Despedidas


Desde el día 1 de septiembre me propuse despedirme discretamente de aquellos compañeros con los que con más intensidad había compartido acontecimientos o vida cotidiana en la Universidad. Para eso me hice una lista de afectos y desde el primer día de septiembre empecé a proponer reuniones individuales que llamé escuetamente «café». Este plan funcionó hasta el día 8 en que una correo de los estudiantes de la llamada Comisión de Graduación de la ETSAE me comunicó que tenían el propósito de hacerme un sitio en el Acto de Graduación de las titulaciones de nuestra Escuela y hacerme algún tipo de reconocimiento. No tengo el perfil de homenajeado pero allí estaba la propuesta. Naturalmente acepté sin falsa modestia y me lancé a escribir mi respuesta. El evento ocurrió el día 16. Me puse mi mejor traje. En las convocatorias de los Actos de Graduación incluía una frase más o menos como ésta: «Es conveniente acudir con el mejor atuendo, sea cual sea lo que cada uno considere el mejor atuendo». Invité a mi familia (era mi primer homenaje) y a mis amigos más cercanos. El director de la Escuela me entregó una hermosa placa; el Rector me concedió la insignia de oro de la UPCT (nunca pensé que podría tenerla) y los alumnos me hicieron el mejor regalo que pueden hacer: su aprecio espontáneo y lleno de candor. Y a continuación se me dieron 7 minutos que fueron 12 después de anunciar yo que serían 9. Y esto dije.

Despedida de la Escuela

Buenas tardes

Señor Rector, Sr. Director General, Sr Director de la ETSAE, queridos e Ilustres miembros de la Mesa, Padrinos y excelentes profesores (Marcos Ros y Javier Domínguez), profesores, estudiantes y desde luego familias que hoy venís a vivir esta ceremonia que demuestra que mereció la pena el esfuerzo. A menudo en los actos de graduación comenté que esperaba y espero que esta tarde a nadie le pase lo que a los padres de Joanne Rowling que presionaron tanto a su hija para que estudiara una carrera práctica que ella, interesada por la literatura, les ocultó sus estudios hasta el día de la graduación. Día en que se enteraron.

Se dice que el agradecimiento es la memoria del corazón. Así está mi corazón, pleno de agradecimiento y abrumado por el orgullo de que los alumnos estén en el origen de esta agradable sorpresa, junto con mi Escuela con la Dirección al frente. Gracias también a mis queridos compañeros profesores por su apoyo estos años y os ruego que me los prestéis este rato para que pueda fingir que están aquí por mí, cuando, en realidad están por vosotros. También permitidme mencionar a mi familia y amigos soporte de todo lo que haya podido hacer aquí estos años: con todo mi amor a mi querida esposa Asunción y mis hijos, Carlos y Valentina y a mi querido yerno Moisés; así como al selecto grupo de amigas presentes (Teresa, Karina y Asun) y la expresión máxima de la lealtad y la amistad Loli Solano y Rafa Cremades. Y ello mientras me esfuerzo en que no se me quiebre la voz como ocurre cuando uno habla de los suyos.

Justificación de estar aquí esta tarde 

La justificación es este reconocimiento público que no calificaré de merecido o inmerecido para no darle la razón ni a Alfonso XIII ni a Unamuno que protagonizaron ésta anécdota, que era la preferida de nuestro anterior Rector, D. José Antonio Franco y que hoy es feliz padre de alumna graduada.

Cuando el Rey Alfonso XIII le otorgó a Miguel de Unamuno la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el escritor dijo: “-Majestad me honra recibir esta cruz que tanto merezco”. El Rey le contestó: “¡Es curioso! Los galardonados aseguran siempre que no se lo merecen”. Y D. Miguel remató. “– Señor, es que efectivamente no se lo merecían, al contrario que yo”

El resumen en números son 15 años, 3000 alumnos (todos los que ha querido aprobados con más o menos dificultad) y 4000 horas de clase, además de hacer cumbre profesional con la satisfacción de haber sido elegido para dirigir la ETS de Arquitectura y Edificación durante cuatro años en un momento natal.

Para el ser humano la vida es un continuo sin fin, pero para los individuos tiene principio y final. Es decir, nuestras vidas tiene la forma de un relato, de un cuento. El principio y final de ese relato puede ser impuesto por la necesidad, pero hay un gran placer en escribirlo uno mismo. Así he procedido yo. Vine a la universidad con 51 años voluntariamente y la dejo con 66 cumplidos hace una semana aunque podía haber seguido hasta los 70. Tampoco he querido ser un director aferrado al cargo para evitar la monotonía institucional. Por  eso escogí voluntariamente el momento de dejar la dirección. Aquel en que la fundación de la Escuela terminaba en cierto modo y comenzaba todo el resto de su vida.

Así pues, nunca fui un joven profesor, pero quiero evitar ser un profesor viejo que se confunde de aula, balbucea diciendo taxonomía, fenolftaleína o procrastinación y olvida firmar las actas. He actuado con pasión en estos años, entregado sin condiciones a la causa, pero esperando reciprocidad. Lo que ha sucedido y con abundancia. Los estudiantes no podéis imaginar el poder curativo, salvífico que para los profesores tiene dar clases o mantener una tutoría. Cuántas veces entrando en fase depresiva al aula hemos salido en fase maníaca dispuestos a revolucionar la universidad y, por supuesto, a tomar otro café. El brebaje que tanto se ingiere en la Universidad como pretexto para los intercambios técnicos o afectivos en las relaciones profesionales, amistosas o incluso fraternales por el patio-jardín de la biblioteca en nuestro campus. Un patio por cierto que merece ser conservado como espacio de convivencia.

Un consejo no solicitado

No corréis peligro con él, pues en poco tiempo olvidaréis todo lo que os haya dicho. Aunque el mejor método de olvido es no tener nada que recordar. Es el método que seguía el alumno de este caso real.

En Salamanca un profesor se apiadó de un alumno que le pidió conocer de antemano el tema del examen oral inminente para aprenderlo y quedar bien delante de su padre que venía a escucharlo, aunque finalmente lo suspendiera porque no había estudiado nada en absoluto. El profesor le adelantó el tema para que se lo estudiara bien y el día del examen le dijo solemnemente “- Desarrolle el tema 17”. El alumno dijo en voz alta “- No me lo sé”. El profesor azorado le susurró: “- ¿Es que no era el 17?” Y el alumno le respondió también en susurros: “- Sí, pero es que no ha venido mi padre”.

Bueno, vamos al consejo con el que os he amenazado. No es la primera vez que lo digo, pero habréis advertido que en la jerga administrativa de la universidad dejáis de ser estudiantes y pasáis a llamaros egresados. Esta extraña palabra significa moverse hacia fuera al contrario que ingresar, que significa moverse hacia dentro, el cuadro se completa con la palabra regresar (moverse hacia atrás), y progresar (moverse hacia delante). Como veis hasta las palabras se unen para ser más claras y fuertes.

Pero más que aclarar lo que ya sabéis o podéis saber sólo con la herramienta de la curiosidad, lo que quiero es proponeros algo con una nueva familia de palabras: una visión nueva del significado de proyectar. Una familia de cuatro palabras que está constituida, como en el caso anterior, por dos parejas. La primera: inyectar (introducir, por ejemplo, un calmante en vena) y ejectar (extraer CDs). La segunda pareja es rejectar y la que es nuestra meta: proyectar. Lo que hacéis en la edificación y en la arquitectura.

Rejectar es salir de donde se entró. No está en el diccionario español pero sí en dispositvos electrónicos en su versión inglesa. Ese botón precisamente, el de REJECTAR, es el que yo acabo de apretar para jubilarme. He salido de la universidad con mis cosas y recuerdos.

Con la lógica usada, de proyectar podemos decir legítimamente que significa entrar en un espacio del que se había salido antes. ¿Qué espacio? El de lo imaginado del que se salió con gran perjuicio tras la infancia. Pero si habéis aceptado mi propuesta de que escribáis el relato de vuestra vida, en ese espacio imaginativo encontraréis los jóvenes tanto alumnos como profesores (aún estáis a tiempo) al inspirador de vuestro relato vital: los sueños. Los sueños son el motor del mundo, ¿por qué no de vuestras vidas? ¿Por qué no el de vuestro relato?

Ningún joven alumno o profesor debe dudar en apretar ese botón en el que dice PROYECTAR. Si no lo hace se condena a vivir una vida sin relato, sin tono, sin sueños en definitiva. Es decir, va a una pendiente por la que se deslizará al cinismo más corrosivo pudiendo decir con Quincy que se empieza cometiendo un crimen y se acaba siendo impuntual. Por el contrario, con vuestros sueños podréis decir con William Yeats (versión libre, muy libre):

Si tuviese yo las telas bordadas del cielo,
Las extendería bajo tus pies:
Pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños;
He extendido mis sueños bajo tus pies;
Pisa con suavidad pues nada más tengo..

 Epílogo: “Para casa abuelo” (dedicado a Olivia)

La palabra jubilación procede de júbilo y alegría (muy español). Los anglosajones se retiran, no se jubilan. Por eso, vuestra generosidad ha añadido a la jubilación profesional la sorpresa de una jubilación que viene del afecto. Si cada una de ellas se da al final de una vida, he vivido en la universidad dos vidas.

La primera vida es la percibida desde mi subjetividad en la que creo que he actuado como profesor sin escatimar esfuerzo y como director haciendo valer mi certeza de que nuestras limitaciones solamente se compensan cuando trabajamos juntos, como he demostrado que le ocurre a las palabras. Por eso mi puerta estaba siempre abierta.

La segunda vida, ahora lo veo claro, es la que he vivido en vosotros mismos estudiantes y compañeros de docencia.  Afianzado en esa otra vida os digo a todos que cuidéis la institución (UPCT-ETSAE) participando o colaborando en la gestión y hablando bien de ella, lo que habla bien de vosotros y la pone más cerca del top 100 de Shanghái;  a los profesores que hagáis docencia paciente y apasionada y a los alumnos que hagáis arquitectura bella y honrada edificando ciudades que hagan posible la expansión de la felicidad y la verdad que está al alcance de los seres humanos. Proyectad vuestro relato con el mundo como horizonte y el hogar como posada.

Termino. Compañeros profesores, gracias y hasta siempre. Contraviniendo el dicho, paso a mejor vida aunque con nostalgia. Y, alumnos, si de alguna manera he sido hoy vuestro padrino de honor yo también os nombro ahijados de honor y si mi última lección “proyectar soñando” (que no durmiendo) ha resultado algo confusa, el lunes aún tengo tutoría y horas de honor para vosotros. Adiós y gracias de corazón

Despedida del Departamento

Pensando que este era el único acto público me relajé y seguí con mi agenda de despedidas. En su cumplimiento había quedado con la directora del Departamento, Josefina, para tomar un café, junto a la secretaria Gemma el lunes 26. Sobre las diez baja Josefina y mantenemos una simpática conversación que quince minutos después empezó a tener trazas delirantes. Al poco recibe una llamada y me dice que Gemma está ya y que vamos a recogerla en su despacho. Así hacemos y al pasar por la puerta de Salón de Grados me empuja hacia su interior y me encuentro con una distribución de sus sillas como en los casinos de pueblo dispuesta en el perímetro para facilitar el baile y los emparejamientos que garantizaban la supervivencia de la villa. Pero, además, estaban una treinta caras conocidas y apreciadas: Josefina, Gemma, Marcos, Jose, María, Juanjo, Vicente, Gabriel, Marcos (otra vez), Fernando, Macarena, Antonio, Javier y Toribio, Eva, Maricarmen, Carlos, Manolo, Eusebio, Damián, Julián, Pedro Enrique, Juan, Javier, José María, Carlos (otra vez), David y Pepe. Eran mis compañeros de Departamento y gestión alineados en el perímetro. Mi primer impulso fue ponerme con ellos y esperar a ver que iba a pasar allí. Pero una imagen en la pantalla con todas mis arrugas me dió la pista. Sin mediar palabra me puse a dar manos y abrazos mientras mascullaba para su diversión mi sorpresa. Así pasé de mi primer homenaje a primera fiesta sorpresa. En la pantalla pasaban fotos que nunca había visto, donde se presentaban muchos de los acontecimientos que han llenado fecundamente quince años en la universidad. Un café, un regalo que ya está en el más visible lugar de mi casa y un intercambio de palabras afectuosas me inspiraron el correo que figura a continuación:

Queridas compañeras (personas todas):

Sirva este breve correo para despedirme de vosotros y de la condición de profesor que he ejercido los últimos quince años. He sido profesional y personalmente feliz estos años universitarios y no hay ningún episodio incómodo que merezca ser recordado. Me habéis hecho el honor de disfrutar de vuestro afecto quince años y un día: el del pasado lunes con un homenaje inesperado para mí por ser mi primera jubilación, pero que me hizo saber definitivamente dónde y con quién he estado estos años.  Además me queda la huella del esfuerzo de progreso personal que supone esta sagrada misión de conseguir que algunos estudiantes aprendan algo a partir de mis limitaciones. Desde esas limitaciones y consumiendo parte del crédito que vuestro afecto me ha proporcionado, me atrevo a dar un consejo no solicitado y que propicia mi nueva condición de “jarrón chino”: para que una institución mantenga su frescura y utilidad social, además de una atmósfera humanamente respirable, es fundamental que los actos de los demás tengan la oportunidad de ser interpretados en su mejor sentido. Para ello nada como poner el cortafuego del diálogo directo a la menor sospecha de que algo no va bien. Buena suerte de corazón. Un fuerte abrazo y hasta siempre.

Viernes, 30 de septiembre de 2016

Despedida de la Universidad

Bueno, todavía estábamos en el día 26, me quedaban 4 días para seguir con mi agenda más allá del Departamento, pues había personas con las que habían mantenido afectuosas relaciones profesionales de las que quería despedirme. Todos ellos (los de ésta última semana) exhibieron una elevadas dotes de discreción pues estaban ya en el secreto de lo que habría de ocurrir el viernes 30. Un día para el que el programa era despedirme con una comida con mis fellows Marcos y José. Mis queridos amigos y compañeros de tertulia, comida, desayuno, asignaturas y «problemas» informáticos. Pensando en los últimos momentos de mi condición de profesor universitario en activo, no estuve alerta para advertir los signos de algo se preparaba porque soy sincero diciendo que no creía merecer lo que vino después. Conducido de trola en trola llegué hasta la terraza del fabuloso Auditorio del Batel y ví la cara de José Luis Muñoz y, mira que listo, caí en la cuenta. Después ya todo fue el goce de la amistad con todos y cada uno de lo presentes, incluido estudiantes que misteriosamente aceptaron formar parte de la cariñosa encerrona (Gracias Paco, Juan Carlos y Encarna). Un grupo fantásticamente heterogéneo que incluía a Miguel, Diego, Mari Carmen, Vicente, Pepe, Gabriel, Amanda, Alejandro, Beatriz, Mariano, Juanjo, José Luis, Javier, María Pura, Juan Antonio, Mathieu, Merche, Mercedes, David, Chiti, Pedro Enrique, Donatella, Mari Carmen, José y Marcos.

Después de una amable comida aún quedaba un prueba más de las molestias que los promotores del asunto se habían tomado: un vídeo de una factura profesional lleno de afecto y humor con inesperados actores (no termina uno de conocer a los actores nunca). Una bella pluma de recuerdo y el símbolo de los pacíficos materializando el que, al parecer, era mi sobrenombre en la Escuela además de una foto en la terraza con todos los presentes. Como algunos de los que habían participado en el vídeo no estaban en la comida (María, Daniel, Manuel, Javier, Félix y José Antonio) sometiéndose a mis palabras de agradecimiento, les envié este texto:

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Remato diciendo que lo merezca o no (eso es ya irrelevante) he disfrutado del afecto químicamente puro y he sobrevivido. Lo tomaré como signo de que algo habré hecho bien estos años en aquello que es verdaderamente importante.

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