Filosofía viral


La pensadora alemana Hannah Arendt en su libro «La vida del espíritu» distingue entre «soledad», situación en la que nadie nos acompaña, de «solitud», situación en la que, estamos solos respecto de otros, pero nos hacemos compañía en una especie de diálogo íntimo. Soliloquio en el que escuchamos el divagar de nuestra mente y tratamos de centrarnos a la búsqueda de claridad para tomar un decisión, llevar a cabo una acción o simplemente disfrutar de despiezar conceptos por afición.

Esta reflexión interna tiene grados. El grado cero es no usar la propia mente o hacerlo aparentemente. En este caso lo normal es no tener ideas propias y utilizar sustitutos como muletas a base de estereotipos que, por cierto, no siempre están equivocados. Así «los orientales tienen mucha disciplina», aunque, posiblemente, en Europa se pensara en los años sesenta que los españoles éramos muy «disciplinados».

En el otro extremo está la reflexión profesional del académico ya sea un científico dándole vueltas a una estructura molecular para encontrar una vacuna para un virus; ya sea la reflexión abstracta de un filósofo tratando de encontrar una fisura figurada en la naturaleza humana por la que filtrar anticuerpos mentales contra el fanatismo o la insolidaridad. Este tipo de reflexión profesional es la que salva al mundo cada generación. Unos explicando cómo funciona el mundo, como hace Francis Mojica, y otros tratando de encontrar sentido a los coletazos más dramáticos de la vida, como hacía María Zambrano explorando entre la filosofía y la poesía en tiempos muy difíciles.

Y en una zona intermedia estamos la mayoría. En una situación de lucha, entre los tópicos que tiran de nosotros y conforman una filosofía en pantuflas y la necesidad de tener un marco mental bien estructurado en el que las cosas de la vida, nuestra vida, encajen, aunque sea provisionalmente.

… y la vida estos días nos presenta su cara más fiera. Pertenezco al grupo de «los viejos del lugar» y nunca ví llegar el agua tan arriba. Parece ficción, pero estamos todo el país encerrado en casa y antes o después llegarán preguntas para las que no es fácil encontrar respuestas. Para la humanidad no es la primera vez, pero nunca como ahora hubo tanta capacidad de resistir por muchas razones: comodidades, comunicación y coordinación, pero también experimentamos la obligación casi oficial de cuidarnos unos a otros. Hasta un gobierno «gamberro» como el de Gran Bretaña lo ha acabado comprendiendo… y el nuestro lo proclama, aunque haya tenido que partir de una situación de cierta precariedad de la sanidad pública por las consecuencias de la anterior crisis. Debemos resistir anímicamente porque podemos resistir, porque todavía palpita en nuestra herencia anímica el sufrimiento de nuestros padres en la mitad del siglo XX.

El gran pintor Tiziano murió en la peste de 1576 y le siguió su hijo Horacio. Su último cuadro muestra la tristeza de lo inevitable. Un pintor francés le hizo un homenaje en 1832 con este cuadro evocador de la Venecia de la época de Tiziano durante la epidemia. Como se ve muy deprimente, pues se moría en las calles. Pero nosotros estamos en una situación muy distinta. Tan distinta que, salvo que la enfermedad nos toque en el hombro, seguimos haciendo bromas y cantos a la vida. Eso está muy bien, porque así evitamos deprimirnos. La risa, que paradójicamente se basa en los choques cognitivos o en la desgracia ajena, es una gran terapia, una muestra de salud mental. Ahora mismo las redes parecen el plató de un concurso de ingenio.

Para ocasiones como éstas, la psicología ofrece técnicas de control de la ansiedad, pero, tras dos mil quinientos años de filosofía ¿qué nos ofrece esta disciplina antaño tan respetada?. Su influencia es más indirecta pues lo cambios profundos en la mentalidad necesitan tiempo hasta convertirse en parte del espíritu de una nación. No en vano los británicos son empiristas (desprecian la teorías abstractas) o los americanos pragmatistas sin saberlo (nada es verdad hasta que prueba su eficacia). Así también los alemanes son concienzudos y trascendentales (imperativos en el deber) y los franceses usan el cuerpo al margen de la mente (ligan sin remordimientos) por razones de su tradición filosófica – Kant o Descartes, respectivamente-. Los españoles, por nuestra cuenta somos idealistas y prácticos en dosis diversas, como corresponde a la enseñanza de nuestro filósofo más certero en describirnos: Cervantes.

Decía que la influencia de la filosofía es indirecta y no puede ser de otro modo. El filósofo trata, a partir de lo dicho por los que le ha precedido, de actualizar la mirada sobre la realidad desde la nueva plataforma que le proporciona su tiempo. Desde este punto de vista, todo filósofo es un ventajista que puede corregir, y a fe que lo hace, a sus padres en la disciplina. Pero, un ventajista que no siempre refuta, sino que acuna amorosamente el concepto anterior en los propios. ¿Qué ventaja tiene el nuevo tiempo?, pues el desgaste que, dependiendo de su naturaleza, más o menos abstracta, las propuestas previas han sufrido al someterse a la prueba de una realidad, que no sólo se escapa de los planteamientos previos, sino que, para más dificultad cambia influida por ellos, tanto si hablamos de la realidad física como de la social. Lo que puede sorprender, pero es que hay que tener en cuenta que la «realidad física» que el filósofo puede analizar es la que le brinda la ciencia, que también está cambiando su visión teórica y práctica de la realidad por la misma razón de su carácter experimental. Es algo así como el contacto de dos ruedas de engranajes que se mueven al mismo tiempo. Dos realidades cambiantes al tiempo: la de los hechos y la de su visión desde nuestra perspectiva. Se puede imaginar la dificultad de la tarea. Por eso toda visión científica o filosófica es histórica. Sin embargo ambas nos sirven como andamios que nos ayuda a subir sabiendo que tendremos que desmontarlos después.

Siendo así las cosas, ¿cómo describe la filosofía el mundo actual y el goce o sufrimiento que causa a los seres humanos? Hay filósofos a los que les preocupa la solvencia del conocimiento que tenemos del mundo. Estos son los epistemólogos y son poco útiles para el común de los mortales porque tenemos una relación con la realidad poco conflictiva, pues estamos seguros de que existe fuera de nosotros y que se resiste a nuestros deseos disparatados, pero negocia con nosotros para el cumplimiento de los deseos más prudentes. Otros filósofos se ocupan de lo que existe o no: Dios, los ángeles, los átomos, los quark, los espíritus, los símbolos, la realidad percibida, la no percibida… Son los ontólogos. En esto sí que la gente tomamos partido, pues los hay como Santo Tomás, que necesitan meter los dedos en la llaga, pero también los hay que creen en la existencia de Dios y de las almas de los que ya han muerto, espíritus a los que rezan por unas u otras razones. Esta última es una forma muy eficaz de resolver el mayor enigma con que los primeros se tropiezan y que no es otro que encontrarle sentido a la existencia y con ellas a las desgracias. Hubo un filósofo en el siglo XVII que dijo que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. Poco después ocurrió el terrible terremoto de Lisboa (todavía en Almagro hay una iglesia con una grieta de la época), que hizo dudar a Voltaire de que esa afirmación fuera verdad.

Después de los dos tipos de filósofos que podríamos llamar «técnicos» (dedicados a la verdad), podemos hablar de los filósofos de la Bondad y de los de la Belleza. Estos días de encierro está siendo muy habitual que nos enviemos unos a otros enlaces a sitios de cultura del máximo nivel, una vez que los museos y los auditorios han abierto sus plataformas para ofrecer gratis las más extraordinarias obras del arte musical, escénico o plástico. Así la belleza con esa cualidad suya tan especial nos permite emocionarnos al activarse simultáneamente nuestras sensibilidad y nuestra inteligencia en un concierto de facultades que nos produce (si nos dejamos) ese placer inenarrable que llaman los expertos «fruición», un placer que derribó a Stendhal en las salas de Los Uffizi de Florencia ante tanta abrumadora belleza como allí se atesora. La fruición es un placer que ningún humano debería perderse. Se necesita preparación, serenidad, apertura a los estímulos que nos llegan de la obra de arte. En mi opinión es una experiencia total del cuerpo y la mente (y no quiero dar más detalles), pero en el arte hay mucho consuelo como ya nos dijo el filósofo Schopenhauer.

Y, por último, los filósofos de la Bondad, es decir, los que más cerca están de nosotros porque reflexionan sobre las acciones de los hombres y sus consecuencias sobre el mundo, la sociedad y los individuos. Concretando más es la filosofía del derecho, la política y la ética. Ahí se discute sobre los derechos, la libertad, las instituciones, nuestro comportamiento, las decisiones relativas a la vida, la muerte, los modos de gobierno, las relaciones personales y sociales e, incluso, con nuestro medio físico. todo el complejo universo que se extiende en círculos desde cada uno de nosotros hacia el resto de la sociedad o de la naturaleza.

Como se ve la filosofía funciona como la investigación científica: silenciosamente, eficazmente para producir cosas o ideas para el cuerpo una y el espíritu la otra. Porque las ideas bien articuladas constituyen el resultado de la acción del filósofo. Ideas que obligan a nuestro cerebro a establecer conexiones nunca experimentadas que pugnan por hacerse sitio entre las ideas que llegaron antes. Ideas nuevas que nos proporcionan otra perspectiva y nos invitan al saludable ejercicio de cambiar nuestra visión del mundo. Unas ideas que, muy a menudo, son reelaboraciones de otras que tienen miles de años de antigüedad, lo que se explica porque la naturaleza del hombre es la misma que antaño, aunque enfrentada a nuevos acontecimientos provocados por los efectos de esa dinámica cualidad de nuestra mente.

¿Y qué utilidad tiene todo esto para nosotros y más en tiempos de tribulaciones como los que estamos viviendo ahora? Pues en gran medida nuestra actitud de resistencia y nuestras espontáneas reacciones de solidaridad, así como la sensación de unidad, de ser una comunidad digna, en pie, capaz de acudir allí donde se la necesite es resultado de nuestra posición filosófica fundamental. Una actitud labrada en piedra por nuestra propia historia de búsqueda de una sociedad más justa que vemos en la vicisitudes de los personajes de Galdós en los Episodios Nacionales. Pero que vemos también en la rectitud y humildad de nuestros poetas, como Antonio Machado, o en la dulzura y elegancia de la filósofa María Zambrano, o en la lucha peligrosa de los intelectuales de la Institución Libre de Enseñanza en tiempos complicados, o la entereza de Marina Pineda y la porfía de José Ortega por poner a España a la altura de los tiempos. Añadamos la resistencia cívica ante el terrorismo y olvidemos el ejercicio cainita de la Guerra Civil, resultado precisamente de dejar de escuchar a la inteligencia y seguir la bandera de la muerte, del exterminio de contrario que propugnaban la dirigencia lunática.

De todo eso somos herederos. De la fuerza que da la fe en el ser humano, ese tronco más o menos torcido del que procedemos. Y más concretamente del ser humano español que es, ni más ni menos, que una versión de la especie que nos compromete a seguir en la lucha de ser mejores que nuestros dirigentes, que, lo quieran o no son de nuestra misma pasta, para lo bueno y para lo malo. Y ya dice la sabiduría popular que «nadie es más que nadie».

Que la sociedad líquida de Bauman se despeña por una catarata sería una imagen lírica de lo que está ocurriendo, pero la filosofía, más que imágenes, utiliza conceptos que organiza en forma que constituya una nueva mirada. Y lo que nos está ocurriendo es malo, pero qué hubiera sido de nosotros sin los conceptos que crearon la trama de instituciones y comunicación que nos da soporte, aunque en ellas tremole la debilidad individual. Fue la filosofía política de Locke y la institucional de Montesquieu la que diseñaron las estructuras que nos resguardan. Aunque, ahora, los discursos de los reyes nos parezcan de cartón piedra y los de los políticos copiados de un manual de autoayuda, la estructura aguanta. Y eso se nota en que se disponen fondos económicos para no dejar caer naciones tradicionales que estarían siendo mordidas por los perros del mercado financiero de no estar acompañadas de países comprometidos con estructuras supranacionales. Y se nota, también, en una corriente de solidaridad europea en tonos graves que el ruido ambiental en agudos chillidos no nos deja oír, además de que prestamos más atención a la escoria de la queja y el pesimismo que a la mena de los lazos ya consolidados.

Si las instituciones que los pensadores de siglo XVIII concibieron están vigentes, también hay que decir que, afortunadamente, las que surgieron de los pensadores del siglo XIX han sido destruidas por la tenacidad de la naturaleza humana, porque fueron monstruos basados en ideas perniciosas en su aplicación a la política. Ideas como «totalidad» o «identidad» surgidas del mismo seno que el romanticismo artístico tan arrebatado como peligroso en su desgarro. De aquella experiencia nos queda la sospecha de que toda idea llevada a su coherencia extrema sin contacto con la realidad es una forma de demencia. Por eso, la lección a aprender es la de la necesidad de someter constantemente a las ideas al rozamiento con otras ideas y con la realidad, entendiendo por ésta a un estado de cosas en la que la dignidad del ser humano es respetada.

Los conceptos que deben salir reforzados de esta crisis son los de democracia, comunidad, transparencia, ejemplaridad, verdad, globalidad, ciencia, tecnología, austeridad, ecología y belleza.

«democracia»
a la vista está que los individuos providenciales son como el Mago de Oz, un decorado pernicioso, por lo que se es preferible mantener desesperantes discusiones entre representantes de distintas opciones que escuchar la voz única de un iluminado. Aunque quizá se debería acabar con parlamentos de cientos de diputados obedientes y pasar a reducir las cámaras a tantos diputados como opciones con su correspondiente representación popular. La democracia es un hallazgo de la humanidad perfectamente adaptado a la naturaleza de la especie, porque hace posible la acción común respetando y regulando la libertad individual.

«comunidad»
hemos experimentado esto día de forma casi tangible la fuerza de pertenecer a un grupo, pero ya no al grupo tribal que reconoces en sus tatuajes, sino a un mundo de gente inteligente y compasiva cuyos límites van, gracias a los medios de comunicación, mucho más allá del radio del lanzamiento de una piedra, que antes fijaba la distancia de lo comunal. El afecto es uno de esos bienes que no se agotan, por lo que no responden a ninguna ley de oferta y demanda. No es necesario que la naturaleza prehumana avale nuestro sentido de comunidad, porque nosotros mismos somos naturaleza, y lo que a nosotros conviene queda avalado.

«globalidad»
pues sin tener un gobierno mundial, el sustrato de racionalidad común, que es patrimonio de la especie, ha coordinado las acciones de combate contra la pandemia y hemos actuado, a pesar de la apariencia pragmática del cierre de fronteras, con un encogimiento estratégico seguro de sí mismo que seguramente tendrá una reacción efectiva poscrisis. Europa de desangró desunida. Europa se salvará unida;

«austeridad»
después de unos meses a dieta de consumo frívolo se comprende que es necesario el consumo reflexivo orientado, no a disiparse, sino a anticipar problemas, lo que nos llevaría, no a consumir estaciones de esquí, sino a «consumir» investigación o solidaridad. Dejar de consumir reflexivamente no es hundir la economía, sino redirigir la capacidad productiva a otros bienes. Al mundo económico le da igual producir el vigésimo diseño de zapatilla que producir alimentos para hambrunas, si hay beneficio. La decisión es nuestra. La austeridad tiene que llegar, también, al espectro de sueldos obscenos de directivos y deportistas de élite, pues el mérito tiene un límite. Mozart murió pobre y fue enterrado en una fosa común. NI esto ni la barra libre, lo quiera o no Nozick.

«ecología»
la ciencia de nuestra casa común (la naturaleza) no es más que una aplicación de la ciencia general a un objeto concreto: nuestro planeta, pero su relevancia es especialmente estratégica por el poder de sus enemigos. Aquellos políticos ciegos aliados con ideologías ciegas que prometen mundos espectrales para consuelo de masas bloqueadas intelectualmente por la miseria de la que sus propios pastores no quieren sacarlas.

«ciencia»
que solamente es despreciada por los que no la comprenden. La ciencia está actuando como otros lenguajes universales (la música, por ejemplo) de nexo fundamental entre sociedades distintas. Las soluciones farmacológicas al presente virus vendrán de la ciencia y se expandirán con naturalidad entre países. La ciencia, como la filosofía, supone la educación. La ciencia es la mirada escrutadora en los mecanismos de la naturaleza. Afortunadamente, su clarividencia está llegando a nuestra mente. A partir de ahí la filosofía tendrá que tomar el relevo para evitar los desvaríos.

«tecnología»
que como hija natural de la ciencia nos sirve y la sirve aumentando el alcance de la mirada teórica. La tecnología, con su capacidad de individualizar la información y de computar esa información, es la herramienta que nos permite abordar retos como el que ahora nos azota en el nivel de complejidad necesario. El control de la cara negra de la tecnología vendrá de la suma compleja de democracia, transparencia y globalidad reflexionadas en un marco filosófico.

«transparencia»
pues a pesar de toda la basura mental que discurre por los canales que la tecnología ha abierto, la verdad acaba alcanzando su meta de servirnos para nuestros propósitos humanos. La transparencia es el enemigo del nepotismo, la desigualdad hipertrofiada, el crimen político, el derroche de bienes públicos o la delincuencia económica. La transparencia es la sinceridad pública, la apertura al escrutinio público de su acción, la ruptura de la coraza que oculta los hechos y protege la mala gestión. La transparencia es la fuente de la confianza, que es la piedra clave del arco de los convencional. Sin confianza el dinero es papel, la policía una amenaza, el código de colores de los semáforos un adorno navideño y un préstamo una temeridad;

«ejemplaridad»
el soldado no sigue al oficial cobarde, el ciudadano no sigue al político corrupto. Después de esta crisis no debe tener cabida la incoherencia entre el discurso público y la acción privada. Quien no quiera servir de ejemplo no puede ser servidor público. Ni el funcionario corrupto, ni el político mendaz.

«verdad»
un concepto tozudo que resiste los intentos de destruirlo porque tiene un centro de gravedad del que carece la mentira. Lo que le proporciona un núcleo al que adherir los conceptos, las proposiciones y los discursos. La mentira es como la basura cósmica, no le queda más remedio que orbitar a la masa compacta de la verdad. La verdad científica, como la verdad lógica o la verdad matemática, tienen como criterio la respuesta del mismo mundo físico a sus propuestas y la coherencia interna. Las verdades sociales: política, judicial o episódica tienen un fundamento ontológico distinto pero esencial: el ser humano como cuerpo físico y como espíritu expresivo de majestuosa evolución de la realidad. El sufrimiento humano es el criterio único de la verdad de nuestras construcciones sociales. La verdad científica y social son un patrimonio de la humanidad.

«belleza»
queda para el final, porque ella toca fibras de nuestro espíritu que nos reconcilian con la dureza de la realidad inocente, la que lacera porque está en su naturaleza. La que nos lleva a inventar conceptos falsos como «destino» o «fatalidad».

La belleza es conmoción, extrañeza, sensaciones que apelan a nuestra inteligencia para desentrañar lo que el artista dejó en el soporte con una intención que puede estar alejada de nuestra interpretación. La belleza figurativa y la belleza abstracta, ambas se pueden distinguir de la superchería si la mirada es atenta. La belleza potencia a todas las demás dimensiones de los humano. No es lo mismo una protección a base de bolsas de basura que esos trajes futuristas con todos los detalles armónicos en su funcionalidad. Apreciamos la belleza sin caer en lo relamido en la arquitectura que nos abraza, en la industria y el vestido que nos sirven, en el detalle y en la conurbación que nos escalan. Pero sobre todo en la representación del espíritu humano que expresa el «Amor» de Canova, la desesperación de «La balsa de la Medusa», el dolor por la muerte de un amigo de Miguel Hernández o «El ascenso de la alondra» de Vaughan Williams.

La belleza es un atractor tan poderoso que llama también a las almas negras, que desean cubrirse del diseño oscuro de un uniforme de la SS, o contaminan irreversiblemente una runa nórdica (la esvástica). Pero la belleza, en su independencia trata de desembarazarse del alquitrán pegajoso de la maldad presumida, y es generada con abundancia en atmósferas libres, pero no necesariamente pacificadas.

La imagen que ilustra este artículo es de mi hermano mellizo Ángel. la paleta es la adecuada a la grisura de los acontecimientos (ya se volverá colorida con la explosión de alegría al final del confinamiento). Ahora toca el gris. El trazo suelto, incierto, espontáneo, porque nada es seguro. Las figuras vencidas por el miedo y la enfermedad. Pinturas negras de la guerra de la independencia viral.

La imagen de alguien sentado en un sofá despreciando el arte abstracto, sin advertir que está sentado en un estampado con imágenes de su inventor Kandinsky, produce el mismo efecto que el que desprecia la filosofía sin advertir que todo su marco mental está basado en Rousseau, Marx, Locke, Comte, Nozick, Rawls, Hayek o Gomá.

La filosofía tiene ese carácter atmosférico que sostiene invisiblemente pero penetra por todos los resquicios de la realidad mental. Hoy, tras el festival de irrealidad postmoderna, hay un regreso al centro de gravedad de los problemas con los avances en neurociencia y psicología evolutiva que nos perfilan los límites de nuestros anhelos o, mejor, ponen hitos que guían el camino hacia ellos evitando golpear muros infranqueables para sortearlos con astucia. La filosofía regresa a la senda de un realismo no ingenuo que reconoce lo escurridizo de la realidad y afirma que su eco en nuestra mente la transforma, pero no la deforma.

La filosofía se pone al servicio de la sociedad con sus sutilezas éticas para poder afrontar los retos que la tecnología presenta con su capacidad de modificar nuestras estructuras físicas o exponernos a mundos con condiciones psicológicas extremas. Tras las vueltas y revueltas de los paraísos artificiales y la promiscuidad universal, se regresa al aprecio de la lucidez cognitiva y la lealtad afectiva. Vuelven debidamente mutantes los conceptos que requiere una buena gobernanza personal y colectiva. Entre ellos es necesario vitaminar el de esperanza. La sociedad sana es la que espera, la que está abierta al cambio. Pero no al cambio arbitrario, caprichoso, frívolo, libertino, sino al cambio docto, ilustrado, esforzado y cooperativo, afectuoso y ejemplar.

En esa trinchera quiere estar la filosofía joven, la filosofía ingenua, la que se abre de nuevo al enigma de la vida después de haberle arañado algunos girones de su manto. Restos que pasan al acervo de la humanidad con el mismo carácter que los órdenes griegos: el de clásicos del pensamiento debidamente depurados por siglos de errores y aciertos.

Nos falta una escuela española de filosofía que en la estela de la ciencia, lo haga lejos de la frialdad del análisis anglosajón de voz atiplada; que en la estela del humanismo curativo, lo haga sin caer en la ñoñería de la sospecha permanente y estéril de instituciones de probada bondad para los intereses de todos. Hay que salir de las confortables urnas y batirse en los foros, después de una limpieza de conceptos añosos, con los combatientes del libertarismo y de la frivolidad intelectual. Sin neo escolásticas y sin neo escepticismos, la filosofía tiene toda la vida por delante.

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