Esto no es un tweet dirigido a Axel Kaiser, sino una discusión a una sola voz a partir de su libro La Tiranía de la Igualdad. Un texto largo que no he podido evitar afrontar por lo inspirador de su argumentación. Con él contribuyo a la lucha en el terreno de las ideas que propone al final de su libro.
Axel Kaiser Barents Von Hohenhagen
Director Ejecutivo de la Fundación para el Progreso. Abogado. Doktor der Philosophie por la Universidad de Heidelberg (Alemania). Columnista de los diarios Financiero y El Mercurio. Autor de «El Chile que viene» (2007), “La fatal ignorancia” (2009), “La miseria del intervencionismo” (2012) y “La Tiranía de la Igualdad» (2015),»El Engaño Populista» (2016), «El Papa y el capitalismo» (2018).
Escuchándole he comprobado que su actitud es ideológicamente pacífica. Su trabajo consiste en escribir y propagar las ideas del liberalismo clásico, porque cree que es bueno. Un sistema que, como es conocido, pone la fe en el mercado y cree que el estado debe tener el tamaño mínimo, evitando convertirse en protector benevolente de todas las necesidades y, por tanto, en un extractor de rentas por medio de impuestos asfixiantes. Sus referencias intelectuales son la escuela austríaca de economía desde Von Mises a Friedrich Hayek, pasando por Friedman y otros economistas de la escuela de Chicago. Su función es extender la idea de que el rico no debe padecer moralmente por su riqueza porque el capitalismo, con todos sus agentes tratando de conseguir la mayor porción de renta posible, es el mejor sistema para erradicar la pobreza, pues motiva a todos para producir en un afán diario por mejorar. Axel lo hace con eficacia porque puede dar respuesta en varios planos, aunque no tenga ni el aire de un docto académico, ni su lenguaje sea agresivo, lo que lo hace más atractivo para los que le escuchan. Y digo los que le escuchan, porque su trabajo fundamental es la difusión de ideas liberales y lo hace no sólo publicando libros, sino mediante conferencias que se difunden por Internet.
La fundación de la que es director ejecutivo está presidida e impulsada por el empresario chileno Nicolás Ibáñez. Siendo chileno menciona el progreso de su país desde los años setenta con orgullo, incluso mostrando el consenso sobre el carácter pionero de Chile a la hora de implantar el nuevo liberalismo. Un avance chileno a manos de los llamados «chicago boys», aunque su posición pública con la dictadura sangrienta que lo hizo posible es ambigua . Un ambigüedad derivada, probablemente, del agradecimiento por el doble favor realizado por Pinochet al liberalismo: destruir físicamente al socialismo chileno y abrir las puertas al experimento de las doctrinas de la Escuela de Chicago inspirada en Hayek e impulsada por Friedman. Una ambigüedad que mancha la condición de liberales en la medida que este «término» en Europa fue bandera de la lucha burguesa contra el Antiguo Régimen y en Estados Unidos va asociada a las libertades civiles. ¿Corren por las venas del liberalismo moderno «gotas de sangre jacobina», como diría Machado? Ahora en España, por ejemplo, se dicen liberales partidos que simultáneamente se reconocen como conservadores (contrarios al liberalismo social) o partidos que tienen los rasgos de, paradójicamente, el llamado iliberalismo político con rasgos imperialistas (aunque sea de pacotilla) y xenófobos. ¿Será que olfatean en el liberalismo económico rasgos iliberales tras su éxito chileno o el monstruo chinesco? Quizá se trate de una tentación táctica para que, tras la tormenta autoritaria, emerjan todas las libertades, pero es, en todo caso, un juego peligroso. ¿El liberalismo que defiende Axel es sólo económico o es también cultural y político? Personalmente considero que las únicas islas de libertad humana (la que podemos disfrutar) se han dado en regímenes políticos que podemos llamar a boca llena liberales a pesar de todas las dificultades. En estos países se han refugiado tradicionalmente las víctimas físicas o intelectuales de los regímenes totalitarios del siglo XX.
Quizá Axel piense que la libertad económica trae todas las demás, pero hoy tenemos demasiados contraejemplos (Rusia, Hungría, China) de que esa idea puede quebrar. Cierto es que no hay tradición en esos países de otra cosa que satrapía, pero parecen haber advertido que su sentido patrimonial del Estado es favorecido por una economía sin trabas. Ya veremos. Por otra parte, estoy suficientemente alejado de torpes y groseros experimentos como el cubano, venezolano u orteguiano para no tomarme ninguna molestia en defenderme de cualquier acusación al respecto. Lo que discuto en este artículo son los rasgos de inhumanidad que despiden algunas de sus argumentos mostrando, no ya falta de misericordia (pues eso es una cuestión para religiosos), sino falta de inteligencia a la hora de valorar al ser humano en toda su complejidad. Y este conocimiento es necesario si se quiere una sociedad civil pacífica y equilibrada, porque para imponer las propias ideas por la fuerza o parasitar la fuerza para propio beneficio no se necesitan argumentos. También hay que decir que el liberalismo económico en una dictadura tiene que tener éxito seguro, porque nada estorba a sus recetas. Por eso China no quiere democracia aunque ha aprendido a amar a la economía de mercado, constituyendo así, quizá, el contraargumento más poderoso sobre la pretendida alianza entre economía de mercado y democracia. Una alianza con ejemplos históricos extraordinarios como los de el Reino Unido y Estados Unidos que, desgraciadamente, no es metafísica, sino contingente. Es decir, que el liberalismo, una vez pasadas las etapas históricas en las que, vencido el Antiguo Régimen, gobernó durante casi un siglo, debe, ahora, aprender a convivir con la nueva conciencia surgida, quizá por sus abusos, quizá por las tendencias al delirio de la especie humana. Esto viene a cuento de que Axel reclama la tradición que comienza en Smith el inmaculado fundador, pero se asocia con veneros más sospechosos ideológicamente como los que representan Malthus, Townsend, Burke, Martineau, etc. Una tradición en la que se decían cosas como ésta:
«Las leyes, hay que reconocerlo, han dispuesto también que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de la ley encuentra numerosos obstáculos, violencia y alboroto; … (mientras que) el hambre no es sólo un medio de presión pacífico, silencioso e incesante, sino también el móvil más natural para la asiduidad al trabajo» .(Townsend, citado en La Gran Transformación de Karl Polanyi, pág. 211)
Por cierto, que la cita la tomo de un autor (Polanyi) que también celebró con anticipación ingenua el triunfo del socialismo y que consideraba que el nazismo fue el primero en aprovechar la supuesta derrota de liberalismo del siglo XIX, seguida con éxito por el régimen soviético recién instalado en Rusia. Una muestra de la candidez de algunos intelectuales que, como famosamente hizo Sartre, crean que el «hombre nuevo» surge en medio del dolor.
Parece claro que un discurso como el que presupone la cita de Townsend o su versión moderna no trae una sociedad pacífica y de ahí, quizá, la tentación liberal de imponer su frialdad antropológica por la fuerza, pero sin mancharse encabezando el mando de la correspondiente «Escuela de Mecánica de la Armada», esos lugares donde los peores instintos salen facilitados por la impunidad. Siempre en la esperanza de que pronto pueda recuperarse la democracia una vez «educado» el pueblo. Y esto es no una presunción mía. El propio Axel en una conferencia en la Fundación Juan de Mariana en 2015 presentó unas declaraciones de Hayek (A partir del minuto 28:51) sobre el caso chileno, en las que decía:
«Yo diría que como instituciones a largo plazo, estoy totalmente en contra de las dictaduras. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un periodo de transición. A veces es necesario tener, por un momento, una u otra forma de poder dictatorial«
Y añadía premonitoriamente (piensen en China) lo siguiente:
«… es posible para un dictador gobernar de manera liberal…«
¿Qué late aquí? el mismo espíritu de la «dictadura del proletariado» (periodo de «ajuste» hacia el comunismo). Es decir la ingenuidad de creer en un periodo «provisional» para crear al «hombre nuevo»: el comunista o el liberal. Late aquí también lo que llamo «síndrome del último vagón«: en un test se preguntaba si, dado que el último vagón es el responsable de la mayoría de los accidentes de los convoyes ferroviarios, ¿es una buena solución eliminar este vagón? Es evidente que los que, aún poseyendo una teoría plausible, quieren imponerla por la fuerza, padecen este síndrome. No saben que el ser humano, como ese último vagón, será sustituído por el siguiente en la cuerda que une perdurablemente, también misteriosamente, a las generaciones. También queda clara en esta cita que los liberales, cuando hablan de libertad, no hablan de otra libertad que la económica. El Chile de hoy es buena prueba con las muestras de ira de la gente.
Espero que los «liberales» modernos, y Axel con ellos, tengan paciencia y consigan moderar la versión pura de sus puntos de vista, para aliarse con aquellos «sociales» que repudian todas las tentaciones totalitarias y colectivistas, con raíces en el liberalismo político del siglo XIX, y que no renuncian a una sociedad en la que sea compatible la imbatible eficacia de la economía de mercado con la imbatible obligación de respeto por los seres humanos marginados por un uso automático del sistema económico. No digamos la obligación de no masacrar a un generación buscando la pureza de pensamiento. Si se acepta que los seres humanos seguirán tozudos en sus posiciones, parece más adecuado el pacto que el enfrentamiento. Habría que abandonar reproches mutuos de inmoralidad o injusticia; unos pensando en la injusticia de los impuestos y los otros por la injusticia de una desigualdad no justificada en los méritos «productivos» de los tenedores de la riqueza.
Las conferencias de Axel están construidas a favor del liberalismo usando el método de desmontar los argumentos de los que llama socialistas y derecha estatalista, fundamentalmente sobre la igualdad, el Estado y sus acciones distributivas.
Sus argumentos, que no son despreciables en absoluto, pueden producir un shock, si quien los escucha pertenece a esa parte de la humanidad que se pueda sentir compasiva sin reflexión, en contraste con esa otra mitad que se pueda sentir despiadada reflexivamente. En efecto, tal parece que, al margen de la situación económica de cada uno, los seres humanos no situamos desde el nacimiento en uno de los siguientes dos grupos:
- Grupo I.- Los que tienden a poner el énfasis en la igualdad social , rechazando una libertad que no vaya acompañada de los recursos que permitan ejercerla. Este grupo está formado por «idealistas» a despecho de su posición social, aunque abundan más entre las clases medias y bajas e, incluso, podamos hablar de idealistas ricos. Este grupo juzga a los sistema sociales por sus resultados a despecho de lo racional que puedan ser los métodos empleados, según la tesis de Thomas Sowell.
- Grupo T.- Los que tienden a poner el énfasis en la libertad, rechazando la igualdad como freno al desarrollo económico de la sociedad. Este grupo está formado por «realistas», posición que no va necesariamente ligada a su posición social, aunque, en general se da entre las clases altas y, sin embargo, podamos encontrar realistas entre los pobres. Este grupo juzga a los sistemas sociales por sus métodos a despecho de cuales sean sus resultados, como Sowell nos indica.
En términos políticos estas posiciones se enriqueces sociológicamente con las posiciones acuñadas como nacionalistas, conservadoras o progresistas en distintas materias (aborto, sexualidad, eutanasia…) configurando los grupos sociales en toda su complejidad. Se pueden dar todas las combinaciones sin perjuicio de que algunas sean más probables que otras. Estas variables no son consideradas en este artículo.
El asunto tiene muchos matices cuya estructura voy a tratar de resumir:
EN EL PLANO PSICOLÓGICO
El ser humano advierte la desigualdad existente en las dotes de sus congéneres y, ante ella, puede experimentar sentimientos positivos de admiración o compasión (según él esté situado respecto del otro), o bien negativos de envidia o repugnancia. Estos sentimientos pueden tener origen en diferencias materiales o espirituales. En el caso de las discusiones económicas se dan los cuatro sentimientos en los dos grupos definidos más arriba. En efecto se pueden dar idealistas que admiran o envidian a los que tienen más riqueza que ellos, pero también se pueden dar miembros del grupo realista que tengan compasión por los que tienen menos que ellos o que experimenten repugnancia hacia los pobres (aporofobia). Igualmente se puede dar entre los realistas los sentimientos de envidia o admiración hacia los que tienen más o menos que ellos. También es importante reseñar que hay temperamentos conformistas que, una vez superado un determinado umbral de satisfacción de necesidades no aspiran a más, ni nada más reclaman. Del mismo modo que hay quien sólo se encuentra bien en el juego comercial con sus rasgos de lucha sin cuartel.
EN EL PLANO SOCIOLÓGICO
Aceptada la existencia de los dos grupos definidos más arriba, está por dirimir si el caso de que se den más realistas entre los ricos se debe a su posición social o a que los realistas están más predispuestos a la luchar por los escasos puestos sociales asociados a la riqueza y el gusto por la competencia y sus avatares. Por otra parte, el que se den más idealistas entre las clases medias y bajas se puede explicar por reacción a su posición económica o porque su posición se deba a su tendencia a no competir, a dejarse guiar o al gusto por el estudio y el goce intelectual. Ni todo el mundo está dispuesto al juego económico, ni todo el mundo está dispuesto a una «aburrida» vida académica o profesional. Aunque hay que considerar aspectos como riqueza, pobreza, mérito, riesgo, ahorro, austeridad, pasividad, conformidad, rebeldía o diletantismo para explicar las posiciones de cada uno. También es importante tener en cuenta el hecho de que no hay sitio para todos en el emporio de la riqueza, pero sí hay mucho sitio en los puestos bajos; que no basta con el esfuerzo para tener éxito económico y que la satisfacción con la propia vida no depende siempre de la riqueza, una vez superado determinado umbral de ingresos relativos; como se puede comprobar viendo que hay ricos que viven vidas desgraciadas y mesones (clase media) que viven excelentemente.
EN EL PLANO ECONÓMICO – POLÍTICO
Me refiero aquí al tipo de instituciones que den respuesta a los retos que supone las complejidad de los procesos sociales. La principal de ellas es el Estado. Los idealistas suelen preferir un Estado protector que se ocupe fundamentalmente de dotar a todos de sanidad, educación y protección ante la incapacidad y de aquellas infraestructuras de uso común como vías de transporte, defensa o limpieza de ciudades. Los realistas suelen creer que todas esas necesidades pueden ser proporcionadas por las empresas privadas y el estado sólo debe ocuparse de que los contratos y la propiedad se respeten protegiéndolos de incumplimientos, expolios a ataques exteriores. De esta forma los impuestos se reducen al máximo para que toda la liquidez anime el juego de la competencia económica.
EN EL PLANO MORAL
Llamamos plano moral a aquel en el que hay una valoración del comportamiento de unos y otros con los consiguientes parabienes o reproches mutuos. Los idealistas suelen reprochar a los realistas ricos que son despiadados con los pobres pues prefieren pagar menos impuestos aunque sirvieran para proteger a los pobres, sin que este ahorro les sirva para otra cosa que para una inmoral vida frívola. También les reprochan que ante cualquier inquietud social reclaman al fascismo para que los proteja. Los realistas ricos suelen reprochar a los idealistas que sus pretensiones de igualdad son, en el mejor de los casos, un lastre para el crecimiento económico que traería prosperidad para todos, además de ser la antesala de regímenes oprobiosos porque tras los fracasos económicos llega la dictadura para simular los errores de las elites estatales parásitas. Los realistas defienden que la riqueza no es reprochable si ha sido ganada en buena lid comercial y los idealistas que la pobreza no es tolerable y que tiene origen en la riqueza de unos pocos.
Aclaro desde el principio que lo ejemplos negativos de la Unión Soviética y regímenes tan reprobables como Venezuela o Cuba y, no digamos, el acartonado e insoportable régimen norcoreano, que con sus políticas muestran los defectos estructurales de la pretensión de acabar con la desigualdad matando toda iniciativa, tienen el defecto adicional de que desvían la atención sobre el núcleo de la discusión e, incluso, de la naturaleza de los que discuten. Por eso, esta discusión a una sola voz, la quiero mantener, no entre socialistas con aroma añejo del centralismo férreo y la uniformización social de un pasado al que no se quiere regresar por oprobioso y criminal, sino entre quienes creen que la libertad de comercio y los sistemas sofisticados de financiación son el mejor medio conocido de producir riqueza y transformar las limitaciones que impone la naturaleza en un reto para una vida digna para todos los seres humanos.
DISCUSIÓN CON AXEL
(perdón por la confianza, pero es tan joven…).
En el pórtico del libro que comento se cita a Tocqueville:
«Hay en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad que lleva a los débiles a querer rebajar a los fuertes a su nivel y que conduce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en la libertad«
Utilizando ese esquema se puede decir (igualmente)»Hay en el corazón humano un gusto depravado por la codicia que lleva a los fuertes a querer rebajar a los débiles por debajo de su nivel y que conduce a algunos hombres a preferir la riqueza (propia) con libertad (exclusiva) junto con la pobreza (ajena) con servidumbre (común)«
La codicia y la envidia, dos «virtudes» humanas que se neutralizan: La primera, desde su negrura, impulsa a los individuos, siempre más allá y, la otra, desde su negrura, limita los resultados de la acción coordinada. ¿Qué tal si luchamos contra las dos al tiempo? La libertad y la igualdad también combaten: la primera, desde su luminosidad, permite que el ser humano llene sus pulmones de aire y, la segunda, nunca alcanzable, desde su luminosidad, atrae al ser humano a socavar la altanería aristocrática (los burgueses revelados contra el Antiguo Régimen gritaban las dos al mismo tiempo).
Hace falta una fenomenología de la codicia, la envidia, la libertad y la igualdad porque ahí nos la jugamos. Tan utópico es un mundo socialista como liberalista. Tenemos que encontrar un híbrido social-liberal o liberal-social, en el que no estén los «ismos» y que evite las aberraciones de sus núcleos teóricos y prácticos. El triunfo completo (imposible) de cualquiera de las dos opciones sería una calamidad que daría lugar a la gestación del siguiente movimiento del péndulo. Ni el liberalismo ni el socialismo conocen la naturaleza humana en toda su complejidad. Uno aspira a un mundo atomizado y el otro a un mundo bloqueado. Los dos buscan coartadas morales, pero se les escapan. Ninguno es racional salvo que se entienda por racionalidad obligar a aceptar un mundo violentado por sus respectivas ideologías. Ni el ser humano aspira a ser de hielo, ni a una ñoña solidaridad impostada. Los valores de libertad e igualdad deben compartir el espacio axiológico para alcanzar toda la libertad compatible con la solidaridad y tanta igualdad como permita la libertad. No existe la libertad ni la igualdad absolutas, pero ambas deben ser perseguidas evitando sus lados siniestros: la aporofobia y el totalitarismo.
EL LIBERALISMO COMO MALDICIÓN…
Este el título del primer capítulo del libro. Ese título sigue ironizando con la expresión «... el socialismo como salvación«. Pues ni uno ni otro. De ninguna de estas ideologías llegará la solución a los problemas de la humanidad, pues de esto se trata ¿no?
Comienza Axel tratando de minar el concepto de igualdad (con razón) por el equívoco que ve en hablar de ella cuando se quiere decir redistribución de riqueza y, más concretamente, de financiación del estado mediante impuestos para que corrija determinados desequilibrios producidos por el trajín del mercado. Rechaza el reproche moral por la riqueza y pone en duda que una sociedad completamente igualitaria sea más moral que la actual. Y se hace la pregunta clave:
«¿Es mejor éticamente una sociedad donde todos sean igualmente pobres a una sociedad donde todos sean desigualmente ricos y a nadie le falte nada?» «¿es superior una sociedad con mayor igualdad y menor calidad de vida que una con más desigualdad y mayor calidad de vida de la población?»
Si la respuesta es que se prefiere la igualdad de los pobres, se incurre en inmoralidad, sobre todo si cierta desigualdad es motor de riqueza. Antonio Escohotado ha contado muy bien, en su libro Los enemigos del comercio, el tapón que supuso para el progreso humano durante muchos siglos la repugnancia a cobrar intereses y el elogio ebionita a la pobreza. Pero el que pide igualdad no creo que la pida para la pobreza, lo que sería estúpido, sino para la riqueza, que es imposible. Argumenta con razón que el aliento igualitario sólo se exhibe en relación con la riqueza y, sobre todo, mientras el que protesta no la tiene. Las diferencias entre la gente, desde la herencia genética a la forma en que se asimilan las costumbres sociales, son fuentes de individuación que se expresa en la forma en que nos posicionamos en la sociedad. No menos complicado es pretender igualdad en los resultados de nuestra actividad cuando partimos de posiciones tan diferentes desde el nacimiento y que se manifiesta hasta en las disputas entre hermanos por, digamos, el afecto de los padres. No es posible cercenar esta pulsión por la determinación particular de los individuos y, además, no es deseable por las ventajas que trae para el progreso de la sociedad en todos los ámbitos, desde el artístico al económico. En realidad, dice Axel, cuando advertimos desigualdades nuestro impulso sano no es cercenar la mejor, sino estimular al peor para que saque lo mejor de sí mismo. Pone el ejemplo de los colegios privados con altas prestaciones formativas a los que solamente pueden acudir los hijos de ricos.
Axel argumenta sobre el equívoco de la igualdad construyendo un «hombre de paja» al que luego vapulear. Quizá en su entorno se encuentre con socialistas con telarañas ideológicas, pero somos muchos los que no reclamamos igualdad nivelante, sino la desaparición de desigualdades sangrantes por inútiles y disfuncionales socialmente. Por ejemplo el de los colegios de elite que crean circuitos cerrados donde un chico incompetente es forrado de lenguaje e impostura para simular ser competente mientras su potencial competencia intelectual se muere en colegios mediocres. Los colegios privados creo que son legítimos si aceptan a chicos o chicas con altos niveles potenciales aunque vengan de estratos sociales bajos. También me parece inadecuado que estos colegios reclamen subvenciones al Estado. El ejemplo de los colegios exclusivos es utilizado para mostrar lo irracional de nivelar por abajo y lo sensato de mejorar los colegios peores, dejando a los mejores funcionar. Olvida en sus razonamiento que los colegios peores sólo mejoran con recursos económicos derivados de los impuesto que rechaza Axel, y que los colegios mejores son consecuencia de la hipertrofia de la riqueza de los padres. También debe ser considerado que estos colegios con el marchamo de excelentes son generadores de elites endogámicas que colocan a sus vástagos con o sin méritos académicos. No son pocos los escándalos de universidades de prestigio mundial al respecto de cómo se favorece el progreso en función del dinero donado por el progenitor.
En realidad la cuestión está mal planteada. En mi opinión, debe haber colegios excelentes, medianos y de mantenimiento cognitivo, pero no para quienes se lo puedan pagar, sino para aquellos chicos que demuestren su capacidad. Los colegios deben ser filtros del talento para que no se pierda ninguno, mientras que los jóvenes menos dotados deben ser educados conforme a su capacidad y esfuerzo, aunque luego pueda haber sorpresas. Es decir las diferencias debe establecerse de forma interclasista. Sin embargo, lo habitual es que, en un sistema de colegios privados, un niño inteligente quedará opacado si sus padres no tienen los recursos para pagarlo. Creo en las diferencias, y no en el parasitismo. En cuanto al totalitarismo en la educación es del todo rechazable. Ya antes que Rousseau, Platón en su «República» planteaba soluciones inaceptables para educar a la sociedad retirándolos de la custodia de sus padres. Pero de nuevo este es un ataque a un «hombre de paja» que muy pocos defienden. Los hijos deben ser educados en valores sociales y de respeto a los demás, por lo que no es aceptable que haya colegios privados donde se eduque en valores sectarios, racistas, elitistas, machistas o xenófobos. Mucho menos que, como ocurre en España, pretendan hacerlo con subvenciones del estado en nombre de la libertad. Los padres no tiene derecho a encerrar a los hijos en sus propios bucles ideológicos, pero mucho menos tiene ese derecho el Estado. Por eso, la solución debe ser educar en el respeto y esperar que cada uno se sitúe mediante el conocimiento de la historia de los acontecimientos y las ideas donde considere oportuno. Adoctrinar es tan malo en el ámbito público y como en el privado.
Me parece muy oportuno hablar de diferencias personales para mostrar esa riqueza de nuestra naturaleza y para probar que el instinto natural es mejorar al que está peor antes que rebajar al que está mejor. Pero, siendo esto verdad, se confunden los planos al trasladar el ejemplo al ámbito económico. En efecto, es razonable pensar que la diferencia infinita entre Pavarotti y yo, en lo que canto se refiere, no implique que a él le corten las cuerdas vocales, porque eso no mejoraría un ápice mi capacidad para el canto, además de cometer un crimen con él y hacernos perder su arte. Pero es perfectamente razonable estudiar cómo facilitar el progreso de aquellos que no tienen los medios para mostrar sus capacidades. Y digo facilitar no nivelar. Si se pide evitar la uniformidad económica por disfuncional, qué decir de la pretensión de conseguir igualar los diferentes talentos de los hijos de ricos con un barniz verde (el color del dólar) de sofisticación, despreciando el talento de los sectores pobres de la población.
Axel habla de sensiblería superficial que lleva a eliminar las diferencias en materia de salud y educación mediante la intervención del Estado y, por tanto, eliminando el mercado e insiste en la idea ya abandonada de que no existe la «voluntad general» de Rousseau, sino un conglomerado de intereses y voluntades particulares que se expresan mejor en las elecciones al designar representantes (en el sentido de Schumpeter) y en el mercado libre.
No es razonable pensar que cargar fiscalmente los tramos hipertrofiados de la riqueza sea un crimen liberticida, pues hay sectores de la población que tienen necesidades objetivas que generan sufrimiento y deben ser paliados porque 1) ningún esfuerzo individual puede explicar por sí solo la creación de riqueza, lo que justificaría los impuestos, no porque sea ineficiente el proceso de fijar el precio al trabajo en el mercado, sino porque esa eficiencia necesaria retiene contribuciones no del trabajador, sino del ser humano; 2) ni con todo su esfuerzo desplegado esas personas sin acceso estadístico a la riqueza y que están en un bucle de limitaciones personales desde el lenguaje a la actitud pueden salir de su situación y 3) porque aunque superaran esas limitaciones no tendrían sitio, como grupo, en tramos más prósperos que ya están ocupados por otros conglomerados sociales. No es posible que todos seamos ricos, luego habrá que ocuparse de los que no tienen sitio en esos escasos espacios. Sacarlos de ese bucle hace necesarias políticas públicas que requieren recursos, además de que su condiciones vitales deben mantenerse mientras se las saca del atasco, lo que puede necesitar de varias generaciones. En ningún caso esos recursos extraídos de la acción fiscal no niveladora, sino amortiguadora de diferencias no justificadas, debe repartirse individualmente entre pobres, pues no resuelve nada, pero sí contribuyen a políticas de asistencia selectiva como el paro o colectivas como la sanidad.
Axel, pone el ejemplo del fútbol como proceso con reglas en el que los deportistas actúan con plena libertad.
Esta es una discusión nuclear, pues el liberalismo reclama para sí el respeto de la ley (rule of Law) reprochando a los socialistas el fijarse únicamente en los resultados cuando no conviene. El contraejemplo sería el deporte en el que no cabe protestar si el resultado no me conviene. En efecto, nadie discute las reglas de ese deporte y a nadie se le ocurre cambiar el resultado porque un equipo haya mostrado una enorme superioridad sobre el contrario, pero, entre otras cosas, porque sus reglas no dejan más pobreza que la de la derrota deportiva. Por cierto que quien se salta las reglas es expulsado, como deben serlo aquellos que buscan la riqueza no pagando horas extras, incumpliendo leyes de seguridad laboral o evadiendo impuestos. Amortiguar con impuestos las diferencias dolorosas (sensibleras en el lenguaje de Axel) forma parte del respeto a la ley, pues ningún impuesto se aplica sin estar incluido en ésta. No digo que el liberal no acepte impuestos, pero sospecho que sólo para mantener las estructuras que defiendan sus intereses. Intereses que también son los míos, pues creo en la propiedad privada y el respeto por los contratos, pero también, al contrario que ellos, en estructuras públicas paliativas de las consecuencias inevitables del mercado productivo y financiero. Es decir, mi postura no es poner trabas a la competencia, que de eso ya se ocupan los propios agentes del mercado en cuanto tienen oportunidad de actuar monopolísticamente (patentes, información privilegiada…).
Siguiendo con el símil deportivo, es de interés saber que si en el fútbol un equipo con mucho dinero puede acaparar a todos los mejores jugadores, hay otras competiciones, como la NBA norteamericana, que con el objetivo de garantizarse una mejor competencia deportiva introduce mecanismos de fichaje que equilibra el poder económico de las franquicias. Es decir, las reglas sí, pero no cualquier regla y menos reglas que produzcan resultados indeseables socialmente. Véase el ejemplo (poco ejemplar), aunque impecable desde el punto de vista del respeto de las reglas: recientemente he visto la serie «the loudest voice» en la que una familia de tres miembros vive en una casa de no menos de 2000 metros cuadrados. ¿Es resultado de la envidia considerar esto una frivolidad? Se puede no desearla y, al mismo tiempo, opinar que es un disparate? ¿Es igualitarista opinar así? ¿No sería mejor que esas cantidades, desequilibrantes para cualquier individualidad ,permanecieran, no ya en las arcas del Estado, sino en las de las empresas, que generan riqueza, para posteriores inversiones, mejoras en las condiciones de sus trabajadores o retribución de accionistas?
Habla Axel de la crítica que recibe el liberalismo en base a la falacia de que la economía es un sistema de suma cero.
Desde luego que no lo es. En realidad es un juego de generación y acumulación sin más límite que los recursos físicos. Pero es una creación colectiva de la ambición, la gestión, la inteligencia y el trabajo, que el sistema no reconoce en sus protocolos de funcionamiento. Y me parece bien, pero siempre que después haya mecanismos para que lo que sería un estorbo en la generación de riqueza, no lo sea en su disfrute. El hombre más rico del mundo puede aspirar a serlo aún más porque no compite con un médico o un ingeniero, sino con el segundo más rico. Así sentirá ser, como Adriano, un dios que puede llevar a cabo las operaciones más descabelladas. Unas filantrópicas, como Gates y, otras disparatadas, como Thiel. Comparto con Axel que, en el libre mercado, se despliegan los talentos con potencia y que el Estado no puede ser totalitario, sino que debe ocuparse con sumo cuidado de establecer políticas generales para el común disfrute (infraestructuras) y para que nadie carezca de sanidad, educación y asistencia en la debilidad física.
También defiende al liberalismo con la autoridad de Adam Smith como moralista. En efecto Smith ve bonhomía en el ser humano, sin dejar de ver su egoísmo en el trasiego diario, comercial o no. Y la solidaridad la ve como un sentimiento espontáneo al margen de la situación social en la que se exprese. Punto de vista que reafirma Friedman al afirmar que «… la mano invisible era más efectiva que la mano visible del Gobierno para movilizar, no sólo recursos materiales para fines propios inmediatos, sino también la simpatía para fines caritativos«.
Francamente tengo mis dudas, estimado Axel, de que el mercado se ocupara de la pobreza extrema mediante la caridad sin la intervención del Estado. De hecho, incluso la Iglesia católica con su institución «Cáritas» se nutre del Estado en sus finanzas (al menos en España). Más bien, lo que ocurría sin intervención del Estado, sería que se retiraría la mendicidad de las calles por poco atractiva, pero que se acumularía en algún trastero social. Es la aporofobia que nomina Adela Cortina, la catedrática de ética. Supongo que del mismo modo que deben rechazarse los dogmatismos de izquierdas, se pueden rechazar ciertas ideas no comprobadas empíricamente del mundo liberal. Por otra parte, comparto la existencia de una ética formal del mercado, muy a menudo violada por la ética material de los empresarios (carteles, OPAS, información privilegiada, monopolios, incumplimientos de contratos… sobornos). Pero, a vista de pájaro, funciona por el respeto a las sanciones y la confianza en determinados pilares de la economía como es el dinero. Desde este punto de vista el mercado es doblemente milagroso, pues funciona, a grandes rasgos, sin ética y persiguiendo fines particulares. Es, parafraseando a Hegel, la astucia del mercado.
Comparto con Smith que la honestidad es la mejor política… como con Adela Cortina que la ética es económicamente eficiente. Enron no es la excepción, sino el ejemplo de lo que ocurre cuando el comportamiento poco ético traspasa el umbral y se convierte en estafa. Las luchas entre empresas son descarnadas y el uso de la corrupción de funcionarios para quedarse con contratas muy habitual. En España tenemos el ejemplo reciente del BBVA y los métodos empleados para librarse de un OPA de la empresa SACYR. En el mundo la existencia de paraísos fiscales promovidos por los Estados sólo pueden tener origen en peticiones particulares de las grandes fortunas y su capacidad de influir en las políticas públicas. La City londinense es un ejemplo de negocios oscuros bien mezclados con negocios transparentes. No hay que ser ingenuo, Axel. Por eso, insisto en el milagro, propiciado por la vigilancia estatal, de que la falta de honradez y el egoísmo produzca tanto bien. La explicación estriba en que el beneficio está en producir mercancías que interesen a las masas por lo que, sean cuales sean las motivaciones, el resultado es la prosperidad general, siempre que el planeta lo resista. Pero con los medios de producción en manos del Estado tendríamos que el egoísmo y la falta de honradez se daría en los altos dignatarios que acumularían a estos defectos el de hipocresía, pues amasaría ilegítimamente riqueza, mientras proclaman las bondades de la austeridad generalizada, como, por cierto, gustan hacer algunos altos empresarios. En definitiva, la mano invisible produce riqueza y la mano visible palía los efectos del proceso de enriquecimiento.
Smith denunciaba al estado como fuente de engaño al público por su capacidad de regular facilitando monopolios indeseables. Tenía la esperanza de que con un mercado completamente libre no se darían estos comportamientos. Dice Axel: «es precisamente porque los socialistas desconfían tanto del ser humano y de su capacidad para hacer el bien, incluso a sí mismo, que quiere amarrarlo con cadenas de hierro al poder del Estado y obligarlo por la fuerza a hacer el bien a otros y a protegerlo de sí mismo.«
Pues desgraciadamente se dan, señor Smith. Ojalá pudiera ver la estafa general de la célebre marca Volkswagen con las emisiones de gases en sus vehículos – supongo que desde el liberalismo no se reclamará también la libertad de contaminar-. Vea también el caso del espionaje industrial entre marcas para robarse ideas. No es raro tampoco el promotor inmobiliario que compra suelo rústico a precio barato y luego corrompe funcionarios para clasificar el suelo como urbano y multiplicar por mil el precio o las colusiones de subasteros para no competir en la subastas de bienes embargados, o la estrategia de obsolescencia programada de las firmas para garantizarse la reposición de productos que podrían durar muchos años más. Prácticas que son de los votantes del sistema liberal en su formato político.
Creo que esta es más la imagen de un depredador al que se le van cayendo por el camino los restos de su cacería que la de un bondadoso y honesto tendero como el padre de Margaret Thatcher. Imagen que incluye a muchos consumidores que se irían sin pagar siempre que pudieran, a pesar de las protestas de Axel acerca de su honradez básica. Por eso, es tan extraordinario que alguien devuelva una cartera con dinero encontrada sin testigos y, por eso, cuando ocurre, todos los medios de comunicación se hacen eco. Quiero decir que el mercado es el mejor gestor de nuestra deshonestidad. Y el Estado es la cristalización de esa deshonestidad en su estructura poderosa. Por eso es admirada santa Teresa de Calcuta, por eso es admirado Bill Gates o por eso honramos al héroe que pierde la vida, no por profesión, sino por altruismo, ante un peligro presentado de repente ante él. La mayoría nos quedamos mirando y ellos dan el paso. Pero, insisto: «e pur si muove«, todo este barullo produce riqueza, quién lo puede negar. La izquierda se coloca entre el egoísmo de la gente y los necesitados al Estado porque no confía en la caridad individual. Y no se debe confiar. El mercado simplemente ni se plantea la cuestión. La compasión y la honradez son un desideratum que se activa ante la presencia inmediata de un ser humano lacerado o ante la mirada social, pero que no funciona a cierta distancia o en soledad. Son ideas kantianas reguladoras cuya asunción es trabajosa y están siempre en peligro. Debemos ponerlas como objetivos y luchar contra la tendencia a no respetarlas. Creo que un estado totalitario no es la solución, a modo de una férula cruel. Es preferible un cuidado legal a distancia para paliar los defectos de la naturaleza humana.
Por otra parte, no es cierto que la izquierda dogmática le eche el Estado encima a los ciudadanos porque no confía ellos, sino porque creen tener el monopolio de la honradez, que muy diferente y que, por tanto, sólo desde esas ideas se puede construir al hombre nuevo. Mi posición es pesimista respecto del individuo y optimista respecto a las instituciones que puede convertir el barro del individuo en el oro social creando la atmósfera adecuada. El individuo piensa el ideal, construye la institución con otros y se somete críticamente a sus reglas. Y estas instituciones por nuestra trayectoria histórica son el mercado para producir y el Estado para cuidar del conjunto. Ni uno ni otro pueden monopolizar la acción, se necesitan mutuamente y sólo con su acción conjunta es posible una vida civilizada. Cada año nos inquietan noticias sobre residencias de ancianos gestionadas por empresas privadas en las que los residentes son abandonados a su suerte hasta que las inspecciones o los familiares lo denuncian. El mercado como la política no se rigen por la bondad, como nos desveló lucidamente Maquiavelo hace ya cinco siglos.
El liberalismo que defiende Axel no es una máquina demente. En efecto, Hayek dijo que «La argumentación liberal defiende el mejor uso posible de las fuerzas de la competencia como medio para coordinar los esfuerzos humanos, pero no es una argumentación a favor de dejar las cosas tal como están […] No niega, antes bien, afirma que si la competencia ha de actuar con ventaja requiere una estructura legal cuidadosamente pensada.»
Esta es una actitud razonable que enlaza con Adam Smith, pero que parece estar pensada solamente para evitar el daño a la competencia, pero que no trata de la desigualdad. Por otra parte, creo que Axel comete un error al poner los productos digitales como ejemplos de servicios gratuitos, pues cobran y en una muy especial mercancía: nuestra atención, como la libra de carne de Shylock. Sus servicios, altamente apreciados por mí, por cierto, son pagados con mi atención a la publicidad que me sirven, como ocurre en la televisión abierta. Un pago que les resulta muy, pero que muy beneficioso. Por eso, sus predecesores, los libros o el servicio de correos, no han sido nunca gratuitos debido a que no llevaban publicidad. Sumen a eso el pago en forma de perfiles individuales para el conocimiento de los objetivos comerciales de las empresas y los políticos de los partidos. Comentario éste que es compatible con el agradecimiento por su invención. Gracias a YouTube, por ejemplo puedo seguir a Axel o Ferguson en sus conferencias más recientes como si viajara con ellos a la sala en que las imparten. En cuanto a la Khan Academy, que, por cierto, fue precedida por el portal en español del profesor Juan Medina de la UPCT, es una iniciativa que verdaderamente transformará el mundo, pero es una herramienta servida en una plataforma (Internet) creada en el Estado. En cuanto a la mención de la generosidad humana descrita por Daniel Pink, no debe apuntársela el liberalismo, pues lo precede y su expresión es más natural en el despliegue del concepto de compasión que en el de competencia. Lo que no es óbice para reconocer que las aplicaciones digitales son resultado de inversiones capitalistas a ideas geniales y que, como toda la tecnología, es una herramienta de doble filo, que sirve para la explotación comercial y para la expresión de las más altas cotas de generosidad.
Dice Axel: «El socialista está de acuerdo en que se gaste todo en fiestas pero no en la educación para sus hijos.»
Francamente no conozco a ningún socialista que prefiera eso. Se debe estar refiriendo a que las fiestas las paga directamente y la educación indirectamente a través de los impuestos. Si es así, la frase podría ser tachada de demagógica, si no fuera porque no hay «demos» que la escuche. Pero está, así, llegando al núcleo de la discusión que es la libertad y sus usos.
Dice Axel que «La libertad se defiende por una cuestión de principios, porque es parte integral de la dignidad de una persona y no por sus resultados, los que afortunadamente, además, son beneficiosos.«
Sin embargo el liberalismo sólo habla de la libertad económica pues en otros ámbitos se encuentra incómodo dado que la libertad política podría llevar a la igualdad económica, como alerta Von Mises, que en su libro Socialismo dice: «Revela desconocimiento del carácter de las instituciones jurídicas el hecho de querer ampliar su extensión, tratar de obtener nuevas reivindicaciones, que debe uno esforzarse en realizar aunque los fines de la cooperación social tuvieran que sufrir por ello. En la forma que el liberalismo entiende la igualdad, es la igualdad ante la ley. Nunca ha pretendido otra. A los ojos del liberalismo es una crítica sin justificación censurar la insuficiencia de esta igualdad y pretender que la verdadera igualdad vaya mucho más lejos y englobe también la igualdad de los ingresos, fundada en una repartición igual de los bienes. Puede decirse a este respecto con Proudhon: la democracia es la envidia«.
El reproche de la envidia de los socialistas es muy socorrido, pero creo que es cierto hasta cierto punto, puesto que no puede impedir en sus seguidores e incluso líderes comportamientos compatibles con la envidia. La prueba está que algunos de ellos en cuanto ascienden a puestos políticos aceptan, en el mejor de los casos, pertenecer a consejos de administración de empresas poderosas sin méritos a la vista y, en el peor, simplemente comisiones de empresas que aspiran a conseguir contratas de los departamentos del Estado en los que tienen responsabilidad, imitando el comportamiento de otros individuos de formaciones rivales. Pero esa discusión es tan inútil como la de acusar de codicia a los empresarios. No creo que la búsqueda de equilibrio entre los que queremos mantener el sistema productivo basado en el mercado (libertad) y los que queremos que el sistema cuide de los suyos (justicia). Introduzco en la discusión el término «justicia» que sé que molesta a los liberales más acérrimos cuando de reivindicaciones sociales se trata. No puede considerarse injustos los impuestos pero, al tiempo, considerar ilegítimo hablar de justicia social.
Si el Estado deja de cuidar «a los suyos» y los servicios sociales se pasan a empresas privadas, como éstas no admitirían resultados negativos, el resultado sería gente desatendida y de nuevo mendigos y enfermos por las calles o en sus casas. Este puede ser un buen momento para arreglar cuentas con el concepto de «resultados», que es bueno para la operativa de las empresas, pero que, al parecer, es malo para las consecuencias de la aplicación de las reglas del mercado. Nadie le diría a un empresario: «no mires el resultado, confórmate con haber hecho las cosas bien«. Muy al contrario, si el resultado es malo se le diría: «algo estás haciendo mal, revisa tus estrategias«. Del mismo modo se puede decir «juzga las reglas del mercado por sus resultados sobre las personas«. Lo contrario es ventajismo intelectual.
Dice Axel: «No es entonces, como cree la izquierda, nuevamente en sintonía con cierta derecha conservadora, que el mercado deteriore la comunidad y la igualdad ciudadana que a ellos tanto les preocupa, sino al revés: la funda y desarrolla.»
Estoy de acuerdo, el mercado crea las condiciones en los que la espiritualidad humana puede reinar. En la miseria material sólo crece la miseria espiritual, pues no hay que confundir el milenarismo o el mesianismo como expresiones genuinas de la espiritualidad, que en sus mejores versiones es naturalista, realista, creativa y exploradora de las emociones heredadas de la lucha por la supervivencia de nuestra especie. Acabar con el mercado es asfixiar la vida. No reconocer el papel que ha jugado en el desarrollo pacífico de nuestro presente es simplemente misticismo de la peor especie, que sitúa a sus defensores cerca de los que odian su cuerpo porque creen, ingenuos que su alma es inmortal. Si los seres humanos, una vez alcanzada la prosperidad, no sabemos disfrutar de la situación no podemos culpar al barco que nos ha permitido el viaje, sino a nuestras propias limitaciones. Pero Axel, sin dogmatismos, tenemos que institucionalizar sin polémicas la compasión, que otros prefieren llamar justicia. No se puede dejar a la dádiva condescendiente del cepillo eclesiástico. Es preferible el subsidio indirecto de servicios públicos en sanidad, educación y asistencia social, la distribución de bonos si se garantiza el acceso a entidades privadas de la máxima calidad y la renta básica para cuando el desempleo se generalice por la automatización. Todo ello sin perjuicio de que, en efecto, son tanto compasión (nada que avergonzarse) como justicia, porque si, de una parte, los que acumulan riqueza no pueden ser tachados de ladrones, los que no la alcanzan no pueden ser tachados de parásitos.
Por cierto que Axel es coherente con los postulados de Hayek al hablar de cierta derecha conservadora, pues éste añadió a su libro principal La Constitución de la Libertad un anexo denominado Por qué no soy conservador, donde establecía las diferencias entre liberalismo y conservadurismo, que acababan, tras el análisis de Hayek, como conceptos antagónicos. Sin embargo es muy habitual la alianza política, cuando no la mezcla en un mismo partido de principios conservadores y liberales por razones que yo pueden entender, pues los liberales económicos tienden a conservar lo que consiguen y los conservadores tienden a odiar el colectivismo porque viene acompañado un adanismo insoportable para los amantes de las tradiciones. De modo que se es liberal en la fase de adquisición y conservador en la de disfrute. Añádase a esto que en materia social (educación, religión, hábitos sociales) ambos, liberales y conservadores suelen coincidir en sus gustos, al menos, hasta que los liberales de izquierdas, que no lo son en lo económico, pero sí en materia de costumbres, consiguen cambiar las leyes a más permisivas. Momento en el que se apuntan a los nuevos usos al menos parte de ellos; aquellos afectados por sus condiciones diferenciales (homosexuales, divorciados, embarazadas involuntaria, ancianos) respecto del canon del liberal más fanatizado (heterosexual, soltero, hombre y joven). Pero la convergencia de hecho, si no de pensamiento sí en la acción, entre el liberal y el conservador, tiene su origen en el factor común: la propiedad. El propietario quiere conservar su propiedad y eso lo hace prudente ante determinados experimentos sociales. Si esa propiedad se extiende a tierras e inmuebles más allá de sus necesidades personales o familiares, su conservadurismo se extenderá también hacia la animosidad ante impuestos sobre el patrimonio y las sucesiones. Todos ellos reflejos naturales cuando se posee mucho o poco.
Dice Axel que «… el término «neoliberalismo» es una etiqueta con una carga emocional negativa que muchos suelen aplicar a aquellos que defienden la libertad individual y un Estado limitado.«
Es cierto que así es, a pesar de su origen en la tercera vía de Rüstow. Pero eso tiene difícil arreglo, pues cuando un término se carga semánticamente es complicado recuperar la situación original. Añádase que los liberales actuales rechazan el término «neoliberal» por su origen en la socialdemocracia y porque reivindican su condición de herederos del más genuino liberalismo económico del siglo XVIII y XIX. Creo que hace mal y que no podrán librarse del término del mismo modo que el «Neoclasicismo» en arquitectura no podía pretender pasar por el Clasicismo griego. El tiempo transcurrido ha cambiado cosas que hace inevitable la condición de «neos». Aunque sólo sea el conocimiento de las consecuencias de una economía de mercado sin bridas.
Dice Axel que «En su ataque antiliberal y defensa del Estado benefactor se suele argumentar que el Nobel de Economía Friedrich Hayek se equivocó al afirmar que el camino del Estado del Bienestar podía llevar al totalitarismo.«
Así es, el propio Hayek reconoce que los estados del bienestar desarrollados en los países nórdicos no condujeron al socialismo tal y como él concibe este régimen. Además el reproche a la república de Weimar de ser el origen del nazismo es muy injusto e incorrecto. Fueron las condiciones del armisticio de la Gran Guerra las que arruinaron el estado alemán y crearon las condiciones populistas para que Hitler llegara al poder. Lo que podía haber sido resuelto de otro modo, de no haber aparecido una figura diabólica que unió a las dificultades económicas el antisemitismo, el odio al arte corrupto y la supremacía racial nada menos. Un cóctel al que la población alemana no supo decir que no. Además, la quiebra de un estado por exceso de deuda no tiene porqué traer el fascismo. En España el aumento monstruos de la deuda pública por el colapso de la actividad económica como consecuencia de la crisis de 2008, trajo con toda naturalidad un gobierno liberal-conservador que apretó el cinturón del sistema y equilibró la situación de nuevo. Ahora gobiernan los socialistas como natural reacción a aquella austeridad que vino acompañada del aumento de las rentas para los más ricos produciendo escándalo en la población, que exploró una fórmula populista con Podemos. Unos socialistas que se cuidan mucho de no verse mezclados con Podemos para no inquietar a los inversores potenciales. En cuanto a la deuda, agujero por el que se pueden ir todas las utopías, debe ser controlada y nadie mejor que los socialistas para convencer a la población de ciertos ajustes relacionados con lo que se puede y lo que no se puede gastar, pues los liberal – conservadores (así se llaman a sí mismos) son vistos como el enemigo del estado del bienestar y no pocas veces se comportan como tales.
En este sentido, la «solución» Chilena a la quiebra del estado por las políticas de Allende fue criminal. Allende podía ser un incompetente como gestor, pero si tuvo la tentación de implantar una dictadura, su revocación debería haber desembocado en una restauración inmediata de la democracia y no en una baño ominoso de sangre (¿40.000 chilenos?). La posterior asunción del ideario liberal por parte del gobierno de Pinochet ensombrece al liberalismo. Pinochet y los criminales que lo apoyaron son los responsables del golpe de estado y la posterior cruel dictadura. Los Chicago boys deberían haberse negado a colaborar sin la vuelta a la democracia. Estados Unidos y el señor Kissinger se mancharon de sangre en nombre del liberalismo, no se olvide. Este sapo tiene que tragárselo el liberalismo y quedará para su historia. Esta sospecha de que el liberalismo necesita una «dictadura del liberaliado» debería ser explícitamente eliminada del ideario liberal para la batalla intelectual que aún no se ha librado.
Y dice Axel: «… la idea de propiedad privada supone que si usted trabaja, los frutos de su trabajo son suyos y no de su vecino. No importa cuánto necesite su vecino lo que usted tiene, éste no tiene derecho sobre ello y, por tanto, no puede quitárselo por la fuerza.»
Completamente de acuerdo, salvo que se consideren lo impuestos como un modo de quitar por la fuerza lo ganado. Los impuestos vienen a ocuparse de una dimensión complementaria de la actividad económica a la que perfecciona al ocuparse de aquello de lo que el mercado no se ocupa (por ejemplo la contaminación) o de aquello de lo que el mercado no debe ocuparse (por ejemplo la defensa nacional), a pesar de los disparates de Nozick. Y, desde luego, el ciudadano acomodado no es un extraterrestre que puede mirar a los terrícolas como los sureños miraban al negro o Aristóteles al esclavo. Sí importa lo que necesite su vecino. Además no es lógicamente correcto tratar un asunto de carácter universal (los impuestos) como si fuera un asunto entre vecinos particulares. Se confunden los dos planos para provocar la imagen de un vecino pistola en mano entrando con una patada en la puerta en casa ajena.
Dice Axel: «Los llamados «derechos sociales», como veremos, en realidad destruyen el principio de derecho de propiedad porque suponen que al menos parte de ella es del colectivo y no de quien la ha producido.«
Estoy de acuerdo con Axel si lo que se quiere decir es que si alguien, como ejemplo chusco, quiere hacerse crecer el pene no puede pretender que se le financie con impuestos «inventándose» un derecho social a la igualdad «dimensional». Una vía por la que los más favorecidos por el juego comercial verían desaparecer toda su riqueza. Axel se adelanta al contraargumento diciendo:
«Si bien es cierto que la riqueza se produce en colaboración con otros, esa colaboración sólo ocurre porque es beneficiosa para todos los involucrados, lo que significa que el argumento según el cual la riqueza es colectiva porque no se produce individualmente no tiene sustento alguno, pues quien acumula riqueza, en el proceso de acumularla y crearla tuvo que beneficiar a todos quienes participaron en el esquema de colaboración necesariamente.«
Este argumento es defectuoso, pues «beneficiar» en el proceso de acumulación de la riqueza no zanja la cuestión. Una cosa es rechazar por inútil la pretensión de fijar el precio o parte del precio por el trabajo aportado (Ricardo, Marx…) y otra muy diferente considerar que, fijado el precio por el mercado, se haya retribuido al trabajo su real aportación. Una cosa es la eficacia del sistema de precios en una atmósfera de oferta y demanda y otra, muy diferente, que aquel al que van los beneficios se considere su absoluto propietario. Hay una parte de ellos que va mucho más allá de sus méritos y de la que es tenedor provisional y que debe ceder sin reticencias a la gestión pública de las necesidades. Todo ello sin perjuicio de que batalle por sus representantes a la hora de fijar esas tasas de cesión al común de los obtenido por el procedimiento pactado para la eficacia del sistema. Se trata pues, no de un robo, tampoco de caridad, sino de justicia económica. Todo proceso necesita de inversión, gestión ambiciosa, inteligencia y esfuerzo constante. Cada una de estas cualidades está representada, respectivamente, por el inversor, el empresario, los científicos y los técnicos, además de los obreros más o menos especializados. Sus beneficios y salarios los debe fijar el mercado, pero cuando los torbellinos de las relaciones producen acumulaciones, equivalentes a desplazamientos de la carga en los navíos, el equilibrio debe restaurarse con retenciones en la empresa para inversiones privadas o impuestos para gasto público o, si se prefiere, inversiones públicas en mantener a la población sana, educada y segura.
Más arriba yo he argumentado que, en efecto, desde que existe el capitalismo moderno y, aún antes, cuando los reyes necesitaban financiar sus aventuras, nadie podía abordar proyectos medianamente complejos sin la ayuda de los ahorros de muchos. Una colaboración que se compensa con el cobro de intereses o el embargo. Pues bien, también necesita de la cooperación de muchos para la producción material de la mercancía con la que comercia. A partir de ahí parece necesario modular la fuerza de su propiedad. Pero Axel dice que durante el proceso ya se ha pagado (sueldos e intereses). Siendo eso verdad, no quita para que se considere que no puede desentenderse del medio social en el que vive, hasta el punto de que cuando la situación nacional se oscurece echar a correr a un paraíso fiscal, mientras se grita ¡viva la nación y su bandera! Creo que el derecho de propiedad debe ser respetado porque es un pilar básico de la vida civilizada, pero también creo que la riqueza debe «estar atenta» a las circunstancias y no pretender que sólo tiene un sentido en el que circular: hacia su aumento en manos privadas. Naturalmente la vía para esa cooperación es la fiscalidad legal, proporcional y oportuna. No hay porque grabar si no se necesita y no hay que dejar de grabar si es imprescindible. ¿Y quién toma esa decisión? Pues los gobernante elegidos, que deben dar cuenta si con sus decisiones crean problemas más graves que los que pretenden resolver.
Supongo que el liberalismo no quiere atentar contra esa forma de tomar decisiones nacionales que es la democracia, por más que, en determinados momentos, la gobernanza se ejerza de forma contraria a sus deseos y que se permitan expandir dudas sobre su virtud. Hoy en día los gobiernos llamados socialistas se palpan la ropa antes de crear desequilibrios económicos graves, lo que preocupa a los liberales pues no les permite participar de negocios millonarios potencialmente como la sanidad, la educación y las pensiones. Las consecuencias de la crisis de 2008 en España le fue atribuída a los socialistas por los liberal-conservadores, cuando la burbuja había sido creada en el período 1996-2004 por el partido liberal-conservador creando una deuda que fue primero privada, hasta que el colapso la convirtió en pública. Ambos partidos cometieron la irresponsabilidad, uno de crear la burbuja y el otro de no pincharla. Irresponsabilidad que aún estamos pagando.
También en España tuvimos una horrible guerra civil porque unos militares con nostalgia de la monarquía y sus propios privilegios se excusaron en la amenaza comunista (España no ha sido ni ha pretendido jamás ser comunista) para intentar un imposible: eliminar un espíritu matando a sus portadores. Espíritu que se encarna de nuevo en cuanto la biología cumple su misión con los dictadores, como ocurrió en Chile. Por cierto se sabrá que Pinochet asistió al funeral de Franco. Dios los cría y ellos se juntan… en la muerte (propia y ajena).
Remata Axel diciendo: «Dado que la riqueza no se extrae sino que se crea, mientras más rica sea una persona bajo las reglas de libre mercado más enriquecerá a sus conciudadanos.»
No sé qué pensarán de eso los niños que trabajan en las minas de coltán. No toda la riqueza tiene los rasgos de pureza inmarcesible en la que Axel piensa. El narcotráfico, financiado con el vicio de la gente «normal», genera ingresos extraordinarios que son restados de otros sectores y producen un efecto contaminador y tóxico sobre amplias capas de la población. Su producción se lleva a cabo en un clima fascista en su estructura, y su difusión es muy complicada de frenar por las complicidades que su capacidad corruptora produce. Los mecanismos y los gestores que blanquean ese dinero están muy cerca de nosotros y sus tenedores campan por nuestras playas exhibiendo su riqueza obscena. Igual ocurre con los jeques del golfo, cuya riqueza no tiene relación alguna con el trabajo y la inteligencia. Qué decir del reparto de la riqueza soviética entre los oligarcas rusos. Todas ellas actividades sospechosas e improductivas, salvo en el hecho de que para mantener el poder adquisitivo de su riqueza invierten en los negocios blancos a través de múltiples mecanismos. En fín, Axel se debe estar refiriendo al panadero…
Nada tengo que decir, por el contrario, de la riqueza ganada por el talento físico (deportistas), el talento intelectual (escritores, cineastas), el esfuerzo comercial (Inditex, ACS o Telefónica), pero tengo mis dudas con la riqueza proveniente de sueldos auto concedidos por determinados príncipes de las finanzas que no arriesgan nada propio y, por los resultados, nada aportan a la salud de las empresas que dirigen. Son empleados de lujo sin control, cuyos ingresos no tienen el origen honesto del panadero de los ejemplos de Axel o el propietario de una naviera. Otra formas dudosa de adquirir riqueza es la seguida por la Iglesia Católica poniendo a su nombre locales y monumentos como la Mezquita de Córdoba pagadas con fondos comunes, en una especie de usucapión favorecido por un gobierno «liberal- conservador».
En todo caso, el respeto a la propiedad es compatible con la contribución a los gastos generales del país. En España esto ocurre sin tensiones, con algunas piruetas para eludir impuestos de sociedades y particulares, además de episodios de evasión de reputados patriotas. El 80 % de los impuestos de España los paga la clase media que también recibe el 80 % de la renta. Las rentas altas representan un 3 % que obviamente se reparte entre menos personas (el 0,3 % de la población empleada y el 1,7 % de la población adulta. Se puede constatar que ni siquiera toda las rentas altas juntas suponen algo más que una partida media del presupuesto nacional. Es decir el expolio de las rentas altas no resuelve los problemas de la nación, además del daño que supondría una actitud de esta naturaleza para toda la clase tractora del país. Por todo ello hay que dejar que los ricos disfruten de los suyo, pero con una vigilancia extrema sobre las maniobras que algunos puedan hacer para incorporarse a esa exigua población sin méritos (haciendo trampas) o, una vez allí, en el parnaso de la riqueza, sobre las trapacerías que puedan hacer para mantenerse eludiendo sus obligaciones fiscales.
Los ejemplos de Axel: «La lógica de la colaboración en el mercado es, en este aspecto, como la de un equipo de fútbol. Maradona hizo ganar a Argentina el mundial de 1986, de eso no hay dudas. Pero no hubiera podido hacerlo sin el resto del equipo, eso también es claro. Lo que ocurre es que la contribución específica de Maradona a todo el equipo fue muchísimo mayor y determinante que la de los demás jugadores, por eso él era el mejor pagado y la estrella indiscutida. Gracias a Maradona todos se beneficiaron, pues todos fueron campeones del mundo y se hicieron mucho más ricos. De este modo Maradona colaboró poniendo su talento extraordinario al servicio del equipo, mientras los otros ponían también su parte.»
Pues muy bien… ¡Viva Maradona! y ¡Pobre Maradona! Qué desastre ha hecho con su vida y, para más ironía, buscó su curación en Cuba.
Hablemos de ricos:
En la tabla que sigue figuran las siete personas más ricas del mundo. Téngase en cuenta que esto no es el valor de su empresa, sino su fortuna personal. Creo que incluso a Axel le parecerá que esta acumulación de riqueza tiene algo de disfuncional. Tal parece, contra la situación general que, en estos casos, de darse un igualmente disfuncional reparto se haría ricos a todos sus empleados. Veamos la tabla improvisada:
Nombre | Riqueza en miles de millones ($) | Empleados | Riqueza/ empleado | Actividad |
Bezos | 131 | 647.000 | 202.000 | Suministros |
Gates | 96 | 134.000 | 716.000 | Software |
Buffett | 82 | 168.000 | 488.000 | Finanzas |
Arnault | 76 | 134.000 | 567.000 | Lujo |
Slim | 64 | 286.000 | 223.000 | Comunic. |
Ortega | 62 | 162.000 | 382.000 | Ropa |
Ellison | 62 | 105.000 | 590.000 | Software |
Kohler | 7 | 32.000 | 218.000 | Plumbing |
Suponiendo que estas personas sean nuevos ricos, es decir, fortunas adquiridas y no heredadas; y suponiendo que se hayan acumulado en treinta años, resultan entre 6.000 y 20.000 dólares lo ganado por empleado y año el beneficio «personal» del propietario. Si se critica esto, ¿Qué tiene que ver con la envidia? Desde luego no es mi caso, estas cantidades están fuera de mi órbita, pero creo que a pesar de que Axel piensa que un rico viene a tener las mismas cosas que una persona incorporada al sistema, como casa, comida, vestido, coche, reloj, barco y jet (estos últimos públicos), la cuestión no está ahí, sino en el otro extremo, en el de la inseguridad por uno mismo y su familia . Envidiar la vida de los ricos es un error que cometen pocos y que, en mi opinión no está en el fondo de la cuestión. Las reivindicaciones sociales no deben buscar la ruina o el despojo del rico (bastante tiene con la riqueza, tanto en la fase de conquista como en la de gestión por las miserias que suelen acompañar a la ausencia de límites).
Una vez garantizado eso para el rico ¿por qué se considera un robo participar con impuestos al bienestar social? En fin… El mismo «Número 3 de la lista de Forbes, Warren Buffett, considera injusto, no ya pagar impuestos, sino que los que paga sean proporcionalmente «menores que lo de su secretaria». ¿Qué necesidad, Axel, tiene el liberalismo de comprometerse con estas situaciones tan irracionales? ¿No le basta con exigir la economía de mercado aceptando una contribución pactada a los problemas sociales mediante una fiscalidad igualmente razonable? Me permito la broma de no imaginar una catástrofe como la ocurrida por inundaciones estos días en el Levante Español, con servicios de emergencia acercándose con zodiac a los agarrados a una farola para pedirles, antes de asistirlos, la tarjeta de crédito.
Echemos un vistazo al reparto de la riqueza mundial:
Tipo | Número (Millones) | % | Riqueza total (Billones dólares) | % | Riqueza media (Dólares) |
Pobrísimos | 3200 | 68 | 7 | 3 | 2.200 |
Pobres | 1100 | 23 | 33 | 14 | 30.000 |
Media baja | 360 | 8 | 102 | 42 | 290.000 |
Media alta | 32 | 1 | 99 | 41 | 3.000.000 |
Billonarios | 0,002 | 0 | 9 | 4 | 4.500 millones |
Debe quedar claro que estas cifras son de riqueza no de renta, aunque es resultado de las rentas ganadas en, pongamos, los últimos treinta años, lo que puede dar una idea de las rentas medias en esos años. Desde luego se puede comprobar que el peso de la riqueza mundial gravita sobre las clases medias que siendo el 9 % del a población poseen el 83 % de la riqueza, siendo los billonarios casi exóticos en su número. También nos dicen estas cifras que las clases medias de los países ricos tienen más responsabilidad si cabe que sus millonarios. La verdad de estas cifras las puede comprobar cada uno en su propio país. En el caso español, con las tablas de rentas personales de la Agencia Tributaria se puede comprobar que las clases medias soportan el peso de la fiscalidad, lo que hace más incomprensible que los ricos (unos 5.000) anden haciendo piruetas para pagar menos impuestos reales y, al tiempo, reclamando, con Juan Manuel Rallo a la cabeza, menos impuestos.
En todo caso, hemos de tener en cuenta que el dinero que realmente utilizan estos millonarios en su disfrute lujoso, a pesar de su exhibición de mal gusto y vidas estrafalarias, es poco dinero en relación con la envergadura de las necesidades sociales, pues la mayoría del dinero del que son titulares está invertido. El dinero que los ricos (billonarios) gastan personalmente es irrelevante contemplada desde el PIB mundial, la población del planeta y la envergadura económica de los problemas. Añadamos que la mayoría de esa riqueza no es en metálico, sino en inversiones y por tanto no está inmediatamente a disposición, además de que su reparto mataría en el acto todo el flujo financiero del mundo. Es decir, la riqueza en la práctica no debe ser repartida, pero sí debe ser bien aplicada. Aquí está el quid de la cuestión. Y bien aplicada implica su contribución a las necesidades reales de los menos favorecidos y del conjunto de la humanidad en cuestiones como salud, alimento y medioambiente. Esta última cuestión considerada una mentira por los liberales en otra extraña pirueta, pues ¿qué necesidad hay de comprometer los propios principios con una cuestión en la que tantos científicos han apostado su reputación? No quiero pensar que sea la voracidad por «negar» el mundo como decía Hegel hasta comerse el propio apoyo de los pies. Una voracidad por el crecimiento que choca paradójicamente con una cierta saturación del mercado y una vuelta al cierre del comercio mundial a manos de unos extraños liberales reconvertidos en nacionalistas hostiles a la competencia mundial. Quizá la Inteligencia Artificial aplicada a la robótica multiplique la productividad de tal modo que se alcancen valores de producción necesarios para subir la renta media mundial sin bajar la de los países ricos. Por que si no, no son tantos los ricos como las clases medias las que tendrán que apretarse el cinturón por el peso relativo de su renta y contribución fiscal. El peligro está en que se hagan virar los algoritmos para que las clases medias colapsen y haya un corrimiento de la carga hacia la banda de los billonarios. De momento hay que esperar con políticas prudentes alejadas de delirios extremos liberalistas o socialistas.
Dice Axel: «Los liberales, en todo caso, también aceptan la redistribución cuando se justifica desde el punto de vista de la utilidad social… No es correcto entonces decir que todo liberal se opone siempre a la redistribución, sólo quiere mantenerla a raya, pues ésta constituye una agresión a la libertad personal.» Y Axel cita a Hayek diciendo que: «
«No hay motivo alguno para que una sociedad que ha alcanzado un nivel general de riqueza como el de la nuestra —se refiere a Inglaterra— no pueda garantizar a todos esa primera clase de seguridad sin poner en peligro la libertad general».
Pues ya está. Llegado a este punto no hablemos más de la fiscalidad como robo ¿no?
Y añade que: «Sobre este punto Locke realiza un análisis extraordinariamente avanzado que los socialistas ignoran por completo en su visión de que el mercado es un juego de suma cero donde el que tiene propiedad la tiene a expensas de otro.»
Axel repite a menudo la falacia de Montaigne sobre la riqueza como un juego de suma cero, refiriéndose a que la riqueza de uno es siempre a costa de alguien. La falacia se desmonta con el argumento de que la riqueza no es una constante, sino que se crea con la intervención del emprendedor. Quizá, Axel, debería reconocer que en tiempo de Montaigne su afirmación era más verdadera que falsa, puesto que la mayor parte de la riqueza estaba constituida por la tierra, que obviamente era un constante a los ojos de la época, aún con la reflexión de Locke. Hoy en día, sin embargo, cuando alguien llega al mercado lo hace aumentando la cantidad de riqueza gracias a las innovaciones, fundamentalmente, o por el incremento de la productividad que supone. Afortunadamente, el crecimiento ha sido tan espectacular gracias a la ciencia y la tecnología (cuyos genios no siempre son bien pagados), que desde el siglo XVIII el tramo inferior cada vez tienen mejor estándar de vida en las sociedades prósperas de Oriente y Occidente. Pero es para mí un enigma porque el liberal cree que con los salarios en la fase de producción ya se ha hecho todo lo que se debe en materia de contribución a las cuestiones comunes. Por otra parte, quiero pensar que cuando rechazan los impuestos como un robo estarán pensando en todos los estratos de la sociedad y no sólo en los propietarios de grandes empresas o fondos de inversión. Es decir, que también quieren proteger de los impuestos a los médicos que los curan, los ingenieros que les facilitan sus viajes o los hacedores de las preciosas joyas o telas con las que miden el tiempo o visten sus carnes. «Servidores» que no podrán pagarse sus seguros médicos o pensiones si dependen exclusivamente de la situación a la que está llegando la proletarización de las clases medias. Quizá se vuelva a una nueva época esclavista.
Dijo Weber: «Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es un elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima.»
Creo que la definición de Weber es correcta, aunque yo añadiría que esa violencia se ejerce, en períodos no convulsos, de forma latente pues la mayoría de los ciudadano llevan dentro de sí el sentido del orden, lo que facilita las aventuras de los desordenados. Dicho esto, hay que aclarar que la definición del Estado como garante del interés general es compatible con la del Estado como detentador del monopolio de la violencia, porque en el primer caso se trata de los fines y en el segundo de los medios. No habrá político moderno del signo que sea que niegue que su misión es el interés general y que, además, renuncie al uso de la violencia cuando sea necesario. Por eso es errónea la deriva de la argumentación de Axel hasta presentar al estado exclusivamente como alguien que ejerce la violencia para conseguir fines ilegítimos. Obviamente la legitimidad queda establecida de forma compleja en las deliberaciones públicas sobre el asunto en el seno de una democracia. Si al final se resuelve que tal medida coactiva debe aplicarse, aunque eso implique que habrá que forzar a los rebeldes en caso de que se opongan, esa función del Estado es la misma para la prohibición del tabaco en locales cerrados o para proteger la propiedad o, para frenar a unos huelguistas que sabotean las instalaciones de la empresa. Este uso de la violencia del Estado es un pacto implícito que no es más perverso cuando se usa para un supuestos derecho social que para proteger el libre comercio. La deducción de Axel de que «… (que) el proyecto igualitarista reposa (e) sobre el uso de la violencia y sea militarista en el sentido más puro del término.» tiene el inconveniente de que convierte en militarista y violento todo acto estatal que no vaya conducido a proteger la propiedad, lo que no es que sea una exageración, es muy peligroso como concepto. No debe perderse de vista que la sociedad se organiza a partir de ideas que se consideran benéficas y que se materializan en instituciones. Si consideramos bueno el libre comercio y el sistema capitalista de acumulación y préstamo a interés, procedamos en consecuencia llevando a la policía a un desahucio. Pero, si consideramos bueno asistir de forma reglada a las personas solas, discapacitadas y sin recursos, no deberíamos ser menos diligentes para imponer el costo mediante impuestos, aunque las tareas las lleven a cabo personas o empresas en el mercado que compiten por estos servicios. Ni en un caso, ni en otro la función de control y represión, será considerada ilegítima, violenta o, mucho menos militarista. Otra cuestión distinta será la lucha política por hacer prevalecer este o aquel supuesto derecho social. Lo que creo que, a estas alturas, no debería ser objeto de discusión es que el mejor método para crear riqueza es el libre mercado con la protección del Estado para el cumplimiento de contratos y preservación de la propiedad. Lo que si discuten los liberales mezquinamente es que los que se quedan atrás sean protegidos y que la sociedad haya decidido que quien se oponga faltando a sus deberes fiscales pague debidamente conforme al código penal. Si eso es uso de la violencia, ¿qué es un desahucio de una familia? Haga huelga la policía un par de noches e inmediatamente conoceremos el sabor acre de la violencia, el despojo y la barbarie vengativa de verdad, y no esa «violencia» usada por el ministerio de Hacienda. Un razonamiento que me sorprende que además quiera pasar por moral. Creo que a los liberales les molesta ser tachados de inmorales por una sencilla razón: son seres humanos y llevan impresa esa condición, pero eso tiene solución: no se comporten como piezas de un mecanismo y contemplen al ser humano en toda su complejidad. Y no sufran, es posible cumplir sus ideales productivos y, al tiempo, no comportarse como fieras desdeñosas con sus semejantes a base de despejar balones desde su conciencia con reproches de buenismo o candidez. Basta con que se apliquen el principio de reciprocidad a sí mismos o a los propios.
Todo proyecto a la escala social necesita del Estado. No es posible el libre mercado a la escala generalizada a la que se lleva a cabo hoy en día sin contar con el Estado. El sueño anarcocapitalista es una pesadilla. Sólo el tráfico fuera de la ley (drogas, armas, personas) se realiza sin apelar al Estado (por algo será). Todo el resto está bajo el amparo de convenios nacionales e internacionales. Esta protección hipertrofiada de la propiedad llevaba a situaciones que, hoy en día, serían inaceptables como que en la Inglaterra del siglo XVIII, cuna del liberalismo, la edad de responsabilidad penal eran los siete años. No se preocupe Axel, el igualitarismo no tiene futuro como tal, porque la sociedad no lo quiere mayoritariamente. Si lo quisiera no necesitaría al Estado para conseguirlo. Ya hubo motines sangrientos basados en un igualitarismo primitivo en el siglo XVI. Creo que la idea de la bondad intrínseca del libre comercio se extiende y la prueba es que los partidos socialistas apenas coquetean con pequeños avances de pequeñas conquistas para pequeños grupos sociales muy vulnerables. Más habría que preocuparse de que un liberalismo económico sin control lleve a varias generaciones de jóvenes a la desesperación por no dotarlos de los medios para tener un proyecto de vida mínimo.
Dice Axel: «Según lo que propone la izquierda si usted quiere estar del lado de la libertad debe ser socialista, pues la libertad sólo se consigue con igualdad de condiciones materiales para todos…»
Conozco a pocos socialistas que defienda esto. En mi país la gran mayoría de las personas pertenecen a la clase media, que es el peso estabilizador de la sociedad. Y están en este tramo porque sus intereses los colocan ahí. No se envidia al que tiene más, aunque sí se está atento a la corrupción política, las ganancias inmerecidas de directivos que sin aportar ni arriesgar nada se conceden sueldos disparatados en consejos de administración que dominan con información sesgada, o a los actores de tráficos ilegítimos. Otra cosa son los propietarios que tienen derecho a conservar lo que tienen y a combatir políticamente por reducir su contribución al común. Afortunadamente, los propios jueces son clase media y están alerta al respecto. Otra cosa son los restos de ideologías sin reputación sostenidas por jóvenes despistados, que deben ser objeto de información más clara y eficiente. Aunque no ayuda el que los liberales se mezclen con los conservadores, resultando muy enérgicos para defender la libertad económica y muy débiles para defender la libertad de costumbres. En ese sentido, en mi país no hay verdaderos liberales que defiendan la libertad sólidamente. Aunque sí proliferan los voceros de una peligrosa coherencia en la aplicación del método del libre mercado sin considerar otros resultados que los de los balances de los negocios contradiciendo a Thomas Sowell.
Siguiendo con el Estado, dice Axel: «.… en el mercado el coste de las malas decisiones lo asume la persona que tomó la decisión, mientras que en el Estado lo asume el contribuyente, es decir, otras personas a las cuales el burócrata o político no responde«
Esta es una visión extraña de la opinión de un ciudadano estándar, que desconfía tanto de la codicia, como del funcionario o el político. No hay más que ver las encuestas de opinión en las que la la preocupación por corrupción está siempre en el podio. Además, eso de que en el mercado el coste de las malas decisiones las asume la persona que las tomó es difícil de sostener, salvo que se esté pensando de nuevo en el panadero. Donde una economía se juega su supervivencia, las malas decisiones, en el peor de los casos, se resuelven con una salida suave y un retiro millonario. En las grandes corporaciones se tomas decisiones aventureras (Enron, Volkswagen, Caja Madrid, Parmalat, Standard and Poor’s…) con la misma desvergüenza que un ministro de economía como De Guindos endeuda a un país sin mover una ceja. Los dioses nos libren de ejecutivos engominados, ministros engolados, políticos trasnochados (comunistas de chalet y monedero) y liberales fundamentalistas. Se necesita pasar a una lógica distinta.
Ya he argumentado que el poder de coacción del Estado es para todos: tanto para los agentes propietarios de medios de producción, como para sus empleados. Se podría deducir de las palabras de Axel que propone eliminar el Estado, pero no creo que sea así. Pero sí reducirlo al tamaño justo para que emplee su capacidad de coacción sólo para defender a los propietarios y eso no es correcto, como no lo sería un estado hipertrofiado que expropiara los medios de producción privados y usara su poder de coacción a favor exclusivamente de los trabajadores. Ambas fórmulas ya las hemos probado y sabemos sus consecuencias: la violencia feroz. Así pasaríamos del Estado de Naturaleza de Hobbes al Estado de Civilización Sesgada. Ambos letales.
Axel no ha terminado con el Estado y prosigue: «La reflexión anterior es fundamental para entender por qué el Estado, por regla general, funciona tan mal si se compara con los particulares.«
No hay evidencia empírica de que el Estado funcione mal comparado con los particulares, salvo que se refiera a cómo se ve infiltrado por topos del capital para eliminar controles. En España fue ejemplar la «negligencia» del Banco de España y de la Comisión Nacional del Mercado de Valores antes y durante la crisis, ignorando todos los indicadores de que la acumulación de deuda privada provocaría una explosiva deuda pública. Un episodio relevante, protagonizado precisamente por un gobierno socialista, fue el de tratar de mejorar los balances de los bancos transfiriendo tramposamente los depósitos de particulares a los bancos mediantes unos bonos llamados «preferentes» que se hicieron comprar a ciudadanos ignorantes de la patraña. Los jueces han medio resuelto el asunto, pero el agujero de la entidad privada más «afectada» por toda esta negligencia oficial y particular de un mercado financiero completamente demente a la caza de la comisión por hipotecas suscritas con insolventes, ha sido de 23.000 millones de euros, cubiertos por el Estado finalmente a fondo perdido. Tampoco son pocas las empresa incumplidoras en plazos y calidad. Aseguradoras más pendientes de pillar al asegurado tramposo que asistir al asegurado cumplidor con argumentos del tipo «esa enfermedad ya la tenía usted» o «La culpa de la corrosión de una lavadora es del usuario que seguramente utiliza aGua de más«. Las bondades de las empresas privada son grandes, pero sus fallos clamoroso también. La sanidad pública española es asombrosamente buena, su sistema de transplantes de órganos ejemplar y todo ello a un costo inferior a de los experimentos privados llevados a cabo por determinadas empresas o de la incompleta sanidad de países avanzados. En las clínicas privadas no hay colas, pero si el problema es grave se deriva a una entidad pública. Es decir, sin fanatismos de un lado ni de otro, el Estado puede ser muy eficaz si no se ve contaminado por topos ambiciosos. Los escándalos más graves de corrupción pública han sido protagonizados por las administraciones liberales o, en todo caso, empatan con las administraciones socialistas. Es decir hay que estar alerta en «lo público» y «lo privado», Axel. La naturaleza humana es así.
Observa Axel que: «… al igualitarista lo que le importa en primer lugar no es que todos tengan mejor salud o educación, sino que todos tengan la misma. Es por eso que deben eliminar el mercado de la educación, pues si lo toleran —aun habiendo una mejora para todos, como muestra por lo demás la evidencia— no se cumple el estándar igualitario que buscan.
Axel, los igualitaristas de ese tipo son ya marginales. El mercado de la educación está bien si genera colegios donde la enseñanza es de alta calidad, pero siempre que tengan acceso a ellos todos los pobres que demuestren su talento en niveles previos, si no, bajo la capa de la libertad lo que habría en la creación de bucles endogámicos desde los que sólo los hijos de ricos se proyectarían hacia los puestos directivos más golosos con méritos o sin ellos. Si el liberalismo es sincero debes apoyar la máxima permeabilidad social para que todos ganemos con la gestión de los mejores. No todo es una cuestión de dinero. De esta forma se combinan de forma potente el anhelo de libertad y de justicia social (mande usted a su hijo al colegio caro, pero admita la competencia de un nacido en un hogar pobre que pueda tener más talento que su hijo). El ejemplo de Felicity Huffman es un ejemplo de la patología paterna de exceso de celo. Si no, es lógico que los pobres usen su armas en el «mercado político» tratando de conseguir, a través del Estado, docencia de calidad gratuita. Si quieres preserva el mercado del colegio se debe combinar la libertad negativa de crearlo con la positiva de darle oportunidad a los estudiantes más esforzados e inteligentes, provengan del estrato social que provengan. Con mayor razón las universidades no pueden quedar sólo para que los «hijos de papá» de talento medio hagan orgías en las universidades privadas más caras. En concreto, qué sentido tiene que el único talento que pueda expresarse sea el de los nacidos en un hogar acomodado. Por qué perderse un talento nacido en un hogar al que le estén vedadas las mejores universidades. Por eso, se debe dar la oportunidad de progreso a los talentos atados a la pobreza. Si no lo hace el mercado, Axel, lo hará el Estado. Lo contrario es creer, más que creer, desear el privilegio no justificado. Con esta fórmula, hay mercado y hay optimización del talento. Por cierto que, en España al menos, los colegios privados no se limitan a soportar el peso de su aventura y piden ser «concertados», es decir, piden subvenciones. Creo que la caricatura del igualitarista se compensa con la del diferencialista, que acabo de inventarme. Estos serían aquellos que no aceptan, no ya la igualdad, sino ni siquiera las semejanzas.
Aceptado sin reservas que el sistema de libre mercado es el apropiado, nada impide verificar que si es dejado a su arbitrio produce lo que yo no llamaría desigualdades – lo que parece conducirnos a una discusión antigua – sino acumulaciones patológicas de renta y riqueza en pocas manos con resultados poco funcionales. ¿Para qué quiere el liberalismo inútiles como titulares de fortunas mareantes? Una perspectiva ésta que parece cercenar la libertad del individuo, cuando lo único que pretende es equilibrar los intereses de éste con los de las especie, lo que no parece descabellado cuando comprobamos que ninguna iniciativa particular, incluso destellos de genio o ingenio, puede llevarse a la práctica sin la contribución de todos, unos para producir y otros para consumir lo producido.
De nada le sirve al pobre el argumento de que está mejor que Luis XIV porque tiene un móvil, si se va a morir existiendo una medicina que lo impediría pero que no está a su alcance. Es una mutualización de la desgracia que no debe chocar a quien cree en los seguros. Seguros a los que la información genética va a llevar a rechazar a potenciales enfermos, obligando a que los afectados busquen soluciones por su cuenta.
La desigualdad, pues, a mi no me molesta. Pero obliga a la existencia de los impuestos para cubrir necesidades de salud, educación y asistencia en la incapacidad (que por nadie pase). Otra cosa muy diferente es el gasto público no justificado y, no digamos, la corrupción. Pero pretender reducir el gasto público actual de un 40 % del PIB a un 20 %, o un 4,7 % como propone Juan Ramón Rallo en España, creo que sería un desastre humanitario, pues dejarían de hacerse infraestructuras de transporte, pongamos por caso, para que la vida comercial del país se mantuviese. Por otra parte, el gasto público no se pierde por un agujero, pues el estado no tiene ni empresas constructoras de carreteras y puertos, hospitales o universidades. La mayoría de las personas que trabajan para él no son funcionarios y cada vez habrá menos. Por otra parte, las grandes partidas del estado moderno son las que hacen salivar a los grandes grupos financieros y son las pensiones y la sanidad, que en mi país alcanzan casi el 20 % del PIB. Privatizar estas partidas es olvidar que el ser humano se adapta a su situación financiera y que raramente de joven se hacen previsiones para la vejez, por ejemplo. Si se hiciera, no tardaríamos en tener millones de ancianos postrados por las calles. Añadamos que las generaciones actuales no podrán contar con una casa con la que ni siquiera gestionar una hipoteca inversa.
Además, incluso utilizando vales estatales para servirse de empresas asistenciales privadas, se puede evitar gravar con impuestos para financiarlos. Un sistema que veo interesante, por otra parte. Un reciente vídeo grabado en Estados Unidos mostraba en las televisiones a una anciana bajada de un taxi con la bata sanitaria en la puerta de un hospital proveniente de una clínica privada que había advertido que no tenía fondos para pagar las facturas. No me parece mal que la clínicas privadas no se hagan cargo de quien no puede pagar, pero me parece muy mal que sus gestores se opongan a un sistema sanitario público de calidad, porque eso reduzca sus beneficios empresariales. Aquí se pone de manifiesto la fibra de la que pueden estar hechos algunos defensores de la libertad. Este es claramente un reproche moral, pero ¿quién ha dicho que el ser humano no sea un ser moral? Lo curioso de la situación es que el mismo que defiende la aplicación salvaje (no es el caso de Axel) del sistema, cambiaría de posición en cuanto le fuera mal a él.
Es habitual decir que al pobre no hay que ayudarle con dinero, sino con oportunidades. Por la misma razón al rico no habría que premiar con dinero, sino con vida digna. Demasiada ingenuidad. Del mismo modo que es patológico querer cercenar el talento de alguien que lo posee para igualarlo con el que no lo tiene, es patológico llevar la máximo posible la ganancia por el uso de una habilidad económica sin tener en cuenta que 1) casi ninguna empresa moderna con éxito puede ser emprendida sin financiación ajena, que proviene del ahorro de otros y 2) que nada complejo (y hoy todo es complejo) puede ser emprendido sin el concurso de otros. Es decir, la discusión por la desigualdad debe ser sustituida por la discusión global, al nivel social, del uso de la riqueza generada. Cuando se habla de riqueza, parece que se hablara de joyas y yates. La razón es que la hipertrofiada acumulación de recursos en pocas manos genera una industria del lujo que confunde muchas mentes. Mi opinión no firme es que los recursos que exceden de determinado umbrales deberían ser reconducidos o las empresas para la investigación o al estado para cubrir necesidades sociales no atendidas por el mercado, pero no como falla de éste (argumento de Krause), sino como falla ideológica, que prefiere el sufrimiento ajeno antes que violar el «proceso» de acumulación. Como el experimento comunista fue un fracaso manifiesto y criminal, se pueden explorar otros. Pero a mi me parece más razonable, en el ínterin, simplemente aplicar una fiscalidad proporcionada.
«… el Estado no puede imponernos por la fuerza la conducta solidaria.»
Supongo que el rechazo a la conducta solidaria se refiere tanto a cuidar de los individuos, como hacerlo con las empresas. En la última crisis el estado español pidió un rescate de hasta 70.000 millones de euros para tapar agujeros de la banca. Dinero del que se proclamó que sería devuelto íntegramente y que ahora hemos sabido que sólo se recuperarán unos 3.000 millones. En Estados Unidos, patria del liberalismo económico, tras dejar caer al banco Lehman Brothers se insufló hasta 700.000 millones de dólares para que no cayera ni un banco más, recuérdese el famoso bazooka del secretario del tesoro Paulson. En España se creó un «banco malo» (público naturalmente) para que se quedara con los activos tóxicos de los bancos supuestamente buenos. En fín, que el Estado es reclamado por tirios y troyanos. Estos días todo el Levante español está inundado y es el Estado el que está resolviendo los problemas de la gente. Hay mucha ingenuidad en esa frase que recuerda la de aquella musulmana francesa llamada Kenza Drider que declaraba: «Llevar el burka es mi libertad«. Es un tipo de frase en la que el que la profiere niega en la segunda parte de la frase lo que afirma en la primera. La conducta solidaria no es nunca una imposición y el burka nunca proporciona la libertad. Pero creo que, en realidad, lo que quiere decir esta frase es que los ricos piensan que «serán solidarios si les da la real gana». Si no, ya está thebillionaireshop.com para gastar nuestro dinero.
¿Por qué el estado nos obliga a ser solidarios con los bancos y no puede hacerlo para asistir a los individuos? En los accidentes de coche, quien huye puede ser acusado del delito de «Denegación de auxilio». Pues eso. ¿Nos libramos de las dos coacciones o modulamos las crisis con el Estado su información y sus recursos? ¿Qué es más racional? ¿Guiarnos sólo por el impulso individual o usar la potencia de la acción concertada de la que, por cierto, tan buen ejemplo es la empresa? ¿Dejamos caer a los bancos y a las personas o jugamos ese juego al que nos impele la realidad entre el universal y el particular? ¿Por qué acudimos al auxilio del suicida? ¿Por qué se le da una segunda oportunidad a un empresario fracasado borrando los antecedentes de sus deudas? Porque unidos somos más fuertes. Creo que lo racional es usar la fuerza de la iniciativa particular y la de la acción concertada sin hipertrofiar fanaticamente una de las dos. Un Estado mínimo (limitado a la defensa de la propiedad) está más cerca de llevarnos al planeta de los simios que a la prosperidad general (un día te contaré cómo surgió el poder de los simios para someter a los humanos con la ayuda de Nozick). El Estado debe proteger la propiedad y la gente, faltaría más, pero eso es compatible con determinadas acciones comúnmente aceptadas como son los impuestos sin salir del Rule of Law. Postura compatible con el rechazo a toda corrupción e ineficiencia estatal y con el rechazo a las ineficiencias de grandes empresas monopolísticas y el rechazo, éste moral sí, guste o no, a la exhibición obscena del lujo que la tecnología moderna hace posible.
El ejemplo de que no se le ocurre al Estado obligar a ser fiel a la novia tiene gracia. Sin embargo, prohibimos ir desnudo por la calle porque nuestra cultura lo encuentra inadecuado. También en algunos países se prohíbe ir vestido en exceso (el burka). La sociedad no existirá (como decía Margaret Thatcher), pero hay que ver lo que se nota su presencia. Es como un elefante en medio de la plaza. El liberalismo debe enfocar bien su mirada para huir de su pretensión de que funcionemos como una máquina perfecta con el sonido suave de un BMW con un tubo escape por el que se lanzan seres humanos.
Es cierto que la compasión existe, pues si no el soldado no iría, con riesgo para su vida, a recoger al compañero herido en medio del tiroteo. Es cierto, también, que ese es un hecho espontáneo, que «no está impuesto por el Estado», pero la sociedad repudia al cobarde. Así reaccionamos al dolor en nuestras inmediaciones, pero somos más secos ante desgracias lejanas aunque sean masivas y esa es la estrategia «moral» del liberalismo: alejarse para no sentir. Siendo así, es lógico que encarguemos esa solidaridad al Estado del mismo modo que le encargamos la defensa nacional. No se nos ocurriría, en una sociedad moderna, esperar a que la gente se inmolara espontáneamente sin recursos bélicos ni adiestramiento proporcionales a los del agresor. Sería una matanza inútil. ¿Por qué ante una agresión esperamos la acción de la policía, pero ante la pobreza no esperamos la acción del Estado? ¿Para que Townsend crea que tenía razón?
Dice Axel: «…ninguna persona, precisamente por ser libre —es decir, por ser considerada igual en materia moral y tener igual derecho que los demás a desarrollar su plan de vida como le parezca—, puede ser forzada, contra su voluntad, a satisfacer intereses o necesidades de otro.«
No entiendo, Axel, por qué insistes tanto en la idea de obligación y violación de la libertad de los individuos cuando el Estado socorre a alguien. Cuando el Estado interviene no está obligando a nadie a ser compasivo. Es forzar en exceso la condición de detentador del monopolio de la violencia por parte del estado. ¿No será mejor esas cuidadosas intervenciones que la grosería revolucionaria o fascista? Sería como quejarse de la intervención de los bomberos para salvar vidas en un incendio urbano o bosques en un incendio rural o, poniéndonos frívolos, para salvar un perro atrapado. ¿Por qué ser «obligado» a cuidar de otros o a cuidad bosques que no son míos?. Ya daré dinero voluntariamente para esos fines en el «cepillo» de los bomberos, piensa el liberal. Otra cosa es que moleste pagar impuestos en general, y para determinados fines en particular. Pero para fijar esos fines, está la deliberación social en la política. Creo que ese Estado en el que piensas no es viable. Me extraña esta postura, precisamente, cuando el liberalismo económico está convirtiéndose en la cultura general de las sociedades modernas. Ese socialismo contra el que combates está moribundo en el suelo, que por cierto es una buena metáfora del enrasamiento igualitario. Nadie persigue la igualdad plena, pues hasta en las capas más bajas económicamente hay estratos. Siempre habrá norte y sur en un trozo de imán. La igualdad no es un fin, sino un método para mantener la tensión entre dos polos igualmente nocivos: el egoísmo absoluto y el altruismo imposible que, de darse, generan violencia y parasitismo. La solidaridad a través del Estado no es violencia, sino la forma en que suplimos la falta de empatía para los problemas que están fuera de zona de reacción moral de cada individuo. Cuando los seres humanos están próximos la ayuda voluntaria es más probable por la empatía que emana en esa proximidad; cuando están lejos sólo la acción del Estado puede evitar la tragedia. La acción del Estado no debe ser para igualar, sino para remediar. Manténgase el disfrute de lo ganado aunque sea excesivo para preservar el espacio para el «aún más» por encima de las cabezas de esos seres tan especiales que tiran del cuerpo social y, a menudo tierna su vida por falta de límites; pero no se estorbe la acción solidaria y menos transformándola sólo con palabras en un acto de violencia sobre el propietario. Ideas que, por cierto, el mismo Axel considera bien apoyadas por la autoridad de Kant, Smith, Hayek o Friedman.
Dice, Axel: «A la izquierda, en general, la anima una idea hobbesiana de libertad, esto es, que el hombre es un lobo para el hombre y, por tanto, necesita un Leviatán, un Estado todopoderoso que lo discipline y ordene de modo que no se coma al vecino.»
Pues creo que es justamente al contrario, Según Sowell la visión de los liberales y conservadores es trágica: la naturaleza humana no se puede reformar. Así lo afirma Pinker cuando destroza, armado de la biología evolutiva, la pretensión de la izquierda de cambiar el mundo sin atender a la naturaleza humana. La izquierda que hipertrofia el Estado no es para que vigile el mal comportamiento de los individuos, sino que, por su fe en la capacidad transformadora de la educación, requiere de recursos para la formación de todos. Es la derecha, la que, por su visión trágica del ser humano, considera que basta con que los mejores, surgidos de la lucha despiadada, se ocupen de los asuntos para que todo vaya bien. ¡Menuda tergiversación de las cosas, Axel! Y no es que me fie de que, una vez con el poder, determinada izquierda no quiera un estado totalitario. Sufren del mismo mal de altura que aquellos de derechas que consideran que, puesto que el hombre no tiene remedio, lo disciplinaremos con la bota militar.
Incluso en los países liberales «de nacimiento», los estados tienen servicios sociales «a la fuerza», según tu tesis. La razón del despego liberal la sitúo en que se considera que curar a la gente enferma o asistir a los imposibilitados no es crear riqueza, sino tirar el dinero. La caridad personal no da para cubrir ese deber de humanidad. Aunque siempre se puede sustituir «curar» por «reparar» y ya habríamos escamoteado el deber de asistencia a personas para situarnos ante objetos. El orgullo de «apoyarse en sí mismo» no puede llegar al extremo de morir en una esquina despreciado como un «fracasado». No se puede, tampoco se debe, esperar a que la copa superior rebose hasta llegar a las copas inferiores en cascada, si una sociedad tiene los recursos para evitarlo.
Por lo demás completamente de acuerdo en que el estado no sobrepase los límites de lo que podemos llamar su ámbito propio. Obviamente la nocividad, o no, de una actividad, debe establecerse en las leyes, pues la iniciativa privada ya se ve que puede quemar el bosque del mundo (el Amazonas) sin pestañear. Leyes que deben ser resultado de deliberación política tan dura como sea necesaria hasta llegar al consenso social. En cuanto a la organización de asociaciones privadas, tantas como surjan. Si son realmente eficaces, será fácil que el Estado se desprenda del deber de financiar la caridad. Pero es más fácil que surjan asociaciones «del rifle» o de encapuchados incendiarios decepcionados con la benevolencia de los jueces, que asociaciones benefactoras. Aunque no niego que surjan, en España han sido ejemplares las que se han dedicado con voluntarios a recoger comida para paliar los efectos de la crisis de 2008 o las que acuden a ese cementerio acuático en que se ha convertido el Mediterráneo. En la patria británica del liberalismo que aquí se propugna, lo que surgieron son clubes privados, en los que no se admitían mujeres y en mi patria a sociedades gastronómicas igualmente misóginas. Sin embargo, comparto con Tocqueville la idea de que «un buen Gobierno ha consistido siempre en poner cada vez más a los ciudadanos en situación de prescindir de su ayuda…«, pero sin perderle la cara al toro de las necesidades. En fin, comparto la idea que si el progreso hubiera dependido exclusivamente de los estados, estaríamos estancados, pero que la solución está en una vía intermedia, cuyas proporciones aún no hemos ajustado.
Vuelve Axel con un ejemplo «hombre de paja» inapropiado y simple, pues nadie discute las bondades de que el pan lo elabore un comerciante privado, ni nadie quiere quitarle al panadero lo suyo, ni dejar de pagarle su pan. No digamos ya la idea de que el «pan existe» y sólo hay que repartírselo. Ni el derecho social va a caer más bajo, ni los argumentos de Axel más arriba. Hay que remontar el vuelo de la discusión.
La preocupación de Axel por el panadero pone de manifiesto que en el fondo la discusión por los derechos sociales no es por la libertad sino por la elusión de impuestos. Nada coarta la libertad el cobro de impuestos si no son expoliadores (20-30 % a las clases medias; 50 % a las clases altas). Ningún estado europeo impide la filantropía. Simplemente ésta se ocupa de aquellos problemas que sus promotores advierten y no son todos, por lo que el Estado tiene que estar al quite. En Estados Unidos las grandes fortunas pagan impuestos bajos y, en este momento, su posición en el World Giving Index es el 4º y bajando, con la particularidad de que no aparecen entre los diez primeros en la donación de dinero, siendo el 10º en el indicador de ayuda a extranjeros y el 8º en materia de voluntariado. En cuanto a los países europeos, no ocupan un lugar destacado, porque en ellos el Estado resuelve con eficacia y, sobre todo, de forma generalizada lo relativo a la ayuda a extranjeros y la asistencia que puedan necesitar grupos de gente vulnerable. Depender de la voluntad individual, que generalmente no tiene toda la información y se puede dirigir de forma sesgada a los problemas, no parece la mejor solución para el estado de la conciencia humana en nuestros días. La crítica a la acción del Estado, acompañada del reproche de «buenismo», tiene un fondo de preocupación por el nivel de impuestos que requiera una real asistencia a los que quedan detrás en el desarrollo económico de un país. Desgracia que, en estos países liberales, llega hasta a los que vuelven de los frentes de guerras incomprensibles dañados en su cuerpo y su mente. Quiero pensar que los liberales son sinceros cuando se resisten a esta solución y están pensando en que se frena el crecimiento de la nación por los recursos dedicados a quienes lo puedan necesitar, pero ninguna actividad frena el crecimiento, porque los servicios asistenciales como, pongamos el gasto en ocio es un componente del PIB de una nación. El ocio antaño era simplemente sentarse, ahora implica un equipamiento sofisticado y caro, que le pregunten a Nike o Asics. La diferencia estriba en que la asistencia no tiene «clientes» directos que puedan pagar los servicios y el ocio sí. En España se ha resuelto el asunto con una marca en la declaración de la renta que indica que destino del 0,7 % de tus impuestos a fines sociales. Es una cantidad notable que asciende a 500 millones de euros. Lo que sí parece una reacción liberal ante la expansión de los derechos sociales es la fórmula de estimular la demanda mediante cheques que se emplearían en los mismos servicios, pero prestados por la iniciativa privada.
Axel dice que: «Ya explicamos que la sociedad no existe de manera independiente de las personas que la componen, o sea la sociedad como ente en sí no es más que una ficción. No hay una «voluntad social» como no hay una inteligencia social, ni una mente social ni nada parecido. Mal puede haber entonces un «derecho social», pues algo que no existe no puede tener derechos.»
¡Qué argumento más pobre! En efecto, no ha una «señora sociedad» titular de ningún derecho. Esta es una discusión inútil pues llamar a los derechos de los individuos que constituyen la sociedad derechos «sociales» no es más que un recurso lingüístico llamado sinécdoque. Pero, claro, no es más que un pretexto para rechazar a la máquina de inventar derechos para recibir subvenciones del Estado. En España se llama a eso «chiringuitos» y uno de los más combatidos es el que se ocupa de la atención a mujeres maltratadas (sin comentarios). Pero quién distinto del Estado puede ocuparse de algo así. ¿O la idea es abandonar a las mujeres a su suerte o mala suerte de tener un marido potencialmente asesino? En torno a 60 mujeres son asesinadas cada año y en algunos casos se incluye en el paquete criminal a los hijos. Pero, con la misma estructura argumental, se podría decir que, si interponer al Estado es enmascarar el expolio al particular, quitar al Estado de esta función es la máscara de la elusión de impuestos. Es decir volvemos al lugar de partida: a los que tenemos mucho no nos gusta que usen nuestro dinero para atender necesidades de humanos.
Axel remata su argumentación diciendo que: «... el derecho social permite instrumentalizar a unas personas para satisfacer los fines de otras, agrediendo su libertad y dignidad.»
Y yo remato diciendo que «satisfacer fines» oculta la verdad de los problemas concretos de una sociedad. Y que no hay menos violencia en disolver una manifestación reivindicativa contra un desahucio que en reprimir a un evasor fiscal . Es decir, el estado es, precisamente, la garantía de que esas dos violencias son gestionadas civilizadamente. Este es el gran contrato social implícito que se deriva de la enseñanza de la Revolución Francesa (burguesía contra aristocracia) y de la revolución rusa (obreros contra burguesía). Dos formas irracionales de crimen que han tenido sus reflejos menores en amotinamientos y represiones a lo largo de los siglos, si generalizamos el eje obrero-burguesía (ya obsoleto) por el de amo-siervo de antaño, que parece volver en una pirueta histórica en nuestra sociedad tecnificada bajo la especie de empleado precarios con la competencia de millones de desesperados para ocupar su puesto y bajo la especie del empresario digital anónimo al control de la red de servicios.
Ataca Axel con razón la disfuncionalidad de la conocida frase del Manifiesto Comunista «de cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad«, pues no es posible juzgar algo así para todos. Precisamente el mercado fija bien lo que merece cada uno y lo que necesita cada uno. El problema es, Axel, cuando hay gente que por sus escasos o nulos ingresos, están fuera del mercado. En ese caso, no queda más remedio que introducirlos con ayudas. Al fin y al cabo ese dinero vuelve a la corriente general y consume productos de empresas privadas. Situación que puede ser discutida porque es dinero que se emplea en producir y consumir en productos a cambio de ningún esfuerzo porque no hay trabajo formal para ellos. De algún modo eso compensa que otros tantos familiares de los 30 millones de millonarios del mundo obtengan todo un proyecto de vida muelle, igualmente sin ningún esfuerzo. Ningún Estado se atreverá a eliminar las prestaciones de salud, educación y pensiones, como no se atreverá a expoliar a los propietarios.
Axel propone privatizar los tres ejes de la política social de un estado: sanidad, educación y pensiones, que en los países avanzados supone más de la mitad del gasto público. Las razones sencillas: los mejores profesionales y los mejores recursos materiales están ahí. Tan eficaz ha resultado el sistema en España, que somos el segundo país del mundo, después de Japón, en esperanza de vida con un costo per cápita de 1500 euros que le coloca por debajo de la media europea y muy lejos de la sanidad de Estados Unidos. Le costará al liberalismo conseguirlo, porque el argumento de ineficacia no es de aplicación. En cuanto a la educación, ningún país occidental prohíbe que quién lo desee monte colegios tan extravagantes como deseen, pero ese sistema, y esto debería repugnarle al liberalismo, se deja mucho talento en el camino, mientras entra en bucle endogámico impulsando a los más mediocres de sus descendientes hacia carreras sin más brillo que la cartera de los padres. Por lo que respecta a las pensiones, la partida, con mucho, más importante del gasto público, no creo que donde haya un sistema público se sustituya por una privado sufriendo los pensionistas los avatares de las acciones inversoras de los grandes fondos, sin que se den terremotos sociales y políticos.
Otra cuestión es que los estados lleven a cabo estas misiones sin paralizar las actividad económica o endeudándose peligrosamente. Pero hay que recordad que, en España, los socialistas entregaron el gobierno el año de la crisis con una deuda del 35 % del PIB y los liberal-conservadores lo han devuelto con el 98 %, además de dejar el fondo de 65.000 millones de euros del ahorro para pensiones, prácticamente en cero. Es decir, se necesitan gobiernos que haciendo una gestión económicamente eficaz, no pierdan la cara a sus responsabilidades sociales, por mucho que el mercado salive con las partidas públicas. No me canso en decir que la mayoría dinero de sanidad, educación y pensiones vuelve al mercado y que lo único que persigue el sector privado con su recepción es morder en forma de beneficios lo que ahora se gasta en servicios. Todo esto es compatible con negocios de mutuas y empresas privadas que ofrecen sobre todo rapidez (porque la gran masa está en la pública) y calidad en el servicio ambulatorio. Pero, cuando las enfermedades se complican, derivan a los servicios públicos, Del mismo modo que las operaciones sencillas (una cataratas, por ejemplo) son derivadas en el sentido contrario de la pública a la privada. En cuanto a la educación, nuestro país (España) se ha transformado radicalmente al sacar cada lustro casi un millón y medio de egresados universitarios, que ahora la crisis financiera ha dejado en el paro, favoreciendo a países que, no habiendo contribuído a su formación, los reciben con los brazos abiertos. Un sistema de universidades privadas dejaría en la carrera a miles de potenciales talentos o, como en Estados Unidos, los endeudaría de por vida a ellos o sus familias.
Insiste Axel en que: «La lógica de lo estatal, que es la de la imposición coercitiva, es contraria a la lógica de la voluntariedad del mercado como asignador y creador de recursos.»
Pero olvida que, entre las alternativas de la libertad, está la de escoger al Estado como prestador de servicios esenciales como crear y mantener infraestructuras comunes, sanar, educar y cuidar. Y que todo ello lo haga sin comprometer el futuro de su descendientes. Al mismo tiempo es bueno que el resto de necesidades: ciencia, tecnología, transporte, energía, alimentos, medicinas, vestido, cobijo, confort, información y entretenimiento lo lleven a cabo empresas privadas liberando las enormes fuerzas de la ambición y la creatividad. Además de que la sanidad, educación y cuidado puedan ser ofertados por el sector privado contribuyendo a la mejora mutua entre el servicio público y el privado. De ese modo se garantiza la convivencia de las fórmulas, mientras se asegura que seguir vivo, estar educado y ser cuidado en la vejez y la enfermedad no depende de la cuenta de resultados de una empresa particular, sino del ejercicio de la libertad en el sentido más amplio de la palabra, frente al restringido de la libertad negativa que sólo contempla la acción individual y olvida la concertada. Todo ello sin olvidar que el Estado también tiene que rendir cuentas si no cuida su propio balance económico. Hay así espacio para el lucro y la aplicación de las más intensas fuerzas de la ambición, el talento y la creatividad, sin comprometer los valores «buenistas» de la compasión, acceso al conocimiento y deber de cuidado a los mayores. No se puede tener todo, Axel. Creo que es un buen compromiso entre el escila (la codicia) y el caribdis (parasitismo) de la compleja vida de una sociedad (eso que no existe). Para que esta discusión sea productiva es necesario dejar de lado los polos extremos de las dos posiciones: el comunismo al que lleva la hipertrofia del Estado y la atomización individual a la que lleva su desaparición. Ni vale llevar el Estado cerca del totalitarismo, ni reducirlo a la defensa de la propiedad. Ni la distopía igualitaria que lleva la Gulag, ni la distopía libertaria que lleva al ejercito privado y el gueto de los ricos. Con el riesgo de éste último de acabar de ser gobernado por las guardias pretorianas. La libertad sin compasión bien organizada no es humana. El totalitarismo sin libertad individual no es humano. Ambos se redimen y complementan en una democracia socio-liberal o libero-social (al gusto).
¿No hay responsabilidad en el mercado que es incapaz de general los puestos de trabajo suficientes? cuando una nación llega a este punto es porque o le sobran habitantes o no es capaz de vender suficiente a los países extranjeros. Y esto depende, fundamentalmente de la capacidad de producir mercancías o servicios atractivos para otros. España exporta el 34 % de su PIB, casi el triple que Estados Unidos y trece puntos menos que Alemania. No está mal, pero se necesita dar empleo a tres millones más de personas. Animo al mercado libre a que dé una respuesta que raramente dará el Estado. Y no vale decir que con menos impuestos todo iría mejor, porque ya estamos viendo qué tipo de empleo genera en la época digital con el recurso de low-cost. Una espiral de «cobro poco» porque «pago menos», que ya veremos a ver a dónde nos lleva. Ahí quiero ver a los capitanes del sector privado de mi país que se están dejando mojar la oreja por falta de inversiones en investigación prefiriendo las burbujas inmobiliarias y pagar royalties.
Axel sigue apretando: «Pero que una necesidad sea más urgente que otra no transforma a la más urgente en un derecho que el resto debe financiar. Por ejemplo, usted podría necesitar con urgencia una operación que cuesta, digamos, diez millones de dólares o cien millones de dólares. ¿Le da eso derecho a que otros se la paguen? No. Suena frío, pero no lo es.«
Pues yo creo que Chile no dudó en lanzarse al rescate de los mineros… francamente, no es que suene frío, Axel, es que indica la gran falla del liberalismo: su parcialidad teórica sobre el ser que juzga, que no es unidimensional. El cerebro humano no transita por la estación intermedia del derecho cuando hay una urgencia humanitaria. Pasa directamente a la acción de rescate. Precisamente ahora en el Mediterráneo se plantea a un escala tremenda la cuestión. ¿La puesta en peligro inminente de perder la vida de los inmigrantes africanos o sirios, genera el derecho de rescate? No hay cuestión: se les rescata. Cuando los gobiernos dudan o llanamente se niegan a acoger más emigrantes no están deliberando acerca de un derecho, sino que se plantean cómo hacer frente a las oleadas de personas que pretender llegar a europa. Unos conculcando, precisamente el derecho del mar y otros negando a sus ONGs que acudan a la zona. Ante el ser humano y su sufrimiento no cabe el mero uso de la razón instrumental. Estado Unidos recibió las oleadas de emigrantes irlandeses y no se preguntó por su derecho a llegar abarrotando buques. Otra cosa es la torpeza con la que determinados problemas actuales se están enfocando en los grandes sanedrines políticos. Pero agárrate a las neuronas de la dirección del país más importante del mundo. Yo espero de los liberales más altura e ingenio en sus propuestas para mejorar la vida. El látigo romano en la minas de azufre, eso lo hace cualquiera.
Seguimos: «La libertad y la riqueza son cosas distintas. La riqueza se relaciona con los medios para perseguir un fin, en cambio la libertad es la posibilidad que existe de conseguir y crear esos medios y alcanzar el fin sin que otro se lo impida por la fuerza. No es la riqueza la que crea la libertad, sino la libertad la que crea la riqueza«
Este es un bonito juego de palabras, pero en realidad entre libertad y riqueza la relación es circular pudiendo comenzar el ciclo por donde uno desee. En efecto, la libertad de un emprendedor puede crear riqueza y su riqueza darle la libertad de consumo a las que antes no llegaba y merece, pero la riqueza heredada proporciona las dos libertades al tiempo: la de emprender y la de elegir entre opciones de consumo. A lo que la riqueza no da opción automáticamente es a las libertades civiles (votar) o sociales (matrimonio homosexual) que son conquista contra la cerrazón de los conservadores.
Naturalmente lo que dice Axel es verdad, pero no toda la verdad. Es una idea cartesiana (clara y distinta) la de que la riqueza no existe sin acción humana. Pero una vez creada, es otra idea igualmente clara y distinta que no la han producido unos pocos, sino muchos concertando impulso, inteligencia y esfuerzo, por lo que no es de recibo que la retenga sólamente una de las partes actoras. Otra cosa es que utilicemos la naturaleza humana para optimizar su producción: la ambición para el impulso (el empresario), la reputación para la inteligencia (el científico) y el temor para el esfuerzo (el trabajador). De este modo en la fase de producción el trabajador puede ser tratado como un recurso en competencia, pero en la fase de distribución debe ser tratado como un ser humano.
Riqueza y libertad no pueden ser confundidas, en efecto, pero la libertad no es unidimensional. La de creación no debe ser confundida con la libertad de elección que proporcionan los logros económicos. Si el empresario no puede especular sobre las necesidades del empleado, la humanidad si puede corregir las consecuencias de tratar a un ser humano como mercancía y ofrecer soluciones eficaces a la falta de riqueza del trabajador para proporcionarse la libertad de elección acorde con el estado de la cuestión en cada época. Una forma es ahorrarle el costo de la salud y la educación, por ejemplo que sólo una fracción utiliza simultáneamente.
En períodos en que la fuerza esté de parte del trabajo por escasez de trabajadores, las previsiones se reducen al mínimo asistencial de los pocos excluidos y, en fases en que la fuerza esté de parte del empresario, las previsiones (sanidad, educación y pensiones) deben cubrir estas necesidades, mal que le pese al frío y distópico liberalismo, al estropearse su imagen de una sociedad-máquina. Que un padre no pueda pagarse la educación o la salud de sus hijos es una carencia de libertad, evidentemente: la de no poder elegir entre la pasividad o la solución del problema. Y la solución a esa carencia de libertad no estará nunca en el mercado que está obligado a comportarse como si el ser humano fuera una mercancía. Sólo puede llegar de instituciones diseñadas para crear un ámbito de libertad para aquellos muchos que no pueden alcanzar la libertad por otra vía. El que la libertad que el rico posee gracias a su riqueza no puede ser cero para aquel que fingió ser mercancía para que la riqueza se creara. La libertad crea riqueza y la riqueza crea libertad. No es tan difícil de comprender. Queda para otra ocasión discutirle a Berlin su pirueta para pasar de la autonomía kantiana del individuo al totalitarismo. El paso del «por sí mismo» al «lo que el partido disponga» es más complicado de lo que Isaiah nos dice.
Dice Axel: «No podemos decir, entonces, que una persona no es libre porque le falta algún bien material que necesita.»
Claro, diremos que le falta riqueza para adquirirlo, pero no libertad para intentar adquirirla. Pero esta obviedad no puede ocultar el problema de las necesidades sociales. Es decir de muchos de los individuos que componen la sociedad.
Es cierto que en una sociedad igualitariamente pobre nadie tendría más libertad positiva (versión Berlin) que la de cambiar de posición espacial. Pero una vez descubierta la capacidad de transformar energía al servicio de la prosperidad de los seres humanos, ¿en qué se basa la idea de que la mayoría de estos deben quedar abandonados en el camino sin que puedan organizarse con instituciones públicas que los recojan y cuiden su salud, educación y ancianidad?. El argumento de que el trabajador debe conformarse con el sueldo que el mercado le proporcione escamotea, en base a la existencia de competencia entre desesperados, la parte minúscula de ese sueldo que acumulada y mutualizada debe ir a la previsión del futuro. Por tanto nada más justo que recuperar esos recursos por otras vías civilizadas.
Axel, razona que no tener medios para que un hijo se eduque no es carecer de libertad, sino de riqueza y, eso hay que ganárselo en el mercado. Naturalmente lo hace olvidando rasgos del ser humano que de no considerarse los llevan al desastre. Uno de ellos es la imprevisión. El mercado usa esos rasgos para seducir al ciudadano para que consuma sus productos aunque sean nocivos o frívolos, pero los rechaza cuando ese ciudadano organizado en Estado reserva para lo esencial capital en forma de cuotas sociales o impuestos para que no sean absorbidos por el mercado y permitan ocuparse de aquellos a los que el mercado compensa en base exclusivamente a la competencia entre débiles.
Esto lo considera un robo, al tiempo que se invita a los ciudadanos a que rechacen estos mecanismos de prevención para poder gastar olvidando el futuro. Dicho esto precisamente por la ideología que pretende que hay que escuchar a la naturaleza humana, negándose a aceptar la necesidad de corregir la negativa capacidad de previsión. Se niega a aceptar que el ser humano acepte sus limitaciones y las trascienda creando instituciones para corregirlas. Añadamos que hay acciones del Estado imposibles para el ciudadano individual y para las empresas obligadas a buscar su beneficio: las catástrofes. Cuando ocurre una de ellas, esperar del defectuoso carácter del ser humano en general y del rico en particular una respuesta adecuada es creer en los ángeles. Lo que me recuerda que uno de los reproches a la economía planificada es que los hombres no son ángeles. Pues eso, como no somos ángeles, completemos los beneficios de nuestro egoísmo con la creación de instituciones altruistas.
Naturalmente que el liberalismo ofrece una salida para este problema: privatizar la previsión. Pero oculta que si el gasto público se eliminara, ese dinero ahorrado en impuestos (en los bolsillos del ciudadano, como le gusta decir a mi compatriota Rollo) pasaría rápidamente de las manos del ciudadano a las empresas que los contratan, pues, con el mero mecanismo de competencia entre trabajadores, de nuevo los sueldos bajarían a niveles que impedirían cualquier previsión. Al contrario, se invitaría a la ciudadanía al endeudamiento para absorber los excedentes de producción anticipando gastos cuyo respaldo económico no existe aún. Lo siguiente serían galeras para los morosos. «Empeña tu anillo para pagar la boda del chiquillo» anuncia una empresa de préstamos privada estos días.
Para que las rentas individuales tuvieran la misma capacidad de afrontar el futuro que el actual Estado, sería necesario doblar los sueldos medios de cada empleado, lo que no cabe esperarlo de un mercado de trabajo basado en la competencia. El Estado previsor aplica la fórmula de Speenhamland, pero reteniendo el complemento del sueldo de mercado en vez de ponerlo a disposición de la imprevisión del ciudadano y de la voracidad de las empresas. Da la impresión de que el liberalismo esconde su pesimismo sobre la naturaleza humana a la que quiere usar como instrumento de una demolición del Estado previsor para después encogerse de hombros ante la desgracia ajena, aludiendo a una responsabilidad individual que sabe que no existe, porque no en vano procedemos de una naturaleza animal retozona, que no anticipa los problemas del futuro. Así, por poner un ejemplo, donde ahora vemos a discapacitados en sillas ruedas automáticas, veríamos tullidos pidiendo como en el siglo XVI. Es muy peligroso que la mutualización del riesgo se atomice. Lo realmente escandaloso es que el mundo financiero acuda al Estado a que lo saque de los problemas en que ellos mismo se han metido, sin «pagar las primas» correspondientes para este seguro generoso. La actitud de poner al Estado ante la necesidad de acudir al rescate presentando un crisis sistémica prefabricada, es una muestra de las limitaciones del liberalismo. Por la misma razón que es posible comprender la malicia de estos financieros, es necesario comprender la incapacidad previsora de la gente. Ante lo dos problemas, sólo el Estado es capaz de ofrecer soluciones anticipatorias, siempre que no se deje manipular por los interesados de una y otra parte (patronales y sindicatos). En definitiva, Axel tienes una visión sesgada del conflicto de valores y deberías hacer una relectura del «todo Berlin» para comprender que su restringida visión del valor «libertad» no puede monopolizar el espacio axiológico.
Es absurdo enredarse en una lucha de quién roba más a quién. Es más productivo un acuerdo racional entre partes en el que se reconozca que el mercado de trabajo es un eficaz sistema de fijar el precio del trabajo, pero que el Estado es un eficaz sistema de completar el sueldo con servicios que la naturaleza del mercado, que convierte al ser humano en mercancía, no puede prestar sin crear graves desigualdades en cuestiones fundamentales como la salud o la educación.
El uso que hace Axel de la libertad es parcial, pues se refiere solamente a la libertad de enriquecerse y hacer uso libre de esa libertad, pero eludiendo la libertad de moderar las reglas que lo hacen posible en grado pernicioso. Un tipo de libertad que también lleva a considerar razonable la libertad de llevar armas y la del lujo aunque haya matanzas en colegios o haya partes de la sociedad pasando dificultades de nutrición, por ejemplo. Por eso, en mi opinión la mejor solución es crear unas reglas de creación de beneficios por la acción libre que limiten el enriquecimiento irracional. En el caso de los accionistas dejando que los gestores fijen la cuota de beneficio, dejando el resto para inversiones en reposiciones, investigación o respeto medioambiental. En el caso de los gestores estableciendo que sus sueldos los fijen los accionistas. De esta forma se neutralizarían unos a otros fijando precios a su trabajo o a sus riesgos más razonables.
Dice Axel, que «Otra famosa trampa conceptual que se deduce de la reflexión anterior es la de la «segregación». No es cierto el común argumento de quienes quieren estatizar la educación, a saber: que un sistema escolar basado en la libertad de elegir de los padres segregue en el sentido propio del término; lo que hace es segmentar de acuerdo a preferencias y demanda«
Axel cree que usando un eufemismo (segmentar) resuelve la cuestión de fondo. No, a pesar del cuidado que pone Axel en aclarar que defiende la igualdad jurídica, no se le debe escapar que será escasa la dignidad de una enseñanza precaria que mantenga a los pobres en trabajos mal remunerados sin permeabilidad social.
Por otra parte, nos recuerda que estos colegios se reservan el derecho de admitirte no vaya a ser que a un pobre le toque la lotería. Incluso admite que siendo la financiación del colegio privado parcial (porque el Estado les subvenciona) se mantenga el derecho a la segregación (perdón, segmentación). No tengo inconveniente en que haya colegios de la Cienciología con niños y niñas por separado o, incluso, de astrólogos, creacionistas y negacionistas de las vacunas y el calentamiento global, pero Axel ¿Vamos bien por ahí?
Axel sale pronto del bucle proponiendo el vale para pobres que les permitiría ir a colegios de ricos, si no se aplica el derecho de admisión, claro. Tanta confianza tiene en lo privado que sugiere las escuelas privadas para pobres, impulsadas por profesores en paro, supongo en naves con goteras. Para ello se va a ejemplos de la India donde dice que los profesores del Estado llegan borrachos a clase. ¡Vaya nivel!
Axel dice: «Además, en la práctica lo que ocurre con estos esquemas de redistribución es que unos, los que pagan, son responsables por todos los demás que no pagan, lo cual es tremendamente injusto. (He aquí la verdadera injusticia social: que el rico pague servicios al pobre porque se traspasa la responsabilidad de los pobres a los ricos)«
Tantos teóricos negando la «justicia social» y ahora resulta que reaparece chapada en oro como maltrato del pobre al rico. Y eso cuando el 80 % de los impuestos los paga la clase media. Esto es muy raro.
Cita a Meltzer que dice: «Los impuestos son distorsionadores y la redistribución no es pagada en la forma más preferida por los receptores por lo que hay desincentivos y cargas excesivas —y agrega—: Las personas de más altos ingresos pagan más de lo que reciben y las personas de bajos ingresos y no trabajadores son receptores netos».
El argumento, en este caso, es la falta de respeto al derecho a la propiedad. Quizá, la forma de resolver esto es que no se pueda llegara a contar con esa propiedad. Es decir, en vez de que el rico considere que los impuestos son un robo porque afectan a lo que ya considera propiedad, sería mejor que no llegue a contar con ese dinero, porque se reducen las cuotas destinadas a beneficios aumentando las destinadas a inversiones y reduciendo los sueldos de los gestores y rentista por el muy liberal mecanismo de que los «precios» de la labor directiva o del dinero, sean fijados mediantes mecanismos de «competencia» y no por los mismo beneficiarios (recuérdese el caso de los consejos de administración que fijan sus remuneraciones o los bancos privados como el Barclays que fijan el LIBOR). Así los impuestos irían principalmente sobre las empresas.
Axel considera a los impuestos una fuente de ineficiencia, pero no hace alusión al lujo como sumidero por el que se va la riqueza sin más provecho que el hedonismo. Además contraataca considerando que el Estado, intimidado por la democracia genera desigualdad. La democracia sirve sólo si es captada por grupos de interés que disponen de los impuestos para su beneficio. Pone el ejemplo de Brasil donde el sistema judicial acoge a los que pleitean para que el Estado los provea de tratamientos sanitarios caros, lo que suelen hacer solamente los que previamente tienen riqueza para pagarse abogados. Es una paradoja que los liberales se quejen de que los ricos usen la democracia para su beneficio. Es decir se usan los defectos del Estado para eliminarlo y desguarnecer a los que debajo, sin la protección del Estado sólo serían mercancía en la maquinaría productiva. Pone el ejemplo de Estados Unidos como Estado hipertrofiado al que acuden los oportunistas a beneficiarse de su enormes presupuestos. Un país donde no hay seguridad social para el pobre y donde el rico paga menos impuestos que sus empleados. Estados Unidos, considerado el epítome del liberalismo, resulta que pro domo sua es usado por Axel para criticar al Estado. Francamente, es preferible mantener a raya la corrupción con un sistema judicial efectivo que eliminar el Estado, si la alternativa es la anarquía hobbesiana.
Dice Axel: «… las ideologías pueden llevar a una comprensión totalmente equivocada acerca de cómo funciona la estructura que subyace a una economía.»
Completamente de acuerdo. Incluida la ideología socialista y liberal.
Axel: «Si el socialismo fracasó es porque era una utopía que no se ajustaba a cómo funcionamos los seres humanos.»
Completamente de acuerdo.
«… una sociedad podría estar absolutamente en la miseria, tener alta mortalidad infantil, bajas expectativas de vida, carecer de agua potable, electricidad, internet, servicios sanitarios, salud, educación y alimentación básica para su población y tener un excelente índice Gini.»
Claro, y un coche encendido, pero en punto muerto, consume infinita gasolina por kilómetro recorrido.
Axel: «una persona que gana cien millones de dólares al año, en realidad, no vive mucho mejor, en términos absolutos, que una que gana cincuenta mil dólares al año. También el millonario sólo puede usar un automóvil al mismo tiempo, comerse un plato de comida y vivir en una casa. Claro, él tendrá un Ferrari y el otro tendrá un Mazda, uno una mansión y el otro un apartamento más modesto, y suma y sigue.»
Y me parece muy bien. No echo de menos ni el Ferrari, ni el Rolex, ni la residencia con vistas a Central Park… Pero sí echo de menos inteligencia en los líderes económicos y políticos para no desviarse de los fines. En realidad, el rico lo que tiene es poder de decisión sobre ese potente artefacto que es el dinero. De lo que se trataría es de que, sin eliminar diferencias notables, incluido el Ferrari, ese poder estuviera menos concentrado en manos caprichosas y más repartido entre instituciones con fines comunes como las empresas y el Estado.
Axel: «… el verdadero problema es la pobreza y no la desigualdad.»
Pues claro…
Axel: «… es el desarrollo lo que permite ir subiendo impuestos y no el alza de impuestos lo que permite el desarrollo.»
Pues claro…, pero el liberalismo no quiere subir los impuestos, en ningún caso, sino eliminarlos, como Axel ha dejado claro con su argumento de la violencia estatal.
«… los impuestos, como lo demostraba North, sacan recursos del sector productivo para transferirlos esencialmente a los no productivos, es decir, en general son destrucción de riqueza porque son consumo.»
Pues claro, consumo necesario… O el ser humano va a ser tan estúpido de producir solo para la subsistencia que permita más producción? La cuestión no es esa, sino, en todo caso, la relación intergeneracional. ¿Cuánto debe consumir una generación y cuánto debe transmitir en forma de inversiones y resolución de problemas? Cuestión que debemos discutir en democracia ¿o no? ¿Llamamos mejor a un espadón siguiendo el consejo del, por otra parte, admirable Hayek?
Axel: «Para que haya crecimiento económico, continúa Barro, lo fundamental es que exista un sólido Estado de derecho que proteja los derechos de propiedad, un consumo del Gobierno más bajo e inflación baja.»
Pues estos días todo el mundo tiene nostalgia de la inflación, por lo que el oígo a los financieros.
Axel: «Estados Unidos, por ejemplo, es el quinto país que más gasta por estudiante en la OCDE y sus resultados en la prueba PISA están por debajo del promedio.»
Es que tienen a lo chicos rezando, izando banderas y estudiando el génesis contra Darwin. No me extraña. Pero, de nuevo, Axel usa al epítome del liberalismo como ejemplo negativo.
Axel: «No existe ningún estudio serio en el mundo que sostenga que subir los impuestos conduce a una reducción de la criminalidad.»
Tampoco se conoce ningún estudio en el que se relacione la subida de impuestos con una reducción de la diabetes.
Axel «… es simplemente arbitrario sostener una relación positiva entre altos impuestos y mayor paz social sin considerar los millones de factores que intervienen en la conducta criminal»
Vaya Axel, si te entiendo bien ¿la inquietud social es cosa de criminales? Te concedo la duda de que con «paz social» quieres decir lo que aquí entendemos por «seguridad ciudadana».
Axel: «Ésa es, como notó el escritor y ex-comunista francés Jean-François Revel, una diferencia esencial entre el liberalismo como filosofía y el socialismo como ideología: el primero acepta la realidad y propone soluciones a partir de lo que ella permite, mientras que el segundo desconoce la realidad en una búsqueda por resolver «todos los problemas» y crear un mundo perfecto que se ajuste a sus ideales de justicia.«
Completamente de acuerdo, pero ¡ojo! que desviarse de la realidad es muy fácil. De hecho es la especialidad de este ser de ficciones que es el ser humano. El liberalismo en sus pureza mecánica puede extraviarse bastante. Como dice Ana Belén «lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón«. Axel el liberalismo debe tener cuidado con los sesos, el corazón y los líos.
Axel: «La desigualdad para Erhard era irrelevante: «Cuántos millonarios haya en el país no me parece ni relevante ni una medida de la conciencia social si en el mismo país más personas consiguen mayor bienestar y seguridad social (CIERTO). Seguridad social que para el excanciller dependía de los ingresos que la persona y su familia obtenía en el mercado (FALSO)… En su visión, «no existe asistencia del Estado que no implique una privación del pueblo (MIOPÍA)… En su clásica obra Bienestar para todos, Erhard explicó que cada persona «debe tener la libertad de consumir y organizar su vida según las posibilidades financieras, los deseos e ideas que tenga (LIBERTAD CONDICIONAL)… Democracia y economía libre se corresponden lógicamente (COMO EN CHINA) tanto como dictadura y economía estatal (COMO EN EL CHILE DE PINOCHET)… «Las cualidades que la clase media debe erigir como valores son: la responsabilidad personal por el propio destino, la independencia de la propia existencia, el coraje de vivir del propio desempeño y el querer afirmarse en una sociedad y un mundo libre» (CIERTO)… «me quiero validar con mi propio esfuerzo, quiero llevar el riesgo de la vida yo mismo y ser responsable de mi propio destino» (EN UTOPÍA). Según Erhard «el llamamiento no puede ser: tú, Estado, ven en mi asistencia, cuídame y ayúdame […] el llamamiento debe ser al revés: tú Estado no te metas en mis asuntos sino que dame tanta libertad y déjame tanto del producto de mi trabajo como para que yo pueda determinar mi destino y el de mi familia» (TENDENCIOSO).
Axel: «Y es que la deuda de Alemania supera en cuatro veces su PIB igual que en Suecia e Inglaterra, mientras en Francia supera cinco veces el PIB»
¿Esos datos de dónde salen? Yo consulto las tablas que hay en Internet y las cifras en % de la deuda sobre el PIB que he encontrado son estas muy alejadas de los valores escandalosos que das, ¿incluyes la deuda privada de empresas y familias?:
País | Trading economics 2018 (%) | Expansión 2018 (%) | OCDE 2015 (%) |
Alemania | 60,9 | 60,9 | 79 |
Suecia | 38,8 | 38,8 | 62 |
Inglaterra | 84,7 | 86,8 | 109 |
Francia | 98,4 | 98,4 | 121 |
USA | 106,1 | 106,2 | 137 |
Axel: «Kotlikoff dice que hay una verdadera «guerra de generaciones» en que la generación actual, para recibir todo tipo de beneficios del Gobierno, está destruyendo el futuro de sus hijos y nietos que deberán pagar deudas astronómicas llevando a un deterioro considerable en su calidad de vida«
Esta sí es una cuestión preocupante, pero no parece que alcance los valores dramáticos que anuncias. En todo caso, sí creo que los países no deben gastarse mucho más de lo que generan una vez que se han alcanzado cotas de bienestar razonables. Por eso me resultó tan escandaloso el modo en que el mercado, precisamente el mercado, ofreciera hipotecas a insolventes en la primera década de siglo XXI. ¿Cabe mayor irresponsabilidad? Y eso sí, El Estado, trufado de liberales de salón, mirando complaciente…
Axel: «Pues es mucho más fácil, cuando falta dinero, endeudar a los países para seguir financiando la fiesta de derechos que cortar beneficios o seguir subiendo todavía más los impuestos»
Eso ocurre porque los políticos no se atreven a decir la verdad de las posibilidades de gasto en cada generación. En mi país los liberal-conservadores prendieron la mecha de la burbuja liberando suelo y abaratando la energía y los socialistas siguieron la juerga. Tal para cual.
Axel: «los países que mantienen barreras al libre comercio debieran eliminarlas completamente.»
Esto debería leerlo Donald Trump. «Es más fácil que un liberal se vuelva proteccionista que un camello pase bajo el arcoiris«. Bueno la frase era otra, pero es que Cristo no se puso de acuerdo con Calvino..
Axel: «La llamada «centroderecha» debiera decir «toda la eficiencia posible dentro de lo que permite una sociedad de personas libres y dignas».»
Me gusta…
«Se trata de potenciar al individuo frente al poder de la autoridad para que pueda resistirlo y no hacer del poder que tiene la autoridad lo más eficiente posible. Desde tiempos inmemoriales el programa del liberalismo clásico ha sido precisamente la limitación del poder del gobernante sobre los gobernados. Por eso combatió con tanta determinación el absolutismo y luego el socialismo en todas sus versiones.»
Y es de agradecer, pero, quizá puso menos empeño en luchar contra el fascismo trasnochado ante el caramelo de aplicar sus teorías en un país, primero maniatado y, después, martirizado. Además la lucha contra el absolutismo no era por los derechos individuales en general, sino contra los derechos comerciales en particular. Tras su logro, la represión de la libertad pasó de las manos de Richelieu a las de Hoover.
«Urge, por lo mismo, una clase política sin complejos y dispuesta a asumir el desafío de proponer un proyecto realmente distinto al de la izquierda. Para ello será necesario dar una batalla sin cuartel en el ámbito de las ideas y la cultura de manera que sean las ideas liberales las que constituyan la hegemonía. Eso requerirá, a su vez, de personas comprometidas con el valor de la libertad: empresarios, profesionales, académicos, periodistas y muchos otros.»
Pues muy bien… la cultura es muy buen campo de batalla. ¡Que gane el mejor!, pero los liberales deberían dejar de combatir contra cadáveres (ya saben, espectros que recorren el mundo). Es una pérdida de tiempo. No se preocupen, los Monederos del mundo no gobernarán… y, si lo hicieran me llamas al combate, Axel… al de las ideas.