«No se debe llorar por la leche derramada» es un buen consejo que quiere decir: no se debe perder el tiempo lamentando lo ya sucedido, sino afrontar la situación. Esta actitud está llena de buen sentido, salvo que el que la pronuncie haya tirado la jarra de leche. Algo así está pasando en España con el desafío de los independentistas catalanes. De una parte, la fuerza de la libertad positiva que llama Isaiah Berlin y que yo llamaría libertad «tóxica». Es decir, la expansión de un sentimiento de euforia por librarse de una supuestas cadenas. Una euforia tóxica que, una vez internalizada, conduce a los individuos hacia un éxtasis o al desastre. De otra, un tipo de gobernanza del país que cree que puede enredar en determinados avisperos sin que pase nada. El caso es que, los que creemos en toda España que Cataluña es parte de nuestra historia política, económica y emocional, no concebimos que sea posible, que ante la galbana que la vida razonable produce para lo heróico y la excitación de una libertad imaginaria, acabemos siendo la primera gran nación europea en caminar hacia un nuevo feudalismo.

A un profano en las complejidades de la historia le puede resultar difícil entender por qué ocurrió la Guerra de los Treinta Años, pongamos por caso, pero qué nos ha llevado a la actual situación en España, eso no, pues ha ocurrido delante de nuestros ojos y nadie nos tiene que interpretar la situación. Es la tormenta perfecta resultado de las siguientes torpezas en orden cronológico:

  1. Noviembre de 2003. José Luis Rodríguez Zapatero promete, por razones electorales, apoyar «cualquier» estatuto que aprobara el Parlamento Catalán.
  2. Enero de 2006. Provocación innecesaria del Partido Popular, por razones electoralesrecogiendo firmas en mesas petitorias en la misma Barcelona.
  3. 31 de julio de 2006. Consumación de la oposición al estatuto,  por razones electoralesaprobado en el Parlamento Catalán, presentando un recurso ante el Tribunal Constitucional.
  4. Diciembre de 2007. Pérdida de nervios por parte de los dirigentes de la antigua Convergencia y Unió, por razones electoralescuando las torpezas 2 y 3 llevaron a la calle a más de dos millones de personas. Nace el «derecho a decidir«
  5. Julio de 2010. El Tribunal Constitucional recorta el Estatuto de Cataluña.
  6. 2011-2017. Degradación de la situación sin que el Gobierno, presidido por Mariano Rajoy, moviera un músculo, quizá debido a que la mayoría absoluta le hacía creer que no había nada que temer. Una ocasión única que se dejó pasar sin advertir hasta qué punto le venía bien a la derecha catalana autonomista distraer a la gente de la crisis económica con el muñeco independentista.
  7. Septiembre de 2017, el independentismo «cruza el Rubicón» y sin fe en su plan «a la vista» de pasar de «la ley a la ley»,  espera que algún movimiento del Gobierno cree las condiciones para que algún incidente, con rasgos de afrenta insoportable, lance sin control a los ciudadanos a la calle.

En el punto 4 la jarra de leche se agrietó, pero nadie hizo nada. Ahora está rota con toda la leche derramada y se finge que lo anterior no tiene importancia, pues «hay que mirar al futuro«. Los independentista plantean la cuestión en términos de «democracia antes que ley«, como si esta frase en sí misma no fuera un disparate lógico en tiempos de paz y parlamentos. El Gobierno y el resto de los partidos nacionales menos Podemos, que es una fuerza muy condicionada por su estructura asambleísta y descentralizadora, plantean la cuestión en términos simétricos «sin ley no hay democracia«. Pero esto son ya frases para la historia, una vez que se han dejado pasar todas las oportunidades. El punto 6 es clave. En ese momento el partido de la derecha catalana autonomista movía la colita para que desde el Gobierno se le echara una mano para evitar su autodestrucción por la fuerza utópica de Esquerra Republicana. Los grandes gobernantes se caracterizan por su capacidad de leer las coyunturas y, en ese período nuestros gobiernos estarían leyendo otra cosa y dejaron pasar la ocasión. La consecuencia fue que, de repente, políticos catalanes conservadores y prudentes se desmelenan, se abren la camisa y aparece una camiseta con la estelada, mientras bajan corriendo de su sede partidaria y se agarran a la pancarta de otros con el fingido entusiasmo del recién converso.

Una vez la leche derramada y todo el mundo pringado, la cuestión se plantea en los corazones de los contendientes en términos muy inquietantes: ¿Cómo va a permitir un heredero de Pelayo y El Cid que España pierda Cataluña siendo él presidente del Gobierno? y ¿Cómo van a permitir los herederos de Casanova y Company que todo el esfuerzo de desparpajo legal y apoyo popular no culmine en la parusía de la república catalana independiente?. Mala cara tiene el procés.

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