Día de muertos

La tradición de recordar a los muertos sigue viva . El ser humano se mueve, respecto de la muerte entre el respeto, el morbo y la risa. El respeto por el recuerdo de familiares y amigos que lo merecieron; el morbo por el escalofrío de la experiencia de la muerte real o imaginada, como en el espectáculo sangriento del circo romano a costa de personas o el más soportable de la tauromaquia a costa de animales y, por fin, la risa como convulsión del cuerpo al vencer la muerte despreciándola como si fuera una caricatura. El teatro y el cine están llenos de obras tétricas que al menor descuido son cómicas. Tampoco faltan obras premeditadamente cómicas con la muerte como protagonista. Con Bergman la muerte era cosa seria. Con Beetlejuice una mascarada musical. Con Shakespeare una forma profunda y sangrienta de prosperar. Con Enrique VIII, una forma rápida de divorciarse sin pagar. Con los Papas del siglo XV una forma de bendecir acelerando el disfrute del paraíso. Con el terrorismo actual, una forma de incultura cruel. Con las guerras una forma de hacer negocio y aliviar la presión demográfica. Con la enfermedad una crueldad que sólo nuestro carácter irrefutablemente natural puede explicar, que no justificar.

La muerte es el nombre de un proceso lamentable y un estado: el de muerto. La condición de muerto no me preocupa, pero el proceso de transición de ser todo a no ser nada, sí. Espero protagonizarlo en medio de un sueño agradable, aunque lo siento por el soponcio de mi compañera por la mañana. Pero la forma definitiva sería volviéndose transparente poco a poco hasta desvanecerse. Es limpio, te da tiempo a despedirte, no es doloroso, no deja residuos y puedes presumir de ser más transparente que tu vecino. Pero, para eso, se necesita estar reconciliado con la muerte, considerarlo un episodio de tu vida natural, lo que requiere que antes aceptes la naturalidad de tu ser. Que eres el privilegiado que surgió de una lotería vital fantástica en el seno de tu madre con la cooperación de tu padre. Que es una estupidez quejarse por encima de determinados niveles de vida buena. Si todo eso no lo tienes claro, si crees que eres hijo de un dios, lo que me parece muy bien, la cosa se complica. Si crees que una parte de ti, distinta de la información genética, es inmortal, no tengo nada que decir. Solo silencio y admiración.

Espero que en mi funeral no sea de esos con un acartonados responsos con fórmulas tópica repetidas todos los días en todas partes que tanta veces he oído en mi larga nómina de funerales. A ver si, además de la celebración del miedo a la muerte del Halloween, nos llega de Estados Unidos la costumbre de la elegía civil, sin fórmulas preestablecidas. Es un reto, pero siempre habrá un familiar o un amigo dispuesto a excavar en tu vida para encontrar algo bueno que decir ese día. A ser posible que sea alguien con gracia para que pueda hacer reír en el funeral. No por que estén contentos por que el alma del finado esté ya en estado gaseoso paseándose por los cielos, sino porque en el peor de los casos fue la elogiada una vida decente.

Tengo entendido que los jóvenes millonarios de Silicon Valley están impulsando el llamado proyecto «Gilgamesh» por el protagonista de un poema de la antigua mesopotamia. Un héroe desolado por la muerte de un joven amigo que va en busca de un método para acabar con la Parca. No lo consiguió, pero ha inspirado a aquellos que tiene tanto que, además, quieren la amortalidad. Se llama así a la prolongación de la vida que sólo evita la muerte por enfermedad o envejecimiento, porque no puede evitar que si te cae un piano desde un quinto piso suene para tí la pavana para una infanta difunta. Supongo que el método será caro y para pocos, primero, y un buen negocio, después, cuando su producción baje los precios. De lo que no estoy tan seguro es de qué tipo de ser humano resultará de la prolongación de la vida si no se acompañada de una mejor visión de qué debe ser la humanidad. Si sólo se trata de que las misma personas con el alma más seca, más dura nos lleven por los mismos trillados caminos de la injusticia y la muerte de la libertad, estamos listos.

En todo caso, ha estado bien. Lo de vivir, digo. Es bastante mejor que no haber vivido. Soy consciente de que son todavía muchas las personas a las que la enfermedad o maldad les hace vivir vidas miserables.  La existencia en general es un misterio extraordinario, incluso estupendo; de hecho, es el gran misterio. El que debería ocuparnos antes que banales formas de entretenimiento. Pero lo gracioso es que entre celebraciones y guerras, el ser humano no hace otra cosa que estudiar ese misterio. De hecho hay dos ondas que son lo realmente permanente en esta aventura: la onda del material genético, cuya información portadora del talento, el genio, la gracia o la desgracia de los individuos se traslada de un ser concreto a otros dejándolos en el camino. Algo así como el método que usan las langosta para cruzar el océano. Cuando las primeras caen agotadas al mar las siguientes oleadas descansan en sus cuerpos flotantes para poder seguir. La otra gran ola es el conocimiento acumulado que pasa de un individuo a otro como el testigo pasa de la mano de un atleta a otro en las carreras de relevos. La ola genética mantiene la vida de la especie y la ola informativa genera nuevas formas sociales de vivir y de generar nuevos avances en el conocimiento del gran misterio. Este es el juego. Pretender ser una langosta que cruza olímpicamente el océano entero parece un poco egoísta, porque las que vienen detrás caerán agotadas al mar sin haber servido ni para ayudar a sus congéneres a disfrutar su vuelo. Cada individuo tiene derecho a su tramo y después ponemos el cuerpo para que otros, nuestros hijos, tengan el suyo.

¿Dónde acabará este viaje de la especie? Pues lo más épico que se me ocurre es que hasta que la naturaleza, que «abre los ojos en nosotros«, encuentre el equilibrio entre su sustrato físico y su faz inteligente y sensible. Una sensibilidad e inteligencia capaz de las más estupefacientes teorías científicas, las más bellas composiciones musicales, las más extraordinarias obras plásticas, la más emocionante poesía, las más dramáticas obras escénicas, la más justas instituciones culturales y políticas, la más profunda capacidad de vivir en el amor y la esperanza.

 

 

Suprema perplejidad ciudadana

El concepto de tributo se refiere a todo los tipos de pagos que el ciudadano paga para hacer posible los gastos e inversiones del Estado. Hay tres tipos de tributos: las tasas, las contribuciones y los impuestos.

Las TASAS son tributos voluntarios realizados para beneficio del contribuyente. Un ejemplo de tasas es el pago por disfrutar de una vado para entrar y salir de un garaje particular invadiendo la acera pública.

Las CONTRIBUCIONES son tributos obligatorios realizados para compensar los beneficios que recibe un ciudadano por actuaciones de la administración pública. Por ejemplo el IBI, en el que se paga por el beneficio que la realización de aceras, viales o saneamiento produce en los propietarios de una urbanización.

Finalmente los IMPUESTOS son tributos obligatorios que los ciudadanos realizan al Estado en función de sus ingresos sin que reciban ninguna contraprestación directa, como son por ejemplo, la construcción de presas, autovías, hospitales, universidades. Servicios que el ciudadano utilizará o no, según sus necesidades. El ejemplo paradigmático es el Impuesto sobre las Rentas de las Personas Físicas (IRPF).

Todos los tributos tienen en común que se paga por el beneficio directo o indirecto que se recibe del Estado por parte del sujeto del tributo. Véase el caso del IVA. Todos los que intervienen en el proceso de producción de un bien de consumo, pongamos un coche, reciben el IVA de sus compradores y se descuentan el IVA pagado a sus proveedores, por lo que pagan el impuesto sobre la diferencia entre lo cobrado y lo pagado (el valor añadido). Sólo queda explicar porqué el comprador final paga IVA y no se descuenta nada. Pues muy sencillo, porque consume el producto y no lo traslada a un tercero.

El Impuesto de Actos Jurídicos Documentados se llama impuesto porque es obligatorio y por que crea obligaciones para el Estado de, por ejemplo, prestar los tribunales para resolver los conflictos entre las partes. En estos días este impuesto es el busilis de la estupefaciente reacción del presidente de la Sala tercera del Tribunal Supremo de reunir al plenario para repensar el criterio empleado en una sentencia firme de una de las secciones de la sala. Sentencia que contradice a otra de la Sala primera de hace unos seis meses. En ésta se establecía que los ciudadanos (el prestatario) son los sujetos del Impuesto del impuesto en los casos de préstamos para la compra de viviendas y en la última, redactada por los magistrados expertos en tributos, que son los bancos (el prestador o acreedor) los sujetos del impuesto.

En las discusiones sobre la procedencia de una postura u otra se ha dicho que para discutir de esta cuestión hay que ser como mínimo abogado, sino catedrático o magistrado. Sin embargo, hace dos mil quinientos años que ya se dijo que no todo el mundo puede elaborar una ley, pero que todos puede juzgar si es justa o no. Lo mismo ocurre con un tributo, que será más o menos complejo en su diseño, pero que puede ser objeto de discusión legítimamente por los profanos que han de pagarlo. También se argumenta que este comportamiento del Supremo es normal porque sólo hace uso de la capacidad de casación (dirimir las diferencias entre criterios discrepantes plasmados en sentencias). Pues no es verdad, el Supremo casa sentencias de tribunales inferiores, pero sus sentencias no se casan, pues son firmes y prevalece el criterio empleado la última para las sucesivas hasta que otra sentencia lo cambie. Por eso. no se ha anulado la sentencia que preocupa al presidente de la Sala, sino que se pretende cambiar el criterio para que haya «otra última sentencia» que «vuelva las cosas a su cauce». Por tanto, ayudemos al Supremo en sus tribulaciones, que para nuestra preocupación, no parecen tener que ver con una violación de la razón jurídica.

Así pues, tal parece que el sujeto de un tributo es aquel que se beneficia de la actividad que se grava. Si esto es así, en el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados que grava el acto de elevar a documento público en una notaría un contrato privado para un préstamo hipotecario ¿Quién es el beneficiado de este compromiso público? pues sólo se puede saber atendiendo al detalle de cuál de las partes exige este acto. ¿Han visto alguna vez a un ciudadano en ese trance exigiendo al banco pasar por la notaría?, pues no, porque el interesado en llevar a cabo la documentación pública (escritura) es el banco, que no debe fiarse de la otra parte contratante, que diría Groucho. Por tanto, si el Supremo establece en una nueva finta que el sujeto del impuesto es, de nuevo, el ciudadano, habrá que analizar con lupa los argumentos empleados que, desde luego, no pueden estar basados en criterios extrajurídicos. Algo que no debería ser necesario recordarle a un magistrado.

POST SCRIPTUM

El Tribunal Supremo ha convocado una reunión plenaria de la Sala Tercera para el 5 de noviembre de 2018 al objeto de que sus 31 magistrados reflexionen sobre la postura definitiva con la que fijar una doctrina para esta asunto. Mi pronóstico es que concluirán que la versión según la cual el impuesto lo debe pagar el interesado en la elevación a documento público del préstamo y posterior registro de la obligación de responder con la propiedad inmobiliaria del préstamo recibido por el adquirente. El interesado normalmente es el banco acreedor.

POST MORTEM

Pues no, la Sala Tercera del Supremo ha respondido a la preocupación de su presidente por la salud económica de los bancos que son sistémicos y no como la gente que son prescindibles. Hay una falacia en el fondo de esta manera de conducirse. Es la falacia del «para mi todo», que consiste en que si el ciudadano es el perjudicado se le aplica todo el peso del «se siente» y si se equivoca una institución se le aplica todo el peso «¡hombre», como vamos a perjudicar a mi vecino de chalet». Si un ciudadano no paga unos pocos recibos de la hipoteca se le desahucia y si el bando tiene un agujero financiero se le socorre. Yo de mayor quiero ser sistema.

21 lecciones para el siglo 21º . Yuval Noah Harari. Reseña (24)

Yuval Noah Harari es el autor más lúcido de la temporada reflexiva. Su viaje desde un libro de divulgación histórico antropológica, en el que nos cuenta la historia del homo sapiens con amenidad y agudeza, hasta este último libro de reflexiones sobre la actualidad del mundo, pasando por su atrevido pronóstico de la divinización de la especie a golpe de biotecnología, es un viaje digno de lectura y comentario. Lo hace, además, desde una posición escorada en tanto que israelí y homosexual declarado. Esta reseña va a consistir en extraer la esencia de los 21 capítulo del libro en los que comenta lo que él considera, arbitrariamente por coincidir con el ordinal del siglo, los 21 casos dignos de reflexión de nuestras actuales tribulaciones. Estas 21 reflexiones están agrupadas en cinco partes:

  • El desafía tecnológico
  • El desafío político
  • Desesperación y esperanza
  • La verdad
  • La resiliencia

De cada reflexión se ofrece un resumen y, al final, los resúmenes se agrupan para que catarata de argumentos y ejemplos que se dan en el texto original puedan generar un número de ideas claras. Simplificación que se hace corriendo el riesgo que el propio Harari denuncia como mecanismo generación de ficciones. Lo hago en la convicción del que el propio Harari escribiría su libro partiendo de un esquema.

Harari se atreve, incluso, con el significado de la vida, que no es poco atrevimiento. Lo hace sin pedantería alguna, con un lenguaje claro proyectado desde su experiencia personal. Crítica con suavidad a toda la tradición, en general por su oscuridad y, en particular, a toda la tradición política y religiosa por sus consecuencias letales para los seres humanos en gran parte de su historia. Un principio brilla sobre todas sus reflexiones: el criterio de verdad de una ideología es la protección frente al sufrimiento de todo ser humano. Un criterio que comparto plenamente, pues incurriendo en la ineducada autocita, en mi libro Prospética (Leynfor Siglo XXI), publicado en 2005decía:

«Esta dificultad para fijar el perfil moral del ser humano, por su naturaleza y por el lenguaje utilizado, ha conducido al relativismo actual. Relativismo que hay que combatir, pero no para volver a un universo de valores absolutos revelados, sino para situar el fiel de la balanza en el valor de referencia para la humanidad. Valor cuyo contenido consiste en la preservación de la dignidad corporal y espiritual de cada vida humana

A lo que añado que… «Lo que debe ser la base de cualquier búsqueda de nuevo sentido que podamos comunicar y compartir«.

Toda la armazón del libro de Harari, si no todo el cuerpo de su pensamiento, reside en la capacidad del ser humano para crear ficciones y, más allá, hacer que muchos otros las crean. Esta capacidad tiene la virtud de hacer converger en torno a una idea los esfuerzos de mucha gente que no es necesario que se conozca entre sí, como, sin embargo es condición necesaria entre algunos mamíferos sociales. Durante la evolución se había conseguido que muchos individuos trabajaran armónicamente pero de forma mecánica y rígida sin evolución posible, como en el caso de las abejas, pero no que lo hicieran de forma creativa, como en el caso de ser humano. Esta capacidad le dió prevalencia en la escala natural hasta dominar el planeta, pero tiene sus sombras en las ideologías y las religiones cuando, en ellas, hay un regreso al gregarismo no creativo manteniendo la potencia de la unión, pero para hacer daño.

PARTE PRIMERA: El desafía tecnológico

  1. La historia no ha acabado

Para Harari el siglo XX produjo tres ideologías con efectos sobre las mentes de las personas: el comunismo, el fascismo y el liberalismo. Dos de ellas han quedado descartadas al ser derrotadas en el campo económico y bélico aunque aún mantienen el eco de su influencia en minorías ruidosas, como podemos comprobar en estos días. Esto dejaría al liberalismo como la última reserva ideológica, aunque Harari cierra su libro afirmando que los fundamentos del liberalismo están siendo rápidamente minados por los descubrimientos respecto del libre albedrío y la capacidad de la tecnología de la Inteligencia Artificial de sustituir a la voluntad y sus decisiones. Esta ideología hipostasia la libertad humana y la considera el fundamento de todas las decisiones políticas y económicas. Es el individuo quien con sus sentimiento decide qué opciones ha de seguir la gestión de los intereses comunes. Esta fe en el individuo ha decaído y el pesimista diagnóstico de Harari es que ya no queda ninguna ideología que actúe como explicación de las acciones humanas, con lo que la especie se habría quedado sin un relato de referencia. La ideología liberal es la de la gente ordinaria, ¿qué cabe esperar cuando ésta sea sustituida por superhombres constituidos a partir de la tecno-biología? Los acontecimientos políticos recientes ponen de manifiesto que la gente están observando su pérdida de poder político y en actos de desesperación eligen a quienes creen que se lo va a devolver como Donald Trump. Es el discurso populista que acude a la calle a buscar el apoyo que tradicionalmente habían monopolizado las élites liberales, ya fueran socialdemócratas o de neoliberales. El liberalismo ha chocado con sus contradicciones al exacerbar la desigualdades entre la gente. Una contradicción que resolvió tomando en en sus políticas ideas del socialismo desde la crisis de los años treinta hasta nuestros días. Pero los sacrificios que suponía para las élites acabar con las desigualdades ha producido una quiebra en el sistema liberal que ahora niega la expansión internacional y se enroca en políticas proteccionistas rompiendo su tendencia a ser la ideología global como ocurrió hasta la presidencia de Barack Obama. Y todo esto ocurre cuando, siguiendo a Steven Pinker, el mundo ha logrado objetivos asombrosos en la expansión de la buena vida con parámetros positivos de riqueza, salud, esperanza de vida, mortalidad infantil, etc. Los peligros de esta situación obligan a actualizar un relato global que permita mantener la tensión productiva y espiritual del ser humano. Un relato que incluya y gobierne los inminentes efectos de las nuevas tecnologías. Harari no se atreve a decir si ese nuevo relato vendrá de un renacer del liberalismo adaptado a las nuevas circunstancias o de una ruptura con el pasado como tantas veces se ha dado a lo largo de la historia. Estamos en el momento de transición en el que predomina el desaliento que llega a cuestionar los valores tradicionales y cruciales de igualdad y libertad.

Resumen 1.- el mito liberal basado en el libre albedrío vacila ante el empuje de la inteligencia artificial. En consecuencia hace falta un nuevo relato sustitutivo.

2. El colapso del mercado de trabajo

Es ya un clásico en las tertulias de vanguardia el anticipo de los problemas que se anuncian para el mercado de trabajo. Mi generación (la del autor de este artículo) ha vivido, en el ciclo de una vida, la desaparición de las grandes empresas empleadoras de trabajadores con contrato fijo, para ver cómo la precariedad en el empleo parece ya una bendición ante la alternativa del paro de larga duración subsidiado acelerado por los avances imparables de la automatización que amenaza con convertir a millones de ex-trabajadores en una población irrelevante desde el punto de vista político y económico. La revolución tecnológica amenaza ya, más allá de su capacidad de mejorar físicamente las fuerzas humanas, las capacidades intelectuales del ser humano en algo tan decisivo como la toma de decisiones. En estos momentos grandes corporaciones toman ya decisiones no por la perspicacia de sus directivos, sino por la calidad de los algoritmos que manejan. Pero el criterio, según Harari, no es el de proteger los puestos de trabajo, sino a las personas. Se necesitará un buen control de las emociones de la gente, pero si las emociones son el resultado de un proceso bioquímico que puede ser manipulado esto va a resultar relativamente sencillo (y peligroso). Un control basado en el hecho de que los instrumentos electrónicos que manejamos ya hacen algo más que ser leídos: ya nos leen ellos a nosotros, con la ventaja del almacenamiento casi inmemorial de lo que registran. Toda esta toma de control, no ya de operaciones mecánicas, como lavar la ropa, sino de aspectos tan espirituales como componer música, lleva a pérdida de puestos de trabajo, pero también a la búsqueda imaginativa de nuevas formas de ganarse la vida. Harari cree que será la cooperación de las personas con las formas de Inteligencia Artificial antes que la competencia entre ellas lo que caracterizará las nuevas formas de trabajo. Aunque Harari se teme que se necesitarán capacidades muy especializadas para ganarse la vida. Yo añado que los  servicios tomarán formas desconocidas hasta ahora. La clase «inútil» que pueden componer los trabajadores sin formación debe encontrar trabajo en aquello a lo que los robots no pueden llegar: la gestión de las emociones. Y si los computadores ya le ganan a los humanos jugando al ajedrez ¿qué impide que los humanos sigan compitiendo entre sí? ¿A quién le interesa la victoria de una máquina? Si seguimos la fórmula 1 es por que las máquinas las conducen personas, aún reconociendo que el mejor piloto no puede ganar con el peor coche. Desde luego se impondrá una muy saludable versatilidad para cambiar de trabajo, lo que tendrá fuertes implicaciones en la formación de profesionales. Dos serán las tareas: cuidar de que las desigualdades no alcancen niveles irracionales y socialmente peligrosos y generar forma de acción comunitaria para la ayuda mutua. No poca incidencia tendrá la universalización que supone la generalización del uso de software por Internet que pueda ser empleado en la expedición de servicios como la educación o la salud y la fabricación de productos mediantes impresoras 3-D con los efectos que puede tener sobre la cobertura de lo que podríamos llamar necesidades básicas de cada ser humano. Naturalmente tal carácter básico depende de las expectativas puestas por cada uno. Harari pone el ejemplo de los ultra ortodoxos judíos que no trabajan en otra cosa, si es el caso, que en la discusión del Talmud sin echar de menos otras nada. Pero si la liberación casi total del trabajo físico tiene sus ventajas, los riesgos de dominio por nuevas formas de dictadura son altos con el consiguiente colapso del casi universal relato liberal.

Resumen 2.- La automatización va a generar, no ya parados, sino «inútiles». El Big Data acumulará tanta información sobre nosotros que nos sustituirá en la toma de decisiones.  La tarea será encontrar formas nuevas de trabajo al margen de todo aquello de lo que se ocupen los algoritmos.

3. Efectos sobre la libertad

El credo liberal sostiene que la última autoridad de la que procede toda legitimidad es el libre albedrío de los individuos humanos expresado en sus sentimientos, deseos y elecciones. Lo que tiene implicaciones en la política con los electores, en la educación formando para el pensamiento autónomo y en el mercado invitando a la libre elección de mercancías. De hecho, la ideología liberal está detrás de las más provocadoras elecciones sociales como la elección del aborto, del sexo de la pareja o del propio sexo. Elecciones que, en mi opinión (autor de la reseña), paradójicamente, son materializadas legalmente por los socialistas cuando gobiernan, dado que los liberales suelen serlo especialmente en la dimensión económica pero deploran extender su principio al ejercicio de la libertad en cuestiones sociales. Sin embargo, una vez aceptado por sus opositores ideológicos la carga del cambio social, disfrutan de sus beneficios sin complejos. Pero los algoritmos de la Inteligencia Artificial acechan todo tipo de libertad. Si ya cayó la autoridad de Dios en el siglo XVIII con la Ilustración y con ella la de las monarquías en el siglo XIX mientras rodaba la cabeza de Luis XVI, quedaba la autoridad de individuo como último bastión de autoridad para el gobierno y la gestión económica. Autoridad que el individuo administraba consultando a sus sensaciones. Pero, una vez que estos son reconocidos como el resultado de un proceso de cálculo de nuestro cuerpo gestado durante el proceso de evolución biológica y orientados a la supervivencia, están al alcance de la mirada de los algoritmos basados en la acumulación masiva de datos biométricos. Algoritmos que incluso pueden aplicar criterios éticos con más frialdad que nosotros que a menudo no encontramos en conflictos entre valores que paralizan nuestras decisiones. Por ejemplo, el conflicto entre justicia y amor filial o entre igualdad y libertad. Los riesgos de sufrir nuevos tipos de dictadura son altos con estos poderosos resorte en manos de élites sin escrúpulos.

Resumen 3.- La libertad de decisión es la facultad del ser humano más amenazada por los avances de la Inteligencia Artificial. El libre albedrío se ve comprometido por el hecho de que podemos desear hacer cosas, pero no podemos elegir nuestros deseos. 

4. Efectos sobre la igualdad

A pesar de que nuestra época ha expandido formas de vida cómodas, sistemas de salud y educación generalizados, el siglo XXI está desarrollando niveles de desigualdad inéditos. La doble situación se da porque la productividad y los avances en medicina generalizan beneficios y, al tiempo, hace posible que élites voraces acumulen riqueza en cantidades obscenas y, por supuesto, innecesarias, favoreciendo un tipo de parasitismo de ricos realmente poco ejemplar. La desigualdad se extiende entre países y entre individuos. Así el 1 % de la población tiene la mitad de la riqueza mundial y los cien más ricos reúnen ellos solos más que los 4.000 millones más pobres. Pero, además los avances de la biotecnología amenaza con introducir una nueva clase de desigualdad: la biológica. Los más ricos tendrán acceso a modificaciones genéticas y corporales que podrán acumular los mejores genes y las mejores prestaciones corporales, incluidas una vida más larga y saludable, tanto física como mentalmente. Desigualdades que llegaría un momento que resultarían insalvables. Por eso es fundamental regular la propiedad de los datos, pues será el valor más valioso, como se puede comprobar con los seductores procedimientos  de las redes sociales y la reventa a terceros de los datos haciendo fabulosos y rentables negocios. En un curioso giro, como ocurre con el libro que nos lee, aquí somos convertidos de usuarios en mercancía a cambio de divertidos vídeos de gatitos. Mercancía cuya venta ya no necesitará publicidad pues las decisiones no las tomaremos nosotros, sino los algoritmos. Lo mismo ocurrirá con los datos referidos a nuestra salud con todas las consecuencias sobre el trato que recibiremos de los empleadores.

Resumen 4.- El aumento de la productividad ha generado bienestar en la población de algunas áreas del mundo, pero ha llevado la desigualdad a cotas enormes, debido a que las clases ricas aumentan sus beneficios y al costo de sus caprichos favorecidos por la tecnología generadora de artefactos tan caros como superfluos.

PARTE SEGUNDA: El desafío político

5. Contacto físico vs. virtual

Los seres humanos tejemos a nuestro alrededor una red de creciente intensidad emocional a medida que nos acercamos al sujeto. Pero se estiman en 150 en número de personas que constituyen ese tejido que va del conocimiento amable al amor, pasando por la amistad o la familiaridad. Con ellas se constituyen comunidades de tipos profesional, ideológico, religioso o familiar arropándonos en la vida. Esa corta distancia de los afectos hace complicado que éstos se extiendan a comunidades nacionales o supranacionales. La pretensión de Mark Zuckerberg de crear una comunidad global ha quedado corrompida por el negocio perverso que hace al vender los datos a gestores de campañas políticas o a los bancos; en un intercambio que segrega por su modo de vida a los clientes especificando qué tipo de gustos tienen o de qué poder económico disfrutan. Pero como herramienta Facebook ha sido el primer experimento de ingeniería social a gran escala, pero las limitaciones de los afectos virtuales sólo los hacen suficientes para personas muy vulnerables. Todavía el contacto directo con las personas es insustituible por su alcance emocional. Unos lazos de una intensidad que no debe ser sustituida por interminables horas ante las pantallas, a lo que Facebook debería contribuir cambiando su modelo de negocio.

Resumen 5.- Los intentos de Facebook de crear una comunidad global han derivado en el aislamiento físico entre personas y en las acumulación de información que se pone a la venta a los grandes grupos comerciales y a los intereses partidistas para su explotación.

6. Final de la competencia ideológica

Empieza Harari discutiendo que los problemas actuales tengan origen en la manida tesis del «choque de civilizaciones», pues encuentra en los terroristas modernos más influencia de Marx y Foucault que del Corán. Sostiene que la analogía entre biología e historia, tal y como se establece en esta tesis, es falsa. Ni los grupos ni los conflictos humanos siguen patrones biológicos, pues es muy distinto actuar conforme al mandato de los genes que hacerlo bajo el mandato de las creencias. Añado que otra cosa muy distinta es que las creencias tengan un oscuro origen en la biología, pues si, como el propio Harari sostiene, nuestra voluntad responde a cálculos de nuestro cuerpo, no se puede desconectar completamente los dos sistemas (genes y creencias). Sin embargo, el alto grado de libertad en la generación de creencias disminuye la influencia genética y genera un ámbito cualitativamente distinto. Pone como ejemplo de  esa flexibilidad el caso de los alemanes que, en muy pocos años, pasaron de ser súbditos de un imperio (hasta 1918), ciudadanos de una república imperfecta (hasta 1934), de una república socialistas y otra liberal para, finalmente, ser ciudadanos de una república federal unificada de carácter socio-liberal. Se podría argüir que en todos estos cambios persisten algunos principio biológicos como el de supervivencia (simulando ser súbdito, demócrata o nazi), pero eso no explica los avatares históricos y sí la veleidad del ser humano en sus propósitos de ascenso social adaptándose a las circunstancias que generan las ideologías. También contribuye la incapacidad de soslayar las razones de una ideología con algún tipo de silogismo basado en principios claros. En estos días Europa (las mentes de los europeos) se desliza hacia posturas xenofóbicas simplemente porque políticos irresponsables profetizan grandes males por el aumento de la emigración africana, olvidando alegremente la condición de emigrantes de sus padres hace apenas 70 años. Qué decir de los vaivenes de las religiones que desde el ¡no matarás! han bendecido los cañones de ambos lados de las trincheras con las mismas palabras sagradas y agua bendita de la misma fuente. Por otra parte, los humanos tenemos una tendencia a la mezcla que no muestran los animales más cercanos en el árbol biológico. La Unión Europea sería el más interesante experimento de mezcla llevado a cabo hasta ahora por la heterogeneidad del origen los pueblos concernidos pero, sobre todo, por la escala a la que se lleva a cabo. Un intento que Harari admira y que trata de sobrevivir mientras poderosas fuerzas reaccionarias intentan hacerla fracasar. Pero el mundo con casi 200 países diferentes comparte protocolos diplomáticos y leyes internacionales de comercio, por mucho que los egoísmos particulares estén ahora levantando fronteras físicas y comerciales en un acto reactivo de países ricos absolutamente contradictorio con la desenvolturas con la que interfieren en la política interior de otros países cuando sus intereses económicos se ven amenazados. Pero, todo considerado, se puede observar que hasta los grupos terroristas buscan el reconocimiento internacional y, aunque todos los países tienen un bander y un himno, la paleta de colores es muy limitada y las letras de los himnos vienen a decir los mismo sobre la amada tierra. Pero a todos nos une el dinero y, sobre todo, la confianza en que un papel verde, sin valor culinario, sea siempre intercambiable. Es decir la gente acentuamos las diferencias en cuestiones religiosas o identitarias, pero acepta con toda normalidad tener un comportamiento uniforme en las cuestiones prácticas (dinero, medicinas o deportes). Una actitud esperanzadora, pues permite, al menos, contar con una dimensión en la que fundar castillos globales más sólidos. La discusión sobre el comportamiento idiosincrático de micro sociedades migrantes dentro de un país no debe tener más límite que el cumplimiento de la ley. Cada uno tiene derecho a dar la forma que quiera a sus olores, ceremonias, vestidos y esperanzas, pero no a violar la leyes del país que te acoge; especialmente si su infringimiento supone sufrimiento para propios o extraños.

Resumen 6.- La teoría del «choque de civilizaciones» es falsa. No es correcta ninguna analogía entre historia (creencias) y biología (genes). Las creencias son más fácilmente abandonadas que los instintos. Las convenciones prácticas, como el dinero, son más transversales que las identitarias, que acentúan las diferencias.

7. El nacionalismo como problema

Harari considera que los humanos somos animales sociales pero, sin embargo durante muchos evos sus lazos no llegaban mucho más allá de unas pocas docenas de personas. Sólo fue cuando tuvo que afrontar problema de más envergadura, aquellos que no podía resolver una tribu, cuando aceptaron unirse en entidades nacionales. Presenta el caso de Egipto y la construcción de presas para controlar las avenidas del Nilo. Para el funcionamiento de estas heterogéneas agrupaciones fueron necesarios sistemas de referencia religiosa o nacional que aún juegan un papel en la mente de las personas. Unos lazos que primero fueron débiles e incluso se impusieron por la fuerzas, gracias a símbolos como banderas e himnos y gracias a la atribución de cada individuo a sí mismo de las glorias del pasado, han echado tantas raíces que ahora son un lastre para generar lealtades en la formación de agrupaciones mayores como la Unión Europea. El nacionalismo ordena el caos tribal, pero no puede ser un obstáculo para ordenar el caos nacional cuando los problemas lo requieren. Por ejemplo, la Unión Europea se crea justo cuando Europa protagoniza la mayor matanza de ciudadanos propios de la historia (50 millones de muertos) y otros tantos de desplazados y despojados. Ese movimiento, paradójicamente, una vez que ha mostrado su eficacia, transmite la falsa impresión de que no ocurrirá nada si se elimina, con lo que se abre la puerta a desarticularla porque sólo quedan a la vista las molestias asociadas a este tipo de superestructuras debidamente exageradas por los irresponsables que pretenden medrar a cuenta del desmembramiento supranacional. Harari llega a decir que algunas de las matanzas de siglo XX no habrían podido producirse sin que los estados que llevaban a los jóvenes a la muerte contaran con su lealtad en base a los servicios sociales que se empezaban a prestar en esas épocas. Harari recuerda que los riesgos de la proliferación de armas nucleares no puede ser controlados sin grandes mecanismos globales. Qué decir del desafío medioambiental que, al contrario que con la amenaza de una bomba nuclear, tiene una carácter de evolución gradual que permite que políticos y público en general pospongan la solución sin que nada cambie de hoy para mañana. Tampoco es un desafío desdeñable el de la revolución tecnológica del Big Data y la Inteligencia Artificial, que deja fuera de toda acción protectora a aquellos países que pretendan jugar por su cuenta.

Resumen 7.- En un momento determinado los seres humanos tienen que crear agrupaciones más vastas que la tribu para resolver problemas mayores. Para cementar estas agrupaciones se usaron las ficciones culturales y religiosas para dotar de autoridad a las élites. La Unión Europea es un experimento crucial de cuyo éxito depende un nuevo nivel de agrupación y lealtad institucional para abordar los problemas actuales.

8. Papel de la religión

Harari empieza este apartado diciendo que, hasta ahora, las ideologías modernas los científicos y los gobiernos nacionales han fallado al proporcionar un visión viable del futuro de la humanidad, para preguntarse, a continuación, si esta visión se puede extraer de las religiones. Solución que rechaza por ridícula cuando ya sabemos que los textos sagrados fueron escritos por personas con más o menos talento literario, pero con una gran intuición sobre cómo sugestionar a la gente. Cree que la humanidad tiene problemas técnicos, políticos e identitarios y que las religiones, nada pueden hacer en los primeros dos, pero que pueden enredar bastante en el tercero. Ironiza con la supersticiosa pretensión de las religiones de traer lluvias o con la pretensión de ayudar a tomar decisiones en las vidas de las personas acudiendo a tergiversaciones ingeniosas de Corán o del Talmud. Insistiendo en su tesis más característica, Harari dice que, si el poder del ser humano depende de la cooperación, ésta depende de la generación de una identidad colectiva y, ésta, a su vez, de la elaboración de un relato ficticio, no de uno científico basado en hechos o, incluso, en necesidades económicas. Tan es así, que asegura que la división entre judíos y musulmanes o entre rusos y polacos es consecuencia de mitos religiosos. Los intentos de los nazis y de los comunistas de establecer científicamente diferencias de razas o clases han demostrado ser peligrosas pseudo ciencias, pues la ciencia es extremadamente reticente a definir identidades «naturales». Abunda en la cuestión con la existencia de las primeras «bombas inteligentes», los kamikazes, como resultado de la creencia fanática en la lealtad al Emperador-Dios. En resumen, para Harari, las religiones son la ancila de los modernos nacionalismos, que proclaman fundándose en la religión correspondiente en que «lo que es bueno para la nación, es bueno para Dios»

Resumen 8.- La religión no puede cubrir el hueco dejado por las ideologías, pues son propuestas transmitidas en libros, a menudo bellos, pero falsos. De los tres tipos de problemas de la humanidad: técnicos, políticos e identitarios, las religiones no resuelven dos y agravan el tercero. 

9. La inmigración como esperanza

Es claro que las oleadas de emigrantes modernos provoca reacciones encontradas entre los europeos, dice Harari. Se producen amargas discusiones sobre el futuro de la identidad europea y se propone escandalosamente el cierre hermético de las puertas de Europa. Harari propone un trato con tres cláusulas: 1) el país receptor permite a los emigrantes entrar, 2) en reciprocidad los emigrantes deben al menos abrazar el núcleo de las normas y valores de este país, aunque esto suponga el abandono de algunas de sus tradiciones y 3) si el emigrante se integra en un grado satisfactorio llegará a ser un ciudadano de pleno derecho de ese país convirtiéndose en uno de los nuestro. Pero las dudas se multiplican ¿la cláusula uno es un derecho o un deber del país anfitrión?; ¿Hasta qué punto hay que violentar las tradiciones del emigrante?; ¿Qué generación de emigrantes, aún nacidas ya en el país anfitrión, alcanzaría el derecho de plena ciudadanía?. Unos se van al lado restrictivo de cada cláusula y otros al lado permisivo. Harari concluye que el experimento crucial es el de Europa. En su opinión, si Europa fracasa en la gestión de la emigración esto indicará que las creencias en los valores liberales de libertad y tolerancia no son suficientes para resolver los conflictos culturales del mundo, junto cuando afrontamos una situación de proliferación de armas nucleares, un colapso ecológico y una revolución tecnológica.

Resumen 9.- Un fracaso de Europa en la gestión de la emigración traerá consecuencias irreparables en la reputación de los valores occidentales. 

PARTE TERCERA: Esperanza y desesperación

10. Terrorismo

El terrorismo es una forma de control mental de la población. Harari compara las cifras de víctimas del terrorismo con las de los accidentes y pone de manifiesto la inconsistencia de pánico que provoca. Quizá, le falta el análisis de por qué el ser humano no corre despavorido huyendo de los coches sabiendo que más de un millón de personas muere cada año en accidentes de coches y sí lo hace cuando «unos pocos» son muertos por terroristas. En mi opinión, la razón está, no sólo en el peligro que se corre, cuya probabilidad es muy baja, sino en la perversidad imaginada por el hecho de que esas atrocidades las cometa un congénere. Esta características del terrorismo lo convierte en el arma ideal de los que no tienen poder, de los política y militarmente débiles. Terror en los ciudadanos que explica la reacción desproporcionada y no pocas veces teatral de los Estados para mitigar el miedo, con lo que acaban dando a los terroristas una presencia que no tienen, pues no pueden derribar gobiernos físicamente, aunque sí ponerlos en peligro por la reacción de la gente. Harari cree que los estados deben tener una estrategia de tres tiempos para combatir el terrorismo: 1) discretas acciones para la destrucción de las redes secretas de los terroristas; 2) los medios de comunicación deberían evitar la histeria con su modo de comunicar y 3) que cada uno de nosotros no liberemos de la red psicológica en la que el terrorista nos quiere atrapar. Para Harari el peligro principal que le permitiría a los terroristas pasar de ser un peligro imaginario a un peligro realmente desestabilizador sería la posesión de armas nucleares.

Resumen 10.- El terrorismo convencional no puede desestabilizar a los estados, salvo que se haga con el arma nuclear. 

11. Guerra y estupidez

Sobre la guerra, Harari se alinea con Steven Pinker, cuando dice que vivimos en la época más pacífica de toda la historia de la humanidad. Hemos pasado de una mortalidad del 15 % en el Neolítico a un 5 % en el siglo XX y un 1 % en la actualidad. Sin embargo, desde la crisis de 2008, la situación se ha deteriorado rápidamente. Del mismo modo que en 1914 el mundo se quedó en suspenso ante el asesinato del archiduque austríaco, por si provocaba una guerra, en 2018 todos estamos preocupados por algunos incidentes en Siria y Corea del Norte. Pero en 1914 se consideraba la guerra como una oportunidad de éxito económico y poder político, en 2018 nos tememos que una guerra suponga la destrucción de la especie, aunque no debemos subestimar la estupidez humana, como demostraron los irracionales estimaciones de los gobiernos de Alemania, Italia y Japón para ir a una guerra que los destruyeron completamente.

Resumen 10.- La guerra ya no es útil, salvo que entre en juego la estupidez humana.

12. La humildad de la especie

Harari se ríe de la soberbia suicida de las naciones que creen que sin ellas la humanidad no habría salido de su estadio tribal sumida en la ignorancia y la barbarie. Una pretensión vana, pues la moralidad, el arte, la espiritualidad y la creatividad son capacidades humanas universales enraizadas en nuestros genes y nacieron hace 70.000 años en África, por lo que ni la China milenaria, ni la Grecia clásica, ni la Arabia de Mahoma son la fuente de nuestros posteriores desarrollos culturales. Muy al contrario, no pocas veces son nuestras propias ficciones ideológicas las que ha obstaculizado el florecimiento de esa cualidades sacrificadas al disfrute de poder civil, militar o clerical. Menciona anécdotas ridículas como la pretensión ortodoxa de que el Yoga fue inventado por Abraham. Harari reclama humildad a la humanidad y en especial a su propio país y religión abandonando la pretensión de ser un grupo imprescindible para el progreso de la humanidad. Incluso reconoce que el judaísmo ha sido menos influyente que el cristianismo o el islam. Por eso insiste en que aspectos tan aparentemente espirituales como la moralidad tienen profundas raíces en la naturaleza previa a la condición humana, todos los mamíferos, como los lobos, los delfines y los monos tienen códigos éticos «adaptados por la evolución para promover la cooperación grupal». Lo que contrasta con el obstáculo que las ficciones religiosas ponen a la moralidad, como muestra el ejemplo judío respecto a la legitimidad de violar el descanso del sábado exclusivamente si está en peligro «la vida de un judío». Harari concluye que el monoteísmo hizo más daño que bien.

Resumen 12.- Las naciones y las religiones debería modificar su hipertrofiada auto imagen y pensar más en colaborar que en presentarse como imprescindibles. 

13. Dios

Sólo en el ámbito occidental hay tres tipos de dioses: 1) aquel en el que creen los teístas, es decir un dios creador y legislador del mundo que, además es providente, o sea que interviene en el mundo con milagros y otro tipo de sorpresas; 2) los deistas que creen en Dios o en dioses, pero que responden en sus características a la razón y, sobre todo, no intervienen en el mundo una vez que fue creado; y 3) los panteístas que creen en que Dios y la naturaleza son una misma cosa. En el mundo oriental hay creyentes teístas y panteístas. En general la creencia en Dios se fundamenta en la necesidad de darle sentido al Mundo, que se presenta como un enigma, un misterio fuera del alcance del entendimiento humano, como ilustra la parábola del niño en la playa de San Agustín. En casi todas las religiones el comienzo de la creencia se basa en la aparición de un libro revelado en las manos de un profeta facundo. En realidad cuando se dice que «Si Dios no existiera todo estaría permitido» se olvida que Dios reside, a efectos prácticos, sólo en la mente de los creyentes, como ocurre con Alá o Jehová. Para Harari la moralidad es previa a las religiones pues no se refiere al seguimiento de sus mandatos, sino al muy natural sentido de reducción del sufrimiento, lo que implica cuidar de los propios y respetar la vida y el patrimonio de los ajenos. En definitiva, Harari dice que es posible vivir sin creer en ningún dios, pues el secularismo nos puede proporcionar todos los valores necesarios para una vida buena.

Resumen 13.- La moralidad es biológicamente heredada. Las religiones son ficciones útiles en su momento generadas por una moralidad basal de origen biológico. 

14. Laicismo

Harari usa el término «secularismo», pero nosotros emplearemos el término «laicismo», porque en español secular es aquel religioso que no vive en clausura, sino en el mundo, en el siglo (seculo). sin embargo, el laico es el que está desvinculado de toda religión que es a lo que nuestro autor se refiere. Hecha la aclaración diremos que el laico no necesita estar ligado a rituales, templos o mandamientos, pero, además su actitud no es de negación, aunque históricamente resulte así por la prevalencia que la religión ha tenido en nuestros lares. En realidad el laico tiene una actitud positiva ante el mundo en el que quiere ser productivo y cooperador en la evitación del sufrimiento gratuito. No concibe que la moralidad proceda de la revelación del cielo en un momento determinado de la historia, sino que es una herencia natural para los humanos. Así está consagrado a los valores de la verdad, la compasión, la igualdad, la libertad, el coraje y la responsabilidad, valores que constituyen el fundamento de la sociedad moderna con bases científicas y democráticas. Pero una verdad basada en evidencias; una compasión no dictada por un dios, sino por la empatía con los demás; una igualdad que no distingue entre su vertiente política y su vertiente económica, pues su guía es la compasión; una libertad que haga posible el descubrimiento de la verdad, la investigación y el experimento; un coraje para combatir los sesgos de los regímenes opresivos y para reconocer la propia ignorancia; una responsabilidad que reparta la carga de la asunción de los deberes sociales sin delegarlos en dioses o monarcas. El laicismo, siendo como es un ideal puede, sin embargo todavía enfrentarse con ventaja al pasado de las religiones con sus contribuciones al sufrimiento de herejes o infieles y, en la actualidad, sabemos que también con el abuso a niños. Para Harari, el criterio a la hora de elegir una opción debe ser si se nos propone la posibilidad del error o la infalibilidad.

Resumen 14.- El laico acude a la moralidad basal para proponer la verdad, la compasión, la igualdad, la libertad, el coraje y la responsabilidad. 

PARTE CUARTA: La verdad

15. Ignorancia

La ideología liberal ha construído la sociedad moderna sobre la base de la confianza en las decisiones racionales de los individuos. Así la democracia se basa en los sentimientos de los individuos a la hora de elegir representantes y políticas; el capitalismo en las decisiones de compra de los consumidores y la educación en la capacidad de los alumnos de pensar por sí mismos. Sin embargo no faltan los que creen que esa confianza en la racionalidad del individuo sobrepasa, precisamente, lo razonable. Los individuos tienen que trabajar en conjunto porque ninguno sabe todo lo necesario para hacer nada medianamente complejo y útil, capacidad ésta de colaborar que nos ha proporcionado el éxito como especie. Pero se produce una ilusión del conocimiento cuando nos atribuímos, como hacemos con los triunfos de nuestros equipos deportivos, los conocimientos de los demás. Sin embargo, lo positivo es confiar en los conocimientos de los otros. Pero, lamentablemente, los seres humanos no cambiamos de creencias porque se nos presenten evidencias debido a la fuerza del pensamiento gregario, lo que se agrava con el ejercicio del poder que se encuentra más cómodo con la mentira que con la verdad. Por eso bromea (creo) cuando dice que no ser invitado a un Foro de Davos es un síntomas de que se te reconoce como sabio. En definitiva, una ignorancia que unida al pensamiento gregario complica el ejercicio de la justicia.

Resumen 15.- Los grandes logros de la humanidad son resultado de la suma compleja del talento de muchos debida a la «ignorancia» relativa de cada individuo. 

16. Justicia

Ya hemos vistos que, tanto en el campo religioso, como en el laico no faltan valores. El problema es cómo aplicarlos. El ejercicio de la justicia no se basa en la aplicación de valores abstractos, sino en la comprensión concreta de las relaciones causales. Pero, Harari, cree que el sistema está estructurado de tal forma que el que no hace ningún esfuerzo por saber vive dichoso y el que sí lo hace comprueba la enormes dificultades para saber la verdad. Pero, sea como sea, en un mundo interconectados saber es un imperativo moral supremo. Pone el ejemplo de las encantadoras damas inglesas que financiaban la esclavitud al comprar acciones en el mercado de valores de Londres. Por el contrario, se puede mencionar el caso de la oncóloga pulmonar que al saber que el fondo que gestiona su plan de pensiones invierte en la industria del tabaco y, consecuentemente, exige el cambio de las inversiones. Harari cree que la injusticia contemporánea procede más de los sesgos a gran escala antes que los prejuicios individuales. En gran medida se debe a la falta de presencia de los desfavorecidos (aborígenes de Tasmania) en el escenario público, de modo que sólo se suele escuchar la voz de las élites (las clases altas australianas). Dada la complejidad moral de los juicios que exigen los dilemas del mundo se necesita método. Harari cree que la gente usa alguno de los siguientes métodos para aclararse: 1) simplificar el problema concentrando los rasgos del problema en un par de variables; 2) centrarse en una historia humana, pues la gente no reacciona a las estadísticas o los datos. Es el método que usan las ONGs para llamar nuestra atención; 3) incorporar teorías de las conspiración, a pesar que nadie está en condiciones de controlar todas las variables (trilateral, club de Bilderberg) y 4) crear un dogma. En todo caso, la salida no está en seguir confiando en el dogma liberal que se funda en la confianza del votante y el consumidor, si no en hacer aproximaciones grupales para entender y abordar los complejos problemas modernos.

Resumen 16.- La injusticia en el complejo mundo moderno se basa en la ignorancia, consciente o no, de los individuos.

17. Post-verdad

No hay discusión actual que Harari no aborde. En este caso y como parte del proceso de confusión de la gente, la post-verdad. En realidad, Harari considera que la post-verdad o, llanamente, la mentira premeditada ha estado siempre presente. Pero eso no la exime del penoso papel que juega en los males del mundo. A lo largo de la historia los incidentes entre naciones estaban basados en mentiras que servían de excusas para una agresión. Ejemplos remotos como el de la voladura del Maine en Cuba; ejemplos recientes como la invasión de Crimea por parte de rusia, usando a militares propias con uniformes sin insignias del ejército ruso para, así, escudarse en un levantamiento espontáneo al que, inmediatamente, prestó soporte y ejemplos de mitad del siglo XX, como el ataque de Alemania a Polonia utilizando militares propios vestidos de soldados polacos para provocar un incidente. Así ocurre con la propaganda y la desinformación. Harari refuerza su punto de vista afirmando que «d«. Pero el peligro es que algunas fake news duran para siempre. Pone los ejemplos de la pretensión de que los libros sagrados, Biblia, Corán, el libro de Mormón, son ficciones bien urdidas con propósitos de generar cohesión en los pueblos para una mejor disposición de su fuerza. De hecho dice, provocativamente, que «Cuando miles de personas creen una historia fabricada, eso es una fake-news, pero si miles de millones de personas la creen durante miles de años, a eso se le llama religión«. De hecho, las religiones y los mitos nacionales responden al lema «mentir una vez para exigir esa verdad ficticia por siempre«. Añádase la publicidad como mecanismo de transmitir las ficciones de las empresas. La lealtad requiere que la gente crea en cosas absurdas (credo quia absurdum). Creer una mentira no es lo mismo que creer en una ficción convencionalmente práctica, como ocurre con la creencia en que un papel (moneda) servirá para cualquier tipo de intercambio comercial, pero, para Harari, el mecanismo psicológico es el mismo, pues creemos en los libros sagrados del mismo modo que lo hacemos con el dinero. Considera que el poder está reñido con la verdad sobre el mundo y que la especie humana prefiere el poder a la verdad, pues gastamos más energía en controlar el mundo que en entenderlo. Las ficciones causan sufrimiento que es radicalmente real, por eso es fundamental que cada uno hagamos el esfuerzo de deshacer nuestros sesgos y prejuicios verificando las fuentes de información antes de lanzarnos a contribuir a la confusión general. También recomienda el uso de la palabra, pues el silencia no es neutral, sino que es el soporte del status quo.

Resumen 17.- En el ser humano actúa un mecanismo de credulidad que hace que la mentira social y políticamente relevante sea una constante de la especie. 

18. El futuro

Harari cree que la amenaza principal del futuro no reside en una eventual lucha entre humanos y robots, sino en la lucha entre una mayoría con sus cualidades naturales y una élite poderosamente armada de sus algoritmos y sus mejoras biológicas mediante la manipulación genética y la biotecnología. De ahí pueden llegar nuestras peores pesadillas. Películas como Matrix o el Show de Truman ponen de manifiesto hasta qué punto nuestra identidad es una ilusión creada por las redes neuronales de nuestro cerebro y que todo lo que experimentamos está dentro de nuestro cuerpo y de nuestra mente. De hecho la mente es conformada por la historia y la biología. No existe un auténtico Yo esperando ser liberado de una concha de manipulación. Harari cree que escapar de la estrecha definición del Yo que hemos heredado puede ser la única posibilidad de sobrevivir en el siglo XXI.

Resumen 18.- La humanidad necesita aprender a librarse de la manipulación exterior e interior (de la propia mente), pues acechan élites artificialmente poderosas.

PARTE QUINTA: La resiliencia

19. Educación

Ya nadie niega que estamos viviendo una transición extraordinariamente importante, aunque no todo el mundo sabe cómo afrontarla y, menos aún, cómo orientar la educación hacia el futuro inmediato, cuando se adivina que, en el plano laboral, desaparecerán millones de empleos y, en el plano político, será muy complicado dilucidar qué es verdad y qué es mentira. Provocativamente, cree que hacia 2050 las estructuras físicas y cognitivas se disiparán en el aire de una nube de datos. Más aún, si un pronóstico de cómo será la vida en esos años no parece un relato de ciencia ficción, es que es falso. Por eso una pregunta inevitable y de urgente respuesta en un futuro próximo será ¿quién soy yo?. Y ello porque los humanos corremos el riesgo de ser hackeados por la gran maquinaria digital que sabrá más de nosotros que nosotros mismos y dejaremos de confiar en la voz que nos habla desde nuestro interior, que estará siempre peor informada. Todas las grandes empresas querrán hackearnos (manipular sin autorización nuestras mentes), concepto que es muy diferente que el de «aconsejarnos» por usar la traducción directa del término inglés «advise» para la publicidad. Los algoritmos registran nuestra actividad a través de cookies y Apps.  La cuestión clave será si cedemos el control a estos algoritmos o mantenemos nuestra capacidad de elegir intacta, aunque sea bien lubricada por la información que nos rodeará.

Resumen 19.- La educación pasa un crisis profunda en la medida en que está en una transición de muy difícil gestión, dada la inminencia de la Inteligencia Artificial.

20. Significado de la vida

He comentado más arriba que Harari se atreve con todo, por lo que no debe extrañar que el penúltimo capítulo del libro, como si fuera Monty Python, se atreva, nada menos que con el sentido de la vida. Por una parte hay quien lo encuentra en el cumplimiento del destino al que te conduce tu condición, como el Rey León. Otros lo encuentran en el seguimiento a ciegas de una ficción religiosa o nacionalista, porque se incorporan a una corriente impulsada por algo más grande que uno mismo, a cuyo servicio se pone, como en la consecución de la sociedad comunista o ultraliberal. Otra forma manida de encontrar sentido a la vida es «dejar algo detrás de sí» tras la muerte (una obra literaria o un buen recuerdo). La propia estructura de la «aventura vital de la humanidad» ha ayudado a algunos a encontrar sentido a la vida. Una forma es la vida como ciclo que empieza y acaba una y otra vez, y otra es la vida como proceso lineal que empezó una vez y acabará en un juicio final con premios y castigos. Harari despeja todas las dudas diciendo que cuando uno está enamorado de alguien no se preocupa del sentido de la vida. Por lo que si uno no está enamorado, lo que debe hacer es buscar sin descanso un amor verdadero. Sin embargo, ironiza respetuosamente con las ceremonias religiosas que supuestamente dan sentido a las vidas de los creyentes, aunque recuerda que, para el confucionismo, los rituales, las banderas, los himnos son la clave de la armonía social, pues dan cuerpo a la ficción nacional o religiosa en la que se cree. Lo que se refuerza con el sacrificio como fuente inagotable de fe. Una fe que cuando de política se trata se desliza desde el nacionalismo al fascismo al negar cualquier otra identidad. Por otra parte, se sorprende de la facilidad con que la gente cambia de identidad. Así dice que «tan pronto hitler se disparó en la cabeza, la gente de Berlín, Hamburgo y Munich adoptaron una nueva identidad y dieron un nuevo significado a sus vidas«. También se sorprende de que los terroristas islamistas, que aseguran creer en que, tras el sacrificio de sus vidas, les espera una vida plena en el cielo, no se alegren de la reacción violenta de los países por la contribución a su felicidad. La flexibilidad que Harari identifica en los seres humanos para cambiar su identidad, facilita el enfoque liberal que estaría basado, no en la fe en una única ficción, sino en la elección alternativa en sucesivas creencias, como si fueran productos en las estanterías de un supermercado. De esta forma el mundo no tendría significado, sino que el individuo dotaría de significado al mundo. La ficción liberal también tiene su mito originario. Si algo limita la libertad de sentir, de pensar o desear limita el significado del universo. Por tanto, el ideal es la libertad sin restricción alguna. Naturalmente, añado, que esa fe liberal tiene como resultado que sólo unas pocas personas tienen «salvación», pues pocas son las que «caben» en el parnaso de la riqueza. Pero resulta que la libre voluntad es la expresión de una acción subyacente de nuestro cuerpo. Por eso, sólo es posible considerar que hay libre albedrío de hacer lo que se desea, pero no de elegir lo que se desea. Los deseos nos llegan de un lugar al que no tenemos acceso. La novedad estaría en librarse de los deseos a cuya gestación no se contribuye. Añádase que el Yo es una ficción del mecanismo complejo de nuestra mente que continuamente lo actualiza y reescribe. Tenemos una máquina de propaganda dentro de nosotros construida con mitos, recuerdos y traumas que nos aleja de la verdad. Cuando hacemos nuestro perfil en una red social construimos un yo ficticio y satisfactorio. Si queremo saber quienes somos realmente debemos escuchar a nuestro cuerpo y mente, pero no a las ficciones que nos seducen desde dentro y fuera de nuestra mente. Para Harari hay un Yo más primitivo, anterior a nuestra propia ficción egoísta que podemos captar en la meditación. El universo no tiene significado y los sentimientos humanos tampoco forman parte del gran cuento cósmico. Son vibraciones efímeras que aparecen y desaparecen sin un propósito particular. No hay esencias con las que conectar. Tenemos que superar esas trampas de nuestra mente. El residuo de esta limpieza de historias es la historia de que no hay historia alguna. Pero cuando todo esto confunda, hay un test de realidad infalible: el del sufrimiento, pues no hay nada más real que el sufrimiento. Por eso, cuando un político se ponga a hablar en términos místicos, tengamos cuidado. Cuando un político o un religioso nos reclame sacrificio, pureza y nos ofrezca eternidad y redención, cuidado.

Resumen 20.- El sentido de la vida no está en la reencarnación, ni en la redención, sino en el amor. Hay que librarse de las ficciones tóxicas y tener como criterio general la evitación del sufrimiento.

21. Meditación final

En este último capítulo, Harari, después de repartir tanta crítica entre los gestores de las ficciones que más influyen en nuestras vidas, da un paso al frente y se expone con su propio ejemplo, en relación a cómo gestiona su vida y qué sentido tiene para él. Me parece muy bien esta apertura pues pasa de predicar a dar trigo, exponiéndose él mismo a la crítica. Agradece a sus estudios la capacidad de desmontar los mitos humanos de todos los tiempos, pero denuncia que no encontró ninguna respuesta sobre la gran cuestión del sentido de la vida. También se queja de que las muchas lecturas filosóficas que hizo en su época de doctorando en Oxford no le proporcionaron una visión real de la vida. Sin embargo, la mejor experiencia la tuvo fuera del ámbito académico gracias al consejo de un amigo que le sugirió hacer un curso de meditación Vipassana con Goenka. El ejercicio básico consiste en aislarse de todo estímulo exterior y concentrarse en el propio cuerpo, prestando fundamentalmente atención a la respiración. Entiende que en relación con el sentido de la vida, la gente no esté interesada en como entra y sale el aire de las fosas nasales, pero Harari, en su viaje desmitificador, sabe que el cuerpo es la última estación. Cree que con estos ejercicios se percibe de primera mano el carácter efímero de todo, lo que convierte en un enigma qué es lo que permanece con nosotros toda la vida para darnos la sensación de ser el sujeto de nuestros verbos de acción o pasión. El cree que cuando se descubre qué sostiene la vida, la cuestión de la muerte pasa a ser irrelevante. Y desde luego no es el «alma» lo que sostiene la vida, pues su experiencia en la meditación le ha permitido comprobar que cuando suspende cualquier reflexión la mente le pone asuntos sobre el tablero mental una y otra vez. Nunca ha conseguido estar más de diez minutos con su atención puesta sobre la respiración sin estas intrusiones. Lo que lo lleva a pensar que no es el gerente de sus pensamientos, como mucho el portero que filtra lo que entra o no. El progreso en el método lleva a percibir sensaciones, además de la respiración, otra sensaciones del cuerpo hasta convencerse de que «entre yo y el mundo hay siempre sensaciones corpóreas«. La fuente de mi sufrimiento, dice, está en los patrones de mi propia mente. Cuando deseo algo y ésto no sucede mi mente reacciona generando sufrimiento. Harari considera que esto no es una huída de la realidad, sino una experiencia de contacto directo con la realidad, pues el cuerpo es la expresión de la realidad misma que tenemos más a mano. De momento la neurociencia se ha quedado en el cerebro, pero no alcanza a llegar a la mente. Sólo yo tengo acceso a mi mente, pero yo mismo observo mi mente cargado de mis propios prejuicios y mis ajenos discursos externos. Harari cree que la antropología ha generado herramientas de examen «etic» de la realidad social, tras muchos años de fracasos por la intromisión del etnocentrismo en los análisis. Está convencido de que en le futuro se llevarán a cabo estudios rigurosos de las consecuencias que se puedan sacar de la meditación. Un conocimiento de la mente que es urgente generalizar antes de que los algoritmos se apoderen de ella.

Resumen 21.- El estudio proporciona herramientas para desmitificar la pesada herencia cultural, pero solamente en la meditación ha encontrado Harari una forma de conocer la realidad a través de su cuerpo. La mente sólo es accesible al sujeto, pero su contenido no depende exclusivamente de él. Es urgente aumentar el autoconocimiento ante la amenaza de la Inteligencia Artificial y la tecnología de control de las mentes.

RESÚMENES CONSOLIDADOS

Resumen 1.- El mito liberal, basado en el libre albedrío, vacila ante el empuje de la inteligencia artificial. En consecuencia, hace falta un nuevo relato sustitutivo.

Resumen 2.- La automatización va a generar, no ya parados, sino «inútiles». El Big Data acumulará tanta información sobre nosotros que nos sustituirá en la toma de decisiones.  La tarea será encontrar formas nuevas de trabajo al margen de todo aquello de lo que se ocupen los algoritmos.

Resumen 3.- La libertad de decisión es la facultad del ser humano más amenazada por los avances de la Inteligencia Artificial. El libre albedrío se ve comprometido por el hecho de que podemos desear hacer cosas, pero no podemos elegir nuestros deseos. 

Resumen 4.- El aumento de la productividad ha generado bienestar en la población de algunas áreas del mundo, pero ha llevado la desigualdad a cotas enormes, debido a que las clases ricas aumentan sus beneficios y el costo de sus caprichos favorecidos por la tecnología generadora de artefactos tan caros como superfluos.

Resumen 5.- Los intentos de Facebook de crear una comunidad global han derivado en el aislamiento físico entre personas y en las acumulación de información que se pone a la venta a los grandes grupos comerciales y a los intereses partidistas para su explotación.

Resumen 6.- La teoría del «choque de civilizaciones» es falsa. No es correcta ninguna analogía entre historia (creencias) y biología (genes). Las creencias son más fácilmente abandonadas que los instintos. Las convenciones prácticas como el dinero son más transversales que las identitarias, que acentúan las diferencias.

Resumen 7.- En un momento determinado los seres humanos tienen que crear agrupaciones más vastas que la tribu para resolver problemas mayores. Para cementar estas agrupaciones se usaron las ficciones culturales y religiosas para dotar de autoridad a las élites. La Unión Europea es un experimento crucial de cuyo éxito depende un nuevo nivel de agrupación y lealtad institucional para abordar los problemas actuales.

Resumen 8.- La religión no puede cubrir el hueco dejado por las ideologías, pues son propuestas transmitidas en libros, a menudo bellos, pero falsos. De los tres tipos de problemas de la humanidad: técnicos, políticos e identitarios, las religiones no resuelven dos y agravan el tercero. 

Resumen 9.- Un fracaso de Europa en la gestión de la emigración traerá consecuencias irreparables en la reputación de los valores occidentales. 

Resumen 10.- El terrorismo convencional no puede desestabilizar a los estados, salvo que se haga con el arma nuclear. 

Resumen 11.- La guerra ya no es útil, salvo que entre en juego la estupidez humana.

Resumen 12.- Las naciones y las religiones debería modificar su hipertrofiada auto imagen y pensar más en colaborar que en presentarse como imprescindibles. 

Resumen 13.- Dios es la ficción suprema. La moralidad es biológicamente heredada. Las religiones son ficciones útiles en su momento generadas por una moralidad basal de origen biológico. 

Resumen 14.- El laico acude a la moralidad basal para proponer la verdad, la compasión, la igualdad, la libertad, el coraje y la responsabilidad. 

Resumen 15.- Los grandes logros de la humanidad son resultado de la suma compleja del talento de muchos debida a la «ignorancia» relativa de cada individuo. 

Resumen 16.- La injusticia, en el complejo mundo moderno, se basa en la ignorancia, consciente o no, de los individuos.

Resumen 17.- En el ser humano actúa un mecanismo de credulidad que hace que la mentira social y políticamente relevante sea una constante de la especie. 

Resumen 18.- La humanidad necesita aprender a librarse de la manipulación exterior e interior (de la propia mente), pues acechan élites artificialmente poderosas.

Resumen 19.- La educación pasa un crisis profunda en la medida en que está en una transición de muy difícil gestión, dada la inminencia de la Inteligencia Artificial.

Resumen 20.- El sentido de la vida no está en la reencarnación, ni en la redención, sino en el amor. Hay que librarse de las ficciones tóxicas y tener como criterio general la evitación del sufrimiento.

Resumen 21.- El estudio proporciona herramientas para desmitificar la pesada herencia cultural, pero solamente en la meditación ha encontrado Harari una forma de conocer la realidad a través de su cuerpo. La mente sólo es accesible al sujeto, pero su contenido no depende exclusivamente de él. Es urgente aumentar el autoconocimiento ante la amenaza de la Inteligencia Artificial y la tecnología de control de las mentes.

Madrid subjetivo

Si no ha visto este vídeo , se lo recomiendo. En él un despachado monologuista norteamericano llamado Padre Sarducci nos habla de la U5M (La universidad de los cinco minutos).

Como se ha visto, en esta universidad no hay que esforzarse en aprender complicados temas de distintas especialidades como economía, religión o idiomas, basta con estudiar «lo que un graduado medio recuerda después de cinco años  de haber acabado la carrera«. Recuerdos que según el ponente se pueden recitar en cinco minutos. Los cinco minutos incluyen los trámites administrativos y el acto de graduación. Todo por 20 dólares. También, alguna vez en su vida, alguien le habrá dicho algo así como que «cultura es aquello que uno recuerda y retiene tras muchos años de lecturas y estudio«. En base a esta idea escribo este artículo. En vez de redactar un texto artificialmente construido rodeado de libros y referencias, lo que voy a hacer es escribir sobre mis recuerdos, lo que queda de veinticinco años de visitas a Madrid y que podría recitar en cinco minutos cinco años después de haber obtenido mi título de Graduado en Madrid; minutos más o menos confusos sobre el Madrid de mi conciencia, el Madrid recordado, el Madrid subjetivo.

Mi primer viaje a Madrid se remonta a septiembre de 1966 cuando estuve en él unas horas entre mi llegada en tren desde Murcia y mi salida en autobús para Burgos desde la calle Alenza. Un autobús que tomé muchas veces en los tres años que pasé en Burgos estudiando la carrera. En esas horas, me fuí a la Plaza de España y me hice una foto delante del monumento a Cervantes y con el Edificio España de decorado. La foto la hizo un fotógrafo profesional con un trípode y blusa negra para meter la cabeza. En el trípode había un cartel que decía «tres veinticinco». Cuando acabamos me dió un sobre con las fotos y yo le dí cuatro pesetas para que se cobrara. Aún recuerdo su cara de indignación sospechando que aquel jovenzuelo de dieciséis años le estaba tomando el pelo. Sospecha bien fundada porque lo que aquella escueta frase quería decir para él era «tres fotos veinticinco pesetas». Pagué y me fui a dejarme impresionar por la Gran Vía y, sobre todo, con los enormes carteles de los cines. Cines en los que un tiempo después vi en riguroso estreno «2001 una odisea del espacio» y la primera «Guerra de las galaxias». En los siguientes años Madrid fue una ciudad de paso de Chamartín a Atocha para ir en un vagón de tercera a Murcia con maletas llenas de libros para preparar exámenes. En una ocasión hubo un ínterin con parada en la casa de una prima de mi Madre que vivía en la calle Bailén, de la que recuerdo el ruido del tráfico, muchos años antes del soterramiento actual. La rutina de viajes en tren o autobús fue rota dos veces. Una cuando murió mi madre que el viaje lo hice con otro primo materno en su Seat Ochocientos, con parada nocturna antes de proseguir a Burgos en el hotel Mayorazgo. Fue mi primera estancia en un hotel y primera cena en restaurante. Otro viaje digno de memoria a Burgos vía Madrid fue cuando acepté el ofrecimiento de una tía abuela para ir en un camión de su empresa de transportes. Como ya era obligatorio que viajaran el chófer y un sustituto, tuve que hacer prácticamente todo el viaje en la litera, salvo cuando el acompañante o el conductor se acostaban. El viaje duró unas 22 horas (hablamos de 1967) y, desde entonces, tengo un gran respeto a los camioneros, tanto que no les pienso molestar más.

Cuando acabé la carrera en 1969 me compré una insignia para dársela a una medio novia que tenía y que, casualmente, estaba pasando unos días en Madrid. No recuerdo la plaza en la que sufrí mi primera decepción sentimental al recibir, como agradecimiento a mi presente, la sinceridad de la chica que me confesó que acababa de reconciliarse con un ex (tenía 18 años) al que conocía desde la niñez. Me devolvió la insignia y me fui para Atocha y se la dí a mi abuela (que no la rechazó). Así pues, ese Madrid de mis años en Burgos se componía de la estación de Atocha, la plaza de España, la calle Alenza, el ruido de la calle Bailén, el hotel Mayorazgo y la estación de Chamartín.

En los años setenta al limitado cuadro de Madrid se sumó el aeropuerto de Barajas en el que comí por el asombroso precio de 500 pesetas de 1973. Casi me vuelvo a Murcia desplumado. Después incorporé a mi conocimiento de Madrid la M-30. Fue al regresar de un viaje a Burgos en mi reluciente Mini a recoger el título. El recuerdo es indeleble porque el cinturón viario no estaba terminado y me pase una hora viendo carteles que me indicaban que iba para el Sur que, de repente, se convertían en carteles que me indicaban que iba para el Norte. Una experiencia generadora de ansiedad, pero menos que la que experimenté años después cuando sumé al catálogo subjetivo de Madrid el conocimiento del carril bus hacia Villalba. Acaba de terminar cuatro horas de clase en un máster en la Escuela de Arquitectura de Madrid, eran las nueve y media de la noche y un poco aturdido pasé por Moncloa con la intención de bajar por Princesa camino de la A-3, cuando en medio del atasco de coches me vi bajando por una rampa hacia un subterráneo. Pronto me dí cuenta que era el intercambiador de Moncloa. Al llegar al final de la rampa de bajada dejé pasar a un autobús que salía bajo la mirada atónita del conductor y me colé detrás de él bajo la pitada indignada del conductor del autobús que venía a continuación. Y así salí del subterráneo con un autobús delante y otros detrás dándome luces, mientras entrábamos los tres en el carril bus entre medianas de hormigón camino de La Coruña. Me costó media hora encontrar una salida para cambiar en sentido, mientras desolado veía como pasaba el precioso tiempo que necesitaba para llegar a una hora razonable a mi casa.

Después Madrid fue un lugar de hoteles (especialmente el Meliá Castilla) con reuniones y reuniones en la zona de Azca y Rosario Pino durante años. Reuniones que empezaban (con el estudio de los papeles) en el tren o el avión y acababan con el repaso o la lectura en el tren o avión de regreso. Y así hasta que una serie de circunstancias profesionales me llevaron de regreso al Madrid austríaco. Fue una caída del caballo paulina, pues mi mirada había cambiado y de repente cobré un interés nuevo y fresco por saber de aquel otro Madrid del que tenía sospechas y sólo habías sido una decorado para mis idas y venidas en taxi.

Empecé por averiguar qué cosa era aquella torre (campanile) neo renacentista que asomaba por encima de los tejados cuando la llegada en el talgo a la estación de Atocha era inminente. Lo resolví andando hasta llegar la sitio y encontrarme con que la entrada era gratis, pero el viaje tenía premio, pues dentro estaba la sorpresa: con el rimbombante nombre de Panteón de los Hombres Ilustres se encuentra uno, en un edificio neo bizantino de 1899, con la única parte que se construyó de acuerdo al proyecto para Basílica de Nuestra Señora de Atocha del arquitecto Fernando Arbós. La propia basílica se construyó finalmente en 1951, pero ya si mirar ni de soslayo el proyecto del arquitecto y, por eso, es un edificio sin interés imitador del estilo del Escorial con los característicos chapiteles. Este proyecto de enterramiento de los hombres ilustres respondía a un intento de las Cortes de 1834 de enterrar allí desde Cervantes a Quevedo, desde Jovellanos a Goya, añadiendo cada cincuenta años a aquellos para los que se considerase que cumplían las condiciones para ser ilustres de la patria. Se desistió porque no archivamos bien ni los huesos ilustres. Primero se pensó en la Basílica de San Francisco el Grande, pero se desistió al no encontrar los restos del primer contingente aprobado. El pabellón actual es un claustro mágico en cuya galería hay una verdadera exhibición de escultura española de alto nivel. Desde la magnífica tumba de Mariano Benlliure para el malogrado Eduardo Dato, que muestra al presidente de la nación caído bajo los veinte disparos de los tres sicarios que lo mataron en 1921, a las magníficas alegorías de Agustín Querol en el monumento funerario de Cánovas del Castillo. Y digo tumbas y monumentos funerarios porque el Panteón están o estuvieron los restos del Marqués del Duero, Ríos Rosas, Cánovas del Castillo, Canalejas, Dato, Prim, Martínez de la Rosa, Sagasta, Palafox y otros nombres decisivos en la historia de España, como el tantas veces mencionado Mendizabal, por aquello de la amortización de los bienes de la iglesia de la que últimamente se está resarciendo inmatriculando hasta plazas de garaje. Es decir, fundamentalmente, los más relevantes políticos de la Restauración borbónica más algún otro como Palafox. No es fácil salir de esta atmósfera feérica sin experimentar la sensación de cosa inacabada. Tal parece que los españoles vamos por espasmos. A alguien se le ocurre que hay que rendir honores a los hombres claves de nuestra historia y el impulso dura unos pocos años. Se puede decir que estos hombres protagonizaron el período de transición desde las monarquías absolutas a la actual constitucional, pues en su tiempo la política burguesa se hizo hueco para dirigir la política nacional y arrumbar a los reyes a las mascaradas de los salones, los hipódromos y los desfiles; aunque no sin sufrir los embates de la reacción normalmente encabezada por un militar y del llamado entonces nihilismo anarquista. En todo caso historia viva, pues pocas diferencias formales han habido en la práctica entre el bipartidismo de la derecha e izquierdas moderadas y aquellos turnos entre liberales y conservadores de los años entre valses, mazurcas, polcas y el charlestón que dotaron a España de luz artificial, redes ferroviarias y ciudades espléndidas de las que todavía gozamos. También era una españa en la que la mayoría de la población era analfabeta y fuera de las ciudades el caciquismo era la forma de controlar la desolación.

La ciudad de Madrid refleja todo eso y más, pues reúne la acción política y la acción artística. Por eso, la ciudad de Madrid, con la excepción del modernismo (aunque no le falten algunos ejemplos), reúne los más interesantes edificios de los estilos que caracterizan a las grandes capitales europeas. Pero «pongamos que hablo de Madrid«, la ciudad polar por la que la historia ha pasado tantas veces como la hemos cruzado sus habitantes trazando diagonales por toda la península de un extremo a otro. Y la historia ha dejado su eco para quien quiera escucharlo (que es mi caso). Desde que descubrí el Pabellón de los Hombres Ilustres (ahora a los ilustres los dispersamos), me tracé mentalmente dos ejes a recorrer para entender el mensaje en la botella que sus edificios, como cristalización de los afanes, nos envían hasta el presente. Uno va desde la Puerta de Alcalá hasta el Palacio Real, incluyendo a la Gran Vía y el otro desde la estación de Atocha y su entorno hasta los nuevos ministerios, pero sumando el Instituto Eduardo Torroja por ser uno de los polos de atracción profesional y de amistad de mis años por Madrid, como lo fue el CEDEX. De otra parte, y de forma arbitraria, prolongo el eje a la avenida de América por la «pagoda» de Fisac. El resto es contemporaneidad rabiosa a la que juzgarán nuestros bisnietos como relación entre el espíritu (la mente si nos ponemos naturalistas) y esa construcción humanamente artificial que son la ciudades que nos acogen. Tras veinte años de visitarla prácticamente todas las semanas se hizo un lugar en mi memoria y en mi imaginación, pues una vez recuperada (para mí) con sus historias me ha ayudado a comprender mejor mi propia profesión y mi propio país y, si me apuran, a mí mismo como parte de ese flujo complejo inextricable que componemos sin advertirlo los humanos en nuestra lucha diaria. En todo caso, sólo voy a mencionar los edificios que están frescos en mi memoria, no tanto por la reiteración de su vista, siempre en escorzo y dinámica por mis pasos o por ir en coche, como por el impacto que me produjeron desde el principio.

El primer eje empieza en Atocha porque era mi punto tradicional de llegada. Conocí la nave primaria como estación terminal, mucho antes de que se abriera el túnel de la risa y llegaran las locomotoras diesel, pues la locomotoras a vapor no se retiraron hasta 1975. El edificio se terminó en 1892 y la estructura (lo siento) se hizo en Bélgica. De esta maravillosa obra del Ingeniero Alberto del Palacio, que se había formado en las estructuras metálicas con Eiffel, de esta nave convertida hoy en una selva tropical, me gustan los magníficos detalles de encuentro entre la fábrica de ladrillo murciano y la estructura metálica roblonada. Quien quiera saber de qué hablo que se fije al llegar en taxi a La Puerta de Atocha para coger el AVE, pues dado que la cota es alta está casi al nivel de coronación y cuando pasee por lo que fueron los andenes piense que puede estar pisando una huella de Pío Baroja o Joaquín Sorolla.

Cuando sales de la Estación los ojos se van al original y brillante Ministerio de Fomento (actual de agricultura), en mi opinión uno de los mejores edificios del Madrid romántico, si no el mejor. Obra del arquitecto Velázquez Bosco que en 1896 explota perfectamente el vigente eclecticismo con exactas proporciones en zócalo y ático. Está coronado por una etéreas esculturas lanzadas al aire representando a la Gloria y a dos Pegasos que realizó el escultor Joaquín Querol. Este edificio dice a qué ciudad ha llegado el viajero al verlo brillar con el sol de poniente exhibiendo su ladrillo, su piedra y sus cerámicas esmaltadas rodeando a las cariátides colosales de su puerta. Tampoco es despreciable la verja metálica de Francisco López con las estípites coronadas por el busto de la diosa Minerva. La estructura metálica de este edificio fue diseñada por el mismo Alberto del Palacio que después se pasó enfrente a construir la Estación de Atocha que ahora conocemos. Siempre me paro a verlo en los múltiples aspectos que el clima o la época le proporciona. Fue testigo de la perplejidad de Madrid cuando la ciudad se vió sorprendida por los atentados sangrientos de 2004 y, tambíen, se ve obligado a mirar el triste monumento (físicamente hablando) que conmemora (quién lo diría) aquel crimen fanático. Me gusta verlo de frente y de costado, incluso cuando no es protagonista, como en ese cuadro de la esquina con Doctor Velasco, en una escena contingente de nuestra pintora realista Amalia Avia en un día cualquiera de lluvia.

Del paseo del Prado menciono el edificio de la Real Academia de la Lengua con proyecto de Churriguera y que se acabó en 1984 porque una tarde tuve la suerte de conocer a Mingote de la mano de José Manuel Sánchez Ron (el historiador de la ciencia y académico). También el Museo del Prado de Villanueva, porque encierra mil vibraciones de asombro y entusiasmo en largas horas en sus galerías. Es el más vibrante eco de ese siglo prodigioso (el XVIII) en el que Carlos III ilustró Madrid mientras administraba todavía un vasto imperio, de cuya nostalgia nos curó el siglo XIX a base de pasar un largo periodo febril. Pero, mi memoria selectiva elige por su austeridad y monotonía premeditada, casis estupefaciente, el edificio de Asís Cabrero que se edificó en pleno franquismo (1951). Es una sorpresa porque bajo el camuflaje de la austeridad se plantó desafiante entre el neoclasicismo del Marqués de Cubas, el romanticismo de los hoteles afrancesados en la belle epoque y la pesada herencia de los chapiteles de los austrias. Un edificio tan moderno, que inspira al Moneo del Bankinter y ofrece, a pesar de su escala, escorzos organicistas. Un edificio que enamoró a las almas minimalistas avant la garde. A su lado ha crecido, desde la electricidad, el museo de Caixa Forum con su engañoso voladizo infinito que es sostenido por todo el edificio que parece destinado a volcarse por su culpa.

Más allá, en este eje figurado el Palacio de Linares con sus historias de desdicha incestuosas; el Palacio del Marqués de Salamanca que, en una de sus aventuras financieras tuvo que huir de los acreedores en un tren de Atocha. Sigue el magnífico y burgués barrio que impulsó siguiendo el ciclo de la especulación que compraba y construía allí donde los planes urbanísticos no lo permitían. Tiempos de capitalismo salvaje para pobres y ricos. Tiempos de asimilación de la pérdida del imperio y de aprendizaje de la dureza de construir un país carente de recursos hasta la llegada de la célula fotovoltaica. Eje éste que hasta el final del paseo de Recoletos muestra las casas palacios que los latifundistas y los advenedizos industriales construían para presentarse ante la sociedad madrileña. Tiempos sin ascensor en que las familias propietarias vivían el la planta principal del barrio de los jerónimos, mientras la servidumbre lo hacía en las buhardillas. Tiempos en que se alimentaba con carbón las chimeneas y los pulmones sin sentido alguno de culpa. Y así, tras un tramo de modernidad constructiva, que apreciarán nuestros descendientes, pasamos junto a la cajita de cristal de Rafael de la Oz y la sirena varada de Chillida bajo un puente de José Antonio Fernández Ordóñez. Enseguida llegamos hasta los nuevos ministerios de Secundino Suazo, que fueron nuevos cuando se pensaron en 1933, impulsados por ese señor gordo de la estatua de la esquina de Castellana con Ríos Rosas (Indalecio Prieto), y se acabaron en 1942 en pleno franquismo triunfante; lo que no tiene otra explicación que el estilo austero y casi cuartelario le pareciera bien al nuevo dueño del destino de la nación. Muy cerca, el anodino edificio que ha sustituido al magnífico edificio Windsor que fue pasto de las llamas y la desidia; vecino de una obra maestra de la arquitectura de Sáenz De Oíza en 1981 (el Banco Bilbao Vizcaya); una mole cobriza en la que hasta las barandillas de las galerías de mantenimiento contribuyen a su belleza funcional. Antes del remate del eje de Castellana me paro en los edificios grises del ministerio de Economía e Industria. Uno enhiesto y el otro tumbado para rememorar el tráfico de embutidos murcianos con mi entrañable amigo Álvaro García Meseguer del que recibía el encargo con precisión ingenieril de dónde comprar los pasteles de carne y la longaniza. Él me proporcionó el facsímil del testamento manuscrito de Eduardo Torroja, otro facedor de estructuras que se valían por sí mismas y dejó un enorme agujero en mi tejido fraternal.

Más allá exhibición del músculo tecnológico en las cuatro torres elevadas hasta 220 metros por la fuerza de dinero acumulado en bancos y grandes corporaciones, dejando enanas a las «torres de pisa»  de Philip Johnson, cuya inclinación es falsaria y al «Picasso» de piedra de Minoru Yamasaki, cuya estructura fue la primera hecha con árido ligero. Antes, un giro a la derecha conduce hacia la Plaza de los Delfines (República Argentina) en las proximidades del espíritu de la ciencia con el Centro Español de Investigaciones Científicas (quizá con telarañas en este país pagador de royalties) y la Residencia de Estudiantes en la que resuenan los ecos de las vanguardias que luego la locura dispersó. Ese sitio en el que Dalí y Buñuel se reían de Lorca y coqueteaban con Sara Montiel. Ese Lugar que visitó Le Corbusier de la mano de Mercadal (hay una foto de ambos que al pié se aclara que Corbu es el de la derecha). Una ruta ésta más interesante que seguir Castellana arriba, porque nos encontramos con Torres Blancas, también de Oíza, ese misterioso edificio organicista desde el que Antonio López pintó su cuadro «Madrid«. Abajo, en la calle, comienza un camino que a la mayoría de la gente la lleva al Aeropuerto de Barajas y a mí a la fugaz visión del edificio de los laboratorios Jorba de Miguel Fisac. La entrañable «Pagoda» que mostraba sus picos resultado de un ingenioso giro de 45º en plantas alternativas. Un mal día, durante la hégira de un alcalde casposo (Álvarez del Manzano), la pagoda cayó víctima del odio a lo moderno, del odio a Fisac y del amor al dinero. Cuando paso por la Avenida de América, cierro los ojos, pero sigo hacia la T4 a sentirme abrumado por la exhibición de tecnología y buen gusto de Richard Rogers al diseñar esa arboleda de hormigón y acero en la que los árboles se tornasolan en el colorista espectro visible. Una catedral de la comunicación con bóvedas ondulantes y continuas invitaciones a mirar hacia arriba.

El otro eje de este Madrid Subjetivo empieza en la Puerta de Alcalá, el monumento neoclásico encargado por Carlos III a Sabatini en 1774, y espiritualmente se prolonga hasta la calle Hilarión Eslava, donde en el número 49 está el estudio de mi amigo Antonio Fernández De Alba, que fue objeto de mi tesina de pre doctorado, académico de la lengua con la «o micrón» y sujeto del interés de la historia de la arquitectura para siempre. Un estudio pequeño, orgánico, rezumando arquitectura reposada, bien horneada, escrupulosamente pensada, representada y ejecutada. La vida da sorpresas desagradables y, de vez en cuando, un regalo. Uno de ellos es este.

La Puerta de Alcalá ha sido malograda, en su vista de puerta al cielo por un edificio, por otra parte magnífico: la Torre Valencia de Javier Carvajal. Quizá habría que quitar la Puerta para que la torre se viera bien. Fue construida en tiempos de desprecio total hacia cualquier cosa que no produjera beneficio. Se dice que los obstáculos a su construcción fueron removidos por Carrero Blanco al que le gustaban los edificios en altura (veraneaba en una torre en Campo Amor). La Puerta de Alcalá impasible resiste el paso del tiempo y las canciones que le dedican y ya que le han tapado la vista de Alcalá, mira hacia la fuente de Cibeles diseñada por Ventura Rodríguez, el Banco de España de Adaro, el Círculo de Bellas Artes de Antonio Palacios con su recientemente abierta terraza, donde una cerveza es un goce estético pues incluso a través de su espuma se ve la grandeza de esta ciudad extraordinaria que es Madrid. Cuando recorres el Círculo crees que llevas esmoquin por su elegancia decadente. Enfrente, el Instituto Cervantes, que antes fue la sede del Banco del Río de la Plata, otra obra de Antonio Palacios, que, en su versatilidad ecléctica, fue capaz de añadir a su catálogo el Edificio de Correos (hoy Ayuntamiento) culminando tres edificios tan distintos como próximos. Uno indescriptible, otro muy moderno y un tercero brutal en su despliegue sobredimensionado de elementos colosales. Pero si algo conmociona a la Puerta de Alcalá, todos los días, a todas horas, es  la hermosa bifurcación de su calle y la Gran Vía. Bifurcación adornada por el edificio afrancesado llamado Metrópolis. Fue diseñado por los hermanos y arquitectos Février y, aunque originalmente fue la sede la compañías de seguros Unión y el Fénix, hoy es propiedad de Seguros Metrópolis. El anterior dueño se llevó la estatura que coronaba el edificio a su nueva sede y los nuevos dueños la sustituyeron por una estatua de la Victoria Alada de Federico Coullaut. Estaba ya acabado cuando Alfonso XIII inauguró con un golpe de pico el derribo del primer edificio que permitiría la apertura de la Gran Vía en abril de 2010.

Por la izquierda uno va mirando edificios corporativos impresionantes construidos cuando aún la madera y el ingenio eran los recursos auxiliares fundamentales de la construcción, como siglos atrás, pero con la novedad del acero estructural y la fundición decorable. Un ejemplo es el impresionante edificio del Banco de Bilbao de Ricardo Bastida con sus columnas sin muros inspirado por el Banco del Río de la Plata y la impresionante cuadriga en su coronación, así como el edificio, perfectamente acoplado a la bifurcación de la calles Alcalá y Sevilla, llamado de La Equitativa, del arquitecto José Grases, y que fue la sede del Banco Español de Credito (Banesto).

En veinte años (1900-1929 la Calle de Alcalá y la Gran Vía tomaron la forma de arquitectura cataclismática (en palabras de Josep Plá), en una exhibición de riqueza explicada por las inversiones extranjeras que implicaba beneficios para las entidades bancarias a pesar de los períodos de autarquismo que la economía española, como la francesa, alemana y norteamericana, practicaban. También contribuyeron en esta época los beneficios de la neutralidad durante la Gran Guerra. En la Gran Vía destaca el edificio de Telefónica, por ser uno de los faros de Madrid (así se decía de los edificios en altura antes de los rascacielos), junto con las torres de los edificios de Telecomunicaciones (actual ayuntamiento) y el Círculo de Bellas Artes. De la torre del edificio de Telefónica se decía que hacía de mango de la sartén que era Madrid. Además, al haber estado en una boda en el Casino de Madrid, no podía sustraerme a su encanto. Es digno de ver por dentro por su despliegue de fantasía modernista en la mejor tradición de Víctor Horta, debida a la intervención de López Sallaberry. Un poco más allá, en la plaza de Callao, me quedo con la boca abierta siempre mirando el edificio Carrión o edificio Capitol, construido en 1933 con el proyecto de Martínez Feduchi ,que se atrevió con formas de un racionalismo muy expresivo y dota de una gran personalidad a esa esquina aguda.

Caminando hacia el Palacio Real paso por edificios interesantes, pero no siempre por edificios fascinantes, de modo que me voy directo al palacio, mirando de soslayo los edificios de los tiempos de Felipe III, como el Palacio de Santa Cruz. Un palacio Real para el que hubo que quemar por descuido de palafreneros el Alcázar que le precedió en el sitio, disipándose el aire medieval de Madrid. Total, sólo se perdieron obras de Tiziano, Velázquez, el Greco y otros. Pero no hay mal que por bien no venga… el resultado que presenta el nuevo (a la sazón) palacio barroco es realmente brillante en la dirección de Sachetti, que conservó el patio de armas del Alcázar, pero que desplegó su talento impulsado por los deseos de Isabel de Farnesio, que a la muerte de Felipe V, quedó relegada y ni siquiera figura entre los personajes inmortalizados en la estatuaria de la cornisa del palacio, hasta que su hijo, Carlos III tomó medidas. El granito se usó con profusión en los muros del palacio; muchos arquitectos, aparejadores, pintores y miles de artesanos trabajaron en su construcción. La labra se hizo sobre piedra caliza de Colmenar. Las obras fueron una academia en sí misma en la que se formaron los especialistas que después construyeron el Madrid de Carlos III.  Cuenta con un estupendo balcón desde el que Franco se bañaba en multitudes y la Reina Sofía le dió un beso a Juan Carlos, no por amor, sino por haber abdicado en su hijo.

Me deslizo hacia el norte, hacia la cuesta de San Vicente y antes de terminar en la Casa de las Flores en el distrito de Chamberí. proyectada por Secundino Suazo en 1931, tropiezo con un edificio de 1911 que es una verdader joya. Se trata del palacio Gallardo en el nº 2 de la calle Ferraz. Siempre que paso por ahí, echo una mirada de admiración a las obra que ese burgués se puedo permitir y que, esos arquitectos, maestros en el desarrollo decorativo de las fachadas, como era el caso de Federico Arias Rey,  pudieron llevar a cabo. Para lo que contaba con una desarrollada industria del ornamento prefabricado que no temía a ninguna sucesión de superficies onduladas.

Este paseo del Madrid que tengo en la retina cubre edificios que van desde el siglo XVII al siglo XXI, pasando por períodos extraordinarios como el del Carlos III en el XVIII, el de la burguesía emergente en la época de la Restauración y en el siglo XX con la industrialización, con grandes inversiones extranjeras y la expansión contemporánea desde los años setenta.

Pero Madrid es también su gente de aluvión y su gente genuina. Técnicos amigables, rigurosos, de primera fila nacional e, incluso, internacional. Hacedores de normas y resolutivos en empresas privadas; bien documentados y sostén de nuestras infraestructuras, edificaciones y urbanismo. Empresas solventes, que van y ganan concursos internacionales. Taxistas amables y taxistas hoscos, como en todas partes, gente amable por doquier y un cielo azul inigualable. El Madrid subjetivo es además pasillos oficiales donde las cosas, como en todas partes, van tan bien o mal como buenas o perezosas son las personas con responsabilidad. En los bares las llamadas «raciones» no responden al concepto de «tapa» del Levante. Si te despistas y pides una ración de calamares, no te advierten de que puedes acabar vomitando trozos de cefalópodo. Se come muy bien, si se sabes donde. No es cómo en el Norte que se come bien en cualquier sitio. Mis restaurantes favoritos fueron en los buenos tiempos, La Albufera para creer que estabas en Valencia, Portobello para creer que estabas en Coruña, Ansorena para creer que estabas en San Sebastián o Pamplona y Botín para creer que estabas en Madrid. Un Madrid que también se pasea sin agobio (al menos el día que estuve por allí) por el milagro que la tozudez consiguió en el manzanares con el soterramiento de la M30. Uno de esos logros que ni el endeudamiento consigue amargar. Ese paseo me permitió descubrir una de la obras con los «huesitos» de Miguel Fisac (unos laboratorios). Un Miguel Fisac al que conocí personalmente en unas jornadas en el Salón de Actos del Instituto Eduardo Torroja sentado en aquellos sillones con tapicería de clan escocés. Un Instituto con planta en letra «pi» en cuyo hall he esperado muchas veces la bajada por la escalera espiral a Álvaro, Demetrio o Carmen y me he cruzado antes de una reunión a Pepe, Enrique, Manuel y Manuel, Fernando, Hugo, Javier, Jesús o Juan Carlos y Juan Carlos. Todo esto pensaba antes de levantar la mirada hacia el muro barroco por el palacio Real y clásico por la obra elegantemente complementaria de Tuñón y Mansilla, Mansilla y Tuñón. Un farallón refulgente al sol de poniente con una bufanda verde y geométrica  que llega hasta el río.

Tampoco ha faltado un Madrid artístico en el que ver musicales como los Miserables, reir con Concha Velasco, reflexionar con Flotats y Pou en «Arte» de Yasmina Reza o experimentar una fuerte sensación de vergüenza ajena en aquella obra a olvidar de la época del destape, con música de Juan Pardo, en la que había en el escenario más gente desnuda que vestida en la platea. Nunca conseguí entradas para el Teatro Real, pero he disfrutado mucho en sucesivas visitas al Prado (La Meninas, Tiziano, Durero, Goya…), al Thyssen (esa lección de arte de 500 años), a la fundación March (aquel Friedrich) o Caixa Forum (aquellas maquetas de Richard Rogers o de la Viena de Adolf Loos), a la casa de Sorolla (esa Clotilde entre sábanas de lienzo blanco) y al Reina Sofía (el Guernica sobre todo).

Sus librerías me ha dado tardes gloriosas en las que compraba más libros de los que podía acarrear. Desde La Casa del Libro en Gran vía (un festín para el bibliófilo) a la Librería Técnica en la calle Lagasca (donde se oyó el estruendo del atentado de Carrero) esquina a Juan Bravo, junto al palacete de la Embajada de Italia y la Asociación de la Prensa. Una librería de la que nunca conseguí salir con las manos vacías. En un ocasión pre-amazon, perdí el norte y tuve que reclamar ayuda del servicio de atención al cliente de Renfe para poder llegar al tren. Ese tren que cogía tan a menudo, que casi saco el número negro de la lotería negra de Chinchilla. En fín, un Madrid en el que he alimentado el alma y el cuerpo a plena satisfacción. Hablando del cuerpo, un desmayo extemporáneo me llevó al Hospital de la Princesa para saber de buena mano que no tenía nada, excepto un exceso de trabajo. Por eso al día siguiente me fui para Canarias. Pero desde Canarias o desde Bilbao, desde Coruña o desde mi tierra, nunca me pareció una servidumbre pasar por Madrid, pues había demasiadas cosas interesantes que disfrutar entre obligaciones. Hoy tengo un hijo casi madrileño y quizá mañana un nieto o una nieta que se taturará un pequeño oso en alguna parte. Que, por cierto, no sé hasta qué punto es una ventaja ser de la ciudad de Madrid, agobiado por el trabajo, para disfrutar su carácter de palimpsesto cultural, pues creo que nuestros ojos, los ojos de los de fuera, tal vez estén más abiertos para ella.