El COAMU (Colegio Oficial de Arquitectos de Murcia) inició el año pasado con la colaboración como comisarios de Los arquitectos José María López y Edith Aroca lo que, con la exposición que se comenta en este artículo, parece ser ya una serie de presentaciones de la obra de un arquitecto que haya contribuido con su obra a hacer ciudad y Región en los últimos cincuenta años. En esta ocasión la exposición ha contado con la incorporación al equipo de comisarios del arquitecto Fernando Miguel García. Todos ellos profesores de la ETSAE de la Universidad Politécnica de Cartagena. La exposición es un alarde de elegancia cuerda en el uso de lo escasos recursos disponibles. La obra expuesta es la del Arquitecto Fernando Garrido Rodríguez.
Como observador de la arquitectura en sus aspectos corporativos, sociales y propiamente arquitectónicos acudí a la inauguración de la exposición y me fui con la auto promesa de volver en una de esas horas del día en que las obligaciones de los demás permiten a un flaneur disfrutarla con comodidad. En esta segunda visita pude confirmar el bien que este tipo de iniciativas le pueden hacer a una ciudad instalada, en general, en la amnesia sobre la autoría de la arquitectura que constituye los espacios en los que vive, trabaja y muere.
Nadie debe esperar una crítica arquitectónica pues ya lo han hecho los expertos con mejores trazas (intersección de dos planos). En realidad este es el punto de vista de un ciudadano interesado precisamente en el marco que la Arquitectura dispone para que desarrollemos nuestras vidas. Empecemos:
La ciudad de Murcia no tiene bien resueltas sus entradas. Nadie piensa en el arco de Marbella, pero si las circunstancias permiten al visitante encontrarse con un objeto arquitectónico relevante, fresco y estimulante como portada de la muralla pues mejor. Esta parece que era la intención del Garrido con su no construída Estación de Autobuses, pues, por lo que nos dice María Pura Moreno «Su emplazamiento inmediato a la plaza circular… y su comunicación directa con la red de circulación directa con la red de circunvalación, hacían adecuado el lugar elegido para centralizar el tránsito de los autobuses procedentes del resto de municipios… con un proyecto de arquitectura moderna que hiciera de puerta de la ciudad»

Stirling decía que un edificio debe tener al menos «dos buenas ideas» y Oiza (nos dice Vicente Martínez Gadea) que sólo cuando se extirpa la primera idea fluye el proyecto. Pues bien, de Garrido se alaba el valor de expandir su intuición y poner lo demás a su servicio. Con la ventaja de que su idea germinal llevaba en su interior ya la funcionalidad esperada por el cliente porque no se conoce conflicto grave de este derecho con aquella libertad. Libertad que ejerció plena en su icónica obra en Santiago de La Ribera. En palabras de Rafael García «su geometría es triangular porque el arquitecto sabe que es forma geométrica pregnante, llamativa ideal para atraer la mirada y la atención» un casco desafiante corta la espuma que forman los usuarios desplegados por la espléndida terraza. No falta en el casco un óculo kahniano ovalado que pone a prueba el acuerdo de la curva y la carpintería rectilínea. Un desafío que abordó también en el huertano edificio en la ribera del ex-río Segura. Un edificio situado en el lugar adecuado para que este desafío muestre con franqueza la dificultad del reto en una ciudad donde de Bort para acá hay pocos ejemplos de uso de las curvas en este terreno fronterizo que es el hueco.

Probablemente fue su visita a Brasilia la que le hizo atreverse a ser atrevido. El valor de Niemeyer en el diseño de toda una ciudad y sus edificios seguramente le dió que pensar en el viaje de vuelta. Pero, claro, no todos las carreras profesionales encuentran un Estado como cliente, pero de las palabras que dijo en la presentación de la exposición me queda el eco de aquellas en la que dice que «cuando un arquitecto encuentra su estilo ya no tiene que pelear con el cliente porque éste le busca, precisamente, para que sea fiel a sí mismo». Su obra buscaba las soluciones en la atmósfera formal de la época huyendo de instalarse en la reproducción de los modelos que la tradición le ofrecía. Así es como, precisamente, se contribuye a que una ciudad se sitúe en el mundo. Si la obra que lo proyectó, en la frontera de la arquitectura orgánica y estructuralista en Palabras de José Francisco García, fue la Escuela de Artes y Oficios de Algeciras, para nuestra ciudad fue La actual Escuela de Arte la que materializó esta apuesta del arquitecto. No habrá otra rotonda en Murcia más noble que la que acoge este edificio frente a la plasticidad de la educación y la rigidez de la seguridad. Rotonda en contraste con las del crecimiento burbujeante en nuestra ciudad que muestran las limitaciones de hacer de lo artesanal una industria especulativa.


Nadie se libra de su época que, como una piel, protege, pero, también, expone. El chalet de Agustín Cotorruelo del que habla de soslayo Miguel Ángel Mesa del Castillo es el mayor peaje de Garrido a la época en la que madura como arquitecto. El edificio se muestra como una jaima más grande que grandiosa en armonía con las dunas del lugar para epatar a los amigos del burgués. Mesa del Castillo muestra su escándalo por la inundación de vulgaridad constructiva que, en este extraordinario lugar que es La Manga del Mar Menor, ha precedido simbólicamente a la anunciada inundación con que el cambio climático amenaza.

Sin embargo, José Manuel Chacón salva el edificio realizado para el Banco Popular en medio de la tormenta de su ira por la ocasión perdida en la Manga porque, Garrido sin traicionar la decisión tomada en el viaje imaginario de vuelta de Brasilia, parece haberlo pensado para volver la espalda con su forma a los edificios vecinos como reprochándoles su contribución a la vulgaridad que Mesa del Castillo identifica.
José Amorós defiende el atrevimiento de la inclusión del edificio del Banco Popular de Cartagena en un entorno con formas tan familiares a una ciudad orgullosa de su pasado arquitectónico, pero con dificultad en algunos sectores influyentes para aceptar las novedades de lo que mañana será también pasado.
La iglesia como comitente estaba siendo influida por las rupturas del Vaticano II y necesitaba espacios metafísicos para el nuevo estilo postconciliar y comunal que estrenaba sin el latín y con guitarra en mano. La arquitectura religiosa de Garrido dió satisfacción cumplida a esta nueva forma de expresión religiosa.
Quizá los aspectos más controvertidos de la trayectoria profesional de Garrido los pone sobre las mesas de la exposición Felipe Iracheta. Son un ejemplo más de las contradicciones en las que la Arquitectura queda atrapada en la vida real, como la historia muestra de París a Barcelona. Y la vida real de esa época, en una ciudad esquinada en el mapa, era la de la violación de las normas urbanísticas cuando las instituciones estaban plegadas a los intereses de los poderosos locales, que normalmente eran debiluchos nacionales. Hay que decir que esa influencia que se atribuye al arquitecto no lo llevó a proyectar edificios grises, camaleónicos que se confundieran con su entorno para no molestar a la sociedad murciana más conservadora, la que hace saber su malestar en el Camarín en la Catedral o en la plaza Belluga. Al contrario provocó en viviendas, torres, colegios e Iglesias hasta modelar la opinión.
La arquitectura de Fernando Garrido cumplió su misión de hacer contemporánea la arquitectura de la ciudad evitando algunas clamorosas anacronías del pasado. Hizo la arquitectura que tocaba permitiendo que la ciudad tenga su reloj referencial en hora. Cuando el tiempo borra las circunstancias concretas, esa actitud profesional cobra el valor que merece. Por eso es de tanto interés el que su propios compañeros lo reconozcan a tiempo dando a su trabajo el brillo que sólo las cosas adquieren cuando se hace un alto y se mira con atención e intención lo realizado. Un trabajo cuyo juicio, en el caso de la Arquitectura, está muchas veces encadenado por una masa densa y pegajosa de prejuicios.