Hacía tiempo que no veía en un político profesional un gesto de esta magnitud. Se trata de la posición adoptada por el «Presidente de la Cámara de los Comunes británica», John Berkow en relación con la posibilidad protocolaria de que el Presidente Trump se dirija a las cámaras de comunes y lores del Parlamento británico. En una sesión reciente dijo que dirigirse a las cámaras no es un «derecho automático», sino un honor que hay que ganarse. Recordó también que junto con el Lord Chamberlain y el Presidente de la Cámara de los Lores él tiene «las llaves» que permiten el acceso al Hall del Parlamento. Añadió que ya tenía claro, por las posiciones del presidente americano en materia de sexismo y racismo que no colaboraría en la visita, pero que después de la Orden que prohíbe el acceso a los nacionales de siete países de religión musulmana, mucho menos. Al final de su intervención aplaudió ruidosamente el lado izquierdo de la cámara mientras el lado derecho no movió una ceja. A esta lado de la cámara miraba en la última parte de su intervención enfatizando la importancia de que el Parlamento se respetase a sí mismo con un tono de reproche que parecía poner de manifiesto que estos parlamentarios conocían de antemano lo que iba a decir y se lo habían reprochado. Lo mejor es escucharlo:

Naturalmente no se han hecho esperar críticas bastante acerbas acerca de su intervención. En el vídeo que sigue se dice de él que es «pomposo», «hinchado», «acomplejado», «pequeñajo», «pequeño pijo», «pequeño pavipollo», «enano», que la invitación es de la corona y que el presidente del Parlamento no puede mandar más que la Primer Ministro. Además el «comentarista», a la pregunta de la entrevistadora, sobre si es «torie» dice displicentemente «nunca fue un torie». No sabemos si nunca tuvo carnet o nunca tuvo el espíritu de los tories.

El nivel de los insultos a una autoridad institucional parece indicar que ha molestado bastante la intervención. Un malestar que también es proporcional al valor que ha tenido Berkow.  Es absolutamente excepcional que haya podido prevalecer el criterio de alguien supuestamente tan constreñido por las tramas que tejen las instituciones. ¿Cómo se ha librado de ellas, para poder decir algo así? Es muy sorprendente y digno de mención. Desgraciadamente tenemos que sorprendernos de que la independencia legislativa se ejerza cuando habitualmente los ejecutivos, grandes expendedores de cargos, suelen contaminar, hasta el seguidismo más absoluto, a los grupos parlamentarios que actúan al dictado de los intereses partidistas o gubernamentales. Habrá quien venda esto como una perturbación institucional que dé la imagen de un Reino Unido no cohesionado ante el gran primo americano. Pero no debe haber sufrimiento, pues para galimatías institucional (afortunadamente) el que padece el propio invitado Trump en su país con la contestación judicial a sus úcases.

Está en la naturaleza de la mitad de los seres humanos admirar el liderazgo negativo, el poco ejemplar, el bravucón, el amenazante y desconsiderado. Y en la de la otra mitad el admirar el liderazgo ejemplar, noble, dialogante y educado. Los primeros buscan en su campeón quien, al modo hobbesiano, los proteja, sin gran esfuerzo por su parte, de los supuestos males normalmente relacionados con egoístas reclamaciones de libertades negativas.  Los segundos esperan que el gobernante, además de un resuelto ejecutor de la ley y los programas sociales, sea un ser ejemplar que, incluso sobre sus propios intereses o inclinaciones, sepa representar una visión honrada de la imagen social que propulse hacia una mejor sociedad. Objetivo que es más un criterio para la disciplina institucional que una meta alcanzable como resultado de una transformación de la naturaleza humana de imposible consecución sin dejar de ser propiamente humanos.

Honor a este pequeño gran hombre, Berkow, que nos reconcilia con las instituciones. Tal vez algún día escuchemos algo así de nuestros dóciles y transitivos presidentes de cámaras  o gobiernos «cueste lo cueste, les cueste lo que les cueste» como dijo de forma elocuentemente infame el presidente Zapatero en la más inoportuna de las ocasiones. Curiosa postura aquella de mayo de 2010 de mostrarse enérgico y altruista para perjudicar a la población cuando había sido tan débil para interrumpir, primero, y reconocer, después la burbuja inmobiliaria y sus fatales consecuencias para la economía y salud mental de los españoles. Una cobardía institucional de la que también es buen ejemplo el actual presidente Rajoy con su consabida muletilla de «no he leído el documento al que usted hace referencia» para salir de cualquier supuesto aprieto. Un truco que lleva usando desde los «hilillos del Prestige» hasta el reciente dictamen del Consejo de Estado sobre el caso del Yak-42. O qué decir de las formas que exhibe Pablo Iglesias, el líder de la «radical renovación política», cuando siempre llega tarde a reprochar los comportamientos de sus correligionarios usando el lenguaje Orwelliano que también debe conocer por su formación universitaria politóloga. En fin, es una desgracia que cuando nos llega alguien «sincero» sea como Trump y la alternativa sea el doble o triple lenguaje de los políticos «prudentes» que nos crean tan gran malestar con la disonancia entre lo que escuchamos y lo que sabemos nosotros y ellos. Quizá nuestros políticos no han terminado de creerse algo tan elemental como que ya no se dirigen a una población iletrada, sino a generaciones difíciles de engañar. Y todo eso sin tener en cuenta que no todo el mundo sabe redactar un ley, pero que todos saben si es injusta o no, demostrando que la perversión del lenguaje no impide la prevalencia del pensamiento, como muestra la cobardía civil de aquellos que no saben actuar como Berkow.

Para terminar hay que decir que es deprimente que ya en el discurso funerario de Pericles hace 2500 años se afirmara con decisión lo que parece estar aún sin resolver por los herederos culturales de lo griegos:

«... mantenemos siempre abiertas las puertas de nuestra ciudad y jamás recurrimos a la expulsión de los extranjeros…«

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