Cuando en español se quiere enfatizar una afirmación se dice que es «una verdad como una casa«. Es una frase que a los que nos dedicamos a la construcción de edificios nos llena de orgullo porque se relaciona el producto de nuestro trabajo con la fundamental aspiración humana que es la verdad. Sin embargo, actualmente, el grado de cinismo exhibido al mentir por figuras públicas que deberían ser ejemplares produce miedo y plantea un desafío al tiempo. Se está observando que desde la simple mentira, estamos ya en el uso impune y desvergonzado de la falsedad más evidente con el propósito premeditado de confundir. Es la anti ilustración. El asunto ya fue tratado seriamente en la Grecia clásica. El sofista Protágoras dijo famosamente que «el hombre es la medida de todas las cosas«. Una frase que en su contexto instauró el relativismo de las opiniones. Protágoras consideraba que toda opinión al tener origen en un individuo podría ser contradicha por la emitida por otro individuo. De este modo siempre era posible debilitar un argumento por fuerte que pareciera poniendo en cuestión a la fuente o los hechos antecedentes. Podemos defendernos acudiendo al viejo truco de aplicarle a Protágoras su propia medicina. Es decir, considera que si toda opinión es relativa, también la suya puede ser contradicha legítimamente diciendo lo contrario, o sea, que no toda opinión es relativa.

La ciencia resuelve el problema no atendiendo a la tentación de discutir la cuestión y dedicándose a fundamentar sus teorías en la experimentación o en la coherencia. Es decir si una afirmación explica un hecho físico se acepta y si una teoría, que no puede ser probada por la lejanía espacio-temporal de su objeto (en general relativo a la cosmología), se acepta si es coherente internamente. En todo caso, cualquier hecho contradictorio desbarata la limpieza de las creencias científicas dando lugar a un proceso de recuperación de la coherencia entre la teoría y los hechos, pero sin perder de vista que nuestras teorías son construcciones intelectuales. A nadie se les escapa que todo esto necesita de consenso de la comunidad científica y el compromiso de creer sobre todo en la provisionalidad de sus afirmaciones a la espera de nuevos hechos. Todo este cuerpo de creencias tiene hoy en día tanto prestigio por sus logros tecnológicos. Algo habrá de verdad en el corpus teórico científico si se ha llegado a un punto de control tal sobre la realidad. Y toda esta venturosa convergencia en la verdad científica se produce cuando esta comunidad, precisamente, ha aceptado como suya la idea de que la realidad es relativa. Un relatividad que hace posible que nuestra experiencia sensible sea estable al ser independiente de la velocidad que tenga el sistema (por ejemplo una bolita llamada Tierra) en el que seamos transportados.

Sin embargo, en el terreno de las verdades que fundamentan la acción social la situación es bastante incómoda para nuestra mente que necesita un suelo firme. Al contrario que en el terreno científico los hechos son más vaporosos, el consenso muy difícil de obtener cuando está en juego el poder o el dinero y la relatividad es vista como un mal. Y, en efecto, los hechos son difíciles de probar porque son episódicos (no se repetirán), mientras que la gravedad o la radiación está siempre presente para comprobar las afirmaciones que se hagan sobre ellas. Pero también en el ámbito de la verdad social la relatividad es estructural y por tanto no debemos luchar contra ella, sino entenderla y utilizarla. Me explico:

Si hubiera verdades absolutas ¿cómo lo sabríamos si no es posible acudir a la experimentación con la misma contundencia que en el mundo físico? Además, se producirían conflictos irresolubles entre aquellos que las sostuvieran y aquellos que no. Si tal carácter absoluto se pudiera probar como en la ciencia, sería poco inteligente oponerse. Al no ser así solamente se puede creer en ellas como ocurre en las religiones o acercarnos a los hechos con métodos contrastados de razonamiento y deliberación. Pero el caso es que, aún no contando con verdades absolutas siempre habrá para quien quedaría justificado la violencia física o moral (como de hecho se ejerce) en base al deber de imponer dichas verdades. Esta fuerte sensación de estar en la verdad explican en el pasado remoto y reciente (Irlanda del norte) que Europa se desangrara entre católicos y protestantes y que, hoy en día, sunies y chiies se enfrenten a muerte en el mundo musulman.

La relatividad que Protágoras enuncia tiene origen, primero, en la individualidad o proliferación de puntos de vistas y, sobre todo, en la independencia de las emociones respecto un determinado marco moral. Por ejemplo a un árabe o a un judío le produce repugnancia (el asco es una emoción) si saben que han consumido inadvertidamente tocino. A un europeo no. Es decir, las emociones son independientes de las conductas asociadas a las distintas culturas. Esto explica y hace posible que se viva en paz en cada cultura, por extraño que resulte el comportamiento para otra cultura. Las emociones (como la luz) no están ligadas universalmente al tipo de conducta que las provoca, por lo que no pueden servir de referencia absoluta, pero hacen la vida en un determinado marco social soportable e incluso satisfactoria. Por ejemplo la felicidad no está descartada entre caníbales (creo que se reían mucho en la sobremesa). Uno examina las propias reacciones y encuentra igual de cómodo a los individuos en una cultura que acepta la ablación como en otra que acepta la igualdad de la mujer. Si hubiera una respuesta emocional rígida no serían soportables determinadas costumbres aunque se hubiera criado uno en esa cultura. Si hay una repugnancia universal a alguna práctica habría que pensar que es absolutamente rechazable. Es el caso, por ejemplo del parricidio o el incesto. Dado que la emociones no ayudan a la razón a establecer verdades universales y, por tanto, absolutas el único camino práctico sería establecer una verdad para la especie humana, que aún siendo relativa para otras especies o criaturas, nos serviría para nuestro gobierno. Por otra parte, la razón tampoco puede ayudar mucho si no hay respeto por los hechos bien constrastados como ocurre en el terreno científico. En el ámbito social los hechos son esquivos y por esa fisura entran todos los populismos. Una fisura que la política convencional ha permitido que se ensanche por indiferencia culpable.

La lectura de un artículo de Soledad Gallego me ha llevado a un artículo en el Financial Time escrito por Timothy Harford . La lectura de ese artículo me ha llevado a interesarme por el profesor Robert Proctor* que acuñó el término «agnotología» y es docente e investigador de la reputada Universidad de Stanford en Estados Unidos. La nueva palabra es un compuesto de a=negación + gnosis=conocimiento + logos=ciencia. Es decir ciencia de la negación del conocimiento. Parece bastante contradictorio pero la materia de la que están hechas las palabras lo admite. Piénsese en la palabra «lívido» que significa tanto morado como blanco intenso. Pues bien en este caso el profesor Proctor propone esta palabra para definir la situación que estamos sufriendo en este momento debido al abuso que determinados grupos políticos están haciendo de una criatura fundamental para que las sociedades pervivan: la frágil y sutil construcción que es la verdad humana. Nos cuenta que esta desgraciada estrategia fue inventada por las tabaqueras norteamericanas cuando advirtieron la proliferación de informes indiscutibles que relacionaban el tabaco con el cáncer de pulmón. La estrategia consistió en atacar tanto a las fuentes (el autor de informe) como ¡a los propios hechos!. Jon Christensen, profesor de la universidad de California, dice que tal parece que los políticos en Estados Unidos (ya está llegando a España la moda en forma de finiquito diferido) están empleando el manual de las tabacaleras. De hecho un informe interno de las tabacaleras decía que «la duda es el método» pues «es el mejor modo de competir con el cuerpo de hechos y crear controversia» (¡belcebú los confunda!

Si al artículo sumamos algunas reflexiones propias se identifican varios factores por los que la gente atiende antes a la propaganda que a los hechos:

  1. La mentira provoca la reacción de quienes tiene pruebas en contrario. Pero la verdad bien fundada neutraliza la mentira concreta al tiempo que excita el temor a otras amenazas asociadas.
  2. Nuestro modo de razonar está más dirigido a conservarnos dentro de un determinado grupo con el que nos identificamos que a abrazar la verdad probada.
  3. Antes los mismos hechos las personas analizan y concluyen en función de sus patrones ideológicos y emocionales, además del papel que cumplen los intereses económicos o de status a la hora de construir razonamientos bienintencionadamente sin fundamento.
  4. Tenemos una gran habilidad para construir razonamientos para mantener nuestras creencias con aspecto aseadamente racional. Espontáneamente consideramos el asunto desde otras ópticas no para clarificar, sino para dar alcanzar una meta previamente establecida como creencia.
  5. El gran impacto que la propaganda electoral concentrada en unos pocos días en las campañas electorales o en la publicidad comercial produce sobre las creencias al reforzar las más consolidadas y a barrer las dudas que podrían hacer cambiar de opción política o de consumo.

En positivo, el artículo concluye que la curiosidad científica es la clave. Por lo que hay que estimularla popularizando las ciencias sociales al estilo de los que hizo Carl Sagan con el cosmos. Necesitamos un divulgador poderoso de lo que sabemos sobre nosotros mismo, como lo han sido Hans Rosling, Steven Pinker o Rodríguez de la Fuente en cierto modo. Si nos interesamos por la ciencia nos interesamos por la verdad que está a nuestro alcance.

Añadimos la importancia de la metacognición. Esta habilidad de la mente humana consiste en desdoblar el pensamiento consciente para convertirse en espectador privilegiado de las propia forma de razonar. Es decir, pensamiento sobre el propio pensamiento en un mismo acto. De ahí deriva una actitud sanamente irónica al observar los virajes del pensamiento para llegar a una conclusión establecida de antemano. Vemos así las trampas que nos hacemos en el solitario mental. Un juego al alcance de todos que nos convierte en epistemólogos críticos como indica David Perkins de la Universidad de Harvard. También sería fundamental la formación en la identificación de falacias del pensamiento que despertarían el interés por atacar el problema de forma distinta dado que el primer intento puede mostrar inconsistencia lógica.

Si esta es la vía hay trabajo, pues, no estamos formados para la lectura reposada, el análisis cuidadoso, el diagnóstico certero y las conclusiones políticas o sociales apropiadas. Casi todo el mundo de la comunicación no regulada y del entretenimiento conspira a favor del pensamiento mágico, la pereza conceptual y el «dolce pensare niente«.  Creo que, una vez que parte de la clase política ha recreado el mundo sofista de Protágoras tenemos un problema muy grave. Por eso se necesitan combatientes de la verdad como Scott Pelley presentador de la CBS que se niega trasladar de forma ambigua la contrainformación (mentiras) de su presidente a la audiencia. En España hace una labor parecida los programas de radio y televisión que usan la hemeroteca para, al menos identificar contradicciones en las declaraciones que obliguen a los que las profieren a fundar mejor sus declaraciones y a coordinar sus promesas y actos. La verdad está en juego, o sea, nosotros estamos en juego.

(*) El nombre de Proctor me recuerda mis tiempos en el laboratorio de ensayos del COAATMU donde se realizaban el ensayo Proctor Estándar y Proctor Modificado, un invento del Ingeniero Ralph Proctor para medir el grado de compactación de firmes para la circulación de vehículos de todo tipo.

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