Austeridad para todos


Durante los años de gobierno del PSOE (2004-2011) hubo una pancarta en el balcón principal del edificio del ayuntamiento de Murcia que decía «Agua para Todos». Una pancarta que se ha guardado hasta que el próximo partido de izquierda gane las elecciones. Se ha convertido ya en una costumbre, no ya mentir en la política por parte de todos los partidos en los períodos entre elecciones, sino en mofarse de la verdad durante las campañas electorales. Tenemos ejemplo aquí y allí. Durante estos períodos de un par de semanas entramos en un estado de sugestión colectiva polar, que nos lleva a aceptar todo tipo de disparates que se supone que luego no se cumplirán porque la realidad corrige los excesos electorales. Obviamente los partidos que pierden la elecciones se dedican luego a recordarle al otro las promesas incumplidas en los estrados y a pactar con él en los despachos. Instalados en ese estado mental de la mentira instrumental, los programas electorales son ya un género literario. Es decir, textos de ficción. Después desaparece la magia y a trabajar.

Hay mentiras inofensivas y otras muy perjudiciales. La mentira más peligrosa de todas es que el llamado Estado de Bienestar puede recuperarse en los niveles de derroche conocidos con anterioridad. Para empezar hay que hablar de «Estado social» no «de bienestar» que sugiere un estado de complacencia frívolo. Es imprescindible garantizar la sanidad y educación públicas más el pago de pensiones y asistencia a la gran dependencia. Estos son los pilares del Estado Social. Cómo esto requiere un alto porcentaje del PIB hay que producir obviamente. Para eso es imprescindible justicia social. La gente vamos a las epopeyas empujados por la necesidad o el entusiasmo y el mayor de ellos es sentirse parte de algo que es mayor que uno mismo pero que no te usa como un peón prescindible. Esto requiere un reparto de la renta justo. Todavía con este planteamiento cabe un mundo de países justos pero inviables ecológicamente. Por tanto se requiere, no sólo justicia en el reparto de la renta, sino, además, hacerlo en un mundo más frugal que, al menos mientras no encuentre el modo de consumir sin dañar la naturaleza, debe limitar las mercancías que produce y consume.

La suma del cuidado del planeta y de la gente lleva a un mundo más austero. No sólo en el sentido que lo entienden los actuales y catastróficos dirigentes nacionales e internacionales, que se resume en destrucción de lo público y hundimiento de los mercados interiores por falta de dinero para el consumo. Un mundo más justo y respetuoso con el planeta lleva a la austeridad para todos.  Es decir, no al estado del bienestar. Sí al estado social, que, por respetar el planeta, jerarquiza lo que produce e intercambia y, por respetar a la gente, no permite las rentas escandalosas que generan precisamente el más grosero de los mercados: el del lujo. Por tanto, austeridad sí, pero ¡austeridad para todos!

 

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