En 1958 Isaiah Berlin dió una conferencia en Oxford que se ha convertido en un clásico de la historia de las ideas. En ella acuñó la pareja de conceptos «Libertad negativa» y «LIbertad positiva». Este artículo resume y discute ese célebre discurso.

INTRODUCCIÓN

Según Isaiah Berlin es extraño que nuestros filósofos no parezcan estar enterados de los efectos devastadores de sus actividades. Nos cuenta que Heine (1797-1856) advirtió a los franceses que no subestimaran el poder de las ideas, pues los conceptos filosóficos criados en la quietud del cuarto de estudio de un profesor podían destruir una civilización. Este pensador nacido en Riga, pero criado intelectualmente en Oxford, ha pasado a la historia de la ideas por haber acuñado las expresiones «libertad negativa» y «libertad positiva». Naturalmente sus aportaciones son más densas que lo que se pueda exponer aquí, aunque no se alejan de ese núcleo libertario en el ámbito del pensamiento que cuajó fundamentalmente en los primeros años del siglo XX motivado en gran medida por lo efectos catastróficos de los regímenes totalitarios soviéticos y nacionalsocialistas. Sin pretender cometer la falacia «ad hominem» parece sensato atribuir su punto de vista a lo que a tantos ha llevado hacia el liberalismo sincero: la experiencia terrible del comunismo soviético que vivió su familia, agravado por las persecuciones a los judíos en la Europa del Este. Se formó académicamente en Londres y, probablemente, para él sería una sorpresa encontrarse en Europa tantos y tan devotos defensores del régimen comunista, mientras el Gulag estaba aún activo. Su análisis parte de la contrailustración retomando autores como Vico y Herder que le proporcionaron los mimbres para construir una sólida posición intelectual desde la que observar y juzgar el mundo en los años de las posguerras mundiales. Espió para el Reino Unido con suavidad en Estados Unidos y tuvo que involucrarse en las diatribas para la formación del Estado de Israel.

Berlin construyó su posición intelectual combatiendo contra la clásica pretensión de que cada problema debe tener una única solución y sosteniendo que los valores debe estar en coloquio permanente para compartir el espacio del aprecio humano (espacio axiológico). No se puede decir que fuera un optimista. De hecho, no sé cómo se podría serlo cuando se ha vivido en el siglo que mató a más de cincuenta millones de personas violentamente. El valor que más le interesó a Berlin fue el de la libertad, un concepto que tenía una larga tradición en el empirismo y utilitarismo británico, tanto con Hume, Hobbes, Locke o John Stuart Mill.

La libertad es un valor humano que, como Berlin cree está en conflicto con otros obligando al ser humano a tomar decisiones continuamente. Las tragedias de la antigua Grecia tenían como argumento, precisamente el conflicto de valores. En Antígona de Sófocles se plantea entre la lealtad a la ley o la familia, por ejemplo. La historia del mundo es la historia del conflicto de valores fundamentales, tales como libertad, igualdad, justicia, amor filial, etc. Nuestra época tiene en el centro de la contienda política dos valores fundamentales en conflicto: la libertad y la igualdad. Todo ello en un contexto de progreso material inimaginable un siglo atrás. El conflicto no surge de que los partidarios de la igualdad rechacen la libertad o que los partidarios de la libertad rechazan la igualdad en términos absolutos, sino que los más conspicuos e influyentes partidarios de una u otras llevan su despliegue a niveles demenciales en los que o bien desaparece la igualdad o la libertad. Naturalmente es necesario encontrar un equilibrio en función de la consideración de todo lo que está en juego: nada menos que la paz social, cuando los liberales pragmáticos a ultranza acaparan la riqueza creando un grado de desigualdad que alcanza niveles tan escandalosos como los actuales en los que sesenta personas reúnen la misma riqueza que la mitad de la humanidad (3600 millones). Y está también en juego nada menos que la amada libertad, cuando los igualitarios al ultranza, una vez que muestran que sus políticas llevan a la igualación en la miseria, deciden mantenerse en el poder utilizando la violencia, como muestra el caso actual de Venezuela.

Dada la complejidad de un concepto que se puede incluir entre los más importantes de los valores humanos, merece la pena analizar sus puntos de vista en las coincidencias y discrepancias con quien lo lee, una recomendación que hacemos enfáticamente. Berlin ha influido en los puntos de vista de quienes tiene más interés por eliminar cualquier traba a sus actividades y ha pasado desapercibidos entre aquellos que ponen el énfasis en la justicia social. La razón reside en que, dando por natural el deseo de libertad del ser humano en su sentido más intuitivo, ha puesto mucho énfasis en los riesgos de la libertad que llama positiva por sus rasgos totalitarios, sin reconocer que no es posible ser libre en un cierto sentido sin recursos: Berlin rechaza que ganar status en la sociedad suponga más libertad. Es sorprendente que ambas aspiraciones humanas (libertad e igualdad) no estén en convergencia, al menos hoy en día. Políticamente hay una división, que cualquiera puede advertir, en las posiciones de los electores. Una división que, debido a los sistemas de corrección de resultados en las elecciones, dan una cierta ventaja a las opciones conservadoras que, interesadamente, se acogen a tesis liberales consiguiendo ser apoyadas por los partidos que con más nitidez se denomina liberales que, curiosamente, son minoritarios.

Por otra parte, la tecnología gestionada por la iniciativa privada ha llenado el mercado de mercancías a precios asequibles en aspectos tan apreciados como son el vestido, la comida y, sobre todo, el entretenimiento. Hasta el punto de que los conflictos se han mitigado, pues la libertad de elección de mercancias, unida a la igualdad de diseño, que no de calidad, ha creado una atmósfera allanadora de furias revolucionarias (afortunadamente). Una situación que sólo deja espacio para crisis coyunturales en momentos muy concretos: cuando los gobiernos muestran demasiado claramente sus deseos de privatizar los grandes instituciones del Estado Social heredadas de las retenciones de rentas ciudadanas en las anteriores décadas. Es un volumen patrimonial y mercantil de tal envergadura que es muy tentador para determinadas opciones políticas atender las llamadas impacientes de la iniciativa privada para extraer beneficio de las necesidades humanas fundamentales (salud, educación y asistencia en la vejez) tratándolas del mismo modo que otras más superfluas. Es decir no admitiendo responsabilidad alguna por dejar sin asistencia, si no hay una contraprestación económica suficiente. En definitiva el reino de la libertad en su versión más cruel. Una versión que nunca han sostenido los más conspicuos teóricos de la libertad de Mill a Hayek, pasando por nuestro Berlin.

El gran conflicto actual se da precisamente entre la libertad, tal y como la entienden lo liberales y, la justicia social, tal y como la entienden lo socialistas. Sin perjuicio de que hay países donde la libertad no es respetada, en los países occidentales, cuando se habla de libertad, se está hablando de libertad económica porque las otras están conquistadas, pero sin olvidar que, como Hayek piensa, si se pierde ésta, con sus constituyentes de propiedad privada y libre mercado, se pierden todas las demás.

Hoy en día, el término socialista se ha vaciado del lastre que suponía la pretensión de que el Estado fuera el propietario de los medios de producción y se refiere a una posición que defiende fundamentalmente la redistribución de la renta por la vía fiscal, el pleno empleo (sorprendentemente en tiempos de la robótica emergente) y la gestión pública  de los tres grandes servicio sociales ya mencionados: la educación, la sanidad y las pensiones. Tres grandes instituciones cercadas por la avidez privada, tres servicios que no admiten graduación en el tratamiento sea cual sea la capacidad económica del que la precisa.

Necesitamos por tanto, clarificar el concepto de los valores de libertad e igualdad. En este artículo lo haremos con el de libertad desde el punto de vista de Berlin y anunciamos otro sobre el punto de vista del influyente economista austríaco Friedrich Hayek.

ANTECEDENTES

Kant (1724-1804): La libertad es «la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón; liber­tad equivale a autonomía de la voluntad». 

Stuart Mill (1806-1873): La libertad consiste en «poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley». ¿Qué es lo que hacía que fuese tan sagrada la protección de la libertad individual? En su famoso ensayo nos dice que, a menos que se deje a los hombres vivir como quieran, «de manera que su vida sólo concierna a ellos mismos», la civilización no podrá avanzar, la verdad no podrá salir a la luz por faltar una comunicación libre de ideas, y no habrá ninguna oportunidad para la espontaneidad, la originalidad, el genio, la energía mental y el valor moral. «Todos los errores que probablemente puede cometer un hombre contra los buenos consejos y advertencias están sobrepasados, con mucho, por el mal que representa permitir a otros que le reduzcan a lo que ellos creen que es lo bueno

Bakunin (1814-1876): la libertad es «el completo desarrollo de todas las capacidades materiales, intelectuales y morales que permanecen latentes en cada persona; libertad que no conoce más restricciones que aquellas que vienen determinadas por las leyes de nuestra propia naturaleza individual, y que no pueden ser consideradas propiamente restricciones, puesto que no se trata de leyes impuestas por un legislador externo, ya se halle a la par o por encima de nosotros, sino que son inmanentes e inherentes a nosotros mismos, constituyendo la propia base de nuestro ser material, intelectual y moral: no nos limitan sino que son las condiciones reales e inmediatas de nuestra libertad.»

LA LIBERTAD EN BERLIN (1909-1997)

Berlin llama libertad «negativa» a la que defiende Mill. Es decir «la de poder hacer todo aquello que no perjudique a los demás» y basa el avance de la civilización en la posibilidad de que emerjan todas las propuestas que el genio individual pueda proponer sin restricciones ideológicas o religiosas. No se establece ningún vínculo entre el ejercicio de este tipo de libertad por parte de un déspota, ni a las diferencias de su despliegue en función de los recursos materiales con los que se cuente. Berlin considera que la libertad negativa tiene como límite la injusticia social, que es un valor con el que puede entrar en conflicto. La libertad negativa cubre todo el campo de posibilidades, pero sus amplitud queda limitada por la libertad positiva del sujeto de creencias filantrópicas, democráticas o la malsana, en algunos casos, de sometimiento a sectas, que hace suyas las ideas matrices, al tiempo que declara que lo hace en libertad.

Berlin llama libertad «positiva» a «la de gobernarse a sí mismo incrementando el reconocimiento social y venciendo todo mandato externo o interno ajeno a la razón«. Para él, este tipo de libertad idelista se vuelve peligrosa para el individuo por dos vías: la represión de los propios instintos por «abyectos» o admitir que un yo superior (el de la religión, nación, etc) lo sustituya proporcionando la «verdadera» libertad. En ella estaría la fuente del éxito de toda tiranía. Sin embargo, en su versión kantiana, basada en el autodominio, limita, legítimamente, la hipertrofia de la libertad negativa.

Ambas libertades se dan al tiempo, cuando un déspota hace todo aquello que le parece (libertad negativa), incluído operaciones de propaganda para que su pueblo acepte voluntariamente la máscara ideológica que le da soporte (libertad positiva). En 2011 una mujer musulmana declaró a el diario El País: «Llevar el burka es mi libertad». Es una ejemplo supremo de aceptación de un credo ajeno a su individualidad como propio. Es también muy habitual que los líderes de regímenes moralmente muy restrictivos practiquen todo aquello que prohíben a los demás, sin aparente tensión por tamaña contradicción. Es el caso del consumo de alcohol entre las élites de países musulmanes o el disfrute de lujos por las élites de países comunistas y la infidelidad conyugal entre los políticos ultra religiosos norteamericanos.

Entre el ser autónomo de Kant y las peores versiones de la libertad positiva hay similitud por el fenómeno de autosugestión involucrado. Engañar a los hombres, incluso para su propio bien, es tratarlos indignamente. Esta forma de pensar que impone el yo racional al yo individual con sus bajas pasiones que avergüenzan no parece tener implicaciones políticas. Pero es la misma idea que fundamenta esta declaración: «La coacción proletaria en todas sus formas, desde las ejecuciones a los trabajos forzados, es, aunque esto pueda sonar paradójico, el método de moldear la sociedad comunista a partir del material humano del período capitalista.» (Bujarin).

En muchas ocasiones, la historia de un país obliga a refugiarse en el interior de uno mismo para eludir el sufrimiento que inflige el marco político. Una argucia psicológica que es la antítesis de la libertad política. No es un aumento de la libertad aunque serene el alma. La eliminación de todo lo que puede hacerme daño es un suicidio. De hecho, Schopenhauer dijo que sólo la muerte libera definitivamente.

¿Cómo se ha pasado del individualismo responsable de Kant a la dictadura de la razón de Fichte? En el romanticismo la autonomía que le da dignidad al ser humano, se transformó en la autonomía del grupo con legitimidad para imponer la «verdadera» libertad a todos.

Desde Sócrates a los creadores de lo fundamental de la tradición occidental en Ética y Política que le siguieron, ¿pueden haber estado equivocados durante más de dos milenios, en su afirmación de que la virtud sea conocimiento y la libertad idéntica a la una y al otro?

Dice Berlin: «¿puede llamarse lucha por la libertad a la lucha por un status más elevado y el deseo de salir de una posición inferior? ¿Es mera pedantería limitar el sentido de la palabra libertad a los principales sentidos que se han estudiado anteriormente, o, como sospecho, estamos en peligro de llamar aumento de libertad a cualquier mejora de la situación social que quiere un ser humano, lo cual hace a este término tan vago y extenso que le conviene virtualmente en un término inútil?» 

Creo, que, en efecto, no es lo mismo libertad que ascenso social, pero éste es la condición de que la libertad pueda ejercerse. Si tiene razón, habría que pensar que la libertad negativa tiene que restringirse a aquello que se puede conseguir con los propios medios sin contar con ayuda externa alguna (como la riqueza). Porque si no es el caso, es indiscutible que el rico podrá ejercer una libertad negativa mucho más extensa que el pobre, que no contará con los medios materiales para ello. La alternativa es reconocer este hecho y considerar que eliminar las diferencias materiales entre los seres humanos le dota de un tipo de libertad que permite que las diferencias de talento se pongan de manifiesto. Es decir la libertad negativa, si se refiere a todo lo que un ser humano puede hacer, incluida la actividad económica, depende de los recursos con los que cuente, aunque los haya conseguido por sí mismo. Desde este punto de vista, la libertad negativa que se puede ejercer dependería del grado de justicia social que exista. Naturalmente, no todos acabarían su vida en las mismas condiciones, pues unos harían un uso más eficiente de los recursos puestos a su disposición que otros.

En mi opinión no hay que escoger entre los dos tipos de libertad puesto que las dos tienen sus extremos inaceptables, además de ayudarse mutuamente a ejercer como ciudadano responsable. La libertad negativa puede llegar hasta la excentricidad más peligrosa para los demás. La libertad positiva puede ir hasta el sometimiento más pernicioso por sometimiento autónomo a las más endiabladas creencias y prácticas. Pero también tiene sus características valiosas. La libertad negativa impulsa la lucha por todo aquello que se pueda desear sin perjuicio a los demás, salvando todo tipo de prejuicios y trabas ideológicas o religiosas. La libertad positiva contribuye a la aceptación de las reglas comunes de convivencia.

Berlin ve grandes peligros en la libertad positiva por los estragos que ha posibilitado en el siglo XX. No tanto en la libertad negativa, a pesar de que ejercida por ególatras supremos que somente ideológicamente o codiciosos sin límite que impiden que reducen la libertad de sus empleados a una caricatura rechazable.

Creo que la libertad negativa se perfecciona con la justicia social desapareciendo las diferencias entre los dos tipos. La consecuencia es que no contaminamos la palabra libertad con lo que es, precisamente, su contrario: la esclavitud. A nadie se le ocurre aceptar la falacia del lema de Auswitch: «el trabajo os hará libres». Tampoco creer a un esclavista de Alabama cuando argumentara que proporcionar cobijo y alimento a sus esclavos era «hacerlos más libres». El reclutamiento de fieles por sectas o partidos, del tipo que sean, usando tácticas psicológicas para que se acepte como ejercicio de la libertad el sometimiento a cualquier disparate es una lacra. Pero, igualmente, se podría aducir que la libertad negativa, por ser la más espontánea e intuitiva ha sido siempre, por su carácter de obstáculo para la organización social, el objeto de las restricciones teórica y legales más disparatadas en lo relativo a la libertad de opinión, expresión o movimiento.

FRASES DEL ARTÍCULO «Dos conceptos de libertad».

Para Constant, Mill, Tocqueville y la tradición liberal a la que ellos pertenecen, una sociedad no es libre a no ser que esté gobernada por dos principios que guardan relación entre sí: primero, que solamente los derechos, y no el poder, pueden ser considerados como absolutos, de manera que todos los hombres, cualquiera que sea el poder que les gobierne, tienen el derecho absoluto de negarse a comportarse de una manera que no es humana, y segundo, que hay fronteras, trazadas no artificialmente, dentro de las cuales los hombres deben ser inviolables, siendo definidas estas fronteras en función de normas aceptadas por tantos hombres y por tanto tiempo que su observancia ha entrado a formar parte de la concepción misma de lo que es un ser humano normal y, por tanto, de lo que es obrar de manera inhumana o insensata; normas de las que sería absurdo decir, por ejemplo, que podrían ser derogadas por algún procedimiento formal por parte de algún tribunal o de alguna entidad soberana… Tales normas son las que se violan cuando a un hombre se le declara culpable sin Juicio o se le castiga con arreglo a una ley retroactiva; cuando se les ordena a los niños denunciar a sus padres, a los amigos, traicionarse uno al otro, o a los soldados, utilizar métodos bárbaros; cuando los hombres son torturados o asesinados, o cuando se hace una matanza con las minorías porque irritan a una mayoría o a un tirano. La libertad de una sociedad, de una clase social o de un grupo, en este sentido de la palabra libertad, se mide por la fuerza que tengan estas barreras.

Una creencia, más que ninguna otra, es responsable del holocausto de los individuos en los altares de los grandes ideales históricos: la justicia, el progreso, la felicidad de las futuras generaciones, la sagrada misión o emancipación de una nación, raza o clase, o incluso la libertad misma, que exige el sacrificio de los individuos para la libertad de la sociedad. Esta creencia es la de que en alguna parte, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de algún pensador individual, en los pronunciamientos de la historia o de la ciencia, o en el simple corazón de algún hombre bueno no corrompido, hay una solución final.

Es un lugar común que ni la igualdad política, ni la organización eficaz, ni la justicia social son compatibles con más de una pequeña cantidad de libertad individual —y desde luego no lo son con un laissez faire ilimitado—, y que la justicia y la generosidad, las lealtades públicas y privadas, las exigencias del genio y las pretensiones de la sociedad pueden entrar en conflicto violento unas con otras. Y no difiere mucho de esto la idea general de que todas las cosas buenas no son compatibles, y menos aún todos los ideales de la humanidad.

Admitir que la realización de algunos de nuestros ideales pueda hacer imposible la realización de otros es decir que la realización total humana es una contradicción formal y una quimera metafísica. Para todo metafísico racionalista, desde Platón a los últimos discípulos de Hegel o de Marx, este abandono de la idea de una armonía final en la que se resuelven todos los problemas y se reconcilian todas las contradicciones es un crudo empirismo, una abdicación ante los hechos brutos, una intolerable bancarrota de la razón ante las cosas tal como son, y un fracaso en explicar, justificar y reducir todas las cosas a un sistema, lo cual lo rechaza la razón con indignación.

Si, como yo creo, éstos son múltiples y todos ellos no son en principio compatibles entre sí, la posibilidad de conflicto y tragedia no puede ser nunca eliminada por completo de la vida humana, personal o social. La necesidad de elegir entre diferentes pretensiones absolutas es, pues, una característica de la vida humana, que no puede eludir. Esto da valor a la libertad tal como la concibió Acton: como un fin en sí misma, y no como una necesidad temporal que surge de nuestras confusas ideas y de nuestras vidas irracionales y desordenadas, ni como un trance apurado que un día pueda resolver una panacea.

El grado de libertad que goce un hombre, o un pueblo, para elegir vivir como quiera tiene que estar medido por contraste con lo que pretendan significar otros valores, de los cuales quizá sean los ejemplos más evidentes la igualdad, la justicia, la felicidad, la seguridad o el orden público. Por esta razón la libertad no puede ser ilimitada. R. H. Tawney nos recuerda acertadamente que hay que restringir la libertad del fuerte, sea su fuerza física o económica. Esta máxima pide respeto no como consecuencia de alguna norma a priori por la que el respeto por la libertad de un hombre implique lógicamente el respecto de la libertad de otros que son como él, sino simplemente porque el respeto por los principios de la justicia, o la deshonra que lleva consigo tratar a la gente de manera muy desigual, son tan básicos en los hombres como el deseo de libertad.

No es muy necesario recalcar el hecho de que el monismo y la fe en un solo criterio único han resultado ser siempre una fuente de profunda satisfacción tanto para el entendimiento como para las emociones. Bien se derive este criterio de la visión de una perfección futura, como se derivaba en las mentes de los philosophes del siglo XVIII y se deriva en la de sus sucesores tecnócratas de nuestros días, o se base en el pasado —la terre et les morts—, como sostenían los historicistas alemanes, los teócratas franceses o los neoconservadores de los países de habla inglesa, dicho criterio, si es suficientemente inflexible, tiene forzosamente que encontrarse con algún tipo imprevisto e imprevisible del desarrollo humano en el que no encajará, y entonces será utilizado para justificar las barbaridades a priori de Procusto: la vivisección de las sociedades humanas existentes en algún esquema fijo, dictado por nuestra falible comprensión de un pasado en gran medida imaginario, o de un futuro imaginario por completo. Preservar nuestras categorías o ideales absolutos a expensas de las vidas humanas ofende igualmente a los principios de la ciencia y de la historia; es una actitud que se encuentra, en la misma medida, en las derechas y en las izquierdas de nuestros días, y no es reconciliable con los principios que aceptan los que respetan los hechos.

El pluralismo, con el grado de libertad «negativa» que lleva consigo, me parece un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las grandes estructuras autoritarias y disciplinadas el ideal del autodominio «positivo» de las clases sociales, de los pueblos o de toda la humanidad. Es más verdadero porque, por lo menos, reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, no todos ellos conmensurables, y están en perpetua rivalidad unos con otros.

La mayoría de los hombres cambian libertad negativa por status. La mayoría de las luchas histórica por la libertad lo han sido por la de un grupo social no los individuos, que una vez conquistada la libertad del grupo tiene que someterse a arbitrio de «los suyos». La lucha por la libertad de mi pueblo, mi raza, mi religión (libertad positiva) puede conducir a mi opresión. El «no es esto, no es esto» de Ortega. Rousseau no entiende por libertad la libertad «negativa» del individuo para que no se metan con él dentro de un determinado ámbito, sino el que todos los miembros idóneos de una sociedad, y no solamente unos cuantos, tengan participación en el poder público, el cual tiene derecho a interferirse en todos los aspectos de todas las vidas de los ciudadanos. Los liberales de la primera mitad del siglo XIX previeron correctamente que la libertad entendida en este sentido «positivo» podía destruir fácilmente demasiadas libertades «negativas», que ellos consideraban sagradas. Mill y sus discípulos hablaron de la tiranía de la mayoría y de «las ideas y opiniones que prevalecen», no viendo gran diferencia entre este tipo de tiranía y otro cualquiera que invada las actividades humanas más allá de las fronteras sagradas de la vida privada. En todo caso Hobbes fue más ingenuo: no pretendía que el soberano no esclavizase, justificó su esclavitud; pero por lo menos no tuvo la desfachatez de llamarla libertad. «El triunfo del despotismo es forzar a los esclavos a declararse libres.»

Así, si se toma como referencia la «verdadera libertad» se está abriendo la puerta al despotismo. Te oprimen porque tú no sabes lo que te conviene. Berlin cree que la libertad no puede ser ilimitada porque tiene que compartir espacio con la justicia, la igualdad… la libertad negativa del poderoso, física o económicamente debe tropezar con la positiva del resto de ciudadanos.

La paradoja de la libertad es que, de la misma manera que una democracia puede, de hecho, privar al ciudadano individual de muchas libertades que pudiera tener en otro tipo de sociedad, igualmente se puede concebir perfectamente que un déspota liberal permita a sus súbditos una gran medida de libertad personal.

APUNTES DEL AUTOR DEL ARTÍCULO

Es sorprendente que los defensores de la libertad positiva lo sean, a la vez, de la libertad negativa en el ámbito sexual, aborto, eutanasia, etc. mientras que los defensores de la libertad negativa en lo económico, sean proclive a la libertad positiva de las prohibiciones en el ámbito sexual, el aborto…

Una forma de entender mejor los dos conceptos puede ser la de definirlas con una misma estructura sintáctica: Así la libertad negativa sería: «un atributo que impide que NADIE te coarte«. Es fácil de entender, muy intuitiva y podríamos decir que es la libertad que reclaman los liberales y conservadores para el ámbito económico. La libertad positiva propongo que la definamos como «un atributo que impide que NADA te coarte«. Esta definición sin eludir los riesgos de los aspectos negativos de sometimiento a creencias ajenas, pone el foco en que no se puede ser libre sin recursos. Es la libertad que reclaman los socialistas y progresistas. Es evidente que se cambia el sentido de la libertad positiva de Berlin, pero creo que, siendo su temor a la tiranía justificado, ésta puede llegar tanto de los defensores de la libertad negativa en forma de grandes corporaciones que han eliminado a los estados o apoyan regímenes dictatoriales y «liberales» (PInochet), como de los defensores de la libertad positiva (en el sentido de Berlin), que obligan criminalmente a aceptar valores superiores a la fuerza. Creo que a esa libertad se la debería llamar «Libertad tóxica«. En el futuro veremos si la versión tradicional de la tiranía es sustituida o no por la versión Blade Runner de las corporaciones monopolísticas.

En la versión que propongo, la libertad negativa requiere que se te RETIREN los obstáculos para ejercerla, mientras que la libertad positiva requiere que se te PROPORCIONEN los recursos para ejercerla. Estas definiciones cambian los casos de aplicación de las definiciones. Así, ahora, un proceso de independencia de de un pueblo, sería la trasposición de la libertad negativa a un colectivo. También el proceso de enriquecimiento de un particular lo es de incremento de su libertad negativa, pues cada vez podrá elegir acciones más complejas y onerosas. La libertad positiva, sería, en esta versión, una aportación de los reformadores sociales del siglo XIX y se reclama con las revoluciones (violentas o no) que buscan dotar a todos del disfrute de trabajo, cobijo, educación o salud. La libertad de comercio es negativa y la de acudir gratuitamente a un centro de salud es positiva. La libertad negativa en sus aspectos más injustos, también requiere de una autoridad que la garantice como acción benéfica para el individuo, o la legalice como acción perniciosa para el colectivo. La libertad positiva requiere también de una autoridad que garantice los recursos o que utilice la propaganda para que se admitan determinados dogmas como propios. Se podría decir que la epopeya humana consiste en las oscilaciones cíclicas entre estos dos polos libertarios. en sus dos aspectos extremos. Tanto la libertad negativa como la positiva deben ser combatidas en sus aspectos rechazables: la explotación y la dominación.

En resumen Berlin llevó a cabo un extraordinario trabajo de identificación de las fuentes intelectuales del totalitarismo, pero en coherencia con su visión relativista del conflicto entre valores (que comparto), llama libertad (positiva) al sometimiento de la voluntad a consignas y dogmas, lo que es paradójico como menos. De ahí mi propuesta de usar la expresión de libertad positiva para denominar la capacidad de elegir en igualdad de condiciones. De esta forma, la libertad negativa sería acogida por los liberales sociales en su extremo benéfico y por los liberales económicos en su extremo pernicioso. Siendo la libertad positiva practicada por los solidarios en su versión positiva (en la versión propuesta) y por los totalitarios en su versión perniciosa (la que teme Berlin), es decir, un balance entre la igualdad de oportunidades y la intoxicación ideológica.

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