Todo juez tiene derecho a su marco mental. Pero debería dejarlo en el perchero de los códigos obstantes. Aquellos que estorban más que ayudan. La decisión del Tribunal Supremo estadounidense de anteponer la libertad de culto, ejercida físicamente en el templo, a la salud pública está teñida de prejuicios un tanto preocupantes, casi de ayatolismo, signifique eso lo que signifique. Si ésta va a ser la tónica en Estados Unidos, con su reverberación en todo Occidente, lo de Polonia y Hungría va a ser una inocentada. En la pandemia de 1918 los fieles acudían en masa a las iglesias católicas a pedir a Dios la remisión de la enfermedad, favoreciendo su expansión. Unos contagios sagrados, eso sí, que no sólo perjudicaban a los fieles, sino también a sus conocidos, fueran agnósticos o simplemente ateos. La juiciosa decisión del gobernador de Nueva York de limitar los aforos para el culto ha sido neutralizada por una decisión sectaria, con el apoyo de la jueza salida de la nada: Amy Coney Barrett. Es un anticipo de lo que espera en ese país a las demandas activadas o por activar relacionadas con la vida (aborto) o la muerte (pena de, eutanasia). El conservadurismo reaccionario es una posición en la vida que es tan recalcitrante como el espíritu revolucionario. Ambos se equivocan, pero ambos están presentes contumazmente en cada época de la historia de un país; aunque se vuelven más opresores cuando pretenden torcer el brazo social mediante herramientas concebidas para esta vida y no para la otra, ya sea la espectral o la utópica. Los contrapesos del sistema político y judicial estadounidense se convierte en una fuente de parálisis si no queda espacio para la deliberación. Una postura puede alisar a la otra simplemente sumando votos sumisos a criterios ajenos al marco constitucional. Aunque hay que reconocer que en ese país Dios está presente desde la primer línea de su Constitución. Lo que empieza a ser, incluso como concepto regulador, un lastre, una suprema calamidad.