Campo de batalla


ejercito

Desde que en 1849 el imperio Austríaco deja caer algunos explosivos desde globos aerostáticos sobre Venecia o la división Cóndor machaca Guernica en 1937 los ejércitos han incrementado el castigo de las ciudades con sus habitantes dentro hasta deshacerlas materialmente. Los bombardeos no son acciones de descamisados. Son siempre los gobiernos quienes los llevan a cabo debido a la obviedad de que se necesitan aviones. El colmo llega cuando un «gobierno» que ha resultado provisional afortunadamente toma 20.000 personas como escudos humanos ante los bombardeos. Cuando las decisiones las toman nuestros propios cristianisimos gobiernos, estos crímenes se convierten en doblemente insoportables.

Pues bien, la ocurrencia es que se vuelva al campo de batalla. Hasta el siglo XVIII los ejército se daban estopa en el «campo de batalla». Quedaban y nadie faltaba a la cita. Soldaditos por allí, cañones por allá, fusiles y bayonetas y ¡hala! a matarse. Los generales a caballo también podrían verse involucrados si las cosas iban mal. Yo hubiera obligado a los que tomaban decisiones en los gabinetes a que también estuvieran cerca con sus levitas para que vieran las consecuencias de sus decisiones. Hoy se podría hacer lo mismo. El gobierno en una colina con el mando militar y los periodistas free lance. En las laderas los ejércitos dispuestos y en el valle la batalla. Sobre las cabezas un dron transmitiendo para las televisiones y en nuestras casas nosotros comprobando quién iba a ser nuestro próximo amo. Las ciudades íntegras, los edificios erectos, las calles sin escombros y, sobre todo, los  enfermos en sus camas y los niños en los colegios.

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