Berlin, Isaiah


Este artículo fue publicado en la revista de IECA

El conocimiento, entre otras cosas, es la lucha contra el prejuicio. El prejuicio tiene sus aspecto positivos (así lo dice Gadamer), pero uno de los prejuicios que más daño nos hace es la creencia en la armonía completa de los valores humanos. Es decir que los valores de justicia o predominio del más fuerte, conocimiento o entretenimiento , amor o promiscuidad, prudencia o vitalismo, nacionalismo o universalismo o libertad o sometimiento pueden caber en el mismo espacio axiológico sin entrar en conflicto. Como se ve no se trata de problemas entre valores pertenecientes a sistemas culturales distintos, sino entre valores de un mismo sistema. Los mejores ejemplo de los destrozos que puede producir el conflicto entre valores son las tragedias griegas, que son siempre el resultado de escoger un valor y llevarlo hasta las últimas consecuencias desplazando a los demás. Edipo con su afán de saber, Antígona y el cumplimiento del deber …

Isaiah Berlin[1] nacido en Riga en 1889 tuvo una vida agitada a pesar de su rostro anodino de estudiante compulsivo. Fue espía para el Reino Unido durante años cuando no era necesario lucir músculo ni estar ágil para ello. Era suficiente con inteligencia y sutileza. Es un espía de película en blanco y negro (esmoquin, humo de cigarrillos). Hoy en día, los colores y los efectos especiales han ocultado el diálogo y el flujo de las palabras. Los espías actuales golpean no hablan. Isaiah también tuvo un amor platónico: Ana Ajmátova una poetisa rusa que vivió y sufrió los años de plomo del estalinismo más feroz. Con ella paso largas horas de éxtasis intelectual atenazados por el miedo a la interpretación torticera de un régimen que estableció una nueva categoría de la maldad. Encuentro que dejó el surco de estos versos: ¿Y qué suerte de bebedizo infernal /nos brindó la oscuridad de enero? / ¿Y qué suerte de fulgor invisible / nos volvió locos antes de amanecer?

El joven Isaiah comenzó su aventura intelectual en medio de empiristas convencidos que practicaban, envueltos en humo de pipa, una filosofía analítica con la que rebuscaban en el lenguaje como si fuera una Torá universal. Pronto dejó ese marco y se interesó por la historia de las ideas. Al fin y al cabo el conocimiento progresa en la medida en que la acumulación de ideas permite su comparación y refutación en algunos casos. Su interés fue atraído por la constatación de Maquiavelo de que los valores cristianos y el poder no eran compatibles, lo que quitaba los cimientos a la creencia de los filósofos en alcanzar la verdad con toda certeza. Después Vico y Herder terminaron de darle las claves. A Berlin le pareció ilusoria la aspiración a la certeza absoluta, ni siquiera como meta alcanzable en un supuesto fin de los tiempos. Esta creencia se hizo más viva en la Ilustración cuando se pensó que era cuestión de voluntad, estudio y tiempo el resolver todos los problemas sociales. De este modo creían seguir el modelo que se aplicaba con éxito en la ciencia del mundo físico. Esta fe, según Berlin se apoya en la creencia de que cada pregunta verdadera tiene una única respuesta y que todas las respuestas a todas las preguntas acabarán encajando en un puzzle perfecto. Y los que aún creen en esto opinan que si no hemos alcanzado las Respuestas a las Preguntas es falta de tiempo, pero que antes o después lo haremos. A esto llama Berlin una philosophia perennis una idea de fondo (o una esperanza) que está presente en todos los esfuerzos humanos por encontrar la verdad.  Pues bien, Berlin afirma que ésta es una esperanza vana. Que todos los valores humanos concebibles pueden ser vividos en las combinaciones o agrupamientos que cada sociedad o individuo escoja, pero que todos juntos no pueden ser desplegados con igual intensidad. Postura intelectual que nos lleva, no al relativismo, sino al pluralismo y la tolerancia. Pero que nadie piense que Berlin proponía la tolerancia con los valores crueles, pues una regla es de aplicación a esta postura: el respeto al ser humano concreto. Pero constata que de una sola verdad para todos (postura de todas las sociedades anteriores al siglo XVIII) a cada una con su verdad hay un gran trecho que obliga a encontrar fórmulas de transformación o pasarelas de comunicación entre sistemas de verdades.

La filosofía de Berlin se resume en que en todo lo que concierne a las relaciones entre humanos hay más de una respuesta a cada cuestión planteada. De hecho ocurre igual en medio de la pretendida objetividad  de las ciencias físicas, pues nada menos que la pregunta sobre el tiempo ha recibido dos respuestas diametralmente opuestas: el tiempo es absoluto (Newton) y el tiempo es relativo (Einstein). Desgraciadamente, con las ideas sobre el modo de proceder socialmente no ocurre como con las ideas científicas que siempre pueden ser refutadas con algún experimento o, al menos se puede imaginar un experimento que las ponga a prueba (la falsación de Popper). En materia social el éxito o el fracaso de una idea no es garantía de su aprobación perenne (hasta que aparezca otra mejor) o su rechazo eterno. Por ejemplo, el estado de bienestar está camino del vertedero y las ideas totalitarias están continuamente llamando a nuestra puerta.

Berlin también resolvió la paradoja de la libertad. Concepto del que ofrece dos versiones con aire matemático: libertad negativa y libertad positiva. La primera, llevada al límite, lleva al laisser faire de ultraliberalismo y la segunda, en sus versiones extremas al totalitarismo más absoluto. Sin embargo necesitamos de ambas para alentar la espontaneidad y para proteger al conjunto de los ciudadanos. Como siempre en Berlin, la solución compleja es la más efectiva.

Berlin vivió bien. Tuvo éxito social y profesional y su gran mérito fue despertarnos de uno de los más peligrosos sueños: el dogmatismo. Con él, uno aprende una verdad elemental: todos los días, todos, hay que elegir. Berlin vivió mucho, tanto que en sus últimos años (cuando ya no se dejaba ver) algunos se preguntaban si habría muerto. Cuando murió de verdad muchos lo sintieron y yo lo conocí. Fue leyendo la larga necrológica que le dedicó Vargas Llosa. Después, la lectura de sus libros y su biografía dieron consistencia al personaje en mi mente, para mi suerte.

 

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