Verano

Ayer, paseando por la playa al caer el sol, ví un señor que podría ser director gerente o consejero delegado de una gran empresa, o quizá, también, un sacristán, no sé. Lo que quiero decir es que su aspecto era venerable y su panza prominente. Canas en las sienes y una mirada hacia la raya del mar que me hacía presumir que estaba en profundos pensamientos. Estaba solo, lo que hizo suponer que era viudo o quizá soltero. De ser lo primero, lo acompaño en el sentimiento, aunque es un caso estadísticamente raro, pues las esposas viven más. En todo caso espero que no haya sido un trance largo y doloroso, aunque algunas arrugas en su frente y junto a los ojos, sumado a un rictus amargo, parecían indica que, lamentablemente, había sido una larga agonía. De ser soltero, tendría que atribuir su rictus a la soledad, esa carcoma de toda felicidad. Nadie a quien contarle nada, ¿cabe más desesperación? Claro que también podría agravarse, y su rostro en conjunto parecía dar pistas, con la solitud: ese carecer, incluso, de la compañía de ese amigo íntimo con el que el poeta conversa para aprender el secreto de la filantropía. Parece un hombre de costumbres humildes sin apegarse a los bienes de consumo. Su aire general me recordaba a una escena que presencié en Isla (Cantabria) sin que nada permitiera adivinar lo que iba a ocurrir. Caminaba por la fina arena de la marea baja con los ojos llenos de contrastes entre rocas, vegetación, y agua, qué agua, qué río puro y purificador. Bañarse en aquellas aguas frías y transparentes, inocentes aguas llegadas de la montaña sin recibir vertidos antrópicos. Aquella experiencia me sirvió para estar preparado para este otro encuentro. Acabo:

Cuando me acerqué (no por mi interés, sino por mi trayectoria normal de paseante) pude comprobar hasta qué punto despreciaba lo innecesario este hombre, que parecía un director gerente o consejero delegado, o quizá, también, un sacristán. Al verme llegar se volvió pudoroso y con donaire, no para ocultar sus sentimientos, sino sus glándulas reproductoras, ofreciéndome a cambio sus nalgas. Admiré su recato y seguí el paseo con mi mujer, que me hizo un comentario que no recuerdo (y eso que fue ayer mismo)…

La libertad en Berlin

En 1958 Isaiah Berlin dió una conferencia en Oxford que se ha convertido en un clásico de la historia de las ideas. En ella acuñó la pareja de conceptos «Libertad negativa» y «LIbertad positiva». Este artículo resume y discute ese célebre discurso.

INTRODUCCIÓN

Según Isaiah Berlin es extraño que nuestros filósofos no parezcan estar enterados de los efectos devastadores de sus actividades. Nos cuenta que Heine (1797-1856) advirtió a los franceses que no subestimaran el poder de las ideas, pues los conceptos filosóficos criados en la quietud del cuarto de estudio de un profesor podían destruir una civilización. Este pensador nacido en Riga, pero criado intelectualmente en Oxford, ha pasado a la historia de la ideas por haber acuñado las expresiones «libertad negativa» y «libertad positiva». Naturalmente sus aportaciones son más densas que lo que se pueda exponer aquí, aunque no se alejan de ese núcleo libertario en el ámbito del pensamiento que cuajó fundamentalmente en los primeros años del siglo XX motivado en gran medida por lo efectos catastróficos de los regímenes totalitarios soviéticos y nacionalsocialistas. Sin pretender cometer la falacia «ad hominem» parece sensato atribuir su punto de vista a lo que a tantos ha llevado hacia el liberalismo sincero: la experiencia terrible del comunismo soviético que vivió su familia, agravado por las persecuciones a los judíos en la Europa del Este. Se formó académicamente en Londres y, probablemente, para él sería una sorpresa encontrarse en Europa tantos y tan devotos defensores del régimen comunista, mientras el Gulag estaba aún activo. Su análisis parte de la contrailustración retomando autores como Vico y Herder que le proporcionaron los mimbres para construir una sólida posición intelectual desde la que observar y juzgar el mundo en los años de las posguerras mundiales. Espió para el Reino Unido con suavidad en Estados Unidos y tuvo que involucrarse en las diatribas para la formación del Estado de Israel.

Berlin construyó su posición intelectual combatiendo contra la clásica pretensión de que cada problema debe tener una única solución y sosteniendo que los valores debe estar en coloquio permanente para compartir el espacio del aprecio humano (espacio axiológico). No se puede decir que fuera un optimista. De hecho, no sé cómo se podría serlo cuando se ha vivido en el siglo que mató a más de cincuenta millones de personas violentamente. El valor que más le interesó a Berlin fue el de la libertad, un concepto que tenía una larga tradición en el empirismo y utilitarismo británico, tanto con Hume, Hobbes, Locke o John Stuart Mill.

La libertad es un valor humano que, como Berlin cree está en conflicto con otros obligando al ser humano a tomar decisiones continuamente. Las tragedias de la antigua Grecia tenían como argumento, precisamente el conflicto de valores. En Antígona de Sófocles se plantea entre la lealtad a la ley o la familia, por ejemplo. La historia del mundo es la historia del conflicto de valores fundamentales, tales como libertad, igualdad, justicia, amor filial, etc. Nuestra época tiene en el centro de la contienda política dos valores fundamentales en conflicto: la libertad y la igualdad. Todo ello en un contexto de progreso material inimaginable un siglo atrás. El conflicto no surge de que los partidarios de la igualdad rechacen la libertad o que los partidarios de la libertad rechazan la igualdad en términos absolutos, sino que los más conspicuos e influyentes partidarios de una u otras llevan su despliegue a niveles demenciales en los que o bien desaparece la igualdad o la libertad. Naturalmente es necesario encontrar un equilibrio en función de la consideración de todo lo que está en juego: nada menos que la paz social, cuando los liberales pragmáticos a ultranza acaparan la riqueza creando un grado de desigualdad que alcanza niveles tan escandalosos como los actuales en los que sesenta personas reúnen la misma riqueza que la mitad de la humanidad (3600 millones). Y está también en juego nada menos que la amada libertad, cuando los igualitarios al ultranza, una vez que muestran que sus políticas llevan a la igualación en la miseria, deciden mantenerse en el poder utilizando la violencia, como muestra el caso actual de Venezuela.

Dada la complejidad de un concepto que se puede incluir entre los más importantes de los valores humanos, merece la pena analizar sus puntos de vista en las coincidencias y discrepancias con quien lo lee, una recomendación que hacemos enfáticamente. Berlin ha influido en los puntos de vista de quienes tiene más interés por eliminar cualquier traba a sus actividades y ha pasado desapercibidos entre aquellos que ponen el énfasis en la justicia social. La razón reside en que, dando por natural el deseo de libertad del ser humano en su sentido más intuitivo, ha puesto mucho énfasis en los riesgos de la libertad que llama positiva por sus rasgos totalitarios, sin reconocer que no es posible ser libre en un cierto sentido sin recursos: Berlin rechaza que ganar status en la sociedad suponga más libertad. Es sorprendente que ambas aspiraciones humanas (libertad e igualdad) no estén en convergencia, al menos hoy en día. Políticamente hay una división, que cualquiera puede advertir, en las posiciones de los electores. Una división que, debido a los sistemas de corrección de resultados en las elecciones, dan una cierta ventaja a las opciones conservadoras que, interesadamente, se acogen a tesis liberales consiguiendo ser apoyadas por los partidos que con más nitidez se denomina liberales que, curiosamente, son minoritarios.

Por otra parte, la tecnología gestionada por la iniciativa privada ha llenado el mercado de mercancías a precios asequibles en aspectos tan apreciados como son el vestido, la comida y, sobre todo, el entretenimiento. Hasta el punto de que los conflictos se han mitigado, pues la libertad de elección de mercancias, unida a la igualdad de diseño, que no de calidad, ha creado una atmósfera allanadora de furias revolucionarias (afortunadamente). Una situación que sólo deja espacio para crisis coyunturales en momentos muy concretos: cuando los gobiernos muestran demasiado claramente sus deseos de privatizar los grandes instituciones del Estado Social heredadas de las retenciones de rentas ciudadanas en las anteriores décadas. Es un volumen patrimonial y mercantil de tal envergadura que es muy tentador para determinadas opciones políticas atender las llamadas impacientes de la iniciativa privada para extraer beneficio de las necesidades humanas fundamentales (salud, educación y asistencia en la vejez) tratándolas del mismo modo que otras más superfluas. Es decir no admitiendo responsabilidad alguna por dejar sin asistencia, si no hay una contraprestación económica suficiente. En definitiva el reino de la libertad en su versión más cruel. Una versión que nunca han sostenido los más conspicuos teóricos de la libertad de Mill a Hayek, pasando por nuestro Berlin.

El gran conflicto actual se da precisamente entre la libertad, tal y como la entienden lo liberales y, la justicia social, tal y como la entienden lo socialistas. Sin perjuicio de que hay países donde la libertad no es respetada, en los países occidentales, cuando se habla de libertad, se está hablando de libertad económica porque las otras están conquistadas, pero sin olvidar que, como Hayek piensa, si se pierde ésta, con sus constituyentes de propiedad privada y libre mercado, se pierden todas las demás.

Hoy en día, el término socialista se ha vaciado del lastre que suponía la pretensión de que el Estado fuera el propietario de los medios de producción y se refiere a una posición que defiende fundamentalmente la redistribución de la renta por la vía fiscal, el pleno empleo (sorprendentemente en tiempos de la robótica emergente) y la gestión pública  de los tres grandes servicio sociales ya mencionados: la educación, la sanidad y las pensiones. Tres grandes instituciones cercadas por la avidez privada, tres servicios que no admiten graduación en el tratamiento sea cual sea la capacidad económica del que la precisa.

Necesitamos por tanto, clarificar el concepto de los valores de libertad e igualdad. En este artículo lo haremos con el de libertad desde el punto de vista de Berlin y anunciamos otro sobre el punto de vista del influyente economista austríaco Friedrich Hayek.

ANTECEDENTES

Kant (1724-1804): La libertad es «la capacidad de los seres racionales para determinarse a obrar según leyes de otra índole que las naturales, esto es, según leyes que son dadas por su propia razón; liber­tad equivale a autonomía de la voluntad». 

Stuart Mill (1806-1873): La libertad consiste en «poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre, no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley». ¿Qué es lo que hacía que fuese tan sagrada la protección de la libertad individual? En su famoso ensayo nos dice que, a menos que se deje a los hombres vivir como quieran, «de manera que su vida sólo concierna a ellos mismos», la civilización no podrá avanzar, la verdad no podrá salir a la luz por faltar una comunicación libre de ideas, y no habrá ninguna oportunidad para la espontaneidad, la originalidad, el genio, la energía mental y el valor moral. «Todos los errores que probablemente puede cometer un hombre contra los buenos consejos y advertencias están sobrepasados, con mucho, por el mal que representa permitir a otros que le reduzcan a lo que ellos creen que es lo bueno

Bakunin (1814-1876): la libertad es «el completo desarrollo de todas las capacidades materiales, intelectuales y morales que permanecen latentes en cada persona; libertad que no conoce más restricciones que aquellas que vienen determinadas por las leyes de nuestra propia naturaleza individual, y que no pueden ser consideradas propiamente restricciones, puesto que no se trata de leyes impuestas por un legislador externo, ya se halle a la par o por encima de nosotros, sino que son inmanentes e inherentes a nosotros mismos, constituyendo la propia base de nuestro ser material, intelectual y moral: no nos limitan sino que son las condiciones reales e inmediatas de nuestra libertad.»

LA LIBERTAD EN BERLIN (1909-1997)

Berlin llama libertad «negativa» a la que defiende Mill. Es decir «la de poder hacer todo aquello que no perjudique a los demás» y basa el avance de la civilización en la posibilidad de que emerjan todas las propuestas que el genio individual pueda proponer sin restricciones ideológicas o religiosas. No se establece ningún vínculo entre el ejercicio de este tipo de libertad por parte de un déspota, ni a las diferencias de su despliegue en función de los recursos materiales con los que se cuente. Berlin considera que la libertad negativa tiene como límite la injusticia social, que es un valor con el que puede entrar en conflicto. La libertad negativa cubre todo el campo de posibilidades, pero sus amplitud queda limitada por la libertad positiva del sujeto de creencias filantrópicas, democráticas o la malsana, en algunos casos, de sometimiento a sectas, que hace suyas las ideas matrices, al tiempo que declara que lo hace en libertad.

Berlin llama libertad «positiva» a «la de gobernarse a sí mismo incrementando el reconocimiento social y venciendo todo mandato externo o interno ajeno a la razón«. Para él, este tipo de libertad idelista se vuelve peligrosa para el individuo por dos vías: la represión de los propios instintos por «abyectos» o admitir que un yo superior (el de la religión, nación, etc) lo sustituya proporcionando la «verdadera» libertad. En ella estaría la fuente del éxito de toda tiranía. Sin embargo, en su versión kantiana, basada en el autodominio, limita, legítimamente, la hipertrofia de la libertad negativa.

Ambas libertades se dan al tiempo, cuando un déspota hace todo aquello que le parece (libertad negativa), incluído operaciones de propaganda para que su pueblo acepte voluntariamente la máscara ideológica que le da soporte (libertad positiva). En 2011 una mujer musulmana declaró a el diario El País: «Llevar el burka es mi libertad». Es una ejemplo supremo de aceptación de un credo ajeno a su individualidad como propio. Es también muy habitual que los líderes de regímenes moralmente muy restrictivos practiquen todo aquello que prohíben a los demás, sin aparente tensión por tamaña contradicción. Es el caso del consumo de alcohol entre las élites de países musulmanes o el disfrute de lujos por las élites de países comunistas y la infidelidad conyugal entre los políticos ultra religiosos norteamericanos.

Entre el ser autónomo de Kant y las peores versiones de la libertad positiva hay similitud por el fenómeno de autosugestión involucrado. Engañar a los hombres, incluso para su propio bien, es tratarlos indignamente. Esta forma de pensar que impone el yo racional al yo individual con sus bajas pasiones que avergüenzan no parece tener implicaciones políticas. Pero es la misma idea que fundamenta esta declaración: «La coacción proletaria en todas sus formas, desde las ejecuciones a los trabajos forzados, es, aunque esto pueda sonar paradójico, el método de moldear la sociedad comunista a partir del material humano del período capitalista.» (Bujarin).

En muchas ocasiones, la historia de un país obliga a refugiarse en el interior de uno mismo para eludir el sufrimiento que inflige el marco político. Una argucia psicológica que es la antítesis de la libertad política. No es un aumento de la libertad aunque serene el alma. La eliminación de todo lo que puede hacerme daño es un suicidio. De hecho, Schopenhauer dijo que sólo la muerte libera definitivamente.

¿Cómo se ha pasado del individualismo responsable de Kant a la dictadura de la razón de Fichte? En el romanticismo la autonomía que le da dignidad al ser humano, se transformó en la autonomía del grupo con legitimidad para imponer la «verdadera» libertad a todos.

Desde Sócrates a los creadores de lo fundamental de la tradición occidental en Ética y Política que le siguieron, ¿pueden haber estado equivocados durante más de dos milenios, en su afirmación de que la virtud sea conocimiento y la libertad idéntica a la una y al otro?

Dice Berlin: «¿puede llamarse lucha por la libertad a la lucha por un status más elevado y el deseo de salir de una posición inferior? ¿Es mera pedantería limitar el sentido de la palabra libertad a los principales sentidos que se han estudiado anteriormente, o, como sospecho, estamos en peligro de llamar aumento de libertad a cualquier mejora de la situación social que quiere un ser humano, lo cual hace a este término tan vago y extenso que le conviene virtualmente en un término inútil?» 

Creo, que, en efecto, no es lo mismo libertad que ascenso social, pero éste es la condición de que la libertad pueda ejercerse. Si tiene razón, habría que pensar que la libertad negativa tiene que restringirse a aquello que se puede conseguir con los propios medios sin contar con ayuda externa alguna (como la riqueza). Porque si no es el caso, es indiscutible que el rico podrá ejercer una libertad negativa mucho más extensa que el pobre, que no contará con los medios materiales para ello. La alternativa es reconocer este hecho y considerar que eliminar las diferencias materiales entre los seres humanos le dota de un tipo de libertad que permite que las diferencias de talento se pongan de manifiesto. Es decir la libertad negativa, si se refiere a todo lo que un ser humano puede hacer, incluida la actividad económica, depende de los recursos con los que cuente, aunque los haya conseguido por sí mismo. Desde este punto de vista, la libertad negativa que se puede ejercer dependería del grado de justicia social que exista. Naturalmente, no todos acabarían su vida en las mismas condiciones, pues unos harían un uso más eficiente de los recursos puestos a su disposición que otros.

En mi opinión no hay que escoger entre los dos tipos de libertad puesto que las dos tienen sus extremos inaceptables, además de ayudarse mutuamente a ejercer como ciudadano responsable. La libertad negativa puede llegar hasta la excentricidad más peligrosa para los demás. La libertad positiva puede ir hasta el sometimiento más pernicioso por sometimiento autónomo a las más endiabladas creencias y prácticas. Pero también tiene sus características valiosas. La libertad negativa impulsa la lucha por todo aquello que se pueda desear sin perjuicio a los demás, salvando todo tipo de prejuicios y trabas ideológicas o religiosas. La libertad positiva contribuye a la aceptación de las reglas comunes de convivencia.

Berlin ve grandes peligros en la libertad positiva por los estragos que ha posibilitado en el siglo XX. No tanto en la libertad negativa, a pesar de que ejercida por ególatras supremos que somente ideológicamente o codiciosos sin límite que impiden que reducen la libertad de sus empleados a una caricatura rechazable.

Creo que la libertad negativa se perfecciona con la justicia social desapareciendo las diferencias entre los dos tipos. La consecuencia es que no contaminamos la palabra libertad con lo que es, precisamente, su contrario: la esclavitud. A nadie se le ocurre aceptar la falacia del lema de Auswitch: «el trabajo os hará libres». Tampoco creer a un esclavista de Alabama cuando argumentara que proporcionar cobijo y alimento a sus esclavos era «hacerlos más libres». El reclutamiento de fieles por sectas o partidos, del tipo que sean, usando tácticas psicológicas para que se acepte como ejercicio de la libertad el sometimiento a cualquier disparate es una lacra. Pero, igualmente, se podría aducir que la libertad negativa, por ser la más espontánea e intuitiva ha sido siempre, por su carácter de obstáculo para la organización social, el objeto de las restricciones teórica y legales más disparatadas en lo relativo a la libertad de opinión, expresión o movimiento.

FRASES DEL ARTÍCULO «Dos conceptos de libertad».

Para Constant, Mill, Tocqueville y la tradición liberal a la que ellos pertenecen, una sociedad no es libre a no ser que esté gobernada por dos principios que guardan relación entre sí: primero, que solamente los derechos, y no el poder, pueden ser considerados como absolutos, de manera que todos los hombres, cualquiera que sea el poder que les gobierne, tienen el derecho absoluto de negarse a comportarse de una manera que no es humana, y segundo, que hay fronteras, trazadas no artificialmente, dentro de las cuales los hombres deben ser inviolables, siendo definidas estas fronteras en función de normas aceptadas por tantos hombres y por tanto tiempo que su observancia ha entrado a formar parte de la concepción misma de lo que es un ser humano normal y, por tanto, de lo que es obrar de manera inhumana o insensata; normas de las que sería absurdo decir, por ejemplo, que podrían ser derogadas por algún procedimiento formal por parte de algún tribunal o de alguna entidad soberana… Tales normas son las que se violan cuando a un hombre se le declara culpable sin Juicio o se le castiga con arreglo a una ley retroactiva; cuando se les ordena a los niños denunciar a sus padres, a los amigos, traicionarse uno al otro, o a los soldados, utilizar métodos bárbaros; cuando los hombres son torturados o asesinados, o cuando se hace una matanza con las minorías porque irritan a una mayoría o a un tirano. La libertad de una sociedad, de una clase social o de un grupo, en este sentido de la palabra libertad, se mide por la fuerza que tengan estas barreras.

Una creencia, más que ninguna otra, es responsable del holocausto de los individuos en los altares de los grandes ideales históricos: la justicia, el progreso, la felicidad de las futuras generaciones, la sagrada misión o emancipación de una nación, raza o clase, o incluso la libertad misma, que exige el sacrificio de los individuos para la libertad de la sociedad. Esta creencia es la de que en alguna parte, en el pasado o en el futuro, en la revelación divina o en la mente de algún pensador individual, en los pronunciamientos de la historia o de la ciencia, o en el simple corazón de algún hombre bueno no corrompido, hay una solución final.

Es un lugar común que ni la igualdad política, ni la organización eficaz, ni la justicia social son compatibles con más de una pequeña cantidad de libertad individual —y desde luego no lo son con un laissez faire ilimitado—, y que la justicia y la generosidad, las lealtades públicas y privadas, las exigencias del genio y las pretensiones de la sociedad pueden entrar en conflicto violento unas con otras. Y no difiere mucho de esto la idea general de que todas las cosas buenas no son compatibles, y menos aún todos los ideales de la humanidad.

Admitir que la realización de algunos de nuestros ideales pueda hacer imposible la realización de otros es decir que la realización total humana es una contradicción formal y una quimera metafísica. Para todo metafísico racionalista, desde Platón a los últimos discípulos de Hegel o de Marx, este abandono de la idea de una armonía final en la que se resuelven todos los problemas y se reconcilian todas las contradicciones es un crudo empirismo, una abdicación ante los hechos brutos, una intolerable bancarrota de la razón ante las cosas tal como son, y un fracaso en explicar, justificar y reducir todas las cosas a un sistema, lo cual lo rechaza la razón con indignación.

Si, como yo creo, éstos son múltiples y todos ellos no son en principio compatibles entre sí, la posibilidad de conflicto y tragedia no puede ser nunca eliminada por completo de la vida humana, personal o social. La necesidad de elegir entre diferentes pretensiones absolutas es, pues, una característica de la vida humana, que no puede eludir. Esto da valor a la libertad tal como la concibió Acton: como un fin en sí misma, y no como una necesidad temporal que surge de nuestras confusas ideas y de nuestras vidas irracionales y desordenadas, ni como un trance apurado que un día pueda resolver una panacea.

El grado de libertad que goce un hombre, o un pueblo, para elegir vivir como quiera tiene que estar medido por contraste con lo que pretendan significar otros valores, de los cuales quizá sean los ejemplos más evidentes la igualdad, la justicia, la felicidad, la seguridad o el orden público. Por esta razón la libertad no puede ser ilimitada. R. H. Tawney nos recuerda acertadamente que hay que restringir la libertad del fuerte, sea su fuerza física o económica. Esta máxima pide respeto no como consecuencia de alguna norma a priori por la que el respeto por la libertad de un hombre implique lógicamente el respecto de la libertad de otros que son como él, sino simplemente porque el respeto por los principios de la justicia, o la deshonra que lleva consigo tratar a la gente de manera muy desigual, son tan básicos en los hombres como el deseo de libertad.

No es muy necesario recalcar el hecho de que el monismo y la fe en un solo criterio único han resultado ser siempre una fuente de profunda satisfacción tanto para el entendimiento como para las emociones. Bien se derive este criterio de la visión de una perfección futura, como se derivaba en las mentes de los philosophes del siglo XVIII y se deriva en la de sus sucesores tecnócratas de nuestros días, o se base en el pasado —la terre et les morts—, como sostenían los historicistas alemanes, los teócratas franceses o los neoconservadores de los países de habla inglesa, dicho criterio, si es suficientemente inflexible, tiene forzosamente que encontrarse con algún tipo imprevisto e imprevisible del desarrollo humano en el que no encajará, y entonces será utilizado para justificar las barbaridades a priori de Procusto: la vivisección de las sociedades humanas existentes en algún esquema fijo, dictado por nuestra falible comprensión de un pasado en gran medida imaginario, o de un futuro imaginario por completo. Preservar nuestras categorías o ideales absolutos a expensas de las vidas humanas ofende igualmente a los principios de la ciencia y de la historia; es una actitud que se encuentra, en la misma medida, en las derechas y en las izquierdas de nuestros días, y no es reconciliable con los principios que aceptan los que respetan los hechos.

El pluralismo, con el grado de libertad «negativa» que lleva consigo, me parece un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las grandes estructuras autoritarias y disciplinadas el ideal del autodominio «positivo» de las clases sociales, de los pueblos o de toda la humanidad. Es más verdadero porque, por lo menos, reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples, no todos ellos conmensurables, y están en perpetua rivalidad unos con otros.

La mayoría de los hombres cambian libertad negativa por status. La mayoría de las luchas histórica por la libertad lo han sido por la de un grupo social no los individuos, que una vez conquistada la libertad del grupo tiene que someterse a arbitrio de «los suyos». La lucha por la libertad de mi pueblo, mi raza, mi religión (libertad positiva) puede conducir a mi opresión. El «no es esto, no es esto» de Ortega. Rousseau no entiende por libertad la libertad «negativa» del individuo para que no se metan con él dentro de un determinado ámbito, sino el que todos los miembros idóneos de una sociedad, y no solamente unos cuantos, tengan participación en el poder público, el cual tiene derecho a interferirse en todos los aspectos de todas las vidas de los ciudadanos. Los liberales de la primera mitad del siglo XIX previeron correctamente que la libertad entendida en este sentido «positivo» podía destruir fácilmente demasiadas libertades «negativas», que ellos consideraban sagradas. Mill y sus discípulos hablaron de la tiranía de la mayoría y de «las ideas y opiniones que prevalecen», no viendo gran diferencia entre este tipo de tiranía y otro cualquiera que invada las actividades humanas más allá de las fronteras sagradas de la vida privada. En todo caso Hobbes fue más ingenuo: no pretendía que el soberano no esclavizase, justificó su esclavitud; pero por lo menos no tuvo la desfachatez de llamarla libertad. «El triunfo del despotismo es forzar a los esclavos a declararse libres.»

Así, si se toma como referencia la «verdadera libertad» se está abriendo la puerta al despotismo. Te oprimen porque tú no sabes lo que te conviene. Berlin cree que la libertad no puede ser ilimitada porque tiene que compartir espacio con la justicia, la igualdad… la libertad negativa del poderoso, física o económicamente debe tropezar con la positiva del resto de ciudadanos.

La paradoja de la libertad es que, de la misma manera que una democracia puede, de hecho, privar al ciudadano individual de muchas libertades que pudiera tener en otro tipo de sociedad, igualmente se puede concebir perfectamente que un déspota liberal permita a sus súbditos una gran medida de libertad personal.

APUNTES DEL AUTOR DEL ARTÍCULO

Es sorprendente que los defensores de la libertad positiva lo sean, a la vez, de la libertad negativa en el ámbito sexual, aborto, eutanasia, etc. mientras que los defensores de la libertad negativa en lo económico, sean proclive a la libertad positiva de las prohibiciones en el ámbito sexual, el aborto…

Una forma de entender mejor los dos conceptos puede ser la de definirlas con una misma estructura sintáctica: Así la libertad negativa sería: «un atributo que impide que NADIE te coarte«. Es fácil de entender, muy intuitiva y podríamos decir que es la libertad que reclaman los liberales y conservadores para el ámbito económico. La libertad positiva propongo que la definamos como «un atributo que impide que NADA te coarte«. Esta definición sin eludir los riesgos de los aspectos negativos de sometimiento a creencias ajenas, pone el foco en que no se puede ser libre sin recursos. Es la libertad que reclaman los socialistas y progresistas. Es evidente que se cambia el sentido de la libertad positiva de Berlin, pero creo que, siendo su temor a la tiranía justificado, ésta puede llegar tanto de los defensores de la libertad negativa en forma de grandes corporaciones que han eliminado a los estados o apoyan regímenes dictatoriales y «liberales» (PInochet), como de los defensores de la libertad positiva (en el sentido de Berlin), que obligan criminalmente a aceptar valores superiores a la fuerza. Creo que a esa libertad se la debería llamar «Libertad tóxica«. En el futuro veremos si la versión tradicional de la tiranía es sustituida o no por la versión Blade Runner de las corporaciones monopolísticas.

En la versión que propongo, la libertad negativa requiere que se te RETIREN los obstáculos para ejercerla, mientras que la libertad positiva requiere que se te PROPORCIONEN los recursos para ejercerla. Estas definiciones cambian los casos de aplicación de las definiciones. Así, ahora, un proceso de independencia de de un pueblo, sería la trasposición de la libertad negativa a un colectivo. También el proceso de enriquecimiento de un particular lo es de incremento de su libertad negativa, pues cada vez podrá elegir acciones más complejas y onerosas. La libertad positiva, sería, en esta versión, una aportación de los reformadores sociales del siglo XIX y se reclama con las revoluciones (violentas o no) que buscan dotar a todos del disfrute de trabajo, cobijo, educación o salud. La libertad de comercio es negativa y la de acudir gratuitamente a un centro de salud es positiva. La libertad negativa en sus aspectos más injustos, también requiere de una autoridad que la garantice como acción benéfica para el individuo, o la legalice como acción perniciosa para el colectivo. La libertad positiva requiere también de una autoridad que garantice los recursos o que utilice la propaganda para que se admitan determinados dogmas como propios. Se podría decir que la epopeya humana consiste en las oscilaciones cíclicas entre estos dos polos libertarios. en sus dos aspectos extremos. Tanto la libertad negativa como la positiva deben ser combatidas en sus aspectos rechazables: la explotación y la dominación.

En resumen Berlin llevó a cabo un extraordinario trabajo de identificación de las fuentes intelectuales del totalitarismo, pero en coherencia con su visión relativista del conflicto entre valores (que comparto), llama libertad (positiva) al sometimiento de la voluntad a consignas y dogmas, lo que es paradójico como menos. De ahí mi propuesta de usar la expresión de libertad positiva para denominar la capacidad de elegir en igualdad de condiciones. De esta forma, la libertad negativa sería acogida por los liberales sociales en su extremo benéfico y por los liberales económicos en su extremo pernicioso. Siendo la libertad positiva practicada por los solidarios en su versión positiva (en la versión propuesta) y por los totalitarios en su versión perniciosa (la que teme Berlin), es decir, un balance entre la igualdad de oportunidades y la intoxicación ideológica.

Old age

Yesterday I was in a nursing home, formerly called asylums, to visit a relative. It is not the first time, but yesterday was when I was claimed by the events before him.

The place is functionally spotless. It is clean and the caretakers and caregivers are young, which may be due to the tendency not to employ over forty, but, well, they are young and smile continuously. They dress in white and show great patience accompanying the elderly in their slow pace by exercising or leading them to the dining room, hairdresser, singing practices or psychiatrist. The relatives are all from a previous generation, that is, children or nephews who is already about sixty years old. There are no kids, but there are more women than men. Jardiel Porcela said that «the only good thing about death are the widows» and the other ingenious Spanish, Ramon Gomez de la Serna said that «The Spaniard walks at the same time with his wife and his widow.» A little gloomy but it is explained by two reasons: the traditional age difference between husband and wife and the longer life expectancy of women. No marriages are seen as in the advertising photos of retirement plans.

Everything is in order in the world 1, the physical world of Popper. In world 3, that of institutions, it is also good, because our society has managed to establish institutions to welcome old age of great quality. But in world 2, that of human psychology, everything is strange. The lost glances, the absurd disputes over an armchair, the lost sentences incomprehensible. Obsessions, conspiracies that only reside in the mind of those who complain, also emerge. The faces show the placidity produced by the Orfidal. It is the panacea for anxiety, that monster that begins to show its claws at the fifty and does not release its prey, sometimes, until the death. Whispers, fortitude and also a deep sadness resigned to be already in the antechamber of death. On the ground floor a few voices cascades sing in a choir «Clavelitos» that shines the effects of a trip to the youth while the music lasts. Almost transparent skin sticks to the skull, but the smiles still transform the face when a happy memory breaks through a neural network full of voids that cause confusion before a face or a name. Who are you? Asks an old woman who seems to be his daughter. There is also the emergence of obscenity when the socially correct belts are released at the hands of senile dementia. It’s snack time and the parade of wheelchairs and steps hesitant begin.

The visitors, who already have their dose of «memento mori», are thinking that in thirty years they will occupy those seats to watch TV without feeling. At the exit, to contradict me, two old ladies read with their faces glued to a book. One reads in silence, the other whispers poetry … and I leave the building, with a reservation made to come back.

Ancianidad

Ayer estuve en una residencia de ancianos, antes llamadas asilos, a visitar a un familiar. No es la primera vez, pero ayer los acontecimientos que tenía delante reclamaron mi atención.

El lugar es funcionalmente impecable. Está limpio y las cuidadoras y cuidadores son jóvenes, lo que puede ser debido a la tendencia a no emplear mayores de cuarenta años, pero, bueno, son jóvenes y sonríen continuamente. Van de blanco y muestran una enorme paciencia acompañando a los ancianos a su lento paso haciendo ejercicio o conduciéndolos hacia el comedor, la peluquería, las prácticas de canto o al psiquiatra. Los familiares son todos de una generación anterior, es decir, hijos o sobrinos que ya tiene cerca de sesenta años. No hay niños. Pero sí más mujeres que hombres. Ya dijo Jardiel Poncela que «lo único bueno de la muerte son las viudas» y el otro ingenioso español, Ramón Gómez de la Serna, dijo aquello de que «El español pasea al mismo tiempo con su mujer y con su viuda». Un poco tétrico pero se explica por dos razones: la tradicional diferencia de edad entre marido y mujer y la mayor esperanza de vida de las mujeres. No se ven matrimonios como en las fotos de publicidad de planes de jubilación.

Todo está en orden en el mundo 1, el mundo físico de Popper. En el mundo 3, el de las instituciones, también está bien, pues nuestra sociedad ha conseguido instituciones para acoger a la ancianidad de gran calidad. Pero, en el mundo 2, el de la psicología humana, todo es extraño: las miradas perdidas, las disputas absurdas por un sillón, las frases perdidas incomprensibles. También emergen las obsesiones, las conspiraciones que sólo residen en la mente de quien se queja. Las caras muestran la placidez que produce el Orfidal. Es la panacea para la ansiedad, ese monstruo que empieza a mostrar sus garras a los cincuenta y no suelta su presa, a veces, hasta la muerte. Susurros, fortaleza y también una profunda tristeza resignada por estar ya en la antesala de la muerte. En la planta baja unas voces cascadas cantan en coro un «Clavelitos» que trasluce los efectos de un viaje a la juventud, mientras dure la música. La piel casi transparente se pega a la calavera, pero las sonrisas todavía transforman el rostro cuando un recuerdo feliz se abre paso entre un entramado neuronal plagado de huecos que provocan la confusión ante un rostro o un nombre. ¿Tú quién eres? le pregunta una anciana a quien parece ser su hija. También emerge la procacidad, cuando las correas de lo correcto socialmente se sueltan a manos de la demencia senil. Es la hora de la merienda y empieza el desfile de sillas de ruedas y pasos vacilantes.

Los visitantes, que ya tienen su dosis de «memento mori», se van pensando que dentro de treinta años ellos ocuparan esos asientos para ver la tele sin ganas. En la salida, para contradecirme, dos ancianas leen con la cara pegada a un libro. Una lee en silencio, la otra susurra una poesía… y yo me voy dejando una reserva hecha.

Ancianidad

Ayer estuve en una residencia de ancianos, antes llamadas asilos, a visitar a un familiar. No es la primera vez, pero ayer fue cuando fui reclamado por los acontecimientos que tenía delante.

El lugar es funcionalmente impecable. Está limpio y las cuidadoras y cuidadores son jóvenes, lo que puede ser debido a la tendencia a no emplear mayores de cuarenta años, pero, bueno, son jóvenes y sonríen continuamente. Van de blanco y muestran una enorme paciencia acompañando a los ancianos a su lento paso haciendo ejercicio o conduciéndolos hacia el comedor, la peluquería, las prácticas de canto o al psiquiatra. Los familiares son todos de una generación anterior, es decir, hijos o sobrinos que ya tiene cerca de sesenta años. No hay niños. Pero sí más mujeres que hombres. Ya dijo Jardiel Porcela que «lo único bueno de la muerte son las viudas» y el otro ingenioso español, Ramón Gómez de la Serna dijo aquello de que «El español pasea al mismo tiempo con su mujer y con su viuda». Un poco tétrico pero se explica por dos razones: la tradicional diferencia de edad entre marido y mujer y la mayor esperanza de vida de las mujeres. No se ven matrimonios como en las fotos de publicidad de planes de jubilación.

Todo está en orden en el mundo 1, el mundo físico de Popper. En el mundo 3, el de las instituciones, también está bien, pues nuestra sociedad ha conseguido instituciones para acoger a la ancianidad de gran calidad. Pero, en el mundo 2, el de la psicología humana, todo es extraño. Las miradas perdidas, las disputas absurdas por un sillón, las frases perdidas incomprensibles. También emergen las obsesiones, las conspiraciones que sólo residen en la mente de quien se queja. Las caras muestran la placidez que produce el Orfidal. Es la panacea para la ansiedad ese monstruo que empieza a mostrar sus garras a los cincuenta y no suelta su presa, a veces, hasta la muerte. Susurros, fortaleza y también una profunda tristeza resignada por estar ya en la antesala de la muerte. En la planta baja unas voces cascadas cantan en coro un «Clavelitos» que trasluce los efectos de un viaje a la juventud mientras dura la música. La piel casi transparente se pega a la calavera, pero las sonrisas todavía transforman el rostro cuando un recuerdo feliz se abre paso entre un entramado neuronal plagado de huecos que provocan la confusión ante un rostro o un nombre. ¿Tú quién eres? le pregunta una anciana a quien parece ser su hija. También emerge la procacidad cuando las correas de lo correcto socialmente se sueltan a manos de la demencia senil. Es la hora de la merienda y empieza el desfile de sillas de ruedas y pasos vacilantes.

Los visitantes, que ya tienen su dosis de «memento mori», se van pensando que dentro de treinta años ellos ocuparan esos asientos para ver la tele sin ganas. En la salida, para contradecirme, dos ancianas leen con la cara pegada a un libro. Una lee en silencio, la otra susurra una poesía… y yo me voy dejando una reserva hecha.

El nacimiento de la biopolítica. Michael Foucault. Reseña (11)

Del repaso que da Michael Foucault a la historia del liberalismo económico y su pretensión de ser algo más que una teoría económica, se deduce que este planteamiento tiene una larga historia en el pensamiento europeo y norteamericano que lo ha llevado al éxito ideológico. Aunque algunos de sus principales teóricos rechazan ser confundidos con los conservadores, son éstos los que más han influido en su aplicación al estilo de gobierno cuando han estado en el poder. El tradicional complejo de la derecha de que la izquierda tenía el monopolio de la utopía está siendo equilibrado por la exaltación de la libertad por parte de los neoliberales, frente a la exaltación de la igualdad por parte de la izquierda socialista. En las democracias modernas la pobreza relativa es el factor principal de insatisfacción del electorado. Cuando estos indicadores subjetivos están neutralizados por una generalizada sensación de bienestar, los electores abandonan a la izquierda hasta que el ciclo económico lleva a la sensación de empobrecimiento. La novedad actual es que tras años de gobiernos alternativos, la población está vacunada acerca de las posibilidades de la izquierda y la derecha para mantener los niveles de satisfacción estándar de la época. Por lo que buscan nuevas y desafiantes formas de salir de su depresión sin atender al carácter lunático de las propuestas. En estos momentos la izquierda considera que se ha ido demasiado lejos en la desregulación de la economía, alejándose de su utopía igualitaria, y la derecha considera que las fuerzas sociales, adversarias de la privatización radical, todavía hacen complicado el avance hacia la utopía liberal.

Michael Foucault forma parte del grupo de filósofos franceses etiquetados como «postestructuralistas». Es decir, aquellos que vinieron detrás de la generación estructuralista sacando consecuencias, sobre todo, de la debilidad del sujeto una vez que se había puesto el énfasis en el carácter estructural de todo lo que lo constituye: lenguaje, mitos, complejos y, pongamos, grandes relatos nacionales. Se rebelaron contra la continuidad en la historia social, la prevalencia de la lengua frente al texto escrito o la ingenuidad de creer en los mitos propuestos interesadamente para el control social. Foucault destacó en su deconstrucción de instituciones como los sanatorios mentales, las prisiones o los hospicios. Desveló el carácter de constructo de estas instituciones y de qué modo servían al poder. También desveló las discontinuidades entre los períodos históricos identificando las llamadas «epistemes» de cada época. Categorías centrales del proceder social y cultural.

De alguna forma, todo lo que suena a minar el poder, suena a progresista entre los progresistas y eficaz entre los reaccionarios. Todo gobierno, del signo que sea procura mantener su reputación aún mintiendo y no reconociendo lo evidente y, como correlato de esta pasión por su imagen, procura aumentar el uso de su poder, paranoicamente, contra los enemigos que ven por todas partes. Es una prueba del carácter de Mago de Hoz de cualquier gobernante, fingiendo seguridad en sí mismo dentro del apabullante gigantismo estatal.

Pues bien, Foucault, progresista para los progresistas, produjo un gran sobresalto cuando en 1979, cinco años antes de su muerte, dictó en el Colegio de Francia, donde los mejores de cada especialidad intelectual presentan sus últimos progresos, un curso sobre el neoliberalismo denominado «El Nacimiento de la Biopolítica«. En él se acerca tanto al neoliberalismo que inquietó a ciertos sectores. Foucault estaba atraído por el carácter disolvente del neoliberalismo y estaba interesado en conocer a fondo su fundamento, a pesar de que era consciente de sus sombras. Para quién también esté interesado en la cuestión, este curso es de gran ayuda, pues la honradez intelectual de Foucault se manifiesta en una contienda limpia, sin armas secretas. Foucault encuentra en el liberalismo esa actitud de sometimiento a una realidad social, el comercio, cuya complejidad de implicaciones no pretende controlar. Es una actitud, siempre presente en las intuiciones remotas, pero ocultada por la necesidad del ser humano de crear artefactos benevolentes que le hagan soportable los desaires de la vida.

La eficacia del capitalismo es para todos. Pero, al tiempo es rechazable la pretensión de que las ley de oferta y demanda lo invada todo poniendo precio al comportamiento humano. La cultura tiene un espacio en el que el mercado deberá jugar un papel en la trastienda, como hasta ahora. Por otra parte, los avances en la acumulación y tratamiento de datos parecen minar la razonable, en su momento, desconfianza del liberalismo en la acción racional, frente a la emoción de procesos invisibles. ¿No hace posible los avances de la tecnología de la información una planificación más certera acabando con la incapacidad del Estado para establecer estrategias? ¿El Big Data no hace posible conocer de antemano los gustos de los consumidores previniendo stocks? ¿La publicidad no hace posible la orientación de los gustos de los consumidores, para bien o para mal, a partir de los avances de la neurociencia ? ¿No es posible una neo planificación? Sin embargo, la reorganización del capitalismo propuesta por neoliberalismo deja un esquema funcional muy claro: Reglas, empresas y jueces que vengan a resolver los conflictos entre empresas en su libre juego a la búsqueda del beneficio. Este planteamiento no permite descartar la limitación de la ganancia individual, pues no deja de ser una regla del juego económico que evita la acumulación de poder en muy pocas manos acercándose ciertos capitalistas a los riesgos de un Estado Totalitario, pero de carácter privado. En estos momentos esa es la tendencia, pues los tratados internacionales de libre comercio implementan estos puntos de vista ordoliberales y establecen tribunales de arbitraje distintos de los sistemas judiciales tradicionales dando ventaja a las empresas frente a los estados. En fin todo un horizontes de posibilidades al que hay que llegar bien armado de argumentos.

NOTA.- El carácter sincopado de los textos que siguen es resultado del intento de que ninguna buena idea se pierda en el largo texto (casi 400 páginas) que resulta de la transcripción del curso realizado por sus alumnos. Veamos:

LA CAÍDA DEL PRINCIPE

Foucault empieza estudiando la evolución de la gobernanza desde el par legitimidad/ilegitimidad al par éxito/fracaso tomando como referencia la naturaleza económica de la acción política. Se considera que el «príncipe» es más ignorante que cruel. La aparición de La economía política en el siglos XVII y XVIII trae un escenario nuevo al mundo de Maquiavelo: uno en el que leyes de naturaleza económica se hacen evidentes minando la Razón de Estado, Los consejeros del príncipe son sustituidos por los asesores económicos que advierten de las consecuencias de las decisiones. El gobierno pierde confianza en sí mismo: no sabe cuando acierta o no. Todo estaba claro cuando bastaba con los aranceles, impuestos, reglamentos de fabricación… la gobernanza era racional y comprensible. Llegan los utilitaristas (Argenson, Adam Smith, Bentham). El comerciante Le Gendre responde a la pregunta de Colbert (ministro de Luis XIV) ¿Qué puedo hacer por vosotros? y responden los comerciantes: «¡Dejadnos hacer!». Ha llegado el liberalismo. Previamente el gobierno conectaba con la verdad y a partir de ahora deberá hacerlo con la eficacia.

Foucault cree que para entender lo que es la biopolítica es necesario saber lo que es el liberalismo. Cuando Foucault habla el liberalismo está pensando en las políticas que está aplicando el «socialdemócrata» Helmut Schmidt en Alemania justo cuando Foucault está realizando el curso.

Los problemas políticos Monarquía, democracia… son sustituidos por la frugalidad (austeridad) del Estado a partir de todo el siglo XIX. El mercado es quien trae la verdad del precio natural. Esta irrupción del mercado en la política dotándola de «verdad» es lo que Foucault quiere estudiar. Para ello utiliza la técnica seguida en sus estudios sobre la prisión, el manicomio o la sexualidad para aplicarlo al mercado. En todos los casos le parece que hay un proceso de veracidad: Historia de la verdad en el ámbito estudiado en su relación con el derecho. Historia de la verdad que es historia crítica al exceso de racionalidad de la Ilustración. El liberalismo como filosofía vive de la anti ilustración, actitud que nace en Alemania en forma de romanticismo pesimista e irónico. Actitud que encuentra en el empirismo británico su aliado.

¿Qué pasa con el derecho si hay un ámbito al que hay que dejar en su autonomía, como es el mercado y por razones de hecho, es decir de verdad? Es históricamente un hecho que los primeros economistas eran estudiosos del derecho público. Los estudios económicos se impartían en Francia en las facultades de derecho, porque la limitación del poder debe regularse. Sin embargo, el radicalismo inglés no parte de los derechos originarios de la persona, sino de la utilidad o no de la acción de gobierno. La libertad ya no se concebirá como un derecho a ejercer, sino como una limitación del gobierno a intervenir en la acción de los gobernados.

Desde principios del siglo XIX entramos en una época de prevalencia de la utilidad sobre el derecho. El mercado lugar de intercambio, la utilidad como criterio, la intervención del Estado donde sea imprescindible. A partir de ahora, el Estado sólo se interesa en los intereses. Por eso se plantea ya en esta época la utilidad de un gobierno en un régimen en el que el mercado (el intercambio) determina el valor de las cosas.

Los Mercantilistas del siglo XVI no son el antecedente, pues explican la riqueza por la acumulación de oro arrebatado a otros; la balanza comercial positiva; el proteccionismo; el Estado fuerte y el Control total. Colbert es un ejemplo de gobierno basado en estas premisas de juego de suma cero: si uno gana el otro pierde riqueza

Los Fisiócratas (gobierno de la naturaleza) sí son el antecedente del liberalismo primero: no necesitan al estado para la esfera económica; propone el laissez faire. Ninguna traba al comercio. Al contrario de los mercantilistas todos ganan con el precio natural del producto. Un ejemplo de ámbito regido por leyes de libre competencia es el derecho del mar, necesario para un mercado mundial.

Para Kant las garantías de la paz perpetua no residen en las decisiones de los hombres, sus leyes y convenios. Es el respeto a la naturaleza y sus imposiciones ineludibles, al igual que el fisiócrata confía en la naturaleza para la creación del libre mercado. La naturaleza para Kant ha creado al hombre, le permite vivir en cualquier circunstancia… proporciona alimento y crea las condiciones para el intercambio. La naturaleza, aunque luego sea ratificada por las leyes. Los hombres intercambian basados en la propiedad generando el Derecho Civil y la separación creada justifica la existencia de los Estados que mantienen relaciones entre sí, creando el Derecho Internacional y relaciones comerciales que hacen porosas las fronteras haciendo nacer el Derecho Cosmopolita. Derechos que expresan los designios de la naturaleza. La Paz Perpetua está garantizada por el comercio internacional. Estas consideraciones unidas a la idea fisiócrata de que comerciar es ganancia para ambas partes configura la Europa del siglo XIX.

EL ARTE LIBERAL DE GOBERNAR

Napoleón es moderno en su forma de gobierno interno y arcaico en su política exterior, al querer imponer una forma de gobierno que el resto de países rechaza al pretender restaurar el imperio carolingio. El congreso de Viena, tras la derrota de Napoleón ofrece dos salidas: la austríaca que quiere mantener su propio imperio con un estado policíaco y administrativo y la solución Inglesa que pretende el comercio internacional mediatizado por ellos (como hoy en día con la City).

A partir del siglo XVIII aparece paulatinamente un naturalismo gubernamental al que habría que llamar liberal, que proclama que hay mecanismos naturales en los intercambios comerciales que los gobiernos deben respetar. Un respeto que no nace del respeto a la libertad de los individuos, sino del reconocimiento de la existencia de los mecanismos propios de los intercambios comerciales. Esta forma liberal de gobernar es consumidora y creadora de libertades para su funcionamiento: Libertad del mercado, libertad del comprador y vendedor, libertad para disponer de las propiedades, libertad de discusión y expresión…

Las libertades, al tiempo que se generan se limitan para evitar los abusos. También evitar los monopolios. La hegemonía comercial de un país obliga a los aranceles para proteger los mercados interiores. Libertad de trabajo y represión para evitar que el trabajador destruya la empresa, libertad de contratación y regulación para evitar que la empresa destruya al trabajador. Y, como gran contrapartida, la seguridad para evitar que los distintos mecanismo de libertad pongan en peligro la seguridad de todos. El problema básico de la seguridad es que los intereses del individuo ponga en peligro el interés común. así como proteger el interés del individuo del interés colectivo.

Con la invención del panóptico universal, Bentham pretende que el Estado liberal sólo vigile. El control no es sólo un contrapeso a la libertad, sino su motor. Los liberales del siglo XX vieron pronto un peligro en la política económica de Roosevelt que generaba libertades de consumo donde no las había, pero, al tiempo, intervenía de manera peligrosa en las otras libertades camino de un nuevo despotismo en su opinión.

FOBIA AL ESTADO

El siglo XVIII está lleno de fobia al estado. La Ilustración es una reacción a eso. Una crisis de gubernamentalidad. Tiene su historia, pero es en el siglo XX cuando se organiza modernamente. En la Alemania de Weimar y la USA de posguerra contra Keynes y Roosevelt. Revuelta que empieza en la escuela de Viena. que introducen las matemáticas en la economía.

El neoliberalismo alemán de la posguerra europea es la génesis del actual neoliberalismo. Un comité científico alemán exige la liberación de los precios y librar a la economía de las restricciones estatales. El informe lo firma Ludwig Erhard que pide impedir un Estado termita y exige libertad y responsabilidad, pues, en su opinión, el estado intervencionista viola derechos de los ciudadanos. Un estado tal pierde su derecho de representación aunque no de soberanía. Los nuevos dirigentes alemanes, escarmentados por el nazismo, piden en la Alemania destruída un experimento de libertad económica sin la intervención del Estado, pero para fundarlo en su nueva misión.

Esto explica la posición del Estado Alemán actual. Enlaza con el calvinismo alemán previo (siglo XVI) en lo relativo a que la riqueza era señal de haber sido bendecido por Dios, a lo que reacciona el metodismo que quiere la salvación para todos. Alemania quiere salir liberal de la destrucción del nazismo. Se quejan los ingleses que están en pleno keynesianismo laborista. En 1959 en Bad Godesberg la socialdemocracia renuncia a la nacionalización de los medios de producción, es decir, al marxismo operativo. Finalmente se rompe con cualquier tipo de planificación. Y Willy Brand gobierna en esas condiciones.

Por su parte, los ingleses no se dieron una teoría del Estado después de Hobbes, sino con Locke, una teoría del gobierno, mientras que el socialismo propone una racionalidad histórica como garante de sus políticas, pero no tienen una teoría de gubernamentalidad. Por eso, el socialismo ha funcionado bien en la gubernamentalidad liberal y en gubernamentalidad administrativamente muy centralizadas. Por eso podía gobernar en la Alemania occidental y, desde luego, lo hacía en la oriental. Al liberalismo nadie le pregunta si es verdadero o falso porque sólo aspira a ser eficaz. Al socialismo sí. La gubernamentalidad del socialismo hay que inventarla.

Está claro que Foucault se ve tentado por el neoliberalismo debido a su actitud crítica frente al Estado, uno de sus objetivos centrales. Piensa que la capacidad o tendencia expansiva del Estado, de una parte, y su aire de familia con los estados fascistas crean la atmósfera en la que se desarrolla la fobia al estado. Véase:

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Hayek en la posguerra avisaba del peligro de instaurar en el Reino Unido sistema de planificación con el plan Beveridge. Para los Ordo, el modo de gobierno del kaiser altamente planificador y centralista favoreció el nazismo. El propio Foucault descarta la similitud del Estado de Bienestar con los estados fascistas. El estado fascista es un sometimiento del estado a una ideología de partido. El Estado sufre, es puesto al servicio, del partido totalitario en los casos de totalitarismo. Considera que hay un buen campo de experimento en el hecho de que el Estado Alemán es un Estado Liberal ordiano.

LA LIBERTAD ECONÓMICA REINVENTA EL ESTADO

La experiencia de la Alemania de la posguerra que quiere ser liberal como contraste al nazismo, se organiza en la Escuela de Friburgo, donde volvió en 1962 Hayek, el gran ideólogo del neoliberalismo anglosajón. Se partía de la sospecha de que el liberalismo era la estrategia inglesa de dominio del mundo. Por tanto, algunos economistas pensaban que Alemania necesitaba una economía proteccionista. También el keynesianismo llega a Alemania a partir de 1930 con sus propuestas de control de las crisis con inversión pública a lo que se suma la tradición de la administración centralizada de Bismark. Todos ellos obstáculos para las teorías liberales y todos ellos utilizados por el nazismo. Los economistas alemanes estudiaron las cuatro formas de planificación y advirtieron a otros países que por esa vía renacía el nazismo en cualquier país: «están ustedes combatiendo el nazismo en la guerra pero siguen sus pautas económicas». De esta forma llegaron a la conclusión fuerte de que la diferencia no era entre capitalismo y comunismo, sino entre economías liberales o no liberales. Esta es conclusión de los ordoliberales (economistas que escribían en la revista Ordo, que significa en latín «orden») . Aprendieron de su análisis del nazismo que era una hipertrofia del Estado que decía hablar en nombre del pueblo, lo que daba valor a la prevalencia del partido sobre el Estado mediante lealtad y obediencia. Pero a la postre el nuevo Estado crece opresivamente, pues una vez eliminados los obstáculos, el Estado nazi se presenta como una herramienta útil para el ejercicio omnímodo del poder. El nazismo hace suya la crítica del capitalismo de Sombart: sociedad de masas, hombre unidimensional, sociedad de autoridad, del consumo y espectáculo. Los nazis usan retóricamente la crítica y, a continuación, llevan a cabo los actos criticados con sus manejos de masas uniformadas y espectaculares, con el crecimiento del Estado y la racionalidad asociada administrativa y opresiva.

Los ordoliberales exigen que la racionalidad mercantil lo invada todo, pues no basta con reservar un ámbito para el desarrollo de la libertad económica. Puesto que están demostrados los terribles efectos a que puede llevar la hipertrofia del Estado y nada demuestras los defectos del mercado, pidamos a esta lógica, no que limite la acción del Estado a «lo político o moral y administrativo», sino que se rija por la lógica económica en toda su acción, que sea su norma de regulación interna. Se trata de ir más allá del liberalismo clásico que limitaba la acción del Estado e invadir toda la acción del Estado con la lógica mercantil. (como se verá más adelante el anarcoliberalismo estadounidense con Gary Becker lo lleva más lejos aún al definir al ser humano como homo economicus). Así pues, un estado vigilado por la economía como se puede comprobar hoy en día.

NEOLIBERALISMO

El liberalismo del siglo XIX reclamaba, como los fisiócratas, un espacio para el libre comercio, sin intervención del Estado. El neoliberalismo exige que la propia gobernabilidad se someta al escrutinio de la economía. Para el liberalismo lo esencial es el intercambio en el mercado y que el Estado sin intervenir haga respetar tal intercambio y la consiguiente propiedad privada generada. Para el neoliberal, lo esencial del mercado no está en el intercambio, sino en la competencia. Ya no preocupa la equivalencia entre los contratantes, sino la desigualdad. Por eso lo preocupa ahora es la relación competencia/monopolio. La competencia genera los precios que regulan la decisiones y permiten medir las magnitudes económicas.  La misión del Estado ahora es impedir los obstáculos a la competencia. Para los liberales de los siglos XVIII y XIX el elemento central el intercambio llevaba al laissez faire. Una postura que los ordoliberales rechazan porque consideran que es una actitud naturalista que obliga a respetar los intercambios naturales tal y como son. El neoliberalismo rechaza esta posición por ingenua. Considera que la competencia no surge de los apetitos humanos, de la naturalez. La competencia es una esencia, un eidós (Husserl) y como tal actúa con eficacia, tiene un lógica interna y su eficacia sólo se manifiesta si se respeta. La competencia es un juego formal entre desigualdades, no un juego natural entre individuos. No hay una competencia natural que se da con naturalidad, es el resultado de un prolongado esfuerzo y conseguirla en su pureza esencia es un desideratum nunca cumplido pero dinamizador.

Foucault quiere captar qué es el neoliberalismo. Destaca las diferencias con el liberalismo económico clásico:

  • Cambiar laissez faire por competencia
  • Pasividad frente a activismo liberal para mantener las condiciones favorables. Las crisis no se resuelven, se soportan.
  • Cambio de la naturaleza de las intervenciones del Estado (que pueden ser más que en el caso de una economía planificada, pero son distintas). Se trata del estilo gubernamental.
  • El Estado debe intervenir para:
    • Salvar a la competencia de sus efectos negativos (los monopolios). Se está pensando en los monopolios a partir de concesiones estatales (no acumulativos). Son consecuencia de la fragmentación de la economía mundial debido a los estado nacionales. Von Mises concluye que el monopolio no puede alterar los precios porque, en ese caso, provoca el surgimiento de la competencia. De este modo se descarga el neoliberalismo de la necesidad de eliminarlos.
    • Establecer acciones reguladores para llevar a su plenitud las posibilidades de la competencia (reducción de costos, tendencia a la reducción de ganancias de empresas y al aumento puntual de la ganancia. Todo esto persigue el control de la inflación. El pleno empleo no está en la esencia de la competencia, ni la balanza de pagos, ni el poder adquisitivo. Y los instrumentos serán: Reducción de la deuda exterior, menor presión fiscal, precio del dinero. No se quiere influir sobre el ahorro o la inversión. Rechazo de inversión pública, protección de sectores, fijación de precios. No se debe actuar sobre el desempleo, pues lo esencial es la inflación. Un cierto desempleo es bueno para la economía. Para Ropke, el parado no es una víctima social, es «un trabajador en tránsito». Suena moderno, pero se planteó hace 80 años.
    • Establecer acciones ordenadoras que intervienen sobre el funcionamiento del mercado, por ejemplo: migraciones del campo a la ciudad cuando los tecnología lo exige. Poner a disposición las tecnologías, formar a los trabajadores en su uso. Modificación de las leyes de herencia del suelo e intervenir sobre el clima. Estos aspectos no son estrictamente económicos, pero es el marco para el funcionamiento de la competencia.  El Estado debe ser discreto en la intervención en la economía y explícito en el ordenamiento de las condiciones marco (tecnología, formación, régimen jurídico…)
    • Contar con una política social que, desde el keynesianismo, se define como el reparto equitativo del acceso a los bienes. El ordoliberalismo cree que una política social no puede ser presentada como la compensación de lo efectos negativos de la actividad económica. En particular la igualación no puede ser un objetivo, puesto que los precios se establecen en base a las diferencias.  Es necesario que haya quien trabaje y quien no trabajen, que haya sueldos grandes y pequeños y que los precios suban y bajen. La igualación es antieconómica. Todo el mundo debe someterse al juego de la desigualdad. Si hay transferencia entre individuos (¿caridad?) es dinero que se sustrae de la inversión y se destina al consumo. Lo único que se puede hacer es tomar «un poco» de los ingresos mayores (la parte destinada, en todo caso al consumo lujoso) y transferirla a los de menos ingresos. Unas transferencia destinadas, no a mantener el poder adquisitivo, sino a cubrir la subsistencia de los que estructuralmente no pueden. De un máximo a un mínimo sin pretender establecer una media generalizada. El resto de los sistemas de protección (salud, jubilación, muerte) debe ser consecuencia de decisiones privadas y servidas por empresas privadas. Política social individual y no socializada. Como eso requiere que los individuos cuenten con un margen para el aseguramiento y la propiedad privada, por lo que la única política social es el crecimiento económico relativo. Es lo que Muller – Armack llamó «Economía social de mercado«. Pero la política social no debería ser más generosa cuando el crecimiento es mayor. Es éste el que debe aumentar los ingresos de la gente por sí mismo para permitirles asegurar su vejez y sus enfermedades.

En Alemania los ordoliberales no pudieron implementar sus estrategia, pues el keynesianismo, la tradición del socialismo de estado de Bismarck y los planes Beveridge en el Reino Unido lo hicieron difícil.

 

EL ESTADO DE DERECHO

Los ordoliberales proponen, más allá de la competencia, un estado de derecho económico consciente (Eucken). En la Alemania post bélica se trabaja sobre el concepto de «Estado de Derecho» o «Rule of law». Se define como lo opuesto al despotismo y al estado policía.

Los neoliberales tratan de introducir los principios del Estado de Derecho en la legislación económica para preservarse de la intervenciones del Estado en el ámbito económico como estaba sucediendo con el New Deal en Estados Unidos y en el Reino Unido. De esta forma se cierra la intervención, salvo que se violen principios formales. Hayek considera que una legislación formal es lo contrario de un plan. De este modo piensa que neutraliza la planificación centralizada de la economía. Un ejemplo de plan es luchar contra la desigualdad. Con el estado de derecho alcanzando a cubrir a la economía se puede impedir este tipo de intervenciones, creen los liberales. En el plan se puede cambiar la estrategia y el Estado puede intervenir como último decisor económico sustituyendo a los individuos. Se cierra el paso así a cualquier pretensión de que exista un sujeto omnímodo que dirija la economía. El Estado debe ser ciego a los procesos económicos. La economía es un juego con reglas. Nadie puede interferir a medio partido y el partido se está jugando siempre. Los jugadores son los individuos y las empresas. Habrá pues reglas de juego económicas, pero no control de la economía. Nadie sabe el resultado del juego de antemano, como pretende el planificador. El neoliberalismo quiere sacar la planificación de la ley. Röpke cree que las nuevas instancias judiciales han de sustituir a las administrativas en el arbitraje de los conflictos económicos.

El ordoliberalismo propone una nueva forma de gobernar, que nace contra su experiencia del nazismo. Creen que las contradicción fundamental identificada por Marx que haría inviable al capitalismo no existen (se trata de la contradicción entre el capital y su acumulación que acaba con la competencia). Schumpeter cree que esto es así en el orden económico pero no en el social. Es decir hay una tendencia social a la concentración y aproximación a un centro oficiales de decisión que favorecen el monopolio intoxicando la actividad económica. Esta es la condena del capitalismo, no como contradicción, sino como fatalidad histórica. Para Schumpeter el capitalismo no puede evitar una deriva hacia el socialismo por sus efectos sociales. Si esto es así, el trabajo consiste en evitar el totalitarismo. Los ordoliberales consideran que no tiene gracia esta deriva y que el precio es la pérdida de libertad, porque la planificación siempre cometerá errores que obligarán a nuevas planificaciones. Rechazan el pesimismo de Schumpeter y creen que con la Rule of Law es suficiente para mantener a la sociedad disciplinada.

 

NEOLIBERALISMO EN FRANCIA

La difusión en Francia se hace sobre un Estado muy centralista y se aprovechan las crisis, con la curiosidad de que son los propios agentes de la administración los encargados de llevar a cabo el cambio. En Estados Unidos ya había una tradición. La novedad está en que el New Deal se había interpuesto en la tradición liberal. Aunque habría que estudiar la influencia de los emigrados economistas alemanes. También se da una crisis política con la llegada de Reagan, además de que la difusión en Estados Unidos se produce en un marco político más difuso por su carácter federal.

A partir de 1930, los estados tenían una agenda común:

  1. Estabilidad de precios
  2. Equilibrio de la Balanza de Pagos (transacciones monetarias con otros países)
  3. Crecimiento del PIB
  4. Pleno empleo
  5. Distribución de la riqueza
  6. Prestaciones sociales

Para los ordoliberales sólo son primordiales los dos primeros. El resto son consecuencias de ellos. De ahí que consideraran un error dar prioridad a los tres últimos. En la década de los setenta en Francia se cambia el orden de prioridades con Giscard. La crisis del petróleo le dio una oportunidad al neoliberalismo pues llegó la estanflación (depresión económica e inflación simultáneas) provocada por el aumento desmesurado del precio del petróleo. Y no se trató de una de tantas oscilaciones francesas entre el dirigismo y el liberalismo, sino a la pretensión consciente de instaurar un estado liberal.

En Francia, Larroque explica que la Seguridad Social no tiene impacto económico porque es pagada por los propios trabajadores a los que se les descuenta del sueldo una cantidad reglada. Treinta años después un informe dice que la Seguridad Social hace el empleo más caro y el desempleo más probable. También influye sobre la competencia internacional al hacer los productos franceses más caros. También afectaba a la distribución de los sueldos, debidos a determinados topes en los tipos de aplicación. Cuando la Seguridad Social debería ser económicamente neutra según los liberales.

Giscard en 1972 se plantea la pregunta sobre las funciones económicas de un gobierno moderno y su respuesta es clásica:

  • Redistribución relativa de los ingresos
  • Subsidio en la forma de producir bienes colectivos
  • Una regulación económica que garantice el crecimiento y el pleno empleo

Él cree que hay que distinguir con claridad en la política económica el dinero destinado a la inversión del destinado a la solidaridad. Debería establecerse dos sistemas impermeables entre sí con impuestos diferenciados: el económico y el social. Es la idea edulcorada del ordoliberalismo: la autonomía de la economía. ¿Cómo llevarlo a cabo? con la idea de los ordoliberales de que la economía es un juego con reglas con una cláusula de resguardo que no permitiría que nadie se quede fuera del juego (¿ley de segunda oportunidad?). Regla que es el punto de contacto entre lo económico y lo social.

Otro mecanismo del liberalismo francés  para conectar lo económico y los social sin perturbar al primero es el impuestos negativo: Según los promotores de los servicios comunes se benefician los ricos sin que su contribución sea proporcional. Por ello es preferible que los servicios sean privados y que los que estén por debajo de un umbral económico determinado reciban un subsidio complementario dinerario. Se propone un sistema sofisticado porque se teme que algunos tomen el subsidio como una forma de ganarse la vida sin buscar trabajoHay dudas sobre si se debe investigar (pero no para eliminar) las causas de la pobreza antes de dar el subsidio. Con esta propuesta se evitan las transferencias de dinero entre particulares y el Estado se libra de gestionar y absorber recursos económicos. Así, también, se evita que una política socialista tenga mecanismos a su alcance para redistribuir los ingresos una vez que el mercado los ha distribuído. Este mecanismo no cuenta con la pobreza relativa, sino con la pobreza absoluta, la que amenaza la supervivencia. Pobreza absoluta que es, a su vez, relativa cuando de países distintos se habla. Por encima de este umbral, cada uno tiene que ser una empresa para sí y para su familia. El resto marginal y parados son el ejército de reserva que antes proporcionaba la agricultura y ahora ha sido necesario crearla. No tiene que haber pleno empleo. Es deseable que no lo haya.

EL NEOLIBERALISMO NORTEAMERICANO

Se desarrolla expresamente a partir de un triple adversario:

  • El keynesianismo heredado del New Deal
  • Los pactos sociales de guerra (vayan a matarse y nosotros le garantizamos de por vida su seguridad social)
  • El crecimiento del Estado desde Truman a Johnson

Las diferencias respecto al liberalismo europeo son:

  • Hay un instinto liberal de origen porque se luchó para independizarse de Inglaterra como los ordoliberales del nazismo.
  • No hay una Razón de Estado anterior a la que sustituir.
  • El liberalismo fue fundador del Estado
  • El intervencionismo fue visto siempre como una amenaza
  • El espíritu liberal se manifestó en la derecha contra la intervención del Estado y en la izquierda contra la evolución imperial del ejército.
  • El liberalismo en USA es una forma de ser y pensar.

El liberalismo no es una técnica aplicada por los gobernantes, sino un modo de relacionarse gobernantes y gobernados. Hayek dice que el liberalismo dejó al socialismo la creación de utopías que les dió predicamento y prestigio social. Es hora de que el liberalismo se convierta en pensamiento vivo. Precisamente él se dedicó a proporcionar las bases de es utopía con sus libros Camino de Servidumbre Fundamentos de la Libertad

El anarcocapitalismo americano se relanza desde esta resistencia a la política social neoliberal. Los liberales dijeron siempre que la economía con sus propuestas no reduciría la intervención del Estado pero éstas estarían dirigidas a objetivos distintos. Pero el gobierno liberal no tiene que corregir los efectos destructivos del mercado sobre la sociedad. Sólo debe intervenir para que los mecanismo de competencia ejerzan su función reguladora. Es sobre la sociedad sobre la que se aplican políticas de adaptación a la economía. Hay que disciplinar a la sociedad para que sea posible la utopía liberal del mercado universal.

Hay que crear el hombre económico, que no es un consumidor, sino un hombre de empresa. Toca saber qué es la empresa tras Weber, Sombart y Schumpeter. Se intenta llegar a una ética social de la empresa. Ropke resume la política neoliberal para Alemania (Este texto y los que siguen en este formato han sido tomados de Internet):

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La propiedad privada ya convierte al individuo en una empresa. De eso se trata. (recuérdese la formación financiera en los colegios). La propuesta neoliberal no es ya de crear masas para el consumo y el espectáculo, es la multiplicación y diferenciación de todo tipo de empresas. Sociedad de empresas, con la política dedicada a dejarlas actuar. Así habrá más competencia más fricciones y más arbitraje judicial.

Para la afirmación de estas ideas tuvo gran importancia el llamado coloquio Walter Lippmann en el que participaron los ordoliberales como Röpke y Röstow junto con Von Mises y Hayek como intermediario hacia el anarcocapitalismo de Nozick en norteamérica. El coloquio está dirigido por Louis Rougier, quien define así al neoliberalismo y su relación con el orden jurídico (tratados de comercio internacional:

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EL HOMO ECONOMICUS

Cree Foucault que de los tres elementos clásicos de la economía: tierra, capital y trabajo, nunca se ha desarrollado suficiente el estudio sobre el tercero. La economía clásica nunca salió del reduccionismo de Ricardo que sustituyó personas por tiempo (horas disponibles para el capital). Para el keynesianismo no era más que un factor de producción. DeL asunto se ocuparon a partir de 1950, Theodore Schultz, Gary Becker y Mincer. Obviamente quien sí habló en extenso del trabajo fue Marx. Pero lo economistas consideran a éste un advenedizo. Marx dice que el capitalismo convierte el trabajo concreto en abstracto y lo reduce a tiempo. Los liberales dicen que esa abstracción procede de las teorías sobre el capitalismo y no de los procesos reales.

Según los ordoliberales el mercado es un mecanismo de regulación de precios. En ese marco ¿cuál era la tarea del gobierno? favorecer el ejercicio de la competencia. Pero para generalizarlo hay que extender el modelo empresa a todos los rincones de la sociedad. Dice Foucault:

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La forma empresa se convierte así en una función aplicable al trabajo, el ocio, su entorno, su futuro, la familia… lo que sirve a los ordoliberales para afrontar los valores morales que llaman «calientes» frente a la frialdad de la competencia. Pues consideran que su condición de «empresario» personal evita que sea alienado respecto del trabajo y su entorno personal (pues el mismo trabajador se queda con la plusvalía). Röpke decía que la competencia no permite fundar el edificio social completo. Moralmente, la competencia es más disolvente que integradora. Para corregir este aspecto reclama al Estado a crear un marco político y social que integre a los ciudadanos.

Esta preocupación por la parte social no se da en el neoliberalismo americano. Sino que se acepta directamente el imperialismo de la forma empresa, que funciona como mecanismo de inteligibilidad que permite descifrar las relaciones sociales. Por eso en ámbitos no económicos se emplean ya categorías económicas (observación del autor del artículo: estoy de nuevo en el mercado, dice un divorciado o considerar los cuidado de una madre como inversión de capital que producirá una renta que llamaremos salario para el hijo y satisfacción para la madre. Véase el caso de las hermanas tenistas William).

Igualmente, tratan con categorías económicas la paradoja de que «cuanto más renta se consigue, menos hijos se tienen». Lo explican en término de transmisión a los hijos de capital humano mediante cuidado, formación, entrenamiento, etc… inversiones que no son posibles si se tienen muchos hijos. Han aplicado el esquema al matrimonio que sería una joint-venture con input, inversiones y rentasPrecisamente fue en el pasado cuando las relaciones sentimentales tenían un carácter absolutamente comercial. El siglo XX había conseguido eliminar este carácter dejando fluir los sentimientos. Es ejemplar la descripción del matrimonio de los padres de Pierre Rivière. Una relación en la que no se daba un paso sin una compensación tangible entre los cónyuges.

Con esta generalización se arman para juzgar cualquier estrategia del Estado de carácter social. Por eso en estados unidos no hay problemas en enfrentarse al gobierno en términos económicos en asuntos tan propiamente sociales como la seguridad para la enfermedad. También hay estudios liberales sobre la criminalidad (Gary Becker) que normalizan al criminal y se centra en el crimen como decisión entre costo y beneficio al cometerlo. Tanto el homo legalis, el homo penalis y el homo criminalis se funden en el homo economicus.

Lionel Robbins definió la economía como «la ciencia del comportamiento humano como una relación entre fines y medios escasos que tiene usos que se excluyen mutuamente«. La economía ya no sería un proceso, sino una actividad de análisis de la toma de decisiones. El análisis del trabajo consiste en saber por qué se toman determinadas decisiones. Hay que ponerse en el punto de vista del que trabaja. ¿Por qué trabaja el trabajador?

Gary Becker se pregunta ¿por qué trabaja la gente?: por el salario; ¿qué es un salario?: un ingreso y no el precio de venta de su fuerza de trabajo. Pero ¿qué es un ingreso?: el rendimiento de un capital (Irving Fisher). ¿Qué es un capital? aquello que puede producir un ingreso. ¿Qué capital proporciona una salario? el conjunto de características del trabajador que lo convierten en capital. Es decir igual que una máquina que con el tiempo se vuelve vieja. El trabajo ya no es fuerza, sino capital (Schultz). El trabajador es una unidad-empresa.

El neoliberalismo recupera, en opinión de Foucault, al homo economicus, que en la versión clásica es el hombre del intercambio y en la versión neoliberal es un empresario, que es su propio capital, la fuente de sus ingresos. Para Gary Becker el trabajador no es un consumidor es un productor que produce su propia satisfacción. El capital del trabajador se compone de elementos congénitos y adquiridos. Los neoliberales Schultz y Becker consideran que a la economía le interesa el trabajador en la medida que es un capital que se constituye a partir de recursos escasos para un fin dado.

A partir de aquí, Foucault, entra en un terreno tan delicado como el de la biología humana. Constata la gran importancia que la ciencia da a la herencia genética y el grado de dominio sobre el individuo que este conocimiento proporciona en términos de enfermedades con probabilidad conocida, por ejemplo. Así empezará a tener valor económico aquellas constituciones con bajo riesgo genético de sufrir enfermedades o dar bajas prestaciones. Es decir, habrá individuos con poco o ningún capital humano y otros muy apreciadosAsí, los individuos con buena carga genética procurarán contar con una posición que le permita engendrar con otros de similar valor «económico», dejando los sentimientos al margen. Antiguamente ya ocurría de forma más grosera cuando se seleccionaba al cónyuge en base al patrimonio de la familiaFoucault cree que este tipo de pensamiento está en gestación, en estado de emulsión dice él. Advierte de los riesgos de reintroducción del racismo en las preocupaciones sociales.

Por los que respecta a los elementos adquiridos del capital humano, se suscita la cuestión de la educación. Para los neoliberales constituir una máquina humana idónea hace necesario algo más que la formación convencional. Así hay que tener en cuenta:

  • El tiempo dedicado por lo padres en la primera infancia
  • El nivel de cultura de los padres
  • Estímulos culturales

Así, hasta llegar a un completo análisis ambiental de la vida del niño para poder valorar económicamente al sujeto. Se añade el propio historial de cuidados preventivos del sujeto para no degradarse como capital, así como la bondad de la higiene y sanidad pública. También la movilidad del individuo y su impacto físico y psicológico al cambiar de ambiente. Migrar es una inversión.

El empirismo británico ya identificaba al hombre como sujeto de interés y sostenía que los intereses deben ser perseguidos libremente hasta el final. No deben ser restringidos. El sujeto de interés toma decisiones irreductibles e intransmisibles. El sujeto de derecho, al contrario del de interés, puede ceder ante la ley.  El homo economicus acepta la realidad, luego es gobernable. Es objeto de análisis económico toda conducta excepto la que tiene un carácter de aleatoriedad no causal con la realidad y tanto la conducta racional como la irracional. Según Condorcet el interés individual en el marco de una sociedad depende de muchas variables que no conoce ni controla y, sin embargo, en la persecución de su interés beneficia al conjunto. No controla lo que le sucede ni el efecto de lo que produce. La mano invisible de Adam Smith, fundamento del laissez faire es el Dios del filósofo racionalista Malebranche, que anuda los hilos de todos los intereses individuales. Demos gracias al cielo por el egoísmo de los comerciantes, pues genera una mecánica natural en la que nadie debe intervenir):

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Por el contrario si se interviene dice Adam Ferguson en la Historia de la Sociedad Civil:

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Las colonias francesas en américa fracasaron por estar condicionadas a planes racionales, las inglesas se consolidaron por estar basadas en el beneficio de cada uno. El mundo económico es opaco e incognoscible. La economía es una disciplina atea. El liberalismo se funda en la multiplicidad ingobernable y es incompatible con la totalidad jurídica del soberano (aunque sea una democracia). El homo economicus le dice al soberano detentador de los derechos cedidos de la ciudadanía:

  • «NO debes porque NO puedes» y
  • «NO puedes porque NO sabes» y
  • «NO sabes porque NO puedes saber»

Son asertos kantianos pues establecen los límites del conocimiento de la razón gubernamental. El soberano económico no es posible. Si no hay soberano económico, no habrá tampoco soberano político. Los fisiócratas, que proponían la total libertad de los agentes económicos, por otra parte llegaron, con el cuadro económico de Quesnay, a creer que el soberano (con lo que justificaban su existencia) podía conocer todo el proceso económico. Optimismo que duró hasta Adam Smith y su mano invisible. Así que la ciencia económica, desde el principio, se presentó como la ciencia que acababa con el despotismo, tanto en el sentido fisiocrático, como en cualquier otro. La política no puede gobernar a la economía y tendrá que buscar su justificación y utilidad social en otro lugar.

Por tanto el sujeto de interés y el de derecho no pueden superponerse. El sujeto de derecho se incorpora a su medio mediante renuncia, transferencia, sustracción de parte de ellos para un gobierno general. El homo economicus se incorpora al medio que le es propio mediante una dialéctica de la multiplicación espontánea de sus esfuerzos individuales. El sujeto de derecho puede criticar o limitar al soberano, pero el sujeto de interés lo hace caducar por su incapacidad integral para el universo económico. La opción fisiócrata es mantener la extensión del poder del soberano al territorio económico, pero cambiando su intensión. Sólo será un observador privilegiado. No hay propuesta teórica sobre cómo gobernar al homo economicus.

EL PODER

Observación del autor del artículo: ninguna región de la realidad es gobernable. En esto la economía no es una privilegiada. Por tanto el ser humano tiene que decidir si quiere renunciar a toda moderación de los efectos de la actividad natural o construida o quiere ser una agente activo de, al menos, el retraso del desorden generalizado de la naturaleza y de su propia actividad.

¿Dónde ubicar el objeto de la soberanía? Foucault dice que en la sociedad civil. Aquella que se organiza a partir de sentimientos de unidad, compasión, generosida, altruismo. Los lazos económicos, los del interés, deshacen la sociedad civil. La sociedad civil tiene dentro de sí en el homo economicus un disolvente que aísla a los individuos, unos de otros en el matrimonio, la amistad, la familia…

El poder surge espontáneamente en la sociedad civil. Hay una subordinación natural. Unos tienen ascendiente y otros se deja influir. Antes de que el poder se delegue ya existe. El poder precede al derecho. No se puede concebir a un hombre sin sociedad, lenguaje y comunicación con los demás. Y en esa sociedad también aparece con naturalidad el homo economicus para tensar los hilos de la cooperación.

Observación del autor del artículo: Quizá el origen del homo economicus esté en la cara material del deseo de justicia, que lleva a la igualdad de trato y, por tanto, en oposición, al odio al que intenta quedarse con tu esfuerzo. 

Las tribus americanas funcionan con orden sin que haya un detentador claro del magisterio y el poder. Subordinación natural. Pero el hombre arrogante, egoísta, quiere apoderarse de lo ajeno. La sociedad salvaje es la de la caza que no tiene propiedad. La aparición del egoísmo lleva a la sociedad bárbara a partir de la domesticación de animales y la posesión de tierras para el pastoreo lleva al concepto de propiedad privada. Ya hay casos, pero no leyes. La historia de la humanidad es la forma lógica y descifrable originada en iniciativa ciegas, intereses egoístas y cálculos referidos a cada individuo, que multiplicados a lo largo de la historia se convierten en beneficio global para la humanidad dirá la economía. Adam Ferguson dirá que son transformaciones de la sociedad civil. Los mecanismos que constituyen la sociedad civil y los que engendran su historia son los mismos. La historia no viene a prolongar un contrato jurídico originario, sino que se constituye en un continuo resolver lo cotidiano que genera nuevas estructuras económicas y sociales que generan nuevos tipos de gobierno a medida que se aplica a posteriori el juego de la inteligencia y la experiencia del poder con sus desigualdades y sufrimientos.

Los siglos XVII y XVIII querían encontrar en el origen la justificación del estado de cosas en relación a la legitimidad del poder. De entonces a nuestros días el problema es la articulación de la relación de la sociedad civil con el el Estado. Dos formas ya dadas, sea cual sea su origen, que tenemos la obligación de conocer en su esencia y transformación.

Alemania trata de dilucidar cómo la sociedad civil debe soportar al Estado. En inglaterra no tienen problemas con el Estado, sino con las formas de gobierno. Paine plantea la cuestión de si una sociedad civil dada necesita un Estado. Para Paine, «la sociedad es resultado de nuestras necesidades, pero el gobierno lo es de nuestras debilidades. La sociedad alienta la relación y el gobierno las diferencias. La sociedad protege, el gobierno castiga. La sociedad es una bendición, el gobierno, en el mejor de los casos, un mal necesario«.

Hubo un tiempo en que la solución se buscó por el lado del Gobierno, que debía comportarse según el orden de las cosas, la revelación divina, la sabiduría o el ajuste a la verdad. A partir de los siglos XVII y XVIII se introduce el cálculo de la riqueza, los factores de poder. Ahora se trata del ajuste a la racionalidad, la Razón de Estado. En la actualidad, vencida la verdad y la racionalidad gubernamental, se explora la racionalidad del gobernado que debe fundar la del gobierno. El debate entre las formas de gobernar y su fundamento, con formas nuevas en combate con formas arcaicas constituye la política moderna.

 

RESUMEN

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Para Foucault el liberalismo no es una teoría, ni una ideología, ni una representación de la sociedad. Es una forma de racionalización económica del actuar en el gobierno (entendido éste, no como institución, sino como acción de gobernar). Frente a la racionalización política, se postula la racionalización económica. Racionalización quiere decir el máximo logro con mínimo gasto (en sentido general). Para el liberalismo el gobernar no es un fin en sí mismo, por tanto, su racionalización, no puede ser un principio regulador. En ese sentido rompe con la razón de estado que desde el siglo XVI quería imponerse.

El liberalismo se rige por el principio de que «siempre se gobierna demasiado». No basta con juzgar al Estado con una prueba de su optimización política. La reflexión liberal no parte del gobierno y su optimización como forma, sino de la sociedad y su relación con el gobierno: ¿Por qué y para qué tiene que gobernarse?

El liberalismo puede ser visto como una forma de crítica a la gobernanza que discute sus límites. En este sentido es una utopía realizada y permanente. El pensamiento inglés en los siglos XVII y XVIII fueron formas de liberalismo, incluido Bentham y sus seguidores. El mercado es para el liberalismo un laboratorio donde experimentar la influencia de la gobernanza para limitarla.

Ya sea con el cuadro fisiócrata o la mano invisible de Smith, en un intento de hacer visible la formación de valor y la distribución de la riqueza. En un análisis que trata de mostrar cómo el egoísmo puede ser beneficioso para el conjunto, se pone de manifiesto una incompatibilidad entre la optimización de los procesos económicos y la optimización de las formas de gobierno. Por eso los economistas del siglo XVIII sacaron la discusión de la influencia del gobierno para poder constituirse en un método de evaluación del «exceso de gobierno».

El liberalismo surge más de una reflexión económica que jurídica. No parte de una sociedad comprometida con un pacto contractual. Los fisiócratas encontraron en el soberano absoluto la forma de gobierno, pero, sus herederos los liberales la encontraron en las formas jurídicas, rechazando la sabiduría de un individuo y con ello la forma parlamentaria para conducir la voluntad concreta hacia la racionalidad económica, al menos durante el siglo XIXEl Estado de Derecho (Rule of law) es la forma más flexible de control gubernamental. Sin embargo, la experiencia hasta ahora muestra que ni esa forma de gobierno fue siempre liberal, ni el liberalismo siempre democrático, pero nunca pierde de vista su papel crítico al exceso de gobierno.

Tanto en la experiencia alemana 1948-1962, como en la de la Escuela de Chicago, se da una práctica conducente a un menor gobierno. La vuelta a un gobierno frugal. En alemania el exceso fue el nazismo (desde luego), pero también las formas de planificación de la posguerra que llevaban, según ellos, a un socialismo de Estado. Eran los liberales de Friburgo y la revista Ordo con la influencia de Husserl, Kant y Weber, junto con los economista vieneses Röpke, Böhm… los que atacaron al nazismo al comunismo y a la planificación de Keynes. Se trataba de reconocer la imposibilidad de gobernar los mecanismos del mercado, pero también de  regular para que su dinámica no tuviera obstáculos, regulación que sería la misión fundamental de la gobernanza.

Este enfoque guió la política alemana de la posguerra a partir de Adenauer y Ludwig Erhard para influir en Francia, Reino Unido y Estados Unidos. La Escuela de Chicago también reacciona al exceso de gobierno al que llevaba el New Deal. Exceso de gasto, de administración, sustracción de capitales al mercado.

La diferencia entre el ordoliberalismo (economía social de mercado) y la Escuela de Chicago reside en que los primeros limitan el condicionamiento de la sociedad a los parámetros económicos y conciben un liberalismo social mediante el control de los precios mediante, ayudas a desempleados, política de vivienda, cobertura de sanidad… la Escuela de Chicago piensa que la racionalidad mercantil hay que llevarla hasta la familia, la natalidad, la política penitenciaria, etc.

 

 

 

 

 

 

 

Reflexiones Socio-libertarias

«¿Gato blanco, gato negro?, lo importante es que cace ratones«, dijo cuando gobernaba Felipe González, tras un viaje a la China de Deng Tsiao Ping. Con esta frase y su propia actitud estaba mostrando el extraño ser que surge del hundimiento, en el final del siglo XX, de la ideología social, aquella que parte del hombre y no de la eficacia. Precisamente el neoliberalismo surge de la idea de confrontar el Estado como generador de derecho con el Estado como máquina eficaz de gobierno mercantil. Está claro que, el que fue exitoso gobernante, empezó entonces un giro coherente con su opinión de que, aún con su peligro de muerte, el metro de Nueva York era más atractivo que el de Moscú. Pero, en 1996, los electores pensaron que para que los gobernara una copia de neoliberal preferían el original que parecía representar José María Aznar. Un gobernante que, sin complejos, puso en marcha una máquina inmobiliaria e inflacionaria a la que no le daba más de ocho años de vida, por lo que anunció su retirada con tiempo. Su desgobierno fue tan espectacular que despertó el hambre de quién tenía en sus proximidades (Rato) y quien tenía en sus lejanías (cualquier militante propio o ajeno con poder de desviar dinero público, en Madrid o en Sevilla, en Coruña o Valencia, en Barcelona o Cádiz) hasta el punto de sacar de su modorra al sistema judicial y darle trabajo para veinte años. Una corrupción que tiró por tierra cualquier pretensión de pureza y potencia del mercado para dejar el país a su merced. Es realmente curioso como González y Clinton (otra convergencia de astros) bajaron banderas sin cobrar réditos políticos. Al pragmático español los sustituyó el liberal (a la Española) Aznar y al simpático demócrata americano el libertario (e ignorante) Bush.

Dado el estado de confusión en el que nos encontramos, que llega al extremo de que la población británica se haya tragado el caramelo de la soberanía (libertad de una nación) sin advertir en qué manos se pone con el brexit, es necesario recapitular. ¿Cómo y cuándo surge el neoliberalismo y cuándo y cómo se vacía el odre de la ideas sociales? No perdemos de vista el movimiento de los comunes que buscan un espacio entre los dos polos que representan el Estados totalitario y Estado mínimo.

¿Serán el neoliberalismo y el socialismo dos formas de ver el mundo igualmente afirmadas o contradichas por los «hechos»? La expresión «socioliberalismo» es una provocación hecha desde la decepción que produce comprobar el narcisismo asociado a unas determinadas posturas intelectuales. Quizá, la más humilde de las posiciones sea aceptar las limitaciones de los seres humanos para tener una visión comprensiva de la dinámica y multiforme realidad. Pero, lo cierto es que una vez que alguien tiene un destello, se dedica a pulir su idea protegiéndola de otras ideas cerrando la esfera a toda intromisión buscando coherencia. Bastante complicado es el mundo para que lo hagamos incomprensible a base de establecer trincheras y buscar conmilitones para disparar al otro lado de la estepa intelectual. Soy consciente de que, en filosofía y en el pensamiento en general, cualquier aserto, incluido el de «esta verdad es histórica», puede quedar maltrecho cuando, al menos durante una larga temporada, parezca ser una verdad ahistórica. Es decir, cuidado con ser demasiado asertivo, pues la realidad, esa autónoma y tantas veces opaca realidad, nos dará un sopapo y nos sacará de nuestras convicciones. En esta postura abierta quiero situarme para leer a autores tan distintos en sus posiciones como Nozick y Hayek, de una parte, frente a Rawls y Christian Laval y Pierre Dardot, de otra.

Es paradójico que la democracia sea objeto de vigilancia, tanto por parte de los neoliberales como de los neocomunistas. En efecto, el neoliberalismo sospecha de una democracia si permite al Estado corregir los ciclos económicos en vez de dejar que estos ocurran libremente. Al tiempo, los neocomunistas sospechan de la democracia, a la que llaman despectivamente, formal, porque «tras la apariencia de libertad para las distintas opciones políticas, se esconde la perseverancia de los partidos burgueses en la explotación de la clase obrera«. Esta simetría en el ataque, quizá sea una pista para comprobar si la democracia puede ser el fundamento de un régimen político en el que quede frustrada la pretensión de que el poder resida en las grandes corporaciones, instituciones autoritarias donde las haya, o el Estado planificador, institución potencialmente totalitaria.

Hoy por hoy, la ideología emergente es la que nació, en el plano teórico, en la universidad de Friburgo en Alemania en los años 30 y fue presentada en la revista Ordo con la influencia de la escuela de Viena. Teoría que se aplicó en el renacer de Alemania tras la II Guerra Mundial y todavía hoy vemos reflejada en la exigencia alemana de austeridad mediante control del déficit y la inflación a toda la Unión Europea. Postura que se extendió y «agravó» en Gran Bretaña y Estados Unidos como reflexión a partir de los libros de Friedrich Hayek de 1943 y 1960, y como ejercicio político a partir de 1979 con la llegada al poder de Margaret Thatcher. Agravación que se explica por la pretensión de economistas como Gary Becker de extender el modelo de competencia a todos los órdenes de la vida. Una postura que hoy vemos hasta en la frivolidad con la que las personas consideran que su búsqueda de equilibrio sentimental es una «puesta en el mercado».

Thomas Sowell considera que la humanidad se divide entre aquellos que sostienen una visión trágica de la vida y los que tienen una visión idealista de la misma. Si esto esa así, tiene su reflejo más influyente en las actitudes políticas. Del conjunto de características de estas dos posiciones hay una que marca nuestra discusión. Los «trágicos», tengan éxito económico o simplemente lo deseen, piensan que no debe haber trabas a sus intentos de conseguirlo, en el bien entendido de que su acciones individuales egoístas tienen efecto positivo sobre la sociedad por mecanismos no bien conocidos. Por el contrario, los «idealistas», piensan que la solidaridad humana, la compasión, la justicia económica son prioritarias. Si estas dos posturas son radicalmente originarias, sin impostura alguna, hay que contar con las dos para gobernarnos socialmente, controlando la deriva hacia los males que puedan traer una y otra en sus aplicaciones extremas. Ya sea generando un mundo frío de pobres y ricos crecientemente diferenciados, o sea una sociedad en la que desde la familia a la asistencia social se rija exclusivamente por criterios económicos (recientemente en Ohio, USA, se ha propuesto dejar morir a los drogadictos reincidentes en sufrir sobredosis, a pesar de que se cuenta con la medicación de choque correspondiente). O bien generando una sociedad que por deslizamiento a la hipertrofia del Estado permita que el Big Brother literario se haga horrorosa realidad.

En definitiva, es necesaria un trabajo teórico y práctico sobre el modo de articular libertad y justicia social, pues la libertad extrema en el ámbito económico deja a la inmensa mayoría de la población en umbrales de supervivencia debido fundamentalmente al crecimiento de la población y los avances en medicina, sean cuales sean sus talentos y energía emprendedora. Y, por otra parte, la regulación extrema desde el Estado produce atonía y desesperanza, además de estrafalarios gobernantes que pronto caen en la tentación de la represión criminal. Sabemos demasiado para no caer en ambos polos. La realidad es demasiado compleja a pesar del Big Data. Toda coherencia extrema es demencia.

 

 

 

Camino de Servidumbre. Friedrich Hayek. Reseña (10)

Este libro tuvo una gran influencia en el nacimiento y desarrollo del llamado neoliberalismo que, entonces no tenía predicamento pero, hoy, es la ideología predominante entre la clase política liberal y conservadora.  Fue escrito por el economista austriaco Friedrich Hayek en 1944. Aún faltaba un año para el final de la II Guerra Mundial y Estados Unidos e Inglaterra sufrían por la posibilidad de que el régimen nazi consiguiese la bomba atómica. Es decir, estaba en las condiciones de un profesor de economía austriaco, que había sufrido el colapso económico de su país, como consecuencia de las condiciones económicas insoportables establecidas en el Tratado de Versalles al finalizar la Gran Guerra de 1914. Un austriaco que además tuvo que ver cómo de aquella miseria económica emergió la demencia de Hitler y la anexión (Anschluss) de su país a la Alemania nazi.

El libro se tradujo pronto en España, en 1946. Lo tradujo José Vergara, Ingeniero agrónomo Español, especializado en economía (hizo una larga estancia en la Escuela de Chicago donde se doctoró). Fue catedrático de economía y vivió la contradictoria experiencia de introducir la economía liberal en la España Franquista, siendo incluso agregado de embajada ochos años. Fundó la Editorial Alianza en 1965. Murió en 1983.

RESEÑA

El horror totalitario

Abrumado por las circunstancias históricas de los años cuarenta, rechaza la ideología nazi y fascista, pero añade un matiz cuyo origen está en su formación como economista destacado en su país y reconocido por los adversarios de Keynes en el Reino Unido, especialmente Lionel Robbins de la London School of Economic. En efecto, el matiz es que considera a estos oprobiosos regímenes de la misma naturaleza que el comunismo en Rusia o el socialismo en los países occidentales . Desde su punto vista, no hay diferencia entre estos regímenes porque tiene en común la pérdida de libertad del individuo. Una pérdida que tiene su fundamento en la falta de libertad económica: la desaparición de la propiedad privada y del libre mercado, porque el Estado planifica de forma centralizada toda la actividad. Ese enorme poder estatal tiene como consecuencia el estado policial, para corregir cualquier desviación ideológica, ya sea respecto al derecho del Führer, el Duce o el Generalísimo a ejercer su poder omnímodo o la verdad proclamada de la dictadura del proletariado. Hayek piensa que la tiranía es imposible si hay libertad económica, por lo que sospecha, también, de cualquier propuesta de gestión económica desde el Estado, aunque éste sea democrático. Hayek piensa que el peligro de tiranía está latente en nuestras democracias si aceptan que el Estado regule la economía. Él ve en la planificación que hace crecer al Estado el primer paso hacia el socialismo por una puerta trasera. Treinta años después reconoció en el prefacio a la edición de 1976, que en los países nórdicos no se había cumplido esta amenaza y aclara su opinión sobre el socialismo moderno:

«Cuando lo escribí, socialismo significaba sin ninguna duda la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica centralizada que aquella hacía posible y necesaria. En este sentido Suecia, por ejemplo, está hoy mucho menos organizada en forma socialista que la Gran Bretaña o Austria, aunque se suele considerar a Suecia mucho más socialista. Esto se debe a que socialismo ha llegado a significar fundamentalmente una profunda redistribución de las rentas a través de los impuestos y de las instituciones del Estado benéfico.«

«Se ha alegado frecuentemente que afirmo que todo movimiento en la dirección del socialismo ha de conducir por fuerza al totalitarismo. Aunque este peligro existe, no es esto lo que el libro dice. Lo que hace es llamar la atención hacia los principios de nuestra política, pues si no los corregimos se seguirán de ellos consecuencias muy desagradables que la mayoría de los que abogan por esa política no desean.»

Pero en 1944, Hayek argumenta que los líderes de los horrorosos regímenes que se desarrollaron en el siglo XX pasaron por el socialismo antes de tomar la vía de imposición de sus creencias a toda una nación, utilizando la fuerza para ello. Hayek está convencido de que en las sociedades libres en guerra contra el nazismo, aquellos que odian sinceramente a éste régimen, sostienen, sin embargo, ideas, cuya aplicación llevan necesariamente a la tiranía, aunque se esfuerce uno con la mejor intención.

«…in our endeavour consciously to shape our future in accordance with high ideals, we should in fact unwittingly produce the very opposite of what we have been striving for»

«… en nuestros esfuerzos conscientes para modelar nuestro futuro de acuerdo a un gran ideal, podríamos, de hecho, inconscientemente producir, justamente, lo opuesto de aquello para lo que hemos estado esforzándonos»

En estas ideas se fundamenta la paranoia que se extendió por la administración norteamericana en la persecución de reales o supuestos comunistas de salón en la posguerra. Para Hayek su generación ha olvidado que el sistema de propiedad privada es la garantía más importante de libertad.

Libertad

Atribuye a la libertad de los individuos el gran éxito de la ciencia. «Aunque no pocas veces los avances científicos van ligados a necesidades militares». En todo caso, considera que, si todo puede ser experimentado, se explican los asombrosos avances de la ciencia en los últimos 150 años. Considera, también, que el peor pagado de los trabajadores sin especialidad tiene más libertad para organizar su vida que los mejores pagados ingenieros alemanes o soviéticos. No fueron los fascistas, sino los socialistas los que empezaron a reclutar niños desde su infancia en organizaciones políticas para influir en su pensamiento (al modo platónico). En cuanto Hitler llegó al poder el liberalismo murió en Alemania, pero fueron los socialistas los que lo habían eliminado. Hayek pensaba que los socialistas alemanes no se daban cuenta de que la utopía de un socialismo democrático era inalcanzable, pues provoca la destrucción de la libertad misma. «Desde luego, el socialismo en que él está pensando, no es compatible con la libertad. De hecho, creo que Hayek piensa más que en un socialismo, en un comunismo propietario de todos los medios de producción. Sin embargo, cuando Margaret Thatcher llegó al gobierno con su programa de privatización radical en 1979, gran parte de los servicios públicos eran propiedad del Estado, sin que mermase la libertad individual de los británicos. Pero, Hayek considera que el infierno esta empedrado con buenas intenciones

«What has always made the state a hell on earth has been precisely that man has tried to make it his heaven.» (Friedrich Hölderlin)

«Lo que ha hecho siempre del estado un infierno sobre la tierra es precisamente que el hombre ha intentado hacer de él su paraíso

Competencia

Hayek considera que no hay que pensar que la oposición contra cualquier forma de planificación implique una actitud dogmática de laissez-faire. Pues la posición liberal no propone dejar las cosas como están, sino de optimizar el uso de la fuerza que genera la competencia para coordinar los esfuerzos humanos. Para que la competencia muestre toda su potencia es necesario modificar las leyes, pues las actuales tienen graves defectos al respecto. «Al tiempo cree que el éxito de la competencia es compatible con forma de intervención gubernamental, tales como limitar el número de horas de trabajo diarias o establecer ciertos servicios sociales. Esta opinión de Hayek es la que más contrasta con la acción real de los políticos llamados liberales que presionan continuamente por privatizar estos servicios, poniendo en riesgo su disfrute por parte de los más desfavorecidos por el sistema»

Hayek no creía en el Laissez-Faire:

«Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire.»

La planificación 

La planificación debe su popularidad al hecho de que todos deseamos poder controlar y prever los asuntos que nos conciernen. «Creo que, dada la dificultad de conseguir esto, es por lo que algunos empresarios sobornan a la administración, algunos hacen trampas en las apuestas o, en ámbitos políticos criminales se eliminan a los rivales. De este modo el futuro se aclara».  Hayek considera que la planificación puede convivir con la competencia, sólo si se planifica para la competencia y no contra ella. Los que piensa que en la democracia puede existir una dirección centralizada de la economía, creen que el socialismo y la libertad individual pueden convivir, siendo como es, el socialismo, la mayor amenaza para la libertad. Hayek piensa que nadie lo vio más claro que Tocqueville, que pensó la sociedad de su tiempo con tanta lucidez que puede prever la sociedad del nuestro en algunos aspectos. Tocqueville estaba en conflicto con el socialismo:

«La democracia expande la esfera de la libertad individual… la democracia reúne todos los valores posibles de cada hombre… mientras que el socialismo convierte a cada uno en un agente, un mero número. Democracia y socialismo no tiene nada en común excepto una palabra: igualdad. Pero hago notar la diferencia: mientras que la democracia busca la igualdad en libertad, el socialismo busca la igualdad en la restricción y la servidumbre»

Hayek cree en el triángulo democracia – mercado – libertad y rechaza el formado por democracia – planificación – servidumbre.  Por eso cuando se le pone el contraejemplo de los países nórdicos, recuerda la tasa de suicidios de estos países, atribuyéndola al paternalismo del Estado. Hayek rechaza el argumento de la complejidad de las sociedades modernas para aceptar la planificación de los gobiernos. Cree que se funda en un malentendido sobre cómo funciona la competencia, que es el único medio de conseguir la coordinación de los asuntos. Los emprendedores, observando los cambios relativos de unos pocos precios, pueden ajustar sus actividades a las de sus competidores.

Hayek no quiere un Estado sobredimensionado, pero sabe que lo necesita para cubrir espacios que ni el mercado ni la competencia puede abarcar:

«En ningún sistema que pueda ser defendido racionalmente el Estado carecerá de todo que hacer. Un eficaz sistema de competencia necesita, tanto como cualquier otro, una estructura legal inteligentemente trazada y ajusta da continuamente. Sólo el requisito más esencial para su buen funcionamiento, la prevención del fraude y el abuso (incluida en éste la explotación de la ignorancia), proporciona un gran objetivo nunca, sin embargo, plenamente realizado para la actividad legisladora.»

Libertad de elección

El dinero es un de los más grandes instrumentos para la libertad jamás inventados por el hombre. Es el dinero el que abre las posibilidades al hombre pobre, como nunca lo hizo otra sociedad. La libertad de elección en una sociedad competitiva descansa en el hecho de que, si una persona renuncia a satisfacer nuestros deseos, podemos pedírselo a otro. Pero si nos enfrentamos a un monopolio, estamos a su merced. Y una autoridad dirigiendo la totalidad de los asuntos económicos puede ser el más poderoso monopolio imaginable. Cree que no se suele encontrar personas con una mente independiente y con suficiente fuerza de carácter entre aquellos que no tiene confianza de que pueden tener una vida basada en su propio esfuerzo.

«Aquí Hayek parece creer, un tanto inocentemente, más en esos pequeños dictadores que encontramos a menudo en las cúspides empresariales, políticas y sociales, llenos, en efecto, de fuerza de carácter, pero dispuestos a todo por construir su propio camino a costa de los demás, sin más conocimientos que los del uso del poder económico para la manipulación. Olvida a profesores, artistas y científicos que tanto hacen por la humanidad con muy escasa recompensa dineraria»

Dos clases de seguridad

Para Hayek hay dos tipos de seguridad: la de un mínimo que garantice la subsistencia y la de nivel de vida determinado que un grupo disfruta en relación con el otro.

Dice Hayek que el primer tipo de seguridad es legítimo y que no hay razón para que en una sociedad que ha alcanzado un nivel general de riqueza que tiene la nuestra, no pueda ser garantizada la seguridad basada en dotar de medios para la subsistencia (alimento, cobijo, vestido para preservar la salud) a aquellos que ha quedado al margen. Tampoco hay razón alguna para que el Estado no deba ayudar a organizar un sistema de seguridad social para cubrir los riesgos habituales que sólo unos pocos puede adecuadamente cubrir.

«En este párrafo Hayek muestra su condición de buen hombre, pues establece las bases de un liberalismo compasivo, muy al contrario de sus seguidores más entusiastas. Además señala al Estado como el sujeto de este deber y no a empresas privadas, que, como muestra el ejemplo norteamericano, sólo tienen interés por los clientes saludables física y económicamente»

Hayek consolida su posición diciendo que la total desesperanza de los que son dejados atrás sólo puede comprenderse por los que la han experimentado. Sin embargo, considera que el segundo tipo de seguridad, el de garantizarle a alguien un determinado nivel de vida asegurando que sus ingresos no van a bajar,  es muy peligroso para la libertad. «Creo que está pensando en trabajadores protegidos por sindicatos que no aceptan que se toque su status ni aún cuando es necesario para el bien general evitando el desempleo». En su opinión, no ha habido jamás una explotación más cruel que la que ejercen los mejor establecidos sobre los menos afortunados. Esta situación es resultado de «regular» la competencia.

«Hayek plantea aquí problemas que han estado presentes en el desarrollo de la crisis de 2008. No pocos economistas han denunciado los dos tipos de trabajadores (con contrato fijo y temporales) o el contrate entre los abuelos con pensiones garantizadas y los nietos sin trabajo. Unos enfrentamiento cuya relación con la libertad y la justicia son más que discutibles, no ya en el plano individual (poca gente aceptará que le bajen sus ingresos), sino en el de la reflexión global sobre los intereses generales. Pero es una discusión de plena actualidad cuando un partido político, precisamente los liberales, proponen un contrato único para todo trabajador. Pero extraño que no advierta la contradicción de reprochar a unos trabajadores su resistencia a que su sueldo sea bajado o corroído por la inflación, mientras se alaba al emprendedor que busca el máximo beneficio posible y lucha, una vez acumulado el capital, por contar con intereses altos para su capital e inflación baja para los precios cuando su dinero está a la vista o lucha por mantener paraísos fiscales cuando prefiere ocultarlo al fisco»

Dice Hayek que no culpa a un joven que prefiera un trabajo seguro (él mismo, que nunca se dedicó a los negocios, se movió siempre en el ámbito de la universidad) porque, tanto en la prensa como en la escuela, se difunde una imagen del empresario como de poca reputación y de los beneficios como inmorales. Ironiza diciendo que se piensa que dar empleo a cien personas es explotación y mandarlas en el ejército o en la política es honorable. Enfatiza que si no queremos destruir la libertad individual la competencia debe ser dejada funciona sin obstáculos.

Democracia

No es que haya que sacralizar nada, porque nada cumple sus fines si no es como resultado de una atenta mirada de los seres humanos, pero las opiniones de Hayek sobre la democracia son fronterizas.

«La democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual. Como tal, no es en modo alguno infalible o cierta. Tampoco debemos olvidar que a menudo ha existido una libertad cultural y espiritual mucho mayor bajo un régimen autocrático que bajo algunas democracias; y se entiende sin dificultad que bajo el gobierno de una mayoría muy homogénea y doctrinaria el sistema democrático puede ser tan opresivo como la peor dictadura.»

 

La razón en que para Hayek es más importante el régimen de competencia que el régimen político mismo. Cuestión ésta que merecería una larga discusión. En todo caso, él tiene plena confianza en que la competencia puede con todo para preservar la libertad.

También roza el maquiavelismo con este comentario:

«De la misma manera que el gobernante democrático que se dispone a planificar la vida económica tendrá pronto que enfrentarse con la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus planes, así el dictador totalitario pronto tendrá que elegir entre prescindir de la moral ordinaria o fracasar.»

Y roza el delirio con esto otro:

«Y si yo tuviera que vivir bajo un sistema fascista, sin ninguna duda preferiría vivir bajo uno instaurado por ingleses que bajo el establecido por otros hombres cualesquiera.»

 

Final 

Finalizando su afamado libro propone recuperar la convicción en la que se basa la libertad en los países anglosajones. Lo expresa con un frase de Benjamin Franklin:

«Aquellos que renuncian a la libertad esencial para procurarse una pequeña y temporal seguridad, no merecen ni la libertad ni la seguridad»

Hayek cree que para construir un mundo mejor debemos tener el coraje de empezar de nuevo. Debe despejarse el camino de los obstáculos que la locura humana ha puesto en él, así como liberar la energía creativa de los individuos. Debemos crear condiciones favorables para el progreso, no planificar el progreso.

Hayek sospecha de aquellos que reclaman más planificación y de quienes piden un «nuevo orden», que no hacen otra cosa que seguir la tendencia desde hace unos cuarenta años (esto se escribe en 1944) de considerar a Hitler un modelo a seguir. Insiste en que son los que reclaman una economía planificada los que están completamente bajo la influencia de las ideas que han provocado esta guerra y la mayoría de los males que estamos sufriendo.

Hayek profesa la humildad del hombre ante las fuerzas que lo han generado en la naturaleza y a las que él mismo ha impulsado por incomprensibles que les parezcan. Entiendo que se refiere a las leyes de la evolución biológica que porque las comprendamos no las modificamos en su campo natural y a las del mercado que han surgido por ensayo y error, pero nos han conducido a una capacidad científica, tecnológica y productiva extraordinaria. Leyes unas y otras sobre las que se debe navegar aunque no se comprendan. Es más, considera que si se alteran racionalizándolas se perturba el progreso. «No sé qué pensaría de que los libertarios moderno, no sólo han creado monopolios cuyas dimensiones eran inimaginables en los años cuarenta, sino que están dispuestos a desafiar la mortalidad de la especie». Pero, leamos sus palabras:

«La negativa a someternos a fuerzas que ni entendemos ni podemos reconocer como decisiones conscientes de un ser inteligente es el producto de un incompleto y, por tanto, erróneo racionalismo. Es incompleto porque no acierta a comprender que la coordinación de los variados esfuerzos individuales en una sociedad compleja tiene que tener en cuenta hechos que ningún individuo puede dominar totalmente. Y no acierta a ver que, si no ha de ser destruida esta compleja sociedad, la única alternativa al sometimiento a las fuerzas impersonales y aparentemente irracionales del mercado es la sumisión a un poder igualmente irrefrenable y, por consiguiente, arbitrario, de otros hombres.»

Finalmente una interesante intrusión en el ámbito internacional:

«Lejos de ser cierto, como ahora se cree con frecuencia, que necesitamos una organización económica internacional, pero que los Estados pueden, al mismo tiempo, conservar su ilimitada soberanía política, la verdad es casi exactamente lo opuesto.»

 

«En el contexto en que fue escrito este libro es de destacar el canto a la libertad que Hayek hace y la pasión en rechazar todo totalitarismo, ya sea en nombre de la raza o en nombre del proletariado. Otra cosa es la discusión sobre su propuesta de sometimiento a las fuerzas subterráneas del mercado renunciado a racionalizar nuestra acción para conciliar libertad y seguridad. Hayek vivió un mundo muy complejo y terrible. Su lucha por la libertad con fundamento en el mercado y la competencia es legítima, pero su éxito es dudoso si quienes defienden sus ideas son aquellos que las usan para mejorar los mecanismos de explotación del ser humano. Quizá el liberalismo de Hayek debiera caer en mejores manos que las de, por ejemplo, Peter Thiel, que reclama el dinero gastado en seguridad social para investigar la inmortalidad de los poderosos. Seguiremos la discusión»

 

NOTA.- los textos en negrita entre comillas españolas («») son comentarios del autor de este artículo.

 

 

 

Dos pulsiones universales

Mientras esperamos el pseudo referéndum del 1 de octubre, en el que una parte de Cataluña quiere medir su potencia para legitimar la independencia de España, el mundo se debate, en los túneles del pensamiento, entre dos grandes corrientes con todas sus contradicciones: La creencia en las instituciones como reguladoras de la actividad individual (creencia A) y la creencia en la suprema libertad del individuo para hacer lo que le plazca (creencia B). La coyuntura catalana viene a cuento porque, en la reivindicación, se suman de forma compleja las dos creencias. En efecto, es un conjunto de individuos los que que reclaman libertad, por lo que quieren reproducir un armazón social a otra escala, sin que cambie el estatuto de los individuos.

Los que sostienen la creencia A (institucional) argumenta que el propio ser humano biológicamente considerado es inviable sin la cooperación orgánica de las distintas partes de su cuerpo. Además no encuentra actividad relevante para la supervivencia individual que no sea resultado de un acto cooperativo. Desde la caza o recolección de los hombres primitivos a los viajes espaciales. Ni siquiera la actividad intelectual del más misántropo de los autores es posible sin que alguien lo alimente físicamente o alguien le proporcione el objeto de su análisis o descripción. Tanto si observa a la sociedad para describirla o caracterizarla, como si cuenta con textos previamente escritos por otros. Desde luego, el propio intelectual es inviable sin la cooperación de sus padres. Incluso hoy en día con las imaginativas formas de procrear que se ofrecen, se necesita hasta cuatro personas para concebir un hijo, además de toda la ciencia teórica y experimental que subyace al acto. Además, cuanto más compleja se vuelve la sociedad y sus herramientas de subsistencia y acción, más necesidad hay de cooperación en el marco de algún tipo de institución científica, cultural o económica. Añádase, dirían los defensores de la creencia A, que el gobierno de tal complejidad necesita de instituciones políticas que hagan posible la participación de cada uno en las decisiones acerca del uso de los recursos y la distribución de la riqueza resultante. Estas razones no ocultan las sombras de cualquier organización social. Una vez creado el Estado, nada impide que sea tomado por personas que, desde una voluntad de dominio patológica, lo usen para su propio provecho asfixiando la libertad individual pactada en el marco social por temor a ser derrocados. Esta patología social llegó a extremos insoportables en la mitad del siglo XX y en algunos países europeos se prolongó medio siglo más. En la actualidad, la creencia A permite la acción política y la libertad individual en el seno de un debate permanente sobre los límites de una y otra. Nadie puede negar que la versión patológica del dominio supraindividual ha hecho correr mucha sangre y todavía lo hace, allí donde la autocracia, que no es otra cosa que el ejercicio de una voluntad individual tiránica sobre todos los demás utilizando la herramienta del Estado para sus propósitos. Esta creencia ha llegado a su más noble expresión con las democracias occidentales actuales, a pesar del ruido de los conflictos políticos cotidianos que permiten dar salida a las diferencias de concepción. Conflictos entre partidarios de mayor o menor control estatal sobre las actividades individuales, pero nunca de voladura de la organización social.

Los que sostienen la opción B (libertaria), rechazan todos los argumentos de la opción A, porque considera la libertad individual sagrada. En este modelo los individuos pactarían libremente y se someterían a las consecuencias de sus acciones. Obviamente el marco más activo sería el comercial, aquel en el que se producen los intercambios de bienes y servicios, pero también la familia o la cultura. Un sistema en el que la propiedad privada sería, igualmente, sagrada y no habría ningún Estado reclamando impuestos. Las infraestructuras resultarían de acuerdos entre grandes corporaciones que cobrarían a los ciudadanos por su uso. Las inevitables acumulaciones de riqueza serían tan probables como en el actual marco, pero no habría espacio político para que fueran recusadas. Se dependería de cálculos financieros para esperar algún tipo de sostén de los perdedores en la batalla comercial cotidiana. La opción libertaria considera que el mecanismo de competencia que dinamiza el mercado es utilizable en cualquier relación humana. La lógica del mercado debería presidir todas nuestras decisiones, a pesar de que a nadie se le escapa la inconsistencia de un sujeto sin referencias o patrones sociales. Esta creencia propone la reducción del Estado a un mínimo no bien definido, que tendría que ver con la administración de la fuerza. Un estado que usaría la fuerza exclusivamente para mantener el cumplimiento de los contratos privados. Contratos que serían el soporte legal de toda acción. Un estado que sería siempre una tentación para su uso totalitario por carecer de pensamiento político. Añadamos que a la única institución que esta creencia no renuncia es a la empresa, que es oportuno recordar, es una institución autoritaria en grado intermedio entre el ejército y la acción personal. La libertad individual proclamada por la opción B desaparece en la puerta de la empresa. Añádase que una vez establecidas las desigualdades, una acumulación lleva a otra y nadie podría impedir que las grandes decisiones sobre los individuos se tomaran en grandes torres acristaladas sin contar con ellos.

Los ejemplos históricos de uso patológico del Estado concebido en la Ilustración son muchos y sobrecogedores: el comunismo y el nazismo como cumbre de tales desatinos. De hecho la opción libertaria nació en el plano intelectual con Adam Smith, cuando la burguesía expandía su capacidad de acción con el terror en la fábrica y en las colonias, renació en el centro de europa como respuesta al horror del Gulag y el horror de Auswitch. Friedrich Hayek sospecha del Estado, no sólo para administrar la economía, sino para administrar cualquier faceta de la vida. Por esos propone prácticamente su desaparición. Sin embargo muchos regímenes totalitarios y con las manos manchadas de sangre han utilizado la libertad del mercado con gran entusiasmo. Véase el caso de Chile, Argentina y China. En el otro bando, las sevicia política pretendidamente progresista ha llevado en general a liderazgos grotescos, como en los casos mayores del siglo XX y sus caricaturas actuales.

La libertad de acción es un valor que debe competir con el de igualdad de derechos. El ser humano es un ser social que ama la libertad. Pero es necesaria la conciliación entre ambos valores. Es utópico pretender que exista un Estado que se ocupe de todo, pero es igualmente utópico pretender que, sueltos todos los lazos, se va a encontrar algo distinto de la opresión de las grandes corporaciones. Cuando el Estado ha planificado todo, los mercados estaban desabastecidos, y cuando el Mercado se ha ocupado de todo, la estafa universal ha arrasado con toda riqueza individual. La crisis económica de 2008 se parece a la de 1929 en la euforia generalizada en el crecimiento infinito del valor de los títulos y se diferencia en que, la primera, fue el resultado de la coyuntura y, la segunda, fue resultado de una maquinación.

Si Rousseau viviera reconocería que el contrato social tiene sus límites. Si Hayek viviera reconocería que la libertad individual o corporativa invita al robo impune. ¿Por qué los intelectuales europeos, salvo honrosas excepciones, fueron cautivados por el experimento comunista? ¿Por qué a los políticos liberales les atraen los dictadores (Thatcher)? El «business is business» no es un argumento es una declaración de guerra al ser humano. El «De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades» esconde una paradójica amenaza de esclavitud.

Tenemos trabajo para desbrozar las dos opciones y encontrar un camino para conciliar la libertad individual y la organización de la acción sin caer en que lo que es bueno en un rango circunstancial lo es en todo el espacio de acción. De parte de la opción constitucional, se acepta la necesidad de organizarse políticamente para compensar el egoísmo individual o corporativo y para proteger la libertad de los perdedores; de parte de la opción libertaria, se acepta la necesidad de llevar el mérito competitivo a todos los rincones institucionales o corporativos para corregir la ineficiencia y evitar la tiranía. Se necesitan instituciones públicas y empresas (parte coactiva); se necesita que sean gestionadas conforme a criterios de eficacia (parte competitiva); se necesita respeto a la acción individual (libertad negativa) y dotar de recursos para el ejercicio de los derechos (libertad positiva).

Los defensores de la opción institucional y de la opción libertaria son víctimas de la falacia Post hoc ergo propter hoc cuando, unos,  asocian libre mercado e injusticia y, los otros,  cuando asocian Estado y totalitarismo. No se puede permitir que la esfera política desaparezca para ser sustituida por la esfera mercantil, ni lo contrario. Ambas tendrán que encontrar el equilibrio o ambas desaparecerán en el marasmo al que pueden llevar a la especie.

Tenemos que hacer el elogio de la mediocridad, entendida como conciliación inteligente y experimentada, por mucho que ahogue a los héroes en sus pretensiones de hacer vivir a los otros vidas sangrientas. No hay otra regla moral que la preservación de la integridad física y psíquica de cada individuo. Esta regla corre riesgo de ser violada en cualquier tipos de organización social (política y económica), pero debe ser la regla que las enjuicie. Por tanto, parece que lo inteligente es trabajar en las instituciones para corregir los abusos de la libertad y en la difusión de la libertad para evitar los abusos de las instituciones. El futuro no es monista. Los valores, como Berlin decía, deben compartir el espacio axiológico con la persona como fiel de la balanza.

 

 

Keynes vs. Hayek. Nicholas Wapshott. Reseña (9)

La economía como disciplina ha sido un asunto de especialistas, de la que no supe nada hasta 2007. En el verano de ese año, empezaron a llegar noticias de una crisis en Estados Unidos asociadas a las llamadas «hipotecas subprime». Se dió el caso, ese verano, de que asistí a un funeral en un tanatorio y coincidí con un alto responsable de una caja de ahorros y pronto estábamos hablando de ese neologismo. Me explicó la temeridad premeditada que habían cometido algunos bancos norteamericanos poniendo en circulación activos, compuestos de distintos tipos de deuda, incluyendo hipotecas de dudoso cobro. Durante años, y una vez que el presidente Clinton eliminó las últimas barreras para la «creatividad financiera», se había buscado, irresponsablemente, a ciudadanos que firmaran hipotecas cuyo pago mensual era más que dudoso por la precariedad económica de los titulares. Se crearon unos novedosos activos de diseño, a los que pusieron el nombre de CDO (collateralized debt obligations), incluyeron todo tipo de títulos: seguros de estudios, seguros de vida e, intercaladas, la llamadas «hipotecas basura». Unos activos complejos que los bancos del mundo entero compraron poniendo cara de saber lo que hacían. Para ello los emisores contaban con la complicidad de las agencias de Rating que avalaron con la máxima categoría estos valores. El resultado es que, después,  a estos activos se les tuvo que cambiar el nombre a activos tóxicos, cuya definición es:

«Los activos tóxicos son fondos de inversión de muy baja calidad que se crean a partir de hipotecas a personas con solvencia económica baja (respaldados por una vivienda cuyo precio real difiere bastante del especulativo). El valor de estos fondos de inversión es prácticamente cero o negativo»

Con estas prácticas se estaban creando las condiciones para un nuevo Crack financiero, pero al contrario que en el año 1929, fue consecuencia de una acción premeditada de ciertos bancos financieros que vieron una oportunidad de gran negocio a costa de la ingenuidad del infeliz que quería una casa que no podía pagar y la de los supuestos expertos de la banca mundial. La oportunidad estaba basada en la derogación de la ley Glass-Steagall que tras la crisis de 1929 prohibió que los bancos comerciales pudieran tener actividades con los banco de inversión. Eliminada esta barrera y otras muchas a lo largo de treinta años, estaban puestas las condiciones para llevar a cabo acciones, poco éticas pero legales, de la crisis. Esto permitió que los presidente de los bancos involucrados declararan, cuando el castillo en el aire se desplomó, conteniendo la risa ante las comisiones que se crearon. El buen humor procedía de que la crisis los dejaba a ellos en la más obscena riqueza imaginable en sus resort tropicales. Lo efectos fueron globales y las haciendas públicas pagaron los platos rotos con inyecciones de liquidez a bancos al borde de la ruina por su estulticia de acumulación de valores tóxicos.

Esto es historia reciente. Si alguien no tiene claro qué pasó, seguro que sí ha padecido alguna de las secuelas de esta «estafa» consentida por los no menos estúpidos poderes públicos que la hicieron posible a gran escala. Pero lo más estupefaciente es que, tras comprobar qué ocurre cuando se deja al mercado las manos sueltas, se haya impuesto urbi et orbe la versión más liberal posible del capitalismo, a pesar de las proclamas de refundación del sistema por parte de algunos políticos y empresarios en aquellos años. La amarga experiencia es que los Estados, a despecho de quien los gobernara: conservadores, liberales o socialdemócratas, abrazaron con entusiasmo la gestión de las burbujas financieras. Pero, el recuerdo de los buenos tiempo aparentes, en los que se estaban creando las condiciones para el hundimiento financiero de sus políticas, les impide ver la necesidad de actuar controlando las estrategias privadas que puedan desestabilizar las economías nacionales y se entregan a prácticas en las que le aprietan el cinturón a la ciudadanía mientras crecen los beneficios privados. Así se olvida, de nuevo, que toda actividad económica sólo tiene como fin mantener física y moralmente al conjunto de las sociedades y no la práctica de un juego perverso de listos y tontos.

Quizá, el curioso fenómeno de apoyo electoral de los ciudadanos a opciones liberales o conservadoras sea, todavía, el resultado del recuerdo de que estas opciones gobernaban cuando las burbujas financieras cautivaron la imaginación haciendo posible que el común pudiera disfrutar de un tipo de vida que sólo era posible financiar con dinero ajeno. Un espejismo del que se despierta con 800 euros de salario al mes y la amenaza del desempleo siempre sobrevolando sus esperanzas. En el caso español la irresponsabilidad alcanzó al partido socialista que no quiso parar la burbuja y pagó los platos políticos rotos cuando todo estalló irreversible y tardíamente  en 2010.

Todo esto me pareció que debía tener sus antecedentes intelectuales que permitieran entender algo desde el punto de vista de un ciudadano corriente. En mi búsqueda naif he dado con el libro que es objeto de esta reseña: Keynes versus Hayek de Nicholas Wapshott. Su iluminadora lectura me ha llevado a trabajar en los textos de estos autores claves en la comprensión del fundamento económico de nuestras vidas, lo que será objeto de otros artículos.

Nunca como ahora la economía ha estado tan a la vista de cualquiera que se interese por ella, dado que ha salido de la penumbra para estar en los telediarios y las tertulias tratando de explicar lo que nos pasa. Desde luego hay dos cuestiones claves a la vista:

  1. Para evitar una nueva catástrofe económica, el ciudadano debe salir de su modorra y actuar como un actor económico inteligente y responsable para evitar que los expertos, ya sea por codicia o estulticia, vuelvan a comprometer el patrimonio de todos.
  2. Las sociedades modernas tiene que resolver qué estándar de vida se pueden permitir para: evitar el colapso del planeta y garantizar a toda la población mundial su subsistencia.

El segundo punto tiene dos corolarios:

  • La conservaciónCalico del planeta requiere contención consumista. Pero este propósito requiere ejemplaridad, por lo que la riqueza individual debe ser limitada con el doble propósito de que la mayor parte de la riqueza vaya a la resolución de los graves problemas que nos acucian, pero sin matar la meritocracia que activa las ambiciones. Si no, la enorme riqueza acumulada lleva a sus tenedores a emplear el dinero en proyectos tan delirantes como la inmortalidad (Véase la provocadora portada de Time)
  • La igualdad de oportunidades es la base de la optimización del talento individual. Por tanto, la educación debe alcanzar las más altas cotas de excelencia para todos, aunque no todos sean capaces de aprovechar la oportunidad. En consecuencia la herencia, que coloca con gran ventaja económica a los hijos de los más ricos, que no tiene porqué ser los más listos, será, con mucha probabilidad, revisada en el futuro.

RESEÑA

KeynesJohn Maynard Keynes (1883-1946) fue un economista británico cuya influencia aún tiene vigor y fue decisiva a lo largo del siglo XX y, aún la tuvo en la crisis de 2008. De algún modo es el inventor de la macroeconomía a partir de su obra: Teoría General sobre el Empleo, el Interés y el dinero (1936) . A grandes rasgos, es partidario de la planificación económica por parte de los Estados para controlar los principales factores de su funcionamiento. Tuvo el acierto de profetizar la II Guerra Mundial a la vista de las condiciones del Tratado de Versalles.

 

Hayek

Friedrich Hayek (1899-1992) fue un economista austríaco cuya influencia está de plena actualidad, puesto que inspira a las escuelas más radicalmente liberales de los países más influyentes. Tuvo el acierto de relacionar el sustrato económico con sus efectos políticos. Su posición fundamental es dejar que el mercado establezca los precios sin interferencia alguna, evitando todo tipo de planificación centralizada por su efectos perversos conducentes, en su opinión, al totalitarismo. En este sentido su gran obras es: Fundamentos de la Libertad (1960) 

Hayek era 16 años más joven que Keynes y le sobrevivió en 46 años. Sus vidas se cruzaron con mayor o menor intensidad desde que en 1927, un joven Hayek le pidió al ya célebre Keynes un libro, petición que fue resuelta de forma irónica por éste, además de no enviarle el libro. Hayek ya sabía que se dirigía a una celebridad, que en su libro de 1919: Las Consecuencias Económicas de la Paz profetizaba una segunda guerra mundial, dado el irresponsable trato económico que los aliados dieron a la vencida Alemania. Hayek, que estaba sufriendo en sus propias carnes estos efectos en su Viena natal, devoró el libro y empezó a pensar en relacionarse con el ya célebre economista inglés. En 1928, Hayek fue invitado a una conferencia en Londres y se produjo el primer encuentro entre estos dos altísimos personajes (medían más de 1,90 cada uno). A partir de ahí pronto se pusieron de manifiesto las diferencias entre la escuela de Cambridge, liderada por Keynes, y la London School of Economic, a la que Hayek dotaba de munición contra la creciente influencia de Keynes y sus propuestas de intervención en el mercado.

El libro del que hacemos la reseña cuenta con detalle la evolución de la confrontación hasta llegar al presente, tratando de determinar si la economía moderna se rige por los puntos de vista de uno u otro o por mezclas más o menos pertinentes de ambas. Veamos ahora la posición de cada uno en dos planos: el económico y el político

Plano político:

  • Keynes pensaba que la economía tenía como último fin que todo el mundo tuviera trabajo, lo que hacía necesario que los gobiernos planificaran e intervinieran en el mercado. Keynes no temía que la planificación en democracia derivara a estados totalitarios. Al contrario pensaba que sin control el capitalismo produce crisis que traen gran sufrimiento a las poblaciones. En todo caso, no era socialista en el sentido europeo, sino liberal. El capitalismo era la materia prima con la que trabajaba. Un sistema que él no dudaba que producía gran riqueza pero que no garantizaba un reparto equitativo.
  • Hayek creía que lo principal es la libertad y, en consecuencia había que evitar, a toda costa, que los gobiernos planificaran e intervinieran en el funcionamiento del mercado.  Lo que sostiene por su temor al socialismo como umbral hacia regímenes totalitarios. El éxito de la socialdemocracia en los países nórdicos le quitó fuerza a este argumento. Sin embargo sostenía que los perdedores de esa libertad mercantil (desempleados y pobres) debían recibir un subsidio que les garantizara asistencia médica y subsistencia física. Paradójicamente, sus discípulos chilenos, formados en la Escuela de Chicago asesoraron sin problemas al dictador Pinochet. También su seguidora más pertinaz, Margaret Thatcher colaboró con el dictador sin grandes problemas de conciencia. En la actualidad el régimen chino compatibiliza el mercado libre con una dictadura firme en lo político.

Plano económico:

Se parte de que nuestros protagonistas tienen, ambos, buenas intenciones que quieren llevar a cabo mediante el conocimiento y la aplicación de técnicas a gran escala para encontrar los equilibrios económicos de una sociedad. Obviamente, todo esto ocurre en una época determinada con unos acontecimientos históricos determinados. En todo caso, la enseñanza de este libro es comprobar hasta qué punto la economía (avanzada) influye en las decisiones de la política (atrasada) a partir de las propuestas de nuestros dos protagonistas, a lo que se puede añadir la influencia de un alumno de ambos: Milton Friedman, líder de la, así llamada, Escuela de Chicago.

Los acontecimientos históricos aludidos son los siguientes:

  • I Guerra Mundial (1914-1918)
  • Tratado de Versalles (1919)
  • I Gran depresión (1929)
  • Ascenso del nazismo (1933)
  • II Guerra mundial (1939 – 1945)
  • Plan Marshall (1948)
  • Guerra fría (1945 – 1989)
  • Despliegue de la economía capitalista (1945 – 2008)
  • Reunión de Bretton Woods (1945)
  • Elección de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979 – 1989)
  • II Guerra de Irak
  • II Gran depresión (2008)

Para entender las diferencia es conveniente saber qué parámetros relevantes se manejan tratando de que la economía cumpla con su propósito. Estos son, a grandes rasgos: tasa de desempleo – salario – interés de los préstamos – tasa de inflación – devaluación de la moneda – precios de las mercancías y servicios – impuestos – aranceles – producto interior bruto (PIB), demanda agregada, oferta agregada.

Keynes tenía tendencia a la visión global de la economía, mientras que Hayek prefería el estudio de detalle de determinados procesos económicos. Con distintos enfoques, ambos, abordan el estudio del capitalismo como sistema indiscutible para la creación de riqueza y el equilibrio social. Keynes pone más énfasis en intervenir desde el Estado sobre los parámetros de la economía y Hayek rechaza de plano toda intervención, incluida la emisión de dinero. En el siglo transcurrido desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial ha dado tiempo a que ambos puntos de vista hayan sido aplicados con más o menos energía por la clase política, aunque, raramente, dados los ciclos electorales en las democracias, se han aplicado con suficiente paciencia para observar los resultados.

En general, Los criterios de Keynes fueron universalmente aplicados durante décadas, pero su aviso sobre las consecuencias de la sanciones a la derrotada Alemania en la Pacto de Versalles, expuestos en su publicación Las Consecuencias Económicas de la Paz, no fueron atendidos y lo que se preveía sucedió: la llegada de la mayor explosión de demagogia jamás vista para aprovechar el hundimiento moral y económico de la población alemana. La consecuencia terrible fue una segunda guerra mundial sobre el suelo europeo.

El libro de Wapshott explica con mucha claridad el proceso de acople entre los puntos de vista de Keynes y las políticas de las dos posguerras. Primero con la salida de la crisis de 1929 por parte del presidente Roosevelt y, tras la segunda guerra, en las políticas de los sucesivos gobiernos. Se identifican cuatro fases fundamentalmente:

  1. Desde 1914 hasta 1939, periodo que incluye el hundimiento económico de Alemania en 1918 y la Gran Depresión en 1929
  2. Desde 1939 hasta 1945, año en que finaliza la II Guerra Mundial.
  3. Desde 1946 hasta 1989, año en que finaliza el mandato de Ronald Reagan
  4. Desde 1990 hasta 2008, año de la crisis financiera simbolizada por la quiebra del Lehman Brothers

FASE 1 Desde 1914 hasta 1939

Hasta 1914 el capitalismo había funcionado sin ningún tipo de cortapisas, por lo que Keynes y sus propuestas macroeconómicas para el control de los ciclos de la economía resultaron muy novedosas. La Gran Guerra tuvo origen en el plano político de los nacionalismos y el respeto por los pactos de defensa entre estados. El crimen de Sarajevo produjo la amenaza de Alemania a Serbia porque ésta pertenecía al imperio Austro-Húngaro y había un pacto con Alemania. La agresión a Serbia provoca la intervención de Francia y Gran Bretaña fundamentalmente. Nada de economía en la toma de decisiones. Pero al final de la guerra, el deseo de venganza de Francia, que aún sangraba por la herida de la derrota infligida por los alemanes en 1871, provocó con la cooperación de Inglaterra y Estados Unidos unas condiciones de reparación para Alemania que la hundieron en la más absoluta miseria. Una situación que provocó el ascenso de Hitler al poder con las consecuencias ya anticipadas por Keynes en su análisis económico del tratado de Versalles. Para los detalles hay que leer su libro Las consecuencias económicas de la paz, publicado en 1919. Como aperitivo este párrafo:

«Alemania debe una gran suma a los aliados; los aliados deben una gran suma a Gran Bretaña, y Gran Bretaña debe una gran suma a los Estados Unidos. A los tenedores de préstamos de guerra de cada país les debe una gran suma el Estado, y al Estado, a su vez, le deben una gran suma éstos y los demás contribuyentes… Una hoguera general es una necesidad tan grande, que si no hacemos de ella un asunto ordenado y sereno, en el que no se cometa ninguna injusticia grave con nadie, cuando llegue al final se convertirá en una conflagración que puede destruir otras muchas cosas.«

Pero mientras se gestaba esta nueva catástrofe, en Estados Unidos, a pesar de la victoria de los revolucionarios comunistas en Rusia, vivió una época de expansión económica típica de los pueblos vencedores que aprovechan la energía humana tras la guerra para aumentar la productividad. Además los Estados Unidos encontraban en Europa un cliente a su merced, dadas las consecuencias de la guerra en las infraestructuras económicas. Para mantener esta euforia había grandes inyecciones de capital a la economía por la euforia que provocó la subida incesante de la bolsa, lo que como descubrió Milton Friedman más tarde, provocó una gran inflación que trajo consigo depresión y desempleo.  Se había producido un hundimiento desde el cénit de las cotizaciones por un brusco cambio de los tenedores de acciones más avisados, que sospechaban de una subida aparentemente imparable. El resto entró en pánico y este pánico se propagó al mundo entero, dadas las implicaciones mutuas. Una muestra de hasta qué punto la economía se basa, antes que en cualquier defecto humano, en la confianza que dota de valor a simples papeles (dinero, escrituras o pagarés).

Keynes emerge como un visionario que proporciona las claves para acabar con la depresión atribuyendo al Estado, contra toda la ortodoxia liberal, la responsabilidad de intervenir corrigiendo con gasto público la debilidad de la economía, aunque aumentara el déficit público. Y lo hace a lo grande, enviando una carta al presidente Roosevelt, que lo recibió a continuación. En ella trató de convencerle de la potencia del gasto público, que se convertía en inversión en base al multiplicador de Kahn. Un índice que mostraba cómo se multiplicaban los efectos de la inversión pública al activarse la cadena de gasto de los nuevos contratados, generando nuevos empleos y, por tanto, incrementando la demanda agregada. El caso es que el New Deal de Roosevelt parecía haber acabado con el laissez-faire reinante hasta la Gran Depresión. Por cierto, en ese viaje Keynes se asombró de la ignorancia de los empresarios y banqueros estadounidenses. Cualidad que aún parecen mantener a la vista del engaño masivo perpetrado durante la primera década del siglo XXI.

FASE 2 Desde 1939 hasta 1945

La Segunda Guerra Mundial devastó Europa, pero reforzó a Estados Unidos que desarrolló un poder industrial desconocido hasta ahora en su esfuerzo bélico. Al acabar la contienda el Estado se encontraba en condiciones de reforzar las políticas de intervención en la economía buscando el pleno empleo que ya había puesto en marcha, inspirado por Keynes, para dar salida a la crisis de 1929.

En la sombra de la celebridad económica, Hayek provoca un impacto ideológico con su obra de 1944  Camino a la Servidumbre y reúne en Mont Pelerin (Suiza) a 39 economistas adversarios del keynesianismo en 1947. La sociedad activa las relaciones entre neoliberales y el libro sembró sus bases ideológicas. Mientras, las teorías de Keynes influyen en todos los gobiernos generando el llamado Estado del Bienestar.  Hayek pierde como economista, pero articula una resistencia ideológica con su fundación. Un joven Milton Friedman se suma a la sociedad con sólo 35 años. Lionel Robbins, el mentor de Hayek en el Reino Unido, resumió la reunión fundadora de la Sociedad de Mont Pelerin como una llamada de atención porque «los valores fundamentales de la civilización están en peligro… (una amenaza) incrementada por el auge de una visión de la historia que niega todas las normas morales… y el Estado de Derecho… con pérdida de confianza en la propiedad privada y en el mercado competitivo».

FASE 3 Desde 1946 hasta 1981

Keynes muere en 1946 en pleno éxito de sus ideas. Con Rusia en Berlín y una Europa destrozada, Estados Unidos no quiere cometer el error de los aliados en 1919, que con tanta elocuencia explicó Keynes. Por eso, esta segunda guerra, aunque fue devastadora para Europa, no tuvo la misma salida tras el armisticio. Seguro que Hoover, el presidente de la bomba atómica sobre Hiroshima, había leído el libro de Keynes y pensó que era mejor recuperar cuanto antes al vencido que vengarse provocando una nueva catástrofe humana que trajera una respuesta demente, como ocurrió a partir de 1918. El Plan Marshall fue la respuesta. Una respuesta de la que se esperaba, no sólo evitar el populismo, sino competir en éxito económico con el sistema implantado en Rusia tras la revolución de 1917.

En estos años de culpa colectiva por la atrocidad de la guerra recién acabada se establece el deber de «promover y mantener un alto nivel de producción y consumo nacional por todos los medios apropiados». Uno de los derechos establecidos es el de pleno empleo. Ha nacido, para escándalo de Hayek, el Estado del Bienestar, que Europa empieza disfrutar en los años sesenta y España en los ochenta. Esta explosión es vista de forma crítica. Así Haberler consideró que

«si los desempleados se concentran en ciertas áreas e industrias deprimidas, mientra que en los otros sectores hay pleno empleo, el aumento general del gasto sólo servirá para provocar un aumento de los precios en el área de pleno empleo, y no tendrá mucho efecto sobre las industrias deprimidas. Luego, en plena inflación, se experimentaría la paradoja de la depresión y el desempleo».

Harry Truman (1945-1953) fue un presidente keynesiano, pero cuidó el déficit. Sin embargo la guerra de Corea al aumentar los gastos militares provocó el aumento de la inflación. Se propuso cortar estos gastos y subir los tipos de interés por parte de la Reserva Federal para parar la inflación. Sin embargo, ganaron los que sostenían que era mejor incrementar el gasto público. En 1948 se publica «El Samuelson», como se conoce al libro del premio Nobel Paul Samuelson: Economía. Un análisis introductorio. Un texto célebre en apoyo de las teorías de Keynes en el que no se menciona a Hayek y cuyo magisterio ha llegado hasta años recientes.

Ike Eisenhower (1953-1961) temía más la inflación que el desempleo, pero no pudo parar la inercia de responsabilidad de intervención del gobierno en los desequilibrios económicos. Por eso, al acabar la guerra de Corea, hizo un recorte de impuestos de 7.000 millones de dólares que provocó un déficit en el presupuesto federal. Además hizo correcciones económicas con los llamados «estabilizadores fiscales automáticos» como subsidio de desempleo y ayudas sociales a costa del gobierno o reducción de impuestos. Además se atrevió a la financiación con déficit para crear la red de autopistas e incrementar los gastos de defensa por la guerra fría. En su mandato Ike gastó más en defensa que lo que necesitó Roosevelt para ganar la Segunda Guerra Mundial. Fue el primer presidente en asociar la gestión gubernamental de la economía y los ciclos electorales. Antes de irse quiso dejar como legado un déficit reducido, pero, además, los demócratas pensando que una recesión les ayudaría a vencer al candidato republicano Nixon con su candidato Kennedy, llevaron a cabo desde el Congreso unos recortes aún mayores.

Mientras esto ocurría en el mundo oficial, entre 1956 y 1969 Milton Friedman publica su libro The Quantity of Money y su artículo A Monetary History of the United States: 1867-1960 en los que muestra que todas las depresiones han sido precedidas de una explosión en la oferta de dinero. Friedman propone el control estricto de la oferta de dinero. Ha nacido el monetarismo. Por su parte, en 1960, Hayek refuerza la posición ideológica del neoliberalismo con su texto: Los Fundamentos de la Libertad, que inspirará la acción política de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Mientras el keynesianismo triunfaba en cualquiera de sus formas, pero siempre como acción gubernamental, Hayek insistía en su argumento principal: la planificación mata la libertad. Estas ideas y su difusión desde la Sociedad Mont Pelerin se mantienen aún veinte años en el congelador, pues las políticas gubernamentales siguen siendo keynesianas, es decir expansionistas a la búsqueda del pleno empleo, aumentando el tamaño de los gobiernos. Es de destacar que la teoría monetarista de Friedman no nace de la tradición austriaca de Hayek. En realidad, ellos coincidían en la ideología de la libertad del mercado, pero con diferencias importantes, pues el monetarismo necesita intervenciones del Estado y Hayek prefiere que el mercado se regule por sí mismo. Desde luego coincidían en que cuanto más pequeño el Estado mejor y que la inflación era más peligrosa que el desempleo.

John Fitzgerald Kennedy (1961-1963) se encontró con la depresión inducida por el recorte del déficit de la anterior administración que fue responsabilizada de la situación, por no haber utilizado los recursos a su disposición: recorte de los tipos de interés y reducción de impuestos. Nixon le echó la culpa de haber perdido a la inacción de Eisenhower, pero los dos partidos mayoritarios aprendieron la lección de que la economía, manejada desde el Estado, podía ser una poderosa arma electoral. Con Kennedy el «keynesianismo instrumental» se incorporó a la política general del gobierno. La meta era el pleno empleo (4 % estructural) sin inflación. Políticamente Kennedy tenía el propósito de encontrar el «crecimiento perdido» si se dejaba a la economía a la iniciativa privada exclusivamente. Pensaba que si la economía funcionaba a pleno rendimiento, el aumento de los impuestos sobre la renta cubriría la deuda nacional. Pero a pesar de las enormes sumas empleadas en defensa e investigación espacial, el desempleo siguió creciendo en otros sectores. Por eso en diciembre de 1962 se dirigió a Wall Street para decir que

«para incrementar la demanda y animar al economía, lo mejor que puede hacer el Gobierno Federal no es volcarse rápidamente en un programa de incrementos excesivos del gasto público, sino ampliar los incentivos y las oportunidades de gasto privado. Resulta paradójicamente cierto que los tipos impositivos sean demasiado altos y que los ingresos por recaudación sean demasiado bajos y que la mejor manera de aumentar los ingresos a largo plazo sea recortando los tipos ahora»

Era el plan B de Keynes de 1933, siendo el plan A el gasto público. Le pidió al congreso una reducción de impuestos sobre la renta a pesar del déficit y los riesgos de inflación de la aportación de dinero al bolsillo privado. Era la aplicación de la «curva de Phillips» que correlacionaba el desempleo con la inflación. Se buscaba empleo sin inflación, cuando Kennedy fue asesinado en 1963.

Phillips Curve

Keynes Time

Lyndon Johnson (1963-1969) empezó continuando con el plan de Kennedy y consiguió que se aprobara una reducción del impuesto máximo de la renta del 91 al 65 % (sic) y todo le salió bien: aumentaron los ingresos del Estado, aumentó el PIB, disminuyó el paro y se contuvo la inflación. Time nombró a Keynes «hombre del año» en su número de diciembre de 1965. El empresariado aceptaba ya como natural la intervención del Estado para controlar la inflación y evitar las recesiones cíclicas. Parecía que los economistas keynesianos habían encontrado el modo de estabilizar a voluntad la economía del país. Animado por el éxito Johnson libró y ganó la batalla de los derechos civiles y creó la seguridad social pública Medicare para los mayores y Medicaid para los que no tenían seguro médico. La sensación de riqueza era generalizada y el Estado cuidaba de los menos favorecidos. La planificación se ejercía sin que hubiera signo alguno de caminar hacia el autoritarismo, como había predicho Hayek en 1944. Muy al contrario, los afroamericanos, las mujeres y los jóvenes amplían los espacios de libertad en una innovación cultural extraordinaria que marcaron la década como prodigiosa. Una libertad que se ejerció contra la Guerra de Vietnam mantenida por la tozudez norteamericana. Una guerra que requirió 90.000 millones de dólares sin que afectara a la economía nacional que, aún con esa enorme suma, contaba con superávit. A pesar de todo el éxito económico, cultural y social, la guerra le costó a Johnson la salida del gobierno.

Johnson le había ganado las elecciones al senador de Arizona Barry Goldwater, quien contó en su equipo con Friedman. Este político fue el primero que afirmaba estar convencido de que el gobierno federal debía reducir su influencia sobre la economía y la vida de los individuos (típica preocupación del que no necesita nada). Declaró expresamente que le preocupaba poco una buena organización del gobierno, pues su objetivo era la reducción radical de su tamaño. Específicamente rechazaba los impuestos progresivos porque suponía que el Estado no trataba por igual a todo el mundo. En su opinión, corroborada por Friedman, «el control gubernamental centralizado de la economía… nunca ha sido capaz de proporcionar libertad ni un nivel de vida decente a la gente«.

Richard Nixon (1969-1974) llega con la intención de acabar con el éxito keynesiano por el gasto público que suponía y, a pesar del superávit prometió contarlo. Consideraba que el pleno empleo provocaba aumento de salarios e inflación, por lo que había que cortar los gastos de raíz. La «preocupación» por el pleno empleo debe estar basada en la necesidad de contar con el marxiano «ejército de reserva» con el que el empresario pueda presionar al trabajador.  Pero a Nixon, un oportunista como pocos, le duró poco su propósito y temiendo por la reelección propuso unos presupuestos expansivo para que el paro no bajase. Asumió que los programas de gasto ayudaban en los años electorales y actuó en consecuencia, una vez vista la capacidad de gobernar la economía desde el Estado. El mismo Friedman dijo que «Nixon ha sido el más socialista de todos los presidentes de Estados Unidos».  Pero llegó la crisis del petróleo de la OPEP y todo cambió. De repente los precios subieron por la subida del crudo, sin que fuera consecuencia de una política de empleo con aumento de demanda. Muy al contrario hubo retracción de la demanda y desempleo sin que bajara la inflación. Un factor externo ponía en compromiso la ley keynesiana de que esto no era posible. Había llegado la «estanflación». A pesar de ello, ganó la elecciones para ser echado por su paranoicas escuchas de los rivales demócratas. Dejó el legado de la creación de la Agencia Medio Ambiental, introduciendo en opinión de Friedman más gastos y regulaciones a la economía de los que se podrían esperar de un presidente republicano.

Gerald Ford (1974-1977) tuvo que sufrir la estanflación que le dejó como herencia Nixon. Solamente cuando el Congreso demócrata le permitió recortar impuestos y reducir el gasto del Estado, empezaron las cifras de la macroeconomía a moderarse. Friedman pensó que el keynesianismo se había acabado, al constatarse que la inflación y el desempleo podían crecer simultáneamente. Esta idea acabó conduciendo al monetarismo que pone a la inflación en la diana de cualquier acción de gobierno.

Jimmy Carter (1977-1981) llega a la presidencia con la promesa de pleno empleo con una ley que contradictoriamente requería equilibrar el presupuesto y la balanza comercial.  Esto lo obligó a medidas antiinflacionarias con la austeridad asociada. Solicitó a la Reserva Federal la subida de tipos para frenar la inflación y llegar en buena posición a las elecciones, pero las dificultades políticas en Irán pusieron en bandeja al candidato republicano Ronald Reagan la victoria.

El neoliberalismo progresa en el terreno simbólico con la concesión del Premio Nobel a Hayek en 1974, lo que no era una victoria moral sobre su rival Keynes, pues este premio se da desde 1960, catorce años después de su muerte. También lo recibe Milton Friedman en 1976.

Ronald Reagan (1981-1989) como Teacher llegaron a gobernar con dos ideas y poco más. Si Teacher pensaba que la sociedad no existe, sino los individuos, Reagan pensaba que las ayudas del Estado y los impuestos altos deshiniben el dinamismo económico. El llegó a pagar hasta el 92 % en 1943, obviamente eran tiempos de guerra y todos los recursos eran reclamados para la producción de armamento. Por otra parte, su padre le contaba que cuando le conseguía trabajo a alguien en los programas gubernamentales de Roosevelt cobraba una cantidad menor al subsidio del gobierno. De modo que, armado de una «tan compleja teoría», se consideraba incompatible con el keynesianismo. Reagan no apareción de la nada. Interesado por la economía y las ideas de Hayek ya había colaborado intensamente en la campaña de Goldwater contra Johnson. Tenía pensado cambiar la Constitución para limitar el gasto del gobierno y los impuestos que podría recaudar. Reagan era un buen comunicador y fue la vía de difusión universal de los puntos de vista de Hayek y Friedman. En definitiva oficialmente el keynesianismo se retiraba de la escena y el neoliberalismo se estrenaba en el poder de una forma explícita.

Dos años antes de la elección de Reagan para la presidencia de los Estados Unidos sube la poder Margaret Thatcher en el Reino Unido. Y venía armada de los libro más ideológicos de Hayek: Camino de servidumbre Fundamentos de la Libertad que recomendaba a todos sus correligionarios. En el Reino Unido el Estado de Bienestar iba asociado a la propiedad por parte del Estado de los grandes servicios: astilleros, puertos, aeropuertos, British Airways, British Petroleum, correos, ferrocarriles, telefónica, electricidad, gas y agua. Thatcher estaba decidida a acabar con todo esto iniciando un proceso de privatización. Buscó la relación directa con Hayek y Friedman. En su opinión el espíritu de empresa estaba reprimido por «el socialismo» con sus impuestos demasiado elevados y la regulación de las empresas.

Reagan, llega dos años después con el propósito de «quitarnos el gobierno de la espalda y de los bolsillos«. El presidente de la Reserva Federal Paul Volcker había minado la etapa de Carter con una subida brusca de intereses que arruinó a toda empresa que dependiera de los créditos. Ahora con Reagan, Friedman consideraba que para salir de la estanflación se necesitaba ahondar la depresión heredada, idea que compartía Volcker, pero, como suele ocurrir tan a menudo a político Reagan le flaqueo la convicción y no vio interesante la impopularidad que supondría no sacar al país de la recesión de Carter. A pesar de que Reagan había dicho: «Si no es ahora ¿entonces cuándo? Y si no somos nosotros, ¿entonces quién«, refiriéndose a la necesidad de mantenerse en las convicciones previas a la asunción de responsabilidades. Reagan quería reducir los impuestos y Arthur Laffer le dio la clave con su teoría de que hay un impuesto sobre la renta óptimo que permite la máxima recaudación. Laffer, siguiendo el esquema del multiplicador del discípulo de Keynes, Richard Khan, pensaba que habría una cascada de beneficios al reducir los impuestos. Una idea keynesiana que ya había aplicado Kennedy.

Laffer Curve

La independencia del presidente de la Reserva Federal le permitió a Volcker mantener los intereses altos profundizando la recesión, pero logrando que la inflación cediera, en una típica operación monetarista. Naturalmente el desempleo llegó casi al 10 % actualizando la correlación de la curva de Phillips. Reagan también redujo el tipo máximo de la renta, ahondando la bajada de Kennedy del 90 al 70 % para llegar al 28 %. Controlada la inflación y reducidos los tipos de impuestos, el paro también cedió hasta el 5 %. Lo que no funcionó fue la propuesta de Laffer, pues la reducción de impuestos no debía haber alcanzado el óptimo, pues la caída de ingresos llevó al Estado a un déficit que asustó a Reagan que eliminó exenciones a los más ricos y aumentó los impuestos de forma espectacular.

Pero los monetarista estaban de enhorabuena, pues habían controlado la inflación y habían desatado las fuerzas potenciales del capitalismo. Una euforia que ocultaba que, si bien se habían eliminado programa de ayuda a los más pobres el gasto en defensa llevó al presupuesto del Estado a un déficit desconocido hasta ese momento: más del 50 %. No hubo más remedio que emitir deuda pública convirtiendo a los Estados Unidos del mayor acreedor mundial en el mayor deudor, debiendo a prestamistas extranjero 400.000 millones de dólares. En fin, los juegos monetaristas, al final, eran financiados por el Estado, al más puro estilo keynesiano. Parecía claro que el crecimiento era más el efecto de las inmensas cantidades de dinero invertidas en defensa que «la liberación de las fuerzas del capitalismo«. Galbraith bromeaba diciendo que la etapa de Reagan había sido un keynesianismo involuntario. Pero, eso sí, envuelto en la retórica del liberalismo.

FASE 4 Desde 1990 hasta 2008

George Herbert Bush (1989-1993) llega a la presidencia con la promesa de reducción de impuesto y del propio gobierno. Cuando llevaba un año en la presidencia se le disparó la inflación y el desempleo. En vez de seguir la pauta neoliberal, aumentó los impuestos para corregir el déficit en vez de recortar los gastos. No estaba en su mano acoplar el ciclo económico al electoral. El presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, no quiso bajar los tipos de interés favoreciendo la derrota de Bush padre ante Clinton. Eso sí, le dio tiempo a meterse en una guerra contra Irak.

En esta época, la curva de Taylor que mostraba la relación entre el tipo de interés y el tipo de inflación sustituyó a la curva de Phillips que mostraba la relación entre empleo e inflación.

Bill Clinton (1993-2001) llega a la presidencia de Estados Unidos en una época en que ya habían sido probadas tanto las propuestas de Keynes como las de Friedman y tanto en el Reino Unido, como en USA. Eso le llevó a una tercer vía, huyendo de la deuda pública, que había alcanzado los tres billones de dólares, en la que pretendía mezclar las medidas económicas liberales con políticas sociales progresistas. Bajó impuestos a las clases medias y se los subió a los más ricos. Contribuyó a la globalización con acuerdos comerciales con Canadá y México heredados de Bush. Para reducir el déficit eliminó exenciones fiscales a los más ricos. Recortó programas sociales por valor de 255.000 millones de dólares. El congresista republicano Newt Gingrich quería una reducción más radical del tamaño del Estado en educación, salud y medioambiente. Había que poner a dieta al Estado y provocó una parón de la administración no autorizando, desde su mayoría en el Congreso y el Senado, los pagos a 800.000 funcionarios públicos. En otra oleada provocó la salida de 260.000 funcionarios, lo que no gustó a los candidatos republicanos a la presidencia que sospechaban de la reacción de los electores ante la operación de desmontaje del Estado. Clinton tenía que devolver el dinero que Reagan había tomado prestado para su mandato. Le ayudó el final de la guerra fría con menos gastos de defensa y la llegada de los ordenadores aumentando la eficiencia empresarial. A Clinton se le presionaba para que dedicara el dinero a la reducción de impuestos en vez de a la reducción de la deuda. Para compensar asumió el discurso de Hayek sobre la incapacidad del gobierno para controlarlo todo. En la práctica eliminó regulaciones a las empresas y, sobre todo, cometió el error de anular la ley Leach-Bliley que eliminaba las restricciones de Roosevelt a bancos y compañías de seguros durante la Gran Depresión. En concreto los bancos de inversión se pudieron fusionar con los de depósitos. Así, puso en marcha la máquina de producir derivados crediticios que estuvo en el origen de la depresión de 2008. Clinton, que había heredado un déficit federal de 290.000 millones de dólares, dejó el gobierno con un superávit de 120.000 millones de dólares. Greenspan dijo que Reagan había tomado prestado del futuro lo que Clinton tenía, en su mandato, que devolver. Pero la euforia sobre las supuestas capacidades del mercado ocultaban los riesgos del abuso de los prestidigitadores de las finanzas con la complicidad de las empresas de rating que avalaban todo tipo de activos con apariencia de solvencia.

George Walker Bush (2001-2009) heredó una economía en expansión que generaba un enorme superávit camino de cifras récord. Pero pronto comprobó que otras variables entraban en juego. De una parte, el pinchazo de la burbuja de las compañías de Internet y, de otra parte, la reducción de precios provocada por la competencia internacional en la creciente influencia de la globalización. La Reserva Federal bajó los tipos de interés para compensar, pero los impuestos sobre ventas de títulos financieros colapsaron. El superávit desaparecía y, en estas, llegó el atentado de las Torres Gemelas. Bush reaccionó de forma keynesiana con un gasto abrumador en seguridad. Greenspan bajó los intereses del dinero a 1 % para activar la economía sin preocuparle la inflación, dado que se consideraba más grave una recesión con origen en el terrorismo. La medicina no funcionó y la economía se paró. Deflación y alto gasto público (una nueva combinación). El superávit se acabó por lo que intentó otra medida: bajar los impuestos sobre dividendos de las acciones en un 50 %. Dick Cheney, su vicepresidente con intereses en empresas bélicas, pidió su eliminación. El secretario del Tesoro O’Neill dimitió. La situación se resolvió a la antigua usanza: con una guerra. Los ideales Hayekianos se tambaleaban, el gasto público se disparaba y emergía una nueva calamidad: la falta de honradez corporativa con las quiebras de Enron y Worldcom. Los ideólogos de la reducción del gobierno se desesperaban, pues, una vez que los conservadores llegan al gobierno, se olvidan de sus proclamas liberales previos. Las pretensión del «Contract with America» de 1990 para la reducción del gobierno se desplomaba. La única pregunta pertinente era: ¿Cómo podemos conservar el poder?. La mística, la utopía liberal que Hayek reclamaba para cautivar a los intelectuales, como hacía la izquierda socialista, no había conseguido sus fines. Por si faltaba algo, la capacidad del mercado para resolver los problemas sin la intervención del Estado fue completamente desmentida en el verano de 2007… El propio Greenspan reconoció ante el congreso que «la totalidad del edificio intelectual ha colapsado» aceptando la incapacidad de los bancos para proteger a su accionistas y al capital de sus empresas.

De repente Keynes resucitaba para sacar del apuro a la economía. Bush dejó caer, en pura ortodoxia liberal, a banco Lehmann Brothers, pero ahí se le acabó el coraje. Empleó 700.000 millones de dólares del común en comprar activos tóxicos de los bancos. Los muy liberales acudían corriendo al maná público. La Reserva Federal compró deuda mala. El secretario del Tesoro Henry Paulson (uno de los promotores del desastre en Goldman Sach) empezó a rescatar compañías en quiebra, entre otras cosas para indemnizar a los apostadores al hundimiento de los títulos subprime. Los intereses llegaron a cero. Keynes volvía a toque de trompeta. Los mercados temblaban y el Estado se ocupaba de todo incluido el colapso de la demanda, provocado por colapso del crédito. Los liberales declaran que, «en el fondo, todos somos keynesianos«. Bush empezó con el hundimiento de la Torres Gemelas y terminó con el de Lehman Brothers.

Barack Obama (2009-2017) hereda el desastre, pero no duda en seguir recetas keynesianas. Solicitas 787.000 millones de dólares que emplea en exenciones fiscales, obra pública y subsidios de desempleo. Los republicanos, sin embargo, atrapados en sus trampas ideológicas votan en contra. Los keynesianos protestan porque creen que la exenciones fiscales no se gastan, sino que se ahorran (la Ley de Say: toda oferta genera su demanda, no se cumple). Así, los que tenían miedo de perder el empleo no se compraban un coche. Las compañías de coches tuvieron que recibir ayudas del gobierno.

En 2008 el G-20 le pierde el miedo al déficit para evitar la recesión, pero, en 2010, antes de que las soluciones keynesianas empezaran a surtir efecto, los líderes mundiales ya estaban preocupados por la deuda generalizada de los países, generada por los rescates de la banca. Los especuladores atacaron los países más débiles de la Unión Europea y las primas de riesgos se dispararon. El problema estaba a otra escala, pues los países se desestabilizan por los intereses de la deuda que llegaron a alcanzar el 7 %. Ahora la consigna era Hayekiana: Había que acabar con el déficit y reducir los gastos gubernamentales. En el mundo entero, los bancos ejecutaban las hipotecas con una mano, mientras con la otra se recibía dinero barato, si no regalado. Paul Krugman advertía que si se retiraban los estímulos de forma prematura, volviendo a reducir impuestos y gastos, se caería en una segunda recesión, como ocurrió en los años treinta. Sin embargo, desde el bando republicano, al ganar las elecciones a las dos cámaras, se complicó la gestión económica de Obama y se pedía la eliminación de las ayudas sanitarias a los más pobres.

FINAL

El libro de Wapshott termina con un balance de las ideas de Keynes y Hayek  y el éxito de su recepción. Cree que Keynes sigue estando presente en su propuestas macroeconómicas. Incluso el monetarismo de Friedman necesita de un Estado con Banco Central que lo implemente. Hayek, por su parte, ha dotado de retórica libertaria al conservadurismo mundial, que reclama un Estado pequeño, pero corre a reclamar el rescate con fondos públicos cuando tiene dificultades. El radicalismo de Hayek le lleva a proponer que, incluso la emisión de moneda, se lleve a cabo por las empresas.  No cabe duda de que Hayek ha generado una utopía libertaria de la que muchos conservadores son seguidores ahora, al considerar que han encontrado un arma ideológica tan poderosa como la de el bien común enarbolada por la izquierda desde el siglo XIX. Aunque, sin embargo y para su disgusto, Hayek, dado que su radicalidad es bien intencionada, cree que tiene que haber seguridad social y subsidios que amortiguen los efectos sobre parte de la población que cíclicamente pueda sufrir los efectos de su liberalismo extremo. No creía en el gobierno, pero no vivió lo efectos que la eliminación de regulaciones produjo por la codicia corporativa. Hubiera sido interesante saber su opinión.

El mercado dejado a su libre albedrío ha provocado una crisis en cada siglo. Después ha esperado a que el dinero público lo rescatara creando deudas estatales que han llegado a desestabilizar países enteros. Una vez encontrado el equilibrio de nuevo se olvida la crisis y se reclama más libertad económica. Europa ha sido ambigua en su respuesta a la crisis: ha aportado enormes cantidades de dinero público al rescate de los bancos privados, pero inmediatamente ha obligado a que sus países miembros reduzcan radicalmente sus gastos públicos, al tiempo que imponían una política de bajos salarios que ha precarizado a las clases medias y bajas. Pero, ¿hay algo más keynesiano que el Banco Central Europeo que fija el interés y pone dinero a disposición de Bancos y Estados? y ¿habrá algo más hayekiano que tratar de reducir bruscamente los servicios que prestan los Estados a sus ciudadanos? Los dos fenómenos se están dando en la Unión Europea simultáneamente. El libro acaba con una irónica cita de Galbraith, que aunque no vivió para ver como Keynes salvaba al capitalismo por segunda vez, supo escribir de que:

«Keynes se sentía extremadamente cómodo con el sistema económico que tan brillantemente había explorado… la mayor parte de sus esfuerzos, como los de Roosevelt, eran conservadores; querían ayudar a asegurar la supervivencia del sistema. Pero este conservadurismo de los países anglófonos no es atractivo para el conservador realmente comprometido… Es mejor (para aquél) aceptar el desempleo, las plantas inutilizadas, y la desesperación masiva provocada por la Gran Depresión, con todo el daño que puede hacer a la reputación del sistema capitalista resultante, que retractarse del verdadero principio… Cuando el capitalismo finalmente sucumba, lo hará por los estrepitosos brindis de los que estén celebrando su victoria final sobre personas como Keynes»

El mercantilismo también tiene su fanatismo.