Riesgos modernos

La democracia moderna y el capitalismo nacieron juntos, pues los incipientes tenedores de capital necesitaban desprenderse del corsé de las monarquías. Era un democracia de propietarios varones. Una vez que se ha convertido en una democracia universal en la que votan también los excluidos (no propietarios y mujeres), empieza a ser un incordio. Parece lógico que sea China quien haya mostrado el camino, porque ya venía de un sistema opuesto al capitalismo, que había mostrado su alta eficacia para empobrecer material y espiritualmente a los ciudadanos, pero, al tiempo, para disciplinarlos férreamente. En el seno de las democracias se han desarrollado anhelos sociales que la han llevado a crear una atmósfera real de libertad. Pero eso anhelos tienen un costo y su financiación empieza a ser considerada un lastre por los tenedores del capital y sus gerentes, que empiezan a tener la tentación de buscar sistemas políticos que, al tiempo que exaltan el libre juego económico, restrinjan el deseo con sus correspondientes costos. Para ello se sirven de aquellas opciones políticas estreñidas que no soportan la expansión del deseo inofensivo para la sociedad que le harán el juego limitando la libertad social mientras respetan la libertad económica.
Las actuales convulsiones en el mundo occidental tiene origen en este cansancio de ciertas élites de los resultados de la libertad política. Países como Polonia o Hungría son un buen ejemplo de esta deriva. En USA las tendencias de su presidente de usar mecanismos extraordinarios son amagos en la misma dirección, lo que tiene su gracia cuando este «indignatario» es un ejemplo supremo de falta de control del deseo. Pero es una herramienta perfecta para los propósitos de esas élites. Ocurre igual en el Reino Unido con Boris Johnson, un hombre de vida desordenada que puede acabar siendo la herramienta del nuevo orden.
Dado que no es posible romper las reglas de juego de forma brusca, es necesario convencer a la gente de que una democracia menos permisiva es mejor, y para eso se han presentado dos factores muy potentes en los últimos años: la emigración masiva y los movimientos independentistas, generadores de miedo y furia. Sólo en la medida en que políticos con cuajo sean capaces de controlar estos factores será posible, al menos, retrasar las pretensiones de la élites mencionadas. Pretensiones que fundamentalmente tienen que ver con la libertad de concentrar riqueza y la restricción de libertades sociales.
Es sabido que la riqueza mundial repartida, irresponsablemente, no mejora la vida de la gente un ardite. Una situación que es estacionaria, mientras no llega la «destrucción creativa» que define Schumpeter a partir de nueva tecnología. Por tanto, es el uso inteligente y exploratorio de esa riqueza lo que puede traer el aumento de la productividad que permitiría con sus excedentes mejorar la situación general. Todo ello contando con el hecho de que, tanto las élites económicas, como las clases medias y bajas odian perder estatus y que, por consiguiente, sólo permitirán repartos a partir de cierta saciedad de sus deseos.
Visto así, no se debe cometer el error de aceptar sistemas políticos que degraden la democracia, pues, en ese caso, a la pérdida de control sobre comportamientos insolidarios de las élites, seguiría la pérdida de control sobre los soportes materiales y espirituales de una vida digna.