Esta mañana escuchaba un reportaje sobre el cuidado de personas concretas con carencias físicas o culturales. Se ponderaban los logros con emigrantes que, cuando provenían de países o etnias tradicionalmente enfrentados, alcanzaban en ese marco amigable algo parecido a la amistad. Cuando estaba creado el clima de bonhomía alguien dijo que había que acabar con el capitalismo que era la fuente de todos estos males. A esta alturas de la jugada social, tal parece que ese es un gruñido estéril. No tiene sentido mostrarse anti-sistema, sin un sistema alternativo con menos de 100 años de éxito en alguna parte. No tiene sentido quejarse del capitalismo y la economía de mercado cuando nunca en ninguna parte nadie ha conseguido producir e intercambiar con más eficacia que lo ha hecho este sistema. Tampoco nadie en ninguna parte ha practicado un economía humana en la que, por delante del interés y la persecución de la quimera de ser rico, privaran de forma generalizada los valores de solidaridad y generosidad. Mucho menos que, estos valores, formaran parte de la acción política del Estado a partir de una economía no capitalista. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar aún para que se entienda que el capitalismo es a los valores humanos como nuestro cuerpo a nuestra espíritu? (Que nadie vea dualismo cuerpo-alma en esto, sino dualismo biología-cultura). Es decir, el sistema económico capitalista es el cuerpo de nuestras más sutiles esperanza de una vida humana.
Pero, claro, cuando el cuerpo duele se acude a la corrección mediante diagnóstico y terapia. A veces incluso amputación. El Capitalismo es un cuerpo necesario porque siempre el ser humano ha acudido al mercado a intercambiar y siempre este intercambio ha producido acumulación en algunas manos. Además, cuando esta acumulación alcanza valores extraordinarios se intenta vivir de la especulación por dañina que ésta resulte. Pues bien, cuando esto ocurre la tarea del espíritu es corregir para que, sin prescindir de la turbina propulsora que es la capitalismo, conseguir los objetivos plenamente humanos que perseguimos la mayoría, que son los de libertad, justicia e igualdad simultáneamente. Pero ni la libertad puede ser entendida como pretexto para cometer injusticias, ni la justicia como pretexto para expropiar; la igualdad no puede ser entendida como el cementerio del mérito ni la libertad como el reino de la explotación.
Sabemos demasiado ya y lo sabemos dolorosamente, que para tener un mundo humano digno de ser vivido no cabe esperar una transformación de la naturaleza humana, sino que debe ser construido pacientemente mediante la cooperación de nuestra imperfecta, pero intocable salvo monstruosidad, naturaleza en lo que llamamos instituciones. Que son, siguiendo con el símil naturalista, como las moléculas que hace posible que haya tal variedad y bendición de sustancias, tejidos y organismos, incluido nuestro cerebro. Las instituciones deber ser cambiadas cuando no funcionan, pero mientras funcionan son sagradas y cualquier delincuente que se haya infiltrado en ellas debe ser expulsado con rapidez y ejemplaridad (desde el pedófilo en la iglesia al corrupto en el gobierno, pasando por el corruptor en la empresa). Entre esas instituciones están aquellas que regulan la actividad económica cuyos responsable deben pagar sus errores o malicias con el mismo nivel de sus sueldos. Al capitalismo no se le puede permitir que use a la sociedad, pero la sociedad no puede mutilar su propio cuerpo. El capitalismo es tan feo como nuestros sonidos abdominales y a nadie se le ocurre prescindir de ellos. Por eso debe ser transformado sin ser aniquilado. Hoy en día estamos en plena reacción a una fase de prosperidad generalizada en los países ricos que vivieron a espaldas de la miseria del resto del mundo, cuya mitigación no puede, en un movimiento pendular, llevar a una fase de precariedad generalizada. A la vista está que el crecimiento de la población y la generalización mundial, planetaria de la prosperidad implica un cambio cultural y de propósitos de gran escala. Lo que no hay que permitir es que sea la excusa para aumentar la lista de la revista Forbes.
El programa político no puede ser acabar con el capitalismo, por mucho que esto suene a reacción. Lo que, por otra parte, es un error conceptual, pues la reacción lo es a una acción previa y no se conoce ninguna acción articulada por el bien común en este momento.  El programa político debe ser, más allá de la socialdemocracia, un plan inteligente de conducción de la bestia económica hacia la civilidad social. Es necesario que se instruya para que el planeta entero tenga países capaces de sostenerse con su trabajo sin que otros interfieran malignamente en su prosperidad. Y es necesario que encontremos el modo de que el planeta sobreviva a nuestra irracional capacidad de destrucción sea cual sea el sistema económico. Lo que no implica renunciar a su completa transformación en un hogar habitable para los seres humanos con la ciencia como instrumento.  Los conceptos claves son, ley, educación, democracia y transparencia articulados en un Estado en permanente rendimiento de cuentas. Ninguno de estos valores implica adoctrinamiento. De la dialéctica entre ellos debe resultar el perfeccionamiento de las instituciones. El resto es el coraje, la fuerza de perseguirlos sin dejarse corromper y sin dejar que la sociedad se criminalice abortando cualquier síntoma por débil que parezca. En este programa ¿dónde está la izquierda o la derecha?, pues en su aplicación o en su rechazo. Ni más prejuicios históricos para salvar al mundo destruyéndolo, ni más elogios de la libertad secuestrándola. Obviamente la «naturalidad» de la economía de mercado para la producción y distribución de riqueza queda supeditada al efecto que la robotización producirá sobre la estructura económica en el futuro. Efectos aún no bien vislumbrados, aunque, sin duda serán importantes, pues pueden conducir a un crecimiento exponencial de los servicios mutuos entre ciudadanos, una vez reducida drásticamente la participación en la producción de bienes esenciales de la mayoría de la población. Igualmente habrá cambios en lo relativo a la alternancia en la propiedad de los sistemas automáticos principales y su contribución a la riqueza común.
Hasta aquí la parte común del programa. La parte diversificada es el complemento imprescindible de la libertad de fabulación y su expresión abierta. La mayoría de nuestros problemas actuales provienen o de la debilidad de la instituciones y su cambio a mejor o de la pretensión de tener una única concepción del mundo, cuando una y otra vez observamos que se es plenamente humano, tanto creyendo en un Dios provisor, como creyendo que el mundo es un enigma tan interesante que no tiene solución.

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