Al menos en la emisora de radio que suelo escuchar se me ha hecho evidente que la privatización de la sanidad tiene una consecuencia inmediata: la necesidad de hacer publicidad para que la gente vayamos al hospital A en vez de a la clínica B. Así empezamos a escuchar las ventajas de las coloproctología para estar al día siguiente en la oficina con el final de la espalda en orden o de quitarse el familiar cristalino para sustituirlo por una fría lámina de silicona. Si esta lógica se lleva hasta el final escucharemos anuncios del tipo «podrá seguir bebiendo whisky si se trasplanta el hígado en nuestra clínica» o «¿por qué quedar mal en los vestuarios de pádel cuando se quita los calzoncillos?, ¡doble su apuesta viril!»; quizá también escuchemos ofertas especiales del tipo «Dos eutanasias por el precio de una, ¡convenza a un amigo!».
El cuerpo enfermo y no digamos la mente enferma es una situación de vulnerabilidad a proteger del comercio. Estamos acostumbrados a la intimidad profesional del médico y la enfermera entregadas al servicio público. Nos cuesta mucho trabajo desnudarnos ante un empresa compitiendo con otras a base de bajar costos con los aspectos serios de la sanidad y mostrando, por otro lado, una clara apuesta por los aspectos más superficiales. No son pocas las noticias de jóvenes doctores mal pagados y con contratos temporales que emigran de una empresa a otra después de una década de preparación para cuidar nuestros cuerpos. Obviamente no postulo la desaparición de la sanidad privada, sino evitar la destrucción de la pública a la que algunos aspiran.
Si se contagia de comercialización todos los aspectos de la vida y la muerte se ofrecerán a los ancianos mantener la jubilación a sus nietos durante dos años si aceptan morir antes de los 75 años escuchando a Richard Strauss o convencer a la iglesia católica para que neutralice el éxito del protestantismo, al estimular la riqueza, proponiendo la austeridad como condición sine qua non para pasar por el célebre ojo de la aguja. Vienen tiempos difíciles si no has tenido la precaución de pertenecer al grupo de los «ganadores». También colaboramos nosotros cuando al perder una pareja declaramos «estar de nuevo en el mercado».
Al deslizamiento por la pendiente sanitaria se ha añadido ahora la vuelta de los «Montes de Piedad». También he oído en la radio publicidad para que empeñe sus joyas si ha alcanzado el grado adecuado de desesperación. Vamos bien.