Muy mal


No hay manera de aprovechar la alegría ciudadana por la tregua que la pandemia nos da aparentemente y, así, poder hacer artículos ligeros, alegres o intelectualmente estimulantes. Podríamos bromear, por ejemplo, con la tilde que la familia Feijóo se ha empeñado en ponerle a su apellido, palabra llana donde las haya, pues cuando dos vocales fuertes van juntas no forman diptongo, como bien sabía el padre Feijoo. No, no queda más remedio que escribir sobre lo muy mal que los partidos de confianza constitucional están gestionando el hecho, clon de lo que ocurre en el resto de Europa, de que las circunstancias económicas hayan crispado a la sociedad permitiendo el crecimiento oportunista de partidos de extrema derecha. Ya teníamos bastante con la extrema izquierda, con su perturbadora “neutralidad” en la guerra de Ucrania y su anticipación en la radicalidad queriendo eliminar el “régimen” del 78, como si fuera cambiar de vino. Pues ahora, dos tazas de otro caldo: fin de las autonomías, ignorancia de la violencia sobre la mujer, dificultades a la acción de medios informativos molestos…

Ante este panorama, nuestros políticos, supuestamente moderados, supuestamente inteligentes se han lanzado a la autodestrucción pensando, en el peor de los casos, en sobrevivir y, en el mejor, ganar una dudosa ventaja política sobre el que, en este momento crucial, debería ser su aliado táctico. Por supuesto, ambos tienen razones y rencores que lanzarle al otro como piedras. El PP tiene enfrente a Pedro Sánchez, ese demonio al que los hooligans de la banda de estribor atribuyen no sé qué mérito intelectual llamado “sanchismo”. Un político al que no pueden perdonar, al parecer, aquel tajante “no es no”. No pueden olvidar aquella tozudez, pero sí olvidan que el PSOE supo romperse por dentro para actuar con sensatez y abstenerse para que gobernara Rajoy en 2016. Un PSOE de Sánchez que aprovechó las tropelías que el PP cometió “a título lucrativo” para colarse en la moción de censura instrumental que Rivera —el mayor fiasco de la democracia española— sugirió sin activarla él mismo por miedo al fracaso.

El PP se vengó de Sánchez, cuando debería haber pensado en la demostrada prudencia institucional del PSOE y no en su secretario general. El PSOE se venga ahora del PP poniendo unas condiciones a la investidura de Mañueco en Castilla León que supondrían un terremoto político en, al menos, tres comunidades autónomas. Como no cabe en cabeza política renunciar al poder por sospechoso que sea el socio necesario para conseguirlo, una venganza obligó a Sánchez a asociarse con partidos que ponen en constante estado de inquietud a la sociedad española y la otra venganza obligó al PP en Andalucía y Murcia a relaciones turbias y vergonzantes con Vox. Por eso, ahora, rompiendo el tabú en la derecha, que ya había sido violado en la izquierda, este partido entra en un gobierno. En esta grotesca dramaturgia de venganzas partidistas mutuas, camino de la irrelevancia, al modo francés de los partidos socialista y republicano, hay que despedir a Ciudadanos con una pitada y cajas muy destempladas por su fracaso como partido que podría haber cumplido el papel de depósito de sensatez para, en tiempos tan complejos, centrar y tranquilizar la política nacional.

Todo esto se colorea con la llegada de Alberto Núñez a Génova, sede, por cierto, en la que debería quedarse, pues es supersticioso atribuir al edificio las meigas que solo los humanos invocamos. Una llegada extraña por el proceso que la ha propiciado y extraña por el discurso del recién llegado a la presidencia del Partido Popular. Un discurso sensato que contradice radicalmente a la política recién cancelada a causa de que el propio Casado había violado un código no escrito: las denuncias de corrupción las hacen los otros. Llega jubilosamente con Núñez la política adulta, según él mismo anuncia, señalando así a Casado como lo que era: un aprendiz de ogro que tenía siempre que suplir su pretensión de ferocidad con facundia.

Pero nada de esto tiene mayor importancia al lado del sufrimiento que espera a la derecha moderada con el abrazo de prensa hidráulica de otra derecha, la de Vox, ese partido que, con gran sentido del humor, se autodenomina liberal. Poco a poco, graduado por el mecanismo inexorable, la ultraderecha irá apretando y apretando hasta que, como en aquella película de gánsteres, las órbitas de los ojos busquen otras galaxias. Aquí se esperaría, por el bien de España, el acero templado de Alberto Núñez, alias “Feijóo”, que ya ha empezado sin reflejos sustituyendo acciones por ingenio verbal esperando expectante el desfonde del perro ladrador ante las dentelladas de la gestión real. No hay sentido patriótico en PP y PSOE. De modo que MUY MAL.

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