Liberales, conservadores y reaccionarios


Se da aquí una versión libre de estos conceptos, tan populares en la política, porque empiezan a sufrir transformaciones en su núcleo semántico que los puede dejar vacíos de significado. Los partidos de derechas gustan de introducir en sus categorías definitorias el término liberal. Hay un error de partida, pues se toma la parte por el todo. Un liberal es alguien que ejerce y respeta la libertad de los demás, tanto en la dimensión económica como política y moral. Así, en el plano económico, se respetan las decisiones que cada individuo toma para comprar, poseer y vender. Es decir la libertad de empobrecerse o enriquecerse. Por cierto que —decía Adam Smith—, lo normal es la pobreza y lo extraordinario la riqueza. En el plano político, el liberal respeta las decisiones y opiniones de los demás sin traba alguna. Un ejemplo majestuoso es que en Estados Unidos se pueda quemar la bandera de la Unión sin ser ni amonestado. Y en el plano moral, finalmente, el liberal acepta para cada uno la forma que elija para amar, vivir y morir. Es una actitud no trascendente y que, por tanto, no pone más trabas a los demás que el daño que puedan hacer al sistema liberal mismo. Es decir, el liberal no es tan ingenuo como para aceptar las acciones de quienes quieran destruir la democracia, la economía de mercado o las vidas particulares de los ciudadanos controlando lo que ocurre en las calles y las alcobas. Ante este liberal uno se quita el sombrero

La categoría de conservador tiene como significado nuclear el amor a las tradiciones, en el sentido novedoso que Gadamer le daba al concepto de prejuicio. Es decir, a aquellos componentes del pasado que constituyen sólidamente el presente. Un rasgo este que se le atribuye al sentido trascendente asociado a la religión y al sentido de estabilidad que da a una sociedad los procesos tranquilos de transformación sin producir disonancias en las costumbres. El gurú de los liberales económicos, Friedrich Hayek, se declaraba abiertamente anti conservador por ser su liberalismo tan radical que toda traba a los cambios, le parecía peligrosa. A pesar de esta definición, los conservadores de derechas gustan de ser considerados liberales. Pero, los hechos los contradicen. Una prueba es que sólo conciben la libertad económica, pero no el resto de libertades. Por eso, tienen recurridos ante el Tribunal Constitucional textos legales sobre aspectos de la vida individual tan esenciales como el aborto, el matrimonio igualitario o la eutanasia. Paradójicamente, la izquierda es tachada por sus adversarios de anti liberal, lo que es cierto en lo económico, pero es contradicho por sus posturas abiertamente liberales en las dimensiones morales. Añado provocadoramente que, en este momento, deberían ser llamados conservadores, puesto que su liberalismo de las costumbres consiguió cimas que los obligan, ahora, a conservar lo logrado en materia de derechos adquiridos en legislaturas anteriores ante la embestida reaccionaria.

El reaccionario no es conservador, sino primitivo, no es que se oponga a cambios que considere que alteran el principio de la tradición, sino que quieren volver a marcos morales, en el mejor de los casos, próximos al puritanismo y, en el peor de los casos, cercanos a los usos medievales. Basan sus posiciones en pasados míticos indemostrables y, en algunos casos, inventados exprofeso. El reaccionario quiere retroceder más allá de la Revolución Francesa para encontrarse con el sentido aristocrático y un concepto de religión connivente con el poder tiránico emanado de la elección del soberano por la gracia divina.

En resumen: el reaccionario pone pie en la pared de la historia o la ficción mítica, el conservador se mueve dos generaciones por detrás de los cambios y el liberal auténtico deja fluir los procesos de la producción, de la voluntad política y el deseo.

El progresista defiende los derechos individuales cuando su tradición es colectivista; el conservador trata de imponer morales colectivas cuando su tradición es, o dice ser, individualista y el reaccionario se permite autodenominarse liberal, supongo que en el mismo chocante sentido que lo fue Pinochet, precisamente gracias al mencionado Hayek y sus discípulos ideológicos. Todas estas confusiones se dan en nuestra tóxica atmósfera política actual.

Como se puede ver, en realidad, aquí no hay nada más que una categoría firmemente asentada: la incoherencia. No es de extrañar que las elecciones se ganen o se pierdan por los rostros más o menos simpáticos y la promesa más o menos fundada de gestionar bien. Por todo esto, el criterio de toda verdad política, que deberían ser los logros conseguidos tras un mandato, desaparece tras el humo de la hoguera de las ambiciones. Así, liberales, conservadores y reaccionarios se confunden conceptualmente y confunden nuestras vidas.

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