Estos días está sobre la mesa el peligro de las redes sociales debido a la denuncia del uso maligno y ventajista que se hizo en las campañas de USA y el BREXIT de los datos de 90 millones de usurarios de Facebook. La preocupación estriba en que se ha acabado el misterio del desconocimiento de las tendencias políticas porque se sabe todo sobre la posición de cada ciudadano y porque «nuestra intimidad» es venteada.

La esclavitud en Norteamérica se acabó cuando se necesitaron obreros para la industria, sin la obligación de mantenerlos alojados. El ejército del Norte representaba los intereses de los estados industriales (estamos en los años sesenta del siglo XIX). Los estados del Sur era agrícolas y necesitaban mano de obra gratuita para sus enormes plantaciones. Es curioso como las necesidades materiales y, sobre todo, los beneficios que proporcionan a los que han llegado de una forma u otra a tener sus resortes en las manos, quedan asociados a costumbres, cultura y emociones hasta el punto de poder engañar a millones para que mueran por unos pocos. Sólo basta con ofender.

Por otra parte, la democracia llegó cuando no fue necesario controlar a los ciudadanos desde fuera. Es decir, cuando ellos se controlaban a sí mismos mediante mecanismos poderosos, como la conciencia civil del que comparte los beneficios de la actividad social. La democracia llegó gradualmente: primero, a los propietarios, luego, a los trabajadores y, finalmente, a las mujeres. Todo entrelazado con la defensa de valores que van desde la primacía del varón libre frente al esclavo; del varón libre y asalariado, frente al siervo; de la mujer libre frente al patriarcado. Primero es la posibilidad material, luego los valores que crecen como la hiedra en sus vacíos y, finalmente, la defensa del status quo en base, no a la necesidad, sino a «lo que nos hace especiales».

Los sindicatos se permitieron cuando se necesitó a los obreros como consumidores. El agotamiento de una economía basada en la exportación, que tiene sus clientes en otros países, hizo necesario pasar de una clase obrera depauperada a una clase obrera consumidora en el mercado interno.  Algo parecido a lo que ocurre hoy en día, que la industria del turismo, que es una forma de exportación, permite volver a dejar a amplias capas de la población con baja capacidad de consumo, porque no es necesario. A esto se añade que la industria del low-cost ha venido a propiciar una cierta paz social que se hará efectiva cuando la población afectada compruebe que su bajos sueldos dan, por lo menos, para una ficción de goce material. Aunque, entre tanto, lo que sufrirá será la democracia, pues en la transición, habrá la sensación de despojo y, por tanto, de lanzamiento injusto a los márgenes sociales. Por eso, la mayoría de los conflictos se dan cuando hay una dislocación entre la «participación en beneficios» y las promesas aún vigentes en los discursos.

Si los grandes cambios se dan cuando las condiciones materiales lo exigen y la tecnología lo hace posible, ¿por qué escandalizarse de que llegue la gobernanza a la carta debido a la mirada concupiscente de los partidos políticos a las redes sociales? Dicho en positivo, la renuncia a la intimidad tiene como premio el control de la oferta política. Es la paradójica oportunidad del poder popular. La tecnología de la llamada economía cooperativa ha traído la optimización de los recursos ociosos (dos coches, dos casas, dos plazas de garaje, viajes en solitario en vehículos de cinco plazas…)y las redes sociales han traído la creación de inmensas bases de datos con la ideologías, los sentimientos y los deseos de cientos de millones de personas. Un tesoro en tiempos de consumo masivo que tiene la virtud de orientar la producción casi más que la moda artificialmente impuesta. Aunque ambos mecanismos se complementan pues la moda ofrece al consumidor las alternativas, y las redes sociales señala las preferencias, desde las más abyectas a las más «elevadoas». Hay para todos.

Si esto ocurre con el consumo de productos materiales, ¿que ocurrirá con el consumo de opciones políticas? Pues algo malo y bueno, como siempre. Lo malo es que la información es utilizada por sus poseedores para sesgar las campañas electorales y ofrecer la satisfacción de nuestros más poderosas y peligrosas tendencias sociales, que, muy a menudo están relacionadas, paradójicamente, con la pureza (el racismo) y la protección (la xenofobia). Lo bueno es que también hay en esta acumulación de información una extraordinaria arma de poder para el ciudadano. Para ello es necesario, no que esta información sea protegida (no es posible), sino puesta a disposición de todas las instituciones con aspiración de poder, de modo que, compitan en igualdad de condiciones por satisfacer nuestros deseos. Ahora ya «sólo falta que tengamos buenos deseos«. Sería el anti-Matrix, pues en vez de que el gobernante mítico nos imponga un vida desde un algoritmo, es nuestra vida la que se impone al gobernante que mejor nos interprete. En vez de una distopía basada en el mito de la caverna de Platón, estaríamos ante la capacidad de disfrutar el ciclo de la vida procurando que no sea controlado desde arriba, ni desde un software, sino desde las necesidades sociales. Si, como consecuencia se vota a los que encarcelan voluntarios que salvan vidas en el Mediterráneo, tendremos lo que nos merecemos. De modo que como Groucho gritemos: ¡Timber, timber! (¡traed madera!) o, en la versión castiza: ¡más redes sociales!.

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