Hoy, uno de octubre de 2017, se cumple un año de mi jubilación. La casualidad hizo que coincidiera el comienzo de mi nueva vida con el tormentoso comité federal del PSOE y, además, me pilló en Madrid, porque este día es el cumpleaños de mi hijo Carlos (por supuesto, antes del referéndum y los líos de los socialistas). Al estar allí, tuve la oportunidad de «cubrir» el acontecimiento (milagros de las redes sociales). Pero, además, como si fuerzas telúricas se hubieran activado, también hoy, con mi aniversario jubilar viene un acontecimientos de trascendencia nacional muy relevantes en Cataluña, sobre el que no es necesario que me extienda aquí, pues ya me he pronunciado repetidamente hablando de la leche derramada, el nuevo medievo y la tensa espera. Hay días en los que los acontecimientos dignos de ser recordados se acumulan. Y para mi biografía, se reúnen hoy un acontecimiento con connotaciones universales con uno personal. Como consecuencia escribo con un sólo ojo en el ordenador, pues el otro está en una pequeña pantalla en la que sigo el evento.

Superada la fase de desorientación provocada por la caída brusca de responsabilidades profesionales, un precipicio abismal se abre ante el jubilado novato. Ahora veo que pude mitigar el vértigo con mi estrategia de seis meses de «sólo profesor», dejando con antelación y de forma ordenada la dirección de la escuela después de cuatro años. Así, pasé de una obsesión porque todo estuviera en orden a otra por dejar al «sucesor» las cosas lo mejor posible (y siempre hay flecos) para, finalmente, cruzar el umbral a una nueva vida en la que vivir en un proceso de desplazamiento de los antiguo por lo nuevo.

Lo primero que hice fue dedicar unos días a agradecer a todos los compañeros de la universidad, un conjunto de profesoras y profesores, alumnas y alumnos, las despedidas llenas de afecto que me habían ofrecido a lo largo del mes de septiembre.  Lo segundo fue dar un ritmo a mi vida que completara las labores más específicas de un jubilado varón de mi generación: hacer con alegría y diligencia los recados domésticos en formato 7/24. Todo ello al margen de lo excepcional que, de repente, podía convertirse en habitual. Por ejemplo, viajar en cualquier momento a cualquier lugar. Una libertad de la que he hecho un uso moderado este primer año. El ritmo debía tener un contenido que colmara los huecos que las obligaciones y vocaciones profesionales habían dejado en el goce espiritual al que tan proclive soy. Así, sin dogmatismos, por la mañana escribir y música clásica; por la tarde siesta y deporte; por la noche leer y música de jazz.

… bip, bip, bip… disonancias argumentales en la tele. Parón en la celebración de la jubilación. Un contertulio habla ya que lo mejor es «… tener un buen follón de una vez, pidiéndole a los mossos que defiendan al pueblo catalán». ¿Estamos locos? … ya hay quien está dejando de cubrir sus emociones con argumentos y la expone a la luz sin matices… 

¿Pero escribir de qué? Cuando tenía 27 años me encontré una revista manoseada en el edificio del antiguo hospital de San Carlos de Murcia, mientras velaba a un enfermo. En ella había un artículo sobre Teilhard de Chardin, un jesuita y antropólogo francés que tenía unas originales ideas sobre cómo conciliar la teoría de la evolución, que era una evidencia para él como científico, y la doctrina de la Iglesia Católica. Tuvo graves problemas al respecto, pero dejó una obra escrita muy sugerente. Me compré todos su libros y, tras leerlos decidí estudiar filosofía. Fue muy complicado porque vivía en Cartagena y la facultad estaba en Murcia, pero pude acabar el primer ciclo, para, años más tarde, acabarla y doctorarme.  Y sobre esa piedra construí un modesto edificio intelectual desde el que contemplar un mundo finito, pero inabarcable, de creencias cuya comprensión requiere llevar a cabo operaciones de interpretación y abstracción poderosas.

Miles de libros por leer es un problema cuando sólo podré leer unos 300, si los ojos me son leales hasta el final. Un mundo infinito de conjeturas, si el cerebro me es, también, fiel hasta el final. Una misión autoimpuesta de seguir construyendo todavía, cuando al mirar hacia arriba no se ve la meta. Una pulsión por entender el barro humano mientras las noticias que te llegan anuncian un época negra de la que, por supuesto, los jóvenes saldrán rompiendo las cadenas de lo digital y transformándolo en nuevas formas de vida en las que, también será necesario mantener la lucha contra los que lastran por conservadores y los que acumulan por liberales.

… bip, bip, bip… las conclusiones de la jornada dicen que las va a dar Soraya Sáenz de Santamaría desde Moncloa… ¿dónde está el presidente?

El mundo es apasionante, pero también cruel. Apasionante porque el ser humano es el mayor espectáculo del mundo, tanto en la individualidad radical que disfrutamos en nuestro entorno, como en la visión de conjunto que nos ofrecen todos los días el ir y venir de los bits y los bytes.  Pero también cruel porque, entre las torpezas de los utópicos que quieren las cosas aquí y ahora, además de sólo para los de su tribu, y las habilidades de los poderosos para ir a la tumba con el ataúd lleno de oro la gente sufre. Torpezas y habilidades para manipular todas las vidas, todos los días, provocando el naufragio físico y metafórico, húmedo y asfixiante de cientos de miles de titilantes llamas humanas.

… bip, bip, bip… es impresionante la capacidad telemática de retransmitir en lo que está ocurriendo en carne viva… golpes, empujones, un herido de bala de goma… contertulios animando a la gente a resistir para que la imagen de martirio de un pueblo sea más nítida. Declaraciones gubernamentales desde Moncloa hieráticas, sin empatía alguna; padres con niños a horcajadas en los hombros junto a la policía en plena acción con una irresponsabilidad estupefaciente… ¿era necesario golpear a la gente?

Ya mayor, luchando con la memoria y la capacidad cognitiva, leo sin descanso a clásicos y modernos, a cínicos y compasivos buscando una pista antes de que las sombras me cubran. Aunque muchas veces, cuando la fuerza de las cosas, la sinrazón y el hartazgo producen acontecimientos repugnantes emerge la luz de la vida deslumbrandote en forma del rostro de tu nieta. Ahora que los avances médicos nos permiten a la mayoría seguir vivos cuando tus hijos tienen hijos, descubrimos lo que estuvo vedado para generaciones enteras por la brevedad de la vida de antaño. Es el placer del contraste entre tu decadencia y su emergencia. Un contraste del que surge un sentimiento de cumplimiento del deber con la vida, como fondo energético de nuestra realidad más trivial; una sensación de haber tenido el privilegio de ser el continente de una fuerza invencible encarnada en nosotros. Una fuerza que es progresiva cuando apunta al beneficio del común, y es regresiva cuando busca la emergencia violenta de la individualidad personal o colectiva.

Tenía preparada una referencia musical impresionante de Arvo Pärt como símbolo de mi necesidad espiritual de paz, pero con el regalo de cumpleaños que me han hecho los políticos, lo dejo como un apéndice para que se disfrute cuando sea posible una situación más propicia.

… bip, bip, bip… en facebook se discute, en twitter también, en mi casa, en la del vecino… De repente, los grandes problemas sociales se disipan y estamos en la épica… y los españoles entendemos de épica. De hecho somos epicómanos. ¿Era necesario golpear a la gente?

APÉNDICE PARA CUANDO ESTEMOS DE BUEN ÁNIMO

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