Jorismós


NOTA.- Este artículo pertenece una serie publicada en el diario La Verdad de Murcia del Grupo Vocento y que continúa hasta el día de la fecha.

JULIO 2021

Todos los hombres desean por naturaleza saber”. Esta frase con la que Aristóteles comienza su Metafísica podría haberla redondeado así: “… pero no desean el esfuerzo necesario”. Si aplicamos este esquema a la ética o la estética nos saldría lo siguiente: “Todos los hombres desean por naturaleza el bien… pero no el esfuerzo de vencer las pasiones” y, finalmente: “Todos los hombres desean por naturaleza la belleza… pero se abandonan al mal gusto y lo soez”. Es decir, la verdad, la bondad y la belleza son anhelos, no dones, de la realidad. Entre su logro y nuestra conducta se interpone un abismo que hay que salvar para pasar de la ignorancia, la maldad y la vulgaridad a sus deseados opuestos. Pero, a menudo, nos encontramos con gente que quiere simular sabiduría —el caso estruendoso de Albert Rivera citando a Kant temerariamente en una universidad—; o gente simulando el cumplimiento del deber —el caso escandaloso de Rodrigo Rato amonestando a la ciudadanía sobre el pago de impuestos— y, desde luego, gente fingiendo buen gusto simplemente comprando caro o complacidos con una giralda de plástico con una luz dentro.

Se advierte que hay un abismo entre el deseo de alcanzar esos valores rectores y su logro permanente. De hecho, vivir es perseguir esos logros en el ocio y en el negocio. Esos barrancos para el deseo los nombro con una preciosa palabra griega: Jorismós. Su primer uso en el pensamiento fue para la sima que separaba las ideas de Platón de las cosas y las criaturas del mundo, pues siendo sus copias, no supo el genial filósofo resolver el problema de cómo era posible tal reproducción. La vida no es “perfecta” y los ideales sí, o eso cree el idealista, sin advertir que lo esencial es su carácter único. Si para Platón el problema era cómo copiar las ideas, para nosotros el problema es inverso: cómo construir lo ideal a partir del irrenunciable mundo actual.

El busilis del asunto, como diría mi amigo Álvaro García Meseguer, es el carácter invariante, insoluble de estos abismos dada nuestra naturaleza inercial y las interpretaciones históricas de los ideales. No hay nada más que echar un vistazo alrededor para ver los torbellinos verbales que manosean la verdad cuando las ideologías fijan las creencias de cada uno con el pegamento de las emociones. Y mirar con atención cómo la compasión huyó de los países, los mares y las fronteras perseguida por devotos de Dios y del diablo; o cómo el mal gusto se desparrama por las televisiones.

Pero contabilizados estos abismos insalvables, queda un cuarto que, precisamente, socava las condiciones para que los tres descritos tengan alguna posibilidad. Pues, la ciencia, la ejemplaridad pública y el conocimiento de nuestros más sensibles genios del arte deben ser el núcleo de las políticas educativas. Este decisivo Jorismós se percibe en la incesante división en toda época de personas seducidas políticamente por lo individual y personas seducidas por lo comunitario. Lo que se podría explicar por el hecho de que, puesto que la naturaleza no “ha sabido” crear al ser humano equilibrado entre estos dos polos, nos reparte en dos grupos de tamaño similar para que la vida salga adelante a base de bandazos alternos hacia los aspectos positivos del egoísmo y el altruismo. Para refrescar el lenguaje, podemos llamar, pedantemente, a unos, “filautes” y, a los otros, “koinitas”. En griego el filautes es el que se ama a sí mismo y el koinita —neologismo— el que se ocupa de lo común. En medio, los no interesados por los asuntos de la polis, que Pericles llamaba, certeramente, idiotés.

El filautes moderno quiere que el Estado —máxima expresión de lo común— suponga un gasto máximo del 4 % del PIB, frente al 42 % actual en año no pandémico. Sólo quieren gastar en policía, ejército y jueces —¿les suena? Se hacen llamar libertarios, creen en un curioso tipo de libertad —la de ellos— y, están dispuestos a luchar duro. Los koinitas modernos aspiran a que el Estado lo ejecute todo, lo controle todo. Se han exagerado ambas posturas caricaturescamente, pero así se ve mejor que, ni unos ni otros, pueden monopolizar el poder. Unos cuidan del individuo, su impulso y su creatividad; los otros se ocupan de la especie, de que no se pierda talento ni haya sufrimiento por falta de condiciones materiales o espirituales.

Conclusión necesaria: alternancia en el poder y justicia vigilante. Es estéril la pretensión de buscar el exterminio, aún simbólico, del otro. Que es el brutal mensaje que nuestros políticos nos envían de lunes a viernes, pues los fines de semana sólo nos alteran los desastres naturales, mientras, como canta el tango, “… la ambición descansa

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