Hace un cuarto de siglo llevamos a nuestro hijo a un campamento de verano. Dejamos un niño redondo y lampiño y recogimos, dos meses después, un adolescente con pelusilla, más delgado y alto con una voz extraña y la mirada furtiva, como diciendo «¿éste quién soy?» o «¿quién soy éste?» para desconcierto de sus padres. Esas transformación coincidió con la estancia y nos pilló de sorpresa. Obviamente era una transformación que sus hormonas estaban ya gestando silenciosamente. Eso mismo también ocurre cuando un niño pasa una gripe: un día aparece como el personaje de Kafka convertido en un extraño para su padres.
Las sociedades también sufren este tipo de transformaciones bruscas cuando se dan las circunstancias. Pero si la causa es social y la respuesta también se habla de revoluciones o reformas en los casos mitigados. Pero cuando la causa de física (una catástrofe climática) o médica (una catástrofe sanitaria), entonces hay que espabilar rápido, porque a la sorpresa se suma la falta inicial de respuestas. En el pasado estas cosas se gestionaban con oraciones en procesiones que aumentaban los contagios. Ahora con conocimiento y sentido comunitario. Pero de esta transformación impuesta vamos a salir distintos: más altos,con pelusilla y también una voz grave con gallos o, lo que es lo mismo, éste virus nos va a convertir en una sociedad que:
– abandona la estéril polémica sobre la necesidad de un Estado potente. Es necesario desarrollar su eficiencia en educación, sanidad y cuidados tanto como su control para evitar la corrupción y la desidia.
– abandona la idea de que los impuestos son un robo a la propiedad privada.
– abandona la estéril polémica sobre la codicia de los empresarios o la pereza de los empleados. Ambos han de trabajar en común con distinto y racional grado de diferencia en los ingresos que preserve la ambición de mejora.
– abandona la pretensión de volver a un mundo de naciones independientes de su entorno geoestratégico despreciando imprudentemente el enorme potencial de la Unión Europea, que habiendo mostrado dudas por la potencia del desafío será un apoyo imprescindible para reconstruir las economías tras el paso del ciclón.
– abandona los prejuicios con países orientales que están teniendo un comportamiento ejemplar en la gestión de la crisis. Países que, como China, nos enseñarán las ventajas de su sentido de la disciplina intelectual y práctica, y a los que le enseñaremos las ventajas de la transparencia y la democracia.
– abandona la idea de que el que no tiene trabajo es que no quiere trabajar, cuando el virus, primero, y la tecnología, después, va a «despedir» a millones de empleados para los que hay que crear una nueva economía basada en los servicios persona a persona.
– abandona la idea de que las élites se van a poder permitir eludir sus responsabilidades. En este sentido bienvenidas la acciones de los mecenas modernos (si no nos engañan), como Bill Gates o Amancio Ortega. ¡Qué privilegio el de haber reunido tanto dinero para poder servir a tu país de forma relevante!.
– abandona la idea lúgubre de que la salvación está en la confrontación. La competencia es una estrategia para el juego económico que debe seguir el modelo bien experimentado de los juegos reales en el deporte moderno: enfrentamiento con reglas y control del abuso de posición.