Jorismós


Este texto se corresponde con el prólogo del libro del mismo título que puede ser adquirido en Amazon. Para más comodidad en la barra lateral del Blog figura una miniatura del libro y el link para acceder directamente. Una alternativa es introducir en el buscador de Amazon la expresión «Filosofía Ingenua» que conduce a los cuatro libros de la serie.

Este libro se inserta en un proyecto más ambicioso que he llamado Filosofía Ingenua. Es el segundo tras el llamado Metafísica Banal,  que fue un intento de encontrar un sentido general a lo que sabemos, desbordando lo que podemos demostrar, pero cerrando la cúpula del conocimiento posible con conjeturas destinadas a la caducidad por exposición a mejores ideas.

Este segundo libro se dedica a caracterizar la multiplicidad de la realidad que no se presenta monolítica, sino fracturada. Fracturas que se despliegan transversalmente a las diferencias entre sus estratos: energía, materia inerte, vida y conciencia, que se incluyen unos a otros. Estratos energético-materiales en todas sus dimensiones, aunque, con cierto despiste, se ha insistido en creer en la existencia de espíritus descarnados. Lo que tiene origen en la silenciosa forma que toman nuestros pensamientos y algunos de sus resultados en forma de sólidas verdades ahistóricas, cuyo origen no es celestial, sino corporal. La realidad tecnológica actual nos da sobradas pruebas de la materialidad de lo intangible y, más allá, de los invisible —véanse los mandos a distancia. Una novedad asombrosa que, quizá tiene sus “antecedentes” en el poder de la mirada de reproche de un padre a la acción de un hijo pequeño —los hijos adultos no son sensibles a estas radiaciones paternas.

Hemos identificado tres grandes grietas (como las denomina la intuición de Mario Benedetti), que derivan en una cuarta por emergencia de una de ellas (la moral) que llamamos jorismós político y se complementa con la grieta más paradójica: el sexo. Las tres grietas son el jorismós, cognitivo, moral y estético. El moral está asociado con un racimo de separaciones menos profundas ontológicamente, pero muy perturbadores en la vida cotidiana, como el jorismós fidelista o el racimo formado por el jorismós ético (del individuo) y el jorismós legal (punitivo), que junto con el jorismós principal o moral forman la familia de jorismós normativo.

Estas grietas no se refieren, como sugiere el poema de Mario Benedetti a la que se puede presentar entre opuestos. Pues éstos son dos caras de una misma cosa en la que convergen como dos de sus rasgos. Así, la hipocresía y la sinceridad son dos grados de la externalidad de los pensamientos; la miseria y la generosidad dos grados del desprendimiento; la estupidez y la inteligencia dos grados de conocimiento de la realidad. El bien y mal son dos grados de la adecuación de la conducta a las necesidades de la vida.

El jorismós cognitivo se produce por nuestra estructura racional de base, que comienza en el proceso de percepción mediante los sentidos, pero es afinado por la razón. El jorismós normativo se plantea en el marco del conflicto entre lo que es y lo que creemos que debe ser, pero en el caso del jorismós moral, hunde sus raíces en la estructura más profunda de la realidad encontrando dos posturas valorativas irreconciliables prima facie. El jorismós estético viene a dar cuenta de cómo nos relacionamos con la naturaleza y la realidad artística que hemos creado por la asombrosa capacidad de convertir el mundo material y sus acontecimientos en cualquier cosa que nos produzca placer sensual e intelectual, cualquier cosa que alimente la creatividad y su más exquisito producto: la esperanza. Un jorismós encabezado por la decisión estética fundamental: la aceptación global de la vida como una gema refulgente pero finita o la degradación de la vida a la condición de tránsito hacia una eternidad beatífica.

El jorismós político, decía, es la expresión del jorismós moral en la acción práctica de actuar en la espesa atmósfera de lucha por decidir como conducir los asuntos humanos. Una espesura de la que surge un fatalismo que, paradójicamente, es la puerta a la esperanza. El fatalismo de descubrir que este jorismós, este abismo entre dos grandes posiciones políticas es indisoluble, pero va asociado a la esperanza de que, si se acepta, se habrá dado el primer paso para encontrar un camino para salir de tanta desesperante lucha por el poder.

No practico el naturalismo, si por él se entiende que mente y cerebro es la misma cosa… No practico el materialismo, si por él se entiende que la materia es el arjé de la realidad… No practico el idealismo, si por él se entiende que el espíritu no necesita a su cuerpo.

Todas nuestras experiencias más sublimes lo son en la palpitante humedad de nuestros órganos, que son capaces de hacernos sentir desde las más groseras sensaciones a los más deliciosos placeres y las más sutiles ideas. Unas características que debemos agradecer a nuestro cuerpo, en vez de pretender vivir sin él… Prueben a hacerlo y verán que desagradable sorpresa.

Este libro se llama “Jorismós” y eso hay que justificarlo. Esta bella palabra griega, “Jorismós” (χωρισμός) que significa “separación” y que yo dramatizo hasta darle el significado de “abismo”, es una palabra que se emplea como hilo de Ariadna en este libro.  Un libro en el que se hace la descripción de los barrancos ontológicos que nos impiden el descanso y la armonía anhelada por el ser humano. El carácter trágico de la vida surge, primero de la existencia de esas simas y, después, del desconocimiento que tenemos de ellas y de las consecuencias de tal ignorancia. Desconocer su naturaleza irreversible es el primer paso para sufrir sus consecuencias de forma cíclica cuando la experiencia acumulada es olvidada por las sucesivas generaciones. 

Jorismós se llamó, primeramente, al abismo que Platón estableció entre las ideas y la vida de sombras en la caverna de su célebre mito. Fue cerrado por Aristóteles al establecer que se pensara la forma unida a la materia y viceversa, pero todavía Plotino intentó cerrarlo de forma metafísica con su propuesta de emanación, al modo de la lava de un volcán. Un intento vano, pues el jorismós original, paradójicamente, no existe. Las ideas son hijas de las mentes, aunque luego reclamen vivir en una realidad material fuera del alcance de la frivolidad, de la charlatanería, de la doxa. Cerrado ese falso jorismós entre un mundo en-sí y un mundo de apariencias, la realidad se cose por ese descosido artificial, pero se agrieta de nuevo ante nuestros ojos por razones más serias y difíciles de revertir.

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