En su libro «Estudios sobre cultura tectónica», Kenneth Frampton dice los siguiente:
«En este contexto (exaltación del capitalismo) resulta lamentable que la Comunidad Europea patrocine la arquitectura al tiempo que provoca su muerte, tal y como se desprende de su propuesta implacable de un mercado unificado, independientemente de sus costes culturales. Este impulso económico ha tenido como consecuencia imprevista los esfuerzos recientes por parte de varios estados miembros de la Unión Europea para minar la autoridad del arquitecto y, con ello, podríamos añadir también el fin de la capacidad efectiva de la profesión respecto al diseño de la forma cívica… (los estados comunitarios) han introducido una legislación nacional que pretende desestabilizar la profesión desafiando su status legal.»
Esto se decía en 1995. Hace 21 años. Lo que confirma que la realidad es anacrónica. Es decir, que lo que sucede hoy ya fue pensado, concebido o planeado mucho antes. En este caso los acontecimientos de 2013 provocados por los imprudentes borradores de la Ley de Servicios Profesionales son un buen ejemplo de lo dicho. En todos los casos alienta un perverso y, al tiempo, irracional deseo de destrucción social. «Lo colectivo no existe» se decía al final de los años 70 (un seguidor de Hayek). Lo mismo vino a decir Margaret Thatcher unos años después. De aquel odio a lo social, de aquel rabioso amor al individualismo sin freno, estas consecuencias en forma de hundimiento de todo lo social ¡incluida la belleza!.
Aquí se inscribe la crisis de la Arquitectura, de la que solamente se saldrá mediante el ejercicio democrático más viril (que diría Ortega en su punto de vista menos duradero) y la muy femenina capacidad de conseguir lo debido mediante la resistencia infinita de quien sabe que la verdad está en su vientre y no en las pesadillas aristocráticas. La Arquitectura debe ser preservada porque nos va en ello la salud mental. ¿Quién podrá visitar ciudades totalmente diseñadas por la codicia sin caer en la demencia? ¿Qué monumentos, que no sean a la vanidad, serán promovidos por los detentadores de la riqueza de todos? ¿Qué patrimonio será preservado por los que ven en el suelo una oportunidad de negocio y en las nobles piedras un obstáculo a sus pretensiones bastardas?
De la crisis se sale con juventud. Los jóvenes quizá no lo sepan, pero son poseedores de dos potentes recursos: cerebros abiertos a toda posibilidad y libido que pueden distribuir entre el amor a los cuerpos y el amor a las mentes. De éste último debe nacer la posibilidad de resistir primero y superar después la suicida pretensión de unos pocos de consumir el esfuerzo de todos en placeres espúreos matando la fuente de la generalización del goce material y estético. Los tiempos exigen un compromiso entre la belleza y la compasión. Para ello hay que remover lo que estorbe para abrir grandes avenidas figuradas, como hizo con propósitos bien distintos y efectos perdurables el barón Haussmann hace 150 años.