En mi experiencia como jubilado los dolores, los ciclos y las exageraciones son parámetros dignos de análisis. En primer lugar los dolores. Me refiero a dolores articulares que son los más característicos de la edad, pues envejecer es «secarse». Poco a poco se pierde la lubricia, y no es una metáfora, y aumenta la fricción entre «piezas», especialmente del esqueleto. Por eso es muy importante el ejercicio para que la musculatura esté flexible y mantenga el «mástil» enhiesto. Bueno esto último es una redundancia, pues «histos» es «mástil» en griego y de ahí, por ejemplo, histograma que es una serie de mástiles gráficos. Esa fricción produce dolores, supongo que porque afecta a nervios colocados ahí para avisarnos de que algo va mal. Una vez instalado en estos dolores, que son soportables, la primera opción es tomar medidas reales de mantenimiento en el plano físico, pero, muy importante es, además adoptar una determinada actitud en el plano mental. Y es la de no prestar atención a ese dolor molesto. Hacer como que no está presente. Los dolores también se molestan, tienen sentimientos y, por eso, cuando notan nuestro desprecio nos dan la espalda (¡uf!, la espalda). El problema real no ha desaparecido, pero, ahora, no molesta. En este momento de éxito, lo que hay que hacer es mantener los ejercicios (yo estoy ahora girando el cuello) aunque no duela o, mejor, porque no duele. Si alguien no quiere herir los sentimientos de un dolor es que no sirve para viejo. Otra cuestión importante es que si uno no consigue ofender a un dolor, el remedio es tener otro más agudo, porque la mente deja de sufrir por el que ha quedado relegado. A continuación hay que ofender, despreciar, insultar no, porque no funciona, al dolor principal, para luego ocuparse del subordinado. Dicho esto hablemos de los ciclos.
Un ciclo es un proceso que se repite. En realidad un ciclo es una circunferencia. El círculo es la imagen que a todos nos viene a la cabeza cuando nos queremos representar un proceso repetitivo. También sirve un senoide. Cada uno según los que haya avanzado en eso de la tecnología. A mi me gusta el símil de un cometa. Cada 75,32 años el cometa Halley es visible desde la Tierra, es decir que da una vuelta completa a su órbita cada vez que pasan esos años. Con la edad media de un español, puede verlo una vez, porque si lo ve con 75 es improbable que se enterara recién nacido la vez anterior. Pero sirve para la idea que quiero transmitir porque es un caso extremo y un tanto deprimente, porque si los ves con treinta años ya puedes decir que no lo verás nunca jamás y al ser humano no le hace gracia los «nuncas» y si te cuentan que ya habías nacido cuando pasó la última vez aspiras a verlo, es decir a cumplir 75 años más de los que tenías entonces. Los ciclo marcan el ritmo de la vida con más o menos intensidad. Por ejemplo la ITV es una pejiguera porque tiene la «virtud» de hacerte pensar «¿ya ha pasado un año?» Y fijémonos en la cantidad de acontecimientos que pasan en un año, pero la ITV tiene esa maldita condición de tragárselo en un instante, ese en el que nos llega el aviso. Igual ocurre cuando llega el viernes y nos decimos alegres «¡ya pasó la semana!«,por aquello de la maldición bíblica al ser expulsados del paraíso. Como si el ser humano fuera capaz de vivir sin trabajar. Cuando digo vivir, no me refiero a respirar. La prueba está en que los ricos hacen deporte y, algunos se juegan la vida con estrafalarios retos como viajar por la estratosfera en globo. No es muy honesto que diga esto porque yo estoy jubilado, pero puedo prometer y prometo (Suárez dixit) que trabajo todos los días en mi blog (en el que están leyendo este artículo) y, para empezar a dar una receta, no me alegro de que llegue el viernes porque he logrado romper con el hechizo de los ciclos. La semana es un ciclo que lleva a algunos al extremo, no de resolver problemas en su trabajo, sino resolver mañanas y tardes. Es decir, espero a estar camino del sofá para decir, «¡qué día más bien resuelto!». Es el síndrome Serrano (de Gregorio Serrano el Director General de Tráfico), ese señor que resuelve las crisis desde su casa echando por tierra todos los intentos del gobierno de desacreditar la idea de que se puede presidir una comunidad autónoma desde Bruselas. Es el síndrome del sofá. Cuidado pues con los ciclos. Porque si reducimos las semanas a los viernes, los meses a la paga y los años a la ITV, acabaremos reduciendo la vida a cuatro acontecimientos, «¡Anda, ya he acabado la carrera!«; «¡Anda ya me he casado!»; «¡Anda, ya me he jubilado!» y «¡Anda, ya me he muerto!«. Lo que es una pena porque la vida está llena de sorpresas y vivencias cada día, de modo que cuando tengas la tentación de decir «¡Otra vez está aquí el cometa Halley!» rechaza la idea y céntrate en lo que ha pasado en estos 75 años y verás, si no has hecho el piernas, qué cantidad de bellísimos, emocionantes e interesantes acontecimientos han llenado tu vida.
Finalmente, las exageraciones. Cuando uno es un adolescente se suele echar años y cuando es mayor se los suele quitar. Al menos eso es lo que yo había oído decir. Pero cuando he llegado a mayor me doy cuenta que no. Si estoy haciendo deporte y un muchacho de estos al que todavía le quedan muchas ITVs me echa 50 años porque corro detrás de la pelota, le digo rápidamente que tengo 68. Lo que no es verdad, pues tengo 67. Y, además, pienso aumentar la apuesta y pronto me echaré un par de años más. Especialmente el año que viene que al sumar dos podré decir que tengo 70. De este modo consigo varios efectos, todos benéficos. El primero, escuchar su asombro, que es una pomadita para mi ego. El segundo estimular su propósito de cuidar su salud, pues yo no digo «modestamente»: «Es que tengo buenos genes«, que probablemente sea lo cierto, sino que digo, como hombre de izquierdas que creo ser: «Es que he hecho mucho deporte«. Ya saben, cargo el mérito a la cultura en vez de a la naturaleza, lo que probablemente sea falso como exageración que es. ¿Pero exagerar es una falsedad? yo creo que es sólo un juego. Un juego inocente de los muchos que hay que jugar para que la vida se desprenda de la gravedad que la vuelve funesta. Creo que el humor debe ser como el vapor en una olla a presión que debe empujar queriendo salir para resolver todas las miserias en una carcajada universal. Pero el humor hay que practicarlo mientras uno se remanga y echa una mano.