarla a cabo de forma temeraria?. Pero si añadimos que esta ofensa no es legítima, ¿tiene sentido insistir en su reproducción a pesar del peligro de sufrir violencia? ¿Desde qué principios? Desde luego desde la defensa de la libertad de expresión no. Ya he dado argumentos sobre en qué consiste la libertad de expresión más arriba. Añado ahora que esa lucha hay que llevarla a cabo, por quien considere oportuno contribuir, contra la pretensión de imponer costumbres que violen las leyes del país, como ocurre en el ejemplo nítido de la ablación del clítoris. Una lucha en la que -ahora sí- la heroicidad tiene su espacio. Dicho todo eso en la convicción de que la ofensa no puede tener como consecuencia, en ningún caso, la pérdida de la vida o maltrato alguno.

Estas caricaturas nacieron en un contexto racista de una Dinamarca asustada por la inmigración y sus consecuencias en formas políticas de extrema derecha. ¿Es comprensible que la prensa europea no encuentre un resquicio intelectual en este comportamiento para que, al mismo tiempo que se rechaza con fiereza la acción terrorista, se desaliente la repetición de este sacrificio estéril e ilegítimo? Creo que es compatible la defensa de la libertad de expresión y el posicionamiento de estos hechos en sus auténticas coordenadas morales y sociales. Creo que merece el esfuerzo de reflexionar más allá del horror y más allá de esta heroicidad incomprensible para mí, y así mirar hacia el corazón de la civilidad. Me ha costado escribir esto por los equívocos que pueden derivarse de mi análisis, pero si estoy equivocado, pido perdón después de reiterar mi desprecio al terrorismo y, especialmente, a los que desde la seguridad de sus teclados o púlpitos lanzan a jóvenes confusos hacia la claridad fulgurante del crimen.