Después de leer el libro «Pensar rápido, pensar despacio» de Daniel Kahneman, la curiosidad me ha llevado a otros autores reconocidos de la psicología de la conducta como Cass Sunstein y Richard Thaler. Su libro «Un pequeño empujón» es un éxito de ventas. Al contrario del libro Kahneman, que pretende ser divulgación de los avances de la investigación en la materia, éste está más enfocado como un manual solvente de conducta razonable. Por eso, no va a ser tanto una reseña meticulosa, como un repaso de los condicionantes que doy por conocidos en el libro de Kahneman, en la versión práctica de estos autores.

De los dos Sistemas, el intuitivo (1) y el reflexivo (2) que menciona Kahneman, es el primero el que usamos, nada menos que para elegir gobernantes, lo que da una idea del porqué de algunos éxitos políticos. Preferimos el pronto de la primera impresión. Incluso valoramos más nuestros sentimientos de esa primera impresión que posteriores (y frías) reflexiones. Así citan divertidamente a Homer Simpson quejándose de que le hagan esperar cinco días para poder comprarse un arma, dado que era, en ese momento, cuando estaba furioso.

Empieza el libro mencionando el Anclaje, esa curiosa e ineludible influencia que produce en nosotros conocer el precio de venta de un producto o la opinión de un interlocutor. Una influencia de la que no podemos desembarazarnos con facilidad para situar nuestra propia posición. Incluso cuando tratamos de responder a una pregunta inocente como cuántos habitantes tiene Madrid. Para la tarea, necesitamos un valor desde el que avanzar mediante distintos ajustes.

Cuando afrontamos un pensamiento sobre un suceso amenazador tenemos la curiosa costumbre de echar mano del Heurístico de Disponibilidad, según el cual, valoramos más la facilidad con la que nos llegan a la mente ejemplos parecidos. Si llegan rápido, nos preocuparemos y, si no, no. Por eso, al hablarse menos de los suicidios que de los homicidios, creemos que hay más de éstos. Si hemos sufrido un terremoto, nos parecerá que son más probables que los accidentes de coche (exagerando). No digamos la toma de precauciones de aseguramiento, si cae un trozo de cornisa de un edificio cerca de nosotros.

Si se nos pregunta si un tipo determinado de persona trabaja en un determinado tipo de empleo, responderemos de acuerdo a nuestro estereotipo sobre el tipo de empleo. En ese momento está actuando en nosotros el heurístico de Representatividad. Un chico alto nos parece más probable que juegue a baloncesto y si además es fuerte que está empleado como portero de discoteca. Donde más daño hace este sesgo es cuando confunde la verdadera acción del azar con una confusa idea de que lo aleatorio tiene que dar lugar a resultados en los que aparecen todos los valores involucrados, ya sean rachas de nacimientos de mujeres en una familia, números de lotería repetidos en un mismo cupón, etc… Es decir, comparamos el resultado con nuestro estereotipo de lo que debe ser una secuencia aleatoria. En cuando vemos repeticiones empezamos a sospechar de una causa intencionada.

Destacan nuestros autores, la tendencia al optimismo no realista, incluso cuando hay mucho en juego. Optimismo que se manifiesta en la fe con la que se va al matrimonio o se monta un negocio, cuando la mitad fracasan. Es una actitud que permite vivir sin torturarse sobre el futuro y la, a veces, ineluctable llegada de disgustos vitales. También es un actitud que, por otra parte, desactiva las medidas preventivas.

Odiamos perder, tenemos una gran aversión a la pérdida. Somos dos veces más desgraciados cuando perdemos algo que alegres cuando ganamos lo mismo. Esta tendencia nos inclina a evitar riesgos y a aceptar indemnizaciones menores a poco que se den probabilidades de perder la reclamación. Aquí está la ventaja para el que ha producido el daño. También roza este sesgo nuestro sentido conservador. Nuestra necesidad de mantener nuestros statu quo. No son pocos los chistes sobre comunistas que están dispuestos a repartirlo todo, siempre que sea de los demás. Mantener el statu quo lleva a acciones u omisiones como dejarse llevar por la programación de la televisión sin cambiar de canal, echen lo que echen, o a mantener las ideas y creencias contra toda argumentación bien fundada. La inercia, la comodidad es un factor muy activo, paradójicamente, en nuestra actitud ante una opción «por defecto». Es decir, la que se activa «si no hacemos nada». Como esas cartas tipo «en quince días subiremos su cuota si no recibimos una respuesta en contrario».

Por mi cuenta digo que una versión más dramática de este sesgo es que, hoy en día se suele señalar a los más ricos del planeta, incluso desde las clases medias, sin advertir que cualquier cambio significativo de la situación del planeta no puede ser alcanzado «repartiendo» el dinero de los billonarios, sino bajando el estándar de vida de las clases media, a lo que, con toda seguridad no están dispuestas.

Si nos dicen que si pagamos al contado nos hacen un descuento, nos están aplicando el conocimiento que los expendedores tarjetas de crédito tienen sobre nosotros. Para ello están eludiendo lo que realmente pasa: que el uso de la tarjeta es un recargo. Así las compañías de crédito consiguieron que considerásemos el cargo de la tarjeta la opción «por defecto». A esta operación la llaman nuestras autores «enmarcar». En efecto el lenguaje es un marco para nuestros razonamiento posterior a la proferencia de la frase.

Nuestro quehacer cotidiano no deja tiempo para la reflexión y, así, nuestro Sistema 1 (intuitivo) toma el mando condicionado por todos los sesgos que acabamos de describir. Las recomendaciones del libro son:

  • No actuar en caliente, para dar tiempo al Sistema 2 (reflexivo) de actuar con su capacidad de utilizar la lógica y los cálculos.
  • Mantener el autocontrol para no ser víctima de pasiones perniciosas como el tabaco o renovar cuotas sin un examen a la competencia. Para ello, nos tenemos que imponer estrategias. Una muy divertida es el reloj Clocky que suena sin parar y huye para que te despiertes tratando de apagarlo para seguir durmiendo. Los impuestos o la casilla para destinar dinero a servicios sociales son estrategias que se sobreponen a nuestra «pereza» a contribuir a las necesidades comunes. Algunos ludópatas piden que sus sueldos se envíen directamente a sus cónyuges.
  • La contabilidad mental es otra forma de autocontrol. Nuestra capacidad de evaluar continuamente nuestro estado general de salud física o económica nos permite controlar comida, ejercicio o gastos. También usamos este mecanismo para racionalizar un gasto en un regalo que, en primera instancia, nos parece excesivo, pero que convertimos en una ventaja por lo que podemos obtener del que lo recibe. También gastamos con menos dolor en un viaje que en nuestra vida cotidiana, al hacernos cuentas del tope de gasto que nos hemos fijado para el viaje y no estar sufriendo todo el tiempo. Otra forma es no amortizar una cuota adicional de una hipoteca al 1% para poder gastar sin pedir un crédito personal al 6 %.

Una de los sesgos que más ventajas conlleva y, al tiempo, más dañino puede resultar es «seguir al rebaño». Tenemos muchísimos ejemplos de las ventajas de ser bien socializado. Lo contrario es condenarse a una vida taciturna y solitaria. Pero, también tenemos muchos ejemplos de ceder todo espíritu crítico ante el confort de ser aceptado en la tribu, compartiendo o siendo cómplice de terroríficas acciones contra inocentes. Los autores ponen el ejemplo del «reverendo» Jim Jones que llevó a miles de personas a sacrificar a sus hijos y autoinmolarse a Guyana, pero la historia está llena de complicidades propiciadas por la entrega a ideas perniciosas aunque sean de autodefensa: muchos alemanes en la época nazi, muchos hutus contra la etnia Tutsi, etc. En el otro extremo los libertarios («libertario» es un término utilizado en Estados Unidos para eludir el término «liberal» que allí va asociado a «izquierdista») alardean de un individualismo extremo que los lleva a negar la asistencia sanitaria a quien no pueda financiársela. Una forma de pensar que cambia bruscamente si es un familiar o él mismo el afectado. La influencia social va desde quedarse embarazada a la obesidad, pasando por el consumo televisivo de los que todo el mundo ve, o la influencia de los compañeros en la adolescencia.

El conformismo social es una especie de ceguera que está bien expresada por la broma de Groucho Marx: «¿A quién va usted a creer a mi o a sus propios ojos?«. Esta ceguera tiene origen en la confusión que nos produce la opinión de los demás (un marco) y el temor a recibir la censura del grupo (la pérdida de reputación). Los autores del libro concluyen que, dado que los individuos internalizan los juicios del grupo contra sus propias percepciones en contrario, tanto en el ámbito privado como público, los grupos pueden ser conducidos en la dirección que se desee. La consecuencia patológica socialmente es que una vez internalizado el juicio del grupo en los individuos, estas creencias (religiosas o pseudocientíficas) puede sobrevivir mucho tiempo a pesar de su arbitrariedad original: la declaración de alguien que dice haber visto a Dios o de que la vacunas causan cáncer. No poco contribuye a esta situación lo que llaman «ignorancia pluralista», es decir, que no sepamos lo que piensan los demás. Y, siendo así, quién es el primero que dice que «el rey está desnudo«. También contribuye la idea (falsa) de que los demás están pendiente de uno. En todo caso, como podemos comprobar en cada período electoral, hay mucha gente que se apunta a «caballo ganador». Por eso hay que evitar decirle a la gente que se está comportando de forma más cívica que los demás, pues no se despierta el orgullo de, por ejemplo, contribuir con más impuestos al bien común, si no el feo sentimiento de ser «un primo».

La impronta o priming es un mecanismo muy potente para generar ideas con sutiles influencias como la mención de palabras como «dinero» (que te vuelven más egoísta). También, aunque parezca inverosímil, nfluyen las disposiciones de muebles, los olores, etc.

El paternalismo libertario.

A partir de aquí los autores del libro despliegan la aplicación de lo que ellos han llamado paternalismo libertario cuya regla de oro es «condicionar la conducta que tenga más probabilidades de ayudar y menos de perjudicar«. Es paternalismo porque usa el conocimiento de los condicionantes de la conducta para proteger al ciudadano y es libertario porque, ante cualquier alternativa, elige la que respete la libertad del individuo.

El libro distingue entre bienes de inversión (el coste ahora, el beneficio después). Ejemplos: una dieta. Y bienes culpables (el beneficio ahora, las consecuencias después). Ejemplos: el tabaco, el alcohol y los donuts. Para poder luchar contra la tentaciones se propone que se tenga en cuenta:

  • La importancia de la frecuencia, pues la práctica facilita los hábitos, aunque ha de tenerse en cuenta que la mayoría de las cosas importantes solamente las podemos hacer una vez en la vida.
  • La ausencia de feedback individual (el feedback colectivo, como experiencia de otros, ayuda a sustituir la ausencia de oportunidad de repetir). De mi cosecha diré que ese es el gran valor de la gran literatura en particular y todas las artes narrativas, en general.

Es necesario algunas estrategias, pues el mercado y la competencia más bien trabajan para sí, antes que para remediar las carencias de los consumidores. El ejemplo que se pone es el de las garantías ampliadas al segundo año pagando un suplemento. Estadísticamente el suplemento puede llegar a ser de diez veces lo que se recibe a cambio (producto de la probabilidad de daño por el coste de bien que se asegura). Esto es sólo posible por nuestra tendencia a «jugar» cuando la cuota es baja ante la imagen vívida de la rotura o la pérdida del bien que aseguramos. En efecto, si se trata de un móvil de 200 euros y la probabilidad de que se rompa en el segundo año es del 1 %, la compañía arriesga 2 euros pero suele cobrar 20. En general, el mercado aprovecha las tendencias irracionales de los consumidores.

Ejemplos de pequeñas y grandes estrategias:

  • No presentar la palabra «verde» en rojo.
  • No poner un tirador a una puerta que sólo bate cuando se la empuja.
  • No diseñar con doble simetría los fuegos de una vitrocerámica si los pulsadores están alineados.
  • Poner una araña en los urinarios para evitar el antihigiénico goteo.
  • Que la opción por defecto en las decisiones del gran público sea la que más le beneficia. Por ejemplo en la forma de interrumpir una suscripción.
  • No esconder tanto el sistema para darse de baja que la mayoría de la gente se aburra antes.
  • Diseñar en chaflán una esquina de las tarjetas electrónicas para obligar a ponerlas bien.
  • Forzar a retirar la tarjeta en un cajero automático antes de poder retirar el dinero. Podía añadir una aviso cuando te dejas las gafas de sol.
  • Diseñar pastillero con los días de la semana.
  • Que un brazo te sujete cuando te eches a cruzar un paso de peatones mirando sólo a la izquierda ¡en Londres!.
  • Recibir feedback de nuestros actos para corregir con rapidez. Información sobre consumo de calorías mientras se hace ejercicio; sobre coste diario acumulado de la factura de electricidad, etc.
  • Emitir garantías tanto más duraderas cuánto más difícil sea comprobar si el producto cumple los requisitos contratados.
  • Recibir información clara sobre las consecuencias y las probabilidades en las decisiones graves: darse o no darse quimioterapia.
  • Redactar facturas claras en los servicios complejos: electricidad, gas, agua…
  • Elaborar y publicar balances gubernamentales con el mismo formato siempre y que sean claros sobre los presupuestos y liquidaciones anuales, así como de la situación de activo y pasivo del Estado.

Tenemos tendencia a simplificar las estrategias de decisiones, lo que no siempre es adecuado. Se requiere variación y no consultar siempre a las personas que tienen nuestros mismos gustos. Una situación interesante es cuando dos amigos se alternan en pagar en el restaurante creando el conflicto de elegir barato cuando paga uno y caro cuando paga el otro. Es un ejemplo a escala de lo que ocurre en sistemas complejos como la sanidad, donde su mejor comportamiento suele estar en conflicto con los intereses de los participantes, desde vendedores de instrumentos a médicos o pacientes.

JUBILACIONES

Este libro da también consejos sobre cómo gestionar nuestra relación con el dinero. Algunos de los temas tratados son de gran actualidad, como es la contratación o no de planes privados de pensiones y su compatibilidad con planes públicos. Este es un tema que la población en general no sabe gestionar por sí misma, del mismo modo que habría problemas si la gente fuera despedida antes de las vacaciones de verano y contratada de nuevo después de las mismas. Esto implicaría hacer previsiones a las que no está acostumbrada. Antes no se hacían previsiones porque no se vive para disfrutar una jubilación. Ahora no se hacen previsiones porque no está en nuestra naturaleza. Toda nuestra cultura invita al «Dios proveerá «, o sea, a confiar en la divina providencia.

Se tiene que encontrar un equilibrio pues unas previsiones excesivas acumularían dinero que no tendría donde invertirse pues la caída del consumo lo dificultaría. Por eso, en la mayoría de los países, las pensiones son públicas liberando a los ciudadanos de tales previsiones, pues ya las hace el Estado por ellos. Pero dado que los Estados están empezando a tener dificultades con la enorme factura anual de las pensiones, debido a que los ingresos pueden bajar, pero las necesidades no, se presiona para establecer planes de pensiones individualizados, en los que la decisiones de cada unos son fundamentales. La dificultad está en renunciar al consumo cierto de hoy a cambio del disfrute incierto de mañana. Se inventan incentivos con la colaboración de la empresa que participa en la cotización hasta un porcentaje del salario. Las dificultades para fijar un plan racional de jubilación son parecidas a las de empezar una dieta o aprender otro idioma:

  • Se toman decisiones que no se cumplen
  • No se quiere perder lo que se tiene ahora
  • No se corrigen los cálculos considerando la inflación

Los autores proponen una estrategia que llaman «ahorre más mañana» y consiste en comprometerse a ir incrementando la aportación en función de las subidas de sueldo. Así no se sufre la cantidad aportada como una «pérdida» respecto a lo que se ingresaba antes del aumento.

INVERSIONES

También se atreven con la conducta del inversor. La mayoría de la gente no se plantea nunca invertir su dinero en acciones o bonos del Estado. Sin embargo, irracionalmente, si gastamos dinero en el juego. Alguien que ganara un cupón de la ONCE en 1990 premiado con el equivalente a 14.000 euros se sintió estimulado a gastarse 20 euros a la semana en distintas loterías. En el presente año de 2020 lleva ya gastados sin retorno 30.000 euros.

El libro da ejemplos de rentabilidad desde 1925 hasta el año 2005:

  • Bonos del Estado a corto plazo: 3,7 % anual, 0,7 % después de descontar la inflación media
  • Bonos del Estado a largo plazo: 5,5 % anual, 2,5 % después de descontar la inflación media.
  • Índice S&P (principales empresas americanas): 10,4 & anual, 7,4 % después de descontar la inflación media.

Obviamente, el riesgo es mayor con las empresas que con el Estado. Por eso se llama prima de riesgo a la diferencia de rentabilidades. Las preguntas claves para estas estrategias son del tipo «¿merece la pena probar a ser un 25 % más rico arriesgando ser un 15 % más pobre?«. La clave está en no reaccionar a las variaciones a corto plazo y confiar en la «regresión a la media» de las inversiones, como hacen los grandes inversores. Incluso estos toman decisiones simples a pesar de que manejan herramientas capaces de desentrañar la complejidad. Una de la reglas simples es repartir las inversiones entre el Estado y la empresas al 50 %.

También se atreven los autores con las hipotecas, tratando de neutralizar la confusión que embarga al no profesional cuando afronta el gasto de su vida. Son páginas interesantes en las que se advierte sobre los riesgos de los distintos e imaginativos tipos de hipotecas. Incluidas las subprime que tanto daños han hecho para dos décadas al mundo entero. Proponen un informe claro sobre toda la historia de la hipoteca en los años de amortización, incluidas comisiones y tasas, para que el aspirante a propietario sepa dónde se mete. Lo mismo proponen para el uso de las tarjetas de crédito. Un sistema ineludible de pago que sin embargo esconde recovecos por los que se va el dinero del usuario inadvertidamente a causa de nuestras inercias y despistes.

En materia de Seguridad Social recomiendan los fondos privados en competencia pero con sugerencias «por defecto» por parte de los Estados, debido a las dificultades de los particulares para elegir bien. Avisan de los riesgos de la publicidad de los fondos invitando a «hacerse ricos» a los participantes. También dificulta una buena decisión el carácter farragoso de las propuestas y el elevado número de opciones que se ofrecen a gente vulnerable y sin formación financiera (la mayoría de la población). Los autores proponen para estos casos un cepillado enérgico de las opciones para reducirlas a un número pequeño con descripciones claras de sus prestaciones. El caso del Plan D en Estados Unidos fue un ejemplo de confusión, pues también los gobiernos hacen cosas irracionales, como asignar por sorteo los planes de medicación a los más pobres quitándoles el acceso a los medicamentos que más necesitan. Thaler considera que el método se sitúa entre la insensibilidad y la irresponsabilidad. El sistema equivale a que nos asignaran un coche al azar, en vez de elegirlo. El método parece una consecuencia del reparto igualitario entre farmaceúticas eliminado la competencia entre ellas debido a una eficaz acción de lobby.

El concepto de paternalismo libertario, lo llevan hasta la defensa del medio ambiente, proponiendo medidas que no sepan al «ordeno y mando» de un gobierno soviético. Cree que hay mejores métodos que prohibir las emisiones. Aunque también cree que los mercados no pueden resolver el problema de las externalidades (perjuicios causados a todos por la acción de un particular o empresa). Reconoce que en estos casos, incluso los libertarios deben aceptar una acción gubernamental. Especialmente cuando no es posible el acuerdo voluntario entre particulares. Los problemas son:

  • La salida del mercado de los cumplidores que no pueden competir por los costes adicionales.
  • La ausencia de feedback de las consecuencias medioambientales de los actos de unos y otros.
  • La falta de alineación de los incentivos para cambiar las conductas.

Se puede atacar el problema gravando fiscalmente a quien contamina. Pero es preferible crear un mercado de emisiones que posibilita un espacio de acción libre al tiempo que ayuda a reducir la contaminación. Pero si se opta por gravar al que contamina será el mercado el que abordará el sobrecoste, que llevará al consumidor a eludir este producto por su precio. El sistema de mercado de emisiones permite al que las reduce por su capacidad tecnológica vender su parte de cuota a un competidor, lo que aumentará su ventaja en el mercado. En todo caso son medidas coherentes con el carácter libertario que el libro no quiere perder de vista. Es decir, toda la capacidad de elección a personas y empresas que sea compatible con el objetivo último de salvar el planeta.

En general, apuestan por sistema que hagan visible el consumo de energía de cada usuario para que lleve a cabo las acciones más apropiadas. También los gobiernos pueden contribuir. Se hace un elogio de la Agencia medioambiental y su promoción de nuevas tecnologías menos contaminantes.

FINAL

Basado en su conocimiento de la conducta humana, los autores del libro hacen una lista final abierta sobre de una docena de formas de ayudar a superar los condicionantes conductuales para lograr determinados fines. Unos son interesantes y otros un tanto frívolos, pero que cada uno haga el uso que considere oportuno. La decimosegunda es muy atractiva. Se refiere a la cortesía o, más concretamente, a su ausencia. Por eso recomienda que no sea uno presa de la inmediatez de las herramientas de comunicación que posee hoy en día y no envíe mensajes en el calor de un estado de ánimo alterado. En su línea de prevenir las consecuencias de nuestra estructura psicológica proponen que el software de correo electrónico, al advertir palabras potencialmente descorteses, avise al emisor sugiriendo un aplazamiento, en la versión libertaria, y suspendiendo el envío en la versión paternalista.

Es muy interesante cómo se analizan en el libro las posiciones de los que piensan en sí mismos (libertarios) y las de aquellos que dejan un espacio para acciones en común (paternalistas). Su posición es muy equilibrada y ni le quita a las empresas el derecho a buscar el beneficio, ni al gobierno su derecho a cuidar de bien común, lo que hace necesario conocer las invariantes de la conducta humana para ayudar a ese bien común evitando que sus vulnerabilidades sean explotadas o por el interés privado o por la ambición política de poder absoluto.

También ven un gran peligro cuando mediante sutiles influencias o groseras corrupciones se pone la poderosa herramienta que es el Estado al servicio de intereses privados. Es fácil estar de acuerdo con ellos cuando piden como herramienta fundamental la transparencia, pues, aunque en asuntos complejos la transparencia produce informes igualmente complejos, si toda la información necesaria está ahí, ya contamos con un organismo especializado que nos servirá la información debidamente traducida: la prensa libre. La transparencia sirve tanto para desvelar manejos de empresas como manejos de gobiernos. Añado que una sociedad crecientemente ilustrada se defenderá mejor de las arbitrariedad, sobre todo si es capaz de superar el secuestro al que la ideas políticas prefabricadas y nuestra propia estructura mental nos someten. Resulta muy divertido el lenguaje de econs y humanos que utilizan profusamente al final del libro, pues crea una atmósfera futurista. Llegan al extremo de exigir el derecho a no elegir o a enfatizar la obviedad de que la neutralidad exige aleatoriedad.

Los autores creen que los conocimientos de la psicología humana legitima el uso de pequeños empujones (nudges) para el bien de cada uno y del común. Le reprocha a los econs que no quieran ayuda para los desfavorecidos por parte del gobierno, pero que se encuentren cómodos usando todo el conocimiento sobre la naturaleza humana para llevarla hacia adicciones al juego o al consumo desorbitado. Resumen su postura diciendo que la ayuda desde la psicología es necesaria para elegir un plan de pensiones, pero no para elegir un refresco, donde es suficiente ayuda con nuestras papilas gustativas.

En cuanto a la eterna pelea política dicen a los libertarios que:

«Hay quienes creen que cualquier decisión que tome un funcionario gubernamental tiene muchas probabilidades de ser incompetente y corrupta. A los que piensan así les gustaría mantener al mínimo los nudges patrocinados por el Gobierno —es decir, limitados a los casos en que sean inevitables, tales como las opciones por defecto—. Pero los que somos menos pesimistas sobre el Gobierno y pensamos que los políticos y los burócratas no son más que humanos, con las mismas probabilidades de ser estúpidos o deshonestos que (por ejemplo) los ejecutivos, los abogados o los economistas, podemos preguntar si una situación contiene riesgos especiales de corrupción» (Kindle pos. 4071- 4075) .

Por otra parte tratan de limitar el entusiasmo de algunos «paternalistas» que gustarían de imponer toda suerte de regulaciones pretendidamente protectoras.

«Estamos de acuerdo en que las prohibiciones están justificadas en ciertos contextos, pero suscitan inquietud y, en general, preferimos intervenciones que sean más libertarias y menos avasalladoras» (Kindle 4143-4145).

Finalmente, los autores esperan que su propuesta de utilizar la psicología conductual para mejorar la vida en las sociedades humanas y atemperar los extremismo ideológicos, se convierta en una verdadera «tercera vía» en la versión de su nominalmente provocador Paternalismo Libertario.

En resumen y en palabras de los autores:

«… hay una diferencia abismal entre la oposición absurda a toda «intervención gubernamental» en sí misma y una propuesta tan sensata como que, cuando los gobiernos intervienen, normalmente deban hacerlo de manera que promuevan la libertad de elección«. (Kindle 4177-4179).

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