Olivia, tres años

Mi nieta Olivia ya tiene tres años. Los cumple hoy día veintitrés. Es, pues, día de repaso de su evolución. Un capítulo de su biografía vista desde los ojos de su abuelo. Hay que decir que ya tiene más palabras de las que puede gestionar. Capta todo lo que escucha, pero todavía no lo tiene bajo el control de su aguda inteligencia. Algunos verbos los maneja de forma muy divertida. El que más me gusta es el uso que hace del verbo «poner» cuando dice: «¿Abuelito, me ‘pongues’ los zapatos?«. Todo se andará, pero va a ser un fenómeno lingüístico, que nos va a «pongar» a todos a pensar.

Su carita va tomando forma y se está decidiendo por ser más Galián que Garrido, Borja o López. Tiene una mirada pícara y está afirmando su yo a base de resistirse y comprobar nuestras reacciones. Así se va haciendo con un catálogo de herramientas de conducta muy práctico que irá almacenando en alguna parte. Todos estamos alrededor diciendo o pensando: se parece a A, o a B… Preguntas del tipo: «¿yo era así de pequeño o pequeña?» llegan de sus padres y respuestas del tipo «…pues sí, o… pues no» llegan de los abuelos.

Ha dejado la guardería y ha empezado el colegio, lo que le da perspectiva para sentirse mayor respecto a otros bebés. Juega con las expresiones «Porque yo soy mayor…» y «Es que yo no soy pequeñita…» Los adultos nos servimos de este rellano de su evolución para que adquiera responsabilidad. Le gusta balancearse en el columpio y pide más y más arco volando con cara de gozar de la velocidad. Dice «abuelito» y «abuelita» con dulzura. Le gustan los desafíos, como usar las escaleras en vez del ascensor y abrir las puertas porque ya llega a la manilla. También ha aprendido a excusarse de las faltas con un «…es que, es que…«. Ya vemos aquí casi todos los resortes de la conducta humana para escurrir el bulto, por lo que sus padres luchan para que comprenda la necesidad de dar cuenta de sus actos.

Está en plena socialización con los de su altura, competidores naturales del espacio que toda persona aspira a gobernar. Ya se pasa muchas horas en su colegio y nos hace a los abuelos maternos preguntas comprometidas como «¿Tú comes animalitos…?«, pues ella está siendo educada en el vegetarianismo, lo que le ahorrará el siempre difícil abandono de los hábitos que nuestra generación heredó. También tiene ahora competencia en su casa, una hermanita, Claudia, con la que tiene que compartir el inagotable amor de sus padres y abuelos. Ella no sabe que nunca disfrutará de un gramo menos de amor porque vea besar a Claudia por los que hasta hace poco se dedicaban sólo a ella.

Ya sabe ser seductora. Te mira con sus ojos azules y una sonrisa que promete una futura inteligencia y potente capacidad emotiva. Se mueve en cuanto suena una nota y disfrutará con la música, la que ya se conoce y esa música que aún no conocemos porque está todavía misteriosamente latente en genios que aún puede que no hayan nacido.

Parece mentira todo lo que cabe en la conducta de una niña de tres años, porque nada sabemos de sus pensamientos. Probablemente, su pensamiento no pueda estar todavía muy lejos de su expresión externa. Por eso, todo está a la vista, porque no puede haber cálculo ni doblez en su comportamiento. Todavía no habrá aprendido a esconder los pensamientos que broten en su conciencia, desde su cuerpecito y sus experiencias.

En fin, una época de claridad y confusión alternadas que provoca sentimientos de asombro por su explosión lingüística , alegría por su espontaneidad y escozor cuando en su vértigo cinético elude un abrazo.

Aquí estamos los adultos expectantes ante su desarrollo, sabiendo que es limitada nuestra capacidad de conformar su alma para que mañana no pueda respirar en la aspereza, la adustez, la intemperancia, la ignorancia, el egoísmo y la tristeza como consecuencia de que haya vivido en una atmósfera de ternura, educación, serenidad, cultura, generosidad y alegría.

El planeta y sus enemigos

La Guerra de los Mundos de George Wells se publicó en 1898, cuando España se deprimía por haber dejado de ser un imperio donde no se ponía el Sol para ser una nación en la que apenas salía, ensombrecido con tanto pesimismo. En esa novela se fijó culturalmente la idea de que los enemigos del planeta Tierra han de venir de fuera. Funesta idea que nos ha distraídos unas cuantas décadas, pues los enemigos, como suele ocurrir, estaban dentro. Supongo que fue la explosión de la Enola Gay sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 el primer acontecimiento que hizo que la humanidad tomara conciencia de que, además del Krakatoa, también ella podía alterar sustancialmente la vida del planeta. El ecologismo como tal tuvo su predecesor legítimo en la obra del naturalista Ernst Haeckel (1834-1919) que, además bautizó a la nueva disciplina con el nombre de eco (en griego, oikia=casa) logía (en griego, logos=ciencia). Es decir la ciencia de la casa (común). Siendo un movimiento relativamente marginal, ha resurgido como fuerza política en algunos países europeos y, desde luego, es el núcleo de mucho movimientos de voluntariado como Greenpeace, creada en 1971.

Hasta ahora ha sido un movimiento visto con curiosidad por el gran consumidor, en que la tecnología aplicada a la producción capitalista, ha convertido a unos dos mil millones de habitantes del planeta. Un movimiento de idealistas, adanistas que anhelaban prolongar el espíritu hippy surgido con la explosión de entusiasmo neo-comunista que fue mayo de 1968. Neo, por surgir medio siglo después de la revolución de Octubre del 1917 y comunista porque, ignorante aún de los crímenes producidos en el régimen estalinistas y por producir en China o Camboya, aspiraban a una bucólica vida en común pacífica y llena de amor impostado. La memoria es débil y la ignorancia fuerte, pues un siglo antes ya habían fracasado los intentos del socialismo utópico de Charles Fourier o Robert Owen.

Entre tanto, la corriente político-económica liberal había impuesto su programa en las constituciones y en el impulso industrial que cerró un capítulo en 1929. Tras la II Guerra Mundial, el liberalismo político moderó al socialismo triunfante y el socialismo moderó la desigualdad del liberalismo periclitante. Pero no pudo con el brillo y la seducción de su oferta de productos necesarios o superfluos que inundó el mundo occidental recién descubierto el poder explosivo del consumo interno. Un cuerno de la abundancia se derramó sobre unos países que lo disfrutaron para sí y para desestabilizar el magro mundo del consumo tras el llamado telón de acero, que separaba la abrumadora producción occidental de la pobreza oriental. Pero, tras el colapso soviético y la caída del caballo del extraño régimen comunista chino, Asia, desde Moscú a Yakarta, se ha sumado al consumo universal que se está comiendo el planeta por los piés. Se libra África por pobre y cochambrosa políticamente, pero todo llegará.

El mundo produce todos los años unos 80 billones de dólares de los que más o menos la mitad van al consumo, que dividido entre los 4000 millones de adultos del mundo tocamos a 10.000 dólares por cabeza todos los servicios públicos incluidos. Pero, como 400 millones de habitantes de los países avanzados obtenemos el 80 % de esa producción hay 3600 millones de adultos que potencialmente se pueden sumar al consumo con consecuencias impredecibles. Si con esta fracción de lo que podemos considerar la normalidad de entrar todos los días con una bolsa de plástico y varios recipientes en nuestra casa tras consumir unos litros de combustible, hay un «continente» de residuos en alta mar y se acumulan los residuos nucleares y los metales por toda la corteza terrestre, qué esperar si esto se convierte en el estándar de vida de una población diez veces mayor. Lo cierto es que, cuando creíamos haber llegado a la utopía de Moro, Campanella y Huxley al mismo tiempo, la realidad nos despierta ante el hecho incuestionable de que somos unos organismos cuyo cuidado natural produce residuos naturales, pero cuyo cuidado sofisticado produce residuos que se resisten a recuperar su estructura original en el humus de la tierra.

Siendo así las cosas, la comunidad científica un buen día, nos dijo que la emisión de dióxido de carbono producido por la combustión de aquellos fósiles que el pasado nos legó, está desequilibrando el saldo de este gas en la atmósfera, creando una capa que dificulta el equilibrio térmico del planeta y produciendo, en consecuencia, su calentamiento; lo que deriva en, además de contaminación insalubre en nuestras ciudades, catástrofes tan preocupante como la fusión del hielo de los polos del planeta.

Este gráfico, que expresa el intercambio en gigatoneladas de CO2 entre la Tierra y su atmósfera, nos debe prevenir de los argumentos tipo «más CO2 emite la naturaleza» o «el Amazonas lo están quemando los indígenas para obtener ayudas«. Voces que me sirven para inaugurar otra sección de este artículo: la de la lucha por utilizar algo tan grave como arma de las respectivas posiciones políticas.

Tal parece que la posición ideológica contamina – nunca mejor dicho – los argumentos de los contendientes en algo de esta relevancia. Hay dos grupos en contienda, pero no son homogéneos, pues están formados por una minoría política y económica, de una parte, y una mayoría de gente que, como estamos ocupados con nuestras cosas, prestamos una atención parcial a pensar en el asunto y una entrega total a las ideas que nos llegan de la minoría. Son pocos y débiles los que estudian la documentación para saber el estado de la cuestión y son pocos y fuertes los que, sabiendo lo que pasa, están dispuestos a decir la verdad.

Aclaramos antes que no es lo mismo la simple contaminación que el Calentamiento Global, el Cambio Climático o la Emergencia Climática. La contaminación es insalubre, como mostró el ejemplo de la «niebla» londinense asociada «románticamente» a los estragos de Jack el destripador, pero durante mucho tiempo fue un asunto municipal sin más trascendencia. Pero, el Calentamiento Global alude al aumento de la temperatura de la superficie de la tierra y los mares como consecuencia del obstáculo que supone para la liberación de calor al espacio exterior el aumento de la concentración básicamente del gas dióxido de carbono proveniente de la combustión de combustibles fósiles en forma de derivados del petróleo y el carbón. El Cambio Climático es debido a que el Calentamiento modifica los procesos dinámicos que garantizan los ciclos climáticos produciendo nuevas formas de catástrofes como la subida de las aguas porque se derriten los polos helados. Finalmente, la Emergencia Climática, hace referencia al estado de opinión (y emoción) de los que piensan que es necesario iniciar con urgencia acciones que reduzcan el Calentamiento y su consecuencia en forma de Cambio del Climático. El Calentamiento Global lo discute ya poca gente, entre la que, desgraciadamente se encuentran gobernantes tan relevantes por su potencial influencia negativa en el control de la situación como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Otro tipo de gobernante, conociendo la situación no niegan, pero otorgan por el interés de sus países, como los de Rusia, China o la India.

Es este estado de ánimo están masas crecientes de la población. Pero el espíritu conspiranoico no cesa y ve en todas las reuniones que se promueven para movilizar espíritus «verdes» la acción de los «poderes ocultos», como si los poderes necesitaran ocultarse para conseguir sus propósitos. Es una forma de pensar ventajista, pues si antes se saboteaban supuestamente soluciones como el motor de agua (está el agua como para tirarla), para que no sustituyeran a los motores de explosión, era una conspiración fordiana y si ahora se rechaza el motor de explosión para sustituirlo por el eléctrico, es una conspiración de la energéticas y así sucesivamente. La COP25 reunida en Madrid accidentalmente este diciembre es una conspiración política para que nos alarmemos y una conspiración de los vendedores de moquetas. El caso es que el si el consumo de 400 millones de personas ha producido el problema que ya nadie rechaza, si no es con un grosero cinismo, qué se puede esperar cuando la capacidad productiva fuera optimizada si se financiara.

La inteligencia empresarial del mundo sabe ya que debe cambiar el paradigma productivo, lo que tendría la ventaja adicional de bajar el petróleo a costes de saldo y dirigir la energía a problemas más importantes que ir a la moda; las compañías de aviación ya saben que el low cost tendrá que pasar a ser low fly; las empresas de ropa, muebles o electrodomésticos que tendrán que sustituir la obsolescencia por el gusto en conservar. Toda una revolución que tendrá que dirigir la capacidad productiva a otros focos humanamente más enriquecedores que el vértigo de la producción y sustitución rápida de productos para generar residuos masivos. Creo que seremos capaces. La humanidad tiene inteligencia a largo plazo, aunque no la tenga a corto plazo. Pero todavía el agobio debe llegar a masas despistadas como las brasileñas o las estadounidenses, y la democracia a masas aún sometidas, como las chinas, para que obliguen a sus dirigentes a cambiar el rumbo. Cambio que no va a evitar la locura de la competencia por influir geoestrategicamente en el mundo, ni va a acabar con el fanatismo religioso en algunas culturas, ni con los enfrentamientos identitarios más o menos justificados, ni…, pero al menos se respirará bien y no tendremos que vivir de verdad, las catástrofes que tantas veces el cine ha representado de forma cada vez más realista.

De modo que, amigos del planeta, hay que seguir porfiando para que los enemigos del planeta, si quieren, que aspiren en las chimeneas de sus hogueras y nos dejen a los demás luchando por la vida, sus frustraciones y logros como siempre, sin tener que estar preocupados además por si un día no puede uno levantarse ni siquiera malhumorado. Si estuviera en Madrid hoy día 6 de diciembre de 2019 iría a la manifestación sobre el clima, incluso aunque esté esa niña que debería estar en el colegio y anda por aquí porque sus mayores no están cumpliendo con su deber. Incluso aunque algunos se empeñen en negar lo evidente porque, antes que ellos, los «progres» se han adherido a esta causa, cuando debería ser de todos. Una actitud infantil que tiene su imagen especular en aquellos que rechazan a los «fachas» porque defiende el único sistema económico que ha acabado con la pobreza. Pero bueno, al fin y al cabo, a los que ahora les incomoda el ruido por la llamada Emergencia Climática, disfrutarán de sus logros con nosotros también, de la misma forma que se enfadaron por el matrimonio gay y ahora se casan ellos; se enfadaron por la constitución y ahora sólo es de ellos solos; se enfadaron por el aborto y resuelven sus errores domésticos abortando sin salir al extranjero; se enfadan cuando ven emigrantes y se lucran con su trabajo; se enfadan cuando se ponen restricciones al tráfico en una ciudad y ahora se quedan con el éxito. En fin, se ya les pasará el enfado, pues también son de los nuestros o, al menos, de los míos.

¡Viva la Constitución!

El orden democrático y liberal, que el siglo XIX alumbró y el XX consolidó para muchos países, llegó al nuestro en 1978. Ese año tras una costosa transición liderada por el rey Juan Carlos I, que se comportó entonces como un rey de hoy, se consiguió evitar el peligro del continuismo. Un continuismo deseado por los franquistas que utilizaban a los cuarteles para amedrentar la extraordinaria transformación que se estaba gestando desde que el dictador Francisco Franco murió, no en su cama como se suele decir para resaltar que no fue derrocado, sino en la del hospital La Paz.

A partir de ahí se activaron las conspiraciones y las inquietudes. Pero El rey Juan Carlos, tan criticado ahora por comportarse como un rey de antes, identificó, primero, y nombró después, ayudado por Torcuato Fernández Miranda, a quien había de ser una figura clave del proceso de transición a la democracia: Adolfo Suárez González, no confundir con un despistado llamado Adolfo Suárez Illana, que anda por el parlamento diciendo cosas muy raras. El genuino Adolfo Suárez, formado para llevar camisa azul y chaqueta blanca, tuvo la agilidad de hacerle un regate a la historia e instalarse en ella con gran desenvoltura vestido de traje gris y corbata. Hombre simpático y fumador pertinaz (como hubiera dicho Franco), fue capaz de cumplir el encargo del rey de cambiar la faz constitucional de nuestro país. No era fácil por la amenaza continua, como un zumbido molesto, que emanaba de los cuarteles; tampoco era complicado por lo mucho que se podía y él era capaz de ceder para normalizar el país, desde el carácter cuasi medieval del ordenamiento dinámico, en lo nominal (el Movimiento Nacional), y estático en lo funcional, del régimen que falleció en la cama del hospital.

Normalizado el espectro político pues, como ahora, teníamos socialistas, conservadores y extrema derecha, nos faltaba la extrema izquierda histórica que representaba el comunismo. Llegó, pues, el momento de establecer, no Fueros, ni Principios Fundamentales, sino una constitución moderna que nos llevara, de golpe, a donde ya estaban las monarquías constitucionales y las repúblicas europeas y americanas desde hacía un siglo.

Así empezó el proceso constitucional que debía establecer el marco general de nuestra forma de convivir y gobernarnos para mucho tiempo. El documento vió la penumbra de la vida española de entonces el 6 de diciembre de 1978 al aprobarse en el referéndum en el que votamos todos aquellos que quisimos. Otros, dada su relación directa o con Dios o con la diosa Razón, desdeñaron hacerlo. Después de aprobada la constitución, ETA mató a nueve personas en los 25 días que quedaban para que acabara el año, incluido el día de nochevieja. Y ello a pesar de que, como siempre que se inaugura un régimen, un año antes se había dictado una ley de amnistía que lavaba todos los crímenes cometidos con anterioridad, incluidos los de la dictadura y los de ETA o el Grapo, aquel heavy grupo de la ultratumba política que aparecía, de vez en cuando, para hacer un secuestro sonado o cometer un crimen incomprensible. Así la democracia nacía acorralada entre el crimen cavernícola y la amenaza uniformada, cuando pensaba que su perdón y su propósito de emprender una nueva vida sería entendido por todos. No fue así, y dos años después un teniente coronel intentó derribar la democracia y a su superior, el Teniente General Manuel Gutiérrez Mellado, sin conseguirlo, pues no pudo ni con la una ni con el otro. Todo quedó en un ridículo para los rebeldes y en un susto para todos, menos para Suárez y Carrillo que aguantaron erguidos el tableteo del subfusil contra el techo del hemiciclo del Congreso de los Diputados. Estruendo que nos dejó helados a los que escuchábamos por la radio la votación para elegir nuevo presidente del gobierno, tras la ejemplar dimisión de Suárez, quien, a partir de ese momento se fue fundiendo al blanco de su mente cansada.

Poco después, en 1982 España se normaliza, en lo que a los sobresaltos estructurales se refiere, con la llegada al poder de los socialistas y Felipe González. Porque los sobresaltos de ETA nunca pasaron del carácter de motín criminal, sin más categoría que la que puedan tener los grupos mafiosos en otros países. Mucho dolor y escenas de humo y terror que, de forma sistemática, monopolizaban los titulares de los medios de comunicación; pero poca eficacia política, a pesar de que un despistado Aznar llegó a llamarlos «Movimiento de Liberación Vasco» sin que se le ulcerara la boca.

Pero la Constitución ya estaba haciendo su labor callada de umbral que no podía traspasar los disparates o los aciertos de la acción política cotidiana. Así los socialistas en el poder emprendían la transformación industrial desde las obsoletas instalaciones de los últimos ecos de la siderurgia del pasado y, también, nada menos que la inclusión de España en los grandes foros de gobierno del mundo, como la OTAN y la entonces llamada Unión Económica Europea en 1986. Pero, al tiempo, se financiaron ilegalmente con prácticas burdas de emisión de facturas falsas y, peor aún, quisieron tomar un atajo en la lucha contra ETA, cometiendo crímenes de Estado que acabaron con un ministro y un secretario de estado en la cárcel. Que, por cierto, fueron amnistiados antes de que se hicieran la cama en la celda. Para entonces, conspicuos enemigos de la Constitución se habían ya convertido a la religión civil que permite la convivencia pacífica y proporciona la fuerza para resistir envites tan formidables como los del cotidiano terrorismo.

En 1996, el partido conservador, emanado del refugio de los franquistas más razonables que fue Alianza Popular, gana las elecciones cuando los errores de Felipe Gonzáles pudieron más, en el ánimo de la gente de izquierdas, que los aciertos innegables. Para ese momento España era muy diferente ya con la ayuda económica de Europa y la serena Constitución haciendo su labor por debajo y por encima de nosotros. La estructura jurídica del país funcionaba a pesar de los manejos de la política de manta y navaja que trataba de manipular a los jueces a favor y en contra de esto y aquello. Notable fue cómo González, en 1983, dobló el brazo del buen criterio del presidente del Tribunal Constitucional, Manuel García Pelayo para que eximiera al Gobierno en el caso Rumasa.

Pero en la nueva égida de Aznar se empezó a gestar la irresponsabilidad económica cuando puso al frente de la economía del país a un vicepresidente que, ahora, está en la cárcel. Así se desarrolló un verdadero laissez-faire financiero en el que saltaron todos los mecanismo de seguridad, desde el Banco de España a la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores). Una época en la muchos políticos creyeron que sus «desvelos» por el bienestar del pueblo debían de ser compensados y extendieron la mano para cobrar de todos los empresarios que «sin méritos» obtenían contratos con las administraciones que presidían. Así se han llenado las cárceles de presidentes de comunidades autónomas del Partido Popular y, recientemente, para hacerles compañía, de uno del Partido Socialista, aunque aún a la espera del recurso ante el Tribunal Supremo. Época de disparate económico que no corrigió la llegada al poder, de nuevo, del socialismo, por los errores y mentiras del último gobierno de Azar al gestionar el terrible atentado del 11 de marzo de 2004. Un nuevo gobierno que no supo parar la artificial euforia económica, pero que dejó leyes que escandalizan a unos y que hacen felices a otros, como la referente a la llamada Memoria Histórica y el matrimonio homosexual, además de la ley de dependencia. La falta de prudencia en la gestión económica hizo a este gobierno cómplice de su adversario precedente. Lo que se remató con la única reforma realizada hasta ahora de la Constitución que nos ampara. La pobre fue reformada en el mes de los virgos, entrando ya en el de los libra con un consenso que sólo el miedo a la ruina económica pudo suscitar.

Pero ahí ha seguido la Constitución, como la puerta de Alcalá. Y aún resiste, a pesar de que tiene más enemigos que nunca, pues así es la vida, cuando se estaba saliendo de la crisis, se entró en la zozobra. El gobierno de Mariano Rajoy equilibró el barco de la economía, a costa de los jóvenes sí, pero lo hizo, acabando con las sospechas de que España fuera un país insolvente. El costo ha sido alto, pues cincuenta mil millones de euros se han ido por el sumidero bancario, lo que implica carencias sociales a las que ya veremos si el nuevo gobierno, que se supone tendremos en 2020, sabe poner remedio en medio de la emergente parálisis de la economía mundial. La zozobra mencionada proviene del nuevo ataque a la Constitución, que sus propias previsiones ha conseguido parar, de momento, con la sentencia del Tribunal Supremo por la sedición cometida por algunos políticos catalanes. Una inquietud resultante del crecimiento artificial del independentismo catalán debido a la falta de cintura del gobierno de Rajoy cuando tuvo en su despacho a un todavía nacionalista moderado Artur Mas en 2012. Un movimiento independentista que tiene la pretensión, nada menos, que independizarse ilegalmente de España. Una pretensión peligrosa como pocas que sustituye con sutileza al burdo ataque del independentismo vasco de antaño.

En fin, un texto legal que pudo con el terrorismo vasco, con el golpismo militar y la mayor crisis económica y social desde el crack del 29, seguramente podrá con la emergencia del populismo de izquierda y derecha, además de con los intentos de desestabilización en Cataluña. Intentos seguidos con emoción viscosa desde otras partes de España para ver si sacan la tajada de pasar de presidentes de poco a presidentes de nada, comprometiendo la vida pacífica de todos. La vida, la sagrada vida sin las emociones de las banderas y los gritos de «a por ellos»; la vida cotidiana que reserva sus preocupaciones para sus jóvenes y sus mayores; en fin, la vida que piensa en las personas y sus cuitas diarias, en sus sueños y sus esperanzas. Una vida que la Constitución española de 1978 ha garantizado y que garantizará en un marco civilizado si no es arrastrada por una erupción de irracionalidad siempre posible por el olvido del sufrimiento de antaño, pero siempre indeseable por el recuerdo de la felicidad de las dos generaciones que la hemos disfrutado.

Por eso, por todo eso, juro y prometo la constitución.