«¿Gato blanco, gato negro?, lo importante es que cace ratones«, dijo cuando gobernaba Felipe González, tras un viaje a la China de Deng Tsiao Ping. Con esta frase y su propia actitud estaba mostrando el extraño ser que surge del hundimiento, en el final del siglo XX, de la ideología social, aquella que parte del hombre y no de la eficacia. Precisamente el neoliberalismo surge de la idea de confrontar el Estado como generador de derecho con el Estado como máquina eficaz de gobierno mercantil. Está claro que, el que fue exitoso gobernante, empezó entonces un giro coherente con su opinión de que, aún con su peligro de muerte, el metro de Nueva York era más atractivo que el de Moscú. Pero, en 1996, los electores pensaron que para que los gobernara una copia de neoliberal preferían el original que parecía representar José María Aznar. Un gobernante que, sin complejos, puso en marcha una máquina inmobiliaria e inflacionaria a la que no le daba más de ocho años de vida, por lo que anunció su retirada con tiempo. Su desgobierno fue tan espectacular que despertó el hambre de quién tenía en sus proximidades (Rato) y quien tenía en sus lejanías (cualquier militante propio o ajeno con poder de desviar dinero público, en Madrid o en Sevilla, en Coruña o Valencia, en Barcelona o Cádiz) hasta el punto de sacar de su modorra al sistema judicial y darle trabajo para veinte años. Una corrupción que tiró por tierra cualquier pretensión de pureza y potencia del mercado para dejar el país a su merced. Es realmente curioso como González y Clinton (otra convergencia de astros) bajaron banderas sin cobrar réditos políticos. Al pragmático español los sustituyó el liberal (a la Española) Aznar y al simpático demócrata americano el libertario (e ignorante) Bush.

Dado el estado de confusión en el que nos encontramos, que llega al extremo de que la población británica se haya tragado el caramelo de la soberanía (libertad de una nación) sin advertir en qué manos se pone con el brexit, es necesario recapitular. ¿Cómo y cuándo surge el neoliberalismo y cuándo y cómo se vacía el odre de la ideas sociales? No perdemos de vista el movimiento de los comunes que buscan un espacio entre los dos polos que representan el Estados totalitario y Estado mínimo.

¿Serán el neoliberalismo y el socialismo dos formas de ver el mundo igualmente afirmadas o contradichas por los «hechos»? La expresión «socioliberalismo» es una provocación hecha desde la decepción que produce comprobar el narcisismo asociado a unas determinadas posturas intelectuales. Quizá, la más humilde de las posiciones sea aceptar las limitaciones de los seres humanos para tener una visión comprensiva de la dinámica y multiforme realidad. Pero, lo cierto es que una vez que alguien tiene un destello, se dedica a pulir su idea protegiéndola de otras ideas cerrando la esfera a toda intromisión buscando coherencia. Bastante complicado es el mundo para que lo hagamos incomprensible a base de establecer trincheras y buscar conmilitones para disparar al otro lado de la estepa intelectual. Soy consciente de que, en filosofía y en el pensamiento en general, cualquier aserto, incluido el de «esta verdad es histórica», puede quedar maltrecho cuando, al menos durante una larga temporada, parezca ser una verdad ahistórica. Es decir, cuidado con ser demasiado asertivo, pues la realidad, esa autónoma y tantas veces opaca realidad, nos dará un sopapo y nos sacará de nuestras convicciones. En esta postura abierta quiero situarme para leer a autores tan distintos en sus posiciones como Nozick y Hayek, de una parte, frente a Rawls y Christian Laval y Pierre Dardot, de otra.

Es paradójico que la democracia sea objeto de vigilancia, tanto por parte de los neoliberales como de los neocomunistas. En efecto, el neoliberalismo sospecha de una democracia si permite al Estado corregir los ciclos económicos en vez de dejar que estos ocurran libremente. Al tiempo, los neocomunistas sospechan de la democracia, a la que llaman despectivamente, formal, porque «tras la apariencia de libertad para las distintas opciones políticas, se esconde la perseverancia de los partidos burgueses en la explotación de la clase obrera«. Esta simetría en el ataque, quizá sea una pista para comprobar si la democracia puede ser el fundamento de un régimen político en el que quede frustrada la pretensión de que el poder resida en las grandes corporaciones, instituciones autoritarias donde las haya, o el Estado planificador, institución potencialmente totalitaria.

Hoy por hoy, la ideología emergente es la que nació, en el plano teórico, en la universidad de Friburgo en Alemania en los años 30 y fue presentada en la revista Ordo con la influencia de la escuela de Viena. Teoría que se aplicó en el renacer de Alemania tras la II Guerra Mundial y todavía hoy vemos reflejada en la exigencia alemana de austeridad mediante control del déficit y la inflación a toda la Unión Europea. Postura que se extendió y «agravó» en Gran Bretaña y Estados Unidos como reflexión a partir de los libros de Friedrich Hayek de 1943 y 1960, y como ejercicio político a partir de 1979 con la llegada al poder de Margaret Thatcher. Agravación que se explica por la pretensión de economistas como Gary Becker de extender el modelo de competencia a todos los órdenes de la vida. Una postura que hoy vemos hasta en la frivolidad con la que las personas consideran que su búsqueda de equilibrio sentimental es una «puesta en el mercado».

Thomas Sowell considera que la humanidad se divide entre aquellos que sostienen una visión trágica de la vida y los que tienen una visión idealista de la misma. Si esto esa así, tiene su reflejo más influyente en las actitudes políticas. Del conjunto de características de estas dos posiciones hay una que marca nuestra discusión. Los «trágicos», tengan éxito económico o simplemente lo deseen, piensan que no debe haber trabas a sus intentos de conseguirlo, en el bien entendido de que su acciones individuales egoístas tienen efecto positivo sobre la sociedad por mecanismos no bien conocidos. Por el contrario, los «idealistas», piensan que la solidaridad humana, la compasión, la justicia económica son prioritarias. Si estas dos posturas son radicalmente originarias, sin impostura alguna, hay que contar con las dos para gobernarnos socialmente, controlando la deriva hacia los males que puedan traer una y otra en sus aplicaciones extremas. Ya sea generando un mundo frío de pobres y ricos crecientemente diferenciados, o sea una sociedad en la que desde la familia a la asistencia social se rija exclusivamente por criterios económicos (recientemente en Ohio, USA, se ha propuesto dejar morir a los drogadictos reincidentes en sufrir sobredosis, a pesar de que se cuenta con la medicación de choque correspondiente). O bien generando una sociedad que por deslizamiento a la hipertrofia del Estado permita que el Big Brother literario se haga horrorosa realidad.

En definitiva, es necesaria un trabajo teórico y práctico sobre el modo de articular libertad y justicia social, pues la libertad extrema en el ámbito económico deja a la inmensa mayoría de la población en umbrales de supervivencia debido fundamentalmente al crecimiento de la población y los avances en medicina, sean cuales sean sus talentos y energía emprendedora. Y, por otra parte, la regulación extrema desde el Estado produce atonía y desesperanza, además de estrafalarios gobernantes que pronto caen en la tentación de la represión criminal. Sabemos demasiado para no caer en ambos polos. La realidad es demasiado compleja a pesar del Big Data. Toda coherencia extrema es demencia.

 

 

 

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