Hace unos días un amigo (José Velasco) me envió un artículo y algunas reacciones al mismo por si lo consideraba de interés. Así ha sido. El primer eslabón de la cadena es un artículo del escritor francés Frédéric Beigbeder (no sé si los dos acentos sobre las «e» del nombre son correctos, pero así figura en el original de la revista ICON). El artículo se llama «Ningún algoritmo lleva bigote». En él nuestro autor arranca con la justa censura a que, al parecer, una serie de rutinas de código informático de Facebook (que llamamos algoritmo) había llevado a cabo sobre la foto de la niña quemada por el napalm de los bombardeos norteamericanos en Vietnam, so pretexto de que iba desnuda.

nin%cc%83a-napalm

Así debe haber sido, pues sólo a un mecanismo automático, sin más criterios que los que su programador haya introducido en él, podría probablemente llevar a cabo un acto tan estúpido. No quiero dejar de mencionar que el niño de la izquierda podría haber inspirado perfectamente a posteriori el cuadro de Munch «el grito». Ahora sabemos que pintó a un niño vietnamita o quizá sirio, tal vez inglés, alemán o de Guernica. Pero a partir de este prometedor comienzo se desliza hacia un rechazo pedestre de las nuevas tecnologías en que se basan las llamadas redes sociales con el pretexto de que son vehículo de publicidad y mecanismo de control del deseo de los incautos usuarios, lo que siendo verdad en el propósito no tiene porque serlo en el resultado. Y para esta crítica utiliza como arma un antipático, por tópico y banal, perfil de aquellos que se dedican a codificar las herramientas de la vida moderna. Una pérdida de tiempo que podría haber llevado a cabo igualmente contra el cuchillo de cocina con que se producen los asesinatos de género, las cuerdas con las que se ahorcan los suicidas o lo camiones con los que se llevan a cabo, últimamente, atentados terroristas. El técnico que codifica por encargo o en el paroxismo de una acto creativo de nuevos códigos para facilitar la vida está fabricando útiles neutros que podrán ser utilizados para el bien o el mal. No confundir con quién fabrica un fusil o una mina antipersona que nos son objetos neutros en absoluto. Desgraciadamente, el cine nos está acostumbrando a crear un estereotipo de informático guarro, obeso, consumidor de bebidas azucaradas, con la camisa por fuera parcialmente, un botón o dos desabrochados y en medio del desorden más absoluto con la excepción, por contraste, del orden que muestra la pantalla de su ordenador, y desde luego el orden no aparente de su mente. Este estereotipo no sé el fundamento que tendrá, pero es indiferente porque ya he conocidos casos de espacios hiper ordenados ocupados por gente atildada con la mente guarra, el neocórtex obeso, consumidora de polvos blancos, con la camisa neural por fuera y una o dos sinapsis rotas.

Rotura de sinapsis que parecen haber afectado a nuestro autor cuando, sin venir a cuento, nos da el susto de decir que Albert Rivera dirigirá nuestro país, aunque sospecha por su atildado aspecto que es un algoritmo. Condición que no atribuye a su predecesor y, por otra parte admirable, Eduardo Mendoza «porque tiene bigote». Todo esto está situado en el escenario de un cóctel para concederle el premio a la «agitación cultural 2016» a Beigbeder. Pues lo que faltaba, dado que no simpatizo con la revista ICON, no digamos con los que son premiados por ella. Esta revista se presentó como «la revista masculina de El País». Una revista, primer error, para el hombre y, segundo error, para un tipo de hombre que sólo pisa la moqueta de los clubes financieros. Por cierto, «club» significa «aporrear», naturalmente en la cabeza de los ciudadanos corrientes con pesados algoritmos bancarios. ¡Monsieur Beigbeder, deje a los informáticos en paz que los verdaderos frikis los tiene usted más cerca de lo que piensa!.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.