Erasmo de Rotterdam fue un humanista que como casi todos los verdaderos intelectuales no era bien visto cuando apretaba las tuercas a los gobernantes políticos o religiosos. Por eso tuvo que disimular sus puntos de vista en un ensayo que lo hizo célebre llamado «Elogio de la locura». Tuvo el reconocimiento general en Europa en tiempos muy complicados pues vivió de lleno la reforma luterana. Tanto protestantes como católicos le querían en sus filas. Él nunca accedió a tener una posición partidista, lo que, obviamente, le granjeó reproches de ambas partes. Este europeista «avant la lettre» da con justicia su nombre al acrónimo del programa EuRopean Community Action Scheme for the Mobility of University Students (Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios) que coloquialmente llamamos Beca Erasmus. «Me voy de Erasmus a Hungría» me dijo hace meses un estudiante.

Se creó en 1987 y su objetivo es «mejorar la calidad y fortalecer la dimensión europea de la enseñanza superior fomentando la cooperación transnacional entre universidades, estimulando la movilidad en Europa y mejorando la transparencia y el pleno reconocimiento académico de los estudios y cualificaciones en toda la Unión».  

Todos los alumnos que se han integrado en el programa han vuelto satisfechos. El propósito de «fortalecer la dimensión europea» se cumple plenamente y los alumnos vuelven habiendo vencido la timidez de salir al extranjero y acabar dominando un entorno nuevo y extraño en principio. Cuando vuelven con sus créditos «acreditados» y su experiencia vital cumplida están ya listos para que su horizonte profesional sea el mundo. Una buena prueba de la necesidad y virtud de la expansión de horizontes que los jóvenes viven con esta experiencia es la decepción de los jóvenes británicos con el éxito del BREXIT, una vuelta atrás apoyada por los de mayor edad nostálgicos de pasadas glorias aislacionistas. Es curioso y una lección a aprender, que la mayoría de las personas que apenas vivirán tres lustros en la nueva situación hayan contradicho la opinión de aquellos jóvenes que vivirán largas décadas con las consecuencia del resultado del referéndum que apoyaron sus abuelos. Digo que es una lección a aprender por los mayores, que deberíamos consultar a los jóvenes algunas decisiones de largo recorrido.

El programa Erasmus es un éxito y cualquier movimiento para reducirlo a cenizas bajando la dotación de las becas es un error y un horror. En gran medida depende de él que las políticas de integración europea calen en la población en vez de ser abstractas ideas sin verdaderas raíces en el pueblo. «Los Erasmus» son la base del cosmopolitismo europeo y de su auténtica vertebración más allá de las intenciones políticas y las fronteras mentales.

Por todo esto, me alegro tanto cuando tengo noticias de alumnos míos que han vivido o están viviendo la experiencia. En una reciente conversación con dos de ellos se habló con entusiasmo de las formas de vida y de la historia del país receptor, lo que indica cuáles son los valores que el alumno va a integrar en su vida. Hoy en día las técnicas y saberes de la disciplina específica son universales, pero la experiencia vital es única e intransferible. Mi generación no disfrutó de estos programas. Ya saben, éramos un imperio que no necesitaba a nadie. Pero, si en mi mano estuviera, yo «me iría de Erasmus»

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