Hoy en día, el mundo civilizado se ha vuelto, afortunadamente deliberativo y conversacional. Cuando no se convence se pierde. Es una alternativa a la violencia que saludamos con alegría. Por eso, es tan importante estar listo para ser un buen combatiente de la palabra. Las discusiones en los medios de comunicación se han vuelto decisivas porque se quiere ganar los sentimientos del propio y la mente del impropio. Con las palabra se puede excitar las emociones y se puede convencer. Gracias Jürgen Habermas y Paul Grice por anticiparlo y dotarnos de pautas. El filósofo alemán reclama para la comunicación

  • Inteligibilidad. La comunicación resulta imposible si lo que se dice es incomprensible para los demás.
  • Verdad. Este es el aspecto más complicado. Quiere decir que es comprobable que hay correspondencia entre lo que se dice y lo que se significa.
  • Rectitud, es decir, hablar desde posiciones legítimas.
  • Veracidad del que habla en el que debe darse la intención de decir la verdad.

Y el filósofo inglés nos dice que una conversación debe tener:

  • Cantidad. Ni más ni menos información de la necesaria.
  • Calidad. Decir la verdad y aportar pruebas.
  • Pertinencia. Evitar la irrelevancia del contenido.
  • Modo. Hay que ser claro, preciso, breve y ordenado

Se debe identificar a los fanáticos entre los interlocutores, pues son aquellos que se ha dejado absorber por un cuerpo argumental coherente que les permite entrar en batalla sin moverse de sus posiciones armados de ejemplos y contraejemplos, metáforas y símiles y, sobre todo de una permanente sonrisa de superioridad por la autoestima que les proporciona la seguridad subjetiva de poseer un arma dialéctica imbatible. Hay que estimular el deliberar para converger entre personas inteligibles, honestas, rectas y veraces, claras y breves. Personas que parten desde posiciones autónomas como consecuencia de su propia biografía, lo que se comprueba cuando en un debate ceden sin fingir ante algunos de los argumentos presentados por otros interlocutores; que aceptan modular o rechazar algunos de los argumentos propios a medida que la conversación evoluciona. Nadie puede salir incólume de una conversación honrada. Es penoso observar el diálogo de sordos que nos presentan tan a menudo los medios de comunicación  Pero, como no es posible, ni deseable, impedir que los fanáticos participen hay que estar en condiciones de romper su armazón sofista. También es necesario estar abierto a la verdad cuando se presenta aunque conmueva nuestras convicciones. Pero, ¿Qué es la verdad y quién la posee? ¿Cómo la identificamos entre la confusión de argumentos y contraargumentos, aún dichos desde la convicción? Aclaremos que hay muchos tipos de verdad y que su estructura es muy compleja, pero aquí nos ocupamos de la verdad en la política.

PREPARÁNDOSE PARA LA CONVERSACIÓN

El ejercicio intelectual más saludable que uno puede llevar a cabo es leer o escuchar a quien está en una posición distinta a la propia. Naturalmente, opiniones que reconozcamos de forma intersubjetiva como intelectualmente solventes. Este ejercicio no es del todo agradable, pues uno sufre con el contraste entre sus opiniones y las que, de alguna forma perturban nuestra tranquilidad, al advertir que nuestra firmeza flaquea. A veces nos recuperamos de la conmoción e iniciamos el camino del cambio parcial o total de creencias. Pero, este proceso tiene que darse con un cuidadoso control sobre la autonomía intelectual,  de modo que, si eres un adulto, nadie tutele el proceso. Es un viaje solitario en el que acudes a pedir ayuda cuando te atascas en tecnicismos, pero en el que hay que asegurarse de que te afirmas o cambias en libertad. Se debe sospechar de propuestas que te proponen incorporarte a un grupo que se presenta con la pretensión de separarte de los demás o de comprometer tu libertad de opinión. El conocimiento del comportamiento de la mente humana ante argumentos seductores, generalmente orientados a dar sentido a la vida, lleva a determinados gurús a intentar y conseguir de forma generalizada adeptos a sus delirantes teorías.
Permanecer en la seguridad y confort que proporciona el retozar en las propias ideas y creencias es un derecho. Pero la aventura voluntaria de adquirir capacidad de entrar en combate intelectual, en un contexto en el que la historia experimenta algún tipo de aceleración, como ocurre hoy en día, supone empezar a ser irradiado por opiniones polifacéticas o, al menos polarizadas, lo que obliga a estar alerta. La dificultad del proceso reside en que se aborda el ejercicio desde una propia biografía cognitiva, puesto que no se puede estar, metafóricamente, en el aire y se necesita un suelo intelectual. Del mismo modo que cualquier masa vagando por el Universo está sometida a uno u otro campo gravitatorio, cualquier ser inteligente está vagando entre campos ideológicos con su correspondiente influencia en las creencias, desde que nace. Reconocido esto, es necesario una análisis metacognitivo para identificar los argumentos o sentimientos que sostienen nuestras creencias, pues se sospecha que nuestras posiciones políticas o sociales parten de una respuesta integral de nuestro cuerpo-mente que, en principio, no tiene un contorno bien definido y, luego, recibe forma mediante argumentos más o menos coherentes..
Es, pues, un proceso muy emocionante y ambivalente, pues cuando se producen coincidencias se disfruta y, cuando aparecen contradicciones bien fundadas en los argumentos del interlocutor, se sufre por la repugnancia que nos produce escuchar determinadas afirmaciones y por la merma que experimenta nuestra autoestima si comprobamos que nuestros argumentos tienen menos aceptación que los suyos. Al final del rozamiento entre ideas familiares e ideas nuevas (para nosotros) nuestros mapas conceptuales serán otros. Cuando todo ha ido bien, tendremos una perspectiva más completa y general de la realidad. Esto último es cuestionable, obviamente, porque podemos ser víctimas de la facundia del interlocutor o de una operación de caída en las manos de una secta. Cuántos libros llenan las estanterías de las librerías con textos sobre, pongamos, astrología o satanismo o cuántos captadores profesionales van de puerta en puerta con sonrisas, bien que un poco impostadas, solicitando cinco minutos de tu tiempo. Este peligro es real y nos obliga a preguntarnos cómo saber si nuestra aventura cognitiva es errónea o no. También cabe preguntarse qué es lo erróneo y qué es lo verdadero.
PROBLEMAS PARA LA VERDAD
 Hace ya un siglo que la filosofía entró con mucha fuerza, como es su obligación, en el pantanoso terreno de la cuestión de la verdad. La definición clásica de la escolástica es la adecuación de lo que se dice con la cosa a la que se hace alusión. Es decir, la primera e intuitiva respuesta a la cuestión de la verdad es el contraste con los hechos. Pero, después, se argumentó que no había forma de decir la verdad porque los hechos podían ser interpretados más que conocidos en un sentido puro y absoluto. Hoy en día nos encontramos con que, ante nuestras pruebas de una determinada afirmación, nuestro interlocutor nos hablará de «hechos alternativos». Es decir, nos presentará una nueva interpretación de los mismo hechos o sucedidos no advertidos o mencionados con el mismo énfasis por el contrario. Estas dificultades para defender la verdad ha fracturado al mundo en regiones cognitivas ocupadas por creyentes, antes que por conocedores bien informados. Así, antes que conocer por sí mismo la verdad y poder defenderla en cualquier lugar, se buscaría a aquellos que piensan como uno y, desde esa posición se argumenta y contraargumenta contra los de otra región intelectual. Este diagnóstico llevaría a considerar la fuerza o el número como los criterios de razón. Si soy más fuerte, o si somos más, tengo razón.
LA CIENCIA AL RESCATE
Pero todavía hay una esperanza: la ciencia, un ámbito en el que parece que la relación de lo que se dice con la realidad está más clara, aunque también tienen sus propias dificultades. Asi, a principio del siglo XX se pretendió contar con un principio que permitiera definir la verdad de una proposición científica. Se llamó principio de verificabilidad del Círculo de Viena y decía que «una proposición era verdadera si puede ser comprobada experimentalmente», que tuvo problemas pronto, por lo que vino en ayuda el falsacionismo de Karl Popper, según el cual «una proposición o teoría es científica si es concebible un experimento que la contradiga». Por ejemplo, la teoría de que existe el diablo no se considera científica porque no es concebible un experimento que pruebe que no existe. En todo caso, la ciencia, no suele empantanarse en estas diatribas porque su respeto por la realidad es máximo, a pesar de que, a veces, desarrolla la capacidad en sus teorías de predecir acontecimientos que luego son encontrados, bien que guiados por la propia teoría que señala dónde mirar y qué esperar ver.
La posición de la ciencia respecto de la verdad es como decimos más clara, pero no porque haya seguridad absoluta de que lo que se afirma describe la esencia de la cosa, sino porque hace tiempo que abandonó la pretensión de verdad absoluta y navega con gran inteligencia en un mar de ignorancia controlada en el que los criterios son la coherencia, la utilidad explicativa y la capacidad de generar tecnología. Una teoría que toda la comunidad científica considera verdadera, puede ser revocada por otra nueva que explica mejor todos los hechos conocidos en un determinado momento. ¿Es por ello falsa? pues no, en su momento fue verdadera y cumplió la misión que se esperaba de ella: explicar los acontecimientos conocidos y hacer posible el desarrollo de una tecnología útil. Cuando llega la nueva teoría para explicar todo lo observado, la anterior, cuya capacidad explicativa no alcanza a los nuevos sucesos, será aparcada o seguirá siendo útil en un terreno más restringido. Si es retirada, no dejará de ser verdadera juzgada históricamente en relación con los hechos conocidos cuando estaba vigente.
Se observará que parece haber un punto débil, porque hemos dicho que no hay hechos, sino interpretaciones. En efecto, la teoría es una interpretación de los hechos, por lo que los hechos y la teoría se influyen mutuamente. De modo que nos encontramos en un universo muy interesante (nunca entenderé por qué mucha gente tiene que ir al cine a ver películas de miedo para disfrutar, en vez de seguir la extraordinaria aventura de la ciencia). El nuestro es un universo en el que los hechos que suceden se explican por una teoría que, a su vez, es justificada por los mismos hechos. Sólo cuando aparecen, no hechos nuevos, sino «algo» que la teoría no explica, consideramos que necesitamos una teoría nueva porque no podemos estar en ese limbo explicativo. De modo que modificamos la teoría e iluminamos ese algo y lo pasamos a la categoría de «hecho». Ese algo nuevo ¿cómo es apercibido? pues, habitualmente porque alguien tiene una nueva mirada, producto de su idiosincrasia o biografía cognitiva, y ve lo que otros no ven; también puede ocurrir que los instrumentos que la teoría vigente permite construir proporcionan información nueva a la que los antiguos instrumentos no tenían acceso. En definitiva, teoría, hechos e instrumentos (humanos o materiales) forman una triada que gira sobre sí misma y nos permite avanzar. También hay que tener en cuenta que la ciencia siempre tiene sus fenómenos a la mano, mientras que las ciencias sociales deben tratar a menudo con episodios importantes pero sucedidos tiempo atrás.
Pero, ¿qué consideramos un avance en el conocimiento? Conocer lo que no conocíamos, interpretar de una forma más compleja lo antiguo y resolver problemas. Esto último nos llevaría a considerar a la verdad como una forma de utilidad, como afirman los pragmatistas. En realidad, la verdad es eso, pero también una forma de goce, de conocimiento que mejora nuestra relación estética con el mundo y es una forma de armonía ético-cívica. Quien no se somete a este filtro corre el riesgo de sostener teorías pasadas, esotéricas o extravagantes, lo que suele ocurrir por falta de disciplina cognitiva, falta de conocimiento de la historia de los hechos o una voluntad perezosa que prefiere los saltos mágicos al lento caminar de la búsqueda de la coherencia entre hechos, explicación y utilidad que practica la ciencia.
LA ANALOGÍA CIENTÍFICA
La teorías científicas tienen las siguientes características pertinentes para nuestra analogía:
  • Surgen de la experiencia de quien la propone y de su propia elaboración abstracta a la búsqueda de coherencia.
  • Una vez establecida debe explicar todos los acontecimientos de su campo de aplicación para convertirlos en hechos.
  • La aplicación permite generar artefactos útiles e instrumentos, así como predecir acontecimientos.
  • Los instrumentos pueden llegar a generar hechos como consecuencia de que los instrumentos advierten acontecimientos que la teoría explica.
Por su parte, las teorías sociales o políticas tienen las siguientes características análogas:
  • Surgen de la experiencia de quienes la proponen y de su propia elaboración abstracta a la búsqueda de coherencia. Ejemplo la socialdemocracia, el liberalismo, el nacionalismo.
  • Una vez establecida busca el poder para transformar la realidad conforme a sus presupuestos. 
  • La aplicación permite generar artefactos institucionales y observatorios. Propiamente no realiza predicciones en el sentido científico, sino que enuncia propósitos para sus políticas.
  • Las instituciones en su funcionamiento pueden llegar a generar hechos como consecuencia de que producen acontecimientos que la teoría explica. De no ser capaz de explicarlos, aún puede optar por reprimirlos, lo que en el ámbito de la ciencia equivaldría al ocultamiento. 

Como se ve la principal semejanza entre las teorías científica y las sociales o políticas reside en la capacidad explicativa, la relación de mutua influencia entre la explicación y lo explicado (teoría y hechos) y la principal diferencia es que la ciencia no oculta lo que contradice sus teorías y la política está siempre tentada de hacerlo.

LA VERDAD EN LA POLÍTICA
De todos los acontecimientos, el más fundamental para un individuo es su propia existencia, por lo que no es extraño que busque una teoría o creencia que lo transforme en un hecho para sí mismo y para los demás. Dada la naturaleza de ese acontecimiento que es la vida, no existen teorías completamente satisfactorias, lo que lleva a mucha gente a  la búsqueda de la magia explicativa que proporcionan determinadas sectas totalitarias o ideologías políticas milenaristas, como lo fue el comunismo o lo es todavía, por lo sufrido últimamente, el nacionalismo. Es decir, el individuo que no tiene claro el sentido de su vida es candidato a ser captado por alguno de las ofertas ideológicas que le ofrecen todas suerte de sectas u opciones totalitarias. En esta ocasión, totalitario alude a la intención de adherirse a una red de ideas que adopta en bloque sin posibilidad de aplicar el pensamiento crítico.
¿Cómo podemos saber con cierta probabilidad de acierto que una posición política es resultado de una reflexión autónoma o de la aceptación de una estructura de pensamiento externo constituido expresamente para resultar seductora?. Para disgusto de los conductistas, no se puede saber, porque se gesta en una mente inaccesible, pero, para disgusto de los constructivistas, sólo con la conducta se puede sacar alguna conclusión. Conscientes uno y otros que algo se queda en la transposición. A ver si la ciencia nos ayuda con su perpetua lucha con la verdad física de la estructura del Universo, incluida la acción del cerebro que es la mente. Pero lo que nos interesa aquí es cómo probar la verdad y utilidad de una teoría social para que reducir o eliminar el daño que pueda hacer a los individuos y a la sociedad en su conjunto. En definitiva cómo convencer de la necesidad de afirmar o refutar tal teoría.

Siguiendo con la analogía con la ciencia, habría que conseguir que las teorías sociales se sometan a los hechos que puedan contradecir su coherencia interna y comprometer su capacidad explicativa de acontecimientos nuevos, así como su competencia para mantener la eficacia de las instituciones y evitar su corrupción . Es decir, que acepte el carácter provisional de su estatuto ontológico y la necesidad de continua corrección o, cuando se justifique por la acumulación de acontecimientos no explicados o contradicciones insalvables. Del mismo modo que en la ciencia ninguna teoría puede ser sostenida hasta el final, si aparecen acontecimientos nuevos que no puede explicar, las teorías sociales o políticas deben ser abandonadas si los acontecimientos que provoca por su aplicación son perjudiciales o contradictorios. 

Toda acción es aplicación de un marco teórico o ideológico y lleva, inexorablemente, a contradicciones, porque no es posible en el plano teórico cubrir todos los aspectos de la realidad. Cuando aparecen las contradicciones no se pueden ocultar, hay que sacarlas a luz, porque son el único modo de mejorar la teoría subyacente a la acción. Teoría – Acción – Contradicciones es el equivalente en el ámbito humano a la triada Teoría – Aplicación – Acontecimientos no explicados en el ámbito de la ciencia. El único modo de mejorar las teorías sociales es mantener el espíritu crítico alerta para identificar con naturalidad las contradicciones y modificar la teoría para adaptarla. Y el espíritu crítico no reside en un colectivo, sino en cada individuo. De ahí la necesidad casi sagrada de que el individuo esté dotado de la capacidad de análisis en positivo y de eludir las falacias en negativo.
Hemos visto que la ciencia sigue un patrón que la convierte en un sistema eficaz y abierto de captación de conocimiento nuevo. Se sirve de un sistema hipotético-deductivo en el que no se atiende tanto a la verdad, como a una relación eficaz entre teoría y hechos. Relación de  mutua influencia y no dogmática generadora de técnicas y tecnologías eficaces temporalmente. Una temporalidad estructural que le permite ir dejando en los museos tanto ideas ya sobrepasadas por los hechos y hechos ya sobrepasados por las teorías, como artefactos tecnológicos que con el tiempo pierden eficacia y ganan nobleza. En este esquema, las emociones participan, no en los resultados, sino a través del compromiso del científico, que sufre con el procesos de búsqueda y disfruta con los hallazgos.
Desgraciadamente, en el ámbito social ocurre a menudo que las ideas cuando son contradichas, si sus defensores están en el poder, despiertan la capacidad de mentir, y envolver en confusión sus declaraciones para seguir en el poder.
UN EJEMPLO DE ACTUALIDAD
Veamos un ejemplo de teoría que está de plena actualidad en el ámbito de la gestión de los asuntos humanos, al que se puede aplicar el esquema científico, aunque todo es más complicado. Veamos:
  • Existe una teoría. «las naciones sin estado tienen el derecho a decidir la independencia de las estructuras políticas en las que estén integrados«.
  • Existen hechos captados por la teoría que la justifica. Por ejemplo, hay ciudadanos que lo reclaman. Este es un hecho explicado por la teoría.
  • Hay tecnología generada. Por ejemplo, mecanismos plebiscitarios que miden el apoyo a la teoría.

Como se puede ver en el ejemplo, los hechos y la teoría se legitiman mutuamente, así, aunque la teoría necesita contar con coherencia interna para que quien la defienda pueda responder a cualquier ataque argumental, también, debe poder predecir y explicar por qué hay gente que lo desea; al tiempo que que haya gente que lo desea refuerza lo que la teoría predice. Si se dan estas condiciones en esta teoría ¿es verdadera en el sentido que lo son las científicas?. Pues, aunque las semejanzas formales son tan esperanzadoras, es bastante más complicado, porque los «objetos» fundamentales de la teoría, que es la base de los «hechos» son, al mismo tiempo, los «sujetos» que han de generar los «hechos» que la teoría explicará y los sujetos que han de  juzgar a la teoría. Entremos en detalle con el ejemplo. La teoría política del derecho a decidir se apoya en los siguientes dos grandes supuestos:

  1. Hay colectivos nacionales que llamamos nación que constituyen una unidad lingüística, cultural e idiomática que los diferencia de otros colectivos.
  2. Esa unidad esencial justifica, si así es expresado por los individuos que la componen, la segregación de unidades mayores en la que esté integrada.
  3. Corolarios:
    1. No es necesario que las situación no tenga antecedentes en la relación con la estructura política en la que está integrado tal colectivo. Aunque los hechos del pasado sirven para reforzar la teoría.
    2. No es necesario que se ejerza violencia política arbitraria sobre el colectivo.
    3. No es necesario que tal colectivo no haya tenido personalidad política diferenciada con anterioridad.
    4. No es necesario que haya existido un antecedente de incorporación voluntaria previa, como fue la incorporación de Escocia al Reino Unido en 1707.
    5. No es necesario que la entidad mayor hubiera incorporado a la menor de forma violenta en pasados antecedentes coloniales.
    6. No es necesario que el sentimiento de incomodidad por estar integrados tenga una historia previa de generaciones que hayan experimentado lo mismo. Es igual de legítimo si surge en el seno de una determinada generación por elaboraciones ideológicas espontáneas.
    7. Se tiene el derecho de que, cuando sea reclamado, se organice un referéndum vinculante para comprobar si hay mayoría de independentistas. En caso positivo se producirá la segregación, en caso contrario se repetirá el referéndum periódicamente.
    8. Si la ley general no contempla el referéndum, se cambiará la ley.

Para defender esta teoría es necesario blindarla lógicamente y probarla con «hechos». Los argumentos básicos son los siguientes:

  1. El individuo humano es un ser libre y tal libertad es un axioma existencial.
  2. La libertad política es una transposición cultural de la libertad física, que se experimenta con idéntica fuerza.
  3. El ser humano es un ser social y cuando se reconoce en una sociedad de iguales identifica un «nosotros», cuyos derechos pasan a formar parte del panel de valores de su individualidad. Ya no quiere sólo tener libertad política en abstracto, sino concretamente en su colectivo sin interferencias de otros colectivos. Ser libre en un ámbito político que va más allá del «nosotros» es experimentado como insoportable y requiere el conflicto con «ellos».
  4. La razón del surgimiento del sentimiento identitario es la autoconciencia de estar prisioneros en una estructura opresora. No es necesario demostrar la opresión con casos de violencia física pública, torturas o desapariciones.

Los «acontecimientos» captados desde esta teoría política son:

  1. Todos experimentamos el deseo de libertad espontáneamente. La teoría lo convierte en un hecho al explicar como específico un sentimiento que, en realidad, experimenta un individuo en cualquier régimen, ya sea basado en la ciudadanía o en la identidad.
  2. Todos los pueblos se han rebelado, con mayor o menor éxito, contra la opresión de otros. La teoría lo convierte en hecho al considerarlo un derecho al construir un relato opresivo con o sin fundamento.
  3. Todos los individuos incorporan a su subjetividad, como si fueran propios, la defensa del colectivo al que creen que pertenecen. La teoría lo convierte en hecho mediante la hipertrofia de los rasgos distintivos de la identidad que se defiende.

Ya se comprende que si se aceptan los dos principios básicos de la teoría, en cualquier discusión parcial, los defensores de la misma son imbatibles argumentalmente. Pero se debe ser capaz de neutralizar los argumentos en base a hechos cuya naturaleza pueda ser compartida intersubjetivamente, incluso por el defensor de la teoría. Pero, para eso, hay que elegir hechos cercanos a los fenómenos físicos al objeto de que su negación sea imposible sin ser acusado de delirio. Por ejemplo la intervención de las fuerzas policiales o no, el encarcelamiento arbitrario o no, la existencia de división de poderes o no, la existencia de legislación garante o no, etc. Un tipo de argumentos que se puede reforzar evitando que se compare la realidad con la idealidad, comparación en la que la realidad siempre sale perdiendo. En todo caso, con la mejor de las referencias conocidas y aceptadas por todos. Es habitual escuchar que las leyes fundamentales, como cualquier otra ley, están para cambiarlas, lo que es cierto pero no al ritmo que se cambia el reglamento de una asociación. Aquí se trata de toda la armazón legal de una nación y los retoques tienen que ser cuidadosos y pactados con amplias mayorías. No basta con voluntad general (Rousseau) de una porción

También hay que saber neutralizar las metáforas y símiles. Una de las más utilizadas es la de que la petición de separación es como un divorcio. Un asunto que debe activarse en cuanto uno de los cónyuges lo solicita y que hay que llevar a cabo civilizadamente para la división del patrimonio y la custodia de hijos. Ese símil sirve para una nación como Escocia que se unió voluntariamente al Reino Unido en 1707, después de cruentas luchas. Pero no en el caso de Cataluña, pues el símil más apropiado en este caso es el de mutilación del cuerpo social y político de España de uno de sus miembros más necesarios para el conjunto por historia y entrelazamiento social y económico.

Si la teoría se aplica a un caso en el que el Estado de Derecho no puede ser negado sin caer en el absurdo, se pueden construir contraargumentos como mostrar la contradicción de que se pida libertad por parte del que es libre o se pidan derechos que se poseen de forma consolidada.

También es habitual aludir a la incomprensión de la profundidad de los sentimientos identitarios, cuya nobleza no admite discusión. El contraargumento es el infantilismo de colocar el sentir por delante del razonar en las implicaciones dimensiones sociales y económicas de las sociedades actuales que camina más hacia el mestizaje que a la pureza identitaria. También se puede aludir al carácter fractal de la realidad que se manifiesta en que cualquier sociedad reproduce los defectos estructurales que poseen otras, se proceda de ellas o no. En realidad se sabe, pero se prefieren compartir o combatir socialmente con los iguales, los pertenecientes a la misma tribu. Eso explica que partidos políticos con programas sociales radicales prefieran antes seguir su instinto nacionalista.

Cuando la idea que se implanta en una mente individual es la de la independencia, es porque se aspira, en menor o mayor grado, a seleccionar los compatriotas. Es porque no se tiene sentido cosmopolita, ni de mestizaje. En su versión ligera (no racista), lo identitario aspira a que, sea cual sea la procedencia el novicio, éste deba aceptar rápidamente los signos externos de la cultura autóctona, el primero de los cuales es el idioma. Hay también en esta idea un rechazo a la ocupación territorial por el extraño, incluso aunque la historia proporcione las pruebas que, el mismo, descienden de ocupantes violentos de tal territorio en el pasado. El independentista grita, «quiero que mi pueblo sea libre», cuando en realidad está gritando «quiero que mi pueblo sea puro». La reclamación de poder que acompaña a esta actitud es para llevar a cabo esa acción depuradora más o menos violenta.
Una característica moderna de las opciones independentistas es el uso de la lucha no violenta, entre otras cosas porque suelen ser grupos humanos minoritarios respecto a las poblaciones y al poder de los estados en los que están integrados. Esta forma de lucha teorizada por Gene Sharp ha sido concebida, en general, para librarse de poderes tiránicos, pero no en circunstancias de estados democráticos y con una estructura legal y jurídica perfectamente funcional. En estos casos, el sentimiento identitario de vivir entre iguales en grado máximo, unido al egoísmo colectivo, normalmente de grupos relativamente ricos, es explotado por élites que ven en la independencia el acceso a un estatuto político supremo respecto a la situación subalterna de partida. Si, además, se parte de una situación de amplia autonomía, las élites tienen a su disposición medios que les puede hacer creer que crear un estado nuevo es una tarea fácil y llevarlos a forzar la situación en una operación anómala de arriba hacia abajo.
El uso de la palabra libertad es clave porque es una llamada a sentimientos muy elementales de capacidad de acción física transpuesto a acción política, cuya ausencia es intolerable. Pero, cuando de episodios políticos identitarios se trata, la libertad que se reclama es para el colectivo al que se pertenece, lo que no tiene otra intención que reclamar herramientas de poder tan autónomo como sea posible. La palabra libertad puede aludir a la acciones físicas, psíquicas, sociales (políticas o económicas). En los asuntos humanos, son las sociales las más importantes, aunque todo pasa por la mente individual, pero cuando los individuos aceptan someter su propio criterio a doctrinas colectivistas desaparece como tal. Por eso, es necesario, para que se libere, darle al individuo pistas para que se arme ante la estereotipación de las ideas y pueda analizar cada una de ellas, no desde el prejuicio, sino desde su propia situación en la red de asociaciones ideológicas.
FINAL
La idea de libertad más prometedora es la que se deriva de la capacidad de juzgar cada hecho por sí mismo y en su contexto, en vez de asumir sin crítica cualquier paquete completo de ideas interrelacionadas para rendir nuestra capacidad de análisis y someterla a unos fines heterónomos. En el ámbito humano es tóxico juzgar desde teorías omnicomprensivas, porque no existen aunque se finja que sí. Todos debemos prepararnos para ser competentes en deliberar para tomar decisiones y para neutralizar con hechos argumentos perjudiciales para la convivencia social. También para soportar que ideas que hemos sostenido tengan que ser abandonadas cuando se muestran incoherentes o incapaces de explicar los acontecimientos sociales.
Las teorías científicas, las teorías históricas y la justicia, buscan la verdad, con las limitaciones mencionadas más arriba de establecimiento de los hechos. Las teorías sociales y políticas, por su parte, buscan o deben buscar el bien. Pero, dado que la capacidad de forzar argumentos es una habilidad del ser humano que crea una sensación de relativismo insoportable, el argumento fundamental de nuestra biografía discursiva es que ninguna teoría o argumento del ámbito social o político puede/debe sostenerse si su desarrollo y aplicación implica conculcar leyes democráticas, causar daño físico o mental a las personas y violar el principio de sostenibilidad de los recursos naturales. Como se ve, la aplicación de este principio no nos sitúa en un plano absoluto, pero evita la arbitrariedad basada en el relativismo de las opiniones. Lo que hacemos, en realidad, es situar convencionalmente el punto de reposo, el cero de nuestra actividad discursiva, en el bienestar de nuestra especie y el planeta que habitamos.

 

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