Cuando asistí al primer acto de graduación en la universidad en 2001 escuché la palabra «egresado«. No me resultaba conocida y me dijeron que era el nombre que se le daba a los alumnos que, una vez acabados sus estudios, dejaban la universidad. Como siempre me ha interesado la etimología de las palabras por lo esclarecedora que resulta para una compresión de las implicaciones del concepto que nombran, hice una pequeña investigación y encontré en un diccionario de latín que «gressus» significa «acción de caminar«. Por tanto, «e-gresar» es el acto de caminar hacia fuera. En seguida me vino a la mente que con distintos prefijos se podía crear una familia de palabras como «in-gresar«, «re-gresar» y «pro-gresar» (ver el gráfico) que no necesitan más explicación que es el prefijo el que indica el sentido del movimiento: ; «re» – hacia atrás; «pro» – hacia delante»; «in» – hacia dentro y «e» – hacía afuera.

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Este patrón me ha servido a menudo en algunas conferencias aplicándolo a otros lexemas como «yecto» que proviene del latín «iacio» que significa «lanzar, arrojar, echar«. Sirva el ejemplo de la famosa frase César «Alea iacta est«, «la suerte está echada«. En este caso ,usando los prefijos, se obtienen las palabras «inyectar«, «eyectar«, «reyectar«, y proyectar«, que significan respectivamente «lanzar hacia dentro«, «lanzar hacia fuera«, «lanzar hacia atrás» y «lanzar hacia adelante«. Tres de estas palabras están en el diccionario de la Real Academia y una de ellas (reyectar) no. Sin embargo nos la encontramos en la versión inglesa «reject» en los dispositivos electrónicos de apilamiento de DVDs y significa «rechazar«.

Finalmente, si les parece que el patrón es correcto, podemos utilizarlo con el lexema «volüto» que significa «rodar, dar vueltas«. De ahí puede venir la marca de coches «Volvo» por ejemplo. Pues bien aplicando los prefijos obtenemos: «in-volución«, «e-volución«; «re-volución» y «pro-volución» (ver el gráfico siguiente). Con la lógica anterior deberían significar respectivamente «volver hacia dentro«; «volver hacia fuera«; «volver hacia atrás» y «volver hacia delante«.

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Pero es sabido que el lenguaje tiene desarrollos orgánicos, llenos, precisamente, de vueltas y revueltas que no siempre tienen una lógica extricta, salvo la de la comunicación pragmática. De hecho el Diccionario de la Real Academia dá las siguientes definiciones para tres de estas palabras:

  • Involución: Detención y retroceso de una evolución biológica, política, cultural o económica.
  • Evolución: Desenvolverse o desarrollarse, pasando de un estado a otro.
  • Revolución: Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Como se ve ninguna de ellas expresa de forma clara nuestro planteamiento y hay una cuarta sugerida por el sistema generador que no está en el diccionario. La lengua no la ha considerado necesaria para expresar los movimientos circulares. Así «involución» se suele utilizar en el ámbito político como una palabra asociada con la reacción hacia posiciones anteriores, papel que debería jugar la palabra «revolución» en nuestra lógica. La palabra «evolución» es coherente en desarrollos orgánicos pues siempre va de dentro hacia afuera. Dada que la revolución es definida como «un cambio rápido y profundo», no se indica si es hacia atrás o hacia adelante. Sólo que es brusco, lo que sería de aplicación en política tanto para un asalto violento al capitalismo (la revolución rusa) como para un golpe de estado para acabar con la democracia (el 23-F). Véase, si no, esta otra acepción de la palabra revolución :»cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas» que refuerza la ambigüedad del concepto, pues no indica el sentido del cambio a pesar del prefijo «re«. Por otra parte, aunque no lo refleje el diccionario, la palabra revolución se ha cargado de sentido subversivo. Si alguien dice revolución apunta hacia la destrucción del statu quo, supuestamente injusto, para instaurar nuevas instituciones para una sociedad más justa, cuyo motor serían fuerzas pro-gresistas que desean un sociedad igualitaria.

Siendo así, la propuesta sería acabar con la ambigüedad del término sustituyéndolo por la palabra «provolución» que obviamente significaría «girar hacia delante«. De admitirse, sería una palabra nueva, fresca y del gusto moderno de estrenar palabras de vez en cuando. Es una palabra sin ambigüedad hasta cierto punto, pues propulsa hacia un «adelante» que impide volver hacía ninguna propuesta ya experimentada y que, por tanto, obliga a la novedad. Y en materia social la novedad excluye a todos los fracasos ya contabilizados para organizar la sociedad: nazismos, comunismos, liberalismos o, incluso, capitalismos. Fracasos que probablemente tengan su origen en el significado del sufijo «-ismo» que significa «doctrina» con lo que implica de hinchazón de una posición política. En efecto, se puede creer en las virtudes de lo nacional, lo comunal, lo liberal y, desde luego, del capital, pero no en la pretensión de que estas dimensiones ocupen todo el espacio axiológico como ocurrió en tiempos con los regímenes asociados y ocurre, hoy en día, con el mercado capitalista. No hay nada más repugnante, una vez agotada las trazas de humor que pueda haber en la expresión, que la frase «estoy de nuevo en el mercado» que suele utilizar la gente para expresar que ha roto una relación sentimental. Afortunadamente ni la palabra «democracia» lo sugiere ni el concepto incluye a tal tipo de patología social excluyente.

No voy a perder mucho tiempo reconociendo que la lengua tiene una autonomía tan poderosa que no hay propuesta que prospere si no es adoptada por los hablantes. Pero nunca como ahora la máquina de hacer emerger y de hacer desaparecer palabras ha funcionado con más eficacia. Así, «ningunear» o «buenismo«, una recogida en el diccionario y la otra no, son buen ejemplo de las modas en el uso del lenguaje. La literatura y los medios de comunicación son vehículos poderosos para esa misión. Por tanto la propuesta es con ánimo de alegrar la mañana y buscar un padrino mediático para su difusión, si a alguien influyente le hace gracia. Al fin y al cabo la lógica del lenguaje ya fue suficientemente desacreditada por el gran Jorge Luis Borges en su «Idioma analítico de John Wilkins«.

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