Lo siento, pero no puedo trivializar la situación de Cataluña que afronta hechos consumados y nuevos desafíos. Cuando muchos miles de personas, equivocadas o no, están dispuestas a salir a la calle y afrontar lo que sea poniendo sus cuerpos, es que algo indeseable puede suceder. La virtualidad de las tragedias que nos permite ver en los telediarios las más horrorosas escenas sin que nos afecten más allá de un comentario sobre la locura del ser humano, nos ha llevado a un estado de insensibilidad que no impide ver los peligros de según qué situaciones. Y la situación en la que estamos se caracteriza por:

  • desconfianza entre entidades policiales, con situaciones cómicas como que una de ellas se aloja en barcos de recreo lo que produce enfado en sus componentes por experimentar una suerte de humillación.
  • potencial enfrentamiento entre cuerpos policiales en función de cómo transcurran los acontecimientos.
  • una muchedumbre excitada por los responsables políticos y civiles que les prometen lo que no está en su mano conceder. Nada menos que una gloriosa secesión.
  • una muchedumbre compuesta por todos los tipos de género y edades lo que podría dar lugar a situaciones insoportables en una sociedad civilizada.
  • estancamiento de las posiciones que se ubican en los extremos respectivos: la independencia unilateral tras la celebración de un simulacro de referéndum, de una parte, y aplicación fría de la ley y los medios antidisturbios, de otra.
  • con ambas partes eludiendo ante su público las respectivas responsabilidades por acciones u omisiones legal y emotivamente disparatadas que, de una parte, consiste en la desfiguración de toda legalidad y de otra, una historia de desprecio por las reivindicaciones, primero moderadas y constitucionales y ahora radicales hasta extremos de difícil reconducción.

En definitiva, creo que hay un enorme peligro de enfrentamiento duro que traiga como consecuencia heridas incurables entre personas y entre instituciones. Los amargos enfrentamientos verbales en los medios de comunicación y las baterías de falsedades que las emociones obligan a urdir para no admitir los fallos de cada uno, producen un clima de repugnancia intelectual y casi física. Las posturas adoptadas por unos y otros, que van desde la más lunática intransigencia contra toda evidencia, a la más empalagosa petición de confianza basada en la bondad intrínseca de las personas y las intenciones, invitan a ser pesimista.

Por otra parte, produce una gran extrañeza el fenómeno de la incorporación de emigrantes recientes a las posiciones independentistas, no tanto por la parte positiva de adhesión, como por la negativa de desafección con sus orígenes. Un fenómeno que produce perplejidad y que aumenta la sensación de enfrentamiento entre iguales, además de relativizar el carácter identitario de la revuelta, que pasa a parecer más una reivindicación de una forma de ser convencional y asumible por un recién llegado, que la exigencia de autonomía para un origen milenario. Una perplejidad que refleja bien esta viñeta del Diario de Jaén:

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Los independentistas en el gobierno autonómico y en las asociaciones civiles se sienten ya incapaces de desinflar el globo de las ilusiones de los ilusos y los gobernantes se sienten incapaces de ofrecer nada, una vez que perdieron la ocasión que se les brindó antes de que se conformara el bloque radical. Además de que experimentan el vértigo, que todos compartimos, de que se abra una vía por la que se escape cualquier pretensión de mantener la unidad nacional. Un peligro que se ha puesto de manifiesto inmediatamente cuando los nacionalistas vascos han dado un paso atrás en su apoyo al gobierno y han rebuscado en su baúl de reivindicaciones para esperar y ver. El gobierno de la nación se ha colocado, sin necesitar ayuda de nadie, en una posición que es consecuencia de su actitud en todas las fases del ser de un partido político, pues ofendieron estando en la oposición para minar al, entonces, gobierno socialistas y ofendieron cuando ya en el poder no han comprendido que el estado natural de la derecha catalana dista de ser el aparecer aliado con partidos anti-sistema.

Pero a mi los que me importan, frente a sueños utópicos y siestas pragmáticas, son las personas y son éstas las que pueden estar en peligro. Por eso, dado que falta una semana, debería ser aprovechada para encontrar una solución que haga que todos nos vayamos a casa y nuestros representantes resuelvan el crucigrama sin poner a la gente o a los agentes como escudos humanos que protejan una reputación que ya ha sido arrastrada por el fango por sus propios titulares.

Sin embargo, tal parece que no habrá un escenario de negociación, ni propiciado por la retirada de la pretensión de celebrar un referéndum a pesar de tener el barco organizativo desarbolado, ni por la promesa gubernamental de unas negociaciones para un referéndum legal. Por tanto, creo ya será a partir del día siguiente cuando cabe esperar un escenario dialogante, siempre que no haya una declaración lunática de la independencia o un enroque gubernamental en la esquina constitucional.

En caso de diálogo, de todos los escenarios el que me parece más sensato es la exploración de un Estado Federal, que no es otra cosa que la evolución natural de la actual estructura estatal, dado que en la redacción de la constitución del 1978 no se tuvo la capacidad de haber dado un estatuto especial a Cataluña y el País Vasco, mientras el resto de España se constituía conforme a su vocación de unidad. El «café para todos» del gobierno de Adolfo Suárez fue una estación de paso que tenía como desarrollo natural un estado federal. Todo esto no es otra cosa que el reconocimiento de la historia, pues la convivencia no es un objeto descarnado que puede ser tratado exclusivamente con la lógica. Obviamente no es necesario que se derive de esta fórmula un reino de taifas con 17 «estados». Creo que lo natural sería que las actuales autonomías, sin perder tal condición, tuvieran la libertad de asociarse por afinidades, cuyas características ignoro, para formar estados con entidad suficiente.

Cuando ví la película «Midnight Cowboy» advertí el profundo desprecio mutuo que hay entre neoyorquinos y tejanos sin que eso impida un patriotismo común. El cine y la literatura están llenos de enfrentamiento entre regiones que forman parte de la intrahistoria de los países, pero que raramente dan lugar a conflictos tan agudos. A pesar del carácter montaraz de nuestra historia, no ha pasado en vano medio siglo desde que practicamos alegremente el cainismo. La Guerra Civil está a una distancia temporal que permite sentir todavía el escalofrío de su crueldad y, al tiempo, tener la esperanza de que el misterioso fenómeno de la transmisión del odio a través del tiempo no se haya apoderado de una nueva generación de españoles.

Una vez que la transparencia social y política ha puesto de manifiesto que la dignidad y capacidad de los dirigentes era una quimera construída a base de distancia y oropel, polichinelas con hambre de celebridad atrapados en un torbellino de prejuicios e intereses, es el momento de modificar nuestra actitudes para poner nosotros la sensatez a la hora de elegirlos y a la hora de exigir. Por tanto, creo que la reforma constitucional a la que estamos abocados debería incluir:

  1. la modificación de la forma de estado para reconocer la compleja historia de nuestro país. Llamando a los componentes de la federación landers, estados, naciones o nociones que tanto da, pero con un cierre a cualquier forma de secesión.
  2. la modificación de la ley electoral para que la corrección de la relación número de votos-número de escaños resulte menos sorprendente que lo es ahora y
  3. la modificación de las listas electorales para que el elector no esté obligado a elegir candidatos desconocidos o sin reputación, pudiendo elegir candidatos de listas distintas si confía más en ellos que en los partidos que los proponen. También es explorable la fórmula inglesa de que el político responda ante sus electores de distrito.

Es muy importante que en el fragor de esta discusión de gran calado no se escapen impunemente aquellos que, tanto en el plano económico, con sus conductas corruptas, como político, con sus conductas irresponsables, han llevado al país a esta peligrosa crisis de confianza y respeto entre sus gentes.

El historiador francés Pierre Vilar nos dice que fue en el año 1640 que se perdió la ocasión de eliminar la futuras y recidivantes crisis identitarias. Este fue el año en que se perdió Portugal y la desafección de Cataluña llegó al paroxismo. Entre las torpezas de Felipe IV, estuvo el aplastamiento económico de la nobleza portuguesa, que se permitió nombrar otro rey, y el maltrato de la población catalana por parte del ejército de los austrias, lo que provocó la rebelión de los segadores. La debilidad del reino era tan grande que hubo sublevaciones descentralizadoras en Navarra, Aragón y Andalucía. ¿Seremos capaces de superar nuestra historia y, con los pies sobre estos sólidos casi 40 años de democracia y respeto mutuo, construir un país en el que se armonicen la capacidad de autogobierno con la unidad nacional? o por el contrario, ¿nos dejaremos arrastrar a un período de incertidumbre y desunión que nos destruya como nación, contribuyendo, para nuestra vergüenza y condición maldita, a la destrucción de Europa?. Esta semana y los próximos meses serán decisivos para evitarlo.

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