En los años ochenta el viejo partido radical italiano con Marco Pannella y Emma Bonino se presentaba como un partido que «iba a las raíces» de los problemas. Esa interpretación de la palabra radical como «fundamental» es compartida por nuestro diccionario de la lengua y sería la cara de lo radical. Pero, el diccionario, ya en su cuarta acepción, afronta la cruz cuando dice «partidario de reformas extremas» y en la quinta «extremoso, tajante, intransigente«.

Cada época tiene sus radicales, seres que viven en un continuo, incesante resentimiento. Siempre hay trazas de verdad en su discurso, pues si no, hasta sus más entregados miembros sospecharían de la inverosimilitud de la causa. Así Israel tiene un punto de verdad histórica en su reivindicación de territorio, pero, quizá, con más razón de haberla empezado en el siglo I de la era y no cuando, dos mil años después, pacíficos árabes vivían y cultivaban la tierra desde hacía seis siglos. Los comunistas soviéticos tenían razón en su diagnóstico sobre la explotación de seres humanos en la Europa dieciochesca, pero tendrían más razón aún si sus dirigentes, tras la Revolución de Octubre, no se hubieran convertido en los nuevos explotadores (todas las revoluciones llevan en sus entrañas los nuevos tiranos). Qué decir de la «liberación» que está llevando a cabo el presidente Maduro (qué gran personaje para una novela irónica del García Márquez), que en su comienzo chavista estaba cargada de razones por la escandalosa corrupción que comenzó en tiempos del presidente Carlos Andrés Pérez y ahora es un esperpento peligroso.

Todo esto, avala el uso del término «radicalización» en el proceso de satanización de jóvenes, que los conduce desde los inocentes problemas de la adolescencia, a la convicción de que la muerte propia y de otros es la solución a unos problemas, ajenos en principio a ellos, en los que se mezclan reivindicaciones históricamente absurdas, con teotoxicidad y fe inatacable en otra vida llena de placeres humanos, muy humanos. A lo que se suma la siempre interesante vida del conspirador que disfruta del placer de contar con un conocimiento subterráneo, invisible, que se expresa con un castizo «os vais a enterar«. Resentimiento alimentado con la continua monserga de «te lo mereces todo y éstos te lo han quitado«. Frases que sirven para todos los procesos de «radicalización«, sean o no letales. Rasgos éstos del proceso que se asemejan en los resultados al comportamiento de los sicarios colombianos o mejicanos produciendo el horror de quienes hemos tenido la fortuna de «no ser estropeados» en nuestra posibilidades y capacidades ni por nuestros padres (maltratándonos), nuestros maestros (aburriéndonos) o nuestros compañeros y amigos (llevándonos hacia el desarreglo de todos los sentidos de Rimbaud). A nosotros no nos ha pasado como a los adolescentes de The Wire cuya lucha por la supervivencia en las esquinas de los barrios marginales, donde se despacha la droga, les proporciona una ridícula fatuidad que les lleva a una dramática violencia. Parece que estos chicos, luego crueles adultos, están instalados en la ética del honor del siglo XVII, cuando un pestañeo podía costar un madrugón y la muerte a pistola o sable. Basta una palabra a destiempo para ser víctima de un cínico asesinato en cuyo ritual no faltan las risas de los criminales, que ya están en otro nivel, aquel en el que la muerte está justificada por dos razones: en realidad es un tránsito a otra «esquina» y su advenimiento está descontado desde niños. Si sumamos el terrible caso de los niños soldados, a los que el líder pide un juramento de lealtad basado en la muerte de los propios a sus manos, matando así, en un sólo acto de infinita crueldad, todo rastro de piedad para el futuro.

La pederastia es un crimen horroro, por lo que supone de desestabilización psicológica de la víctima y la abyecta lubricia y traición del victimario, pero esa máquina de picar almas jóvenes que es el radicalismo impulsado por la ideología, el resentimiento o la codicia es una de las lacras de todos los tiempos (Hitler envió a niños de las Juventudes Hitlerianas a combatir a Berlín cuando todo estaba perdido). Una hoguera de odio en la que se están consumiendo varias generaciones de jóvenes a manos de bastardo adultos que a menudo eluden, en el último momento, el sacrificio que les exigen a ellos. Es una pena que los esfuerzos de nuestra parte para erradicar (desde las raíces) estos procesos generadores del mal humano (el único que reconocemos) estén tan contaminados por los intereses relacionados con el petróleo y la venta de armas y servicios a los países que, ahora como siempre, usan el demente resentimiento de otros para sus fines políticos. Y eso cuando esas armas de matar la esperanza que son los grupos terroristas no han sido promovidos ab initio por gobiernos malintencionados y, desde luego, poco radicales en su versión benéfica. En todo caso, la potencia de diseminación de ideas satánicas que posibilita Internet convierte a actual islamismo radical en un peligro extenso e intenso, cuya neutralización requerirá mucha inteligencia y energía. 

Lamento que la palabra radical se haya despeñado y ya no pueda ser utilizada sin carga negativa para designar el deseo de roer algunas convenciones dañinas. No será para siempre, pues en la biblioteca de Borges, unos pisos más arriba o más abajo, las palabras designan otras cosas. Pero sí será para muchos años, pues todo el mundo, quiero decir estrictamente, todo el planeta, se apunta a ser poseído por ideas estrafalarias debido a nuestro desconcierto actual o, simplemente, por la ignorancia. Desde la empresaria Gina Rinehart que, habiendo heredado su fortuna, se permite decir que hay que esterilizar a los pobres porque asocia pobreza y falta de inteligencia o Peter Thiel que dice que tiene que ir menos gente a la universidad porque los estudiantes no pagan los préstamos que reciben (por falta de job, claro). O la república bolivariana (si Bolivar abriera un ojo). O que «menos seguridad social y más investigación para la inmortalidad«. O «make America great again«, como si Méjico y Canadá fueran a correr sus fronteras para darle gusto al señor. O «ahí os quedáis, europeos sanguijuelas» del brexit. O «hay que acabar con la deuda, cueste lo que cueste, os cueste lo que os cueste«. O, «habría que crear un fondo mundial para acabar con las hambrunas y prevenir epidemias» (¡Vaya!, esta sí me gusta, ésta sí es radical).

© Antonio Garrido Hernández. 2017. Todos los derechos reservados.

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