Los tránsitos de los mandatarios del imperio son muy lentos. Deberían tomar ejemplo de Mariano Rajoy, que, con una sobremesa, un poco larga, eso sí, dejó la presidencia para Sánchez y el escaño para que Soraya pudiera poner el bolso en un “tómate dos chupitos de ron”. Estos americanos necesitan más tiempo, por eso su presidente saliente va a perdonarse hasta los pecados que no ha cometido —estamos aquí preocupados por un quítame allá un indulto—. Un ejercicio sorprendente para los católicos, como Biden, que tenemos que esperar a dejarnos llevar por las pasiones y cocernos en el arrepentimiento antes de poner a cero el carné de puntos y volver a lo andado. Pero, sobre todo, es sorprendente para un protestante, que se supone que se las entiende directamente con su conciencia y con Dios, sin necesidad de intermediarios. Esta lentitud también ha dado lugar a que Melania no pueda ponerse el traje que ya había comprado para lucirlo en la ceremonia del juramente de Biden, en la que pensaba disfrutar más que en la del juramento de su marido. Igual se decide y va para quitarse de encima, o del al lado, al pesado de su marido por un día. Así no tendrá que darle un manotazo como hizo en ese vídeo olvidable, tan parecido al que le dio doña Marta Ferrusola a su marido, el Robín Hood de la Diagonal, Primo de Tobin Hood, el de la tasa.
Hace tiempo que un mandatario no es recibido con más deseo por “la mitad” de su pueblo, ahora es así, cuando se dice el «pueblo» hay que matizar. Nuestro Fernando VII, el “Deseado”, en realidad lo fue, no por todos, sino por los que ahora votarían a Vox, de vivir todavía. El resto andaba escondiéndose de los guardias, como debería hacer ese ruso corajudo, al que no le ha bastado con ser envenenado una vez y ha vuelto a las garras putianas, donde podemos perderlo para siempre. Biden el Deseado, podrá pasar a la historia a poco que con prudencia vaya reconstruyendo los destrozos de la borrasca “Donald”. Un fenómeno artificial hinchado por la televisión y deshinchado por la gente, que ha sabido ver la calamidad infinita que podía derivarse de un segundo mandato.
Biden debe reconstruir la cooperación internacional; debe recordarles a los israelíes que no pueden mantener más tiempo la ficción de que los palestinos no existen. Debe estimular la libertad, pero sólo si luego es capaz de respaldar las primaveras en vez de dejar que el invierno lo marchite todo. Debe cerrar Guantánamo y, al tiempo, sostener su red de inteligencia y su poder militar para hacer frente a la ola de irracionalidad que emerge de este siglo de la no ilustración, el siglo de la muerte de la racionalidad a manos de la emoción de ser feroz. Míster Biden debe, dicen, unir a su país. No creo que pueda. Lo que debe hacer es cegar las fisuras por las que salen los vapores del infierno. Debe convencer a la parte civilizada de sus adversarios de que la alternancia no es peligrosa y que, en todo caso, no deben ceder a la tentación de retener a los cafres haciéndoles caso. Cierto es que le puede pasar como a “nuestro” PP, que ha dejado ir, en un descuido, a la mitad cavernosa que había retenido, haciendo un gran servicio al país, en su propio seno.
Biden debe cooperar con Europa para que la Rusia eterna comprenda que debe mantener sus propios demonios en las novelas de Dostoievski, en vez de tenerlos paseando por la calle. También debe encontrar la forma de evitar que los acomodados sauditas no alienten el terrorismo como forma política, ni que Irán acabe siendo la espoleta de una guerra regional y nuclear con Israel. El odio es inevitable, pero su explosión no. Espero que traiga la lección aprendida de que la presión migrante sólo se esquiva con la riqueza en origen y que el planeta necesita una tregua de los terrícolas.
La verdad es que me pongo en su lugar y caigo enfermo. Además, tiene, el hombre, setenta y siete años y me agobio de pensar en que tiene una agenda más propia de un cincuentón que de su edad de jubilado elegante. Menos mal que tiene a Kamala para sujetarlo si trastabilla. De todas formas, en el despacho Oval, que conocemos por la ficción mejor que el despacho de la Moncloa o la Zarzuela, si te caes no te rompes la cadera. Tiene una esposa culta, lo que da confianza. Y ha sufrido, lo que da fuerza. Es el presidente más votado de toda la historia, lo que da derecho a ser esculpido. Ya veremos.
En fin, míster Biden, desde este confín del imperio esperamos su éxito porque será el nuestro. Aquí me tiene, aquí nos tiene. Si le queda un momento libre piense en el Mar Menor y llame a Toledo para echarnos una mano en lo del Trasvase.