Ser o no ser Charly


Este artículo fue escrito en 2011 y se publica ahora. El contexto es el horrible  y absurdo atentado a la revista francesa Charly Ebdo y la reacción emocional posterior.

El debate en torno a ser o no “Charly” está lleno de confusión y nada de lo escrito termina de aclararlo. Es una pena porque estas conmociones deberían servir complementariamente para poner luz sobre conceptos muy insanos y perturbadores y, así, contribuir a mejorar nuestra convivencia. Si ser Charly equivale a repudiar el crimen de París mientras se dice no estar de acuerdo con la manía de las caricaturas de Mahoma resulta fácil serlo. Si ser Charly implica una defensa ilimitada de cualquier cosa escrita o dibujada, entonces no. Porque merece un reproche moral, estético e incluso cognitivo la pretensión de hacer pasar por humor corrosivo una burda ofensa gratuita. Ofensa que a menudo y como toda reacción a la violación de un patrón cultural está bajo la sospecha de la incapacidad de aceptar cualquier tipo de desviación de la ortodoxia. Pero que, al no estar dirigida a un individuo concreto, sino a un símbolo, produce el rechazo de millones de personas pacíficas. La sátira política es un modo agudo y humorístico de combatir el poder injusto. Desde este punto de vista se podría forzar la situación pensando que la sátira religiosa sería un modo de combatir el poder de las religiones sobre las mentes de los fieles. Pero esta transferencia del uso de la sátira política a la sátira religiosa tiene dificultades de justificación porque el humor difícilmente aparece cuando se hace burla de aquello que la gente relaciona con sus esperanzas profundas, estén equivocadas o no.

La sátira genuina necesita del humor y el humor necesita de una clientela que no sufre con ella, sino que se divierte porque se zahiere a quien le perjudica. Por eso la sátira funciona cuando molesta a unos pocos que abusan de su posición atacando su reputación para beneficio de los muchos. Así la sátira de un político es eficaz casi siempre y, entre nosotros, la de un obispo también porque a muchos les va a divertir por su pretensión anacrónica en nuestra cultura de ejercer formas de teocracia. Pero cuando la sátira molesta a muchos es estéril. Es decir, las sátiras sobre Mahoma no tienen gracia entre las comunidades musulmanas porque no atacan a ningún poderoso (Mahoma está muerto), ni contribuyen a que nadie pierda reputación para beneficio de la mayoría de ellos. Al contrario, ofende a esta mayoría y aumenta el poder de los pocos que utilizan la religión como forma de dominación. Aumento de poder conseguido al “limpiar la ofensa” con su intervención criminal en nombre de esas masas molestas con la torpeza. Paradójicamente lo que no les hace gracia a los musulmanes sí se lo hace a algunos descerebrados occidentales porque se ofende al otro, al que se desprecia por diferente. Los periodistas de la revista Charly Ebdo por tanto yerran el tiro con su contumacia. Pero deberían seguir vivos porque nadie merece la muerte a manos de nadie; porque, a pesar de que la ofensa auténtica puede mover a la violencia injustificada pero constatable, su condena no puede ser la muerte sino, en todo caso, alguno de los múltiples tipos de reproche que la sociedad tiene a su disposición. Reproche que puede ser penal si aceptamos la analogía con el acoso escolar. Cuando se acosa ofendiendo con desprecio reiterado a un niño, llevándolo inconscientemente al suicido, se condena penalmente a los autores aunque no ejerzan violencia física sino verbal. Del mismo modo, cuando se acosa a unas creencias ajenas pretendiendo contribuir a la desaparición de las mismas con una crítica acerba es razonable la condena de tal pretensión. Condena que probablemente evitaría estos males mayores y enervaría (en su primera acepción) a los aspirantes a lavar el honor colectivo de una comunidad ofendida. Reacción que, en ningún caso es admisible, incluso aunque lo diga el Papa Francisco en una de las declaraciones más sorprendentes (la del puñetazo justiciero) de un vicario en la Tierra del que propuso poner la otra mejilla.

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