Este es un libro que ha llegado a mis manos como consecuencia de la red de enlaces que hace que se llegue de un libro a otro con cierto criterio. No lo he conseguido nuevo, sino a través del mercado de segunda mano. Fue escrito en 1987 por Roy Hattersley, el vice líder del partido laborista británico, siendo Neil Kinnock el líder, en una época de derrota electoral que no se corrigió hasta la victoria de Tony Blair en 1994. Esta situación lo llevó a interesarse por los aspectos teóricos de la acción socialista, al comprobar el avance de los puntos de vista liberales. Él consideraba que la ideología y práctica gubernamental liderada por Margaret Thatcher debían ser neutralizadas por una reflexión genuina desde el bando socialista. Especialmente se revela contra la consideración de que la libertad es patrimonio de los conservadores y que el socialismo sólo apuesta por la igualdad. En combate intelectual con Hayek y Berlin reclama para el socialismo la aplicación de un libertad basada en la igualdad. Por eso, quizá, con el advenimiento de Tony Blair al liderazgo del partido y posterior victoria en las elecciones generales, con sus propuestas de centrar al partido laborista, si no colocarlo en el centro derecha, no se encontró cómodo y dijo aquello de que «Blair’s Labour Party is not the Labour Party I joined» = «El partido laborista de Tony Blair no es el Partido Laborista al que yo me uní».
Dado el momento de desconcierto en la filas socialistas españolas sobre su posición teórica que le lleva a colocar en el centro de sus preocupaciones la estructura política del Estado español, antes que los problemas materiales de la gente, lo que probablemente esté en el origen de su caída electoral, parece oportuno traer las reflexiones de este socialista inglés en tiempos parecidos de derrota electoral y pérdida de posición intelectual.
La historia enseña que ni siquiera intentos tan enérgicos y trágicos como la Revolución Francesa trajeron la justicia social. Muy al contrario, casi inmediatamente, dio lugar a la emergencia de un poder centralizado que imponía sus criterios y, desde luego, restableció los privilegios a nuevos aristócratas. Esa misma historia muestra que las mayorías han mejorado su situación realmente cuando la ciencia y la tecnología ha aumentado exponencialmente la eficacia del trabajo. Un éxito que que sólo ha quedado mitigado por la paradójica circunstancia de que, ese propio conocimiento científico y tecnológico, han favorecido el crecimiento de la población en una carrera dramática entre conocimiento y demografía. Lo que parece claro es que, en todas las etapas de esa carrera, unos pocos se han llevado una parte desproporcionada de la riqueza por su habilidad para manejar las reglas del juego económico, incluida su elusión siempre que pueden.
RESEÑA
Para esta reseña vamos a seguir la estructura del libro con algunas citas relevantes del propio autor y los comentarios que parezca oportuno hacer.
El elogio de la ideología
Hattersley arranca con esta declaración:
«El verdadero objetivo del socialismo es la creación de una sociedad genuinamente libre, en la que la protección y extensión de la libertad individual es el primer deber del estado» (pág. xv)
Para quien pueda resultarle sorprendente esta declaración hay que señalar que en el término «genuinamente» está la clave. En efecto, a lo largo del libro muy a menudo se refiere a la «verdadera libertad» como veremos. Muy cerca de esta primera declaración encontramos esta otra:
«(la libertad)… debe ser acompañada por suficiente poder económico para dar un significado práctico a su teórica existencia» (pág. xv)
Esta es la base del libro. Hattersley proclama el deber de buscar la libertad, entendiendo por ésta, a la capacidad de elección de los individuos en un contexto de igualdad económica. Sin esta condición le parece que la libertad es una burla. De él mismo declara que no podría haber estudiado sin haber sido becado por la administración y el gobierno socialista. Estudios que le permitieron hacer una larga carrera política conforme a sus deseos. Igualmente declara, en el momento de escribir este libro tiene 55 años, que es un usuario de los cuidados del Servicio Nacional de Salud británico. Este convencimiento le lleva a considerar que:
«… considero la idea de la libertad negativa (libertad como ausencia de coerción) como una broma cruel» (pág. xvi)
Por tanto, le exige al socialismo que debe ejercer y promover una «efectiva» libertad. Una posición que polemiza directamente con la posición expuesta por Isaiah Berlin en Oxford durante una conferencia en 1958. En esta ocasión Berlin propuso la expresión «libertad positiva» para aquella pretensión de dotarse, un gobernante, del enorme poder que requiere dotar de medios económicos o de otro tipo a los individuos a fin de que cuenten con el poder y los recursos para ejercer la libertad. Berlin considera que perseguir un ideal que dará la «verdadera» libertad a los individuos, sea éste la igualdad o la justicia, concentra el poder y da instrumentos para la tiranía. Esta definición de la libertad positiva es muy general y en la aplicación a la economía el peligro reside en el enorme poder que se requiere para vencer las fuerzas que se oponen a la igualdad de ingresos por parte de los más favorecidos por el juego mercantil. Igualdad que, para los socialistas, no sólo es la base de la justicia social, sino de la libertad, al proporcionar los medios económicos para la elección libre que propugna la libertad negativa definida por John Stuart Mill. Esta visión amplia de Berlin según la cual cualquier ideal monolítico corre el riesgo de acabar vertiendo sangre si alcanza el poder, tropieza con el hecho evidente de que la mayoría de los hombres rechazan la pobreza con la misma energía que unos pocos reclaman la libertad de ser ricos.
NOTA 1.- Parece claro que si la parte de la renta que llega a los más ricos se reparte entre toda la población el aumento no es significativo para éstos. En España, en 2016 la renta de las personas físicas declaradas son, en números gordos, de 400.000 millones de euros después de impuestos. Este dinero se reparte entre 18 millones de trabajadores y 9 millones de pensionistas y, puesto que hay 36 millones de adultos, los desocupados por todas las razones son 9 millones. Las 5.000 personas que declararon rentas mayores de 600.000 euros anuales ganaron 3.000 millones de euros que, si los reducimos a la mitad y le sumamos los 40.000 millones de las rentas del capital, suponen entre los más necesitados (8 millones con ingresos por debajo de 12.000 euros anuales y 9 millones sin trabajo), unos 200 euros al mes a cada uno y divididos entre los 36 millones adultos unos 100 euros al mes, recursos que así distribuidos no sirven para mucho, pero concentrados pueden resultar decisivos. La cuestión es la distribución. De modo que, parece sensato pensar que reducir las ganancias de los ricos no debe ser para un general reparto, sino para dirigir recursos a cuestiones estratégicas de interés general, como la inversión en empresas, los servicios sociales y la búsqueda incesante de conocimiento para la solución de los problemas prácticos de salud, alimento, medioambientales, etc. Por otra parte, se estima que hay 150.000 millones de euros que se ocultan en paraísos fiscales por parte de contribuyentes nacionales. Si ese dinero pagara impuestos pondría a disposición, al menos, 75.000 millones (con un tipo del 50 %) que repartido por una sola vez entre los 36 millones de adultos resultaría en una alegría momentánea de 2.000 euros, que acabaría en el consumo sin implicaciones estratégicas para los intereses generales. Por otra parte otras cifras globales conocidas por el último informe Oxfam nos dice que 62 millonarios poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial (3.500 millones de personas). Estos millonarios poseen según la lista Forbes 1,8 billones de dólares. Pues bien, si dividimos este dinero entre la mitad de la población mundial resultan 500 euros de una sóla vez. Está claro que no tiene sentido tal reparto, sino concentrar ese dinero en abordar las infraestructuras que eliminen las hambrunas, en mejorar los servicios sociales que garanticen la asistencia sanitaria, la educación, las pensiones y la investigación que aumente las probabilidades de abordar los grandes problemas y, al tiempo, se reduce la escandalosa industria del lujo que se exhibe en Internet generando ambiciones y corrupción. Cuestiones que pueden ser perfectamente legisladas mediante medidas fiscales duras (en los años setenta en E.E.U.U. los impuestos llegaban a tener un tipo superior al 80 %) y obligando a las empresas a repartir meno beneficios y a invertir en proyectos innovadores. Un enfoque de muy complicada aplicación sin que se comprendiese la importancia de estas transformaciones por extensas capas de población. Dificultades que tienen gran arraigo, pues todas las grandes transformaciones políticas que se han llevado a cabo con estas pretensiones han acabado generando nuevas élites que se las han arreglado para mantener las diferencias a la fuerza en regímenes tiránicos y mediante la persuasión de que «es lo que conviene» en los regímenes democráticos. Vistas estas cifras los conceptos claves van a ser concentración de capital para:
- Inversión en empresas
- Inversión en conocimiento
- Gasto en Seguridad Social
Lo que requiere:
- Democracia.
- Fuerte presión fiscal para redistribuir la renta e impedir que los recursos vayan a la industria del lujo.
- Alto grado de transparencia pública y privada para el control de las inversiones públicas y privadas.
- Alto grado de rendición de cuentas.
- Castigo rápido de la corrupción.
Consiguiendo:
- Niveles razonables de libertad negativa para mantener el estímulo por el trabajo manteniendo una tasa de Gini por debajo de 0,25 como en Noruega.
- Niveles suficientes de libertad positiva que permita un alto grado de asistencia social en salud, educación y pensiones para una vejez activa sin alimentar una burocracia estatal indeseable.
A este régimen se le podría llamar… Democracia Socio-Liberal
Este enfoque según Hattersley tropieza con el atractivo de los puntos de vista de los economistas austríacos von Mises y Hayek:
«Las teorías de von Mises y Hayek poseen, para los privilegiados, la irresistible atracción de legitimar el egoísmo y la codicia» (pág. xvi)
Y considera que ha pasado el tiempo para que los socialistas se muestren agnósticos ideológicamente hablando, pues la igualdad no es un fin en sí mismo, sino que tiene la vocación de aumentar la libertad del conjunto de la población, al dotarla de recursos para ejercerla. Hattersley cita al también político socialistas Anthony Crosland que dijo:
«Socialismo es perseguir la igualdad y la protección de la libertad, en el buen entendido que hasta que no seamos verdaderamente iguales, no seremos verdaderamente libres» (pág. xix)
Cuando Hattersley escribe el ambiente político está impregnado de la ideología liberal como muestra que, poco después el liderazgo de Blair, lleva al partido a la victoria electoral mediante su corrimiento a la derecha. Por eso, no aborda sus propuestas de renovación socialista ignorando los desafíos intelectuales que planteaba el éxito creciente de las posiciones de Hayek, Friedman y otros entre los gestores económicos del mundo occidental. También se da cuenta de que los laboristas no pueden atraer a los electores que necesitan para desarrollar sus políticas, al menos desde las posiciones mantenidas hasta ese momento. Por eso reclama una reflexión que lleve a postulados que neutralicen a los adversarios ideológicos, que, con Thatcher a la cabeza, parecían traer frescura a la política británica eliminado lo viejo que representaban los sindicatos y los socialistas con sus reminiscencias marxistas. Hattersley reclama para su partido una clarificación ideológica porque, en su opinión la impopularidad cosechada es resultado del miedo a que el partido esté más por la regulación radical de la economía, antes que por la emancipación de los ciudadanos o, en el peor de los casos, por nada en absoluto, habiendo derivado en un partido de profesionales de la política sin más objetivo que mantener sus puestos.
Por eso arranca su combate declarando que:
«El propósito fundamental del socialismo, el de la búsqueda de la igualdad, es la ampliación de la política. El socialismo puede, a corto plazo, estar preocupado por los problemas de la propiedad, riqueza, ingresos y la organización económica, pero ésta es una preocupación instrumental mediante la cual conseguir un propósito más fundamental (la libertad)» (pág. 22)
El cree que:
«El socialismo es la promesa de que la generalidad de los seres humanos obtendrán de la economía la fuerza que les permitirán hacer las elecciones que dan significado a una sociedad libre. Es el compromiso de organizar la sociedad de tal modo que se asegure el aumento de la libertad» (pág. 22)
Precisamente considera que las ideologías liberal-conservadoras lo que pretenden es reducir la libertad efectiva de grandes capas de población que, al no contar con recursos económicos, no pueden elegir. Por esos Hattersley considera que:
«Una sociedad socialista ve la libertad, no como una posesión a ser defendida, sino como una meta a conseguir… La libertad es el propósito. La igualdad es el camino en el que puede verdaderamente ser conseguida» (pág. 22)
¿Está la igualdad obsoleta?
La propuesta de Hattersley de lograr la libertad a través de la igualdad es contestada por los neoliberales de forma brusca diciendo que la igualdad es el enemigo de la libertad y que se requiere un alto grado de desigualdad para el éxito de la económico y para un alto grado de consumo por parte de todas las clases sociales. Que la igualdad es imposible por la naturaleza diversa de los seres humanos, y que la igualdad es un ideal que, cualquiera que sea sus valores éticos en años de pobreza extrema, es completamente inapropiada cuando habitamos un sociedad en la que se poseen coches, se es propietario de casas con todos los electrodomésticos, etc. Es usual, también decir que reclamar igualdad en la sociedad actual (la de 1984) es consecuencia de una mentalidad antigua.
Richard Tawney, un historiador de la economía y teórico de la educación social advierte, citado por Hattersley que:
«…(el Partido Laborista) olvida su misión cuando busca un orden social del mismo tipo, en el que el dinero y el poder serán distribuidos de forma diferente, en vez de un nuevo orden» (pág 26)
Este nuevo orden tiene como referente la igualdad como fundamento de la libertad. Hattersley denuncia la intención de confundir «igualdad» con «igualdad de oportunidades«, pues, en su opinión:
«Cuando se hacen sinónimos estos términos su defensores, tanto si lo saben como si no, apuestan por una forma esencialmente competitiva de la sociedad, una organización de las cosas basada en la competencia de los fuerte por naturaleza contra los débiles por naturaleza para el reparto de los escasos recursos» (pág. 32)
De ahí el interés de los neoliberales por combatir la pretendida obsolescencia del concepto de igualdad. Por esa misma razón se opone a su confusión con la «igualdad de oportunidades«, un concepto que ya se defendía en 1860 en el Congreso de los Sindicatos:
«Nuestro sistema educativo debe ser completamente reformado sobre la base de asegurar el objetivo democrático de la igualdad de oportunidades» (pág. 34)
Enfrente estaban aquello que defendían que:
«Dentro de poco la educación deberá ser organizada en base al principio de que sólo un pequeña minoría está preparada para ser educada. Es decir la educación es para unos pocos» (pág. 34)
Así, el partido conservador británico basa sus política en el progreso:
«El progreso general depende del progreso y desempeño de una élite» (pág. 35)
Este es un principio que los partidos conservadores piensan, pero no aplican. Más bien, en la práctica aplican el principio de igualdad de oportunidades al financiar cuando gobiernan una educación secundaria para todos. Pero la igualdad, en opinión de Hattersley, tiene que ir más allá, pues el joven que llega desde un barrio deprimido con familias desestructuradas a una educación igualitaria tiene muy pocas probabilidades de progresar en sus estudios. Esto lo saben bien los profesores de barrios conflictivos. Su labor se vuelve inútil ante unos jóvenes que llegan ya con tan fuertes desviaciones sobre la convivencia y el aprovechamiento del conocimiento puesto a su disposición. Esto es puesto por manifiesto por el informe del National Childen’s Bureau denominado «Born to fail» = «nacidos para fracasar»:
«Los niños que proceden de hogares pobres experimentan un progreso espectacular cuando han sido adoptados por familias, cuyo nivel de vida es mucho mejor» (pág. 39)
Hattersley se revela contra la pretensión de los neoliberales como Hayek y Friedman de que las discrepancias en los premios, estima, salud y mortalidad es el resultado natural de fuerzas azarosas, sin intención y que, por tanto, no procede discutir si esto es razonable o llevar a cabo juicios morales. Rechazada, pues, esta opinión de abandono al azar de las diferencias naturales, educativas y sociales, Hattersley combate la pretensión de resolver el problema con la «igualdad de oportunidades» reclamando la «igualdad de resultados«.
Muy a menudo se compara la gestión de una nación con la tarea de los padres en una familia para explicar determinadas decisiones, como por ejemplo el recorte de gastos, cuando aumenta la deuda. En este caso, Hattersley la usa, igualmente, para explicar porqué es necesaria la igualdad:
«Qué se pensaría de un padre que privilegie en el reparto de los ingresos familiares a su hijo más saludable o la madre que concentre sus cuidados en su hija más inteligente?» (pág. 41)
Termina el capítulo reprochando a sus correligionarios que:
«… hayan sido reticentes en centrarse en la teoría de la igualdad hasta el punto de permitir que sus oponentes propagaran sin oposición la peligrosa tontería, según la cual la distribución de la riqueza se ha de producir en una sociedad competitiva y desigual» (pág. 44)
¿Necesitan los pobres a los ricos?
Dice Hattersley que la igualdad es más fácil de promover en tiempos de crecimiento, pero considera que es precisamente en tiempos de estancamiento o depresión, cuando la igualdad es más necesaria. Por eso se queja del impulso que Margaret Thatcher le dió a los puntos de vista de Friedrich Hayek, que habían sido considerados absurdos en el Reino Unido veinte años antes. En su opinión las pretensiones de las teoría de Hayek se basan en tres puntos atractivos para mucha gente:
«Primero: da respuesta pretendidamente completa y consistente a cualquier cuestión política; Segundo: la mascarada de la defensa de la libertad y, por tanto, el disfrute de la apariencia de ser una doctrina que emancipa y libera. Tercero: justifica grandes disparidades en el poder y la riqueza (unas características que siempre son atractivas, precisamente para los poderosos y los ricos)» (pág. 46)
Identifica el campo de la salud como el que los conservadores más radicales consideran más generador de gasto inútil. Si el pobre no puede pagarse los cuidados médicos, pues que muera. Esta postura tan radical, mantenida por la que ya era «nueva derecha» cuando Hattersley escribió su libro, tiene su fundamento en la cristalización de las teorías de Hayek y Friedman que con el paso del tiempo, en manos de sus seguidores, han perdido los matices (por ejemplo Hayek no descarta la existencia de un sistema de sanidad público). Sin embargo los neoliberales consideran que:
«La tradición de defensa de la libertad de mercado nunca ha sido tan necesaria y nunca ha sido más descuidada» (pág 48)
Hattersley se escandaliza de que Hayek considere que es necesario que una minoría gaste en lo que en determinada época se considera un lujo, para que, con el paso del tiempo, esas comodidades se generalicen. Hirsch usa la metáfora un grupo ordenado de personas que avanza en formación en la que los de la cabeza alcanzan el disfrute de determinados bienes antes que los de la cola, pero que siempre acaban llegando a las antiguas posiciones pisadas por la cabeza. También es usual utilizar la metáfora de la pirámide de copas de champán en la que vertiendo el líquido en la cúspide, éste se derrama hacia abajo, hacia la base, a medida que se llenan las copas superiores.
La nueva derecha considera que las reglas y las consecuencias de la economía de mercado deben respetarse siempre, con la excepción de los tiempos de guerra o epidemia. Sin embargo no mencionan los períodos de hambruna porque afectan solamente a los pobres. Pero, llama la atención a los socialistas, sobre que no cabe, tampoco, decir que las reglas del mercado siempre están equivocadas, pues en algunos casos son esenciales y, en otros, inaceptables.
Este argumento de la prosperidad extendida a partir de su disfrute por las élites se debilita enormemente cuando llegan los tiempos difíciles en que los ricos encuentras excusas para poner a salvo sus riquezas cortando el flujo hacia abajo y dejando que los más pobres soporten el peso de la crisis. Muy al contrario, tanto Hayek como Friedman, consideran que el estado del bienestar es:
«… siempre y automáticamente un detrimento para la sociedad en su conjunto desde el momento en que disminuye la libertad y daña la eficiencia de la distribución de bienes» (pág. 51)
Hattersley le recuerda a los socialistas que la búsqueda de la igualdad es esencial para el logro de la libertad (para todos) que ellos persiguen. Que hasta que no haya igualdad, no habrá libertad. Los socialistas que crean en la libertad tanto como en la igualdad, no deben apoyar una imposición de la igualdad que la dañe y les advierte que los neoliberales sospechan de la democracia, pues consideran que no se puede dejar en manos de la gente los gastos que una nación debe tener. Esto les lleva a creer, paradójicamente, en gobiernos autoritarios como los más adecuados para que la única libertad que les interesa, la económica, pueda prevalecer. Paradoja ésta de las teorías liberales que ya fueron denunciadas en el pasado, cuando el mercado libre fue compatible con dictaduras fascistas como la de Franco en España o Pinochet en Chile.
El hecho de que la democracia tienda a promover el igualitarismo es objeto de preocupación por los neoliberales. En estos días, se han dado casos de ensayos tecnócratas como el de Italia con el economista Mario Monti nombrado sin elecciones, pero «dando tranquilidad a los mercados«, lo que no deja de ser una tautología, pues los mercados pedían, precisamente, un tecnócrata en el gobierno para estar tranquilos.
Hattersley sospecha que la teoría del «derrame hacia abajo» sólo proporciona un pretexto para eludir la redistribución de recursos, corrigiendo la tendencia del mercado a redistribuirlos injustamente, pues no premia, como pretende Margaret Thatcher, a los que lo merecen. Punto de vista contrario al de su maestro Hayek que considera que el mercado es impredecible y que hay que estar preparado para que premie a los que no lo merecen y castigue a los lo merecen. Para Hayek el mercado es como la gravedad física.
NOTA 2.- Si en un juego hay reglas y ha de jugarse con esas reglas o se incurre en infracción, en el caso del mercado, los neoliberales pretenden que sea un juego con la única regla de la libre competencia. Si esto se acepta, cabe un metajuego en el que se corrigen los resultados del juego al final, dado que tal corrección no se produce al principio, sino que produce la desgracia de los que, contribuyendo al juego, no ven el modo de ganar nunca.
Por tanto, Hattersley responde a su propia pregunta sobre si los pobres necesitan a los ricos, que no, en el sentido de que la sociedad no necesita que haya ricos, sino una verdadera igualdad en términos de posesión de los bienes esenciales que le den sentido a la llamada «igualdad de oportunidades«. En este sentido, considera un error de los socialistas haber permitido que los liberales de la extrema derecha hayan monopolizado la defensa de la libertad.
La organización de la libertad
Hayek considera inmoral la igualdad e incompatible con la libertad (el concepto de libertad que él sostiene). Desde este punto de vista cuanto menos gobierno haya, mejor, pues se eliminan los obstáculos a la libertad (de comercio).
En esta frase, citada en el libro, Hayek expone su punto de vista:
«Naturalmente ha de admitirse que el modo en el que los beneficios y las cargas proporcionados por los mecanismo del mercado podría, en muchos casos, considerarse injustos si fueran el resultado de una distribución deliberada a determinada gente. Pero éste no es el caso. Este reparto es el resultado de un proceso, cuyo efecto sobre determinada gente no es ni premeditado ni previsible. Reclamar justicia de tal tipo de proceso es claramente absurdo y singularizar la responsabilidad sobre algunas personas es evidentemente injusto» (pág. 70)
NOTA 3.- Es decir, no hay injusticia ni inmoralidad allí donde rige la naturaleza, lo que es un error categorial, pues si hay algo artificial (y beneficioso en ocasiones) es el mercado. Pero confundir la correcta creación y adaptación del mercado a las transacciones entre humanos con la aspiración de todos los participantes a repartir el beneficio es grave. Al fin y al cabo aceptar que la competencia ayuda a fijar los precios, no es aceptar que el beneficio de esta estrategia de intercambio tenga que acabar en la únicas manos de la dirección de la empresa considerando a los trabajadores «materia prima» o «recurso humano«, como lo es una máquina o un local cuyo precio también fija el mercado. Y sea dicho todo esto sin olvidar que la naturaleza humana exige estímulos diferenciales, cuestión ésta perfectamente compatible con que al final todos tengan acceso a los recursos que les permiten ejercer la libertad: cobijo, educación, atención sanitaria, pensiones. Es, la de Hayek, una curiosa propuesta de rendición de la especie humana y sus aspiraciones a leyes supuestamente naturales y, por tanto, imposibles de cambiar o modular, una acción ésta que los científicos están llevando a cabo continuamente: conocer la leyes de la naturaleza para el beneficio de la especie. El problema se puede plantear en términos civilizados considerando que si determinados mercados funcionan mejor dejados a la libre competencia, sus resultados deben ser redistribuidos, puesto que todos los participantes son imprescindibles. O se puede plantear en términos de confrontación, pues frente a la pretensión de naturalidad de la codicia de unos pocos, se puede colocar el, igualmente natural, deseo irrefrenable de las mayorías a compartir los beneficios de sus esfuerzos.
Hattersley pone bajo sospecha a los defensores de la libertad en que se han convertido los neoliberales al resultar, al final, que sólo les interesa la libertad económica y sus resultados en forma de propiedad injusta, pero inviolable, de la riqueza. Y ello es más evidente hoy, porque en los países occidentales las libertades políticas, en un sentido centrado, no requieren conquista alguna.
Las propuestas de Hattersley de fundamentar la libertad generalizada en la igualdad de acceso a los bienes de la sociedad, choca frontalmente con el concepto de libertad positiva de Isaiah Berlin que lastró las intenciones socialistas con la sospecha de que toda redistribución premeditada de la riqueza implica un poder estatal que conduce a la tiranía. Un peligro que no ve en la libertad negativa, a pesar de que su expresión máxima en la libertad económica produce grandes monopolios en los que, por cierto si se aplican, de momento, acciones de clara libertad positiva cuando el Estado limita su crecimiento y obliga a vender activos. Aquí no protestan los empresarios no afectados pues eliminan la inconveniencias del cártel. Coacciones al pleno desarrollo de la libertad individual que tiene su imagen especular en las coacciones que las constituciones en occidente ponen al desarrollo hipertrófico de los Estados mediante el concepto de Derechos Fundamentales.
Hattersley introduce el concepto de «agenciamiento (agency)» = «poder y derecho de actuar» para reforzar su concepto de igualdad como fundamento de la libertad.
Libertad y Estado
Para un clásico como Hobbes (1588-1679), un hombre libre era aquel que «… que no le es impedido hacer lo que deseara» y para Helvetius (1715-1771) «… un hombre libre es aquel que no está enjaulado, no está prisionero y no es aterrorizado como esclavo» y para Hayek la libertad sólo puede ser impedida mediante coerción llevada a cabo por otros. Helvetius aclara su concepto de libertad diciendo que no se deja de ser libre por no volar como un águila o nadar como una ballena. Isaiah Berlin dice que es una excentricidad decir que no se es libre si, por estar ciego, no se ve. Ejemplos todos dirigidos a neutralizar el deseo de los pobres que contribuyen a la riqueza general (pero no tiene alas) para tener derecho al bienestar (el vuelo).
En 1876 se prohibió en Gran Bretaña la costumbre de usar niños desde los 4 años para limpiar chimeneas por dentro. Una práctica activada desde el gran incendio de Londres de 1666, que llevaba a los niños esclavos a la muerte por cáncer de escroto y otros males asociado a las condiciones inhumanas en las que practicaban su oficio. Pues bien, los limpiadores adultos (que usaban a los niños) consideraron esta prohibición un «atentado a su libertad«. ¿Es la intervención del Parlamento Británico una coerción a la libertad en el sentido en que la define Hayek?. ¿Qué diferencia hay con el uso que hacen las grandes corporaciones de ropa y calzado o la petroquímicas de los niños y mujeres en Asia? ¿Qué decir de la empresaria australiana Gina Rinehart (una heredera) que propone un salario máximo de 2 dólares al día como salario y que los que ganen poco deben ser esterilizados porque pobreza y estupidez van asociados?
Hattersley dice que los neoliberales, expresión que, por cierto, no le gusta a Hayek, dice por boca de éste que cualquier sistema distinto del que resulta de las fuerzas del mercado es imponer la justicia social sobre la sociedad (pág. 91). Hattersley considera que el error consiste en:
«… fingir que aceptar la distribución (de riqueza) del mercado no supone una elección de un sistema (igualmente arbitrario)» (pág. 91)
A los liberales hay que recordarles que, si Hayek defiende al mercado como el sistema «natural», los ordoliberales rechazaban, nada menos, que el laissez faire de los fisiócratas como «naturalista«, prefiriendo la artificial y bien ajustada «competencia«.
Hattersley aspira a que, además de la igualdad en el reparto de la riqueza, haya equidad en el reparto de la libertad, que no puede quedar acumulada en unas pocas manos. Quien mejor puede contribuir a la libertad para todos es el Estado, que es el enemigo número 1 de los neoliberales (Hayek llega a proponer que sean las empresas las que emitan papel moneda, una cuestión que ahora se plantea con los bitcoins).
La intervención del Estado no tiene porque ser mediante la propiedad de grandes empresas de servicios distintas, en principio, de la sanidad, educación y pensiones. Es suficiente que legisle para dirigir los extras de riqueza a inversiones inteligentes por parte de los generadores de tales riquezas.
A Hattersley le preocupa tanto como a Hayek el estatismo opresor, del que Europa estaba a punto de librarse cuando él escribió su libro con la caída del sistema soviético en 1989. Por eso propone una «igualdad de resultados» en vez de una «igualdad de oportunidades«. Para los neoliberales el proceso de intervención del Estado no debe empezar nunca, porque, una vez en marcha, no parará nunca hasta la tiranía. Sin embargo, no habrá verdadera justicia «libertaria» sin expansión de la justicia social. Justicia social que debe surgir de las condiciones legales establecidas, pero no de la peor cara de la libertad positiva, que es la del paternalismo, según el cual es el Estado quien sabe lo que es bueno para el ciudadano y se lo impone. Es decir la política estatal del socialismo que propone Hattersley es aumentar la libertad de todos poniendo los recursos a disposición y dejar que cada uno haga uso de esos recursos según considere.
Hattersley considera que:
«La línea entre las dos condiciones (aumentar la igualdad o el estatismo paternalista) no puede ser fijada con exactitud. La fuerza política y la debilidad intelectual de los neoliberales es contar con leyes de hierro que creen que pueden aplicar a cualquier situación humana… (y que los liberales creen que) distribuir cualquier producto o servicio mediante un mecanismo distinto del libre mercado es automáticamente negar la justicia del disfrute de los beneficios que el mercado habría proporcionado» (pág. 97)
Hattersley se pregunta ¿Por qué debe haber leyes para restringir el robo de la propiedad privada, pero no leyes para que, mediante impuestos, se reduzca la pobreza? Obviamente se responde que ambas son legítimas. Considera los puntos de vistas de los neoliberales unas simplezas que no contemplan el mundo en toda su complejidad. Por eso se apoya en el filósofo John Rawls para decir:
«… la desigualdad sólo se justifica si la diferencia de expectativas (de una mayor riqueza) es para el beneficio del hombre medio entre los más pobres» (pág. 98)
Él lo resume así:
«Cuando no haya certeza en que la reducción en las libertades (negativas) de un grupo resulta en el aumento de las libertades de otros, tal que se produzca un aumento neto de la suma de libertades, no debemos imponer la nueva legislación» (pág. 98)
Hattersley se escandaliza con la pretensión de los comerciantes estadounidenses de órganos, sangre y tejidos que defienden su comercio de este modo en palabras del gerente de Pioneer Blood Services Inc.:
«Si la competencia por la sangre fuera eliminada sería el principio de la destrucción completa de nuestra estructura anti monopolio» (pág. 99)
Añade que los partidarios de este tráfico declaran que impedirlo es un «ataque a la libertad«. Es claro que el único modo de preservar a los pobres de poner en el mercado su sangre, órganos y tejidos es que no necesiten el dinero y puedan libremente aportar partes o, en su caso, la totalidad de su cuerpo de forma altruista como sucede hasta ahora.
Lo contrario sería convertir a los más desfavorecidos en un banco (curiosa metáfora) biológico a mayor y mejor vida de los pocos favorecidos que pudieran pagar.
Para Hattersley el tráfico del cuerpo humano no puede ser aceptado por una sociedad civilizada y denuncia que :
«Los escritos de Hayek sobre libertad, y la acción de los políticos que son guiados por él, demuestran que la noble aspiración de la libertad ha sido interpretada, en los tiempos actuales, en el lenguaje de los intereses de clase» (pág 104)
Cuando todos son alguien
Para hattersley es un misterio que:
«El miedo de una mayor igualdad, que beneficiaría sin duda a la mayoría, ha infectado a millones de personas y han aceptado la, patentemente falsa, premisa de que un sistema que no favorezca a las élites es contrario a los intereses de la comunidad en su conjunto» (pág. 106)
Denuncia que se crea que, si las élites no están satisfechas (y nunca lo están), la sociedad en su conjunto se perjudica porque sin estímulos los más esforzados e inteligentes abandonaran a la sociedad a su suerte.
Una objeción inmediata surge a este pesimismo de las mayorías: los más inteligentes y beneficiosos entre los miembros de la sociedad son los científicos y en el mejor de los casos son premiados con el honor y unos ingresos de clase media. A la élite que se estimula con grandes beneficios es a la compuesta por los «businessmen«, cuyas habilidades son fundamentalmente la gestión de los recursos, sin que aporten novedad alguna al conocimiento humano (véase la lista Forbes). Es el propietario por esfuerzo propio o heredado, el que realmente absorbe las rentas. Una curiosa élite que, más allá de algunos trucos, como los complejos Collateral Debt Obligation (CDO), un verdadero ejercicio de prestidigitación financiera que se convirtió en una estafa mundial en 2007, ponen todo su talento en blindar con obscenas indemnizaciones su segura salida cuando sus burbujas estallan.
Hattersley propone que los socialistas no se preocupen de la distribución de productos y servicios, pero sí de la distribución de los resultados en forma de ingresos. Algo así como esperar al sistema a la salida para una redistribución justa.
Este libro tiene dos partes. Hemos resumido la primera, la más teórica, la segunda es esclava de su tiempo y puede ser leída con el interés de los detalles sobre los problemas del Labour Party británico y las propuestas concretas de Hattersley para salir del pozo político que le tocó vivir en plena era Thatcheriana hasta el advenimiento del brillante Tony Blair de la «tercera vía» y el oscuro Tony Blair de la Guerra de Irak.
© Antonio Garrido Hernández. 2017. Todos los derechos reservados.