Ordenando ideas virales

Los psicólogos recetan para estos días mantener rutinas para que no empiecen la depresiones o los estados de ansiedad por el relativamente largo confinamiento al que la pandemia nos está obligando. No en vano en las cárceles, uno de los castigos más crueles es el aislamiento total en celdas donde ningún estímulo podía mantener el cerebro activo. El célebre neurólogo español Dr. Delgado sostenía que en experimentos con voluntarios a los que se les cortaba todo contacto con el exterior, incluida la eliminación de diferencias de temperatura corporal o sensaciones táctiles, en pocas horas deliraban.

Una de las rutinas es poner en orden las cosas que la entropía general va dispersando mientras nosotros vivimos. Por cierto, no lo intenten con los cables, siempre vuelven a enredarse por la noche, mientras usted descansa satisfecho por haberlos colocados todos paralelos. Otra idea útil puede ser digitalizar las fotos de los álbumes. De esta forma puede subir su historia a la nube e inmortalizar su vida al modo mormón. Ya saben que en Salt Lake City hay tremendos servidores con los nombres de Todos los Santos que se salvarán «los últimos días». También puede ordenar sus libros por tamaño, creando nuevos «books skylines» en sus estanterías. Si alguno no queda bien, siempre puede cortarlo, pero procure no inutilizarlo cortando por debajo de la «mancha» (zona con contenido literario). También puede ordenar sus amistades, llamándolas interesándose por su salud mental. Cuando haya acabado de llamar por videoconferencia a todos los amigos pillándolos en pijama y con aspecto de náufragos, procure mandarles un whatsapp pidiéndole cita previa. Esto generará una nueva urbanidad. Ayer llamé a un amigo por vídeo conferencia y estuve viendo una confusa imagen de su oreja durante toda la conversación (no me atreví a decirle nada). En caso de desesperación también puede volver a tratar de resolver el cubo de Rubik. Haga cursos por Internet, depílese las orejas, pruebe a ver si la alianza le sale del dedo sin jabón y al final de la escapada, cuando pasando una mirada escrutadora por toda la casa, buscando algo que ordenar, todo esté en una estúpida armonía preestablecida, pregúntese por las ideas. Sí sus ideas. En ese momento habrá hecho cumbre en el proceso de ordenación.

Vamos pues con las ideas, esos extraños objetos que tenemos (o no) debajo del cuero cabelludo en el seno de un paquete húmedo hábilmente plegado para acumular cuanto más tejido neuronal sea posible. Tenemos cien mil millones de neuronas, aunque las últimas investigaciones no restan catorce mil millones, lo que me ha dejado preocupado, por si hemos sido estafados. De todas formas tener neuronas no garantiza tener ideas. La naturaleza de las ideas está todavía en discusión desde el viejo Platón, que las consideraba prototipos de los que luego se copiaban las ideas tontas que todos tenemos, como montar una empresa para proporcionar certificados falsos online para poder ir al partido del atlético sin ser despedidos, o vestir al gato con ropa humana por delante para simular un airoso caminante humano.

Descartes decidió que las ideas buenas eran las claras y distintas. Aquellas que, puestas ante la mente, era imposible dejar de reconocer su verdad. Pero los neurocientíficos nos han bajado al suelo explicándonos que las ideas son procesos dinámicos de neuronas conectadas formando esquemas lógicos o figurativos presentando una versión de la realidad ante el escenario mental. Las ideas se forman y se olvidan. La memoria es clave para mantener la estabilidad, porque la primera idea que nos conviene retener es la de nosotros mismo. No en vano, en la huerta de Murcia, cuando alguien se despierta de una siesta profunda se anuncia que «se ha recordado». Profunda sabiduría que pone de manifiesto que el yo es un recuerdo. Por eso el maldito Alzheimer acaba con nosotros simplemente provocando nuestro propio olvido.

Bueno, sean las ideas lo que sean, ligeras o pesadas, emergentes o sedientes, tontas o listas, malvadas o santas, previsoras o… políticas es lo más importante que tenemos. Incluso las propiedades materiales son resultado de nuestra ideas. Por eso es interesantes aprovechar este parón en la actividad de supervivencia para identificar la cantidad de ideas que tenemos, mirarlas por arriba y por abajo, comprobar su calidad, pulirlas y salir del encierro con las ideas ordenadas. Es un proceso delicado porque si todos cambiamos de ideas, cuando salgamos a la calle nada habrá cambiado porque habrá las mismas ideas, aunque estén en cerebros distintos.

Hay muchos tipos de ideas, pero ahora solamente una nos obsesiona a los casi cinco mil millones de adultos que hay en el mundo: un virus esférico de 0,10 micrómetros de diámetro. Es decir, caben 10.000 en un milímetro. La gente corriente no tenemos una idea clara del asunto, excepto la muy genérica de que siendo tan pequeñitos penetran en nuestras células. Y eso porque nuestras células tienen un tamaño que puede ir desde 7 a 150 micrómetros. O sea, que son de 70 a 1500 veces más grandes que los virus, por lo que caben bastante virus en una sola célula. Por eso tiene espacio para reproducirse dentro de ellas.

Pero más allá de «virus malo» ¿a quién le interesan los detalles morbosos de la vida de mister COVID-19?. Vamos pues a otra ideas más sanadoras. Propongo tener preparados tres cajones

1) Ideas morales
2) Ideas estéticas
3) Ideas científicas

Vaya echando ahí las ideas que tenga, según su naturaleza. En el primer cajón puede echar ideas sobre la religión, sobre la moral, su propia ética, si la tiene y también ideas políticas. En el segundo cajón deje caer ideas del tipo «me gusta la Pantoja» o «qué bonita es mi Giralda encima de la tele». Finalmente en el cajón de ideas científicas, cabe desde «Viva Darwin» a «la Tierra es bastante plana».

Ahora se trata de quitarles el polvo o, si es el caso, dejarlas como las encuentre. Vaya sacando del cajón las que considere después de meditar que ya no le sirven. Un sistema es ponerles un post-it para cuando las use. Así aquellas que al cabo del confinamiento no tengan el papelito amarillo, las tira. Otro método, muy recomendable, es compararlas con las ideas de otro. Así, coje su idea la levanta con una mano y la pone al lado de la de su vecino y ve si la suya es más pequeña, más grande o igual. De este modo podrá saber si es una persona de ideas pequeñas o de ideas grandes. Si su vecino no es de fiar, busque otra referencia, en los libros. Quizá un filósofo, un crítico de arte y un científico divulgador. Los hay muy buenos. Le recomiendo a Adela Cortina, para la cosa moral, a Ernst Gombrich para la cosa estética y Steven Pinker para la cosa científica. Aunque no debe fiarse de mis recomendaciones porque, como habrá ya adivinado, yo mismo también soy preso de mis ideas, por muy brillantes que crea tenerlas a base de practicar este juego a menudo. En cuestión de ideas lea mucho y luego haga libre examen. Pero esté muy atento a las erupciones de sus emociones que, a veces, proceden de sótanos oscuros de su mente.

Entrando en detalles vamos a fijar algunos hitos del universo que forma cada tipo de ideas:

«Ideas religiosas»
Son las que más tiempo llevan con nosotros. En las versiones actuales incluyen a un dios creador y un alma que disfrutará o padecerá una vida eterna tras la muerte. El grado cero de religiosidad es negar ambas cosas. En medio hay creencias en la reencarnación sucesiva del alma, que vuelve una y otra vez al mundo y creencias vagas en entidades espirituales animadoras del mundo. Las ideas extremas están muy arraigadas. El ateísmo se adquiere y la religión se abandona, pues todas las culturas forman a su hijos en alguna creencia religiosa. Aunque se ha dado el caso de quien cambia de religión, es extraño que el ateo vuelva a la religión de su infancia. Hay países muy religiosos (Estados Unidos) y otros más tibios (España o el Reino Unido). Las religiones, en general, son una propuesta de amor y compasión universal. Por eso sus fieles tienen tantos problemas cuando alguien se exige a sí mismo coherencia ante los grandes problemas asociados al sufrimiento humano. Por eso otros prefieren una versión teológica, fría, distante que celebra los aspectos más formales de la religión evitando involucrarse en el mundo, lo que dejan para las ideologías políticas, en un ejercicio de separación mental muy complicado de manejar cuando se quiere entrar en modo espiritual con sinceridad. Hay quien no quiere reflexionar sobre su fé cuando ha vivido más tiempo con ella que lo que le queda de vida. Un ateo puede vivir su vida con un sentido de responsabilidad con la razón mientras sus emociones trepidan con el rumor subterráneo de la disolución en la nada.

«Ideas morales»
Kant se asombraba ante el firmamento sobre nuestras cabezas y la ley moral en nuestro interior. Los filósofos han sido explícitamente creyentes hasta el siglo XVIII. Desde entonces, poco a poco, se han ido deslizando hacia las discusiones morales y raro es que alguno trate ya de la existencia de Dios, si no es para discutir los argumentos a su favor. De modo que hoy se habla de valores como fundamento de un sentido moral estudiado por la disciplina llamada ética. Yo prefiero hablar de códigos éticos, morales y legales. El primero es propio de cada uno y su violación nos produce culpa. El segundo está generalizado en la sociedad y cuando somos descubiertos sentimos vergüenza, pero no necesariamente culpa, que depende de nuestro personal código ético. Finalmente el código legal es impuesto por la sociedad, pero no por razones morales, sino de gestión práctica del conjunto social. Si lo violamos pagamos con la libertad o el patrimonio, pero no es seguro que sintamos vergüenza o culpa, que, como he dicho, depende de otros códigos. En esta revisión a las propias ideas, lo primero que hay que hacer es revisar el propio código. Qué cosas nos producen culpa, esa dolorosa sensación, que salvo en casos leves, prolonga su acción durante muchos años. A mi las molestias por pequeñeces me duran tres días, al cabo de los cuales el olvido hace su poderosa labor. El criterio para acotar nuestro código ético es preguntarnos qué acciones claramente rechazadas por el código moral, llevaríamos a cabo si nadie nos mirase. Esas claramente no son de nuestro código ético. En general la lista de prohibiciones del código personal es corta, mucho más corta que la lista del código moral impuesto por la sociedad. Aunque, poco a poco. el código moral va perdiendo unidades al comprobarse que pasarlo bien sin perjudicar a otro es una buena idea. El código ético es la mayor fuente de conflicto. Por ejemplo para un joven ingeniero el fabricar minas antipersonal o a un arquitecto hacerle el palacio a un dictador. Estos días de encierro el cuerpo nos pide disfrutar del parque vacío, pero el sentido moral nos advierte del reproche de nuestros vecinos. De ser sorprendido sentiríamos vergüenza. Pero si inadvertidamente, en ese mismo acto inmoral, contagiamos a alguien con consecuencias graves, si esta falta está en nuestro código ético, sentiríamos además culpa, esa mentalización del dolor físico.

«Ideas políticas»
En este apartado tratamos de ordenar nuestras ideas políticas. Parecerá un ejercicio inútil porque cada uno tiene las suyas y ya está, como cada uno tiene su religión. Pues mi propuestas para estos días es que miremos con detalle nuestras ideas políticas porque no tiene influencia sólo sobre nuestras vidas, sino sobre las de los demás. La primera reflexión que debemos hacer es porqué la sociedad está dividida en dos mitades aproximadamente con ideas opuestas que empaquetamos de forma un tanto grosera como de «izquierda» o «derecha». Añado que la prueba de que esta división está muy arraigada es que todos los intentos de exterminio del contrario por tiranos criminales de uno y otro bando han fracasado. Una vez pasado el duelo, el bando masacrado se recupera porque parece que cada día nacen izquierdistas y conservadores a partes iguales. Los vemos ahí tan monos y sonrosados, pero ya alienta en ellos vagamente una posición política.

De modo que primera conclusión: no es posible hacer desaparecer del mundo la opción contraria, como si la naturaleza pusiera ya las bases de un equilibrio de puntos de vista necesario para la supervivencia. Siendo así, la segunda propuesta es renunciar al odio aunque no pueda uno evitar la repugnancia. Es decir, escuchar a un adversario y sus argumentos y actitudes produce un efecto de rechazo percibido físicamente, lo que lleva al insulto a veces. Como eso sólo es un desahogo, hay que ir más allá y tratar de entender porque los otros piensan sinceramente así.

A la izquierda ya no le debe valer, por ejemplo, la milonga de la «falsa conciencia», ni a la derecha el argumento de la «envidia» del pobre. Llegados a este punto, el paso siguiente es conocer los argumentos del contrario seriamente, meditar sobre ellos, entender sin justificar por qué piensa así y, finamente, tratar de incorporar aquello que nos convenza aunque emocionalmente aún nos afecte. Desde este punto de vista es muy importante examinar la coherencia de nuestras posiciones. Es decir, si propugnamos reparto de riqueza, cuánta estamos dispuestos a ceder de la nuestra y, si propugnamos libre mercado y poco Estado, por qué pedimos subvenciones cuando le va mal a nuestra empresa.

De forma muy sumaria diré que el individuo de izquierda cree ser compasivo en lo económico y liberal en lo social (usos costumbres), y el individuo de derecha cree ser justo en lo económico y conservador en lo social. Por otra parte, el de izquierda cree que la naturaleza humana cambia con los patrones sociales, con lo que «todo es posible», mientras que el derechas cree que el ser humano no cambia y que, por tanto debe ser «disciplinado». De estos fundamentos ideológico se derivan coherentes posturas sobre la vida, la muerte, las relaciones sociales,las relaciones interpersonales, la guerra y la paz. Pues aquí hay tarea. Hay que responder a la pregunta básica ¿Por qué la mitad de mis compatriotas piensan tan distinto a mí sin que puedan, al parecer, evitarlo?.

«Ideas estéticas»
En este punto ya tengo en marcha el reciclado de ideas religiosas, morales y políticas. Vamos ahora a ver que tenemos en el cajón de la ideas estéticas. El arte para la mayoría de la gente es una respuesta directa a la visión, audición o lectura de algo. Si ese algo es la naturaleza, no hay intermediarios: nos quedamos sobrecogidos por el «Salto del Ángel», un desierto o la feracidad de una selva, la acción del agua sobre la roca, la erupción de un volcán o la belleza de un ser humano. Si se trata de una obra «artificial» casi todo el mundo se deja arrebatar por una fidelísima imitación de del cuerpo humano de la naturaleza, con el añadido de la intención del artista al escoger este paisaje o aquel gesto del retratado, esculpido o representado en una obra escénica. También apreciamos la imaginación de un artista que evoca cuerpos o paisajes no conocidos y producto exclusivamente de su imaginación (normalmente como combinación atinada de cosas conocidas). La tensión que el arte produce en nosotros se pone en manifiesto con el arte moderno que rechazó ser bello en el sentido que le damos al término antes de su llegada a final del siglo XIX, cuando el sentido común saltó por los aires con la nueva física. Entonces, por la puerta que abrieron Cézanne y Picasso, entró otro arte plástico y, con la atmósfera general creada, otro arte musical y escénico buscando una nueva actitud, ya no ante la belleza, sino ante las formas de expresar el mundo más allá de edulcoradas formas ajenas al sufrimiento o la explotación.

En esa confusión estamos todavía. Por eso, con nuestras ideas estéticas en la mano después de sacarlas de la caja, no sabemos muy bien qué hacer. Lo que yo hago es no despreciar ninguna propuesta, por provocadora que sea, antes de degustarla en su marco de referencia. Por ejemplo, comparto, supongo que con todo el universo, la emoción ante una obra de Miguel Ángel, pero tengo que trabajarme la contemplación de una escultura de Henry Moore o la audición de una obra musical de Alban Berg. En la belleza que imita a la naturalez, como el «Rapto de Proserpina», no encuentro dificultad, porque allí estoy contemplando una sublimación de la habilidad artística y al tiempo las expresión de prototipos del cuerpo humano animando el frió mármol que, por cierto, pasa desapercibido. Pero ante la escultura contemporánea me dejo atrapar por la síntesis formal de lo que se representa, que no sólo te sugiere una idea o una acción, sino que lo hace mientras te ofrece impúdicamente la materialidad de la piedra cuya presencia no puedes eludir. Para poner a prueba sus ideas, compárese el beso de Rodin con el de Brancusi y que Dios reparta suerte.

La propuesta de pulido de ideas se resume, en este caso, en la propuesta de no rechazar el arte moderno sin considerar previamente que no es un capricho del artista, sino un esfuerzo enorme por expresar lo mismo (como hace Klimt), pero en armonía con nuestra actual percepción del mundo. Un mundo en el que lo material (el soporte de lo espiritual), se ha hecho presente, exigiendo un lugar en nuestra mente, que antes sólo ocupaba la forma. Es decir, ante el subterfugio de esta obra «no me dice nada», reconozcamos que, en la experiencia estética, pone tanto la obra como nosotros, y nosotros ya no llevamos ni toga ni levita. Haciéndolo abrimos nuestras ideas estéticas a todo un universo de propuestas, que cubren todo el espectro de la evolución de nuestra conciencia a la búsqueda de nosotros mismos.

En este esfuerzo para aprovechar el impulso ordenancista que nos ha dado a todos en el confinavirus, le ha llegado el momento a las ideas científicas.

«Ideas científicas»
Ya nadie discute la importancia que la tecnología tiene para nuestras vidas. Pero, desafortunadamente, sí quedará alguien que discuta los preceptos de la ciencia. Hace unos años, sin redes sociales, no nos enterábamos de los exabruptos que algunos nos tenían reservados acerca de los conocimientos que fundamentan nuestra civilización. La ciencia es consciente del carácter provisional de sus construcciones teóricas, pero sabe que son la mejor y más coherente forma de convertir el conocimiento acumulado y probado experimentalmente en salud, alimento, vestido, educación y cobijo. Otra cosa son las propuestas teórica que se hacen sobre el origen del universo y su destino, cuyas bases son antes que experimentales, es matemáticas.

La ciencia nos dice que vivimos en un universo que tiene 13.000 millones de años; que habitamos un planeta casi esférico que tiene una edad de 4.500 millones de años; que la vida empezó hace 3.500 millones de años; que el ser humano, tal y como lo conocemos, surgió hace 60.000 años como resultado de una lenta evolución de entre 500 mil y dos millones de años procedentes de los chimpancés; que la agricultura se desarrolló desde hace 10.000 años y la escritura hace unos 4000 años y que la ciencia moderna experimental y matematizada emergió hace 500 años. Hace doscientos años se desarrollaron las vacunas y la anestesia y hace ochenta años los antibióticos. Hace 120 años cambiamos radicalmente nuestra concepción de universo y hace 100 nuestra concepción de la materia. Hemos llegado a la luna y cientos de satélites orbitan la Tierra facilitando comunicaciones casi instantáneas.

Además la ciencia nos da una versión del origen del actual universo y nos anticipa que que al sistema solar le quedan unos 5.000 millones de años tal y como lo conocemos. Una duración que, para nosotros puede ser mucho menor debido al alto de grado de contaminación de la atmósfera, la tierra y el agua. Por otra parte, nuestra psicología se formó evolutivamente y algunos de sus rasgos innatos condicionan la resolución de los graves problemas de un planeta muy poblado. Han muerto ya 100.000 millones de humanos a lo largo de la historia. Seres humanos que tras crueles guerras crearon sistemas políticos democráticos y empezaron a crear instituciones supranacionales voluntarias para administrar toda la complejidad de la vida moderna. Pero si hace 60.000 años se produjo la revolución cognitiva que ha creado la ciencia, está por ver que nuestra capacidad de conocimiento esté en condiciones de tomar decisiones democráticas sobre fenómenos no tangibles nada más que a través de modelos matemáticos anticipatorios, como las pandemias o las consecuencias del calentamiento global. Hay que desarrollar una confianza en la ciencia que aún está ausente en grandes capas de la sociedad.

Sabemos que todos estos avances de la ciencia son resultado de siglos de pacientes reflexiones y múltiples experimentos cada vez más finos y reproducibles, luchando contra todo tipo de supersticiones. Pero hay que alertar de que podemos poner en peligro todo esto debido a que hay quien afirma, todavía hoy, que no hay que vacunar a los niños, que un dios creó al hombre tal y como lo conocemos, que el mundo se creó hace 6.000 años, que la Tierra es plana, que no estuvimos en la luna, que Einstein era un payaso, que el planeta no corre peligro y que, como le ha dicho el presidente de Bielorrusia a una periodista que le pregunta por las medidas que va a tomar ante la pandemia de coronavirus: «¿Ve usted virus por aquí?». Probablemente en esa masa de gente se sitúe el origen de la elección del grupo de ignorantes y aventureros líderes políticos que, por desgracia, gobiernan poderosos países de nuestro planeta poniéndolo en peligro con su trasnochado y grosero sentido común.

Es misión que el sistema educativo forme a la ciudadanía en un un centenar de verdades probadas y moralice su desconocimiento como una especie de falta de urbanidad, para que no se ponga en peligro a la humanidad. La ausencia de una sola vacuna (la del Covid-19) ha matado ya en este momento a más de 20.000 personas con un pronóstico funesto para los próximos meses. La ciencia es una especie de coraza cognitiva de la que nadie puede dudar. Si algunas de sus ideas contradicen la elemental lista dada más arriba, es urgente que repare esta parte de sus viejas ideas. Si no sabe, pregunte. No le van a faltar en su entorno, probablemente en su propia familia, quien pacientemente le dé algunas pistas.

Bueno, se acaba esta letanía. Si alguien ha llegado hasta aquí, tengo que decirle que la intención es buena, pues cada quien es cada quien y, si uno se entretiene aprendiendo a cocinar o a tocar el piano, siempre puede quedar un momento para repasar el material del que está hecho todo lo demás: las ideas. Esto no es una negación de la materia, sino la afirmación de que la gran novedad que trajo al mundo el homo sapiens fueron las ideas. Es decir, la capacidad de, primero, elaborar mapas de la realidad tal y como la recibimos e, incluso, tal y como la deformamos, para después lentamente renovar, combinar y filtrar estos esquemas con la ayuda de su simbolización en el lenguaje y su fijación en la escritura para su transmisión sincrónica y diacrónica. Finalmente hay que empezar humildemente el ciclo de nuevo confrontando con los aspectos invariantes de la realidad.

Como muchas de nuestras ideas las adquirimos acríticamente durante nuestro proceso de socialización y educación formal, es necesario de vez en cuando revisarlas a la luz de nuevas propuestas. Para Platón, ya se sabe, eran la auténtica realidad, para Kant eran ideales reguladores a los que se aspira y para nosotros el modo de conocer y cuidar el mundo físico y humano. Este era pues el ejercicio propuesto entre tablas de gimnasia, visionado de fotografías y vídeos ingeniosos, telediarios pesimistas, y estimulantes videollamadas con amigos y familiares. ¡Buen provecho!

Filosofía viral

La pensadora alemana Hannah Arendt en su libro «La vida del espíritu» distingue entre «soledad», situación en la que nadie nos acompaña, de «solitud», situación en la que, estamos solos respecto de otros, pero nos hacemos compañía en una especie de diálogo íntimo. Soliloquio en el que escuchamos el divagar de nuestra mente y tratamos de centrarnos a la búsqueda de claridad para tomar un decisión, llevar a cabo una acción o simplemente disfrutar de despiezar conceptos por afición.

Esta reflexión interna tiene grados. El grado cero es no usar la propia mente o hacerlo aparentemente. En este caso lo normal es no tener ideas propias y utilizar sustitutos como muletas a base de estereotipos que, por cierto, no siempre están equivocados. Así «los orientales tienen mucha disciplina», aunque, posiblemente, en Europa se pensara en los años sesenta que los españoles éramos muy «disciplinados».

En el otro extremo está la reflexión profesional del académico ya sea un científico dándole vueltas a una estructura molecular para encontrar una vacuna para un virus; ya sea la reflexión abstracta de un filósofo tratando de encontrar una fisura figurada en la naturaleza humana por la que filtrar anticuerpos mentales contra el fanatismo o la insolidaridad. Este tipo de reflexión profesional es la que salva al mundo cada generación. Unos explicando cómo funciona el mundo, como hace Francis Mojica, y otros tratando de encontrar sentido a los coletazos más dramáticos de la vida, como hacía María Zambrano explorando entre la filosofía y la poesía en tiempos muy difíciles.

Y en una zona intermedia estamos la mayoría. En una situación de lucha, entre los tópicos que tiran de nosotros y conforman una filosofía en pantuflas y la necesidad de tener un marco mental bien estructurado en el que las cosas de la vida, nuestra vida, encajen, aunque sea provisionalmente.

… y la vida estos días nos presenta su cara más fiera. Pertenezco al grupo de «los viejos del lugar» y nunca ví llegar el agua tan arriba. Parece ficción, pero estamos todo el país encerrado en casa y antes o después llegarán preguntas para las que no es fácil encontrar respuestas. Para la humanidad no es la primera vez, pero nunca como ahora hubo tanta capacidad de resistir por muchas razones: comodidades, comunicación y coordinación, pero también experimentamos la obligación casi oficial de cuidarnos unos a otros. Hasta un gobierno «gamberro» como el de Gran Bretaña lo ha acabado comprendiendo… y el nuestro lo proclama, aunque haya tenido que partir de una situación de cierta precariedad de la sanidad pública por las consecuencias de la anterior crisis. Debemos resistir anímicamente porque podemos resistir, porque todavía palpita en nuestra herencia anímica el sufrimiento de nuestros padres en la mitad del siglo XX.

El gran pintor Tiziano murió en la peste de 1576 y le siguió su hijo Horacio. Su último cuadro muestra la tristeza de lo inevitable. Un pintor francés le hizo un homenaje en 1832 con este cuadro evocador de la Venecia de la época de Tiziano durante la epidemia. Como se ve muy deprimente, pues se moría en las calles. Pero nosotros estamos en una situación muy distinta. Tan distinta que, salvo que la enfermedad nos toque en el hombro, seguimos haciendo bromas y cantos a la vida. Eso está muy bien, porque así evitamos deprimirnos. La risa, que paradójicamente se basa en los choques cognitivos o en la desgracia ajena, es una gran terapia, una muestra de salud mental. Ahora mismo las redes parecen el plató de un concurso de ingenio.

Para ocasiones como éstas, la psicología ofrece técnicas de control de la ansiedad, pero, tras dos mil quinientos años de filosofía ¿qué nos ofrece esta disciplina antaño tan respetada?. Su influencia es más indirecta pues lo cambios profundos en la mentalidad necesitan tiempo hasta convertirse en parte del espíritu de una nación. No en vano los británicos son empiristas (desprecian la teorías abstractas) o los americanos pragmatistas sin saberlo (nada es verdad hasta que prueba su eficacia). Así también los alemanes son concienzudos y trascendentales (imperativos en el deber) y los franceses usan el cuerpo al margen de la mente (ligan sin remordimientos) por razones de su tradición filosófica – Kant o Descartes, respectivamente-. Los españoles, por nuestra cuenta somos idealistas y prácticos en dosis diversas, como corresponde a la enseñanza de nuestro filósofo más certero en describirnos: Cervantes.

Decía que la influencia de la filosofía es indirecta y no puede ser de otro modo. El filósofo trata, a partir de lo dicho por los que le ha precedido, de actualizar la mirada sobre la realidad desde la nueva plataforma que le proporciona su tiempo. Desde este punto de vista, todo filósofo es un ventajista que puede corregir, y a fe que lo hace, a sus padres en la disciplina. Pero, un ventajista que no siempre refuta, sino que acuna amorosamente el concepto anterior en los propios. ¿Qué ventaja tiene el nuevo tiempo?, pues el desgaste que, dependiendo de su naturaleza, más o menos abstracta, las propuestas previas han sufrido al someterse a la prueba de una realidad, que no sólo se escapa de los planteamientos previos, sino que, para más dificultad cambia influida por ellos, tanto si hablamos de la realidad física como de la social. Lo que puede sorprender, pero es que hay que tener en cuenta que la «realidad física» que el filósofo puede analizar es la que le brinda la ciencia, que también está cambiando su visión teórica y práctica de la realidad por la misma razón de su carácter experimental. Es algo así como el contacto de dos ruedas de engranajes que se mueven al mismo tiempo. Dos realidades cambiantes al tiempo: la de los hechos y la de su visión desde nuestra perspectiva. Se puede imaginar la dificultad de la tarea. Por eso toda visión científica o filosófica es histórica. Sin embargo ambas nos sirven como andamios que nos ayuda a subir sabiendo que tendremos que desmontarlos después.

Siendo así las cosas, ¿cómo describe la filosofía el mundo actual y el goce o sufrimiento que causa a los seres humanos? Hay filósofos a los que les preocupa la solvencia del conocimiento que tenemos del mundo. Estos son los epistemólogos y son poco útiles para el común de los mortales porque tenemos una relación con la realidad poco conflictiva, pues estamos seguros de que existe fuera de nosotros y que se resiste a nuestros deseos disparatados, pero negocia con nosotros para el cumplimiento de los deseos más prudentes. Otros filósofos se ocupan de lo que existe o no: Dios, los ángeles, los átomos, los quark, los espíritus, los símbolos, la realidad percibida, la no percibida… Son los ontólogos. En esto sí que la gente tomamos partido, pues los hay como Santo Tomás, que necesitan meter los dedos en la llaga, pero también los hay que creen en la existencia de Dios y de las almas de los que ya han muerto, espíritus a los que rezan por unas u otras razones. Esta última es una forma muy eficaz de resolver el mayor enigma con que los primeros se tropiezan y que no es otro que encontrarle sentido a la existencia y con ellas a las desgracias. Hubo un filósofo en el siglo XVII que dijo que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Poco después ocurrió el terrible terremoto de Lisboa (todavía en Almagro hay una iglesia con una grieta de la época), que hizo dudar a Voltaire de que esa afirmación fuera verdad.

Después de los dos tipos de filósofos que podríamos llamar «técnicos» (dedicados a la verdad), podemos hablar de los filósofos de la Bondad y de los de la Belleza. Estos días de encierro está siendo muy habitual que nos enviemos unos a otros enlaces a sitios de cultura del máximo nivel, una vez que los museos y los auditorios han abierto sus plataformas para ofrecer gratis las más extraordinarias obras del arte musical, escénico o plástico. Así la belleza con esa cualidad suya tan especial nos permite emocionarnos al activarse simultáneamente nuestras sensibilidad y nuestra inteligencia en un concierto de facultades que nos produce (si nos dejamos) ese placer inenarrable que llaman los expertos «fruición», un placer que derribó a Stendhal en las salas de Los Uffizi de Florencia ante tanta abrumadora belleza como allí se atesora. La fruición es un placer que ningún humano debería perderse. Se necesita preparación, serenidad, apertura a los estímulos que nos llegan de la obra de arte. En mi opinión es una experiencia total del cuerpo y la mente (y no quiero dar más detalles), pero en el arte hay mucho consuelo como ya nos dijo el filósofo Schopenhauer.

Y, por último, los filósofos de la Bondad, es decir, los que más cerca están de nosotros porque reflexionan sobre las acciones de los hombres y sus consecuencias sobre el mundo, la sociedad y los individuos. Concretando más es la filosofía del derecho, la política y la ética. Ahí se discute sobre los derechos, la libertad, las instituciones, nuestro comportamiento, las decisiones relativas a la vida, la muerte, los modos de gobierno, las relaciones personales y sociales e, incluso, con nuestro medio físico. todo el complejo universo que se extiende en círculos desde cada uno de nosotros hacia el resto de la sociedad o de la naturaleza.

Como se ve la filosofía funciona como la investigación científica: silenciosamente, eficazmente para producir cosas o ideas para el cuerpo una y el espíritu la otra. Porque las ideas bien articuladas constituyen el resultado de la acción del filósofo. Ideas que obligan a nuestro cerebro a establecer conexiones nunca experimentadas que pugnan por hacerse sitio entre las ideas que llegaron antes. Ideas nuevas que nos proporcionan otra perspectiva y nos invitan al saludable ejercicio de cambiar nuestra visión del mundo. Unas ideas que, muy a menudo, son reelaboraciones de otras que tienen miles de años de antigüedad, lo que se explica porque la naturaleza del hombre es la misma que antaño, aunque enfrentada a nuevos acontecimientos provocados por los efectos de esa dinámica cualidad de nuestra mente.

¿Y qué utilidad tiene todo esto para nosotros y más en tiempos de tribulaciones como los que estamos viviendo ahora? Pues en gran medida nuestra actitud de resistencia y nuestras espontáneas reacciones de solidaridad, así como la sensación de unidad, de ser una comunidad digna, en pie, capaz de acudir allí donde se la necesite es resultado de nuestra posición filosófica fundamental. Una actitud labrada en piedra por nuestra propia historia de búsqueda de una sociedad más justa que vemos en la vicisitudes de los personajes de Galdós en los Episodios Nacionales. Pero que vemos también en la rectitud y humildad de nuestros poetas, como Antonio Machado, o en la dulzura y elegancia de la filósofa María Zambrano, o en la lucha peligrosa de los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza en tiempos complicados, o la entereza de Marina Pineda y la porfía de José Ortega por poner a España a la altura de los tiempos. Añadamos la resistencia cívica ante el terrorismo y olvidemos el ejercicio cainita de la Guerra Civil, resultado precisamente de dejar de escuchar a la inteligencia y seguir la bandera de la muerte, del exterminio de contrario que propugnaban la dirigencia lunática.

De todo eso somos herederos. De la fuerza que da la fe en el ser humano, ese tronco más o menos torcido del que procedemos. Y más concretamente del ser humano español que es, ni más ni menos, que una versión de la especie que nos compromete a seguir en la lucha de ser mejores que nuestros dirigentes, que, lo quieran o no son de nuestra misma pasta, para lo bueno y para lo malo. Y ya dice la sabiduría popular que «nadie es más que nadie».

Que la sociedad líquida de Bauman se despeña por una catarata sería una imagen lírica de lo que está ocurriendo, pero la filosofía, más que imágenes, utiliza conceptos que organiza en forma que constituya una nueva mirada. Y lo que nos está ocurriendo es malo, pero qué hubiera sido de nosotros sin los conceptos que crearon la trama de instituciones y comunicación que nos da soporte, aunque en ellas tremole la debilidad individual. Fue la filosofía política de Locke y la institucional de Montesquieu la que diseñaron las estructuras que nos resguardan. Aunque, ahora, los discursos de los reyes nos parezcan de cartón piedra y los de los políticos copiados de un manual de autoayuda, la estructura aguanta. Y eso se nota en que se disponen fondos económicos para no dejar caer naciones tradicionales que estarían siendo mordidas por los perros del mercado financiero de no estar acompañadas de países comprometidos con estructuras supranacionales. Y se nota, también, en una corriente de solidaridad europea en tonos graves que el ruido ambiental en agudos chillidos no nos deja oír, además de que prestamos más atención a la escoria de la queja y el pesimismo que a la mena de los lazos ya consolidados.

Si las instituciones que los pensadores de siglo XVIII concibieron están vigentes, también hay que decir que, afortunadamente, las que surgieron de los pensadores del siglo XIX han sido destruidas por la tenacidad de la naturaleza humana, porque fueron monstruos basados en ideas perniciosas en su aplicación a la política. Ideas como «totalidad» o «identidad» surgidas del mismo seno que el romanticismo artístico tan arrebatado como peligroso en su desgarro. De aquella experiencia nos queda la sospecha de que toda idea llevada a su coherencia extrema sin contacto con la realidad es una forma de demencia. Por eso, la lección a aprender es la de la necesidad de someter constantemente a las ideas al rozamiento con otras ideas y con la realidad, entendiendo por ésta a un estado de cosas en la que la dignidad del ser humano es respetada.

Los conceptos que deben salir reforzados de esta crisis son los de democracia, comunidad, transparencia, ejemplaridad, verdad, globalidad, ciencia, tecnología, austeridad, ecología y belleza.

«democracia»
a la vista está que los individuos providenciales son como el Mago de Oz, un decorado pernicioso, por lo que se es preferible mantener desesperantes discusiones entre representantes de distintas opciones que escuchar la voz única de un iluminado. Aunque quizá se debería acabar con parlamentos de cientos de diputados obedientes y pasar a reducir las cámaras a tantos diputados como opciones con su correspondiente representación popular. La democracia es un hallazgo de la humanidad perfectamente adaptado a la naturaleza de la especie, porque hace posible la acción común respetando y regulando la libertad individual.

«comunidad»
hemos experimentado esto día de forma casi tangible la fuerza de pertenecer a un grupo, pero ya no al grupo tribal que reconoces en sus tatuajes, sino a un mundo de gente inteligente y compasiva cuyos límites van, gracias a los medios de comunicación, mucho más allá del radio del lanzamiento de una piedra, que antes fijaba la distancia de lo comunal. El afecto es uno de esos bienes que no se agotan, por lo que no responden a ninguna ley de oferta y demanda. No es necesario que la naturaleza prehumana avale nuestro sentido de comunidad, porque nosotros mismos somos naturaleza, y lo que a nosotros conviene queda avalado.

«globalidad»
pues sin tener un gobierno mundial, el sustrato de racionalidad común, que es patrimonio de la especie, ha coordinado las acciones de combate contra la pandemia y hemos actuado, a pesar de la apariencia pragmática del cierre de fronteras, con un encogimiento estratégico seguro de sí mismo que seguramente tendrá una reacción efectiva poscrisis. Europa de desangró desunida. Europa se salvará unida;

«austeridad»
después de unos meses a dieta de consumo frívolo se comprende que es necesario el consumo reflexivo orientado, no a disiparse, sino a anticipar problemas, lo que nos llevaría, no a consumir estaciones de esquí, sino a «consumir» investigación o solidaridad. Dejar de consumir reflexivamente no es hundir la economía, sino redirigir la capacidad productiva a otros bienes. Al mundo económico le da igual producir el vigésimo diseño de zapatilla que producir alimentos para hambrunas, si hay beneficio. La decisión es nuestra. La austeridad tiene que llegar, también, al espectro de sueldos obscenos de directivos y deportistas de élite, pues el mérito tiene un límite. Mozart murió pobre y fue enterrado en una fosa común. NI esto ni la barra libre, lo quiera o no Nozick.

«ecología»
la ciencia de nuestra casa común (la naturaleza) no es más que una aplicación de la ciencia general a un objeto concreto: nuestro planeta, pero su relevancia es especialmente estratégica por el poder de sus enemigos. Aquellos políticos ciegos aliados con ideologías ciegas que prometen mundos espectrales para consuelo de masas bloqueadas intelectualmente por la miseria de la que sus propios pastores no quieren sacarlas.

«ciencia»
que solamente es despreciada por los que no la comprenden. La ciencia está actuando como otros lenguajes universales (la música, por ejemplo) de nexo fundamental entre sociedades distintas. Las soluciones farmacológicas al presente virus vendrán de la ciencia y se expandirán con naturalidad entre países. La ciencia, como la filosofía, supone la educación. La ciencia es la mirada escrutadora en los mecanismos de la naturaleza. Afortunadamente, su clarividencia está llegando a nuestra mente. A partir de ahí la filosofía tendrá que tomar el relevo para evitar los desvaríos.

«tecnología»
que como hija natural de la ciencia nos sirve y la sirve aumentando el alcance de la mirada teórica. La tecnología, con su capacidad de individualizar la información y de computar esa información, es la herramienta que nos permite abordar retos como el que ahora nos azota en el nivel de complejidad necesario. El control de la cara negra de la tecnología vendrá de la suma compleja de democracia, transparencia y globalidad reflexionadas en un marco filosófico.

«transparencia»
pues a pesar de toda la basura mental que discurre por los canales que la tecnología ha abierto, la verdad acaba alcanzando su meta de servirnos para nuestros propósitos humanos. La transparencia es el enemigo del nepotismo, la desigualdad hipertrofiada, el crimen político, el derroche de bienes públicos o la delincuencia económica. La transparencia es la sinceridad pública, la apertura al escrutinio público de su acción, la ruptura de la coraza que oculta los hechos y protege la mala gestión. La transparencia es la fuente de la confianza, que es la piedra clave del arco de los convencional. Sin confianza el dinero es papel, la policía una amenaza, el código de colores de los semáforos un adorno navideño y un préstamo una temeridad;

«ejemplaridad»
el soldado no sigue al oficial cobarde, el ciudadano no sigue al político corrupto. Después de esta crisis no debe tener cabida la incoherencia entre el discurso público y la acción privada. Quien no quiera servir de ejemplo no puede ser servidor público. Ni el funcionario corrupto, ni el político mendaz.

«verdad»
un concepto tozudo que resiste los intentos de destruirlo porque tiene un centro de gravedad del que carece la mentira. Lo que le proporciona un núcleo al que adherir los conceptos, las proposiciones y los discursos. La mentira es como la basura cósmica, no le queda más remedio que orbitar a la masa compacta de la verdad. La verdad científica, como la verdad lógica o la verdad matemática, tienen como criterio la respuesta del mismo mundo físico a sus propuestas y la coherencia interna. Las verdades sociales: política, judicial o episódica tienen un fundamento ontológico distinto pero esencial: el ser humano como cuerpo físico y como espíritu expresivo de majestuosa evolución de la realidad. El sufrimiento humano es el criterio único de la verdad de nuestras construcciones sociales. La verdad científica y social son un patrimonio de la humanidad.

«belleza»
queda para el final, porque ella toca fibras de nuestro espíritu que nos reconcilian con la dureza de la realidad inocente, la que lacera porque está en su naturaleza. La que nos lleva a inventar conceptos falsos como «destino» o «fatalidad».

La belleza es conmoción, extrañeza, sensaciones que apelan a nuestra inteligencia para desentrañar lo que el artista dejó en el soporte con una intención que puede estar alejada de nuestra interpretación. La belleza figurativa y la belleza abstracta, ambas se pueden distinguir de la superchería si la mirada es atenta. La belleza potencia a todas las demás dimensiones de los humano. No es lo mismo una protección a base de bolsas de basura que esos trajes futuristas con todos los detalles armónicos en su funcionalidad. Apreciamos la belleza sin caer en lo relamido en la arquitectura que nos abraza, en la industria y el vestido que nos sirven, en el detalle y en la conurbación que nos escalan. Pero sobre todo en la representación del espíritu humano que expresa el «Amor» de Canova, la desesperación de «La balsa de la Medusa», el dolor por la muerte de un amigo de Miguel Hernández o «El ascenso de la alondra» de Vaughan Williams.

La belleza es un atractor tan poderoso que llama también a las almas negras, que desean cubrirse del diseño oscuro de un uniforme de la SS, o contaminan irreversiblemente una runa nórdica (la esvástica). Pero la belleza, en su independencia trata de desembarazarse del alquitrán pegajoso de la maldad presumida, y es generada con abundancia en atmósferas libres, pero no necesariamente pacificadas.

La imagen que ilustra este artículo es de mi hermano mellizo Ángel. la paleta es la adecuada a la grisura de los acontecimientos (ya se volverá colorida con la explosión de alegría al final del confinamiento). Ahora toca el gris. El trazo suelto, incierto, espontáneo, porque nada es seguro. Las figuras vencidas por el miedo y la enfermedad. Pinturas negras de la guerra de la independencia viral.

La imagen de alguien sentado en un sofá despreciando el arte abstracto, sin advertir que está sentado en un estampado con imágenes de su inventor Kandinsky, produce el mismo efecto que el que desprecia la filosofía sin advertir que todo su marco mental está basado en Rousseau, Marx, Locke, Comte, Nozick, Rawls, Hayek o Gomá.

La filosofía tiene ese carácter atmosférico que sostiene invisiblemente pero penetra por todos los resquicios de la realidad mental. Hoy, tras el festival de irrealidad postmoderna, hay un regreso al centro de gravedad de los problemas con los avances en neurociencia y psicología evolutiva que nos perfilan los límites de nuestros anhelos o, mejor, ponen hitos que guían el camino hacia ellos evitando golpear muros infranqueables para sortearlos con astucia. La filosofía regresa a la senda de un realismo no ingenuo que reconoce lo escurridizo de la realidad y afirma que su eco en nuestra mente la transforma, pero no la deforma.

La filosofía se pone al servicio de la sociedad con sus sutilezas éticas para poder afrontar los retos que la tecnología presenta con su capacidad de modificar nuestras estructuras físicas o exponernos a mundos con condiciones psicológicas extremas. Tras las vueltas y revueltas de los paraísos artificiales y la promiscuidad universal, se regresa al aprecio de la lucidez cognitiva y la lealtad afectiva. Vuelven debidamente mutantes los conceptos que requiere una buena gobernanza personal y colectiva. Entre ellos es necesario vitaminar el de esperanza. La sociedad sana es la que espera, la que está abierta al cambio. Pero no al cambio arbitrario, caprichoso, frívolo, libertino, sino al cambio docto, ilustrado, esforzado y cooperativo, afectuoso y ejemplar.

En esa trinchera quiere estar la filosofía joven, la filosofía ingenua, la que se abre de nuevo al enigma de la vida después de haberle arañado algunos girones de su manto. Restos que pasan al acervo de la humanidad con el mismo carácter que los órdenes griegos: el de clásicos del pensamiento debidamente depurados por siglos de errores y aciertos.

Nos falta una escuela española de filosofía que en la estela de la ciencia, lo haga lejos de la frialdad del análisis anglosajón de voz atiplada; que en la estela del humanismo curativo, lo haga sin caer en la ñoñería de la sospecha permanente y estéril de instituciones de probada bondad para los intereses de todos. Hay que salir de las confortables urnas y batirse en los foros, después de una limpieza de conceptos añosos, con los combatientes del libertarismo y de la frivolidad intelectual. Sin neo escolásticas y sin neo escepticismos, la filosofía tiene toda la vida por delante.

Ejemplaridad

Steven Pinker en su libro La Tabla Rasa, menciona que al poeta y premio Nobel de literatura (1948) T. S. Eliot le preocupaba que «un sistema que clasificara a las personas por su capacidad desorganizaría la sociedad civil, porque rompería los vínculos de clase y tradición en ambos extremos de la escalera social. En un extremo, fragmentaría las comunidades de las clases trabajadoras, dividiéndolas en función del talento. En el otro, eliminaría el principio de «nobleza obliga» de las clases altas, pues ahora se habrían «ganado» su éxito y no serían responsables ante nadie, en vez de heredarlo y estar obligados a ayudar a los menos afortunados». Curioso razonamiento del que en este momento me quedo con la expresión «nobleza obliga», porque hubo un tiempo en que el mérito de la aristocracia no era el esfuerzo o el talento, sino la el hecho metafísico de ser noble y, en consecuencia, presentarse como ejemplo y garante del bienestar de la gente.

Por otra parte, nuestro filósofo Javier Gomá, en su libro Ejemplaridad Pública, deja perlas como estas:

«La cultura es la propuesta de un tipo humano digno de ser generalizado a todos los miembros de la comunidad»

Y especialmente:

«Un hombre ejemplar es una individualidad que ha sabido encontrar un sentido a su vida precisamente en el proceso de socializarla.»

En efecto, cuando el ser humano ya no puede responsabilizar a un dios de la atmósfera de dolor (algosfera) que crea con sus desvaríos o descuidos, tiene que aferrarse a la ejemplaridad para autoreferenciarse y no caer al vacío. Por eso es clave que los ejemplares humanos que tienen alta representación se comporten de forma ejemplar ante la necesidad de grandes sacrificios sociales.

En ese punto tengo que mostrar mi escándalo ante la huída vergonzosa del ex presidente Aznar a Marbella transportando potencialmente el virus en su bigote. Este hombre que ya dejó, con su gracia natural, aquella perla de «¿Quién te ha dicho a tí las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber?», se convierte en el campeón de la insolidaridad con el pueblo que dirigió. Él pensará que es especial, pero, al mismo tiempo, no se siente obligado por la nobleza que cree tener. Es decir, reúne lo peor de la vulgaridad (que cumplan los demás) y de la nobleza (no me rebajo a cuidarte). No ha recibido los reproches que merece por esta traición a su pueblo (ahora las traiciones son así de cómodas e impunes). Lo despreciaré con una maldición antigua: «que los dioses te confundan».

Los héroes modernos

En cierta izquierda anida el espíritu de pureza inmaterial que surgió en Belén. Por eso, se desprecia el materialismo capitalista y comercial. Ganar dinero es codicia, cobrar intereses usura. Esta posición sombría e irrealista es compensada por el espíritu que también nació en Belén: el de la compasión por el prójimo. Esta tradición tenía extraños héroes: Mao, Fidel…

En cierta derecha anida el espíritu de la pureza insolidaria que surgió en Escocia. Por eso, se desprecia el idealismo socialista y cooperativo. Ayudar es favorecer el parasitismo de masas perezosas. Esta posición lúgubre e, igualmente, irrealista es compensada por el espíritu que también nació en Escocia: el de la capacidad de producir riqueza. Esta tradición tenía extraños héroes: Friedman, Thatcher…

Dos caras de una misma moneda que tienen que seguir siendo antagónicas en lo mejor que cada una posee y cooperativas en lo que tienen en común, rechazando ambas sus aspectos negativos. Esto es lo que exige el mundo moderno que, como consecuencia de la complejidad inducida por el progreso en ciencia, tecnología y comercio, afronta problemas de gravedad desconocida. La realidad tiene la característica de no parar de cambiar y lo hace en al menos dos planos: uno fánico (a la vista) y otros silencioso e invisible bajo nuestra capacidad de percepción, tanto organoléptica como tecnológicamente reforzada. Y es, este segundo plano, el que nos sorprende conmoviendo nuestra complacencia con dramas como el actual, donde convergen necesidad de protección y necesidad de mantenimiento de la compleja red productiva.

El mundo actual implica cambiar el concepto clásico de héroe que, tradicionalmente, era con justicia aquel que exponía su vida y, a menudo, la perdía por el interés general: el soldado en la trinchera o el explorador en la selva o el desierto… Ahora mismo ya vemos que es (él o ella) el médico, la enfermera y el policía, pero también, el que limpia, el que dispensa en una farmacia o en un supermercado, el repartidor a domicilio o el chofer de un servicio público… y el profesor que también ha estado expuesto varios meses o el científico que puede salvarnos mientras lidia con el virus. Un nuevo concepto de héroe que también merece nuestro aplauso, pero que, sobre todo, desenmascara a farsantes de rostro oscuro que huyen de las brasas donde todos nos quemamos. Un nuevo tipo de héroe que señala hacia dónde van a ir los tiempos: fusión de la capacidad productiva y de las metas comunes. De eliminación del nihilismo capitalista que confiando en una supuesta racionalidad de consumo alienta las más bajas pasiones y nos conduce a deshinibirnos de los problemas y a desprotegernos frente a sus consecuencias. De eliminación del fanatismo colectivista que olvida el aliento de libertad del ser humano, al tiempo que agrava sus problemas esenciales con ineficacia probada. ¿Qué necesidad tenemos los ciudadano de comprometernos con lo peor de lo que se nos ofrece como sistemas antagónicos, cuando de cada uno podemos usar lo que realmente da soporte a un vida realmente humana?: la capacidad de producción, organización y comercio con la capacidad de distribución de méritos y resultados.

El niño creció

Hace un cuarto de siglo llevamos a nuestro hijo a un campamento de verano. Dejamos un niño redondo y lampiño y recogimos, dos meses después, un adolescente con pelusilla, más delgado y alto con una voz extraña y la mirada furtiva, como diciendo «¿éste quién soy?» o «¿quién soy éste?» para desconcierto de sus padres. Esas transformación coincidió con la estancia y nos pilló de sorpresa. Obviamente era una transformación que sus hormonas estaban ya gestando silenciosamente. Eso mismo también ocurre cuando un niño pasa una gripe: un día aparece como el personaje de Kafka convertido en un extraño para su padres.

Las sociedades también sufren este tipo de transformaciones bruscas cuando se dan las circunstancias. Pero si la causa es social y la respuesta también se habla de revoluciones o reformas en los casos mitigados. Pero cuando la causa de física (una catástrofe climática) o médica (una catástrofe sanitaria), entonces hay que espabilar rápido, porque a la sorpresa se suma la falta inicial de respuestas. En el pasado estas cosas se gestionaban con oraciones en procesiones que aumentaban los contagios. Ahora con conocimiento y sentido comunitario. Pero de esta transformación impuesta vamos a salir distintos: más altos,con pelusilla y también una voz grave con gallos o, lo que es lo mismo, éste virus nos va a convertir en una sociedad que:

– abandona la estéril polémica sobre la necesidad de un Estado potente. Es necesario desarrollar su eficiencia en educación, sanidad y cuidados tanto como su control para evitar la corrupción y la desidia.
– abandona la idea de que los impuestos son un robo a la propiedad privada.
– abandona la estéril polémica sobre la codicia de los empresarios o la pereza de los empleados. Ambos han de trabajar en común con distinto y racional grado de diferencia en los ingresos que preserve la ambición de mejora.
– abandona la pretensión de volver a un mundo de naciones independientes de su entorno geoestratégico despreciando imprudentemente el enorme potencial de la Unión Europea, que habiendo mostrado dudas por la potencia del desafío será un apoyo imprescindible para reconstruir las economías tras el paso del ciclón.
– abandona los prejuicios con países orientales que están teniendo un comportamiento ejemplar en la gestión de la crisis. Países que, como China, nos enseñarán las ventajas de su sentido de la disciplina intelectual y práctica, y a los que le enseñaremos las ventajas de la transparencia y la democracia.
– abandona la idea de que el que no tiene trabajo es que no quiere trabajar, cuando el virus, primero, y la tecnología, después, va a «despedir» a millones de empleados para los que hay que crear una nueva economía basada en los servicios persona a persona.
– abandona la idea de que las élites se van a poder permitir eludir sus responsabilidades. En este sentido bienvenidas la acciones de los mecenas modernos (si no nos engañan), como Bill Gates o Amancio Ortega. ¡Qué privilegio el de haber reunido tanto dinero para poder servir a tu país de forma relevante!.
– abandona la idea lúgubre de que la salvación está en la confrontación. La competencia es una estrategia para el juego económico que debe seguir el modelo bien experimentado de los juegos reales en el deporte moderno: enfrentamiento con reglas y control del abuso de posición.

Mentir o engañar

Las declaraciones del incauto ministro de Ciencia español, Pedro Duque, son una bendición, porque ponen de manifiesto las complejas relaciones entre el poder y los administrados. Si, en efecto, en enero ya se orientó la actividad de algunos grupos de investigación hacia el nuevo virus, es que, desde ese punto de vista, nos administran gente inteligente. Porque en esos días China estaba en la parte ascendente de la curva de contagios todavía y, cualquier gobernante avisado debe saber que la fabulosa permeabilidad internacional haría inevitable la transmisión al resto del mundo. Enhorabuena, si ya el 2 de febrero se hicieron gestiones para adelantar plazos en el proceso de legalización de una futura vacuna o tratamiento.

Otra cuestión muy diferente es el conjunto de acciones que un gobernante debe llevar a cabo ante los distintos grados de extensión de una epidemia y cuándo debe activarlas. En el cóctel de datos que entran en juego para tomar decisiones entran: la alarma de la población, la rapidez de los contagios, su letalidad y los efectos económicos de las medidas, tanto por dotación de medios, como por las paradas programadas o no de la actividad comercial e industrial. A lo que hay que añadir el componente más complicados de barajar: la pretensión del gobernante de controlar la percepción que la población tenga de la eficacia de sus decisiones.

Y es precisamente este componente político el que puede llevar a decisiones delirantes, como ocurrió en los históricos tres días que siguieron a los atentados del 11-M. El gobierno experimentó la necesidad de hacer creer a la población que el atentado lo había llevado a cabo ETA, por la lunática idea de que eso le beneficiaría en las elecciones del domingo siguiente. Todo por un verdadero pánico a la idea de que la población pensara en su total despiste respecto a la acción de células yihadistas en España y, por tanto, en su incapacidad para protegerla.

Pues bien, en este caso, que es una enfermedad nacida en otra nación y cuyas consecuencias van a padecer cientos de países con gran crueldad, también aquí los gobiernos, y el nuestro no ha sido una excepción, no se ha limitado a poner toda la carne en el asador, sino que también ha querido controlar el guión de cómo la gente percibimos su acción. Todo le hubiera funcionado de no haber permitido la manifestación del 8 de marzo. El resto de acciones, en su gradualidad, se pueden entender, a pesar de que ya estuviera muy preocupado, como muestra la sinceridad de Pedro Duque, pues, seguramente, no habría consenso sobre si cerrar ya el país o no. Pero aquella concentración de infectados en el que luego se ha mostrado como el mayor foco de la enfermedad fue una temeridad para la limpieza de su discurso, pues no era razonable que si ya veían llegar el problema (el día 7 había 500 infectados y 10 fallecidos) se permitiera que se reuniesen cientos de miles de personas en Madrid y en toda España, solamente para que la ministra de Igualdad, que por cierto tiene el despacho en el mismo edificio del ministerio de Sanidad, se diera un ideológico baño de masas que ya anticipaba su, ahora se ve claro, frívolo empeño en aprobar una ley inmadura. Esa manifestación en momento tan inoportuno no ha hecho avanzar un milímetro la lucha contra la violencia de género, pero, sí la ha asociado a uno de los peores momentos de la historia de este país.

En resumen, me alegro del desliz de Duque porque pone de manifiesto que hay inteligencia en este país para anticipar los problemas. Y considero que la gradualidad de medidas que el gobierno ha ido tomando tiene que ver más con el modo de presentarle a la sociedad lo inevitable, al tiempo que se aplanaba la curva, no de los contagios, sino de las consecuencias económicas de la crisis sanitaria retrasando la parálisis. Unas decisiones tan complicadas que cualquier político sensato se alegrará de que le haya pillado en la oposición. En esto hay que reconocer que los socialistas son el pupas. En su última victoria se merendaron el inicio de la crisis financiera y, cuando empezaban a disfrutar de su nueva era social, les cae encima un problema que hunde la economía obligándolos a recortes cuya gravedad aún no podemos anticipar.

El poder puede mentir, pero no nos engaña porque sabemos que, una y otra vez, incurre en el «sesgo de perfección», buscando una imagen imposible cuando pintan bastos, cuando la realidad llama a la puerta sin misericordia para su imagen. Persecución de la propia imagen que también nos está proporcionando el espectáculo de dirigentes autonómicos queriendo sacar la cabeza del barro en el momento más inoportuno para nuestra salud corporal y económica. ¿Podrían unos y otros olvidad su narcisista imagen y trabajar juntos como si les interesásemos de verdad? Cuando estemos sanos ya no entretendrán con su peleas cainitas en el Circo Máximo. Ahora a luchar por el país como están haciendo en silencio y con riesgo para sus vidas, todos los que participan en el frente de esta guerra del siglo XXI.

Epidemia laica

Una característica de esta epidemia es la práctica desaparición de manifestaciones religiosas públicas rogando el final del sufrimiento. A finales del mes de octubre del año 1918 se reunió una multitud en Bilbao para hacer una rogativa a la Virgen de Begoña en medio de una terrible epidemia de una gripe que no distinguía entre jóvenes o mayores. Esa pandemia cubrió el mundo de cadáveres: la cifra más baja que proporcionan las crónicas de la época es de 30 millones de personas fallecidas. Dado que hasta el momento la actual epidemia ha matado a 17.000 personas, se puede hacer uno una idea de qué supuso aquello. De esa época es la foto que acompaña a este artículo. Está tomada en la ciudad de San Francisco y se pueden ver fieles arrodillados en plegaria ante la Catedral de Santa María de la Asunción.

Sin embargo, salvo naturalmente en los corazones individuales, el conocimiento del modo de transmisión del virus ha eliminado por completo cualquier manifestación religiosa pública en estos días, incluidas la precetiva misa dominical. Pero me pregunto si no habrá una razón más profunda: la caída de la fe religiosa en las sociedades actuales. O quizá, en una posición menos dramática, la caída de la fe en una potencial intervención divina. De ser esta última la explicación, estaríamos en un cierto descrédito de la Providencia y, más allá, en una inadvertida caída de los fieles religiosos en el deísmo, una postura que, simplificando mucho, cree en Dios, pero no en su intervención en el mundo. Es un «Deus ex machina», un ser creador que se desinteresa por los avatares de su creación. Esto por lo que se refiere a ese 67% de españoles que se declaran católicos. Obviamente, hay también un número importante de ateos o «no religiosos» que alcanza según el CIS un 33 % de la población adulta. Estos últimos se supone que ponen sus esperanzas de prolongar su vida en la ciencia.

Es una cuestión interesante para mí, porque es preguntarse por lo más profundo del alma de mis compatriotas y con qué herramientas espirituales construye su esperanza ante el azote de la epidemia. Una sociedad sin músculo espiritual arriesga cualquier destino que pretenda construir. Lo puede conseguir con la tradicional religión, pero, naturalmente este músculo (si sirve el símil) puede nutrirse también de una extática entrega a la naturaleza y a su conocimiento. Una entrega fundada en una moral cívica que rechaza el sufrimiento infligido con maldad, pero acepta la muerte natural absoluta como el precio por la fortuna de haber vivido. ¿Dónde estamos realmente?

Claudia, un año

Has llegado a tiempo. Justo unos días antes de tu cumpleaños has empezado a andar. De esta forma has alcanzado la primera fase de autonomía que todo ser humano debe conseguir al final de su período de conformación. Hay animalitos que pocos minutos después de nacer están ya dando brincos por la pradera. Nosotros, Claudia, la especie a la que perteneces, necesitamos tiempo. Tanto que cuando seas mayor no te acordarás de estos primeros años porque tu cerebro está creciendo desde dentro y desde fuera. Eres, niña, diferente a tu hermanita. Así tus padres van a tener variedad. Eres observadora, escrutadora y callada como cuando naciste, aunque creo que esto último es porque aún no hablas. Pero tiene un pequeño «gruñido» con el que te sirves para decir «te quiero», «estoy cansada», «qué gato más chulo» y «déjame tranquila». También tienes un recurso muy poderoso que es arquearte con el ombligo hacia el cénit para evitar que te sujetemos a la silleta. Lo cierto es que lo consigues. Ayer fue tu cumpleaños y ni soplaste ni nada. Desde el trono de los brazos de tu madre mirabas, como una reina ya coronada, a tus súbditos. Pero ahí estaba Olivia para soplar. Ya verás (y entenderás) el vídeo. El caso es que empiezas a mostrar carácter: prefieres andar que rodar, comer que ayunar (uno de los espectáculos del año para tus abuelos es cómo abres la boca para paladear una cucharada de yogurt); prefieres explorar a sentarte; prefieres los objetos útiles a los juguetes y los brazos de tu abuelita a los míos. No te lo tendré en cuenta porque traes contigo el enigma de todo los humano y tengo curiosidad por saber qué voz tendrás, que razonamientos harás y cómo tratarás a las personas y a los gatos. Es un enigma con el que trabajan todos los abuelos, pero ninguno con la intensidad que yo lo hago, sin hacer ruido. Tienes ojos almendrados, una boquita a ratos larga y a ratos echa un fresón. La cabeza, por fuera, ya veremos, pero parece Garrido, lo que no estoy seguro que sea una ventaja. Nadie sabe a quién te vas a parecer y todos barren para su tribu. Yo pienso lo mío, pero no lo confieso. Bueno, Claudia, la siguiente crónica de tu crecimiento será dentro de dos años, cuando cumplas tres, que todo estará bastante más claro. Tu abuelito que te quiere.

PD.- Igual que con tu hermana, cuando te bautizaron escribí un texto para la ceremonia. Aquí está el tuyo:

Bienvenida Claudia a tu bautizo de agua y cariño

Tus abuelos quieren que no pienses que eres preterida por ser la segunda en bendecir a tus padres. Pero debes aceptar que nuestro comportamiento contigo sea distinto al que tuvimos con tu hermanita. Como Olivia va por delante abriendo camino, tu puedes pensar que tu chupete es usado, pero no, es tuyo y comprado nuevo, pero seguro que llevarás ropa de tu hermana y leerás cuentos de Olivia, pero debes verlo desde el punto de vista positivo, así, tu visión de la vida será humilde, realista, de acuerdo a la idea de que los recursos son limitados. Cuando tu todavía no habías sido concebida ya andaba Olivia danzando entre nosotros, pero una vez que llegas te valoramos por lo que eres y por lo que vales.

Eres una niña distinta, nueva, una carita preciosa que parece llegar de otro flujo de vida o, quizá, venga mezclado con unos u otros juguetones azares viajeros. Tu pelo liso, tu nariz respingona, tu boca perfecta dice de una personalidad que habrá que ir siguiendo en su desarrollo estos años que vienen. Un goce que tus abuelos no quieren perderse.

No hace falta que me digas todavía qué vas a estudiar de mayor, pero ve pensándolo para que te pueda dar lecturas que te ayuden.

Los padres no influyen mucho en los hijos, salvo en lo que les hayan transmitido, que tampoco es de ellos, pero su papel ya estarás comprobando que es fundamental: hacerte comprender que vivir es hermoso y amar más.

No vivas pensando en el tiempo, si no en las cosas que haces bien. Cuando dudes, ama, acaricia. No dejes que se escriba poesía con ceros y unos, ni que tus sentimientos sean mercancías.

He observado que eres discreta y no hablas demasiado. Eso es bueno pues se aprende mucho escuchando y tu lo haces muy bien o, por lo menos, pones cara de prestar mucha atención a lo que te decimos. De todas formas, ya lo veremos cuando puedas hablar dentro de un par de años o tres. Entre tanto fíjate en todo y quiérenos aunque no sepas muy bien porqué. Besos Claudia… y a ti también Olivia.