Este invierno, la Fundación Caja Murcia nos sirve otro manjar estético para, al menos, los aficionados al arte. Se trata de una exposición variada de artistas flamencos con obra entre el siglo XVI y el XVIII. Entre las perlas, obras de dos grandes maestros: Pedro Pablo Rubens (1577-1640), pintor flamenco del barroco de un excepcional talento. Es asociado a las tallas corporales habituales en su tiempo, algo que todavía no se ha conseguido que los artistas de nuestra época acepten, empeñados en un ideal de cuerpo femenino enfermizo. También están presentes en la exposición una abundante serie de retratos de Anton Van Dyck (1599-1641) en tinta grasa sobe papel verjurado o aguafuertes. Este pintor fue un excelente retratista que después de una carrera de éxitos en Italia y Holanda fue pintor de corte en Inglaterra. Es célebre su retrato de caza del Rey Carlos I de Inglaterra. Rubens representa una cumbre del arte barroco, el arte de la Contrarreforma católica. Van Dyck representa el arte burgués del retrato. La Reforma protestante y su apoyo al desarrollo del comercio y la riqueza convierte a la emergente burguesía en comitente de pintores que realizan retratos magistrales inconcebibles unos años antes, en lo que sólo los príncipes tenían acceso a la inmortalidad que proporcionaba ser pintado por un gran maestro en cualquiera de las técnicas que estaban a disposición de los artistas en la época. En esta exposición se puede disfrutar desde pintura al óleo y dibujos de tinta sobre papel, además de aguafuertes, verdaderamente impresionantes.

Hablo de visita porque¿ qué queda de Rubens, Van Dyck o Brueghel sino su obra?. Y, parte de ella está aquí en Murcia. Mientras ellos pintaban Galileo desafiaba a una poderosa Iglesia Romana, celosa de cualquier idea perturbadora, aunque fuera verdadera. Mientras ellos pintaban, él miraba las fases de Venus y asombrado convenía en que la fuente de luz que las causaba estaba relativamente fija y no la tierra que pisaba. Mientras ellos pintaban Kepler se servía de los datos de Tycho Brahe (¡tomados sin telescopio!) para ajustar la órbita de la Tierra en torno al sol. Cuando Rubens pintaba Diana cazadora o Venus ante el espejo, Cervantes terminaba la segunda parte del Quijote y en el mismo meridiano, mientras Rubens pintaba Joven mujer con rosario Shakespeare escribía el Rey Lear. No se trata de un ejercicio superficial de contemporaneidad, no. Se trata de añadir a la emoción propia de contemplar una obra de arte, la de sentir paralelamente la extraordinaria talla de la producción intelectual de la época. El conjunto produce un efecto mágico y cura de la banalidad que acompaña a todas las épocas, pero que se sufre más cuando se comprueba hasta qué punto no aprendemos determinadas lecciones.

Los cuadros para esta exposición provienen del coleccionista Hans Rudolf Gerstenmaier, del que ya hemos tenido la fortuna de ver su colección llamada “Senderos a la Modernidad” en las mismas salas de la Fundación Caja Murcia el pasado año. Es un afortunado coleccionista con extraordinario buen gusto y, desde luego, recursos para ir más allá cubrir las paredes de su casa. En el vídeo que sigue podemos saber algo más sobre la persona del coleccionista y la pasión de poseer obras maestras:

Como curiosidad hay que fijarse en la primera sala en los retratos del burgués Jean Charles de Cordes (el dueño de la mirada contemporánea de la foto de portada) y su esposa Jacqueline Van Caestre. Son dos magníficas copias de los originales atribuidos inicialmente a Rubens y, finalmente, a Van Dyck. Son dos magníficas copias, pues los originales son 72 x 57 cm, mientras que las copias que nos ha visitado, que no son las únicas, tienen un formato más reducido. Los cuadros originales están en el Museo Real de Bellas Artes de Bélgica. El copista del retrato de la mujer, desdichada joven que murió seis meses después de la boda (http://cort.as/-2Opo), ha tenido el cuidado de cambiar radicalmente el tamaño ha pasado de un plano medio a un primer plano, además de algunos detalles del atuendo para dejar clara la situación, como, por ejemplo la posición del camafeo sobre el pecho. Se atribuye a un discípulo del propio Van Dyck. En la fotografía inferior, la copia está a la izquierda.

En la pared de la derecha de estos retratos hay colgado un paisaje espléndido de Joost De Momper el Joven (1564-1635) y Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569), según los rótulos de la exposición. Pero parece una confusión con Jan Brueghel el Viejo, hijo de Pieter, que nació en 1568 y murió en 1625 y, por tanto es más probable que coincidiera con De Momper, puesto que fueron de edades parecidas. Además, está documentada la colaboración mutua en la que De Momper pintaba los paisajes y Brueghel las figuras de paisanos siguiendo los tipos que popularizó su padre, este sí, Pieter Brueghel el Viejo, el autor de la famosa Torre de Babel. Unos tipos que los más viejos nos parece  recordar por aquellos ancestrales textos de Formación del Espíritu Nacional de la editorial Doncel. Debajo de la fotografía de una vista general del cuadro, se aportan algunos detalles que llaman la atención por su intención costumbrista. Unas escenas que parecen estar ilustrando los caminos descritos en el Quijote, llenos, por la misma época, de toda clase de tipos humanos deambulando por los caminos.

20180301_200201

20180301_121154

20180301_121206

Enfrente de la pared del paisaje, está colgada la espléndida Virgen de Cumberland de Pedro Pablo Rubens, que el coleccionista considera la perla de su colección, y otras obras religiosas. En el cuadro de Rubens el modelo para el niño fue el propio hijo del pintor, según nos cuenta el coleccionista en el vídeo de más arriba. Pero yo me he quedado prendado de un detalle: la mano izquierda de la madre, que figura debajo del cuadro completo. Una curiosidad es el «paño de pureza» sobre los genitales del niño. Un recurso del arte cristiano, que habitualmente se ha colocado sobre el crucificado y que en esta colección los lleva hasta el mismísimo pagano Hermes, en uno de los dibujos de tinta de la exposición.

20180302_173212

20180302_173151.jpg

Todavía en el panel de pintura religiosa destaca la obra Calvario de Adrian Thomasz Key en la que ni el dramatismo de las figuras contorsionadas de los ladrones Dimas y Gestas e incluso la, quizá, demasiado estilizada figura del crucificado, distraen del rostro, expresión y belleza de la figura de la Virgen al pie del madero.

La exposición sigue con extraordinarios bodegones de los que ponemos los detalles de dos de ellos:

20180301_200107
Flores sobre Jarrón. Gaspar Pieter Verbruggen el Joven (1664-1730)
20180301_120942
Óleo sobre lienzo. Jan Van Kessel el Viejo (1626-1679)

Dejando atrás el color, entramos en un espacio, que se prolonga hasta la sala de la planta inferior con numerosas obras en aguafuerte o pintados en tinta grasa sobre papel que son un asombro de fuerza pictórica, tanto en los rostros de los retratos en aguafuerte (técnica de ácido sobre metal arañado por buril) de Rubens, con el retrato de Felipe IV (a la izquierda) el rey dormilón, según Quevedo y de Van Dyck, con el cervantino y enérgico retrato de Pieter Brueghel el Joven (a la derecha), hijo de Pieter Brueghel el Viejo y hermano de Jan Brueghel el Viejo. Un trabalenguas que se resuelve leyendo varias veces éste párrafo.

En la anterior ocasión en que una exposición de este coleccionista visitó Murcia, titulé el artículo «El siglo XIX nos visita» ahora se podría decir que lo ha hecho el Barroco con su fuerza expresiva inspirada por el incorrecto Caravaggio. Un tiempo en el que España se desangraba económicamente sirviendo de pasarela de la plata americana hacía, precisamente, los países bajos. Un tiempo en el que Velázquez, Ribera, Murillo dejaban claro que el talento nacional podía sobresalir sobre la incuria reinante. Dejadez encabezada por un Felipe IV del que Velázquez muestra una imagen especular desvaída en la pintura más inteligente de todos los tiempos, enigma sin resolver a pesar de Foucault. Un rey, cuyo padre dejó que nuestro mejor escrito muriese en la miseria y que él mismo consentía que nuestro mejor pintor fuera un sirviente de palacio. No es raro que su sucesor ya no fuera de su dinastía. Tampoco es raro que Velázquez lo retratara en el doble sentido de pintar su rostro y dejar en evidencia su carácter. Digo esto para que no tengamos nostalgia de malos políticos, pues cierta mediocridad actual tiene notables precedentes en nuestra historia.

Superado el trago de mirar a la cara al Felipe IV de Rubens, aún queda mucha exposición, muchos detalles que mirar quitándose la gafas o interponiéndolas entre nuestros ojos y la obra, según cada uno. Quedan espléndidos dibujos mitológicos (ya se sabe el pretexto de los artistas para poder ensayar con el cuerpo humano desnudo). Queda mucho placer estético y complejo que experimentar, pues la pintura figurativa de alta escuela nos permite ser de nuevo sujetos inocentes con los ojos que se transformaron cuando Ingres pintó su último cuadro y Gauguin puso el color como protagonista en su Visión tras el sermón. Ojos que han mirado asombrados la esforzada búsqueda que, probablemente acabó con el último cuadro genuino del expresionismo abstracto. Para que estos mismo ojos escépticos y seducidos al tiempo, que no se fían de la realidad ni de su imitación, miren con placer la pintura del siglo XVII se necesita, sobre todo, que ésta proceda de manos maestras, como es el caso, y que nosotros nos abandonemos a ser conducidos a la infancia estética dejándonos acariciar por el talento en una misteriosa combinación de sentimientos. Un talento en la pincelada que lleva implícita la abstracción en sí misma. Véase este fragmento «abstracto» de el Paraíso Terrenal de Adrian de Gryef (1670-1715), que hubiera sorprendido al mismísimo Kandinsky cuando porfiaba por encontrar una pintura que creara los mismo sentimientos que la música.

20180303_104615

 

En fin, una visita de ilustres viajeros que deberían ser recibidos con entusiasmo pues su rareza es equivalente a la de una lluvia serena y continuada en nuestra tierra. Esta visita espectral produce tal satisfacción que el resultado es recomendable. Por eso, si el lector ha llegado hasta aquí, son las 11 de la mañana, aún no ha llegado el 8 de abril de 2018 y no ha echado a correr hacia la calle Santa Clara, la culpa es de este artículo y, probablemente, ya no lo hará nunca.

PD1.- Las fotos son del autor del artículo tomadas (con permiso) en la propia exposición.

PD2.- Enlace (http://cort.as/-2QoC) a un magnífico y ejemplar catálogo de la exposición realizado por el Museo Nacional de San Carlos de Ciudad de México.

 

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.