El mago de Oz y el liderazgo político

Es un tópico de nuestros días la queja de que ya no hay líderes como los de antes. Yo tengo mis dudas pues creo que el liderazgo surge de una mezcla adecuada de persona y circunstancias y, hoy en día, las circunstancias aún no son generadoras de líderes que puedan pasar a la historia. Es decir, en tiempos fofos, enervados (sin tensión) no hacen falta líderes fuertes, pues el ambiente el tipo de carácter que se requiere no es para la lucha, sino para evitar que se den las condiciones para los tiempos duros, nervados (con tensión), tiempos en los que, paradójicamente, surgen líderes capaces de hacer frente a los problemas porque la alternativa es la destrucción del grupo liderado. Naturalmente es inevitable que los liderazgos, tanto de los tiempos fofos o enervados como de los duros o nervados sean tanto simbólicos como diabólicos. Quiero decir, acercándome a los sentidos originales de las palabras, que surgen líderes que unen (simbólicos) o que separan (diabólicos). Pongamos ejemplos:

TIEMPOS FOFOS

  • Simbólicos: Obama, Mujica
  • Diabólicos: Trump, Putin

TIEMPOS DUROS

  • Simbólicos: Churchill, Mandela 
  • Diabólicos: Hitler, Pinochet

Los líderes simbólicos (buenos, que unen), en los tiempos fofos, son aquellos que no practican ni consienten la corrupción, controlan la deuda externa y distribuyen la riqueza evitando las condiciones para que el país que administran se vea envuelto en crisis internas o externas. En los tiempos duros son capaces de movilizar las energías sociales para olvidar los caprichos de las épocas buenas y trabajar para la recuperación material y moral del país. También son capaces de depurar los errores del pasado sin dejar de castigar con moderación a los principales responsables de la situación del país.

Los líderes diabólicos (malos, generadores de división), en los tiempos fofos, son aquellos que o se ensucian en corrupción, la permiten en su entorno o resuelven los problemas sociales endeudando al país, en vez de repartiendo mejor la riqueza. De esta forma crean las condiciones para los tiempos duros en los que los líderes diabólicos optarán siempre por soluciones policiales o bélicas para los problemas y tratarán de esconder sus crímenes para no rendir cuentas.

Con esta taxonomía del liderazgo se puede decir que nuestros líderes actuales no son peores que los que fueron en el pasado, siempre que los comparemos con su clase y tiempo. Es decir, no tiene sentido comparar a Rajoy con Churchill, ni a Zapatero con Mandela, pues pertenecen a dimensiones paralelas que no se tocan. Nuestros líderes actuales son simbólicos y no están estimulados por el tiempo duro. Es más, tenemos la suerte de no haber sufrido líderes diabólico del tiempo fofo, hasta que el descuido en el control de los parámetros claves ha llevado a que resulten atractivos para algunos, como sucede con Trump o Putin, que nos pueden lanzar hacia los tiempos duros.  Nuestros líderes actuales no nos gustan porque, según nuestras tendencias tenemos siempre como referencia a los líderes de los tiempos duros ya sean simbólicos o diabólicos. Los líderes de los tiempos duros cuando son tiempos fofos, no pasan el filtro del poder, unos, los simbólicos porque son vencidos por otros más astutos y mediocres, además de que no les resulta atractiva la administración ordinaria y otros, los diabólicos, porque rezuman peligro. El riesgo potencial de los simbólicos en tiempos fofos es que no perciban los peligros de la desidia porque todo parece ir bien, y el peligro de los diabólicos, en ese mismo tiempo, es que aceleran la llegada de los tiempos duros con sus disparatadas decisiones y connivencias. En tiempos duros, cambian los criterios y donde antes no tenía cabida un líder decidido es ahora reclamado, aunque, si los errores cometidos en tiempos fofos son muy graves, la ira popular puede llegar a reclamar líderes diabólicos con las terribles consecuencias conocidas.

En fin, que cada tiempo tiene su líder bueno y malo, por lo que tenemos que afinar nuestro criterio para elegirlos en según qué circunstancias. Por supuesto que lo ideal es elegir siempre líderes simbólicos que, tanto si son de izquierdas como de derechas, sepan alternar las políticas, sin descuidar las fracturas sociales en la creencia de que puede disfrutar del poder porque las cosas van solas. Pues no, no van solas, tras la apariencia hay pequeños diablos que se aprovechan de la prosperidad para crear las condiciones del futuro desastre. No se puede bajar la guardia.

¿Y qué tiene que ver el mago de Oz con todo esto?, pues con el hecho de que, en nuestra confusión con el liderazgo, además de confundir el tipo y el tiempo, no tenemos en cuenta que vivimos una época en la que ningún líder, con la excepción, quizá de los diabólicos de tiempos duros, pueda eludir ser objeto de un profundo escrutinio. Transparencia que no se daba en el pasado. Esta circunstancia complica el juicio que emitimos porque en el pasado un halo de misterio y omnipotencia rodeaba a los líderes presentándolos como mejores de lo que realmente eran. Entre la imposibilidad de penetrar sus vidas y los secretos de estado, una espesa capa de ignorancia favorecía una imagen idealizada. Hoy en día, por el contrario, el escrutinio es casi total, incluso cuando el líder niega esto o aquello no se le cree, porque su conducta y sus contradicciones sirven de referencia poderosa que anula cualquier pretensión de falsa inocencia.

El mago de Oz era una persona normal que dirigía un reino desde el interior de una terrorífica cabeza flotante rodeada de fuego y humo. Esta apariencia era la fuente de su poder, pero detrás no había nada que lo justificara. El caso es que, una vez que nuestra época no ha dejado Mago de Oz «con cabeza» y todos los tipos de líderes simbólicos son considerados personas normales, no podemos despreciarlos pues no tenemos otra cosa. Al contrario, se les debe dar atributos institucionales y, al tiempo. resistirnos a sus desvaríos con una vigilancia continua de su desempeño. Esto es necesario con todos, tanto con los líderes simbólicos de los tiempos fofos, que deben ser vigilados para que no nos  deslicen por la pendiente hacia los tiempos duros y, también, a los líderes simbólicos de los tiempos duros para que a hombros de su éxito, si es el caso, no tenga tendencia a mutarse en diabólicos, es decir arbitrarios y autoritarios. En el caso de los diabólicos de los tiempos duros, la primera receta es evitar que se hagan con el poder manteniendo en la memoria que, en el pasado, sus soluciones empeoraron las cosas y trajeron mucho sufrimiento. Y la segunda receta es, una vez que se han hecho con el poder, combatirlos con fiereza.

Para actuar con esta inteligencia necesitamos que nuestros espantapájaros tengan cerebro, para eso la educación; que nuestros hombres de hojalata tengan corazón, de ahí las políticas económicas solidarias y que nuestros leones cobardes, la mayoría de nosotros, tengamos el coraje de estar a la altura que los tiempos reclamen. Sólo así tendremos el hogar que Dorothy descubre cómo el mejor lugar al final del cuento.

 

 

 

(XV) Menos que nada. Slavoj Zizek. Reseña (20)

… viene de (XIV)

En esta interesante parte de su libro, Zizek afronta su revival de Hegel enfrentándolo a conceptos surgidos después de su muerte, tales como: repetición, inconsciente, sobredeterminación, el pequeño Otro, la lengua, el antagonismo, la lucha de clases y la diferencia sexual.

Repetición.- Hegel no la piensa como tarea monótona e improductiva, sino que es el fundamente de la universalidad. Se le atribuye incapacidad para entender la repetición pura, sin la que, por cierto, no hay aprendizaje. Esta incapacidad viene acompañada de la incapacidad de pensar lo radicalmente nuevo, lo que ya no está potencialmente en lo viejo.

Inconsciente.- Hegel dice que cuando hablamos no decimos lo que pretendemos. Así al decir «ahora» queremos decir este momento particular y, sin embargo «inconscientemente» estamos diciendo todos los «ahora» posibles. Sin embargo, el inconsciente freudiano es el de las asociaciones no tejidas premeditadamente, sino en procesos mentales fuera de nuestro control y que emergen en los sueños.

Sobredeterminación.- Hegel piensa en algún proceso complejo como la inclusión de un universal que se incluye entre los miembros de su propia especie, pero no en las complejas relaciones de la lógica freudiana en la que aparecen compromisos pragmáticos en los que algo se rechaza, pero no del todo favoreciendo su retorno transformado simbólicamente. Toda esa red de conexiones que provocan el bloqueo del recuerdo y, al tiempo, extrae circunstancias y nombre relacionados de forma no explícita con lo buscado. Asociaciones y desplazamientos. Entrelazamientos en los que juega un papel determinante los vínculos entre sexo y muerte.

Object a (el inasequible objeto de deseo).- Antes de Lacan, Hegel piensa en la singularidad contingente y el insaciable apetito del ser humano por los objetos que quiere asimilar (negar). El sujeto se muestra autónomo en su libertad por perder la vida por una objeto insignificante manifestando no su irracionalidad, sino la importancia que tiene para él, lo que precisamente implica su autonomía. Aunque hay menciones al disfrute extra, no hay en Hegel equivalente a la «jouissance» como Real, lo que impide que perciba la brecha entre lo Real y lo verdadero, que es de carácter simbólico.

Las matemáticas.- Hegel no supo ver la mezcla monstruosa de infinitud buena de las paradojas autorrelacionadas y la infinitud mala de la repetición. Las matemáticas modernas no capturan la realidad, pues, una vez establecidas las relaciones formales, queda la medición real para la comprobación empírica que introduce la contingencia en el proceso. Es un reconocimiento de la carencia de sentido del universo. Para Zizek es importante aclarar que Hegel no plantea ingenuamente que el concepto no es el comienzo que materializa en la naturaleza, sino que considera que la lógica es un reino de sombras, de esencialidades liberadas de concreción sensorial. Para Hegel no existe un reino platónico ontológico superior. Para Hegel, el espíritu tiene su presuposición en la naturaleza y es, al tiempo, la verdad de la naturaleza, que se desvanece en su verdad. No hay espíritu preexistente, que se externalice en la naturaleza y se reapropie de la alienación previa. Todo lo que existe es naturaleza, lo que incluye al sujeto y al concepto. El espíritu es solo y nada más que su «retorno a sí mismo». Se crea performativamente (se realiza en el acto de ser enunciado) en ese retorno. Es interesante el paso de la naturaleza a libertad, que se relaciona con el paso de la necesidad a la contingencia. En el caso de la naturaleza podemos hablar de «contingencia de la necesidad«, pues los procesos están obligados a cumplir leyes cuya estructura es contingente, no hay ningún porqué. La libertad es la «necesidad de la contingencia«, pues se ejerce contra sus alternativas en el marco de las reglas de la realidad. La dialéctica necesidad-contingencia está mediada por la libertad, que dota a la necesidad de contingencia (porque sí) y a la contingencia de necesidad (no es arbitraria). Zizek, cree que no es justo atribuirle a Hegel la pretensión de tratar de abolir la absoluta heterogeneidad del Otro (la naturaleza) y reivindica textos precursores de Hegel sobre Einstein (un poco exagerado) y modernas teorías biológicas. (NOTA.- No me extraña que haya intuiciones de Hegel coherentes con planteamientos científicos modernos pues, cuando los científicos llegan a los límites de lo experimental, se tienen que volver especulativos y ahí Hegel es el rey).

Zizek, en su papel de campeón de Hegel aborda ahora el reproche kierkegaardiano sobre la objetividad del espíritu hegeliano que no puede captar el carácter procesual del sujeto. Zizek discute que Hegel plantee el análisis de la realidad actual desde el punto de vista de la finalidad y por tanto cristalizándola. Al contrario, Zizek cree lo que Hegel propone es introducir la contingencia, el devenir en el pasado, en lo ya sucedido. Es decir ver lo que fue en su proceso de devenir. Para Zizek, si esto es así, Hegel introduce así el Absoluto, no sólo como sustancia, sino también como sujeto. Se trataría de identificar la potencialidad que estuvo presente en los acontecimientos que hoy conocemos como realidad sucedida. Potencialidades, muchas de las cuales quedaron abortadas en la concreción histórica que hoy damos por concluidas y que, sin embargo, están latentes esperando una nueva oportunidad. Oportunidad que puede ser aprovechada si es previamente se ha identificado como posibilidad no actualizada. Marx cree que los hombres tienen un margen para la libertad en el marco de lo heredado. Pero Zizek, añade que Marx no ve cómo nuestra actividad libre crea restropectivamente (postula) sus condiciones objetivas. tanto como reinterpretación de los sucedido, como, principalmente, porque nuestra propia libertad creó nuestro actual condicionamiento.

La necesidad es la verdad de la contingencia. Surge de ella llevando lo particular a su negación en la estructura ordenada. No hay una propiedad emergente. El particular «muere» al encontrar su verdad en su autocancelación generadora de orden y necesidad. De modo que predomina la invención creativa. La esencia se crea en el acto de devenir de la cosa. La esencia es consecuencia retroactiva del proceso. En Zizek, es decir en Hegel, el carácter retroactivo de la influencia de los procesos, la creación a posteriori es la pirueta habitual. No sabes lo que te originó hasta que eres. La unidad no existe hasta que el proceso termina porque previamente cada unidad es, al menos, dos polos en acción mutua. Polos que tanto crean, como destruyen. Es decir, la unidad es siempre ilusoria. Es importante el enfoque de Hegel de convertir lo que podría ser un límite epistemológico en una imposibilidad ontológica, pues así se pone sobre la mesa los problemas de relación entre los simbólico y lo real, que Zizek relaciona diciendo que: «lo real es un roto en lo simbólico».

En este tramo de su libro, también contrasta conceptos entre Hegel y Lacan; Hegel y Deleuze y entre Hegel y Freud que son interesantes por los matices del contraste mutuo. También dan versiones de conceptos que siempre revolotean en el libro como «Pulsión de Muerte»; diferencia; repetición, asunción y sus relaciones mutuas.

Hegel – Lacan.- Zizek considera que entre ellos la diferencia es el object a de Lacan, lo que considera un diferencia mínima.

Hegel – Deleuze.- Para el segundo «Hegel es incapaz de pensar la diferencia pura que está fuera del horizonte de la identidad o la contradicción»; Hegel concibe una diferencia radicalizada como contradicción, que es, entonces, a través de su resolución dialéctica, subsumida, de nuevo, bajo la identidad. Es decir, Hegel percibe la Gran Diferencia, mientras que Deleuze pone el acento en la Pequeña Diferencia (la diferencia pura, la que está presente antes de ningún cambio). Esto impide que Hegel hubiera podido pensar lo virtual como posibilidad que ya posee realidad. Es una diferencia que se da «cuando todo se repite una y otra vez». En resumen: una identidad es percibida como auténtica cuando su sustento virtual (sus posibilidades) se reducen a una diferencia pura. (NOTA.- La diferencia pura es el «quanto» de diferencia. Hasta ser percibida no existe, pero influye, es virtual). Pone un ejemplo de diferencia formal cuando habla de los traspasos de fuerzas policiales o militares a los revoltosos. En ese momento, la diferencia es formal (pura), no es real. Deleuze sostiene que lo Nuevo surge de la repetición, cuando está presente un diferencia pura. Lo realmente nuevo no puede limitarse al aspecto real de las cosas pues quedaría encerrado en el marco existente evitando lo realmente nuevo. Lo nuevo surge cuando «cambia el apoyo virtual de lo efectivamente real». Cambio que sucede bajo la forma de una repetición en el plano de la realidad efectiva. Hay un cambio imperceptible activo bajo la repetición. La repetición también está presente en Hegel que considera que los tres niveles de procesos (mecánico, orgánico y espiritual) se interconectan. Así, la dimensión espiritual «necesita un apoyo ‘regresivo’ en los hábitos mecánicos (aprendizaje ciego de reglas). No hay espíritu sin máquina repetitiva». Por eso, tanto Freud como Lacan consideran al inconsciente (saber que no se sabe a sí mismo) como un saber que fija un extremo, donde la autoconciencia es el otro. De este modo, el saber Absoluto se situaría en la tensión entre estos dos saberes, según Zizek. Si Hegel descubre la sin razón en el corazón de la razón (la danza de opuestos que desbarata el orden racional), Freud descubre la razón en el corazón de la sin razón (lapsus, sueños, locura). El inconsciente de Hegel lo es de la autoconciencia que no advierte que cuando la verdad está en la universalidad y no en la intención particular de quien lo usa.

Hemos llegado a la mitad del libro de Zizek, que no da tregua con su forma de escribir en torbellino. Un dinamismo con el que te encuentras varios kilómetros más adelante, con material discutido varios kilómetros más atrás. Tal parece que escribe sin repasar, según el estado de ánimo y su interés intelectual en un momento determinad. Por eso, tengo curiosidad por ver cómo termina un libro que podría tener tantas páginas como las que pueda escribir a lo largo de su vida. De modo que no sólo es una lectura de filosofía mestiza por todos los interlocutores que invita a su escritorio, sino también el espectáculo de su deambular mental, en el que hay mucho de repetición, esa categoría introducida para el debate filosófico por Kierkegaard.

Al filo de la mitad de su libro cervantino (Zizek se ha echado al camino y no transita por él librando batallas sublimes y ridículas sin cesar) le da un repaso a los conceptos psicofilosóficos que le son más queridos: repetición, pulsión, deseo…

Según él, Kant está instalado en el universo del deseo, pues este nunca es satisfecho como ocurre con la inaccesible cosa en-sí y, además, lo reprime con su coraza trascendental. Hegel, por el contrario, se sitúa en el universo de la pulsión y niega esta represión y considera accesible la cosa en-sí mediante el cambio de perspectiva que le permite considerar real el muro que nos separa de la Cosa. De esta forma Kant no está nunca satisfecho y Hegel sí porque encuentra la satisfacción en moverse en órbita en torno al objeto sin alcanzarlo nunca. Zizek aplica este esquema al capitalismo del que dice que continuamente lanza propuestas de consumo que incitan al deseo y a que este deseo no cese nunca. Por otra parte, considera que la pulsión se hace presente en la pretensión del capitalismo de la infinita circulación del dinero en un movimiento continuamente renovado.

Con la pareja deseo-pulsión, Zizek realiza varias transferencias a otros campos: así, encuentra en Hegel el ciclo virtuoso de la pulsión que goza con el viaje cíclico en torno al conocimiento absoluto, o, en el caso de la sustancia considerada como organizada en torno a una ausencia (su esencia) y que, por tanto, es deseo o la sustancia autosuficiente, que no carece de nada de la metafísica. Zizek considera que la lección definitiva del psicoanálisis es que «la vida humana nunca es ‘sólo vida’: los humanos están poseídos por la extraña pulsión de gozar de la vida en exceso, apegados apasionadamente a un plusvalor que se sale y hace descarrilar el funcionamiento cotidiano de las cosas». Ser humano no es, en este enfoque, un ensanchamiento de las funciones biológicas, sino un estrechamiento al elevar un función menor a un fin en-sí (NOTA.- De hecho toda la cultura consiste en eso: en convertir todos lo imput naturales en objeto de goce. Así el sonido en música, las formas en arte, la reproducción en sexo sofisticado, el gusto en culinaria, el olfato en perfumería, el sexo en caricia… la unión prodigiosa del deseo y la inteligencia produce la cultura). Para Zizek el momento clave es el de la conversión, no del objeto en objeto de deseo, sino en la proyección de la libido para transformar el instinto en pulsión, entendida como atrapamiento, atasco en la repetición circular. La universalidad emerge cuando un flujo particular queda atascado en un momento determinado. El deseo por el contrario es el significante de una falta.

Pero Zizek no pierde de vista su objetivo, que no es otro que vislumbrar la filosofía a partir de Hegel, lo que Catherine Malabou plantea en su libro El porvenir de Hegel. Por eso frota y frota a Hegel con todos aquellos que lo combaten de una u otra forma. Ya sea con planteamiento antagónicos o apoyándose en él. El núcleo del conflicto está en el concepto de Absoluto de Hegel. La capacidad de Hegel de reunir y conciliar se ve desbordada por la repetición pura de Kierkegaard y Freud, la «necesidad» de la guerra «como forma social de despliegue de la universalidad abstracta» o la presencia de la locura en la misma constitución de la subjetividad cartesiana. Hay un exceso de negatividad de «mal» de difícil aceptación. Una negatividad que toma cuerpo en un particular contingente que actúa como su síntoma. Así el estado como universal que se encarna en la figura irracional del monarca incompetente. Un núcleo de negatividad incomprensible que, sin embargo, se repite para ser neutralizada. Zizek mira asombrado como la repetición pura de Kierkegaard y Freud parece resolver el «problema» hegeliano de exceso que no puede ser absorbido por el Absoluto.

Frente a la provocación de Deleuze de que Hegel debe ser olvidado para pensar adecuadamente, Zizek nos dice que ha llegado el momento de «repetir» a Hegel.

Sigue en (XVI)…

Irene, Pablo y el mal de altura

El cotilleo del día en esta corrala global es la compra de una casa de 600.000 euros por parte de Irene Montero y Pablo Iglesias mediante un préstamo para el que van a necesitar 30 años de sueldos de clase media alta. Las primeras reacciones de sus compañeros son las habituales antes de la catástrofe «yo sólo comento el uso de dinero público, pero no el de particulares (Errejón)«. Y entre los periodistas que «por fin los dirigentes de Podemos ponen los pies en suelo y hacen las cosas normales que hacen los que tienen su nivel de ingresos«. Las razones de sus compañeros son escapistas, pues de sobra saben que se les interpela porque representan a un partido que se ha aupado sobre las costillas de los militantes para reducir los abusos de la «casta» y en base a una promesa de cambio radical de la redistribución de la riqueza ¿o no? En cuanto a la «normalidad» de la inversión, dado que se va a pagar con una hipóteca a 30 años, implica que los felices padres de Ernesto (por Guevara) y Rosa (por Luxemburgo) tienen pensado quedarse en sus escaños ese tiempo. A partir de ahora, cualquier defensa de la igualdad queda bajo sospecha, pues basta mirar la tabla de distribución de la renta por tramos para advertir que esta pareja se sitúa en la antecumbre dineraria. Además, cualquier acción para mantener el liderazgo, ante Bescansa o Errejón, habrá que considerarla «una defensa del puesto de trabajo y del estatus social adquirido» a perpetuidad. En fin un caso más de parasitismo político.

A pesar de la grosería del error político cometido, hay militantes que se resisten sentimentalmente a reconocer la verdad y arguyen que nada ha cambiado desde la situación en la vida antes de comprometerse en política. Lo que ha cambiado es que, cuando se escoge representar a la gente para un propósito de cambio de las circunstancias penosas o injustas en las que viven, no se puede eludir el compromiso explícito e implícito que conlleva. El explícito es que si prometes luchar por mejorar la vida de la gente y llamas «casta» o «trama» a los que tienen dinero, tu no tienes más remedio que adoptar un modo de vida que no contraste con el de la gente que espera de tu acción política mejorar sus condiciones. Por ejemplo si luchas contra el desahucio, no lo puede hacer desde una finca comprada con los votos de los desahuciados, sin incurrir en cinismo. El compromiso implícito es que no puedes mandar la señal de que vienes a quedarte porque se vive bien de la política, que sería algo así como estar todo el día cotilleando con un buen sueldo, además de incorporarte a la nómina de gurús de la nación a los que se consulta sobre lo humano y lo inhumano. Si la intención fuera otra no se habría dejado perder la oportunidad de gobernar en vez de transmitir la sensación de que se disfruta por el mero hecho de estar en un escaño. No se puede pasar por un descamisado cuando se busca, en realidad, vivir bien, lo que es legítimo para todos, menos para los que encabezan luchas populares. Esto no quiere decir que no pueda haber líderes populares, sino que éstos deben ser ejemplares.

Otro argumento inútil y típico de los políticos de derechas, es que vienen a hacer un favor a la patria desde bien pagados empleos. Argumento este que se acabó desde que se crearon las «juventudes», que son ámbitos que se llenan de jóvenes ambiciosos sin méritos.  Pero en el caso que nos ocupa ni que decir que los líderes de Podemos viene de la nada y de un empleo precario en la universidad. Se adjunta un enlace que lleva al detalle oficial de lo que cobra un diputado y otro con el resumen por cargos: http://cort.as/1-Bmhttp://cort.as/-5mhD. Como se puede ver, en la universidad no se gana eso como profesor ni de lejos. Y, desde luego, un rector no gana ni la mitad de lo que el presidente del Congreso, ni un director de departamento o de escuela, la mitad de lo que un portavoz del Congreso, mucho menos un profesor interino.

Pero que un diputado cobre lo que esté estipulado no es la cuestión, aunque pueda ser un indicador de uno de los componentes de sus motivaciones. La cuestión es cómo se indigna uno tomando un cubata en esa casa. Es imposible, pues el regusto que te da mirar tu horizonte íntimo es tal que ni practicando sado-maso te va a doler algo. La incoherencia es tan escandalosa que neutraliza la acción política radical convirtiéndola en una farsa. A poco que suban los intereses de los préstamos (y el proceso está en marcha) tendrán que pagar una cuota mensual para amortizar la hipoteca que requiere muchos años de un sueldo muy potente. Pero además, una vez en la pendiente deslizante, pronto llegará la moda en el vestir y otras muestra de decadencia, no social, ni siquiera de su partido, sino de los personajes. Llamar «plan de familia» a esa casa es tomar el pelo al que lo escucha, cuando sus votantes tiene los problemas que tienen para tener un techo.

Pero cabe legítimamente preguntarse: ¿Entonces, quién puede defender los intereses de los perjudicados por la crisis social?, pues la respuesta es los perjudicados, no unos profesores de universidad luchando, visto lo visto, por su carrera personal, que pronto  se han dejado seducir por los placeres de la vida moderna para quien puede pagárselos. Tendrán que ser, insisto, los perjudicados. Sobre todo aquellos suficientemente inteligentes para renunciar a dar muestras de que defender estas posiciones es un buen negocio. Pero, este error garrafal de Irene y Pablo no debe hacernos creer que los que defienden los intereses de los ricos, por venir de familias acomodadas, son más honrados, pues los escándalos de corrupción ya han puesto de manifiesto que son insaciables. Pero un político que trata de llevar la indignación de gran parte de la sociedad al Parlamento no puede olvidar que esa tarea tiene servidumbres y una de ellas es la contención en la tentación de parecerse a sus rivales cuando contienden por el corazón (el voto) de los ciudadanos.

El asunto ha seguido dando que hablar y quizá lo más interesante y decepcionante sean las reacciones dentro de la propia organización, que han sido de dos tipos: 1) El rechazo y reproche de incoherencia, protagonizada por dirigentes andaluces y 2) La estrafalaria de dos miembros o simpatizantes del partido que se sintieron aludidos indirectamente y protestan diciendo con ironía amarga «los pobres deben vivir como pobres» o más amargo: «si eres de izquierdas debes vivir como un pobre».

Es necesario responder: para empezar, vivir como vivía Pablo Iglesias no es vivir como un pobre. Vivir como pretende vivir si es vivir como un rico. ¿Sabe este muchacho que si tiene un activo de 600.000 euros más su sueldo en el Congreso se encuentra entre el 10% más rico del planeta y el 20% más rico de España? Esa es, por supuesto, una situación legal, pero, en su caso, inmoral. Ser de izquierdas no implica, en absoluto, ser como el Padre Ángel que conocemos, pues eso se ha llamado toda la vida ser un santo. Pero militar como dirigente de extrema izquierda liderando un movimiento que incluye la opción anti-sistema, lleva consigo la, al parecer, dolorosa obligación de la ejemplaridad. Y en este caso, esa servidumbre implica no querer vivir como el que se resiste a compartir su riqueza, que, además, según la organización que dirige, es adquirida injustamente.

Una cuestión derivada de este caso, es si un rico o alguien de clase media alta puede ser activamente de izquierdas. Pues, ¡claro que puede! y la naturaleza humana es tal que además, los menos favorecidos de la sociedad lo agradecen, por el «sacrificio» que hace, del mismo modo que se emocionan ante el boato real. Curiosa condición humana esta, que tiene su explicación en el hecho de que cada uno de ellos les gustaria estar en ese lugar «para poder ser generoso». Porque a nadie le gusta ser pobre y todos aspiraramos a salir de la pobreza cuanto antes. Sin embargo, si se sospecha que el acitivismo de izquierdas es, precisamente, el modo de salir ¡antes de que nadie! de la pobreza, las cañas se vuelven lanzas y no se perdona.

Ahora proliferan los programas de radio que se ocupan de mostrar casos de emprendedores con éxito. Es curioso escuchar que las empresas nuevas que mejor les va son aquellas que se dedican a asesorar empresas. De modo que mientras haya emprendedores que necesiten asesotamiento para fracasar, el negocio irá bien. Pues este es el mensaje sucio que han mandado esta pareja, probablemente porque han padecido el mal de altura: «mientras queden pobres que esperen salir de la pobreza, será rentable dedicarse a la política y prometerles el asalto al cielo«. ¿Merecen, pues, el vapuleo que están recibiendo? Pues, en mi opinión, sí y, como no reaccionen pronto, van a ver seriamente comprometido su liderazgo.

(XIV) Menos que nada. Slavoj Zizek. Reseña (20)

… viene de (XIII)

El sujeto es un vacío a la espera de ser llenado con experiencias que los convierten en persona. La primera pareja que funciona es la de sujeto-objeto, pues con ella se constituye la individualidad. Es lo primario. Lo secundario, lo domesticado, es la persona que se constituye en oposición a cosa. El sujeto no es, como Kierkegaard insiste, una singularidad de la existencia irreductible a todo concepto universal, sino que, al contrario, es el modo en que la universalidad de un concepto pasa a la realidad externa y adquiere existencia efectiva. La unidad de cualquier existencia está amenazada por la propia fractura, de la que la oposición de otros no es más que su expresión o síntoma.

Hegel niega la necesidad (Kant) de que sea necesario un esquema previo (cognitivo, moral o estético) para juzgar un acontecimiento. Éste debes se observado pasivamente por el espíritu, pues los criterios deben ser inmanentes al fenómeno mismo. Por eso una persona nunca coincide con su concepto. En el paso en la fenomenología de la conciencia a la autoconciencia, el sujeto fracasa, primero como conciencia, en su pretensión de entender a la cosa en-sí, pues reconoce en ella lo puesto por él, pero extrae de este fracaso la percepción de sí mismo y se hace autoconciencia. De algún modo el arte abstracto es este mismo paso, después de haber agotado en el bodegón o el paisaje su esfuerzo por captar al otro en su objetividad. Este reconocimiento de las limitaciones propias es el saber Absoluto y no la pretensión de saberlo todo. Una limitación que no está «a la vista» puesto que es parte del «ojo» cognitivo. No hay ninguna forma de en-sí disponible como criterio de verdad para-nosotros. Y la razón es que lo Real no es algo ahí fuera a lo que no tenemos acceso, sino el obstáculo mismo que distorsiona nuestro acceso a la cosa en-sí. Acceso que sólo es posible mediante la ardua, lenta y progresiva labor científica durante siglos. Labor que permite conocer las invariantes y las variables del acontecer. El saber Absoluto es el abandono de la posición ingenua de que nuestra subjetividad puede ser eludida, que podemos escapar de ella para tener una visión directa de las cosas. Pero esto no conlleva un solipsismo, sino la necesaria estrategia de llevar el «afuera» a la fractura misma de los subjetivo y lo objetivo, entre las apariencia y lo real. Una diferencia que tiene, paradójicamente, origen en nuestra radical pertenencia a la realidad que pretendemos mirar «objetivamente».

Una vez bajado de su pedestal el conocimiento Absoluto, hay que añadir que Hegel dejó suficientes pistas de que consideraba a su pensamiento histórico y condicionado por su tiempo. Lo que debería llevar entonces a la convicción de la existencia de una Otredad absoluta que elude por siempre nuestra capacidad conceptual. Una capacidad que, por cierto, permite separar con la imaginación lo que en la realidad está unido. Una separación que no se supera para volver a la riqueza de la realidad, sino que se transmite a la realidad produciendo el desgarro negativo de la misma. (NOTA.- tanto en el ámbito de la ciencia como de la acción social, las ideas construidas como síntesis de fragmentos extraídos de la realidad actúan sobre ésta separando y uniendo en nuevas formas ya sean materiales o institucionales.)

El proceso de conocer hay un enfoque que Zizek llama «mala infinitud», según el cual hay siempre una aproximación asintótica a la cosa en-sí. Por el contrario la «infinitud auténtica» procede incluyendo la fractura de la abstracción en la realidad misma y desplegando el concepto en un serpenteante proceso de adaptación a las contradicciones conceptuales y las oposiciones reales (la inconsistencia de la cosa misma. Este proceder da viveza a la relación con la realidad. Una vida más rica y compleja que la mera visión sin concepto de las cosas a través exclusivamente de la sensibilidad. (NOTA.- es obvio que en cualquier artefacto (material o institucional) emergerán problemas reales que ya estaban implícitos en el concepto que las diseño sin poder contar con todas las sorpresas de su puesta en acción). Los individuos actuamos como seres abstractos (separados de todas nuestras posibilidades) cuando adoptamos actitudes o hábitos resultado de un determinado modelo social impuesto o sugerido durante nuestra educación. El caso es que dialécticamente, la vida espera en la abstracción no en la mera visión o audición, sabor u olor de la realidad. Visión compleja que no permite comprender a la cosa. Por el contrario, la abstracción permite separar lo esencial de los accesorio y actuar sobre la cosa. Un martillo puede ser un pisapapeles, pero su potencialidad será descubierta por el nombre que empleemos. Es el lenguaje el que actúa como indicador del uso. El arte moderno es un ejemplo del paso de la Sustancia al Sujeto, de la subjetivación de la realidad. El arte moderno es una consecuencia de esta evolución cuando centra su acción en la palabra escrita (la poesía) y libera al arte visual de su papel de representar la subjetividad. Es, por eso el momento, de un arte de abandona o deforma el retrato para centrarse en las cosas, su estructura, movilidad, color, textura, etc. (NOTA.- La vuelta al arte pop figurativo se puede explicar en términos de analfabetismo artístico popular que necesita de nuevo al ojo y al oído tonal para experimentarse, pues el arte escrito no le interesa y el arte visual autorreferenciado no lo entiende ni lo moviliza sensiblemente). En su hábil forma de proceder, Zizek llama excremento a la parte de la cosa en-sí que el concepto no alcanza a asumir en sus términos. Así, el siguiente paso es llamar «abono» a ese excremento como factor de desarrollo espiritual. (NOTA.- En las fórmulas de la técnica y la ciencia aparecen constantes universales (como la h de Planck) y coeficientes (coeficiente de dilatación de un material, por ejemplo) que son el refugio de aquello a lo que no llega el concepto que se despliega en la forma que toman las relaciones entre características del proceso que se estudia. Es la parte racional e irracional de las fórmulas que permiten medir los fenómenos. Así, de una parte decimos racionalmente que la fuerza que atrae a dos objetos es proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. Pero no basta con este planteamiento racional, pues con así no tendríamos la fuerza realmente actuante, sino un valor que requiere ser corregido para obtener el valor empírico, que no comprendemos por qué tiene este valor y no otro) 

De este proceso con un resto irracional, el espíritu llega a donde puede llegar y la cosa retiene lo que es suyo. En ese momento, el espíritu libera a la cosa porque ya tiene de ella todo lo que puede conseguir. Pero Hegel sigue recibiendo el reproche de que resuelve los conflictos en el plan conceptual y no en la realidad. De hecho, la radicalidad marxista tiene ese fundamento. Pero para Hegel, precisamente la distancia entre el concepto de algo y su realidad efectiva es la marca de la finitud, de ese proceso infinito de nacer y morir. Kant le da preferencia a la existencia y Hegel la disuelve en sus determinaciones (características) captadas conceptualmente. Pero Zizek se niega a esta versión de Hegel que supone que basta con sumar el ser a las determinaciones conceptuales de algo para que este existiera realmente, como si el ser fuera un componente aislado a combinar para «dar vida», cuando el ser es una consecuencia de una realidad previa, la de las condiciones ya existentes que lo hacen posible. Es una versión «materialista» de Hegel que refuerza la idea de que, incluso la realidad más «tangible» como es el dinero, es producto de un concepto previo, el de confianza y se ve afectado por otro: la inflación. Yendo más allá y refiriéndonos a la realidad material, podemos decir que la existencia de la realidad material es prueba de que el concepto no tiene plena vigencia, pues de hacerlo ya no quedaría residuo material, pues todo habría sido subsumido en concepto. (NOTA.- los coeficientes y las constantes en las fórmulas científicas serían la medida de ese residuo). La naturaleza se niega a ser conceptualizada hasta el final. De aquí se deriva la confirmación de que la frase de Hegel de que el Absoluto no sólo es sustancia, sino, también, sujeto. Pero no como un agente subjetivo que dirige el proceso, sino como un sujeto vacío, puro coherente con la idea de «sistema» autosuficiente. De aquí deriva, Zizek, el ecologismo de Hegel que deja a la naturaleza ir, después de que la conciencia se ha apoderado de toda la médula conceptual que está a su alcance. Pero Zizek defiende a Hegel del reproche de creer que hay un super-meta-sujeto existe realmente, pues muestra que Hegel pensaba que sólo en la conciencia finita (la de los individuos humanos) tiene lugar el proceso de conocer la esencia del espíritu. Lo que no es contradictorio con suponer la existencia de un Gran Otro en Lacan o el Tercer Mundo de Popper. Una superestructura mental constituida por el pensamiento social e institucional que condiciona mediante redes de creencias que, siendo en las consciencias individuales, no nacieron en ellas. De esa forma un artista puede acabar siendo un imitador de su propia producción que, primero era espontánea y ahora es vicaria. Al límite, el Estado es la autoconciencia de un pueblo, su propia producción o el resultado de su consentimiento que se  impone sobre su espontaneidad individual. La consecuencia es la afirmación de que la verdad reside en las formas (ceremonias, actos, compromisos…) y no en las emociones de los participantes. El Rey puede ser un idiota, pero la clave es la institución y sus forma de manifestarse.

RESUMEN

Zizek mantiene la tensión entre los universal y lo particular y su, asombrosa capacidad de invertir los términos de la discusión con el elemental procedimiento de cambiar las posiciones del sujeto y el predicado. En este caso rechaza la afirmación de Kierkegaard de que el sujeto sea una peculiaridad inasequible al abstracto universal y afirma, provocadoramente, que el sujeto es la forma de manifestarse el universal. Pero el sujeto no acaba de conocer la cosa en-sí. Queda un residuo inalcanzable que justifica liberar a la naturaleza del destino de sometimiento total al ser humano. Esto permite una interpretación nueva del Espíritu Absoluto, que resultaría ser el reconocimiento de esa fractura entre el sujeto y el objeto, que es una fractura en el sujeto mismo. Depurado el universal, ahora toca ver su poder. Éste es el de actuar sobre la realidad transmitiendo el desgarro previamente producido mentalmente separando determinaciones (características) y, a continuación creando nuevas unidades. En estas reflexiones se afirma el derecho del sujeto individual a ser el horno en el que todo se cocina y en las consecuencias de su acción social el «deber» del sujeto de someterse al gran Otro resultante de tales reflexiones o intereses colectivos.

Sigue en (XV)…

(XIII) Menos que nada. Slavoj Zizek. Reseña (20)

… viene de (XII)

Razón y locura nacen juntas como opuestos con Descartes. Sin embargo Foucault cree que Descartes es el más loco de todos, pues sospecha de todo como una ilusión. Y de esta duda la certeza: pienso. El cogito es cierto aunque esté loco. De modo que la locura es intrínseca a la filosofía moderna, a su fundamento en la conciencia. Dice Derrida:

«Y la filosofía es, quizá, esa seguridad que se adquiere en la mayor proximidad de la locura contra la angustia de estar loco«

Foucault rechaza esta posición y dice que la locura del «genio maligno» es fingida, metodológica. La auténtica locura está fuera, es contraria a la razón. Le parece que Derrida está atrapado en el texto y excluye las prácticas de dominación real del poder.

La locura absoluta es la practicada por Hegel al pretender el Conocimiento Absoluto. Descartes es superado en su locura por Malebranche que afirma que la unión entre cuerpo y alma (res extensa y res cogita) la proporciona Dios, no la glándula pineal. Ya en la modernidad post, con la muerte de Dios, el lugar es ocupado por el Gran Otro de Lacan que se ocupa de la relación entre el significante (el lenguaje) y el significado (la realidad corporal). Los aztecas hacían sacrificios humanos para asegurarse que el sol saldría al día siguiente. Lo que resulta muy coherente con el carácter arbitrario de nuestras teorías y esperanzas (significantes) y la realidad física. Más coherente, según Zizek que nuestra creencia de que no hay intermediarios entre morder una manzana y sentir una sensación placentera. Para Malebranche, Dios tiene que estar todo el tiempo alerta para que haya correspondencia entre nuestra voluntad y los sucesos de los que somos «causa». Ese Dios es nuestra utopía de Matrix. Un intermediario que en la realidad impide que el sujeto domine los efectos de sus actos. Una alienación que, una vez advertida, trae la separación del Gran Otro al comprobar su falta de consistencia, su carácter de dios menor. El mismo Kant reconoce que, siendo la vida autónoma el ideal del hombre racional, la adquisición de esa autonomía esta condicionada por una necesaria educación en la que se filtra todo el poder de la sociedad establecida. Un enfoque ésta que justificaría la búsqueda del interés común de una forma ciega por la falta de precisión y acierto de las intenciones individuales. O, lo que es lo mismo, la «mano invisible» de la economía.

La libertad exige limitación. El niño es transgresor, pero su mensaje es ¡ponme un límite que me oriente! La ausencia de límites asfixia al titular de la libertad. Por eso la autonomía del sujeto kantiano no se sostiene por su aislamiento de otros que pueden limitarnos. El hombre no tiene sus instintos para que lo controlen. Su capacidad de acción desborda a los instintos y debe crearse su propio límites. Pero esto puede implicar una huída de su propia responsabilidad como ser libre. La libertad moral es aquella que se ejerce desde la responsabilidad. Aunque, Zizek, en sus fintas, enseguida acude a una posibilidad paradójica: que la petición de libertad sea resultado de los mecanismos disciplinarios. Algo así como que «La ley crea la transgresión». Es la hegeliana «postulación de las propias presuposiciones». La libertad no puede ser rutina porque se pervierte. Jefferson dejó dicho que, para seguir siendo libres, las personas debe rebelarse contra el gobierno cada par de décadas. Para Hegel no hay libertad sin hábitos, pues el hábito proporciona la base sobre la que apoyar la libertad. El hábito gana tiempo para la libertad. El hábito es voluntad cristalizada en automatismos. El lenguaje es el nivel más alto del hábito.  El hábito almacena nuestro comportamiento futuro antes situaciones inesperadas. El hábito pertenece al reino de los virtual que Deleuze definió con la existencia real de lo posible. El hábito le da consistencia al ser humano, que sin ellos es un ser sin sustancia, sin contenido, permanentemente improvisador. En la búsqueda de cómo se adquieren los hábitos, Zizek llega al problema de cómo puede el sujeto observar toda la realidad, si él mismo forma parte de esa realidad. Esta imposibilidad es la frontera de la locura, lo que convierte a ésta en una parte constitutiva del ser humano. Se es potencialmente loco por esta imposibilidad de «mirarse la nuca». Así el hábito es la forma de estabilizar la locura. El hábito preserva de la locura. Como la máscara con la que aparecemos ante los demás es falsa, pero puede que más verdadera que nuestras sensaciones porque muestre una perversión inconsciente. Con el hábito se tiene un escape, pues, como dice Hegel «la verdad está en lo que dices y no en lo que quieres decir«. El auténtico loco sería aquel que rompe las convenciones y empieza a preguntar por las «verdaderas intenciones» del que emite una fórmula social. Así el sujeto saborea la nada que es, pues es un signo sin significado, esto es, un significante, cuya ausencia de referencia es la referencia misma. Es el poder del entendimiento que puede extraer una forma de su significado y despojarlo de él, dejándola libre para otro uso. Un juego en el que acecha la locura: si loco es el mendigo que cree ser rey, ¿no es más loco el rey que cree realmente que es un rey? ¡Cuidado con creernos los símbolos que somos!. (NOTA.- ¡Cuidado con prescindir de golpe de todos los hábitos en un gesto adanista!)

Sólo los animales humanos son acosados por espíritus de monstruosidad obscena. La razón es que su capacidad de generar universales es necesaria, pero también es un problema porque canaliza todo los temores. El animal no desborda la realidad, pero el ser humano sí, porque crea un mundo de universales con los que crear, pero también perturbar su vida. El individuo puede universalizar el mundo, tener el concepto de él y, al tiempo, ser estéril cualquier intento de incluirse él mismo, como particular, en esa totalidad. Así la universalidad es necesaria (para el conocimiento) e imposible (porque no se puede completar). Es la universalidad concreta de Hegel como fantasía de conciliación entre el universal y el particular. Por ejemplo, ningún estado cumple todas las características de la noción de estado. De hecho el particular que mejor cumpliría las condiciones sería una comunidad religiosa que ya no sería un estado, paradójicamente. Es la compleja relación entre el universal y el particular, siempre hay uno que niega su género. Si se diera esa conciliación se daría la autoobjetivación imposible del sujeto que se objetiva y se incluye en el universal mundi, que es propiamente la locura. El loco el universal se incluye en la realidad. El hábito, por su carácter virtual, potencial nos previene de la locura.

Zizek enfatiza el problema de la universalidad concreta, pues en él reside las dificultades del ser humano para cerrar el círculo de la verdad. Adolecemos de un punto de vista objetivo por nuestra inmersión en la realidad que, eventualmente, juzgamos. Por tanto cualquier búsqueda de la verdad parte de la parcialidad de lo que se diga. Y fingir que tenemos un punto de vista objetivo es el camino para alcanzar la universalidad abstracta. La universalidad concreta debe incluir al sujeto particular y contingente que la percibe. Al fina y al cabo, el concepto mismo de universalidad surge en un archipiélago de particularidades concretas. Sólo cuando el sujeto se deja atrapar por el contenido, se pierde el carácter abstracto de la universalidad. La universalidad histórica no es historicismo. No es pensar que cada época tiene su punto de vista y que ninguno es más legítimo que otro. El caso es que la abstracción nos envuelve y nos hace perder sentido directo de la vida. Uno podría ejercer cualquier profesión o consumir cualquier producto. Uno se percibe como profesional o consumidor en general, lo que nos hace vivir apartados del goce concreto, esperando la siguiente novedad. No poco ha contribuido el alejamiento cognitivo de los fundamentos tecnológicos de los productos y, en el caso de las profesiones, el alejamiento de los fundamentos científicos, para devenir solucionadores de problemas en un nivel abstracto, lleno de sentido común y recetas. Desde ese punto de vista el capitalismo es el gran sistema de universalización que absorbe la médula de los particular. Es un conflicto que, en su versión positiva permite al particular reivindicar más allá de localismos y al universal materializarse más acá de principios utópicos. Desde el punto de vista negativo, la universalidad se ve viciada, cuando implica el daño a seres concretos, y el particular se ve vaciado por el universal, cuando se ignora el valor de los históricamente adquirido.

Zizek cree que la universalidad concreta se da cuando el propio particular experimenta las fracturas de su universal. Los particulares más frustrados son los que con más fuerza reivindican el carácter universal. Menciona el caso de Freud y la pretensión de que «todo es sexo». Esta pretensión no puede nacer nada más de que el sexo es el aspecto de la vida más sometido a censura. Con el ejemplo del cine muestra como es la dialéctica entre universal y particular. Cuando el western entra en crisis aparecen las películas del espacio. Lo que ha ocurrido no es el nacimiento de un nuevo género, sino la generación de una subespecie de western, que ahora se desarrolla en el espacio. Zizek mantiene que ningún ente puede alcanzar su concepto sin que alguna de sus subespecies emerja rompiéndolo desde dentro y convirtiéndolo en otro. La versión idealista de un ejemplo, dice, es que siempre son imperfectos. En la versión materialistas, el ejemplo es más completo que la clase a la que representa amenazando al universal. En la Fenomenología del Espíritu cada forma histórica de la conciencia, al materializarse en una institución concreta, es socavada por esta. El concepto es universal porque reúne las características comunes de un «universo» de particulares, pero, al tiempo, es un particular, pues excluye otros rasgos que pueden ser reunidos bajo otro concepto. También la vaciedad del concepto que no es ninguno de los particulares concretos a los que abarca es simultáneamente la singularidad del yo que lo piensa, lo que, según Hegel, le da existencia la concepto. En el sujeto el concepto regresa a sí mismo, al convertirse en una abstracción pura sin contaminación de un particular cualquiera y, al tiempo, es un individuo empírico realmente existente y consciente de sí mismo, con lo que se niega como universal. Este movimiento especulativo no crea al sujeto de carne y hueso, pero si al yo «el punto vacío de referencia autorrelacionado que es experimentado por el sujeto como «sí mismo», como el vacío en el núcleo del ser. Una autorreferencialidad que explica el relativimos moderno en el que los discursos se reproducen en círculos cerrados problematizando el caso de la verdad.

No hay una sustancia estable, sino es la propia contingencia, caída, fallo, fracaso. Una recurrencia que paradójicamente convierte a la sorpresa en esperada. Algo así como que todo es contingente, excepto la contingencia misma. En la lectura lacaniana que hace Zizek es el No-todo femenino: «no hay nada que no se contingente, por lo que no-todo es contingente». Así pues la pretensión de flujo continuo se ve interrumpida por cortes, interrupciones e inversiones que retrospectivamente reestructuran todo el campo. Así ocurre con el discurso que requiere un final, que además, ilumina el significado de todo lo dicho hasta ese momento. Un ejemplo es la tautología que no proporcionando un significado adicional al sujeto crea, sin embargo, una profundidad imponderable «que escapa a las palabras».

En una de esas fintas que le caracterizan, Zizek, de la discusión entre universal y particular nos lleva a la de la univocidad del ser, que nos obligaría a estudiar a Duns Scoto y a Deleuze como poco antes de seguir. Si el criterio para distinguir entre seres ya no es la semejanza o la pertenencia a una especie determinada, si hemos de pensar en términos de potencia o de cuerpo sin órganos, de sopas originarias y fuerzas constitutivas, la cosa se complica. Zizek de momento utiliza la discusión para eliminar prevalencias entre esencia y apariencia, real y virtual o producción económica e ideología. Así se debería proclamar la virtualidad de todos los opuestos o de las distinciones metafísicas. No habría economía real (la de la fábrica) y virtual (la financiera): toda la economía sería virtual en el sentido deluziano. Esto es, influyendo en el presente a pesar de su evanescencia. De hecho, dice Zizek, la realidad sin la ficción se desintegraría. A continuación páginas de metáforas cinematográficas que te despistan, si no las ves como ejemplos de esa afirmación. En esas nos dice que sí el límite tiene prevalencia sobre lo que hay más allá, entonces no hay nada más que realidad fenoménica. Es decir, no hay más allá. El límite es la pantalla que «nos niega y nos protege» de cualquier acceso directo a la cosa en-sí. Es muy interesante su observación de que cuando vemos un espacio de ilusión en un escenario, estamos contemplando una realidad desdoblada, pero es la misma la que tenemos delante en la atmósfera ficcional que la que tenemos a nuestra espaldas. (NOTA.- nos sirve el símil del tiempo recordado y el imaginado que sólo son en el presente. Sólo hay un presente que recuerda e imagina)

El rechazo que Platón expresó hacia el arte como «copia de copia» debería llevarnos a la idea de que nuestro mundo es unívoco, pero recortado por la ficción en espacios donde vivimos la ilusión de la ilusión. Para paliar la falta de satisfacción del deseo propone buscar el goce en le esfuerzo por alcanzarlo. Es la conversión del fracaso del deseo en éxito. Paul Getty, al final de su vida tenía cinco amantes conviviendo con él. Ni siquiera en esas condiciones de perfección de la satisfacción conseguía superar su deseo insaciable. Realidad y ficción que son dos versiones de lo mismo, como el sujeto y el objeto, significa la convivencia por supervivencia de los vacío y lo excesivo. ¿Hay una estructura subyacente que explique esta duplicidad ontológica entre la carencia (la falta) y el exceso (la curvatura)? Hay un vacío falso que es el del reposo imposible, metafísico y natural y otro real, que es el del equilibrio en movimiento, rupturista . Zizek sugiere que la diferencia entre esos dos vacíos puede ser el principio del universo. El proceso dialéctico hegeliano sería el paso repetido de la sustancia (falso vacío) al sujeto (verdadero vacío). En el principio no habría un Uno sustancial, sino la nada como proceso, que cuando se autorrealiza multiplica los unos. La nada no es negación de algo, sino negación de sí misma.

RESUMEN

En esta parte de su libro, Zizek nos asoma al límite de la razón que puede ser llamada locura. Y llama la mayor locura a prescindir de la responsabilidad de sujetos inmanentes y delegar la responsabilidad en Otro. Para ello trata la necesidad de violar y respetar el hábito. Violarlo para asomarse al pensamiento libre y respetarlo para no caer en la locura del vacío. El hábito sustenta y limita la libertad. La libertad de no distinguir entre realidad y virtualidad para salvar «toda» la realidad, todo lo que hay. Así la ficción vendría a sostener la realidad, que sin ella, se desintegraría. La ficción también es realidad, laboratorio de realidad. Menciona de pasada la idea de que haya algo subyacente a la realidad y la virtualidad generada por la mente. Acaba citando sin mencionar a Paul Dirac en una idea que gusta mucho a Zizek: dado que somos inmanencia, sólo la nada y su negación puede generar algo. El pensamiento tiene que acabar construyendo la ficción que explique la no ficción de forma consistente.

 

 

 

 

El final de ETA

El Diccionario Oxford le concedió a la palabra «postverdad» la condición de palabra del año 2017. En España, para ese mismo año Fundéu propuso la palabra «aporofobia», que significa odio a la pobreza. Si se puede proponer una palabra para este año, yo propongo «relato». Obviamente no porque sea una palabra extraña o nueva, sino porque está siendo muy usada y ese debe ser el mérito para el reconocimiento.

Todo el mundo quiere tener relato. Hay periodistas que pueden llegar a mencionar la palabra cuatro veces en una misma frase. La paladean como un caramelo sabroso y nuevo por el poder que le concede ser portadora de algo realmente nuevo: que es legítimo que cada uno se monte la película que quiera y que, en los tiempos modernos, la lucha no es entre ejércitos, sino entre relatos.

Obviamente, esto no es casualidad, sino el resultado de dos grandes corrientes de pensamiento desde el siglo XIX: una es la relativista que propone que todos los puntos de vista son legítimos y otra la historicista que legitima la construcción a posteriori de la narración de los hechos que mejor se adapte a las necesidades psicológicas de los que emiten y reciben el relato. A estas dos fuerzas malamente asimiladas por las sociedades modernas, se añade la necesidad que cada uno tenemos de tener pensamientos agradables en vez de ser asaltados con la negrura de afrontar la propia responsabilidad.

Todo esto viene a cuento del llamado final de ETA, esa banda de asesinos a los que el combustible ideológico le duró hasta 1978, cuando habiéndose dotado el pueblo español de una constitución a la altura de los tiempos, siguieron matando en nombre ahora, no de una supuesta lucha contra el tardofranquismo, sino de una república socialistas, racialmente pura, geográficamente unida, lingüísticamente uniforme y, ahora nos enteramos, miren qué modernos, no patriarcal. Aquí estamos escuchando un «relato» que justifica sesenta años de crimen como un efecto indeseable, pero inevitable, de una lucha noble para avisar que la película sigue, tras el beso de los protagonistas, por otras formas de acción. Y tienen la santa barra de que ese último comunicado se le encarga a un mamífero (ternera) con las pezuñas llenas de sangre inocente.

Pero, claro, quién soporta cada noche haber apoyado, planeado o ejecutado crímenes tan inhumanos si no cuenta con un «relato» que le permite dormirse pensando «tranquilo, Josu, no se deja de usar el coche por que haya accidentes. Nuestra causa no podía ser sin hacer daño. Además este daño no ha sido inútil. Ahora nos respetan y ya no es necesario disparar, ahora nos haremos, desde la legitimidad de nuestra sacrificio heroico, con la voluntad de la gente para construir la patria desde las instituciones».

«La revolución de un pueblo pletórico de espíritu, que estamos presenciando en nuestros días, puede triunfar o fracasar, puede acumular miserias y atrocidades en tal medida que cualquier hombre sensato nunca se decidiese a repetir un experimento tan costoso, aunque pudiera llevarlo a cabo por segunda vez con fundadas esperanzas de éxito y, sin embargo, esa revolución —a mi modo de ver— encuentra en el ánimo de todos los espectadores (que no están comprometidos en el juego) una simpatía rayana en el entusiasmo, cuya manifestación lleva aparejado un riesgo, que no puede tener otra causa sino la de una disposición moral en el género humano«

Esto lo escribió Kant arrebatado por el acontecimiento que supuso la Revolución Francesa. Igual han pensado muchas personas honradas en nuestro país de la Revolución de Octubre de 1917, la cubana de 1959, de la marcha sobre Roma de 1922, la noche de los cristales rotos de 1938 o de la Revolución Cultural de 1960, todo ellos actos que trajeron o ejercieron una enorme violencia para cambiar la situación política en un determinado país.

Este entusiasmo aparecía como más puro y justo a medida que aumentaba la distancia entre el observador y los acontecimientos. Entre otras cosas, porque la distancia amortigua los gritos de horror, el olor acre de los explosivos, la agonía de los heridos y el silencio de los muertos. De este modo, queda aislado el objeto abstracto para la reflexión política más o menos torpe.

Muchos políticos extranjeros y parte de la prensa internacional, incluida la nuestra cuando el acontecimiento ocurre en otro país, mira con curiosidad y con la emoción de un hecho deportivo cualquier horror, siempre que esté suficientemente lejano. Igual que Kant, que fue el primero en manifestarlo con la ingenuidad del primerizo y por eso lo perdonamos, ellos también acuden a certificar la llegada de la paz invitados por el lobo olvidando a todas las víctimas de su ferocidad. Por eso, el acto de ayer en Cambo-Les-Bains es tan anacrónico y actual; tan lamentable y natural al tiempo. Por una parte es la representación de ese espíritu abstracto que cree estar del lado justo que redobla su honestidad al «renunciar a la violencia voluntariamente» a pesar de la «justicia» de sus fines. Por otra, es la terrible constatación de que la distancia siempre permitirá negociar con la muerte, como hizo Kofi Annan con la matanza de los Tutsi.

El expresidente del Sinn Fein Gerry Adams, el exjefe de Gobierno irlandés Bertie Ahern y el ex asesor del primer ministro británico Toni Blair, Jonathan Powell, el fundador del Partido de la Revolución de México, Cuauhtemoc Cárdenas, y el exdirector del Fondo Monetario Internacional Michel Camdessus, a los que se suman Andoni Ortuzar del PNV, Arnaldo Otegi y la representante de Elkarrekin Podemos, Eukene Arana han sido ahora los muñecos que la historia ha puesto en escena para dotar de honorabilidad (sin conseguirlo) a la mutación de una banda de asesinos tóxicos en políticos en el exilio o en un injusto encarcelamiento. Se entiende, pues la ignominia y la infamia es dura, pero ese será el destino de ETA en la historia universal, por mucho que, como tantos movimientos irredentos, dominen el arte de tergiversar los hechos.

Si alguien cree que con el burdo acto de hoy en Cambo-les-Bains se acaba la historia que recuerden que, casi ochenta años después del final de nuestra Guerra Incivil, todavía estamos a vueltas con cosas que deberían haberse resuelto hace treinta. El relato se filtra en nuestra mente, nos intoxica (a cada uno el suyo) y no predispone a sentir nausea cuando escuchamos el relato de otro. Sólo hay una salida a este laberinto y es la paz. Sólo la paz marchita los relatos. La paz civil y la de los cementerios. La primera para obligar a aparcar la propia versión porque estorba a los afanes diarios y la paz de los cementerios que consigue que aquellos más recalcitrantes en violentar la civilidad simplemente desaparezcan pacífica pero ineluctablemente. Un sólo criterio debe prevalecer: no hacernos daño físico a cada uno, ni psíquico a los que sufrieron las pérdidas irreparables ofendiendo la memoria de los suyos. Y ahora ¡a trabajar por una España castellana, catalana, vasca, gallega y andaluza, extremeña, norteña y levantina, continental e isleña; blanca y mestiza, masculina y femenina; educada y civilizada; científica y atenta a los retos auténticos, aquello que configuran el único relato que debía interesarnos. Entre tanto, unos desocupados con dieta se hacen esta foto que parece el reencuentro de ex alumnos de un colegio de pago, tras años de feliz despiste por los foros internacionales sin acercarse donde está grabado a fuego el nombre de 867 personas de todas la edades asesinadas en nombre de una pesadilla.