Hasta que Einstein puso límites físicos, el concepto de infinito era aceptado como sustantivo incluso más allá de las matemáticas. Antes, el universo podía ser infinito, el reposo absoluto y los viajes rectilíneos. Pero desde entonces sabemos que el universo está contenido por la gravedad aunque se expanda por la materia oscura. Algo así como el cuerpo humano que se mantiene en los límites de su piel aunque pueda engordar por exceso de grasa. En cuanto al reposo, qué duda cabe que no es otra cosa que el espejismo a que induce el movimiento compartido. Por eso, una masa de individuos puede creer que se mantiene en sus creencias siempre que la deriva hacia la demencia política, por ejemplo, se lleve a cabo por todo su grupo de correligionarios. Y qué decir de los viajes rectilíneos; la existencia de cuerpo por doquier lo hacen metafísicamente imposibles, pues la distribución uniforme de masas curva el espacio-tiempo de tal modo que si escapamos de caer por la pendiente de un sol caeremos por la pendiente de una galaxia. Por eso, las sondas necesitan el esfuerzo de sus cohetes para saltar de unas órbitas a otras para sus hiperbólicos viajes. Por eso, en cuestiones ideológicas la gravedad creciente de las masas programáticas atrapan nuestro curso hacia nuevas órbitas cognitivas requiriéndose un gran esfuerzo para escapar de ellas. No es posible una quimérica independencia de sus efectos sobre nosotros.
En el año 2016 en Estados Unidos ocurrió uno de esos fenómenos “cósmicos” que dejan huella por su magnitud más que por su valor. Millones de personas repitieron el acontecimiento de abandonarse al atractivo de lo chabacano, de lo directo, de lo contundente, que es la forma más potente de destrucción de las estructuras civilizadas. Y le dieron el poder al representante más genuino de estas “cualidades”. Es falso que el atractivo de Donald Trump sean sus promesas de atención económica a masas desfavorecidas por esta o aquella razón. Su atractivo es más vicioso, tiene que ver con la promesa lenitiva de ser un líder que no duda, que no exige el esfuerzo de sostener la propia vida, sino de dejarse guiar irreflexivamente en la misma órbita. En 2020 ha aumentado en ocho millones de votantes porque, en el ejercicio del poder, ha aumentado en muchas toneladas su masa “gravitatoria” a base de arbitrariedad, autoritarismo y zafiedad atrayendo con sus formas a millones de incautas partículas que orbitan su gigantismo populista; masas que jalean su desafío a las fuentes ficticias de su desgracia. Y todo ello, desmintiendo la ideología oficial libertaria de que cada palo aguante su vela. Estas masas no quieren ser libres, quieren atarse al fálico palo mayor de un desvergonzado y triunfante acosador. Obviamente no faltan oportunistas que deambulan por estas órbitas por mero interés económico, pero son numéricamente irrelevantes. Trump ha arrasado al tiempo que perdía la presidencia porque es una promesa de euforia personal, maligna, ebria, pero redentora.