Todo ciudadano interesado por la arquitectura puede padecer uno o varios de los malentendidos que aquí se mencionan. Clasificar algo como un malentendido es un principio de acuerdo.

Preámbulo

Ambular es caminar. Por tanto, un preámbulo es un caminar previo a la acción de que se trate. En este caso, los pasos previos llevan a explicar por qué se piensa que hay malentendidos en la arquitectura. Lo primero a declarar es que el punto de vista adoptado es el del voyeur, el del profano interesado, no el del profesional. Como tal, el autor, percibe en los otros profanos actitudes ante la arquitectura que si, a veces, la malentienden, también, a veces, la perciben con atinadas intuiciones que pueden competir en legitimidad con las posturas propias de los actores de la disciplina. Para juzgar hace falta un código previamente escrito y aceptado por el interlocutor. En este caso es el siguiente: se adoptarán posiciones intermedias entre extremos cuando éstos estén en el mismo plano cognitivo. Es decir, no habrá equidistancia o posiciones intermedias cuando los conceptos pertenezcan a universos categoriales diferentes. Ejemplo extremo: no hay intermediación entre víctima y verdugo porque aunque, desafortunadamente, hayan tenido un encuentro en la realidad, no hay espacio transitable entre ellos. En todo caso habrá posiciones intermedias entre tipos de víctimas o tipos de verdugos.

1.- Funcional o Formal

¿El edificio debe ser lanzado desde la función para que en su desarrollo conceptual surja la forma o, al contrario primero se debe concebir una forma que responda a una llamada de la tradición o la novedad y después se ajustan las necesidades? El malentendido surge en el interior mismo de la arquitectura y tiene origen en la innecesaria elección de una de las posturas. Para aclararlo hay que distinguir entre el edificio considerado tridimensionalmente o bidimensionalmente.

La función es la adaptación a la necesidades actuales del comitente y la forma lo que talla la luz y la sombra. Ambas son una respuesta a la condición del arte de la arquitectura. No se puede escoger una forma que sólo responda a un inspiración incondicionada, pues puede resultar, no sólo arbitraria, sino imposible de utilizar en el momento en que se promueve. Por otra parte, si se atiende primeramente a la función, el resultado será, casi siempre maquinal y geométricamente desangelado, por lo que la pretensión de una emergencia misteriosa de la forma suele verse frustrada. Lo que llevaría, en última instancia a superponer, ya como ornamento, algún tipo de complejidad que atraiga al observador. Esto se dice en la convicción de que la mera respuesta a la función tiene su propia expresión estética espontánea que puede ser atractiva por su pureza, lo que puede suceder en el ámbito industrial muy a menudo. Cuando esta adaptación a la función es sobrepasada por nuevos diseños, que responden a funciones más complejas, que integran a la anterior, el ojo pasa a ver esa forma, aún como bella, pero con la etiqueta sensorial, sentida, de obsoleta, porque conserva su autenticidad temporal. Sin embargo, la arquitectura, con la excepción de la vivienda vernácula no ha tenido la oportunidad de seguir premeditadamente esa secuencia función-forma hasta el siglo XIX, pues desde el Partenón, no había tenido una ocasión tan clara como la que le ha prestado el acero y el hormigón reforzado. Así Nervi al enlazar la función estructural con cierta naturalidad con la forma final, aunque, probablemente hay muchas soluciones formales que conectan con la función sin convertirse en ornamento artificioso. También los arquitectos del minimalismo «dom-ino» formalizado por Le Corbusier y materializado por él mismo, Gropius etc. Aunque no faltan casos límite como el que representa la casa Farnsworth de Mies que pasando por ser funcional, es rechazada por la usuaria, convirtiéndose en un icono de un depuradisimo minimalismo, es decir en una pura forma abrumadoramente bella, pero sin función práctica. En un sentido más ambiguo, las tipologías funcionales también condicionan la forma, dejando libertad de color y textura. En cada época funcional se reconocen los auditorios, los hospitales, los cuarteles, los presidios, las escuelas y los palacios (monárquicos o judiciales) porque adquieren formas características forzados por la función. Pero para añadir más complejidad a la discusión, cualquiera que sea la función original, la arquitectura moderna puede reutilizar el espacio interior respetando el continente formal, desconcertando a cualquier teoría sobre la compleja relación que aquí se trata entre forma y función.

Sin embargo, si nos referimos solamente a una parte superficial del edificio, como es la fachada, la discusión se hace más sencilla porque aquí la función de la fachada puede ser cumplida sin relación alguna con la forma que adopte en la primera vida del edificio. La fachada de la Iglesia de San Carlo alle Quattro Fontane de Borromini y la de la Sede de Sanidad en Bilbao del Coll-Barreu pueden ser consideradas semejantes en su arbitrariedad olvidadiza de la función de protección y aislamiento, que, seguramente cumplirán, pero que no parece que estuviera en el origen de sus caprichosas formas. Nos encontramos aquí con unas formas que cumplido el requisito funcional vuela libre sin relación alguna con la función. Esta semejanza esconde un contraste que lo discutimos en el siguiente malentendido.

Malentendido 1.2 Borromini
San Carlo alle Quattro Fontane. Borromini
Malentendido 1 Bilbao
Sede del Departamento de Sanidad del País Vasco. Bilbao.

2.- Literaria o Iletrada

¿Por qué hay fachadas de edificios que son rechazadas por el gusto popular? Es muy habitual escuchar de profanos que «esta fachada no me dice nada». Obviamente el declarante no está pensando en la arquitectura parlante de Ledoux, sino en la escasez de información que recibe de una fachada tersa y blanca de un edificio, frente a la abrumadora abundancia de una fachada barroca o ecléctica. El malentendido está en pensar que los edificios han de tener una única tipología formal que responda a una profundamente arraigada intuición de qué es un edificio. Para los profanos la sencillez está ligada a la pobreza y la complejidad a la riqueza. Y la complejidad se presenta en la arquitectura como relato. Nadie como el barroco materializó mejor esa meta función de una fachada, dadas las necesidades de la Iglesia Católica de contrarrestar la disolvente Reforma de Lutero. Si a eso añadimos que la permanencia de los edificios va ligada a su riqueza material, es lógico que la memoria colectiva e individual se haya relacionado fuertemente a la arquitectura aulica y monumental, en general. Esta continuidad en la tradición de fachadas parlantes explica la perplejidad que produjo el desafío de Adolf Loos en el príncipe heredero del imperio Austro-Húngaro. Estupefacción de la que aún no se ha rehecho el común. Este rechazo se aplica a los edificios representativos, pero no a la vivienda individual, porque el minimalismo moderno conecta formalmente con la vivienda vernácula mediterránea. Otra cosa es la contenida complejidad de las viviendas individuales que aportó Wright creando una nueva categoría de expresión de la riqueza. Pues bien, en los edificios del poder, la gente corriente exige una arquitectura literaria y rechaza la lisura y la limpieza ornamental porque carece de relato, además de que, probablemente sea asociada inconscientemente a lo mineral, a lo inanimado, frente a la feracidad vegetal y humana del clasicismo y el eclecticismo. La deconstrucción ha sido un movimiento que parece ofrecer los mejor de ambas propuestas: complejidad sin anacronía. Lo cierto es que la escenografía de Gehry o de Himmelblau acaba si no seduciendo, si divirtiendo a quien rechaza la escasez moderna y ama la abundancia clásica. El ser humano está hecho de letras, en concreto cuatro: A (adenina), T (timina), C (citosina) o G (guanina). ¿A quién le puede extrañar que reclame una arquitectura literaria? Pues le extraña a quien también encuentra en la lisura un mensaje que no distrae de la búsqueda metafísica del ser humano. Y que agradece que tras décadas de vueltas y revueltas sobre el concepto, llegue una época de limpieza y claridad formal que haga vibrar otras cuerdas del alma. Las dos fotos que siguen son un magnífico ejemplo de dos llamadas distintas de una misma arquitectura: la excelente.

Malentendido 2.1 Garnier
Ópera de París. Garnier
Malentendido 2.2 García Solera
Auditorio de Alicante. García Solera

3.- Recta o sinuosa

¿Ciudad Radieuse o Ciudad mediterránea? El urbanismo es una especialidad de la arquitectura que demanda un gran coraje. En su libro Historia de una Capital el historiador Santos Juliá cuenta el desarrollo de los planes urbanos de Madrid y se puede resumir en que es la historia de sus incumplimientos. Cuando se planificaba en una parte, los promotores iban a comprar terreno en otra y luego se dedicaban a presionar para que fuera calificada esa otra zona. Además se suma que los intentos de hacer urbanismo ex novo es muy complicado porque están en juego tantas variables (explícitas e implícitas) que es difícil que el resultado sea el esperado. Hoy por hoy, parece que se ha renunciado ya a la pretensión de hacer ciudades al servicio de los vehículos a motor. Lo que no quiere decir que no se hayan ejecutado zonas de muchas ciudades con la planilla de la Ciudad Radieuse de Le Corbusier. Pero antes hubo, al menos, un caso de éxito con una intervención muy traumáticas, como es el París que abrió a la luz Haussmann. Ha sido la propia profesión la que se ha desgarrado en los congresos CIAM postulando el respeto a los cascos urbanos contra las propuestas previas de arrasamiento. En este caso se argumenta que los trazados y alturas de los cascos antiguos de las ciudades respondían mejor a la escala humana, precisamente por la ausencia de la tecnología que convierte al hombre y a sus ciudades en sobrehumano. El malentendido, en este caso, reside en tener que elegir un modelo necesariamente. A nadie se le escapa que las pretensiones de construir cascos «antiguos» en urbanizaciones modernas ha proporcionado decorados  Kitsch para turistas iletrados. Por eso en los extramuros de las ciudades se ha construído conforme al modelo del Plan Voisin de Le corbusier, mientras se mimaba el casco antiguo de la ciudad. El caso es que la celebración de la amistad y el amor se lleva a cabo en este último, donde proliferan los lugares de encuentro y donde un paseo permite repasar la historia de la ciudad que sus edificios monumentales representa. Por eso, el reto de la arquitectura, en relación con el malentendido 2, es conseguir que los nuevos edificios monumentales que se hacen extramuros constituyan itinerarios igualmente agradables e ilustrativos para el que allí habita o esté de paso. No deja de ser un demérito que sólo se venga a ver a una ciudad los entornos con edificios de una antigüedad mínima de 100 año. Y no porque el tiempo los dote de interés, sino porque hace cien años se fracturó la relación entre el gusto popular y la arquitectura de vanguardia. La respuesta no puede, no debe, ser el rechazo altivo, muchísimo menos empezar a diseñar donde lo dejó Garnier, sino que debe ser la retadora tarea de recuperar la atención sin perder el talento. Es muy alentador ver las soluciones que se dan hoy en día a los huecos que quedan o aparecen por agotamiento en los cascos históricos. Soluciones que no caen en el mimetismo y sin embargo no provocan desazón. Es una tarea hercúlea que prepara para la no menos compleja de dar respuestas premeditadamente a lo que con tanto éxito respondió la espontaneidad que acompaña a la necesidad en la génesis de los cascos antiguos. El reto es conseguir que cuando una ciudad se expanda, las nuevas zonas construidas tengan su propio centro y que se diseñe pensando que no hay ninguna razón para que mañana, lo que allí se haga, no tenga, sin traicionar a su tiempo, el mismo prestigio en su trazado y monumentalidad que actualmente tiene el casco antiguo de cualquier ciudad para sus habitantes. Hay que evitar que las nuevas zonas lo sean de resignación por la pérdida de los rasgos sociales de los cascos antiguos, en vez de zonas de alegría por la oportunidad de generación de una nueva civitas. Para eso, probablemente, sea necesario dotar de sorpresa al desarrollo de la trama urbana, en vez de someterla al pereza intelectual de lo ortogonal. Por otra parte, los centros heredados tiene una nueva oportunidad al constatarse que a estos centros urbanos, de los que durante unos años se han sacado las llamadas industrias molestas, están volviendo muchos de los talleres artesanales ahora que sus máquinas son silenciosas y no contaminan. De esta forma se recupera la mezcla de actividades de antaño, antes de que la racional sectorización obligara a su condición exclusiva de zona residencial. Es de esperar que se encuentren soluciones que permitan disfrutar de otras zonas de la ciudad, como consecuencia de que las alturas y las densidades lo estimulen, para así descargar centros que, a veces por su popularidad global, no sólo concentran grandes cantidades de personas locales, sino también foráneas. Unas aglomeraciones consecuencia de políticas cortoplacistas que pretenden sustituir las industrias tradicionales, no por otras basadas en el valor añadido, sino por la mera presencia de visitantes, lo que en la época del Low Cost tiene un peligro evidente. Quizá, así se evitará que llegue el tiempo de tratar a los centros urbanos históricos como a las cuevas de Altamira.

Malentendido 3.1 B Granada
Calle Elvira (Granada)
Malentendido 3.2 Gijón
Periferia de Gijón

4.- Artística o industrial

¿La arquitectura es un arte o una industria? Si tuviéramos el registro de un osciloscopio histórico veríamos cómo se ha pasado de un polo a otro durante siglos. En general, hasta relativamente poco, la vivienda popular era una industria espontánea sin más reglas que la experiencia. El talento se aplicaba, y ahí están los resultados, a lo monumental. Las escasas familias aristocráticas, se construían palacios campestres o, ya en el siglo XIX, la burguesía se construía edificios urbanos con todos los signos de los palaciego en sus fachadas e interiores. En general, es desde principio del siglo XX que ha habido una preocupación de la arquitectura por la habitación que hoy en día constituye una política rutinaria de los gobiernos. Durante las épocas de papanatismo tecnológico surgen deseos de convertir el proceso de construcción en una secuencia industrial a base de componentes normalizados. Afortunadamente esos intentos han hecho relativamente poco daño y, ha dado tiempo a que la tecnología pueda ofrecer la fabricación con rapidez y economía a partir de diseños distinguibles entre sí, en vez de repetidos mecánicamente. Qué duda cabe que el conocimiento de la realidad física trae como consecuencia exigencias normalizadas para cumplir requisitos esenciales para el buen vivir y para la conservación del planeta. Pero esto es compatible con que la arquitectura siga ofreciendo variedad en el marco de las tipologías estilísticas que correspondan a la época en la que se diseña. De nuevo el malentendido aparece en la pretensión de escoger. La arquitectura tiene que dar respuesta técnica, pero no puede ser sólo técnica, pues constituye el espejo en que el ser humano se mira cuando está en casa y cuando transita por los espacios urbanos constituidos por las fachadas visibles (de una a cinco) de los edificios. La quinta fachada no puede ser olvidada en tiempo de drones y vehículo cotidianos aéreos. Y cuando un ciudadano levanta la mirada tiene que ver el esfuerzo de los que ya no están y el resultado que va a legar a los que todavía no han llegado. Y esta tarea está en manos de la arquitectura que tiene que interpretar, sin dogmatismo corporativo, el tiempo en el que le ha tocado ejercer su condición de arte. Un arte genuino que desafía al autor por su escala y complejidad técnica, pero que lo interpela sobre todo para una misión telúrica: hacer ver a nuestros bisnietos que también sabíamos hacer ciudad humana cargada de densidad cultural.

Malentendido 4.1 Alvar Aalto
Ayuntamiento de säynätsalo (Finlandia). Alvar Aalto.
Malentendido 4.2 Prefabricación
Casas prefabricadas

5.- Compasiva o complaciente

¿Debe la arquitectura comprometerse con la sociedad en la que se ejerce o aislarse para no tener contratiempos políticos? Aquí no caben medias tintas. La respuesta tendría que ser el compromiso, pero la realidad histórica nos dice que, incluso en tiempos en los que ya no cabía la inocencia, se ha servido al poderoso y al déspota. Pero, la arquitectura no es un sujeto que pueda tomar decisiones colectivas de ese carácter y, menos, entre países diferentes. Siempre es posible que, en un país tiránico, un hijo del régimen estudie arquitectura y ejerza sin ningún tipo de cuestionamiento ético a quién está sirviendo. Otra cosa son los arquitectos nacidos en una cultura con valores compasivos que se ofrece al tirano con pocos escrúpulos. De modo que aquí el malentendido es el de hablar de «la arquitectura» cuando habría que hablar de determinados arquitectos. En su libro La Arquitectura del Poder, el arquitecto Deyan Sudjic presenta todos los matices de esta situación, tanto en escenarios democráticos como no democráticos. Entre esos matices, está el de la construcción de edificios para la imagen corporativa de grandes multinacionales o para el lucimiento de la clase política. Pero esto no es nuevo. El comitente del edificio que requiere muchos recursos sólo puede ser el poderoso. Y la arquitectura que admiramos en el mundo entero es esa arquitectura del poder, desde el capricho en el siglo XVIII a la catedral, pasando por un ministerio o museo. De modo que es inútil, incluso perjudicial para nuestra historia futura, cargar sobre la arquitectura (ahora sí podemos usar el sujeto colectivo) la culpa de que esos recursos se hayan acumulado con legitimidad dudosa. Son las ciudadanías políticamente empoderadas las que tiene que zanjar la cuestión de cuándo y por qué se ha de construir este o aquel tipo de edificio público a través de sus representantes. Otra cosa es aplicar el talento que la arquitectura atesora, tras siglos de desarrollo, a la organización o construcción de, pongamos, un campo de concentración o exterminio, que llevaría al sujeto a la historia de la ignominia. En un estrambote de su libro, Sudjic llega a decir que Hitler no se sirvió de la arquitectura para dar fundamento pétreo a su régimen, sino que se sirvió del nazismo para desplegar sus secretos intereses por la arquitectura. Finalmente, aquí, más que ante otro malentendido, nos encontramos con una paradoja con la que hay que convivir. Y es que la arquitectura tiene unos efectos tan poderosos sobre individuos y sociedades que no puede pasar desapercibida ante la mirada codiciosa del poderoso que busca la inmortalidad y sólo la encuentra en un legado arquitectónico. Bueno, esta es la bendición y la maldición de este arte y de esta industria. Arte para seducir e industria para durar. Todavía admiramos las pirámides precolombinas de américa a pesar de saber la sangre que corrió por sus peldaños. ¿No le pasa igual a la poesía, a la literatura y a las artes plásticas? ¿No pintamos a Judith, a la balsa de la Medusa o esculpimos el rapto de Proserpina o el de las sabinas? ¿No exaltó David a Napoleón en su coronación, no pintó Delacroix la crueldad oriental?; ¿No mixtifica Manet a la burguesía explotadora del siglo XIX?; ¿Se van a quemar los libros de Sade o la poesía de Ezra Pound?. ¿Vamos a eliminar del curriculo de Bethoven la obra de encargo dedicada al Duque de Marlborough, que tanto daño hizo a los franceses? ¿Quemamos los retratos del Duque de Alba y el monumento funerario del condottieri John Hawkwood?

Malentendidos 5.2 París
Sede de TOTAL en el Distrito Financiero de París
Malentendido 5.1 Aravena
Casa de Alejandro Aravena. Casas en Iquique (Chile)

La arquitectura celebra, en general, la vida y su misterio a través de la creatividad, y rechaza como Picasso en el Guernica, la guerra y la opresión, como igualmente Delacroix lo hace con su descocada «Libertad» al frente del pueblo francés acompañada de un «Gavroche» Hugoniano.  Ya digo, el malentendido clave, en este caso, es pensar que la arquitectura como arte puede sustraerse a los avatares de la vida social y política como si habitara un Topos Uranos platónico. El consuelo reside en la capacidad redentora que la buena arquitectura da siempre al ser humano al permitirle reutilizar cárceles como centros cívicos o los monumentos de los más poderosos imperios en lugares para el trabajo y la vida pacíficas.

Final

En resumen, queridos profanos, hermanos en el disfrute de la arquitectura honrada en nuestras casa, y de la inmortal (para todos) en nuestras calles, este artículo ha querido acabar con algunos malentendidos sobre su naturaleza. Hay otros, pero estos son los que más trabajo dan cuando se habla de ella.  La arquitectura, como función social, puede ser de todos si, una vez materializada, sabemos entenderla y disfrutarla aunque sea sólo en aquellos aspectos que más afectan a nuestras emociones como patrimonio universal que es de la civilidad. Así pues, decimos 1) que en la arquitectura acaba siendo más duradera la forma que la función; 2) que debe encontrar el modo de «hablarle» a la ciudadanía, sin perjuicio de que ésta aprenda a «leerla»; 3) que las espontáneas formas urbanas medievales mantienen su prestigio, una vez depuradas de insalubridad y que los ensayos racionales de nuevos trazados urbanos deben incorporar dosis de aleatoriedad y monumentalidad que no los convierta en piezas desarraigadas de la ciudad original; 4) que la arquitectura es un arte inclusivo y emocionante que requiere de la industria de la construcción para su eternidad y 5) que la arquitectura sólo expía con la belleza el pecado ajeno de los deseos espurios de los comitentes.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.