Cuando se presenta el insomnio el cerebro trabaja solo. No me hago responsable. Yo me he limitado a tomar notas al dictado (las 4:45 de un día cualquiera)

La Voluntad de ser es la fuerza primordial para toda porción del universo. De ella para el nivel humano emanan dos voluntades derivadas: la de permanecer en la individualidad hasta el agotamiento de la vida posible y la de prolongar la existencia más allá de la muerte. De la voluntad de vida  emana la voluntad de poder y la voluntad de reconocimiento. De la voluntad de inmortalidad emana la voluntad de reproducción y la voluntad de reputación.

Todas estas voluntades pueden ejercerse ordenadamente si se armonizan con las de los demás o pueden desordenarse si se ejercen a costa de los demás. Todo conflicto nace del poder tiránico, la ausencia de reconocimiento o reputación y el descontrol de la pulsión de reproducción como seducción o fecundación. Los conflictos en determinados grados de paroxismo generan la voluntad de muerte.

El reconocimiento es una pulsión que reclama tanto el aprecio de los próximos como la admiración de los ajenos. Como estas voluntades son compulsivas, la vida buena tiene que proceder de la inteligencia. Es decir, de la voluntad informada. O sea, de la voluntad con alternativas vislumbradas como destructivas o constructivas. La sociedad tiene que instituir para no permitir que poder, sexo, aprecio y admiración sean disfrutados con diferencias entre individuos que superen los umbrales que provoquen la percepción de carencia o exceso.

El ser humano reacciona emocionalmente cuando percibe estar fuera del intervalo de normalidad. Las emociones quedan asociadas a los usos sociales de forma prácticamente indeleble, por lo que es necesario educar para que no se acepte estar por debajo del umbral de carencia ni se permita estar por encima del umbral de exceso.

Se necesita una filosofía nueva de la voluntad y su aliada la verdad. De ella se derivará una nueva política y un nuevo arte. La verdad es el objetivo de la voluntad armonizada de todos los individuos. La verdad se encuentra en el ajuste de los sentidos, el pensamiento, la razón y la acción con sus correspondientes mundos percibidos: el mundo sensible, el mundo inteligible, el mundo de la esperanza y el mundo práctico. La regulación de esos cuatro mundos tiene dos dimensiones: la individual y la social. La regulación de la dimensión individual la llamamos ética; la regulación de la dimensión social la llamamos moral cuando el factor regulador es el aprecio público, y la llamamos ley cuando el factor regulador es la coacción pública. De no darse la verdad ética en cualquiera de los mundos, el individuo experimenta culpa; de no darse la verdad moral, el individuo experimenta vergüenza y de no darse la verdad legal el individuo experimenta pérdida de su patrimonio o su libertad.

En la actualida el mundo occidental está sufriendo la caída de la verdad moral con graves consecuencias para la verdad ética, que depende de ella a través de la educación y la propia biografía del individuo en entornos variables. Este debilitamiento de la verdad moral tiene origen en la desaparición de la referencia religiosa trascendente sin que haya sido sustituida por una referencia natural inmanente de igual potencia. En Oriente la persistencia de la referencia religiosa es tan poderosa aún que es inevitable el desgarro por la atracción de la moralidad occidental en su estado actual.

La situación en tierra de nadie de Occidente debilita el liderazgo por ausencia de la antigua legitimidad y de la que ha de llegar para la supervivencia de la civilización. El desgarro en Oriente exacerba el fanatismo por el contraste, en la mismas coordenadas temporales, de niveles morales separados 500 años en términos de la historia occidental. La colisión entre ambos conflictos civilizatorios sólo puede tener salida a través de lo que ambas tiene en común. Es decir, la entrañable aspiración a una vida buena de la inmensa mayoría de los seres humanos que constituyen ambos grupos. Sólo la élites que en Occidente miran al Elector y el Oriente al Libro pueden producir la catástrofe.

Para evitarla se necesita que la élites contribuyan a instituir una mayor presencia de la voluntad de vida en la toma de decisiones regulando la participación de mayorías al tiempo que renuncian a la falta de verdad cognitiva producida por la mentira premeditada. La verdad cognitiva ha llegado al grado de sofisteria actual debido al empeño bienintencionado e, incluso, necesario durante el siglo XX de discutir certezas. Pero una vez limpio el escenario de la credulidad es necesario restaurar una verdad absoluta para la especie humana. Esta verdad, absoluta por elemental, es que ninguna política o estrategia que conlleve la destrucción física o psíquica de un ser humano estará permitida. Toda coherencia extrema será considerada demencia. La acción necesita un plan que siempre será teórico hasta su aplicación. En cuanto de la aplicación de este plan de deriven  efectos que atenten contra la verdad absoluta de la especie, será derogado.

La naturaleza humana nos condiciona, pero no nos paraliza. En todo caso, empleando la bella expresión de Nietzsche,  bailaremos aunque sea encadenados. La voluntad de vida nos lo permite, siempre que ningún individuo o grupo pretenda monopolizar su disfrute.

© Antonio Garrido Hernández. 2013. Todos los derechos reservados.

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