Diez días después


Este texto fue escrito diez días después del accidente del Talgo de Chinchilla que le costó la vida a 19 personas el día 3 de junio de 2003.

El asiento X es el más apreciado entre los pasajeros habituales de los coches de preferente. No siempre se consigue, pero hoy sobran cuatro en el coche en el que viajo. Hoy sólo viajan los habituales porque sólo hay viajeros en los asientos X. Son los viajeros que estuvimos en la lista secreta de ilesos en el accidente del pasado día 3. Son los viajeros que no estaban en su sitio a la cita con la tragedia por el azar de las citas madrileñas. A esta hora de la mañana (las seis y media) el coche siempre va en silencio porque todos queremos completar el sueño truncado por el despertador, pero el silencio de hoy está lleno de significado porque nadie duerme. El coche no es nuevo pero es distinto. Su tapicería es verde. Quizá debería haber sido negra unos días. El asiento X tiene una ventaja y una desventaja. La ventaja es que puedes trabajar o leer en una frágil soledad entre otros. La desventaja es que vas sólo y todo se hace mejor en compañía, especialmente lo excepcional. Y como ya sabemos lo excepcional está esperándonos detrás de lo cotidiano. “No ha sido usted” pienso mientras miro al interventor que me mutila el billete. Dentro de un mes sabré por eliminación quién fue. “Vamos solos” le digo. Me mira triste y no dice nada. Amanece diez días después mientras suena el traqueteo de vía antigua. Cruzamos puentes vetustos, túneles estrechos y el verde de la vega alta. También traquetea la parte menos científica de mi alma, la supersticiosa. Imagina que protagoniza tragedias. Porque la otra parte sabe que ahora habrá más atención que nunca. Sí, pero el camino habrá envejecido diez días, responde mi parte antigua. El tren pita, ¿será para que se aparte un mercancías?, ¿será para animarse?, ¿será para animarnos?. He tomado tantas veces este tren (¿300 veces?) que ya se que nunca me tocará la lotería, ni la blanca ni la negra. Conozco tan bien estos pasillos que puedo imaginar (¿recordar?) lo que pasó. Ilusiones de los jóvenes, proyectos de los mayores, aventuras de todos, inicios y finales hechos un montón. Y todo por empeñarse en mantener la velocidad de sus cuerpos por llegar antes a casa mientras el tren se paró para siempre. Este escrito melancólico se escribe pensando en Víctor Villegas (al que no conocí, pero que gestionaba nuestro placer musical), a Juan Guillamón (al que sí conozco y espero conocer más) y a todos los demás (hombres y mujeres) compañeros de amistad al tren que con más o menos fortuna dejaban confiados Albacete a las 21:40 de un martes de junio.

 

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