torre-trump-apaisada

Esta foto es más que una crónica gráfica de la protección forzada por las protestas ante la Torre Trump en Nueva York. Esta foto es el anticipo de un futuro ominoso que debe ser evitado. Esta foto es una profecía. La profecía como las maldiciones son deseadas o temidas en las sociedades incultas y supersticiosas que atribuyen a algunas personas la capacidad de anticipar realmente el futuro. Pero no se ha conocido nunca un profeta en este sentido, sino gente que se ha atrevido a prolongar un tendencia o los signos presentes que parecen indicar un proceso con un determinado resultado. Por eso no hay profetas profesionales. Por eso, los pronósticos unas veces se cumplen y otras no. La suerte de que una proyección acabe ocurriendo se da pocas veces a poca gente. Nostradamus fue un tramposo que se aprovechó de la ambigüedad semántica de las palabras para hacer todo tipo de propuestas que pueden ser interpretadas conforme a las intenciones del que busca alguna respuesta. Un buen pronosticador no puede ir más allá de unos pocos meses y es, sobre todo, una persona inteligente y atenta que deduce unos hechos futuros de los hechos pasados. En ese sentido las mejores profecías son las leyes de la naturaleza que predicen en qué momento me romperá la cabeza una maceta conociendo su posición inicial y la mía. En ese caso, lo último que pasaría por mi cabeza sería el reconocimiento de los certero de la profecía. Podemos decir que los grandes problemas sociales no mejorarán nada de aquí a mañana, pero que todo habrá cambiado en 100 años. El primer pronóstico es infalible y del segundo no tendremos que responder, suceda lo que suceda.

Esta foto es una profecía porque nos está diciendo en qué tipo de sociedad vivirán nuestros hijos si no reaccionamos. Unos policías vestidos a la última moda «cuidado conmigo» y portando las últimas tendencias en armas automáticas con caras de estar preguntándose «qué hago yo aquí» cuidan la entrada de la Torre Trump. La Torre Trump es la residencia y lugar de trabajo del presidente electo de los Estados Unidos de América el empresario y millonario Donald Trump. La combinación de la presencia de la policía y la condición de residencia de una empresa del edificio parece decirnos: «este es el futuro«. ¿Qué futuro? aquel en el que los intereses generales serán gestionados desde las grandes corporaciones. Ese futuro en el que los empresarios se desprenden de su timidez para presentarse ante la sociedad sin intermediarios: esos pusilánimes y corrompibles políticos que en el pasado (respecto del futuro) transmitían implícitamente las políticas verdaderamente sensatas dictadas por las corporaciones. Hasta ese futuro que anuncia la foto, el mundo de la empresa se mantenía al margen usando algunos rudimentarios mecanismos como la presión lobista en los parlamentos o alguna declaración sonora en la prensa. Pero llegó un momento en que se vió que la presión de los ciudadanos introducía demasiado ruido en la interpretación de los mensajes enviados desde el mundo de la empresa. Por eso Trump es un adelantado. Es «el esperado«, aunque sus motivaciones fueran de carácter muy personal. Por ejemplo, su orgullo herido por Obama en una distendida reunión con la prensa hace unos años o el retorno de la inversión en la campaña o cumplir una autoprofecía que hizo en una entrevista de televisión hace todavía más años. Da igual, porque él está dando cuerpo a una tendencia implícita en el sistema. Una tendencia que no era la única. Al fin y al cabo la socialdemocracia era una posibilidad real, pues funcionó muchos años. Pero en un momento determinado la influencia de la Escuela de Chicago señaló a los políticos otro camino y los «socialistas» picaron en el anzuelo. No hay más que ver la «tercera vía» del laborista Blair o la expresión «es la economía, ¡estúpido!» del demócrata Clinton para comprobar hasta qué punto el anzuelo se clavó en las bocas abiertas de los papanatas izquierdistas.

En la película Blade Runner Ridley Scott muestra en 2019 un mundo oscuro en las alturas, donde los trumps gobernaban y mal iluminado en los sótanos y corredores donde la gente mal vivían. La novela 1984 de George Orwell famosamente nos describe un mundo en el que los gobernantes de Blade Runner controlan la psique de todo ciudadano hasta la locura. Nuestra sociedad juega con estas ideas realizando programas de televisión en la que irresponsables organizadores e irresponsables concursantes dan cuerpo, bien que con poca clase, a la distopía. En fin, los literatos y los cineastas con más o menos torpeza avisan de un futuro siniestros, que pudiendo ser evitado, se va perfilando por la enorme capacidad que el dinero tiene de reunir a la gente más inteligente del planeta para que le diseñe la estrategia a seguir para su irracional propósito. Probablemente el éxito de Trump les haya inspirado la necesidad de tener bolsas de trabajadores empobrecidos y desesperados dispuestos a todo con tal de salir de su situación o, en el caso de los más lúcidos, dispuestos a una nihilista pedorreta a los políticos adictos a la mentira suave, eligiendo a los políticos adictos a la mentira dura. Quizá Hillary pertenezca a los mentirosos suaves, aquellos dispuestos a gozar del poder sin molestar a los poderosos. Pero Trump claramente pertenece al grupo de los mentirosos duros, aquellos que han decidido dejarse de paños calientes, utilizar a los desesperados y desplazar a las «hillaris» para ejercer sin intermediarios. Así crear un mundo de hombres blancos temerosos de Dios y creyentes del dinero que debe ser gobernados por quien cumpla escrupulosamente estos criterios. Trump los cumple claramente, pero también Erdogan, Urban, Putin o Assad.

La foto de la cabecera de este artículo es una profecía, pero las profecías no tiene porqué cumplirse. Lo que sí parece cumplirse es que si una parte de la población sufre, suele escoger salidas desesperadas. En estos casos la democracia sirve de herramientas para los fines de los monstruos del subsuelo que mienten mejor y pagan más a los sociólogos, politólogos y demógrafos que les sirven. Ante esta amenaza hay que levantarse como en Hamlet «contra un mar de problemas» y usando también la democracia hacer valer la fuerza de los más cuyo horizonte es la justicia y la igualdad entre los seres humanos. Los ángeles no existen, los diablos sí.

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