Un partido político se denomina así porque elige unas ideas pretendidamente coherentes entre todo el espectro de ideas a su disposición en una determibada época de fundacional. Escoge una parte del menú intelectual para la gobernanza. Pero paradójicamente un partido no soporta la partición sin grave crisis. El PSOE está viviendo esta descorazonadora experiencia estos días porque ha adoptado la peor de las posturas posible en la coyuntura: la rigidez. La disciplina frente a la flexibilidad. Cuando hasta el ejército está cambiando de forma dramática algunos de sus costumbres mejor cimentadas en su concepción de los militar, el PSOE busca una abstención en bloque de todo su grupo parlamentario forzando su estructura hasta el límite de la resistencia de sus materiales. Aprovechando el símil hay que decir que un partido no tiene ductilidad. Se rompe si se traspasa su límite elástico. El problema es que se ha complicado la vida estableciendo un límite elástico por debajo de las tensiones previsibles ante la decisión de favorecer la investidura de un presidente completamente desacreditado por la propia acción orgánica del partido en los últimos cinco años. La pretensión de actuar en bloque no tiene más explicación que en la dificultad de encontrar la docena larga de diputados dispuestos a inmolarse por abstenerse «técnicamente». La única salida es una rápida aceptación de la gravedad de mantener la pretensión de unanimidad y permitir sin sanción la rebelión. Sugiero que se haga una lectura laxa del acuerdo del domingo 23 de octubre. ¡Este octubre negro del PSOE…!