¿Qué votar en las generales de 2019?

Votar en tiempos del caciquismo era una cosa, hacerlo en tiempo del bipartidismo era otra y, desde luego, es muy diferente hacerlo hoy en día con el cromatismo político convertido en un arco iris. El voto antiguo es un voto por una opción en la que el individuo encuentra satisfacción a las tres dimensiones que constituyen al ser humano: la económica, la social y al espiritual. Con la primera busca protección y, si todo va bien, goce extra; con la segunda satisfacción en las peculiaridades del comportamiento, como las preferencias sexuales, la igualdad de oportunidades en educación o de trato según géneros, el derecho a la salud, la libertad de relaciones sentimentales, etc…; con la tercera el derecho a la expresión de las esperanzas personales en formas institucionales, ceremoniales o de culto a un dios o a la naturaleza.

Con el voto en la mano cree estar eligiendo a quien mejor parece que va a defender su versión de esta tres dimensiones. Ese voto, acumulado a los de muchos, que no coinciden con él es todos los extremos, lleva al poder a una opción u otra y, entonces, empieza el drama de las decepciones por esta o aquella decisión de gobierno. Pero ahora no estamos en la fase de las decepciones, sino en la fase de la ilusión o, mejor, del ilusionismo: una mentira por aquí, una media verdad por allá o una exageración por acullá, para que el elector, o se lo crea, o razone de forma práctica pensando «qué más da, lo que me interesa es éste o aquél aspecto de sus promesas» o, más allá, «qué más da, el líder hará lo que su partido diga pues él es un monigote«.

Bueno, veamos, una vez que se ha acabado la fase en la que un partido «ganaba las elecciones» con 160 escaños y el otro partido se allanaba y cambiaba la mentalidad para convertirse en oposición, ha llegado la fase de «ganar no es fundamental, sino gobernar«. Esta nueva situación le da una relevancia al resto de partidos que antes no tenían ya desde la campaña, pues creo que por primera vez un partido importante ofrece alianzas antes de la elecciones, como ha hecho Ciudadanos al PP.

En otros países no sé, pero en el nuestro han acabado con el bipartidismo dos accidentes: la crisis económica y la crisis territorial. Sin ellos, seguiríamos estables en nuestra política. Pero, quizá, lo más relevante es que, una vez que la gente hemos decidido seguir el juego que se nos propone, es necesario, en mi opinión, cambiar la forma del voto. En vez de votar a un sólo partido debería ser posible confeccionar el guiso de la gobernanza repartiendo el voto en proporciones diversas. Así en la papeleta habría un campo para el partido escogido y, al lado, otro para el tanto por cien que se le quiere atribuir al voto emitido. Algunos podrían decir: 75 % al PSOE, 10 % a Podemos, 10 % al PP y 5 % a Cs; otros dirían: 60 % al PP, 20 a Cs y 20 % a Vox. Y así hasta el infinito. Estamos en tiempos de computación y no hay que tenerle miedo a esto. Si, además, le damos escaño al voto en blanco, el panorama sería abigarrado y variopinto.

Como esto no es posible, de momento, creo que tenemos un problema, porque por una de las dimensiones de las que hablaba al principio, se puede entregar el voto entero a una opción descabellada, de los que nos arrepentiremos luego, al ver que eso no completa nuestras aspiraciones. No digamos si lo hacemos seducidos por una hora de parloteo en un debate de éste o aquél. Por eso, mi propuesta es que se vote a opciones ómnibus, como PSOE y PP, cada uno a la suya según el centro de gravedad de su vida. De esta forma se compran antibióticos de amplio espectro, que pueden dar respuesta a muchos problemas a los que las opciones radicales no pueden por la estrechez de su mirada. De la falta de honradez del comportamiento de estos grandes partidos ya hemos visto que saben ocuparse los jueces. Se dirá que es la solución clásica, pero todavía suenan bien Mozart y Haydn ¿no?

Debates

Todas las mañanas cuando salimos de casa no vemos reflejados en espejos. Espejos físicos para que el pelo esté en su sitio y la camisa no esté abrochada al tresbolillo. Pero también los espejos figurados que son los demás. A lo largo de nuestro trayecto hay miradas de aprobación, indiferentes o de desaprobación de conocidos y miradas de soslayo de desconocidos que no sabemos si son por que les atrae nuestro aspecto, o porque llevamos calcetines de color distinto.

Un debate es el super espejo de la mirada de millones de personas que se concentran en el ojo oscuro de la cámara. ¡Qué agobio!. El cuerpo se envara, la mente se bloquea, hay que tirar de frases hechas o nuevas pero memorizadas. Controlar los gestos, los vaivenes de las ideas y, sobre todo, las emociones. Es peligroso tanto transmitir sensaciones depresivas como mostrar ira. Aunque no se puede evitar que se te ponga blanco el labio superior en señal de incomodidad o sonreír sin ganas, mostrando las contradicciones que te azoran. En fin, en un debate un ser humano no es él mismo. Es su entrenamiento falsario, es sus asesores, es sus miedos y, si le falta algo, es su maquillaje para la televisión.

En el debate para las elecciones del 28 de abril de 2019, hemos visto a cuatro aspirantes al éxito político, cuya alegría tenía más relación con el hecho de que se hubiera acabado su tortura que con una victoria imaginada.

Lo pasaron mal todos, porque incluso Pablo Iglesias, estaba fuera de su ser, con esa actitud pastoral impropia de un revolucionario. Nunca fue más socialista y menos comunista que ayer. Si sigue por ahí cogerá el camino de Errejón pronto.

En el otro extremo de la escala de la calma tenemos a Albert Rivera que tenía la mesilla de noche llena de artilugios incluido un enternecedora fotografía enmarcada para que pareciese un recuerdo familiar en la repisa de la chimenea. Este MacGyver de la política exhibió un nerviosismo extraño lleno de gestos y tics nerviosos que espero que sean resultado de su adiestramiento para el debate, porque si el hombre es así, lo siento realmente. Políticamente este chico es un transformer que exhibía liberalismo cuando es un recién llegado a estas coordenadas, como le recordó Casado. Aunque, Casado, le hacía el reproche desde un liberalismo económico que no social. Casado es un conservador que tiembla (personalmente o profesionalmente) ante las novedades sociales, mientras que el pinturero Roberto (y Pedrín) que parece Albert, se mueve con comodidad entre eutanasias y abortos.

Pedro Sánchez, por su parte, pone de manifiesto todos los defectos de la artificial situación en la que te coloca un debate de estos, con su enorme cuerpo sufriendo para parecer sereno, sus arrugas de la cara tensándose como cuerdas de un violín mientras recordaba el consejo de reirse y lo fingia patéticamente. Bien vestido y también con papeles, cartas y… libros con los que reaccionar al ingenio de Rivera presentándole sus tesis doctoral como un texto «que no había leído«. Yo de los asesores le hubiera metido una rosa en el bolsillo de la chaqueta para responder al gesto de su contrincante en el día de San Jordi.

Todo lo que he dicho hasta ahora me importa un comino, porque un debate político no es una pasarela de la moda primavera-verano y, desde luego al contrario de lo que piensan los expertos, no es un casting para elegir presidente del gobierno porque muchos ya se han mostrado cómo son en muchas ocasiones. Es la ocasión, desde luego, de mostrarse como un ser humano digno de confianza, pero, sobre todo, como alguien que representa a una organización que conoce qué problemas tiene el conjunto de la sociedad y cómo va a afrontar su solución. Y para ello dirá mejor «eso no es cierto» que «es usted un mentiroso«; no le preguntará al contrario qué haría en un escenario hipotético. No, lo que debe hacer es explicar pedagógicamente sus soluciones y comprometer a su partido con ellas, además de estar dispuesto a volver para dar cuenta de sus resultados. Cuando el debate se anima, el intercambio debe ser, no superponiendo su voz a la del otro, sino intercalando la propia con resolución en una pausa que el adversario se tome para respirar. En el caso de que el que esté hablando sea Rivera, hay que aprovechar la explosión de un foco o quizá dejar caer algo al suelo para distraerlo.

El señor Iglesias defiende, en lo económico, una acción de gobierno basada en el gasto social y el aumento de la presión fiscal; En lo social la mayor permisividad en el goce que no dañe a otros (incluidos los animales y el planeta) y la mayor represión en aquello que produce daño (incluso a los animales y al planeta). En lo territorial, es capaz de cualquier aventura posmoderna, olvidando los riesgos de catástrofe que estos movimientos de aprendices de brujo suelen provocar si no hay un desdén mutuo como ocurrió en Checoslovaquia. El señor Sánchez defiende, en lo económico lo mismo que Iglesias, pero con menos convicción pues es consciente del riesgo de que el país se desacredite ante los inversores nacionales e internacionales. En lo social ha sido (su partido), el más avanzado. En lo territorial es un nacionalista español que jugará con los independentistas mientras los necesite, pero que será incapaz de traspasar el umbral de la segregación. El Señor Rivera es un ambicioso que no puede ocultar su hambre de poder y notoriedad. Será todo aquello que sea necesario para figurar en los libros de historia: socialdemócrata o liberal, clerical o secular. Es joven y, quizá, tenga su oportunidad, si la impaciencia de sus compañeros profesionales de la política no lo «arriman» a un lado. El señor Casado, sin embargo, representa una posición conservadora clásica, como lo hacía Rajoy, pero con la novedad, impelido por la afilada vox de su derecha extrema y por la incesante egolatría de su mentor Aznar, de tender hacia cotas reaccionarias que lo alejan de la moderación. Su liberalismo económico es sincero, pero está contaminado por la tendencia al rescate público de las catástrofes privadas. Si se le deja limpiara todo el estado del bienestar y hará del Estado un financiador para las emergencias.

En definitiva, lo importante no son ellos, sino lo que representan, que es sumariamente: la impaciencia de la izquierda radical; el equilibrio inestable de la socialdemocracia; la veleidad de los advenedizos oportunistas que entran y salen de la políticas y, finalmente, el miedo al cambio unido al ventajismo financiero. En cuanto al quinto contendiente (Vox) reúne lo peor de cada uno: impaciencia, inestabilidad, oportunismo y ventajismo, tanto ideológico como económico. Estamos listos ¿no?. Pues atentos. A ver si somos capaces de hacer un cóctel del que salga un país civilizado, sea eso lo que sea.

© Antonio Garrido Hernández. 2019. Todos los derechos reservados. All right reserved.

Notre Dame

Foto captada en 2001 desde un Bateau.

Sólo en la desgracia descubrimos repentinamente el valor de algo o alguien. Sabemos que conocemos por contraste, por eso dicen los británicos, cuando se refieren a un escrito, «negro sobre blanco». Por esa misma razón, el cuadro de Malevich «blanco sobre blanco» está en el umbral de lo desconocido, pues no es posible transmitir información sin contraste. Esto es conocer por contraste positivo, pero hay también un conocimiento y este es doloroso, en negativo, es decir, cuando el contraste es por ausencia. Es cuando se produce un agujero en lo cotidiano, en lo que damos por hecho, en lo que no nos preocupa por su generosidad de estar siempre presente.

Esto viene a cuento del incendio de Notre Dame que ha producido en los franceses, por supuesto, y en toda persona sensible una sensación de vacío bruscamente percibido, que es el que produce el impacto emocional que nos afecta hoy. Por supuesto que no es comparable con una pérdida humana, ya de una familiar, ya de un personaje generalmente admirado. Estamos hablando de una cosa, pero qué cosa: un símbolo, un objeto que une, un objeto al que miramos todos y a través de él nos comunicamos en un triángulo que no tiene nada de artificial, pues esta comunicación está cargada de excepcionalidad, ya sea por su belleza, ya sea porque representa los anhelos de mucha gente, ya sea porque, en definitiva, también en lo material nos vemos reflejados, porque los genios que lo hicieron posible lo impregnaron de humanidad.

En un debate poético magníficamente guiado por Salvador Moreno, que como todo el mundo sabe es arquitecto y filósofo, se puso en las pantalla dos citas paralelas que gloso aquí de memoria:

  • «La arquitectura es el arte en el la materia vence a la materia»
  • «La poesía es el arte en el que el lenguaje vence al lenguaje»

Yo propuse sustituir el verbo «vencer» por «reconocer». De este modo las frase quedarían así:

  • «La arquitectura es el arte en el la materia reconoce a la materia»
  • «La poesía es el arte en el que el lenguaje reconoce al lenguaje»

y lo hacía porque creo que el proceso de conocimiento consiste en que el ser humano, que está constituido de materia, incluido su cerebro, «vuelve a conocer» su propia naturaleza constitutiva. Al contrario que vencerla se encuentra de nuevo con ella. Vencer implica derrota del otro y el conocimiento en general y, no digamos el artístico, es un victoria, no contra o a pesar de la materia, sino a favor del progreso en el acercamiento de la materia a la materia. Por eso, la arquitectura es el arte de aproximarse cautelosamente a ese reconocimiento de lo próximo, de lo amado con anticipación. Por eso hay belleza en lo simple y en lo complejo. Porque ambos son juegos que sólo se puede jugar conociendo y reconociendo la materia. Aplíquese el mismo razonamiento a la poesía. El lenguaje es la acumulación de hallazgos simbólicos para representar la palpitante experiencia humana. El lenguaje nos permite capturar la experiencia para su uso práctico o poético. Cuando el poeta hace su labor, reconoce toda la riqueza combinatoria de la que el lenguaje es depósito, mostrándonos toda la belleza sonora, emotiva e intelectiva de que es capaz.

Notre Dame es una obra de arte arquitectónica, y eso quiere decir que es una obra inteligente porque su artífice ha reconocido el funcionamiento de la realidad para desviar las fuerzas y liberar los muros para dejar entrar la luz multicolor; es un poema en piedra porque, en el hallazgo de las formas, hay un reencuentro del hombre con sus posibilidades, que le produce un sublime agrado y es una obra emocionante porque, al producirse la pérdida, se reproduce un hueco en nuestras emociones, que distraídamente no prestaban atención a la joya en medio del quehacer cotidiano.

Este impacto emocional nos llega de una obra de arquitectura que es arte en la calle como ningún otro, pues la obra de arquitectura se ofrece a todos a cambio de exponerse generosamente al desgaste que llevará a la catástrofe, es decir, a la última y trágica escena, si no se le presta atención. Ojalá que los que ahora intervengan sepan acertar en el tratamiento de la parte arruinada para conseguir respeto por la obra original y por la amorosa restauración que Eugène Viollet-Le-Duc llevó a cabo en el siglo XIX.

¡Ave, Claudia!

Te hago el saludo romano por la resonancia patricia de tu nombre y para que veas, desde el título, que tu abuelo quiere que no te creas que eres preterida por ser la segunda. Pero debes aceptar que nuestro comportamiento contigo sea distinto que tu hermana. Como Olivia va por delante abriendo camino, tu puedes pensar que tu chupete es usado, pero no, es tuyo y comprado nuevo, pero seguro que llevarás ropa de tu hermana y leerás cuentos de Olivia, pero debe verlo desde el punto de vista positivo, tu visión de la vida será humilde, realista, de acuerdo a la idea de que los recursos son limitados. Cuando tu todavía no habías sido concebida ya andaba Olivia danzando entre nosotros, pero una vez que llegas te valoramos por lo que eres y por lo que vales.

Eres una niña distinta, nueva, una carita preciosa que parece llegar de otra corriente genética, de otro flujo de vida o, quizá, venga mezclado con unos u otros juguetones genes viajeros. Tu pelo liso, tu nariz respingona, tu boca perfecta dice de una personalidad que habrá que ir siguiendo en su desarrollo estos años que vienen. Un goce que tu abuelo no quiere perderse. No hace falta que me digas todavía qué vas a estudiar de mayor, pero ve pensándolo para que te pueda dar lecturas que te ayuden. Si vas a ser futbolista, el deporte que más chicas atrae en esta época, mejor porque así te enseñaré algunos regates. Si no, ya veremos, menos el boxeo, lo que tu elijas.

He observado que eres discreta y no hablas demasiado. Eso es bueno pues se aprende mucho escuchando y tu lo haces muy bien o, por lo menos, pones cara de prestar mucha atención a lo que te digo. Te todas formas ya lo veremos en cuanto te bauticen y, no digamos cuando puedas hablar dentro de un par de años o tres. Entre tanto fíjate en todo y quiérenos aunque no sepas muy bien porqué. Besos.