Es un tópico de nuestros días la queja de que ya no hay líderes como los de antes. Yo tengo mis dudas pues creo que el liderazgo surge de una mezcla adecuada de persona y circunstancias y, hoy en día, las circunstancias aún no son generadoras de líderes que puedan pasar a la historia. Es decir, en tiempos fofos, enervados (sin tensión) no hacen falta líderes fuertes, pues el ambiente el tipo de carácter que se requiere no es para la lucha, sino para evitar que se den las condiciones para los tiempos duros, nervados (con tensión), tiempos en los que, paradójicamente, surgen líderes capaces de hacer frente a los problemas porque la alternativa es la destrucción del grupo liderado. Naturalmente es inevitable que los liderazgos, tanto de los tiempos fofos o enervados como de los duros o nervados sean tanto simbólicos como diabólicos. Quiero decir, acercándome a los sentidos originales de las palabras, que surgen líderes que unen (simbólicos) o que separan (diabólicos). Pongamos ejemplos:
TIEMPOS FOFOS
- Simbólicos: Obama, Mujica
- Diabólicos: Trump, Putin
TIEMPOS DUROS
- Simbólicos: Churchill, Mandela
- Diabólicos: Hitler, Pinochet
Los líderes simbólicos (buenos, que unen), en los tiempos fofos, son aquellos que no practican ni consienten la corrupción, controlan la deuda externa y distribuyen la riqueza evitando las condiciones para que el país que administran se vea envuelto en crisis internas o externas. En los tiempos duros son capaces de movilizar las energías sociales para olvidar los caprichos de las épocas buenas y trabajar para la recuperación material y moral del país. También son capaces de depurar los errores del pasado sin dejar de castigar con moderación a los principales responsables de la situación del país.
Los líderes diabólicos (malos, generadores de división), en los tiempos fofos, son aquellos que o se ensucian en corrupción, la permiten en su entorno o resuelven los problemas sociales endeudando al país, en vez de repartiendo mejor la riqueza. De esta forma crean las condiciones para los tiempos duros en los que los líderes diabólicos optarán siempre por soluciones policiales o bélicas para los problemas y tratarán de esconder sus crímenes para no rendir cuentas.
Con esta taxonomía del liderazgo se puede decir que nuestros líderes actuales no son peores que los que fueron en el pasado, siempre que los comparemos con su clase y tiempo. Es decir, no tiene sentido comparar a Rajoy con Churchill, ni a Zapatero con Mandela, pues pertenecen a dimensiones paralelas que no se tocan. Nuestros líderes actuales son simbólicos y no están estimulados por el tiempo duro. Es más, tenemos la suerte de no haber sufrido líderes diabólico del tiempo fofo, hasta que el descuido en el control de los parámetros claves ha llevado a que resulten atractivos para algunos, como sucede con Trump o Putin, que nos pueden lanzar hacia los tiempos duros. Nuestros líderes actuales no nos gustan porque, según nuestras tendencias tenemos siempre como referencia a los líderes de los tiempos duros ya sean simbólicos o diabólicos. Los líderes de los tiempos duros cuando son tiempos fofos, no pasan el filtro del poder, unos, los simbólicos porque son vencidos por otros más astutos y mediocres, además de que no les resulta atractiva la administración ordinaria y otros, los diabólicos, porque rezuman peligro. El riesgo potencial de los simbólicos en tiempos fofos es que no perciban los peligros de la desidia porque todo parece ir bien, y el peligro de los diabólicos, en ese mismo tiempo, es que aceleran la llegada de los tiempos duros con sus disparatadas decisiones y connivencias. En tiempos duros, cambian los criterios y donde antes no tenía cabida un líder decidido es ahora reclamado, aunque, si los errores cometidos en tiempos fofos son muy graves, la ira popular puede llegar a reclamar líderes diabólicos con las terribles consecuencias conocidas.
En fin, que cada tiempo tiene su líder bueno y malo, por lo que tenemos que afinar nuestro criterio para elegirlos en según qué circunstancias. Por supuesto que lo ideal es elegir siempre líderes simbólicos que, tanto si son de izquierdas como de derechas, sepan alternar las políticas, sin descuidar las fracturas sociales en la creencia de que puede disfrutar del poder porque las cosas van solas. Pues no, no van solas, tras la apariencia hay pequeños diablos que se aprovechan de la prosperidad para crear las condiciones del futuro desastre. No se puede bajar la guardia.
¿Y qué tiene que ver el mago de Oz con todo esto?, pues con el hecho de que, en nuestra confusión con el liderazgo, además de confundir el tipo y el tiempo, no tenemos en cuenta que vivimos una época en la que ningún líder, con la excepción, quizá de los diabólicos de tiempos duros, pueda eludir ser objeto de un profundo escrutinio. Transparencia que no se daba en el pasado. Esta circunstancia complica el juicio que emitimos porque en el pasado un halo de misterio y omnipotencia rodeaba a los líderes presentándolos como mejores de lo que realmente eran. Entre la imposibilidad de penetrar sus vidas y los secretos de estado, una espesa capa de ignorancia favorecía una imagen idealizada. Hoy en día, por el contrario, el escrutinio es casi total, incluso cuando el líder niega esto o aquello no se le cree, porque su conducta y sus contradicciones sirven de referencia poderosa que anula cualquier pretensión de falsa inocencia.
El mago de Oz era una persona normal que dirigía un reino desde el interior de una terrorífica cabeza flotante rodeada de fuego y humo. Esta apariencia era la fuente de su poder, pero detrás no había nada que lo justificara. El caso es que, una vez que nuestra época no ha dejado Mago de Oz «con cabeza» y todos los tipos de líderes simbólicos son considerados personas normales, no podemos despreciarlos pues no tenemos otra cosa. Al contrario, se les debe dar atributos institucionales y, al tiempo. resistirnos a sus desvaríos con una vigilancia continua de su desempeño. Esto es necesario con todos, tanto con los líderes simbólicos de los tiempos fofos, que deben ser vigilados para que no nos deslicen por la pendiente hacia los tiempos duros y, también, a los líderes simbólicos de los tiempos duros para que a hombros de su éxito, si es el caso, no tenga tendencia a mutarse en diabólicos, es decir arbitrarios y autoritarios. En el caso de los diabólicos de los tiempos duros, la primera receta es evitar que se hagan con el poder manteniendo en la memoria que, en el pasado, sus soluciones empeoraron las cosas y trajeron mucho sufrimiento. Y la segunda receta es, una vez que se han hecho con el poder, combatirlos con fiereza.
Para actuar con esta inteligencia necesitamos que nuestros espantapájaros tengan cerebro, para eso la educación; que nuestros hombres de hojalata tengan corazón, de ahí las políticas económicas solidarias y que nuestros leones cobardes, la mayoría de nosotros, tengamos el coraje de estar a la altura que los tiempos reclamen. Sólo así tendremos el hogar que Dorothy descubre cómo el mejor lugar al final del cuento.